Cantico espiritual A 1

CANTICO ESPIRITUAL A


DECLARACIÓN DE LAS CANCIONES QUE TRATAN DEL EJERCICIO DE AMOR ENTRE EL ALMA Y EL ESPOSO CRISTO, EN LA CUAL SE TOCAN Y DECLARAN ALGUNOS PUNTOS Y EFECTOS DE ORACIÓN, A PETICIÓN DE LA MADRE ANA DE JESÚS, PRIORA DE LAS DESCALZAS DE SAN JOSÉ DE GRANADA. AÑO DE 1584 AÑOS.

PRÓLOGO


1 Por cuanto estas canciones, religiosa Madre, parecen ser escritas con algún fervor de amor de Dios, cuya sabiduría y amor es tan inmenso, que, como se dice en el libro de la Sabiduría (Sg 8,1), toca desde un fin hasta otro fin, y el alma que de él es informada y movida, en alguna manera esa misma abundancia e ímpetu lleva en su decir, no pienso yo ahora declarar toda la anchura y copia que el espíritu fecundo del amor en ellas lleva; antes sería ignorancia pensar que los dichos de amor en inteligencia mística, cuales son los de las presentes canciones, con alguna manera de palabras se pueden bien explicar; porque el Espíritu del Señor que ayuda nuestra flaqueza, como dice san Pablo (Rm 8,26), morando en nosotros, pide por nosotros con gemidos inefables lo que nosotros no podemos bien entender ni comprehender para lo manifestar. Porque ¿quién podrá escribir lo que a las almas amorosas, donde él mora, hace entender? Y ¿quién podrá manifestar con palabras lo que las hace sentir? Y ¿quién, finalmente, lo que las hace desear? Cierto, nadie lo puede; cierto, ni ellas mismas por quien pasa lo pueden. Que ésta es la causa por que con figuras, comparaciones y semejanzas, antes rebosan algo de lo que sienten, y de la abundancia del espíritu vierten secretos misterios, que con razones lo declaran.

Las cuales semejanzas, no leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos en razón, según es de ver en los divinos Cantares de Salomón y en otros libros de la Escritura divina, donde, no pudiendo el Espíritu Santo dar a entender la abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, habla misterios en extrañas figuras y semejanzas. De donde se sigue que los santos doctores, aunque mucho dicen y más digan, nunca pueden acabar de declararlo por palabras, así como tampoco por palabras se pudo ello decir; y así, lo que de ello se declara, ordinariamente es lo menos que contiene en sí.

2 Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz en general, pues Vuestra Reverencia así lo ha querido, y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar. Y así, aunque en alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración; porque la sabiduría mística (la cual es por amor, de que las presentes canciones tratan) no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de amor y afición en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin entenderle.

3 Por tanto, seré bien breve, aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos. Pero, dejando los más comunes, notaré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que han pasado, con el favor de Dios, de principiantes. Y esto por dos cosas: la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con Vuestra Reverencia por su mandado, a la cual Nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llevádola más adentro del seno de su amor divino. Y así espero que, aunque se escriben aquí algunos puntos de teología escolástica acerca del trato interior del alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro del espíritu en tal manera; pues, aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de teología escolástica, con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, mas juntamente se gustan.

4 Y por que lo que dijere (lo cual quiero sujetar al mejor juicio, y totalmente al de la Santa Madre Iglesia) haga más fe, no pienso afirmar cosa de mío, fiándome de experiencia que por mí haya pasado, ni de lo que en otras personas espirituales haya conocido o de ellas oído (aunque de lo uno y de lo otro me pienso aprovechar), sin que con autoridades de la Escritura divina vaya confirmado y declarado, a lo menos, en lo que pareciere más dificultoso de entender. En las cuales llevaré este estilo: que primero las pondré la sentencia de su latín, y luego las declararé al propósito de lo que se trajeren; y pondré primero juntas todas las canciones, y luego por su orden iré poniendo cada una de por sí para haberla de declarar; de las cuales declararé cada verso poniéndole al principio de su declaración, etc.

FIN DEL PRÓLOGO





CANCIONES ENTRE EL ALMA Y EL ESPOSO

Esposa

1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.

3. Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

Pregunta
a las criaturas

4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.

Respuesta de las criaturas

5. Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.

Esposa

6. ¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.

7. Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

8. Mas ¿cómo perseveras,
¡oh vida!, no viviendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que del Amado en ti concibes?

