Teresa III Cartas 64

64

Carta LXIV

A la mesma madre María de san José, priora de Sevilla.

Jesús


Sea con vuestra reverencia, madre mía, el Espíritu Santo. Páreceme no quiere nuestro Señor pase mucho tiempo sin que yo tenga en qué padecer. Sepa que ha sido servido en llevar consigo a su buen amigo, y servidor Lorenzo de Cepeda. Diole un flujo de sangre tan apresuradamente, que le ahogó, que no duró seis horas. Había comulgado dos días había, y murió con sentido, encomendándose a nuestro Señor. Yo espero en su misericordia se fue a gozar dél; porque estaba ya de suerte, que si no era tratar en cosas de su servicio, todo le cansaba, y por esto holgaba de estarse en aquella su heredad, que era una legua de Ávila, decía que andaba corrido de andar en cumplimientos.

2. Su oración era ordinaria, porque siempre andaba en la presencia de Dios, y su Majestad le hacía tantas mercedes, que algunas veces me espantaba. A penitencia tenía mucha inclinación, y ansí hacía más de la que yo quisiera; porque todo lo comunicaba conmigo, que era cosa extraña el crédito, que de lo que yo le decía tenía, y procedía del mucho amor que me había cobrado. Yo se lo pago en holgarme, que haya salido desta vida tan miserable, y que esté ya en seguridad. Y no es manera de decir, sino que me da gozo, cuando en esto pienso. Sus hijos me han hecho lástima; mas por su padre pienso los hará Dios merced.

3. He dado a vuestra reverencia tanta cuenta, porque sé que le ha de dar pena su muerte (y cierto se lo debía bien, y todas esas mis hermanas) para que se consuelen. Es cosa extraña lo que él sintió sus trabajos, y el amor que las tenía. Ahora es tiempo de pagárselo, en encomendarlo a nuestro Señor, a condición, que si su alma no lo hubiera menester (como yo creo que no lo ha, y según nuestra fe lo puedo pensar) que se vaya lo que hicieren por las almas, que tuvieren más necesidad, por que se aprovechen dello.

4. Sepa que poco antes que muriese, me había escrito una carta aquí a san José de Segovia, que es a donde ahora estoy, que es once leguas de Ávila, en que me decía cosas, que no parecía sino que sabía lo poco que había de vivir, que me ha espantado. Paréceme, mi hija, que todo se pasa presto, que más habíamos de traer el pensamiento en cómo [276] morir, que no en cómo vivir. Plegue a Dios, que ya que me quedo acá, sea para servirle en algo, que cuatro años le llevaba, y nunca me acabo de morir; antes estoy ya buena del mal que he tenido, aunque con los achaques ordinarios, en especial de la cabeza.

5. A mi padre Rodrigo Álvarez envíe vuestra reverencia a decir, que a buen tiempo vino su carta; que venía toda del bien que eran los trabajos; y que me parece, que ya hace Dios milagros por su merced en vida, que ¿qué será en muerte?

6. Ahora me han dicho, que los moriscos dese lugar de Sevilla concertaban alzarse con ella. Buen camino llevaban vuestras reverencias para ser mártires. Sepan lo cierto desto, y escríbamelo la madre supriora. Holgádome de su salud, y dado pena la poca que vuestra reverencia trae. Por amor de Dios vuestra reverencia se mire mucho. Dicen que es bueno para eso de la orina, cogidos unos escaramojos, cuando están maduros, y secos, y hechos polvos, y tomar cantidad de medio real a las mañanas. Pregúntelo a un médico, y no esté tanto sin escribirme por caridad.

7. A todas las hermanas me encomiendo mucho, y a san Francisco. Las de acá, y la madre priora se les encomienda. Linda cosa les parece estar entre esas banderas, y barahúndas, si se saben aprovechar, y sacar espíritu de tantas novedades, como ahí deben de oír; que han bien menester andar con harta advertencia, para no se distraer. Gran gana tengo de que sean muy santas.

8. Mas ¿qué sería, si se luciese lo de Portugal? Que me escribe don Teutonio el arzobispo de Ébora, que no hay más de cuarenta leguas desde ahí a allá. Por cierto para mí sería harto contento. Sepa que ya que vivo, deseo hacer algo en servicio de Dios, y pues ha de ser ya poco, no lo gastar tan ociosamente como he hecho estos años, que todo ha sido padecer en lo interior, y en lo demás no hay cosa que luzca. Pidan a nuestro Señor, que me dé fuerzas, para emplearme algo en su servicio. Ya le he dicho que me dé esta a mi padre fray Gregorio, y la tenga por suya; que cierto le amo en el Señor, y deseo verle. Murió mi hermano el domingo después de san Juan. Su Majestad me la guarde a vuestra reverencia y haga la que yo deseo. Son hoy 4 de julio de 1579.

De vuestra reverencia sierva.

Teresa de Jesús. [277]
Notas.


1. En esta carta le da la Santa a la madre priora de Sevilla dilatada cuenta de la muerte de su hermano el señor Lorenzo de Cepeda, con valor, piedad, y sinceridad. No tuvo cosa pequeña la Santa.

2. Dice en el número primero, que murió ahogado de la sangre, y de repente; pero no desprevenido. Y esto no es muerte de repente, sino muy prevenida, y premeditada. Por eso cuando la Iglesia pide, que nos libre Dios de la mala muerte, no dice sólo: A subitanea morte, libera nos Domine: líbranos, Señor, de la muerte de repente, sino que añade: Et improvisa morte, subitanea, et improvisa;porque muerte de repente para el cuerpo, y prevenida, y próvida para el alma, no se atreve a repugnarla la Iglesia; por ser posible, que sea mejor, y más seguro para el alma en alguna ocasión este género de muerte, que la muerte muy de espacio, con los riesgos que traen consigo las terribles tentaciones, que el demonio ofrece al hombre al morir.

3. Uno de los santos Simeones Estilitas murió de un rayo en la columna, donde tantos años había hecho penitencia. El venerable fray Jordán, primero general de la religión Domínica, murió ahogado en un río, y después se apareció lleno de gloria inmortal.

4. Otro santo patriarca de una religión gravísima, murió casi de repente en nuestro tiempo. Sucedió lo mismo al venerable padre maestro Rojas, devotísimo de la Virgen María nuestra Señora, y promovedor insigne de esta santa devoción, y que hizo, y fundó, y formó en Madrid en el convento religiosísimo de la Trinidad santísima aquella ilustre, y pía, y caritativa congregación del Ave María; y de este santo, y excelente varón primero se supo su muerte, que no su achaque. Y podían traerse muchísimos ejemplos de este género. Y así en lo que debemos cargar la mano, y la consideración los cristianos, es andar prevenidos, para morir como este santo varón, hermano de la Santa, y dejar a Dios el tiempo, el cuándo, y el modo de morir, como nos conceda donde morir para vivir.

5. En el número tercero dice la Santa: Que espera, que no ha menester oraciones su hermano. Y aunque dice: Según nuestra fe; porque debemos creer píamente, que el bueno se salvará, y que el malo, si no llora, se condenará; y su hermano era muy santo, y bueno: pero es cierto que tuvo revelación la Santa, de que estuvo breve tiempo en el purgatorio. Y tal había sido su vida, y su penitencia, y su oración, que se puede bien creer.

6. En el número cuarto dice una máxima admirable, y que es bien que la traigamos presente día, y noche, y que durmamos con ella: Paréceme, mi hija, que todo se pasa tan presto, que más habíamos menester poner el pensamiento en morir, que no en cómo vivir. ¡Oh qué discreta razón! ¿Qué es el mundo, y su sustancia, si todo el mundo en un instante se acaba? ¿Qué es todo, si toda la vida se va volando a la muerte? ¿Qué es todo, si todo depende del hilo del vivir, que cada día va adelgazando el morir? ¿Qué es, sino morir, esto que llaman vivir?

¿Qué es todo, aunque sea todo mitras, coronas, tiaras, si está colgando [278] de una hebra tan delicada, y delgada, que apenas está pendiente, cuando se desvanece, se quiebra, y desaparece? ¿Quién piensa como eterno en el vivir, caminando acelerado al morir? La muerte viene volando a la vida: la vida corre volando a la muerte: presto se encuentran los que volando por línea recta se buscan.

7. ¡Qué bien que hacen los pontífices romanos en hacer quemar un poco de estopa al coronarse! Porque no dura más la corona, que el incendio de la estopa. ¡Qué bien hacían los emperadores griegos, a quien el día mismo que los coronaban, les buscaban cuatro, o cinco lapidarios con muestras de diversas piedras de jaspes, o de metales, para que escogiesen de cuál dellas querían que esculpiesen su sepulcro! ¡Qué bien que hizo san Juan el limosnero en hacer se comenzase su sepulcro, y que no se lo acabasen, por que cada día le dijesen: Señor, ¿cuándo queréis se acabe vuestro sepulcro? ¡Y con la pregunta misma le acordasen de su muerte!

