Las Fundaciones 11

Capítulo 11


Prosigue en la materia comenzada del orden que tuvo doña Casilda de Padilla para conseguir sus santos deseos de entrar en religión.




1 En este tiempo ofrecióse dar un hábito a una freila en este monasterio de la Concepción, cuyo llamamiento podrá ser que diga, porque aunque diferentes en calidad (porque es una labradorcita), en las mercedes grandes que le ha hecho Dios, la tiene de manera, que merece -para ser su Majestad alabado- que se haga de ella memoria. Y yendo doña Casilda (que así se llamaba esta amada del Señor) con una abuela suya a este hábito, que era madre de su esposo, aficionóse en extremo a este monasterio, pareciéndole que por ser pocas y pobres podían servir mejor al Señor, aunque todavía no estaba determinada a dejar a su esposo, que, como he dicho, era lo que más la detenía.

2 Consideraba que solía antes que se desposase tener ratos de oración; porque la bondad y santidad de su madre las tenía, y a su hijo, criados en esto, que desde siete años los hacía entrar a tiempos en un oratorio, y los enseñaban cómo habían de considerar en la Pasión del Señor, y los hacía confesar a menudo, y así ha visto tan buen suceso de sus deseos, que eran quererlos para Dios; y así me ha dicho ella, que siempre se los ofrecía y suplicaba los sacase del mundo, porque ya ella estaba desengañada de en lo poco que se ha de estimar. Considero yo algunas veces, cuando ellos se vean gozar de los gozos eternos, y que su madre fue el medio, las gracias que le darán y el gozo accidental que ella tendrá de verlos; y cuán al contrario será los que por no los criar sus padres como a hijos de Dios (que lo son más que no suyos), se ven los unos y los otros en el infierno, las maldiciones que se echarán y las desesperaciones que tendrán.

3 Pues tornando a lo que decía, como ella viese que aun rezar ya el rosario hacía de mala gana, hubo gran temor que siempre sería peor, y parecíale que veía claro que viniendo a esta casa tenía asegurada su salvación. Y así se determinó del todo; y viniendo una mañana su hermana y ella con su madre acá, ofrecióse que entraron en el monasterio dentro, bien sin cuidado que ella haría lo que hizo. Como se vio dentro, no basbaba nadie a echarla de casa. Sus lágrimas eran tantas porque la dejasen y las palabras que decía, que a todas tenía espantadas. Su madre, aunque en lo interior se alegraba, temía a los deudos y no quería se quedara así, porque no dijesen había sido persuadida por ella, y la priora también estaba en lo mismo, que le parecía era niña y que era menester más prueba. Esto era por la mañana. Hubiéronse de quedar hasta la tarde, y enviaron a llamar a su confesor y al padre maestro fray Domingo, que lo era mío, dominico -de quien hice al principio mención-, aunque yo no estaba entonces aquí. Este padre entendió luego que era espíritu del Señor, y la ayudó mucho, pasando harto con sus deudos (así habían de hacer todos los que le pretenden servir, cuando ven un alma llamada de Dios, no mirar tanto las prudencias humanas), prometiéndole de ayudarle para que tornase otro día.

4 Con hartas persuasiones, porque no echasen culpa a su madre, se fue esta vez; ella iba siempre más adelante en sus deseos. Comenzaron secretamente su madre a dar parte a sus deudos (porque no lo supiese el esposo se traía este secreto); decían que era niñería y que esperase hasta tener edad, que no tenía cumplidos doce años. Ella decía que como la hallaron con edad para casarla y dejarla al mundo, cómo no se la hallaban para darse a Dios. Decía cosas que se parecía bien no era ella la que hablaba en esto.

5 No pudo ser tan secreto que no se avisase a su esposo. Como ella lo supo, parecióle no se sufría aguardarle, y un día de la Concepción, estando en casa de su abuela -que también era su suegra-, que no sabía nada de esto, rogóla mucho la dejase ir al campo con su aya a holgar un poco; ella lo hizo por hacerla placer, en un carro con sus criados. Ella dio a uno dinero y rogóle la esperase a la puerta de este monasterio con unos manojos o sarmientos, y ella hizo rodear de manera que la trajeron por esta casa. Como llegó a la puerta dijo que pidiesen al torno un jarro de agua, que no dijesen para quién, y apeóse muy aprisa. Dijeron que allí se lo darían. Ella no quiso. Ya los manojos estaban allí. Dijo que dijesen viniesen a la puerta a tomar aquellos manojos, y ella juntóse allí y, en abriendo, entróse dentro y fuese a abrazar con nuestra Señora, llorando y rogando a la priora no la echase. Las voces de los criados eran grandes y los golpes que daban a la puerta. Ella los fue a hablar a la red, y les dijo que por ninguna manera saldría, que lo fuesen a decir a su madre. Las mujeres que iban con ella hacían grandes lástimas. A ella se le daba poco de todo. Como dieron la nueva a su abuela, quiso ir luego allá.