9. ¿Por qué pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?

10. Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.

11. ¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!

12. Apártalos, Amado,
que voy de vuelo.

El Esposo

Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.

La Esposa

13. Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,

14. la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.

15. Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.

16. A zaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.

17. En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía,
y el ganado perdí que antes seguía.

18. Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa;
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa:
allí le prometí de ser su Esposa.

19. Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.

20. Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que, andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.

21. De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas
en tu amor florecidas,
y en un cabello mío entretejidas.

22. En solo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello,
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.

23. Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.

24. No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.

25. Cogednos las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.

26. Detente, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.

Esposo

27. Entrado se ha la esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.

28. Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste desposada,
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.

29. A las aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles riberas,
aguas, aires, ardores
y miedos de las noches veladores,

30. por las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesen vuestras iras,
y no toquéis al muro,
porque la esposa duerma más seguro.

Esposa

31. ¡Oh ninfas de Judea!,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales.

32 Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras decillo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas extrañas.

Esposo

33. La blanca palomica
al arca con el ramo se ha tornado;
y ya la tortolica
al socio deseado
en las riberas verdes ha hallado.

34. En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido;
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.

Esposa

35. Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte o al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

36. Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.

37. Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí, tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:

38. El aspirar del aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.

39. Que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía.

FIN DE LAS CANCIONES



COMIENZA LA DECLARACIÓN DE LAS CANCIONES ENTRE LA ESPOSA Y EL ESPOSO



CANCIÓN 1




¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste,

habiéndome herido;

salí tras ti clamando, y eras ido.


DECLARACIÓN

1 En esta primera canción, el alma enamorada del Verbo Hijo de Dios, su Esposo, deseando unirse con él por clara y esencial visión, propone sus ansias de amor, querellándose a él de la ausencia, mayormente que, estando ella herida de su amor, por el cual ha salido de todas las cosas y de sí misma, todavía haya de padecer la ausencia de su Amado, no desatándola ya de la carne mortal para poderle gozar en gloria de eternidad; y así, dice:

¿Adónde te escondiste?


2 Y es como si dijera: Verbo, Esposo mío, muéstrame el lugar do estás escondido. En lo cual le pide la manifestación de su divina esencia; porque el lugar do está escondido el Hijo de Dios, es, como dice san Juan (Jn 1,18), el seno del Padre, que es la esencia divina, la cual es ajena y escondida de todo ojo mortal y de todo entendimiento. Lo cual quiso decir Isaías (Is 45,15), cuando dijo: Verdaderamente tú eres Dios escondido. Donde es de notar que, por grandes comunicaciones y presencias, y altas y subidas noticias de Dios que una alma en esta vida tenga, no es aquello esencialmente Dios, ni tiene que ver con él, porque todavía, en la verdad, le está al alma escondido, y siempre le conviene al alma sobre todas esas grandezas tenerle por escondido y buscarle escondido, diciendo: ¿Adónde te escondiste? Porque ni la alta comunicación y presencia sensible es más testimonio de su presencia, ni la sequedad y carencia de todo eso en el alma es menos testimonio de su presencia en ella. Por lo cual dice el profeta Job (Jb 9,11): Si venerit ad me, non videbo eum; et si abierit, non intelligam, que quiere decir: Si viniere a mí (es a saber, Dios), no le veré; y si se fuere, no lo entenderé. En lo cual se ha de entender que, si el alma sintiere grande comunicación o noticia de Dios o otro algún sentimiento, no por eso se ha de persuadir a que aquello sea tener más a Dios o estar más en Dios; ni tampoco que aquello que siente o entiende sea esencialmente Dios, aunque más ello sea, y que si todas esas comunicaciones sensibles e inteligibles le faltaren, no ha de pensar que por eso le falta Dios, pues que realmente ni por lo uno puede saber de cierto estar en su gracia, ni por lo otro estar fuera de ella, diciendo el Sabio (Qo 9,1): Nemo scit utrum amore an odio dignus sit, que quiere decir: Ningún hombre mortal puede saber si es digno de gracia o aborrecimiento de Dios. De manera que el intento del alma en este presente verso no es pedir sólo la devoción afectiva y sensible, en que no hay certeza ni claridad de la posesión graciosa del Esposo en esta vida, sino también la presencia y clara visión de su esencia, con que desea estar certificada y satisfecha en la gloria.