8. Pensemos (como nos dice la Santa) cómo hemos de morir, para vivir. Pensemos cómo hemos de vivir, para morir. Toda la gloria, y la dicha de la muerte consiste en obrar con su memoria en la vida. Toda su dicha consiste no en andar, sino en parar. Toda la gloria de la vida consiste en hacer muerte de la vida, para hacer la vida muerte: en hacer tránsito dichosísimo a la muerte, de una gloriosa, y eterna vida.

9. En el número quinto (como quien se hallaba muy superior a su trabajo) envía encomiendas al padre Rodrigo Álvarez, de quien habemos hablado. Y en el sexto habla del levantamiento de los moriscos de Sevilla, y convida a sus hijas al martirio, como quien sabía lo deseaban. Y no se excusa de decirles, que le escriban lo que hay de nuevo en esta materia; porque las primeras cabezas de la república (como lo era una ilustre fundadora, y la primera mujer de aquel tiempo) es bien que sepan lo que pasa, para pedir a Dios por lo público, y para ayudar con eso, y con los dictámenes, y con cuanto puedan, al remedio universal de los reinos, y provincias.

10. Pero luego les advierte, que reciban mucha luz de los cuidados con que se vive en el mundo, y den gracias a Dios, de que ven la guerra desde la paz, y reconozcan su dicha al verse dentro del puerto mirando la tempestad.



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Carta LXV

A la madre priora, y religiosas del convento de san José de Granada.

Jesús.


Sea con vuestras reverencias el Espíritu Santo. En gracia me cae la barahúnda, que tienen de quejarse de nuestro padre provincial, y el descuido que han tenido en hacerle saber de sí, desde la carta primera, en que le decían que habían fundado; y conmigo han hecho lo mesmo. [279] Su reverencia estuvo aquí el día de la Cruz, y ninguna cosa había sabido más de lo que le dije; que fue lo que por una carta me escribió la priora de Sevilla, en que le decían compraban casa en doce mil ducados.

2. A donde había tanta prosperidad, no es mucho fuesen patentes tan justas. Mas allá se dan tan buena maña a no obedecer, que no me ha dado poca pena esto postrero, por lo mal que ha de parecer en toda la Orden, y aun por la costumbre que puede quedar en tener libertad las prioras, que tampoco le faltarán disculpas. Y ya que hacen vuestras reverencias tan cortos a esos señores, ha sido gran indiscreción haber estado tantas, y como tornaron a enviar a esas pobres tantas leguas, acabadas de enviar, que no sé qué corazón bastó.

3. Pudieran haber tornado a Veas las que vinieron de allá, y aun otras con ellas, que ha sido terrible desconcierto estar tantas, en especial sintiendo daban pesadumbre, ni sacar las de Veas, pues sabían ya, que no tenían casa propia. Cierto me espanto de la paciencia, que han tenido. Ello se erró desde el principio: y pues vuestra reverencia no tiene más remedio del que dice, bien es se ponga, pues se tiene tanta cuenta, si entra una hermana, que por eso lo ha de haber. En lugar tan grande mucha menudencia me parece.

4. Reídome he del miedo que nos pone, que quitará el arzobispo el monasterio. Ya él no tiene que ver en él: no sé para qué le hace tanta parte. Primero se morirá que saliese con ello. Y si ha de ser para poner principios en la Orden de poca obediencia, harto mejor sería no le hubiese; porque no está nuestra ganancia en ser muchos los monasterios, sino en ser santas las que estuvieren en ellos.

5. Estas cartas que vienen para nuestro padre provincial, no sé cuándo se le podrán dar. He miedo no será de aquí a mes y medio, y aun entonces no sé por dónde irán ciertas; porque de aquí fue a Soria, y de allí a tantas partes visitando, que no se sabe cosa cierta a dónde estará, ni cuándo sabremos dél. A mi cuenta, cuando llegasen las pobres hermanas, estaría en Villanueva: que me ha dado harta pena la que ha de recibir, y el corrimiento: porque el lugar es tan pequeño, que no habrá cosa secreta, y hará harto daño ver tal disbarate; que pudieran enviarlas a Veas hasta avisarle, pues no tenían tampoco licencia para donde tornaron, que ya eran conventuales desa casa, por su mandamiento, y no tornárselas a los ojos. Parecía había algunos medios; pues se tiene vuestra reverencia toda la culpa de no haber avisado las que llevó de Veas, o si ha tomado alguna freila, sino no haber hecho más caso dél, que si no tuviese oficio.

6. Hasta el invierno (según me dijo, y lo que tiene que hacer) es imposible [280] ir allá. El padre vicario provincial plegue a Dios esté para ello; porque me acaban de dar unas cartas de Sevilla, y escríbeme la priora que está herido de pestilencia (que la hay allá, aunque anda en secreto) y fray Bartolomé de Jesús, que me ha dado harta pena. Si no lo hubieren sabido, encomiéndenlos a Dios, que perderá mucho la Orden. El padre vicario dice en el sobrescrito de la carta, que está mejor, aunque no fuera de peligro. Ellas están harto fatigadas, y con razón: que son mártires en aquella casa de otros trabajos que en esa, aunque no se quejan tanto. Donde hay salud, y no les falta de comer, que estén un poco apretadas, no es tanta muerte: si muy acreditadas con muchos señores, no sé de qué se quejan: que no había de ser todo pintado.

7. Dice la madre Beatriz al padre provincial, que están esperando al padre vicario, para tornar las monjas de Veas, y Sevilla a sus casas. En Sevilla no están para eso, y es muy lejos, y en ninguna manera conviene. Cuando tanta sea la necesidad, nuestro padre lo verá.

8. Las de Veas es tan acertado, que si no es por el miedo que tengo de no ayudar a hacer ofensas de Dios con inobediencia, enviara a vuestra reverencia un gran precepto; porque para todo lo que toca a las Descalzas, tengo las veces de nuestro padre provincial. Y en virtud dellas digo, y mando: Que lo más presto que pudiere tener acomodamiento de enviarlas, se tornen a Veas las que allá vinieron, salvo la madre priora Ana de Jesús: y esto aunque sean pasadas a casa por sí; salvo si no tuviesen buena renta para salir de la necesidad que tienen. Porque para ninguna cosa es bueno comenzar fundación con tantas juntas, para muchas conviene.

9. Yo lo he encomendado a nuestro Señor estos días (que no quise responder de presto a las cartas) y hallo que en esto se servirá a su Majestad; y mientras más lo sintieren, más. Porque va muy fuera de espíritu de Descalzas ningún género de asimiento, aunque sea con su priora; ni medrarán en espíritu jamás. Libres quiere Dios a sus esposas, asidas a sólo él; y no quiero que comience esa casa a ir como ha sido en Veas, que nunca me olvido de una carta, que me escribieron de allí, cuando vuestra reverencia dejó el oficio. Es principio de bandos, y de otras hartas desventuras, sino que no se entiende a los principios. Y por esta vez no tengan parecer sino el mío, por caridad: que después que estén más asentadas, y ellas más desasidas, se podrán tornar, si conviniese.

10. Yo verdaderamente que no sé las que fueron quien son, que bien secreto lo han tenido de mí, y de nuestro padre. Ni pensé vuestra reverencia llevara tantas de ahí; mas imagino, que son las muy asidas a [281] vuestra reverencia. ¡Oh espíritu verdadero de obediencia, cómo en viendo a una en lugar de Dios, no le queda repugnancia para amarla! Por él pido a vuestra reverencia, que mire que cría almas para esposas del Crucificado: que las crucifique en que no tengan voluntad, ni anden con niñerías. Miren que es principiar en nuevo reino, y que vuestra reverencia, y las demás están más obligadas a ir como varones esforzados, y no como mujercillas.

11. ¿Qué cosa es, madre mía, en si la pone el padre provincial presidente, o priora, o Ana de Jesús? Bien se entiende, que si no estuviera por mayor, no ternían para qué la nombrar más que a las demás, porque también han sido prioras. A él le han dado tan poca cuenta, que no es mucho no sepa, si eligieron, o no. Por cierto que me han afrentado, que a cabo de rato miren ahora las Descalzas en esas bajezas. Y ya que miren, lo pongan en plática, y la madre María de Cristo haga tanto caso dello. O con la pena se han tornado bobas, o pone el demonio infernales principios en esta Orden. Y tras esto loa vuestra reverencia de muy valerosa, como si eso le quitara el valor. Déseles Dios de muy humildes, y obedientes, y rendidas a mis Descalzas, que todos esotros valores son principio de hartas imperfecciones, sin estas virtudes.

12. Ahora se me acuerda, que en una de las cartas pasadas me escribieron, que tenía ahí parientes una, que les había hecho provecho llevarla de Veas. Si esto es que lo hace, dejo en la conciencia de la madre priora, que si le parece la deje; mas no a las demás.

13. Yo bien creo que vuestra reverencia terná hartas penas en ese principio. No se espante, que una obra tan grande no se ha de hacer sin ellas, pues el premio dicen que es grande. Plegue a Dios, que las imperfecciones con que yo lo hago, no merezcan más castigo que premio; que siempre ando con este miedo.

