Die Apostelgeschichte (BPD) 8

8 1 Saulo aprobó la muerte de Esteban. Ese mismo día, se desencadenó una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, excepto los Apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría. 2 Unos hombres piadosos enterraron a Esteban y lo lloraron con gran pesar. 3 Saulo, por su parte, perseguía a la Iglesia; iba de casa en casa y arrastraba a hombres y mujeres, llevándolos a la cárcel.

Felipe en Samaría

4 Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Palabra. 5 Felipe descendió a la ciudad de Samaría y allí predicaba a Cristo. 6 Al oírlo y al ver los milagros que hacía, todos recibían unánimemente las palabras de Felipe. 7 Porque los espíritus impuros, dando grandes gritos, salían de muchos que estaban poseídos, y buen número de paralíticos y lisiados quedaron curados. 8 Y fue grande la alegría de aquella ciudad.

Simón el mago

9 Desde hacía un tiempo, vivía en esa ciudad un hombre llamado Simón, el cual con sus artes mágicas tenía deslumbrados a los samaritanos y pretendía ser un gran personaje. 10 Todos, desde el más pequeño al más grande, lo seguían y decían: «Este hombre es la Fuerza de Dios, esa que es llamada Grande». 11 Y lo seguían, porque desde hacía tiempo los tenía seducidos con su magia. 12 Pero cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba la Buena Noticia del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, todos, hombres y mujeres, se hicieron bautizar. 13 Simón también creyó y, una vez bautizado, no se separaba de Felipe. Al ver los signos y los grandes prodigios que se realizaban, él no salía de su asombro.
14
Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. 15 Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. 16 Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. 17 Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
18
Al ver que por la imposición de las manos de los Apóstoles se confería el Espíritu Santo, Simón les ofreció dinero, 19 diciéndoles: «Les ruego que me den ese poder a mí también, para que aquel a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo». 20 Pedro le contestó: «Maldito sea tu dinero y tú mismo, porque has creído que el don de Dios se compra con dinero. 21 Tú no tendrás ninguna participación en ese poder, porque tu corazón no es recto a los ojos de Dios. 22 Arrepiéntete de tu maldad y ora al Señor: quizá él te perdone este mal deseo de tu corazón, 23 porque veo que estás sumido en la amargura de la hiel y envuelto en los lazos de la iniquidad». 24 Simón respondió: «Rueguen más bien ustedes al Señor, para que no me suceda nada de lo que acabas de decir». 25 Y los Apóstoles, después de haber dado testimonio y predicado la Palabra del Señor, mientras regresaban a Jerusalén, anunciaron la Buena Noticia a numerosas aldeas samaritanas.

El bautismo de un etíope

26 El Ángel del Señor dijo a Felipe: «Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza: es un camino desierto». 27 Él se levantó y partió. Un eunuco etíope, ministro del tesoro y alto funcionario de Candace, la reina de Etiopía, había ido en peregrinación a Jerusalén 28 y se volvía, sentado en su carruaje, leyendo al profeta Isaías. 29 El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y camina junto a su carro». 30 Felipe se acercó y, al oír que leía al profeta Isaías, le preguntó: «¿Comprendes lo que estás leyendo?». 31 Él respondió: «¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?». Entonces le pidió a Felipe que subiera y se sentara junto a él. 32 El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente:
Como oveja fue llevado al matadero;
y como cordero que no se queja ante el que lo esquila,
así él no abrió la boca.
33
En su humillación, le fue negada la justicia.
¿Quién podrá hablar de su descendencia,
ya que su vida es arrancada de la tierra?
34
El etíope preguntó a Felipe: «Dime, por favor, ¿de quién dice esto el Profeta? ¿De sí mismo o de algún otro?». 35 Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús. 36 Siguiendo su camino, llegaron a un lugar donde había agua, y el etíope dijo: «Aquí hay agua, ¿qué me impide ser bautizado?». 37 . 38 Y ordenó que detuvieran el carro; ambos descendieron hasta el agua, y Felipe lo bautizó. 39 Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y el etíope no lo vio más, pero seguía gozoso su camino. 40 Felipe se encontró en Azoto, y en todas las ciudades por donde pasaba iba anunciando la Buena Noticia, hasta que llegó a Cesarea.