3 Esto mismo quiso decir la Esposa en los Cantares divinos (Ct 1,6), cuando, deseando la unión y junta de la divinidad del Verbo, Esposo suyo, la pidió al Padre, diciendo: Indica mihi, ubi pascas, ubi cubes in meridie, que quiere decir: Muéstrame dónde te apacientes, y dónde te recuestes al mediodía. Porque, en pedirle dónde se apacentaba, era pedir le mostrase la esencia del Verbo divino, porque el Padre no se gloría ni apacienta en otra cosa que en el Verbo, su único Hijo; y en pedir le mostrase dónde se recostaba al mediodía, era pedirle lo mismo, porque el Padre no se recuesta ni cabe en otro lugar que en su Hijo, en el cual se recuesta, comunicándole toda su esencia al mediodía, que es en la eternidad, donde siempre le engendra. Este pasto, pues, donde el Padre se apacienta, y este lecho florido del Verbo divino, donde se recuesta, escondido de toda criatura mortal, pide aquí el alma Esposa cuando dice: ¿Adónde te escondiste?

4 Y es de notar, para saber hallar este Esposo (cual en esta vida se puede), que el Verbo, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, está esencialmente en el íntimo centro del alma escondido; por tanto, el alma que por unión de amor le ha de hallar, conviénele salir y esconderse de todas las cosas criadas según la voluntad y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, comunicándose allí con Dios en amoroso y afectuoso trato, estimando todo lo que hay en el mundo como si no fuese. Que por eso san Agustín, hablando en los Soliloquios con Dios, decía: No te hallaba yo, Señor, de fuera, porque mal te buscaba de fuera a ti que estabas dentro. Está, pues, en el alma escondido, y allí le ha de buscar el buen contemplativo, diciendo: ¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido?


5 Llámale Amado para más moverle e inclinarle a su ruego, porque, cuando Dios es amado de veras, con gran facilidad oye los ruegos de su amante. Y entonces se puede de verdad llamar Amado, cuando el alma está entera con él, no teniendo su corazón en otra cosa alguna fuera de él. De donde algunos llaman al Esposo Amado, y no es su Amado de veras, porque no tienen con él entero su corazón; y así, su petición no es en la presencia del Esposo de tanto valor.

6 Y en lo que dice luego: Y me dejaste con gemido, es de notar que la ausencia del Amado es un continuo gemido en el corazón del amante, porque, como fuera de él nada ama, en nada descansa ni recibe alivio. De donde en esto se conocerá si alguno de veras a Dios ama, si con alguna cosa menos que Dios no se contenta.

Este gemido dio bien a entender san Pablo (Rm 8,23) cuando dijo: Nos intra nos gemimus, expectantes adoptionem filiorum Dei, esto es: Nosotros dentro de nosotros tenemos el gemido, esperando la adopción y posesión de hijos de Dios; que es como si dijera: dentro de nuestro corazón, donde tenemos la prenda, sentimos lo que nos aqueja, que es la ausencia. Este, pues, es el gemido que el alma tiene siempre en el sentimiento de la ausencia de su Amado, mayormente cuando, habiendo gustado alguna dulce y sabrosa comunicación suya la dejó seca y sola. Lo cual sintiendo ella mucho, dice luego:

Como el ciervo huiste,


7 Donde es de notar que en los Cantares (Ct 2,9) compara la Esposa al Esposo al ciervo y a la cabra montañesa, diciendo: Similis est dilectus meus capreae hinnuloque cervorum, esto es: Semejante es mi Amado a la cabra y al hijo de los ciervos. Y esto por la presteza del esconderse y mostrarse, cual suele hacer el Amado en las visitas que hace a las almas, y en los desvíos y ausencias que las hace sentir después de las tales visitas; por lo cual les hace sentir con mayor dolor la ausencia, según ahora da aquí a entender el alma, cuando dice:

Habiéndome herido.


8 Y es como si dijera: no sólo me bastaba la pena y el dolor que ordinariamente padezco en tu ausencia, sino que, hiriéndome más de amor con tu flecha y aumentado la pasión y apetito de tu vista huyas con ligereza de ciervo y no te dejes comprehender algún tanto siquiera.