14. A la priora de Veas escribo, para que ayude al gasto del camino, como hay ya tan poca comodidad. Yo le digo, que si Ávila estuviera tan cerca, que me holgara yo harto de tornar mis monjas. Podrase hacer, andando el tiempo, con el favor del Señor; y ansí les puede decir vuestra reverencia, que en fundando, y no siendo menester allá, se tornarán a sus casas, como hayan tomado monjas ahí.

15. Poco ha que escribí largo a vuestra reverencia, y a esas madres, y al padre fray Juan, les di cuenta de lo que por acá pasaba, y ansí me ha parecido no escribir más desta para todas. Plegue a Dios no se agravien, como de llamarla nuestro padre a vuestra reverencia presidente, según anda el negocio. Hasta que acá hicimos elección, cuando vino nuestro padre, ansí la llamábamos, que no priora, y todo es uno. [282]

16. Cada vez se me olvida esto. Dijéronme que en Veas, aun después del Capítulo, salían las monjas a aderezar la iglesia. No puedo entender cómo, que aun el provincial no puede dar licencia; porque es un Motu propio del Papa con recias descomuniones, dejado de ser constitución bien encarecida. Luego, luego se nos hacía de mal, ahora nos holgamos mucho: ni salir a cerrar la puerta de la calle. Bien saben las hermanas de Ávila, que no se ha de hacer: no sé por qué no lo avisaron. Vuestra reverencia lo haga por caridad, que Dios deparará quien aderece la iglesia, y medios hay para todo.

17. Cada vez que me acuerdo, que tienen a esos señores tan apretados, no lo dejo de sentir. Ya escribí el otro día, que procurasen casa, aunque no sea muy buena, ni razonable, que por mal que estén, no estarán tan encogidas. Y si lo estuvieren, más vale que padezcan ellas, que quien las hace tanto bien. Ya escribo a la señora doña Ana, y quisiera tener palabras para agradecerle el bien que nos ha hecho. No lo perderá con nuestro Señor, que es lo que hace al caso.

18. Si quiere algo a nuestro padre, hagan cuenta que no le han escrito. Porque, como digo, será muy tarde cuando yo le pueda enviar las cartas. Procurarlo he. Desde Villanueva habrá de ir a Daimiel a admitir aquel monasterio, y a Malagón, y Toledo; luego a Salamanca, y a Alba, y a hacer no sé cuántas elecciones de prioras. Díjome, que pensaba hasta agosto no venir a Toledo. Harta pena me da verle andar por tierras tan calientes tantos caminos. Encomiéndenlo a Dios, y procuren su casa como pudieren con amigos. Las hermanas bien podían estar ahí, hasta hacerlo saber a su reverencia, y viera lo que convenía, ya que no le han dado parte de nada, ni haber nadie escrito la causa de por qué no llevan esas monjas. Dios nos dé luz, que sin ella poco se puede acertar, y guíe a vuestra reverencia. Amén. Hoy 30 de mayo.

Sierva de vuestra reverencia.

Teresa de Jesús.

19. A la madre priora de Veas escribo sobre la ida de las monjas, y que sea lo más secreto que pudiere: y cuando se sepa, no va nada. Esta dé vuestra reverencia, que la lea la madre supriora, y sus dos compañeras, y el padre fray Juan de la Cruz, que no tengo cabeza para escribir más.
Notas.


1. Esta carta es extremada, y tiene un picante admirable de enseñanza; porque lo que escribía la Santa, o enojada, o enamorada, es de lo fino, y refino de la Iglesia.

Escribiola disgustada con las religiosas de Granada, de quien era prelada la madre Ana de Jesús, su más querida hija, y que después fue dechado de perfección en el mundo, como parece por su vida, escrita con pluma muy delgada, por el reverendísimo padre maestro fray Ángel Manrique, después ilustrísimo obispo de Badajoz, catedrático de Prima de Salamanca, hijo, y padre de la insigne, y real casa de Huerta, de cuya religiosa comunidad holgara yo copiar la observancia, y las virtudes.

2. Fue el caso, que estando santa Teresa de partida para la fundación de Burgos, se ofreció la de Granada, la cual encomendó la Santa a la madre Ana de Jesús, que a la sazón estaba en Veas, enviándole para ello dos monjas de Ávila: la una, la madre María de Cristo, de quien habla en esta carta, que acababa de ser priora; y la otra, Antonia del Espíritu Santo, una de las cuatro primeras, y el padre provincial le mandó, que llevase las demás del convento de Veas. Con esta ocasión debieron de ir algunas más de las que convenía. En lo cual le pareció a la Santa, que habría obrado algo el afecto natural de las religiosas de Veas, para con la madre Ana de Jesús, que las había criado a sus pechos desde su fundación.

3. Demás desto no dieron cuenta de lo obrado en la de Granada, ni a la Santa, ni al padre provincial. Y entre las religiosas debió de haber algún reparo, en si escribiendo a la madre Ana no la daba el título de priora. Estas fueron las culpas tan leves a nuestros ojos, que en los de la Santa merecieron tan agria reprensión, como aquí les dio, cuatro meses, y cuatro días antes de su felicísima muerte, en que dejó, como en testamento, a su sagrada reforma el oro precioso de las virtudes, en especial de la humildad, y obediencia. Imitando en esto a Cristo redentor nuestro, que al morir dejó impresas en el corazón de los fieles, con doctrina, y ejemplo, estas soberanas virtudes. Y al despedirse de sus discípulos, después de resucitado, les dio una severa reprensión, que llenó de mártires la Iglesia, como advirtió san Gerónimo: Et exprobavit incredulitatem eorum, et duritiam cordis: ut succedat cor carnem charitate plenum. Hinc quot catervae Martyrum mortem hujus saeculi libenter affectant? (Mc 16,14; D. Hier. ibi.). ¿Qué de mártires ha dado a la Iglesia (dice san Gerónimo) y qué de coronas al cielo esta reprensión, que dio Cristo a sus discípulos al ausentarse de sus ojos? ¿Y qué de almas puras (diré yo) habrá dado, y dará a la gracia, y santos a la gloria, esta que dio santa Teresa a sus hijas al partirse dellas?

4. Aunque las faltas fueron tan leves, yo me persuado, que si oyéramos sus disculpas, pasaran de leves a ningunas; pero la Santa, como gran maestra, las va mortificando, enseñando, y disciplinando excelentísimamente: y dejó tan enseñada aquella casa de Granada para siempre jamás, que yo pasé por allí el año de 49, y hallé a las hijas, y sucesoras de la venerable Ana tan espirituales, y perfectas, que podían dar los consejos, que recibieron sus primeras fundadoras de la Santa.

5. En el número primero dice: En gracia me ha caído la barahund que tienen de quejarse de nuestro padre provincial. Tiene razón la Santa de llamarla así, porque raras veces hay quejas de comunidades, y va (1) [284] contra sus prelados, que no sea con grande barahúnda; porque comúnmente todas son voces, confusión, desorden, mucho ruido, y poca razón.

6. Añade luego: Y el descuido, que han tenido en escribirle: y conmigo han hecho lo mismo. Como quien dice: Quéjanse ellas, cuando nos hemos de quejar nosotros. Quéjase la culpa, cuando se ha de quejar la jurisdicción. Quéjanse los súbditos, cuando se han de quejar los superiores. Ni del padre, ni de la madre se acuerdan, y quieren después acertar, y sobre eso quejarse.

¡Oh qué dello hay en el mundo desto! Está ardiendo una comunidad en relajaciones, y porque el prelado toma la disciplina para reformarla, arde luego en quejas, y sentimientos. Cuando se ha de quejar el prelado de que prevalece lo malo, y no le dejan reducirle a lo bueno, se queja de lo bueno lo malo.

Pero no eran muy desentendidas mis madres, pues salían a las quejas ajenas al encuentro con las propias; y para mitigar el enojo que temían, manifiestan el enojo que tenían. Pero habíanlas con santa Teresa, que las conocía mejor que a sí mismas; y así les pone a la vista la culpa de sus descuidos, y la barahúnda de sus quejas.

7. En el número segundo, notándolas de que hubiesen comprado casa con tanto dinero, como doce mil ducados, dice: Que fueron justas (esto es de veras) contra ellas justamente las patentes del provincial. Como quien dice: A los prósperos, y felices es menester ajustar, y mortificar, que los infelices, y pobres harto andan mortificados.

Nunca recalcitraba el pueblo de Dios tanto como en sus felicidades. Así lo dice Moisés su caudillo: Incrassatus est dilectus, et recalcitravit: incrassatus, impinguatus, dilatatus, dereliquit Deum factorem suum, et recessit a Deo salutari suo (Dt 32). En sus infelicidades era cuando se volvía a Dios. Así es el alma, con riquezas temporales se arriesga; y lo que es más, aun con las espirituales se suele desvanecer. ¡Oh Señor, lo que os debemos en habernos enseñado el camino de la cruz, y de las penas, la pobreza, y humildad!