La vocación de Pablo

9 1 Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres. 3 Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. 4 Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». 5 Él preguntó: «¿Quién eres tú, Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. 6 Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer». 7 Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie. 8 Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. 9 Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.

El bautismo de Pablo

10 Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una visión: «¡Ananías!». Él respondió: «Aquí estoy, Señor». 11 El Señor le dijo: «Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo de Tarso. 12 Él está orando, y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para devolverle la vista». 13 Ananías respondió: «Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus santos en Jerusalén. 14 Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre». 15 El Señor le respondió: «Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. 16 Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre». 17 Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, el Señor Jesús –el mismo que se te apareció en el camino– me envió a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». 18 En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. 19 Después comió algo y recobró sus fuerzas.

La permanencia de Pablo  en Damasco

Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en Damasco, 20 y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios. 21 Todos los que lo oían quedaban sorprendidos y decían: «¿No es este aquel mismo que perseguía en Jerusalén a los que invocan este Nombre, y que vino aquí para llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes?». 22 Pero Saulo, cada vez con más vigor, confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús es realmente el Mesías. 23 Al cabo de un tiempo, los judíos se pusieron de acuerdo para quitarle la vida, 24 pero Saulo se enteró de lo que tramaban contra él. Y como los judíos vigilaban noche y día las puertas de la ciudad, para matarlo, 25 sus discípulos lo tomaron durante la noche, y lo descolgaron por el muro, metido en un canasto.

Pablo en Jerusalén

26 Cuando llegó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo. 27 Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de Jesús. 28 Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre del Señor. 29 Hablaba también con los judíos de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. 30 Sus hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso.
31
La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.

Pedro en Lida

32 Pedro, en una gira por todas las ciudades, visitó también a los santos que vivían en Lida. 33 Allí encontró a un paralítico llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años. 34 Pedro le dijo: «Eneas, Jesucristo te devuelve la salud: levántate, y arregla tú mismo la cama». Él se levantó en seguida, 35 y al verlo, todos los habitantes de Lida y de la llanura de Sarón se convirtieron al Señor.

Pedro en Jope

36 Entre los discípulos de Jope había una mujer llamada Tabitá, que quiere decir «gacela». Pasaba su vida haciendo el bien y repartía abundantes limosnas. 37 Pero en esos días se enfermó y murió. Después de haberla lavado, la colocaron en la habitación de arriba. 38 Como Lida está cerca de Jope, los discípulos, enterados de que Pedro estaba allí, enviaron a dos hombres para pedirle que acudiera cuanto antes. 39 Pedro salió en seguida con ellos. Apenas llegó, lo llevaron a la habitación de arriba. Todas las viudas lo rodearon y, llorando, le mostraban las túnicas y los abrigos que les había hecho Tabitá cuando vivía con ellas. 40 Pedro hizo salir a todos afuera, se puso de rodillas y comenzó a orar. Volviéndose luego hacia el cadáver, dijo: «Tabitá, levántate». Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. 41 Él la tomó de la mano y la hizo levantar. Llamó entonces a los hermanos y a las viudas, y se la devolvió con vida. 42 La noticia se extendió por toda la ciudad de Jope, y muchos creyeron en el Señor. 43 Pedro permaneció algún tiempo en Jope, en la casa de un curtidor llamado Simón.

El centurión Cornelio

10 1 Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte itálica. 2 Era un hombre piadoso y temeroso de Dios, lo mismo que toda su familia; hacía abundantes limosnas al pueblo y oraba a Dios sin cesar. 3 Este hombre tuvo una visión: un día, cerca de las tres de la tarde, vio claramente al Ángel de Dios que entraba en su casa y le decía: «Cornelio». 4 Este lo miró lleno de temor, y le preguntó: «¿Qué quieres de mí, Señor?». El Ángel le dijo: «Tus oraciones y tus limosnas han llegado hasta Dios y él se ha acordado de ti. 5 Envía ahora algunos hombres a Jope en busca de Simón, llamado Pedro, 6 que se hospeda en la casa de un tal Simón, un curtidor que vive a la orilla del mar». 7 En cuanto el Ángel se alejó, Cornelio llamó a dos de sus servidores y a un soldado piadoso de los que estaban a sus órdenes. 8 Después de haberles contado lo sucedido, los envió a Jope.