6 En fin, ni ella ni su tío ni su esposo, que había venido y procuró mucho de alelarla por la red, hacían más de darla tormento cuando estaba con ella, y después quedar con mayor firmeza. Decíala el esposo después de muchas lástimas, que podría más servir a Dios haciendo limosnas. Ella le respondía que las hiciese él. Y a las demás cosas le decía que más obligada estaba a su salvación y que veía que era flaca, y que en las ocasiones del mundo no se salvaría, y que no tenía que se quejar de ella, pues no le había dejado sino por Dios, que en esto no le hacía agravio. De que vio que no se satisfacía con nada, levantóse y dejóle.

7 Ninguna impresión le hizo, antes del todo quedó disgustada con él; porque al alma que Dios da luz de la verdad, las tentaciones y estorbos que pone el demonio la ayudan más; porque es su Majestad el que pelea por ella, y así se veía claro aquí, que no parecía era ella la que hablaba.

8 Como su esposo y deudos vieron lo poco que aprovechaba quererla sacar de grado, procuraron fuese por fuerza; y así trajeron una provisión real para sacarla fuera del monasterio y que la pusiesen en libertad. En todo este tiempo, que fue desde la Concepción hasta el día de los Inocentes, que la sacaron, se estuvo sin darle el hábito en el monasterio, haciendo todas las cosas de la religión como si le tuviera, y con grandísimo contento. Este día la llevaron en casa de un caballero, viniendo la justicia por ella. Lleváronla con hartas lágrimas, diciendo que para qué la atormentaban, pues no les había de aprovechar nada. Aquí fue harto persuadida, así de religiosos como de otras personas; porque a unos les parecía que era niñería, otros deseaban gozase su estado. Sería alargarme mucho si dijese las disputas que tuvo y de la manera que se libraba de todos. Dejábalos espantados de las cosas que decía.

9 Ya que vieron no aprovechaba, pusiéronla en casa de su madre para detenerla algún tiempo, la cual estaba ya cansada de ver tanto desasosiego y no la ayudaba en nada, antes, a lo que parecía, era contra ella. Podía ser que fuese para probarla mas; al menos así me lo ha dicho después (que es tan santa que no se ha de creer sino lo que dice); mas la niña no lo entendía. Y también un confesor que la confesaba le era en extremo contrario, de manera que no tenía sino a Dios y a una doncella de su madre, que era con quien descansaba. Así pasó con harto trabajo y fatiga hasta cumplir los doce años, que entendió que se trataba de llevarla a ser monja en el monasterio que estaba su hermana -ya que no la podía quitar de que lo fuese- por no haber en él tanta aspereza.

10 Ella, como entendió esto, determinó de procurar por cualquier medio que pudiese procurar su contento con llevar su propósito adelante. Y así, un día, yendo a misa con su madre, estando en la iglesia, entróse su madre a confesar en un confesonario, y ella rogó a su aya que fuese a uno de los padres a pedir que le dijesen una misa; y en viéndola ida, metió sus chapines en la manga, y alzó la saya, y váse con la mayor prisa que pudo a este monasterio, que era harto lejos. Su aya, como no la halló, fue tras ella; y ya que llegaba cerca, rogó a un hombre que se la tuviese. El dijo después que no había podido menearse, y así, la dejó. Ella, como entró a la puerta del monasterio primera, cerró la puerta y comenzó a llamar. Cuando llegó la aya, ya estaba dentro en el monasterio, y diéronle luego el hábito, y así dio fin a tan buenos principios como el Señor había puesto en ella. Su Majestad la comenzó bien en breve a pagar con mercedes espirituales, y ella a servirle con grandísimo contento y grandísima humildad y desasimiento de todo.