8. Añade la Santa con grandísima gracia: Mas allá se dan tan buena maña a no obedecer, que no me ha dado poca vena esto postrero, por lo mal que ha de parecer en toda la Orden.Es discretísima frase: Buena maña de no obedecer; porque sin duda debían de no obedecer con maña. No obedecer abiertamente, no cabe en Carmelitas descalzas; pero no obedecer con buena maña, dando a entender, que no ha llegado el caso de obedecer, y que es mucho mejor no obedecer, y dar infinitas razones para no obedecer, y de la inobediencia hacer maña para no obedecer, eso sí que puede caber en Descalzas, y en Descalzos, y en cuantas personas hay espirituales, y perfectas. Pero aunque tal vez puede ser tolerable, y aun buena esta maña, más comúnmente suele ser imperfecta.

Es menester pensar dignamente de los superiores, y creer que saben más que nosotros. Es menester discurrir más en cómo se ha de obedecer, que en cómo se dejará de obedecer; porque si no se hace así, bien cierto es que nunca faltarán razones para todo: y muchas más en nuestra vanidad, para no obedecer, que para obedecer.

9. Añade la Santa: Que lo ha sentido por lo mal que ha de parecer [285] en toda la Orden.Como quien dice: Cuando se ha de establecer con la obediencia la Orden, establecer con la desobediencia el desorden, no puede ser cosa más desordenada. Es la obediencia los fundamentos de la Orden; si en su lugar ponemos la inobediencia, caerá por el suelo la Orden, y todo será desorden.

10. Arrima luego la Santa al inconveniente del escándalo el de la mala consecuencia, y ejemplo, donde dice: Y aun por la costumbre que puede quedar en tener libertad las prioras, que tampoco les faltarán disculpas. Como si dijera: ¿Cómo les han de faltar disculpas a las madres prioras, siendo hijas de nuestra madre Eva, que en su culpa fue la madre de las disculpas?

Tengan paciencia las madres prioras del Carmelo, y aun los padres priores; y pues mandan tres años enteros en sus oficios, mortifíquense en esta ocasión, y oigan esta severa conclusión de su madre: No han de tener libertad en el Carmelo los priores, ni las prioras: siervos han de ser, más que priores: inferiores, más que superiores: han de gobernar, y mandar sin libertad. ¡Fuerte cosa! ¿El que manda no ha de tener libertad? ¿Qué será del que obedece? Fuerte es, pero necesaria, y santa.

11. El que manda, no ha de mandar como quien manda, sino como quien obedece. ¿A quién? A Dios, a sus reglas, a sus constituciones, y a sus prelados, y con eso mandará con humildad, y no con soberbia, y vanidad. Muy diferente cosa es, que yo mande, porque debo, o porque quiero, porque Dios quiere, o porque yo gusto. Con esto último se envenena todo, por la propia voluntad, y con lo otro con la divina se mejora. Si yo mando, porque quiero, me obedecen penando, y reventando: y si porque Dios lo quiere, con alegría, y gozando. Si se quejan, digo: No lo mando yo, sino la constitución; no lo mando yo, sino Dios: y con esto no puede haber quejas, ni desabrimientos.

12. Nótalas luego, de que se quejen de los que las tenían en casa, y que paguen un beneficio con una queja. Pero cierto que en esto no andaban muy fuera de la orden de nuestra naturaleza miserable; porque no hay cosa más frecuente, que satisfacer un gusto con un disgusto, y dar por paga de un beneficio un sentimiento.

Sólo se puede extrañar, que esto sucediese a Carmelitas descalzas, porque en mi vida he visto criaturas tan agradecidas. Y no se les debe mucho en ello, pues lo heredaron todo de su madre; y las reprendería desde el cielo, si no lo hiciesen así.

13. Por eso para la Santa, que era sumamente agradecida, era esto de muy sensible tormento: conque defendiendo a su bienhechor, les dice: Que si era así, que no era tan largo, como querían, había sido gran indiscreción poner más peso del que podía tener sobre sí, llenándole la casa de más religiosas.

Una de las sinrazones del mundo es no medir bien los necesitados la carga a sus bienhechores, sino que cuanto más les dan, más les piden, y más les cargan, y sobrecargan: y si habiéndoles dado cincuenta les niegan uno, perdiéronse los cincuenta concedidos por el uno negado. Flacos somos al reconocer los beneficios, y al olvidarlos muy fuertes.

14. Luego dice con grande resolución en el número cuarto (porque [286] debía ser una de las discípulas de las religiosas para lo que obraron el ponderar, que el arzobispo quitaría la fundación): Reídome he del miedo que nos pone, que quitará el arzobispo el monasterio. Ya él no tiene que ver en él: no sé para qué le hace tanta parte, primero se morirá, que saliese con ello. En esta razón se manifiestan tres virtudes en la Santa excelentes. La primera, la de la prudencia, y conocimiento, con que reconoce que eran todas excusas, y vanos temores los que proponían sus hijas del recelo del arzobispo, al cual tomaban por capa, para conseguir su intento de excusarse con la Santa.

¡Pobres obispos y arzobispos! Ellos han de tener la culpa de todo. Si castigan, porque castigan; si callan, porque callan; si defienden la jurisdicción, son inquietos; si no la defienden, omisos.

15. Muestra la Santa su valor, donde dice: Ya el arzobispo no tiene que ver en el convento: no sé para qué le hace tanta parte. Como si dijera: Ya nos ha dado la licencia, y estamos exentas de su jurisdicción, ¿para qué me trae a este cuento el arzobispo?¿También el arzobispo tiene culpa de la inobediencia de vuestras reverencias? ¿Pecan vuestras reverencias, y págalo el arzobispo?

16. Pero si acaso se empeñaba en ello este prelado (que es lo más cierto; porque el Sr. D. Juan Méndez de Salvatierra, arzobispo que era de Granada, con la apretura de los años estériles, y de los muchos conventos de monjas; dificultó mucho esta fundación) la Santa con un celo de su padre Elías, y una vivísima confianza en Dios, añade: Primero se morirá, si lo intentare, que saliese con ello.¡Qué profundas tienen echadas las raíces los santos patriarcas en la Providencia divina! ¡Qué segura su confianza en Dios! Lo contingente tienen por imposible; lo venidero aseguran cómo sucedió.

También puede ser que fuese muy viejo ese prelado, o que estuviese muy enfermo, conque le sería más fácil el morirse, que arrancar de cuajo una fundación. Algo parece esto a lo que refiere el docto, elocuente, y reverendo padre Pedro de Ribadeneira en la vida de san Ignacio, que habiendo entendido lo que el venerable, y docto cardenal Siliceo, arzobispo de Toledo, mortificaba a su religión en sus principios, cuando lo supo el santo en Roma, dijo: El arzobispo es viejo, y la Compañía moza, naturalmente más vivirá ella que no él.

17. Reduplica luego otra ponderación de inimitable celo la Santa: Y se ha de ser (dice) para poner principios en la Orden de poca obediencia, harto mejor sería no la hubiese. Como si dijera: Muera el arzobispo, y muera el convento, si no ha de haber obediencia en el convento; porque convento sin obediencia, no es convento, sino ruina, y perdición de las almas.

O qué justamente san Agustín reduce a la obediencia todas las virtudes, y a la inobediencia todos los vicios, cuando hablando de el precepto, que Dios puso a nuestros primeros padres, viendo que les prohibió una cosa antes del precepto permitida, pondera la excelencia de esta virtud, con que puso el precepto sólo por acreditarla, diciendo: Non potuit Deus perfectius demonstrare, cuantum sit bonum obedientiae, nisi cum prohibuit ab ea re, quae non erat mala. Sola ibi obedientia, tenet palmam: sola ibi inobedientia invenit pSnam (san Agustín in Ps 70,19). [287]

18. Dice luego la Santa: Porque no está nuestra ganancia en ser muchos los monasterios, sino en ser santas las que estuvieren en ellos. Esta máxima es tan clara, que parece que sobra la nota; y todavía es bien advertir, que aquí templa la Santa discretamente una ansia, que arde en el corazón humano comúnmente, no sólo en materias temporales, sino en las espirituales de multiplicar su semejante.

Porque en siendo un hombre soldado, a todos los querría hacer soldados: en siendo letrado, a todos los querría hacer letrados: en siendo religioso, a todos los querría hacer religiosos; y también en siendo malo, todos querría que fuesen malos. La Santa era fundadora, y santa: como santa a todos los querría hacer santos: como fundadora (mirando a su celo) querría estar siempre fundando conventos. En lo primero no puede haber inconveniente, porque hacerlos a todos santos, bueno es, y santo; pero que sean todos religiosos, y que todos sean Carmelitas, y que todas sean religiosas, puede haber inconveniente.

19. Por eso la Santa, hablando con sus hijos, e hijas, y templándoles el ansia de fundar (superior su razón a su deseo) les dice: Que procuren más mirar a la calidad de los conventos, que al número; y que procuren que sean los conventos buenos, y observantes, más que muchos: porque muchos, y no observantes, no eran del corazón de la Santa.

20. Dicen discretamente los místicos, que no consiste la habilidad en la vida del espíritu en los verbos, sino en los adverbios. No está lo bueno del obispo en el ser obispo, sino en ser buen obispo: no en ser pontífice, sino en ser buen pontífice: no en ser esposa del Señor, sino en servir bien el ministerio, y profesión de esposa del Señor. Aquella palabra bien, y mal, hace amables, y apetecibles, o aborrecibles, y censurables los puestos, sean grandes, medianos, o pequeños; porque por el adverbio se ha de tomar la cuenta en la eterna vida, para averiguar cómo servimos en esta.