La visión de Pedro

9 Al día siguiente, mientras estos se acercaban a la ciudad, Pedro, alrededor del mediodía, subió a la terraza para orar. 10 Como sintió hambre, pidió de comer. Mientras le preparaban la comida, cayó en éxtasis y tuvo una visión: 11 vio que el cielo se abría y que bajaba a la tierra algo parecido a un gran mantel, sostenido de sus cuatro puntas. 12 Dentro de él había toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo. 13 Y oyó una voz que le decía: «Vamos, Pedro, mata y come». 14 Pero Pedro respondió: «De ninguna manera, Señor, yo nunca he comido nada manchado ni impuro». 15 La voz le habló de nuevo, diciendo: «No consideres manchado lo que Dios purificó». 16 Esto se repitió tres veces, y luego, todo fue llevado otra vez al cielo. 17 Mientras Pedro, desconcertado, se preguntaba qué podía significar la visión que acababa de tener, llegaron los hombres enviados por Cornelio. Estos averiguaron dónde vivía Simón y se presentaron ante la puerta de la casa. 18 Golpearon y preguntaron si se hospedaba allí Simón, llamado Pedro. 19 Como Pedro seguía reflexionando sobre el significado de la visión, el Espíritu Santo le dijo: «Allí hay tres hombres que te buscan. 20 Baja y no dudes en irte con ellos, porque soy yo quien los he enviado». 21 Pedro bajó y se acercó a ellos, diciendo: «Yo soy el que ustedes buscan. ¿Para qué vinieron?». 22 Ellos respondieron: «El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, que goza de la estima de todos los judíos, recibió de un ángel de Dios la orden de conducirte a su casa para escuchar tus palabras». 23 Entonces Pedro los hizo pasar y les ofreció hospedaje. Al día siguiente, se puso en camino con ellos, acompañado por unos hermanos de la ciudad de Jope.

Pedro en Cesarea

24 Al otro día, llegaron a Cesarea. Cornelio los esperaba, y había reunido a su familia y a sus amigos íntimos. 25 Cuando Pedro entró, Cornelio fue a su encuentro y se postró a sus pies. 26 Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: «Levántate, porque yo no soy más que un hombre». 27 Y mientras seguía conversando con él, entró y se encontró con un grupo numeroso de personas, que estaban reunidas allí. 28 Dirigiéndose a ellas, les dijo: «Ustedes saben que está prohibido a un judío tratar con un extranjero o visitarlo. Pero Dios acaba de mostrarme que no hay que considerar manchado o impuro a ningún hombre. 29 Por eso, cuando ustedes me llamaron, vine sin dudar. Y ahora quisiera saber para qué me llamaron». 30 Cornelio le respondió: «Hace tres días me encontraba orando en mi casa, alrededor de las tres de la tarde, cuando se me apareció un hombre con vestiduras resplandecientes, 31 y me dijo: “Cornelio, tu oración ha sido escuchada y Dios se ha acordado de tus limosnas. 32 Manda a buscar a Simón, llamado Pedro, que está en Jope, a la orilla del mar, en la casa de Simón el curtidor”. 33 En seguida te mandé a buscar y has hecho bien en venir. Ahora estamos reunidos delante de Dios, para escuchar lo que el Señor te ha mandado decirnos».

Discurso de Pedro

34 Entonces Pedro, tomando la palabra, dijo: «Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, 35 y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a él. 36 Él envió su Palabra a los israelitas, anunciándoles la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. 37 Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: 38 cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. 39 Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. 40 Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, 41 no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. 42 Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. 43 Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre».