9 Para más declaración de este verso es de saber que, allende de otras muchas diferencias de visitas que Dios hace al alma, con que la llaga y levanta en amor, suele hacer unos encendidos toques de amor, que a manera de saeta de fuego hieren y traspasan al alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor. Y éstas propiamente se llaman heridas de amor, de las cuales habla aquí el alma. Inflaman éstas tanto la voluntad en afición, que se está el alma abrasando en fuego y llama de amor; tanto, que parece consumirse en aquella llama, y la hace salir fuera de sí y renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave fénix, que se quema y renace de nuevo.

De lo cual hablando David (Ps 72,21-22), dice: Inflammatum est cor meum, et renes mei commutati sunt, et ego ad nihilum redactus sum, et nescivi, que es decir: Fue inflamado mi corazón, y mis renes se mudaron, y yo fui resuelto en nada y no supe. Los apetitos y afectos que aquí entiende el profeta por renes, todos se conmueven, mudándose en divinos en aquella inflamación amorosa del corazón; y el alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino sólo amor. Y a este tiempo amoroso es la conmutación de estas renes de apetitos de voluntad hecha en grande manera de tormento en ansia de ver a Dios; tanto, que le parece al alma intolerable el rigor de que con ella usa el amor; no porque la haya herido (porque antes tiene ella las tales heridas de amor por salud), sino porque la dejó así herida penando, y no la hirió más hasta acabarla de matar, para poder verse juntamente con él en revelada y clara vista de perfecto amor. Por tanto, encareciendo o declarando el dolor de la herida en amor a causa de la ausencia, dijo: Habiéndome herido.

10 Y este sentimiento tan grande acaece así en el alma por cuanto en aquella herida de amor, que hace Dios en ella, levántase la voluntad del alma con súbita presteza a la posesión del Amado, que sintió estar cerca por el toque suyo que sintió de amor. Y con esa misma presteza siente la ausencia y el gemido juntamente, por cuanto en ese mismo momento se le desaparece y esconde, y se queda ella en vacío y con tanto más dolor y gemido, cuanto era mayor el apetito de comprehender. Porque estas visitas de heridas de amor no son como otras en que Dios suele recrear y satisfacer al alma, llenándola de pacífica suavidad y reposo; porque éstas sólo las hace él más para llagar que para sanar, y más para lastimar que para satisfacer, pues no sirven más de para avivar la noticia y aumentar el apetito y, por el consiguiente, el dolor.

Estas se llaman heridas de amor, que son al alma sabrosísimas; por lo cual querría ella estar siempre muriendo mil muertes a estas lanzadas, porque la hacen salir de sí y entrar en Dios. Lo cual da ella a entender en el verso siguiente, diciendo:

Salí tras ti clamando, y eras ido.


11 En las heridas de amor no puede haber medicina sino de parte del que hirió, y por eso dice que salió clamando, esto es, pidiendo medicina tras del que la había herido, clamando con la fuerza del fuego causado de la herida.

Y es de saber que este salir se entiende de dos maneras: la una, saliendo de todas las cosas, lo cual se hace por desprecio y aborrecimiento de ellas; la otra, saliendo de sí misma por olvido y descuido de sí, lo cual se hace por aborrecimiento santo de sí misma en amor de Dios; el cual de tal manera levanta al alma, que la hace salir de sí y de sus quicios y modos naturales, clamando por Dios. Y esas dos maneras de salir entiende aquí el alma cuando dice: salí, porque esas dos son menester, y no menos, para ir tras Dios y entrar en él. Y así es como si dijera: Esposo mío, en aquel toque tuyo y herida de amor, sacásteme no sólo de todas las cosas, enajenándome de ellas, mas también me hiciste salir de mí (porque, a la verdad, y aun de las carnes parece que entonces saca Dios al alma) y levantásteme a ti, clamando por ti, desasida ya de todo para asirme a ti.

12 Y eras ido, como si dijera: al tiempo que quise comprehender tu presencia no te hallé, y quedéme vacía y desasida de todo por ti y sin asirme a ti, penando en los aires de amor sin arrimo de ti y de mí. Esto que aquí llama el alma salir para ir a Dios, llama la Esposa en los Cantares (Ct 3,2) levantar, diciendo: Surgam et circuibo civitatem, per vicos et plateas quaeram quem diligit anima mea, quaesivi illum et non inveni quiere decir: Levantarme he y rodearé la ciudad; por los arrabales y las plazas buscaré al que ama mi ánima, busquéle y no le hallé. Este levantar se entiende aquí espiritualmente de lo bajo a lo alto, que es lo mismo que salir de sí, esto es, de su modo y amor bajo el alto amor de Dios. Pero da a entender que quedó penada, porque no le halló.