11 Sea bendito por siempre, que así da gusto con los vestidos pobres de sayal a la que tan aficionada estaba a los muy curiosos y ricos, aunque no eran parte para encubrir su hermosura, que estas gracias naturales repartió el Señor con ella, como las espirituales, de condición y entendimiento tan agradable, que a todas es despertador para alabar a su Majestad, y plega a él haya muchas que así respondan a su llamamiento.



Capítulo 12


En que se trata de la vida y muerte de una religiosa que trajo nuestro Señor a esta misma casa, llamada Beatriz de la Encarnación, que fue en su vida de tanta perfección, y su muerte tal, que es justo se haga de ella memoria.




1 Entró en este monasterio por monja una doncella llamada doña Beatriz Oñez, algo deudo de doña Casilda. Entró algunos años antes, cuya alma tenía a todas espantada, por ver lo que el Señor obraba en ella de grandes virtudes. Y afirman las monjas y priora que en todo cuanto vivió, jamás entendieron en ella cosa que se pudiese tener por imperfección, ni jamás por cosa la vieron de diferente semblante, sino con una alegría modesta, que daba bien a entender el gozo interior que traía su alma. Un callar sin pesadumbre, que con tener gran silencio, era de manera que no se le podía notar por cosa particular. No se halla haber jamás hablado palabra que hubiese en ella que reprender, ni en ella se vio porfía ni una disculpa, aunque la priora, por probarla, la quisiese culpar de lo que no había hecho, como en estas casas se acostumbra para mortificar. Nunca jamás se quejó de cosa ni de ninguna hermana, ni por semblante ni palabra dio disgusto a ninguna con oficio que tuviese ni ocasión para que de ella se pensase ninguna imperfección, ni se hallaba por qué acusarla ninguna falta en capítulo, con ser cosas bien menudas las que allí las celadoras dicen que han notado. En todas las cosas era extraño su concierto interior y exteriormente. Esto nacía de traer muy presente la eternidad y para lo que Dios nos había criado. Siempre traía en la boca alabanzas de Dios y un agradecimiento grandísimo. En fin, una perpetua oración.

2 En lo de la obediencia jamás tuvo falta, sino con una prontitud y perfección y alegría a todo lo que se le mandaba. Grandísima caridad con los prójimos, de manera que decía que por cada uno se dejaría hacer mil pedazos, a trueco de que no perdiesen el alma y gozasen de su hermano Jesucristo, que así llamaba a nuestro Señor. En sus trabajos, los cuales, con ser grandísimos de terribles enfermedades, como adelante diré, y de gravísimos dolores, los padecía con tan grandísima voluntad y contento como si fueran grandes regalos y deleites. Debíasele nuestro Señor dar en el espíritu, porque no es posible menos, según con la alegría los llevaba.

3 Acaeció que en este lugar de Valladolid llevaban a quemar a unos por grandes delitos. Ella debía saber no iban a la muerte con tan buen aparejo como convenía, y dióle tan grandísima aflicción, que con gran fatiga se fue a nuestro Señor y le suplicó muy ahincadamente por la salvación de aquellas almas y que a trueco de lo que ellos merecían, o porque ella mereciese alcanzar esto (que las palabras puntualmente no me acuerdo) le diese toda su vida todos los trabajos y penas que ella pudiese llevar. Aquella misma noche le dio la primera calentura, y hasta que murió, siempre fue padeciendo. Ellos murieron bien, por donde parece que oyó Dios su oración.

4 Dióle luego una postema dentro de las tripas, con tan gravísimos dolores que era bien menester para sufrirlos con paciencia lo que el Señor había puesto en su alma. Esta postema era por la parte de adentro, adonde cosa de las medicinas que la hacían no le aprovechaba; hasta que el Señor quiso que se le viniese a abrir y echar la materia, y así mejoró algo de este mal. Con aquella gana que le daba de padecer no se contentaba con poco, y así oyendo un sermón un día de la Cruz, creció tanto este deseo que, como acabaron, con un ímpetu de lágrimas se fue sobre su cama, y preguntándole qué había, dijo que rogasen a Dios le diese muchos trabajos y que con esto estaría contenta.