El bautismo de los primeros paganos

44 Mientras Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la Palabra. 45 Los fieles de origen judío que habían venido con Pedro quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. 46 En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios. Pedro dijo: 47 «¿Acaso se puede negar el agua del bautismo a los que recibieron el Espíritu Santo como nosotros?». 48 Y ordenó que fueran bautizados en el nombre del Señor Jesucristo. Entonces le rogaron que se quedara con ellos algunos días.

El informe de Pedro a la Iglesia de Jerusalén

11 1 Los Apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los paganos habían recibido la Palabra de Dios. 2 Y cuando Pedro regresó a Jerusalén, los creyentes de origen judío lo interpelaron, 3 diciéndole: «¿Cómo entraste en la casa de gente no judía y comiste con ellos?». 4 Pedro comenzó a contarles detalladamente lo que había sucedido: 5 «Yo estaba orando en la ciudad de Jope, cuando caí en éxtasis y tuve una visión. Vi que bajaba del cielo algo parecido a un gran mantel, sostenido de sus cuatro puntas, que vino hasta mí. 6 Lo miré atentamente y vi que había en él cuadrúpedos, animales salvajes, reptiles y aves. 7 Y oí una voz que me dijo: “Vamos, Pedro, mata y come”. 8 “De ninguna manera, Señor, respondí, yo nunca he comido nada manchado ni impuro”. 9 Por segunda vez, oí la voz del cielo que me dijo: “No consideres manchado lo que Dios purificó”. 10 Esto se repitió tres veces, y luego, todo fue llevado otra vez al cielo. 11 En ese momento, se presentaron en la casa donde estábamos tres hombres que habían sido enviados desde Cesarea para buscarme. 12 El Espíritu Santo me ordenó que fuera con ellos sin dudar. Me acompañaron también los seis hermanos aquí presentes y llegamos a la casa de aquel hombre. 13 Este nos contó en qué forma se le había aparecido un ángel, diciéndole: “Envía a alguien a Jope, a buscar a Simón, llamado Pedro. 14 Él te anunciará un mensaje de salvación para ti y para toda tu familia”. 15 Apenas comencé a hablar, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, como lo hizo al principio sobre nosotros. 16 Me acordé entonces de la Palabra del Señor: “Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo”. 17 Por lo tanto, si Dios les dio a ellos la misma gracia que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?». 18 Después de escuchar estas palabras, se tranquilizaron y alabaron a Dios, diciendo: «También a los paganos Dios les ha concedido el don de la conversión que conduce a la Vida».

La fundación de la Iglesia de Antioquía

19 Mientras tanto, los que se habían dispersado durante la persecución que se desató a causa de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, y anunciaban la Palabra únicamente a los judíos. 20 Sin embargo, había entre ellos algunos hombres originarios de Chipre y de Cirene que, al llegar a Antioquía, también anunciaron a los paganos la Buena Noticia del Señor Jesús. 21 La mano del Señor los acompañaba y muchos creyeron y se convirtieron. 22 Al enterarse de esto, la Iglesia de Jerusalén envió a Bernabé a Antioquía. 23 Cuando llegó y vio la gracia que Dios les había concedido, él se alegró mucho y exhortaba a todos a permanecer fieles al Señor con un corazón firme. 24 Bernabé era un hombre bondadoso, lleno del Espíritu Santo y de mucha fe. Y una gran multitud adhirió al Señor. 25 Entonces partió hacia Tarso en busca de Saulo, 26 y cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía. Ambos vivieron todo un año en esa Iglesia y enseñaron a mucha gente. Y fue en Antioquía, donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de «cristianos».

Bernabé y Pablo en Jerusalén

27 En esos días, unos profetas llegaron de Jerusalén a Antioquía. 28 Uno de ellos, llamado Agabo, movido por el Espíritu, se levantó y anunció que el hambre asolaría toda la tierra. Esto ocurrió bajo el reinado de Claudio. 29 Los discípulos se decidieron a enviar una ayuda a los hermanos de Judea, cada uno según sus posibilidades. 30 Y así lo hicieron, remitiendo las limosnas a los presbíteros por intermedio de Bernabé y de Saulo.