Por eso, el que está enamorado de Dios vive siempre en esta vida penado, porque él está ya entregado a Dios, esperando la paga en la misma moneda, conviene a saber, de la entrega de la clara posesión y vision de Dios, clamando por ella, y en esta vida no se le da, y, habiéndose ya perdido de amor por Dios, no ha hallado la ganancia de su pérdida, pues carece de la dicha posesión del Amado, porque él se perdió. Por tanto, el que anda penado por Dios, señal es que se ha dado a Dios y que le ama.

13 Esta pena y sentimiento de la ausencia de Dios suele ser tan grande en los que van llegándose a perfección, al tiempo de estas divinas heridas, que, si no proveyese el Señor, morirían, porque, como tienen el paladar de la voluntad y el espíritu limpio y sano, bien dispuesto para Dios, y en lo dicho se les da a gustar algo de la dulzura del amor, que ellos sobre todo modo apetecen, padecen sobre todo modo; porque, como por resquicios, se les muestra un inmenso bien y no se les concede: así es inefable la pena y el tormento.


CANCIÓN 2

Pastores, los que fuerdes

allá por las majadas al otero,

si por ventura vierdes

aquel que yo más quiero,

decilde que adolezco, peno y muero.


DECLARACIÓN

1 En esta canción el alma se quiere aprovechar de terceros y medianeros para con su Amado, pidiéndoles le den parte de su dolor y pena; porque propiedad es del amante, ya que por la ausencia no puede comunicarse, hacerlo por los mejores medios que puede; y así el alma, de sus deseos, afectos y gemidos, se quiere aquí aprovechar como de mensajeros que tan bien saben manifestar los secretos del corazón; y así, dice:

Pastores, los que fuerdes,


2 llamando pastores a los afectos y deseos, porque ellos apacientan al alma de bienes espirituales (porque pastor quiere decir apacentador), y mediante ellos se comunica Dios a ella, porque sin ellos no se le comunica. Y dice: Los que fuerdes, es a saber, los que de puro amor saliéredes, porque no todos van, sino los que salen de fiel amor.

Allá por las majadas al otero.


3 Llama majadas a los coros de los ángeles, por los cuales de coro en coro van nuestros gemidos y oraciones a Dios; al cual llama otero porque, así como el otero es alto, así Dios es la suma alteza, y porque en Dios, como en el otero, se otean y ven todas las cosas; al cual van nuestras oraciones, ofreciéndoselas los ángeles, como habemos dicho, porque ellos son los que le ofrecen nuestras oraciones y deseos, según lo dijo el ángel al santo Tobías (Tb 12,12), diciendo: Quando orabas cum lachrymis et sepeliebas, etc., ego obtuli orationem tuam Domino, que quiere decir: Cuando orabas con lágrimas y enterrabas los muertos, yo ofrecí al Señor tu oración.

También se pueden entender estos pastores, que aquí dice el alma, por los mismos ángeles; porque no sólo llevan a Dios nuestros recaudos, sino también traen los de Dios a nuestras almas, apacentándolas como buenos pastores de dulces inspiraciones y comunicaciones de Dios, por cuyo medio también Dios las hace, y ellos nos amparan de los lobos, que son los demonios, y nos defienden de ellos como buenos pastores.

Si por ventura vierdes.


4 Y es tanto como decir: si por mi buena dicha y ventura llegáredes a su presencia, de suerte que os vea y os oiga. Donde es de notar que, aunque es verdad que Dios todo lo sabe y entiende, y hasta los mínimos pensamientos del alma ve y nota (Dt 31,12), entonces se dice ver nuestras necesidades o oírlas, cuando las remedia o las cumple. Porque no cualesquier necesidades ni cualesquier peticiones llegan a colmo que las oiga Dios para cumplirlas, hasta que en sus ojos llegue bastante tiempo y sazón y número para concederlas o remediarlas; y entonces se dice verlas y oírlas, según es de ver en el Exodo (Ex 3,7-8), donde, después de cuatrocientos años que los hijos de Israel habían estado afligidos en la servidumbre de Egipto, dijo Dios a Moisés: Vidi aflictionem populi mei in Aegipto et clamorem eius audivi, etc., et descendi liberare eum, esto es: Vi la aflicción de mi pueblo y he oído su clamor, y he bajado para librarlos, como quiera que siempre la hubiese visto; pero entonces se dijo verla cuando por la obra quiso cumplirla. Y también dijo san Gabriel a Zacarías (Lc 1,13): Ne timeas, Zacharia, quioniam exaudita est desprecatio tua, que quiere decir: No temas Zacarías, porque es oída tu oración, es a saber, concediéndole el hijo que muchos años le había andado pidiendo, como quiera que siempre le hubiese oído. Y así ha de entender cualquiera alma que, aunque Dios no acuda luego a su necesidad y ruego, no por eso, si ella no lo desmerece, dejará de acudir en el tiempo debido y portuno, el cual es, como dice David (Ps 9,10), adiutor in opportunitatibus, in tribulatione, esto es, ayudador en las oportunidades y en la tribulación. Quiere, pues, decir aquí el alma cuando dice: Si por ventura vierdes, si por mi buena ventura ha llegado el tiempo y sazón en que mis deseos y peticiones hayan llegado a que los vea para cumplírmelos,