5 Con la priora trataba ella todas las cosas interiores y se consolaba en esto. En toda la enfermedad jamás dio la menor pesadumbre del mundo, ni hacía más de lo que quería la enfermera, aunque fuese beber un poco de agua. Desear trabajos almas que tienen oración es muy ordinario, estando sin ellos; mas estando en los mismos trabajos, alegrarse de padecerlos, no es de muchas. Y así, ya que estaba tan apretada, que duró poco, y con dolores muy excesivos, y una postema que le dio dentro de la garganta, que no la dejaba tragar, estaban allí algunas de las hermanas, y dijo a la priora (como la debía consolar y animar a llevar tanto mal) que ninguna pena tenía, ni se trocaría por ninguna de las hermanas que estaban muy buenas. Tenía tan presente a aquel Señor, por quien padecía, que todo lo más que ella podía rodear para que no entendiesen lo mucho que padecía, y así, si no era cuando el dolor la apretaba mucho, se quejaba muy poco.

6 Parecíale que no había en la tierra cosa más ruin que ella, y así en todo lo que se podía entender, era grande su humildad. En tratando de virtudes de otras personas, se alegraba muy mucho. En cosa de mortificación era extremada. Con una disimulación se apartaba de cualquiera cosa que fuese recreación, que, si no era quien andaba sobre aviso, no lo entendían. No parecía que vivía ni trataba con las criaturas, según se le daba poco de todo, que de cualquier manera que fuesen las cosas, las llevaba con una paz que siempre la veían estar en un ser; tanto, que le dijo una vez una hermana, que parecía de unas personas que hay muy honradas, que, aunque mueran de hambre, lo quieren más que no que lo sientan los de fuera; porque no podían creer que ella dejaba de sentir algunas cosas, aunque tampoco se le parecía.

7 Todo lo que hacía de labor y de oficios era con un fin que no dejaba perder el mérito; y así decía a las hermanas: «no tiene precio la cosa más pequeña que se hace, si va por amor de Dios; no habíamos de menear los ojos, hermanas, si no fuese por este fin y por agradarle». Jamás se entremetía en cosa que no estuviese a su cargo; así no veía falta de nadie, sino de sí. Sentía tanto que de ella se dijese ningún bien, que así traía cuenta con no le decir de nadie en su presencia, por no las dar pena. Nunca procuraba consuelo, ni en irse a la huerta, ni en cosa criada; porque, según ella dijo, grosería sería buscar alivio de los dolores que nuestro Señor le daban; y así nunca pedía cosa, sino lo que le daban; con eso pasaba. También decía que antes le sería cruz tomar consuelo en cosa que no fuese Dios. El caso es que, informándome yo de las de casa, no hubo ninguna que hubiese visto en ella cosa que pareciese sino de alma de gran perfección.

8 Pues venido el tiempo en que nuestro Señor la quiso llevar de esta vida, crecieron los dolores y tantos males juntos, que para alabar a nuestro Señor de ver el contento como lo llevaba, la iban a ver algunas veces. En especial tuvo gran deseo de hallarse a su muerte el capellán que confiesa en aquel monasterio, que es harto siervo de Dios; que, como él la confesaba, teníala por santa. Fue servido que se le cumplió este deseo, que como estaba con tanto sentido y ya oleada, llamáronle para que si hubiese menester aquella noche, reconciliarla o ayudarla a morir. Un poco antes de las nueve, estando todas con ella, y él lo mismo, como un cuarto de hora antes que muriese se le quitaron todos los dolores, y con una paz muy grande levantó los ojos y se le puso una alegría de manera en el rostro, que pareció como un resplandor, y ella estaba como quien mira a alguna cosa que la da gran alegría, porque así se sonrió por dos veces. Todas las que estaban allí y el mismo sacerdote fue tan grande el gozo espiritual y alegría que recibieron, que no saben decir más de que les parecía que estaban en el cielo. Y con esta alegría que digo, los ojos en el cielo, expiró, quedando como un ángel; que así podemos creer, según nuestra fe y según su vida, que la llevó Dios a descanso en pago de lo mucho que había deseado padecer por él.

9 Afirma el capellán, y así lo dijo a muchas personas, que al tiempo de echar el cuerpo en la sepultura sintió en él grandísimo y muy suave olor. También afirma la sacristana que de toda la cera que en su enterramiento y honras ardió, no halló cosa disminuida de la cera. Todo se puede creer de la misericordia de Dios. Tratando estas cosas con un confesor suyo de la Compañía de Jesús, con quien había muchos años confesado y tratado su alma, dijo que no era mucho, ni él se espantaba, porque sabía que tenía nuestro Señor mucha comunicación con ella.