La persecución de Herodes y el arresto de Pedro

12 1 Por aquel entonces, el rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. 2 Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, 3 y al ver que esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de «los panes Ácimos». 4 Después de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo bajo la custodia de cuatro relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua. 5 Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él.

La liberación milagrosa de Pedro

6 La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer, Pedro dormía entre dos soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas vigilaban la puerta de la prisión. 7 De pronto, apareció el Ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: «¡Levántate rápido!». Entonces las cadenas se le cayeron de las manos. 8 El Ángel le dijo: «Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias», y Pedro lo hizo. Después le dijo: «Cúbrete con el manto y sígueme». 9 Pedro salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo por intervención del Ángel, sino que creía tener una visión. 10 Pasaron así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Ángel se alejó de él.
11
Pedro, volviendo en sí, dijo: «Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío». 12 Y al advertir lo que le había sucedido, se dirigió a la casa de María, la madre de Juan, llamado Marcos, donde un grupo numeroso se hallaba reunido en oración. 13 Cuando golpeó a la puerta de calle, acudió una sirvienta llamada Rosa; 14 esta, al reconocer su voz, se alegró tanto, que en lugar de abrir, entró corriendo a anunciar que Pedro estaba en la puerta. 15 «Estás loca», le respondieron. Pero ella insistía que era verdad. Ellos le dijeron: «Será su ángel». 16 Mientras tanto, Pedro seguía llamando. Cuando abrieron y vieron que era él, no salían de su asombro. 17 Pedro les hizo señas con la mano para que se callaran, y les relató cómo el Señor lo había sacado de la cárcel, añadiendo: «Hagan saber esto a Santiago y a los hermanos». Y saliendo de allí, se fue a otro lugar.
18
Cuando amaneció, se produjo un gran alboroto entre los soldados, porque no podían explicarse qué había pasado con Pedro. 19 Herodes lo hizo buscar, pero como no lo encontraron, después de haber interrogado a los guardias, dio orden de ejecutarlos. Luego descendió de Judea a Cesarea, y permaneció allí.

La muerte de Herodes

20 Herodes estaba en grave conflicto con los habitantes de Tiro y Sidón. Estos se pusieron de acuerdo para ir a verlo, y después de haberse conquistado a Blasto, el camarero del rey, solicitaron la reconciliación, ya que importaban sus víveres del territorio del rey. 21 El día fijado, Herodes se sentó en su trono con la vestidura real y les dirigió la palabra. 22 El pueblo comenzó a gritar: «¡Es un dios el que habla, no un hombre!». 23 Pero en ese mismo instante, el Ángel del Señor lo hirió, por no haber dado gloria a Dios, y Herodes murió carcomido por los gusanos.

El regreso de Bernabé y Pablo a Antioquía

24 Mientras tanto, la Palabra de Dios se difundía incesantemente. 25 Bernabé y Saulo, una vez cumplida su misión, volvieron de Jerusalén a Antioquía, llevando consigo a Juan, llamado Marcos.

LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO PAGANO



EL PRIMER VIAJE MISIONERO DE PABLO



La misión de Pablo y Bernabé

13 1 En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores, entre los cuales estaban Bernabé y Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, amigo de infancia del tetrarca Herodes, y Saulo. 2 Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: «Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado». 3 Ellos, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. 4 Saulo y Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a Seleucia y de allí se embarcaron para Chipre. 5 Al llegar a Salamina anunciaron la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, y Juan colaboraba con ellos.

El mago Elimas

6 Recorrieron toda la isla y llegaron hasta Pafos, donde encontraron a un mago judío llamado Barjesús, que se hacía pasar por profeta 7 y estaba vinculado al procónsul Sergio Pablo, hombre de gran prudencia. Este hizo llamar a Bernabé y a Saulo, porque deseaba escuchar la Palabra de Dios. 8 Pero los discípulos chocaron con la oposición de Barjesús –llamado Elimas, que significa mago– el cual quería impedir que el procónsul abrazara la fe. 9 Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavó los ojos en él, 10 y le dijo: «Hombre falso y lleno de maldad, hijo del demonio, enemigo de la justicia, ¿cuándo dejarás de torcer los rectos caminos del Señor? 11 Ahora la mano del Señor va a caer sobre ti: quedarás ciego y privado por un tiempo de la luz del sol». En ese mismo momento, se vio envuelto en oscuridad y tinieblas, y andaba a tientas buscando a alguien que le tendiera la mano. 12 Al ver lo que había sucedido, el procónsul, profundamente impresionado por la doctrina del Señor, abrazó la fe.