Así aquí la Santa: Muchas fundaciones (dice) bien disciplinadas, bueno. Muchas mal gobernadas, malo. Como si dijera: Escójase lo mejor, no lo mucho; porque muchas veces lo mucho en este mundo, es contrario de lo mejor.

21. Y no quiero decir con esto otra máxima, que suele traerse para el gobierno, y es buena, bien entendida; y peligrosa, mal entendida: Lo mejor es contrario de lo bueno. Porque esta máxima tiene muchas, y grandes limitaciones.

En lo político es tolerable, cuando el gobernador, por querer reducir las cosas a lo mejor, alborota, e inquieta lo bueno, y eso es malo; y aun en el gobierno espiritual es lo mismo. Pero en lo místico, lo mejor no es contrario de lo bueno, sino que asegura lo bueno con lo mejor; y antes bien, si no aspiramos a lo mejor, no podremos conservarnos en lo bueno. Y así es menester, como dice el profeta Rey, andar de virtud en virtud, caminando siempre por lo bueno, y lo mejor, y ejercitándonos en lo mejor, para no perder lo bueno, porque Qui spernit modica (como dice el Espíritu Santo) paulatim decidet (Ps 84,8, Si 19,1).

22. A más de que yo no digo aquí, que lo mejor es contrario de lo bueno, ni la Santa dijo esto, sino que lo mayor suele ser contrario de lo [288] mejor; porque en esta vida comúnmente no es lo mejor lo mayor, antes suele ser lo mejor lo menor. Porque no de balde los de la Orden seráfica se llaman Menores, y los de san Francisco de Paula Mínimos. Bien lo entendían estos dos Franciscos, que fueron luz, y consuelo de la Iglesia.

Pars pesima in orbe major, dijo el filósofo (Séneca): La mayor parte del mundo es la peor; luego es mejor la menor: Multi sunt vocati, pauci vero electi (Mt 20,16): Muchos son los llamados, y pocos los escogidos. ¡Oh Señor! Haced que seamos de los pocos escogidos, no de los muchos llamados, y no escogidos. De esta suerte, y de otras muchas se entiende, que lo mayor es enemigo de lo bueno, y de lo mejor.

23. En el número quinto pondera la pena, que el padre fray Gerónimo Gracián recibiría de haberse errado esta materia, diciendo: Que tendrá el provincial corrimiento, y pena. Como quien dice: Tendrá vergüenza de que las que son vírgenes dedicadas a Dios, y por esa parte deben ser prudentes (porque para las necias está cerrada la puerta del cielo) no obren con prudencia en las resoluciones. Y añade: Sino no haber hecho más caso dél, que si no tuviera oficio. No les dice pesadumbres la Santa, sino póneles presente su culpa, como quien sabe que en la perfección, y espíritu de sus hijas, esta es la mayor afrenta, y pesadumbre.

24. En el número sexto llama mártires a sus hijas las de Sevilla, porque padecieron el martirio espiritual de los santos confesores, que son calumnias, persecuciones, y afrentas por la virtud.

Vuelve a herir luego a las de Granada, conque se quejan más sin causa, que las de Sevilla con ella: y a mi parecer esta fue la mayor disciplina, y mortificación. Porque declara una madre tan santa por más perfectas a las unas, que a las otras, sabiendo muy bien que allá se ha de ir su amor, donde estuviere la mayor perfección; es pesadumbre de suprema magnitud.

25. Luego reprendiéndolas de quejosas y congojosas, les dice con grandísima gracia: ¿De qué se quejan? Donde hay Salud, y no les falta de comer, que estén un poco apretadas, no es tanta muerte. Muy acreditadas con muchos señores: no sé de qué se quejan, que no había de ser todo pintado.

Es muy discreta la reprensión de la Santa, porque les dice: Dentro de casa tienen qué comer, y fuera de casa estimación; dentro sustento, fuera honra: sufran lo demás por Dios. Es como si dijera: Si dentro tienen sustento, y fuera honra, y luego están muy acomodadas de casa, no tendrán en qué padecer. Si todo lo tienen pintado, será su virtud pintada, y no viva. Tanto va de la virtud que goza, a la que padece, como de lo vivo a lo pintado.

26. En el número octavo sube de punto la reprensión, diciendo: Si no es por el miedo que tengo de no ayudar a hacer ofensas de Dios con inobediencia, enviaría a vuestra reverencia un gran precepto; porque para todo lo que toca a las Descalzas, tengo las veces de nuestro padre provincial. Cuando la Santa toma la vara de la jurisdicción en la mano, grande quería que fuese el peso de la corrección; y terrible golpe fue decirle a su hija más querida, que temía el mandarle, porque recelaba [289] el no obedecerle: y que la tenía por tan flaca, que no se atrevía a ponerle sobre los hombros la obediencia, por que no cayese en el suelo con su peso.

Con esto dejó a los superiores del Carmelo, y aun a todos los demás encomendado un consejo prudentísimo, y lleno de caridad: y es, que no se ponga el precepto a quien no tiene fuerzas de espíritu, para llevarlo sobre sí: y que midamos siempre, y pesemos la carga antes de sobreponerla. Porque si Dios no nos envía las tentaciones, sino según nuestras fuerzas: Qui non patitur vos tentari supra id quod potestis (1Co 10,13), ¿por qué hemos de hacer con nuestros súbditos, lo que no hace Dios con nosotros?

27. Mas aquella razón de la Santa fue reprensión; pero no desconfianza. Porque muy bien sabía ella, que en el espíritu de su hija Ana de Jesús, y en su humildad había fuerzas robustas para mayores preceptos. Esto se conoce, porque luego en el mismo número se le puso muy de lleno en lleno, mandándole que enviase luego a las religiosas que trajo de Veas, que eran las que ella más quería.

Debió de conocer la Santa, cuán alto espíritu era el de Ana de Jesús (como se vio después), porque viéndola algo asida a las criaturas, aun con tan santo intento, fue cortando las ramas de aquel árbol, para que descollase entre los del Carmelo.

28. Añade en el mismo número: Porque para ninguna cosa es bueno comenzar fundación con tantas religiosas juntas: y para otras muchas conviene. Esta es una máxima extremada. Tratábase de la fundación dicha de Granada, y habríase llegado al conocimiento de que convenía no comenzar con tanto número de religiosas, y andarían con juntas, y rejuntas, consultas, y más consultas; y la Santa cansose de ello, y díjoles, que en llegando a ser tiempo de la ejecución, que no hay que fatigarse, ni detenerse, o revolcarse en el consejo: Tempus faciendi, Domine (Ps 118,126): Ya ha llegado el tiempo de hacer, dejemos el consultar. Claro está; porque la duda me ha de llevar al consejo, el consejo ha de ponerme en la ejecución. Por eso dicen los políticos prudentes, que la ejecución ha de estar en la mano del consejo: Consilium sub manu. Porque aconsejar el entendimiento, y obrar la mano, ha de ser todo uno. Esto es bueno para las cosas del mundo, y para las de Dios, y para estas más; porque no gusta Dios de dilaciones: Nesci tarda molimina Spiritus Sancti gratia (D. Amb. ni cap. 2).

Aun a sepultar a su padre no quería Dios que se detuviese el llamado de su santa vocación, y le dijo: Dimitte mortuos sepelire mortuos suos (Lucae. Matth. 8, v. 22): Deja a los muertos que sepulten a los muertos. Como si dijera: Muertos son los que me dejan; vivos son los que me siguen: no te detengas con los muertos, sigue con velocidad viva, ardiente, y eficaz; vivo a los vivos, y al que es la vida, camino, y verdad, que corona a los vivos.

29. En el número nono añade otras dos máximas muy buenas. La primera, donde dice: Yo lo he encomendado a nuestro Señor estos días, que no quise responder de presto a las cartas. Es famoso, y utilísimo documento. Porque materia grave (como era la de una fundación) necesita de oración; y aunque fuera más ligera, todo cae bien sobre la oración. [290] Y es cosa notable, que con ser así que era materia de fundación, tan de la inclinación de la Santa, y que le parecía a ella tan clara, que no había de consultar, ni reparar, porque así lo escribió; todavía quiso, antes de responder a las cartas, acudir a Dios con ella por la oración.

30. ¿Pues no es claro? ¿Pues no reprende, que anden con dilaciones, consejos, y consultas? Sí: pero aquellos eran consejos, y consultas de criaturas, y entre criaturas; mas el irse a aconsejar con el Criador, y consultar la oración, no sólo no lo prohíbe con la pluma, sino que lo acredita con el ejemplo. La oración no sólo ha de preceder a la resolución, sino que la ha de acompañar; porque todo es riesgo al comenzar, al ejecutar, al seguir, proseguir, y acabar, sin oración.