10 Plega a su Majestad, hijas mías, que nos sepamos aprovechar de tan buena compañía como ésta y otras muchas que nuestro Señor nos da en estas casas. Podrá ser que diga alguna cosa de ellas, para que se esfuercen a imitar las que van con alguna tibieza, y para que alabemos todas al Señor, que así resplandece su grandeza en unas flacas mujercitas.



Capítulo 13


En que trata cómo se comenzó la primera casa de la regla primitiva, y por quién, de los descalzos carmelitas. Año de 1568.




1 Antes que yo fuese a esta fundación de Valladolid, como a tenía concertado con el padre fray Antonio de Jesús, que era entonces prior en Medina, en santa Ana, que es de la Orden del Carmen, y con fray Juan de la Cruz, como ya tengo dicho, de que serían los primeros que entrasen si se hiciese monasterio de la primera regla de descalzos, y como yo no tuviese remedio para tener casa, no hacía sino encomendarlo a nuestro Señor; porque, como he dicho, ya estaba satisfecha de estos padres. Porque al padre fray Antonio de Jesús había el Señor bien ejercitado, un año que había que yo lo había tratado con él, en trabajos y llevádolo con mucha perfección. Del padre fray Juan de la Cruz ninguna prueba había menester, porque, aunque estaba entre los del paño, calzados, siempre había hecho vida de mucha perfección y religión. Fue nuestro Señor servido, que como me dio lo principal, que eran frailes que comenzasen, ordenó lo de demás.

2 Un caballero de Avila, llamado don Rafael, con quien yo jamás había tratado, no sé cómo, que no me acuerdo, vino a entender que se quería hacer un monasterio de descalzos, y vínome a ofrecer que me daría una casa que tenía en un lugarcillo de hartos pocos vecinos, que me parece no serían veinte, que no me acuerdo ahora, que la tenía allí para un rentero que recogía el pan de renta que tenía allí. Yo, aunque vi cuál debía ser, alabé a nuestro Señor y agradecíselo mucho. Díjome que era camino de Medina del Campo, que iba yo por allí para ir a la fundación de Valladolid, que es camino derecho, y que la vería. Yo dije que lo haría, y así lo hice, que partí de Avila por junio con una compañera y con el padre Julián Dávila, que era el sacerdote que he dicho que me ayudaba a estos caminos, capellán de san José de Avila.

3 Aunque partimos de mañana, como no sabíamos el camino, errámosle. Y como el lugar es poco nombrado, no se hallaba mucha relación de él. Así anduvimos aquel día con harto trabajo, porque hacía muy recio sol. Cuando pensábamos estábamos cerca, había otro tanto que andar. Siempre se me acuerda del cansancio y desvarío que traíamos en aquel camino. Así llegamos poco antes de la noche. Como entramos en la casa, estaba de tal suerte, que no nos atrevimos a quedar allí aquella noche por causa de la demasiada poca limpieza que tenía y mucha gente del agosto. Tenía un portal razonable y una cámara doblada con su desván y una cocinilla. Este edificio todo tenía nuestro monasterio. Yo consideré que en el portal se podía hacer iglesia, y en el desván, coro -que venía bien- y dormir en la cámara. Mi compañera, aunque era harto mejor que yo y muy amiga de penitencia, no podía sufrir que yo pensase hacer allí monasterio, y así me dijo: «cierto, madre, que no haya espíritu, por bueno que sea, que lo pueda sufrir; vos no tratéis de esto». El padre que iba conmigo, aunque le pareció lo que a mi compañera, como le dije mis intentos, no me contradijo. Fuímonos a tener la noche en la iglesia, que para el cansancio grande que llevábamos, no quisiéramos tenerla en vela.