La llegada a Antioquía de Pisidia

13 Desde Pafos, donde se embarcaron, Pablo y sus compañeros llegaron a Perge de Panfilia. Juan se separó y volvió a Jerusalén, 14 pero ellos continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. 15 Después de la lectura de la Ley y de los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: «Hermanos, si tienen que dirigir al pueblo alguna exhortación, pueden hablar».

Discurso de Pablo

16 Entonces Pablo se levantó y, pidiendo silencio con un gesto, dijo: «Escúchenme, israelitas y todos los que temen a Dios. 17 El Dios de este Pueblo, el Dios de Israel, eligió a nuestros padres y los convirtió en un gran Pueblo, cuando todavía vivían como extranjeros en Egipto. Luego, con el poder de su brazo, los hizo salir de allí 18 y los cuidó durante cuarenta años en el desierto. 19 Después, en el país de Canaán, destruyó a siete naciones y les dio en posesión sus tierras, 20 al cabo de unos cuatrocientos cincuenta años. A continuación, les dio Jueces hasta el profeta Samuel. 21 Pero ellos pidieron un rey y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años. 22 Y cuando Dios desechó a Saúl, les suscitó como rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad. 23 De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús. 24 Como preparación a su venida, Juan había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel. 25 Y al final de su carrera, Juan decía: “Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene aquel a quien yo no soy digno de desatar las sandalias”.
26
Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios. 27 En efecto, la gente de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, ni entendieron las palabras de los profetas que se leen cada sábado, pero las cumplieron sin saberlo, condenando a Jesús. 28 Aunque no encontraron nada en él que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo condenara. 29 Después de cumplir todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del patíbulo y lo pusieron en el sepulcro. 30 Pero Dios lo resucitó de entre los muertos 31  y durante un tiempo se apareció a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, los mismos que ahora son sus testigos delante del pueblo.
32
Y nosotros les anunciamos a ustedes esta Buena Noticia: la promesa que Dios hizo a nuestros padres, 33 fue cumplida por él en favor de sus hijos, que somos nosotros, resucitando a Jesús, como está escrito en el Salmo segundo: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. 34 Que Dios lo ha resucitado de entre los muertos y que no habrá de someterse a la corrupción, es lo que el mismo Dios ha declarado diciendo: Cumpliré las santas promesas hechas a David, aquellas que no pueden fallar. 35 Por eso también dice en otro pasaje: No permitirás que tu Santo sufra la corrupción. 36 Sin embargo, David, después de haber cumplido la voluntad de Dios en su tiempo, murió, fue a reunirse con sus padres y sufrió la corrupción. 37 Pero aquel a quien Dios resucitó no sufrió la corrupción.
38
Ustedes deben saber que la remisión de los pecados les ha sido anunciada por él. Y la justificación que ustedes no podían alcanzar por la Ley de Moisés, gracias a él, 39 la alcanza todo el que cree. 40 Tengan cuidado de que no les suceda lo que dijeron los profetas:
41
¡Ustedes, los que desprecian,
llénense de estupor y ocúltense!
Porque en estos días voy a realizar algo,
que si alguien lo contara
no lo podrían creer».
42
A la salida, les pidieron que retomaran el mismo tema el sábado siguiente. 43 Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos que adoraban a Dios siguieron a Pablo y a Bernabé. Estos conversaban con ellos, exhortándolos a permanecer fieles a la gracia de Dios.