aquel que yo más quiero,


5 es a saber, más que a todas las cosas. Y entonces, hablando a lo perfecto, le quiere más que a todas las cosas el alma, cuando no se le pone nada por delante que la impida hacer y padecer por él cualquier cosa. A éste, pues, que ella más quiere, envía por mensajeros a sus deseos con el recaudo de sus necesidades y penas, diciendo:

Decilde que adolezco, peno y muero.


6 Tres maneras de necesidades representa aquí el alma, conviene a saber: dolencia, pena y muerte. Porque el alma que de veras ama, ordinariamente en el sentimiento de la ausencia de Dios padece de estas tres maneras dichas, según las tres potencias del alma, que son: entendimiento, voluntad y memoria. Acerca del entendimiento adolece, porque no ve a Dios, que es la salud del entendimiento. Acerca de la voluntad pena, porque carece de la posesión de Dios, que es el descanso, refrigerio y deleite de la voluntad. Acerca de la memoria muere, porque, acordándose que carece de todos los bienes del entendimiento, que es ver a Dios, y de todos los deleites de la voluntad, que es poseerle, y que también es muy posible carecer de él para siempre, padece en esta memoria a manera de muerte.

7 Estas tres necesidades representó también Jeremías (Lm 3,19) a Dios, diciendo: Recordare paupertatis meae, absynthii et fellis, que quiere decir: Acuérdate de mi pobreza, y del ajenjo y de la hiel. La pobreza se refiere al entendimiento, porque a él pertenecen las riquezas de la sabiduría de Dios, en la cual, como dice san Pablo (Col 2,3), están encerrados todos los tesoros de Dios. El ajenjo, que es hierba amarísima, se refiere a la voluntad, porque a esta potencia pertenece la dulzura de la posesión de Dios, de la cual careciendo, se queda con la amargura, según el ángel dijo a san Juan en el Apocalipsis (Ap 10,9), diciendo: Accipe librum, et devora illum, et faciet amaricari ventrem tuum, que quiere decir: Toma y come el libro y hacerte ha amargura en el vientre, tomando allí el vientre por la voluntad. La hiel se refiere a la memoria, que significa la muerte del alma, según da a entender Moisés en el Deuteronomio (Dt 32,33), hablando de los condenados, diciendo: Fel draconum vinum eorum, et venenum aspidum insanabile, esto es: Hiel de dragones será el vino de ellos, y veneno de áspides insanable; lo cual significa allí el carecer de Dios, que es muerte del alma. Y estas tres necesidades y penas están fundadas en las tres virtudes teologales, que son: fe, caridad y esperanza, que se refieren a las tres dichas potencias: entendimiento, voluntad y memoria.

8 Y es de notar que el alma, en el dicho verso, no hace más que representar su necesidad y pena al Amado, porque el que discretamente ama, no cura de pedir lo que le falta y desea sino de representar su necesidad, para que el Amado haga lo que fuere servido; como cuando la bendita Virgen dijo al amado Hijo en las bodas de Caná de Galilea, no pidiéndole derechamente el vino, sino diciendo: No tienen vino (Jn 2,3); y las hermanas de Lázaro le enviaron, no a decir que sanase a su hermano, sino a decir que mirase que al que amaba estaba enfermo (Jn 11,3).