4 Llegados a Medina, hablé luego con el padre fray Antonio y díjele lo que pasaba y que si tendría corazón para estar allí algún tiempo, que tuviese cierto que Dios lo remediaría presto, que todo era comenzar (paréceme tenía tan delante lo que el Señor ha hecho y tan cierto, a manera de decir, como ahora que lo veo, y aún mucho más de lo que hasta ahora he visto, que al tiempo que ésta escribo, hay diez monasterios de descalzos, por la bondad de Dios), y que creyese que no nos daría la licencia el provincial pasado ni el presente (que había de ser con su consentimiento, según dije al principio), si nos viesen en casa muy medrada, dejado que no teníamos remedio de ella y que en aquel lugarcillo y casa, que no harían caso de ellos. A él le había puesto Dios más ánimos que a mí, y así dijo que no sólo allí, mas que estaría en una pocilga. Fray Juan de la Cruz estaba en lo mismo.

5 Ahora nos quedaba alcanzar la voluntad de los dos padres que tengo dichos, porque con esa condición había dado la licencia nuestro padre general. Yo esperaba en nuestro Señor de alcanzarla, y así dije al padre fray Antonio que tuviese cuidado de hacer todo lo que pudiese en allegar algo para la casa. Yo me fui con fray Juan de la Cruz a la fundación que queda escrita de Valladolid. Y como estuvimos algunos días con oficiales para recoger la casa, sin clausura, había lugar para informar al padre fray Juan de la Cruz de toda nuestra manera de proceder, para que llevase bien entendidas todas las cosas, así de mortificación como del estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas; que todo es con tanta moderación, que sólo sirve de entender allí las faltas de las hermanas y tomar un poco de alivio para llevar el rigor de la regla. El era tan bueno que al menos yo podía mucho más aprender de él que él de mí; mas esto no era lo que yo hacía, sino el estilo del proceder las hermanas.

6 Fue Dios servido que estaba allí el provincial de nuestra Orden, de quien yo había de tomar el beneplácito, llamado fray Alonso González. Era viejo y harto buena cosa y sin malicia. Yo le dije tantas cosas, y de la cuenta que daría a Dios si tan buena obra estorbaba, cuando se la pedí (y su Majestad que lo dispuso, como quería que se hiciese), que se ablandó mucho. Venida la señora doña María de Mendoza y el obispo de Avila, su hermano, que es quien siempre nos ha favorecido y amparado, lo acabaron con él y con el padre fray Angel de Salazar, que era el provincial pasado, de quien yo temía toda la dificultad. Mas ofrecióse entonces cierta necesidad, que tuvo menester el favor de la señora doña María de Mendoza, y esto creo ayudó mucho, dejado que, aunque no hubiera esta ocasión, se lo pusiera nuestro Señor en corazón, como al padre general, que estaba bien fuera de ello.

7 ¡Oh, válgame Dios, qué de cosas he visto en estos negocios, que parecían imposibles y cuán fácil ha sido a su Majestad allanarlas, y qué confusión mía es, viendo lo que he visto, no ser mejor de lo que soy! Que ahora que lo voy escribiendo, me estoy espantando y deseando que nuestro Señor dé a entender a todos cómo en estas fundaciones no es casi nada lo que hemos hecho las criaturas. Todo lo ha ordenado el Señor por unos principios tan bajos, que sólo su Majestad lo podía levantar en lo que ahora está. Sea por siempre bendito, amén.



Capítulo 14


Prosigue en la fundación de la primera casa de los descalzos carmelitas. Dice algo de la vida que allí hacían y del provecho que comenzó a hacer nuestro Señor en aquellos lugares, a honra y gloria de Dios.




1 Como yo tuve estas dos voluntades, ya me parecía no me faltaba nada. Ordenamos que el padre fray Juan de la Cruz fuese a la casa, y lo acomodase de manera que comoquiera pudiesen entrar en ella, que toda mi prisa era hasta que comenzasen, porque tenía gran temor no nos viniese algún estorbo; y así se hizo. El padre fray Antonio ya tenía algo allegado de lo que era menester; ayudábamosle lo que podíamos, aunque era poco. Vino allí a Valladolid a hablarme con gran contento, y díjome lo que tenía allegado, que era harto poco. Sólo de relojes iba proveído, que llevaba cinco, que me cayó en harta gracia. Díjome, que para tener las horas concertadas, que no quería ir desapercibido; creo aun no tenía en qué dormir.

2 Tardóse no poco en aderezar la casa, porque no había dinero, aunque quisieran hacer mucho. Acabado, el padre fray Antonio renunció su priorazgo, con harta voluntad, y prometió la primera regla, que aunque le decían lo probase primero, no quiso. Ibase a su casita con el mayor contento del mundo. Ya fray Juan estaba allá.