Antes bien porque era materia muy de su corazón, y conforme a su inclinación el hacer fundaciones, se fue a consultarlo en la oración. Porque en aquellas cosas, que hemos de resolver, conforme a nuestras inclinaciones, hemos de andar más recatados, detenidos, y advertidos, y darles más vueltas, y consultas, y reconsultas con la oración; por que no sea mi inclinación la que resuelve, cuando pienso que resuelve Dios. Esta máxima es muy buena, y si la platicáremos, nos granjeara utilidades grandísimas.

31. La segunda nos enseña admirablemente, en aquellas palabras: Porque es muy fuera del espíritu de Descalzas ningún género de asimiento, aunque sea con su priora, ni medrarán en espíritu jamás. Libres quiere Dios a sus esposas, asidas a sólo él. Descubrió la Santa (como tan gran maestra) algún género de asimiento, para con la venerable madre Ana de Jesús en las religiosas que fueron con ella de Veas a la fundación de Granada, y díceles que quiere a sus hijas libres, y desnudas de todo afecto, y sólo asidas a Dios; porque así quiere Dios a sus esposas. Nada han de querer las esposas de Dios, sino a Dios; es muy celoso Dios con sus esposas. El amor a su prelada, y a su soledad, y a su retiro con propiedad, le causa celos a Dios.

No hay amor, que se dé a la criatura con asimiento, que no se le quite a Dios. La razón es clara. Porque siendo señor legítimo del amor de todas sus criaturas, darlo a las criaturas es quitarlo del altar del Criador. Y cierto es que tenemos malísimo, y pestilencial gusto en quitar de Dios el amor, para darlo a un poco de estiércol, y basura.

32. Por eso la Esposa le pidió al Esposo (Ct 2,4), que le ordenase la caridad, y el Esposo se la ordenó, y fue aumentándole la caridad divina, con que consiguió, y redujo a buenos términos la humana.

A todos los hemos de querer por Dios; pero a nadie sin Dios. A mi padre más que al extraño; pero a mí, y al extraño sólo, y no más, y todo, y en todo por Dios. El marido a la mujer, pero amándola cuanto quiere Dios. La mujer al marido; pero poniendo en primer lugar el amor de Dios. El pastor a sus ovejas espirituales; pero para llevarlas a Dios. Las ovejas al prelado; pero para obedecer, y servir, y agradar a Dios.

Finalmente todo amor, y más el de las esposas del Señor, ha de nacer de Dios, tenerse con Dios, conservarse por Dios, y ofrecerse a Dios; y de esta suerte andarán las almas desasidas de las criaturas, y asidas sólo a su Criador, que es Dios. [291]

33. Dice luego en el mismo número nono: Que no quiere que comience la casa a ir, como ha sido en Veas. Pues cierto que fue muy santa su fundación. ¿Pero qué importa, si quiere que sea santísima la de Granada? En Veas, lugar pequeño, basta una moderada santidad; en Granada, cabeza de reino, es menester que sea grandísima. A más alto candelero, mayor luz; basta menor en el menor.

34. También les advierte: Que el asimiento de las religiosas a sus preladas, o de las mismas religiosas entre sí, suele ser principio de bandos, y disensiones, sino que no se entiende a los principios. ¡Oh Señor, qué flaco es este humano corazón! No sabemos amar sin aborrecer, ni aborrecer sin amar. Si nos amamos unos a otros, aborrecemos a los otros, que no nos aman a nosotros; y si los aborrecemos, amamos desordenadamente a aquellos que nos ayudan a aborrecer, y perseguir a los otros. Con esto es bandolero el amor; y cuando había de estar muy lleno de suavidad, se suele hallar vestido, y lo que es peor, revestido de rigor, y crueldad. Y así, almas, no hay otro amor que el de Dios.

35. Dice discretamente, y con soberano espíritu: Que no se entiende a los principios el asimiento. Y es certísimo, porque va prendándose de tal manera la voluntad de la amiga en la amiga, que nunca llega a pensar, aquello puede hacerle daño, sino provecho grandísimo; y halla en aquella amistad infinitas conveniencias, y en su amiga innumerables virtudes. Ni ella la quiere (dice) para sí, sino para Dios; ni porque le parece mejor su condición, o persona, sino porque es más santa que las demás. ¿Pero cómo no ha de ser más santa, si la quiere más que a las demás? Desta manera entrando libre a los principios en la amistad, queda cautiva en los fines.

Yo daría un remedio para esto, y es, que en esta vida, ni amemos, ni aborrezcamos. Sólo a Dios amemos, sólo a lo malo aborrezcamos. Esto, alma, es provecho, y comodidad. Es provecho, porque desasida el alma del amor a las criaturas, arde en el de su Criador; y así es menester mirarnos siempre con celos, y con recelos, y tener con cien mil llaves guardado sólo para Dios el corazón.

36. Este recato, y cuidado de sí mismo debía de ser el que tenía dentro de sí la venerable doña Luisa de Carabajal (a quien por el parentesco, y su virtud le debo yo la devoción) cuando decía harto discretamente en unos versos, que andan con su Vida:




De mí muy más recatada



Ando, que de un bravo toro:



Y como sobre enterrada,



Sobre mí viéndome lloro,



Sin hallar descanso en nada.


Vivía aquella alma bendita recatada, y huyendo dentro de sí de su propia voluntad, no hallaba descanso en cosa criada; llorábase como muerta, y sólo en Dios, como viva, se alegraba.

37. Dice, que es provecho, y comodidad. El provecho espiritual, ya lo hemos visto; pero la comodidad de no amar a nadie con asimiento, cada día la tocamos con las manos. Porque el que no ama a nadie, sino a Dios, sólo da cuenta de sus cuidados; los demás, ni le tocan, ni le [292] dañan, ni le afligen; pero el corazón asido a las criaturas, tantos cuidados, pesadumbres, y zozobras padece, cuantos son los asimientos, y ligaduras que tiene su cautivo corazón. Si son hijos, son suyos sus trabajos, y penalidades. Si son amigos, en sus disgustos padece; conque siendo una persona al ser, es muchas al padecer.

¿Pues quién me mete a mí en eso (debe decir el cuerdo, y espiritual) pudiendo amar desasido a Dios, y por él solo amando a sus criaturas? ¿Para qué quiero ser cautivo de ninguna criatura? A todas las amo por Dios, y a ninguna sin Dios. Haga su divina Majestad lo que fuere servido de ellas, y de mí, que sólo quiero vivir enamorado de la voluntad, y gusto de mi Dios, y Criador.

38. Acaba el número nono, diciendo: Por esta vez, no tengan otro parecer, sino el mío, por caridad. Y yo estoy pensando, que no sólo por aquella vez, sino por toda la vida, no tuvo otro parecer la venerable Ana de Jesús, ni las demás religiosas, sino el de su santa madre, y que se siguió inmediatamente la enmienda a la reprensión.

39. Lo que añade en los dos números siguientes, merecía estar impreso, más que en el papel, en los corazones de todos, de los religiosos en especial; porque sentida de ver en sus hijas la virtud de la obediencia con algún asimiento a la prelada, exclama en el número décimo en favor de esta celestial virtud: ¡Oh espíritu verdadero de obediencia! ¡Cómo en viendo a una en lugar de Dios, no le queda repugnancia para amarla!

Da principio la Santa a esta exclamación, invocando la obediencia, madre de toda la perfección religiosa, medicina de la propia voluntad, reposo de la divina, alcázar de las virtudes, en donde se deshace el querer humano, y se cría, recrea, y crece, y resplandece el divino, por donde yo dejo de ser yo (que es lo peor que puedo ser) y comienzo a estar en mi Dios (que es lo mejor que puedo ser) por donde san Pablo pudo decir: Vivo yo, mas ya no yo, sino que vive en mí Cristo: Vivo ego, jam non ego: vivit vero in me Cristus (Ga 2,20). Porque si yo en todo obedezco a la voluntad de Dios, obro las cosas como si obrara Dios en mí; porque a él he dado mi voluntad, y él es el que manda en mí, y él vive en mí, que yo no en mí, ni mi propia voluntad.

40. Añade: Que viendo a una en lugar de Dios, no le queda repugnancia para amarla. Enseña con esto la Santa, que los que obedecen, no vivan con lo que ven, sino con lo que creen. Ven al hombre, y creen, que aquél representa a Dios. Obedezcan por lo que creen a aquel hombre, como si fuera Dios, y no resistan, por lo que ven, al que aunque es hombre el que ven representa a Dios, a quien no ven.

Dice: Que no tiene fuerzas para resistir a Dios, a quien mira en su prelado; porque el espíritu, y la obediencia, y la resignación, quita en el alma las fuerzas a la propia voluntad, que es lo malo, y las da a la humildad, que es lo bueno.

41. Añade en el mismo número: Que pues cría las almas para esposas del Crucificado, las crucifique, que no tengan voluntad, ni anden con niñerías, para que parezcan esposas del Crucificado. Si anduviese pobre, y roto un marido, y rica, y galana su mujer, ¡qué locura! Si anduviese el marido llorando, y la mujer cantando, ¡qué desatino! Si cuando está el marido padeciendo estuviese la mujer bailando, ¡qué despropósito!