Y la causa por que sea mejor para el amante representar al Amado su necesidad que pedirle el cumplimiento de ella, es por tres cosas: la primera, porque mejor sabe el Señor nuestras necesidades que nosotros mismos; la segunda, porque el Amado más se compadece viendo la necesidad de su amante, y se mueve viendo su resignación; la tercera, porque más seguridad lleva el alma acerca del amor propio y propiedad en representar su falta, que en pedir lo que a su parecer le falta. Ni más ni menos hace el alma en este presente verso, representando sus tres necesidades, lo cual es tanto como pedirle el remedio de ellas. Porque decir: Decidle que adolezco, peno y muero, es como decir: pues adolezco, y él sólo es mi salud, que me dé mi salud; y pues peno, y él solo es mi descanso, que me dé mi descanso; y pues muero, y él solo es mi vida, que me dé mi vida.


CANCIÓN 3

Buscando mis amores,

iré por esos montes y riberas;

ni cogeré las flores,

ni temeré las fieras,

y pasaré los fuertes y fronteras.


DECLARACIÓN

1 No sólo basta al alma orar y desear y ayudarse de terceros para hablar al Amado, como ha hecho en las precedentes canciones, sino que junto con eso ella misma se ponga por la obra a le buscar. Y eso dice que ha de hacer en esta canción, diciendo que en busca de su Amado ha de ir ejercitándose en las virtudes y mortificaciones, en la vida contemplativa y activa; y que para esto no ha de admitir bienes ni regalos algunos, ni bastarán a detenerla e impedirla este camino todas las fuerzas y asechanzas de los tres enemigos: mundo, demonio y carne, diciendo:

Buscando mis amores,


2 es a saber, a mi Amado,

iré por esos montes y riberas.


3 A las virtudes llama montes: lo uno, por la alteza de ellas; lo otro, por la dificultad y trabajo que se pasa en subir a ellas, ejercitando la vida contemplativa. Y llama riberas a las mortificaciones y sujeciones y desprecio de sí, ejercitándose también, acerca de esto, en la vida activa, porque para adquirir las virtudes, la una y la otra es menester. Es, pues, tanto como decir: buscando a mi Amado, iré poniendo por obra las virtudes altas, y humillándome en las mortificaciones y cosas bajas. Esto dice, porque el camino de buscar a Dios es ir obrando en Dios el bien y mortificando en sí el mal de la manera que se sigue:

Ni cogeré las flores.


4 Por cuanto para buscar a Dios se requiere un corazón desnudo y fuerte, libre de todos los males y bienes que puramente no son Dios, dice en el presente verso y en los siguientes el alma la libertad y fortaleza que ha de tener para buscarle. Y en éste dice que no cogerá las flores que encontrare en este camino, por las cuales entiende todos los gustos y contentamientos y deleites que se le pueden ofrecer en esta vida, que le podrían impedir el camino si cogerlos o admitirlos quisiese, los cuales son en tres maneras: temporales, sensuales y espirituales.

Y porque los unos y los otros ocupan el corazón y le son impedimento para la desnudez espiritual (cual se requiere para el derecho camino de Cristo), si reparase o hiciese asiento en ellos, dice que, para buscarle, no cogerá todas estas flores dichas. Y así, es como si dijera: ni pondré mi corazón en las riquezas y bienes que ofrece el mundo, ni admitiré los contentamientos y deleites de mi carne, ni repararé en los gustos y consuelos de mi espíritu, de suerte que me detenga en buscar a mis amores por los montes y riberas de las virtudes y trabajos. Esto dice por tomar el consejo que da el profeta David (Ps 61,11) a los que van por este camino, diciendo: Divitiae si affluant, nolite cor apponere, esto es: Si se ofrecieren abundantes riquezas, no queráis aplicar a ellas el corazón; lo cual entiende así de los gustos sensuales como de los demás bienes temporales y consuelos espirituales.

Donde es de notar que no sólo los bienes temporales y deleites corporales impiden y contradicen el camino de Dios, mas también los consuelos y deleites espirituales, si se tienen con propiedad o se buscan, impiden el camino de la cruz del Esposo Cristo. Por tanto, el que ha de ir adelante conviénele que no se ande a coger esas flores; y no sólo eso, sino que también tenga ánimo y fortaleza para decir:

Ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.


5 En los cuales versos pone los tres enemigos del alma, que son: mundo, demonio y carne, que son los que hacen guerra y dificultan el camino. Por las fieras entiende el mundo; por los fuertes el demonio, y por las fronteras la carne.