3 Dicho me ha el padre fray Antonio que, cuando llegó a vista del lugarcillo le dio un gozo interior muy grande, y le pareció que había ya acabado con el mundo en dejarlo todo y en meterse en aquella soledad; adonde al uno y al otro no se les hizo la casa mala, sino que les parecía estaban en grandes deleites.

4 ¡Oh, válgame Dios, qué poco hacen estos edificios y regalos exteriores para lo interior! Por su amor os pido, hermanas y padres míos, que nunca dejéis de ir muy moderados en esto de casas grandes y suntuosas. Tengamos delante nuestros fundadores verdaderos, que son aquellos santos padres de donde descendimos, que sabemos que por aquel camino de pobreza y humildad gozan de Dios.

5 Verdaderamente he visto haber más espíritu, y aun alegría interior, cuando parece que no tienen los cuerpos cómo estar acomodados, que después que ya tienen mucha casa y lo están. Por grande que sea, ¿qué provecho nos trae? Pues sólo de una celda es lo que gozamos continuo; que ésta sea muy grande y bien labrada, ¿qué nos va? Sí, que no hemos de andar mirando las paredes. Considerado que no es la casa que nos ha de durar para siempre, sino tan breve tiempo como es el de la vida, por larga que sea, se nos hará todo suave, viendo que mientras menos tuviéremos acá, más gozaremos en aquella eternidad, adonde son las moradas conforme al amor con que hemos imitado la vida de nuestro buen Jesús. Si decimos que son estos principios para renovar la regla de la Virgen su Madre, y Señora y Patrona nuestra, no la hagamos tanto agravio, ni a nuestros santos padres pasados, que dejemos de conformarnos con ellos. Ya que por nuestra flaqueza en todo no podamos, en las cosas que no hace ni deshace para sustentar la vida, habíamos de andar con gran aviso; pues todo es un poquito de trabajo sabroso, como le tenían estos dos padres; y en determinándonos de pasarlo, es acabada la dificultad, que toda es la pena un poquito al principio.

6 Primero o segundo domingo de adviento de este año de 1568 (que no me acuerdo cuál de estos domingos fue), se dijo la primera misa en aquel portalito de Belén, que no me parece era mejor. La cuaresma adelante, viniendo a la fundación de Toledo, me vine por allí. Llegué una mañana. Estaba el padre fray Antonio de Jesús barriendo la puerta de la iglesia, con un rostro de alegría que tiene él siempre. Yo le dije: «¿Qué es esto, mi padre?, ¿qué se ha hecho la honra?» Díjome estas palabras, diciéndome el gran contento que tenía: «Yo maldigo el tiempo que la tuve». Como entré en la iglesia, quedéme espantada de ver el espíritu que el Señor había puesto allí. Y no era yo sola, que dos mercaderes que habían venido de Medina hasta allí conmigo -que eran mis amigos- no hacían otra cosa sino llorar. ¡Tenía tantas cruces, tantas calaveras! Nunca se me olvida una cruz pequeña de palo que tenía para el agua bendita, que tenía en ella pegada una imagen de papel con un Cristo, que parecía ponía más devoción que si fuera de cosa muy bien labrada.

7 El coro era el desván, que por mitad estaba alto, que podían decir las horas; mas habíanse de abajar mucho para entrar y para oír misa. Tenían a los dos rincones, hacia la iglesia, dos ermitillas, adonde no podían estar sino echados o sentados, llenas de heno (porque el lugar era muy frío, y el tejado casi les daban sobre las cabezas), con dos ventanillas hacia el altar y dos piedras por cabeceras, y allí sus cruces y calaveras. Supe que después que acababan maitines, hasta prima no se tornaban a ir, sino allí se quedaban en oración, que la tenían tan grande, que les acaecía ir con harta nieve los hábitos cuando iban a prima, y no lo haber sentido. Decían sus horas con otro padre de los del paño, que se fue con ellos a estar, aunque no mudó hábito, porque era muy enfermo, y otro fraile mancebo, que no era ordenado, que también estaba allí.