Pues mayor lo es, que la esposa del Crucificado ande prendida, vana, y galana, teniendo al Esposo por ella preso, herido, y crucificado; y que mirándolo con corona de espinas, ande ella con tocados desatinados, que aumenten a su Esposo las espinas; que estando su Esposo deshonrado, ande ella anhelando por vanidades, y honras; que habiéndonos dejado para el vivir en el mundo, la instrucción en su Pasión, queramos vivir en este mundo con las glorias de la Resurrección, que reservó para el otro mundo: que no andemos pretendiendo la gloria con el misterio, y por el misterio, sino los deleites, y las glorias muy contrarias al misterio.

42. ¿Por qué traen las religiosas velo negro en la cabeza, sino para significar la corona de espinas, y los sentimientos de la Pasión del Señor; y para qué, por traerlo negro en esta vida, se lo den blanco con la corona en la eterna? ¿Pues qué cosa es traer velo negro en la cabeza, y muy verde el corazón? ¿Crucificado el Señor en una cruz, muy suelta, y libre fuera de la cruz la esposa? Por eso dice santa Teresa, que las crucifique, y mortifique, quitándoles la propia voluntad, que es la que causa toda nuestra perdición, liviandad, y libertad.

43. Acaba este número, diciendo a sus hijas: Que adviertan, que es principiar en nuevo reino. Lo cual dijo en sentido literal, porque aquel convento era el primero de religiosas, que fundó la reforma en el de Granada; o en el espiritual, porque la vida religiosa, y más la de la Descalcez, es principio de nuevo reino. Porque al salir del mundo, salió del reino del mundo, y al entrar en la religión, entró en el reino de Dios. Salió del reino de las pasiones, al reino de las virtudes. Salió de la ciudad de Babilonia, a la santa Jerusalén, ciudad de Dios. Salió de los lazos de la culpa, a la libertad de la gracia; del penar sin mérito, y con tormento, al penar con mérito, y alegría.

Y así dice la Santa: Es principiar en nuevo reino. Como si dijera: En nuevo reino, nueva vida: en el reino que dejaron mis hijas, mandaba la propia voluntad: en el reino que han entrado, manda sólo la voluntad de Dios. Muera a las manos de la voluntad de Dios, la propia voluntad de mis hijas; y para eso crucifíquelas, y reinen en nuevo reino.

44. Llama a la vida espiritual, y religiosa reino; porque en el mundo todo es servir, ya sea sirviendo, ya mandando; y así no puede llamarse reino, sino servidumbre; sólo que sirve en figura de mandar, cuando se manda. Porque el que obedece, sirve al que le manda; y el que manda, sirve al apetito, o al vicio, o a la pasión, o por lo menos a la necesidad de mandar, y gobernar que suele ser bien penoso, y peligroso servir. Conque todos sirven en el mundo, ya de esta, ya de aquella manera.

Pero en el reino de Dios, que es el espiritual, el que manda, que es Dios, manda como Dios; y el que sirve reina sólo con servir a Dios, pues servir a Dios, es reinar; y así sólo es reino el reino de Dios; y Dios ese llama reino en todas sus parábolas, que comienzan: Simile est regnum caelorum, etc. Todos los demás de esta vida, respecto de este reino, no son reinos, sino figura, y sombra de reinos, que apenas nacen, y ya [294] se desaparecen: Praeterit enim figura hujus mundi (1Co 7,31). Son un teatro, y una representación, y comedia, como dice san Juan Crisóstomo, que parece lo que no es, y es lo que no parece. Y aun algunas veces son tan grandes los trabajos del reinar, y tan importunos, y cansados, que diría yo, que parecen lo que no son, porque son penosos, y cansados, y lo parecen.

45. Añade: Vuestra reverencia, y las demás están obligadas a andar como varones esforzados, y no como mujercitas. Así andaba la Santa, como quería que anduviesen sus hijas, como un varón valeroso, y esforzado, como un capitán general de las batallas de Dios, ya animado, ya advirtiendo, ya reprendiendo, ya consolando.

Sigue aquí la misma comparación, y parábola del Señor: Regnum caelorum vim patitur, et violenti rapiunt illud (Mt 11,12). Como si dijera la Santa: Miren, hijas, que dice el Señor, que este nuevo reino, en que han entrado, se conquista con fuerza, con valor, con vencerse a sí mismas, con atropellar la propia voluntad, con rendirla a la divina, como varones esforzados peleando, y no como mujercitas huyendo. Raro fue el valor espiritual de esta Santa, el modo, el entendimiento, la gracia. En todo parecía un doctor de la Iglesia, si miramos a la sabiduría; uno de los más esforzados mártires, si miramos al valor; e imitadora de los Apóstoles, si miramos al cielo. Rara sin duda fue en todo.

46. En el número undécimo, se da por afrentada la Santa, cuando reprende a sus hijas, de que reparen en que el padre provincial, cuando escribía a la venerable madre Ana de Jesús, la llame presidente, y no priora. Y tiene razón de afrentarse, porque el descuido de las hijas, es la afrenta de la madre. Así lo decía san Pablo a sus discípulos: Gaudium meum, et corona mea (Ph 4,1): Vosotros sois mi corona, y mi gloria, porque los que eran su ignominia errando, eran su corona mereciendo. Así se afrentan los buenos maestros con los ignorantes discípulos, los buenos padres con los malos hijos, los valerosos capitanes con los soldados cobardes.

Y también lenta razón en reñir, que reparasen si la obediencia ponía en el sobrescrito de sus cartas a la madre Ana de Jesús, presidente, o vicaria, y no priora. Como si dijera la Santa: O entramos a obedecer, o a mandar; si a mandar, perdidas vamos; si a obedecer, ¿por qué resistimos? ¿Por ventura al entrar en el convento dimos la obediencia con limitación? ¿Con condiciones? ¿Con obligación de que me habían de poner aquí, y no allí? No por cierto, sino que nos dimos a Dios sin condición, ni limitación alguna. ¿Pues por qué le quitamos después a Dios, lo que primero le dimos? ¿Por qué le quitó a Dios, y a su voluntad aquella parte, que ahora le hurta para mí esta mi propia voluntad?

47. De esa manera se puede hacer una monja seglar dentro de poco tiempo; porque quitándole a Dios de lo que le ofreció, hoy un poco, y mañana otro poco, y otro día otro poco, poco a poco se le alzará con todo a Dios, quitándole todo aquello que le dio en la profesión, y se quedará Dios sin lo que le dio, y ella sin Dios; ¡y ay de la monja sin Dios! Y así las religiosas, y aun todos, y los obispos mejor que los otros nos hemos de dar a Dios de una vez, y del todo; y una vez dados, no hemos de quitarle la voluntad, cuando está tan bien dada, entregada, y [295] empleada; y cuanto vamos quitando de la voluntad que le dimos, tanto más vamos despojándonos de Dios.

48. Prosigue en el mismo número, diciendo: Que se admira, que ya que miren, y reparen en eso, lo pongan en plática. Como si dijera: Que pase por la imaginación la tentación, pase; pero que pase de la imaginación al corazón, es cosa terrible. Que allá ellas lo sintieran, pase; pero que de el sentimiento se pase al consentimiento, es cosa fuerte. Que allá ellas lo censuraran en sus aposentos, no es bueno; pero que se opongan al provincial, y apelen a la fundadora, es más que malo.

Y añade: Y la madre María de Cristo haga tanto caso de esto. Era una de las religiosas de Ávila, que envió la Santa a la fundación de Granada, y fue religiosa muy santa. Y es como si dijera: ¿Y la madre María de Cristo resiste al provincial, que representa a Cristo? ¿La madre María de Cristo en el nombre rehúsa el serlo en las obras? O deje el nombre de Cristo, o se vista de la humildad de Cristo.

49. Y más adelante pondera con gracia, y con santo enojo: O con la pena se han vuelto bobas, o pone el demonio infernales principios en esta Orden. ¡Qué celo! ¡Qué valor! ¡Qué fortaleza! Tiemblen los hijos, y las hijas del Carmelo, que está enojada su madre: Se han tornado bobas (dice) con la pena. Aquí la pena significa la pasión, e imperfección, que les causó la pena. Porque con la pasión, se turbó la razón, y turbada la razón, prevalecía la pasión; y en prevaleciendo la pasión, la discreta se vuelve necia, y la entendida boba; y en volviéndose necia, porfía porque no se hace lo que quiere, y pena sin mérito, y con culpa, que es grandísima bobería.

50. Por eso dice el Espíritu Santo, que no hay pecador, que no sea ignorante, y tonto; porque se le echan sobre los ojos de la razón los párpados de la pasión, y queda ignorante, como ciego, y ciego como ignorante. Y a más de ser tonto, es necio; porque escoge penar, para condenarse, y no gozar, sirviendo a Dios para salvarse.

De esto se quejaban sin remedio en el infierno los condenados, diciendo: Ambulavimus vias difficiles (Sg 5,7). Como si dijeran: Pudiéndonos ir por camino llano al cielo, hemos venido por despeñaderos al infierno.