6 Llama fieras al mundo, porque al alma que comienza el camino de Dios, parécele que se le representa en la imaginación el mundo como a manera de fieras, haciéndole amenazas y fieros. Y es principalmente en tres maneras: la primera, que le ha de faltar el favor del mundo, perder los amigos, el crédito, valor y aun la hacienda; la segunda, que es otra fiera no menor, que cómo ha de poder sufrir no haber ya jamás de tener contentos y deleites del mundo y carecer de todos los regalos de él; y la tercera es aún mayor, conviene a saber, que se han de levantar contra ella las lenguas y han de hacer burla y ha de haber muchos dichos y mofas y le han de tener en poco. Las cuales cosas de tal manera se les suelen anteponer a algunas almas, que se les hace dificultosísimo no sólo el perseverar contra estas fieras, más aun el poder comenzar el camino.

7 Pero a algunas almas más generosas se les suelen poner otras fieras más interiores y espirituales de dificultades y tentaciones, tribulaciones y trabajos de muchas maneras, por que les conviene pasar, cuales los envía Dios a los que quiere levantar a alta perfección, probándolos y esmerándolos como al oro en el fuego, según aquello de David (Ps 33,20) en que dice: Multae tribulationes iustorum, esto es: Las tribulaciones de los justos son muchas, mas de todas ellas los librará el Señor. Pero el alma bien enamorada, que estima a su Amado más que a todas las cosas, confiada en el amor y favor de él, no tiene en mucho decir: Ni temeré las fieras,

y pasaré los fuertes y fronteras.


8 A los demonios, que es el segundo enemigo, llama fuertes, porque ellos con grande fuerza procuran tomar el paso de este camino, y porque también sus tentaciones y astucias son más fuertes y duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y carne, y porque también se fortalecen de estos otros dos enemigos, mundo y carne, para hacer al alma fuerte guerra. Y, por tanto, hablando David (Ps 53,5) de ellos los llama fuertes diciendo: Fortes quaesierunt animam meam, es a saber: Los fuertes pretendieron mi alma. De cuya fortaleza también dice el profeta Job (Jb 41,24) que no hay poder sobre la tierra que se compare a éste del demonio, que fue hecho de suerte que a ninguno temiese, esto es, ningún poder humano se podrá comparar con el suyo, y así, sólo el poder divino basta para poder entender sus ardides. Por lo cual el alma que hubiere de vencer su fortaleza, no podrá sin oración, ni sus engaños podrá entender sin humildad y mortificación. Que por eso dice san Pablo (Ep 6,11-12), avisando a los fieles, estas palabras, diciendo: Induite vos armaturam Dei, ut possitis stare adversus insidias diaboli, quoniam non est nobis colluctatio adversus carnem et sanguinem, es a saber: Vestíos las armas de Dios, para que podáis resistir contra las astucias del enemigo; porque esta lucha no es como contra la carne y la sangre, entendiendo por la sangre el mundo, y por las armas de Dios la oración y cruz de Cristo, en que está la humildad y mortificación que habemos dicho.

9 Dice también el alma que pasará las fronteras, por las cuales entiende, como habemos dicho, las repugnancias y rebeliones que naturalmente la carne tiene contra el espiritu; la cual, como dice san Pablo (Ga 5,17): Caro enim concupiscit adversus spiritum, esto es: La carne codicia contra el espiritu, y se pone como en frontera, resistiendo al camino espiritual. Y estas fronteras ha de pasar el alma, rompiendo las dificultades y echando por tierra con la fuerza y determinación del espíritu todos los apetitos sensuales y afecciones naturales; porque, en tanto que los hubiere en el alma, de tal manera está el espíritu impedido debajo de ellas, que no puede pasar a verdadera vida y deleite espiritual. Lo cual nos dio bien a entender san Pablo (Rm 8,13), diciendo: Si spiritu facta carnis mortificaveritis, vivetis, esto es: Si mortificáredes las inclinaciones y apetitos carnales con el espíritu, viviréis.

Este, pues, es el estilo que dice el alma en la dicha canción que le conviene tener para en este camino buscar a su Amado, el cual, en suma, es tal: constancia y valor para no bajarse a coger las flores, y ánimo para no temer las fieras, y fortaleza para pasar los fuertes y fronteras, sólo entendiendo en ir por los montes y riberas de virtudes, de la manera que está ya declarado.




Cantico espiritual A 1