8 Iban a predicar a muchos lugares que están por allí comarcanos sin niguna doctrina, que por esto también me holgué se hiciese allí la casa; que me dijeron que ni había cerca monasterio ni de dónde la tener, que era gran lástima. En tan poco tiempo era tanto el crédito que tenían, que a mí me hizo grandísimo consuelo cuando lo supe. Iban, como digo, a predicar legua y media, dos leguas, descalzos (que entonces no traían alpargatas, que después se las mandaron poner), y con harta nieve y frío; y después que habían predicado y confesado, se tornaban bien tarde a comer a su casa. Con el contento, todo se les hacía poco.

9 De esto de comer tenían muy bastante, porque de los lugares comarcanos les proveían más de lo que habían menester; y venían allí a confesar algunos caballeros que estaban en aquellos lugares, adonde les ofrecían ya mejores casas y sitios. Entre estos fue uno, don Luis, Señor de las Cinco Villas. Este caballero había hecho una iglesia para una imagen de nuestra Señora, cierto, bien digna de poner en veneración. Su padre la envió desde Flandes a su abuela o madre (que no me acuerdo cuál) con un mercader. El se aficionó tanto a ella que la tuvo muchos años, y después, a la hora de la muerte, mandó se la llevasen. Es un retablo grande, que yo no he visto en mi vida (y otras muchas personas dicen lo mismo) cosa mejor. El padre fray Antonio de Jesús, como fue a aquel lugar a petición de este caballero y vio la imagen, aficionóse tanto a ella, y con mucha razón, que aceptó de pasar allí el monasterio. Llámase este lugar Mancera. Aunque no tenía ninguna agua de pozo, ni de ninguna manera parecía la podían tener allí, labróles este caballero un monasterio conforme a su profesión, pequeño, y dio ornamentos; hízolo muy bien.

10 No quiero dejar de decir cómo el Señor les dió agua, que se tuvo por cosa de milagro. Estando un día después de cenar el padre fray Antonio, que era prior, en la claustra con sus frailes, hablando en la necesidad de agua que tenían, levantóse el prior y tomó un bordón que traía en las manos e hizo en una parte de él la señal de la cruz (a lo que me parece, aunque no me acuerdo bien si hizo cruz, mas, en fin, señal con el palo) y dijo: «Ahora, cavad aquí». A muy poco que cavaron salió tanta agua, que aún para limpiarle, es dificultoso de agotar; y agua de beber muy bueno, que toda la obra han gastado de allí y nunca, como digo, se agota. Después que cercaron una huerta, han procurado tener agua en ella y hecho noria y gastado harto. Hasta ahora, cosa que sea nada, no la han podido hallar.

11 Pues como yo vi aquella casita, que poco antes no se podía estar en ella, con un espíritu que a cada parte, me parece, que miraba, hallaba con qué me edificar, y entendí de la manera que vivían, y con la mortificación y oración y el buen ejemplo que daban (porque allí me vino a ver un caballero y su mujer, que yo conocía, que estaba en un lugar cerca, y no me acababan de decir de su santidad y el gran bien que hacían en aquellos pueblos), no me hartaba de dar gracias a nuestro Señor, con un gozo interior grandísimo, por parecerme que veía comenzado un principio para gran aprovechamiento de nuestra Orden y servicio de nuestro Señor. Plega a su Majestad que lleve adelante como ahora van, que mi pensamiento será bien verdadero. Los mercaderes que habían ido conmigo me decían que por todo el mundo no quisieran haber dejado de venir allí. ¡Qué cosa es la virtud, que más les agradó aquella pobreza que todas las riquezas que ellos tenían, y les hartó y consoló su alma!

12 Después que tratamos aquellos padres y yo algunas cosas, en especial, como soy flaca y ruin, les rogué mucho no fuesen en las cosas de penitencia con tanto rigor, que le llevaban muy grande; y como me había costado tanto de deseo y oración, que me diese el Señor quien lo comenzase, y veía tan buen principio, temía no buscase el demonio cómo los acabar antes que se efectuase lo que yo esperaba. Como imperfecta y de poca fe, no miraba que era obra de Dios, y su Majestad la había de llevar adelante. Ellos, como tenían estas cosas que a mí me faltaban, hicieron poco caso de mis palabras para dejar sus obras; y así me fui con harto grandísimo consuelo, aunque no daba a Dios las alabanzas que merecía tan gran merced. Plega a su Majestad, por su bondad, sea yo digna de servir en algo lo muy mucho que le debo, amén; que bien entendía era ésta muy mayor merced que la que me hacía en fundar casas de monjas.




Las Fundaciones 11