Pablo y Bernabé entre los paganos

44 Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios. 45 Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo. 46 Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: «A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. 47 Así nos ha ordenado el Señor:
Yo te he establecido
para ser la luz de las naciones,
para llevar la salvación
hasta los confines de la tierra».
48
Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra del Señor, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe. 49 Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región. 50 Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio. 51 Estos, sacudiendo el polvo de sus pies en señal de protesta contra ellos, se dirigieron a Iconio. 52 Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.

La evangelización de Iconio

14 1 En Iconio, Pablo y Bernabé entraron en la sinagoga de los judíos, como lo hacían habitualmente, y predicaron de tal manera que un gran número de judíos y paganos abrazaron la fe. 2 Pero los judíos que no creyeron, incitaron a los paganos y los indispusieron en contra de los hermanos. 3 A pesar de todo, Pablo y Bernabé prolongaron su estadía y hablaban con toda libertad, confiados en el Señor que confirmaba el mensaje de su gracia, dándoles el poder de realizar signos y prodigios. 4 Los habitantes de la ciudad se dividieron en dos bandos, uno en favor de los judíos y otro en favor de los Apóstoles. 5 Pero como los paganos y los judíos, dirigidos por sus jefes, intentaron maltratar y apedrear a los Apóstoles, 6 estos, al enterarse, huyeron a Listra y a Derbe, ciudades de Licaonia, y a sus alrededores; 7 y allí anunciaron la Buena Noticia.

Curación de un paralítico

8 Había en Listra un hombre que tenía las piernas paralizadas. Como era tullido de nacimiento, nunca había podido caminar, 9 y sentado, escuchaba hablar a Pablo. Este, mirándolo fijamente, vio que tenía la fe necesaria para ser curado, 10  y le dijo en voz alta: «Levántate, y permanece erguido sobre tus pies». Él se levantó de un salto y comenzó a caminar. 11 Al ver lo que Pablo acababa de hacer, la multitud comenzó a gritar en dialecto licaonio: «Los dioses han descendido hasta nosotros en forma humana», 12 y daban a Bernabé el nombre de Júpiter, y a Pablo el de Mercurio porque era el que llevaba la palabra. 13 El sacerdote del templo de Júpiter que estaba a la entrada de la ciudad, trajo al atrio unos toros adornados de guirnaldas y, junto con la multitud, se disponía a sacrificarlos. 14 Cuando los apóstoles Pablo y Bernabé se enteraron de esto, rasgaron sus vestiduras y se precipitaron en medio de la muchedumbre, gritando: 15 «Amigos, ¿qué están haciendo? Nosotros somos seres humanos como ustedes, y hemos venido a anunciarles que deben abandonar esos ídolos para convertirse al Dios viviente que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. 16 En los tiempos pasados, él permitió que las naciones siguieran sus propios caminos. 17 Sin embargo, nunca dejó de dar testimonio de sí mismo, prodigando sus beneficios, enviando desde el cielo lluvias y estaciones fecundas, dando el alimento y llenando de alegría los corazones». 18 Pero a pesar de todo lo que dijeron, les costó mucho impedir que la multitud les ofreciera un sacrificio.

Fin de la misión de Pablo y Bernabé

19 Vinieron de Antioquía y de Iconio algunos judíos que lograron convencer a la multitud. Entonces apedrearon a Pablo y, creyéndolo muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad. 20 Pero él se levantó y, rodeado de sus discípulos, regresó a la ciudad. Al día siguiente, partió con Bernabé rumbo a Derbe. 21 Después de haber evangelizado esta ciudad y haber hecho numerosos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía de Pisidia. 22 Confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. 23 En cada comunidad establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en el que habían creído. 24 Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. 25 Luego anunciaron la Palabra en Perge y descendieron a Atalía. 26 Allí se embarcaron para Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para realizar la misión que acababan de cumplir. 27 A su llegada, convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos. 28 Después permanecieron largo tiempo con los discípulos.

LA ASAMBLEA DE JERUSALÉNY EL SEGUNDO VIAJE MISIONERO DE PABLO



La controversia de Antioquía

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Die Apostelgeschichte (BPD) 8