51. Dice luego con grandísima gracia: Y tras esto loa a vuestra reverencia de muy valerosa.Como si dijera: Valerosa, cuando está resistiendo a su provincial. Ese valor, flaqueza lo llamo yo. Dar las espaldas a la obediencia, y el pecho a la culpa, no es valor, sino cobardía. Dar el pecho por tierra a la obediencia, y las espaldas a la culpa, ese es valor. Hijas mías, la razón es: porque en la guerra de la religión (que es toda del espíritu) no es la valentía vencer a los otros, sino vencerse a sí mismo: y así, todo el tiempo, que los súbditos resisten al prelado, cuando parece que pelean, caen; y cuando parece que ganan, pierden; y cuando ellos salen con su intento con el prelado, el demonio sale con su intento con ellos, y bien podrá ser, que ellos venzan al prelado, pero el demonio al mismo tiempo los irá venciendo a ellos: ¡pero ay de la victoria, que al tiempo que yo estoy venciendo me está el demonio triunfando!

52. Y añade luego: Que todos estos valores, son principios de hartas imperfecciones, sin estas virtudes. Antes había dicho: Principios infernales; [296] porque así como la humildad fabrica para el cielo, la soberbia, y la propia voluntad fabrica para el infierno. El Señor con su humildad, hizo su edificio al cielo desde el suelo, y el demonio con la soberbia, hizo su edificio desde el cielo hasta el infierno: y así la obediencia, almas, nos salva, y la propia voluntad nos destruye, y nos condena.

53. Por eso acaba este número, dando el remedio a este daño, diciendo: Déseles Dios de muy humildes, y obedientes, y rendidas a mis Descalzos carmelitas que las gobiernan, que ese es el mayor valor. Como si dijera: Tengan humildad, obediencia, y resignación, que son el manantial, y origen de todos los bienes, y lo contrario de todos los males, y ese es el verdadero valor.

Muchas máximas, y reglas se podían deducir de aquí, pero yo no quiero más que ofrecer a las almas: y es, que nos demos a Dios sin limitaciones, ni condiciones, y a todo dar, y desear, y seamos en sus manos bolas, y globos de Dios, para que nos eche a rodar por donde quisiere: y como la bola corre, y rueda ligera, porque no tiene esquinas, vivamos, y vamos sin repugnancia a donde Dios nos llevare. Y como la bola, por ser de forma esférica, toca en la tierra lo menos que puede ser; así nosotros no estemos de cuadrado asentados en la tierra, sino tomando de tierra lo menos que pueda ser, y lo más que pueda ser del cielo; y aunque sea sintiéndolo esta porción inferior, vamos caminando al cielo.

54. Y en este caso, cuando se obra, y hace por Dios lo que da disgusto a nuestra naturaleza, tengamos por muy enemiga a la razón, que no nos deja hacer razón. Porque esta razón falsa nuestra está resistiendo a la razón verdadera, y santa de Dios. No es razón, que a una mujer como yo la pasen de más a menos, cuando nunca una mujer como vuestra reverencia es menos, que cuando quiere ir de menos a más, y no quiere volver de más a menos, dentro de la religión.

55. Después de eso, se le ofrecerán mil razones, espirituales en la apariencia, y soberbias en la sustancia, para defender su razón, tan asidas al alma, que es menester un escoplo, y un mazo para quitarlas de la imaginación, y vencer con la buena razón aquella maldita razón. Y de esto a cada paso nos pasa. A mí por lo menos, y particularmente en una ocasión (que no importa confesarme en público, pues pequé en público) me sucedió en materias de este género, que hallé algunas razones de espíritu en la apariencia, para repugnar una cosa, pero eran de vano, y presumido espíritu en la sustancia; porque después con la luz de Dios, vi que todo lo contrario era de Dios, no siendo de Dios, sino de mi propio amor, pasión, soberbia, vanidad, y presunción.

56. También puede ser útil documento a las almas el valor, y rigor grande con que santa Teresa en esta exclamación reprende a estas pobres monjas, por una cosa, que puede ser, que ellas no pecasen venialmente. Pues aquella, que parecía resistencia, más era apelación, que resistencia, recurriendo a la fundadora, del provincial de la reforma, que formó la fundadora; y más era proponer, que resistir; y más era quejarse, que no oponerse; y finalmente, era por una cosa, que ellas pensaban que era razón, pues pudiendo a su parecer, dejar a una prelada con autoridad, priora, la dejaba el padre provincial con desautoridad, presidente. [297]

Y con todo eso la Santa tomó el azote en la mano, y viendo en los principios de su reforma, que estos afectos podían levantarse contra dos virtudes tan altas, y necesarias en ella, como la humildad, con querer ser más, y la obediencia, y resignación con rendirse menos, se volvió una leona contra sus hijas, dejando desde entonces tan asentadas estas dos virtudes en ellas, y en toda su posteridad de Carmelitas descalzas, que hasta hoy no ha reconocido el Carmelo (a lo que yo creo) otro desvío alguno de la obediencia a sus Descalzos, ni otro respingo, ni movimiento contrario a la humildad. También recibieron las madres esta fuerte doctrina, y suave disciplina.

57. En el número decimotercero las anima a padecer los trabajos de aquella fundación, con la esperanza del premio, diciéndoles: Yo, bien creo, que vuestra reverencia terná hartas penas en ese principio. No se espante, que una obra tan grande, no se ha de hacer sin ellas, pues el premio es grande. Querer que cosas grandes cuesten poco, es terrible querer. Si lo temporal cuesta tanto, ¿por qué quieren que sea dado lo eterno?

Para diez años de ministro, trabaja el hombre treinta años de letrado; para diez años de obispo, cuarenta de sacerdote; para diez años de rico, cincuenta de afanador, o codicioso; y para una eternidad de gloria, y gozar para siempre de Dios, no queremos trabajar sino un instante.

¡Puede ser mayor locura!

58. Si el premio es grande, y dilatado, ¿por qué no ha de ser grande, y dilatado el mérito, y el trabajo, cuando por grande, y dilatado que sea el mérito, no merece tanta eternidad de premio? Una eternidad de padecer por Dios, no merece un instante de gozar de Dios; porque como dice san Pablo: Non sunt condignae passiones hujus temporis ad futuram gloriam (Rm 8,18): No es condigno lo que aquí se padece, de lo que allá se goza. ¿Pues cómo no queremos gastar un soplo breve al servir a Dios, para gozar eternamente de Dios? Al mundo le damos por arrobas la vida, y la fatiga, y la pena, cuando él nos da en retorno pena, trabajo, fatiga, y muerte; y a Dios, que nos da eterno gozo, y corona, no le queremos ofrecer, ni un adarme de fatiga.

59. Esto que yo digo aquí, mirando a la gloria, dice la Santa, mirando a la gracia, porque hablaba como quien solicitaba las causas de Dios; y decía, que era forzoso padecer en ellas para gozar después del premio, que anda con ellas. Es como quien dice: Padecer por las causas de Dios, y por Dios, es forzoso, y justo; porque vale mucho el servir a Dios, y hacer las causas de Dios, pues viene a ser prendar a Dios, para que sean en la eternidad coronas, los que son aquí trabajos. Vale mucho, porque es de gran valor la moneda con que se compra la gloria. Las penas de esta vida son ligeras, y los gozos de la gloria, son eternos; y así, ¿quién no compra gozos eternos con penas ligeras?

60. Es muy buena máxima en lo político, y en lo moral, y aun en lo místico, la siguiente: No se pueden hacer cosas grandes, sin despreciar cosas pequeñas; yparécese harto a esta de santa Teresa. En lo moral, no se puede hacer lo grande, que es merecer, sin despreciar lo pequeño, que es padecer. En lo anagógico, no se puede conseguir lo grande, que es gozar de Dios, sin pasar por lo pequeño, que es padecer por Dios. [298]

En lo místico, no puede el alma llegar al amor, que es lo grande, sin despreciar lo pequeño, que es el dolor. En lo político, no puede el príncipe hacer cosas grandes, que son conservar el reino, o defenderlo, sin despreciar el trabajo, y la fatiga con que lo gobierna, y defiende, que respeto de aquello es pequeño.

61. ¿Cuántas batallas se han perdido, por un punto de llevar esta, u otra nación la vanguardia, o retaguardia? Es menester despreciar cosas pequeñas, para hacer cosas grandes. ¡Cuántos reinos se han perdido por un antojo, o pasión! Es menester despreciar el antojo, y la pasión, para conquistar, y conservar los reinos bien gobernados con la razón. Así se puede discurrir en lo demás.

62. En el número decimoquinto les tira otra punta de mortificación, porque diciéndoles: Que escribe aquella carta para todas, las nota con gracia de presumidas, añadiendo: Plegue a Dios no se agravien de no escribir a cada una, como de llamarla nuestro padre a vuestra reverencia presidente, según anda el negocio. Como si dijera: Anda el negocio de la vanidad tan en su punto en esa casa, que ya se repara si nos llaman prioras, o presidentes. Andan los puntos tan en su punto, que hasta con su misma madre querrán tener punto de que escriba a cada una.

Perdóneme la Santa, que cierto, que me parece que las desconsuela mucho. Yo aseguro, que pudieran responderle a esta carta con sus lágrimas, y sobrara mucha tinta.

63. Pues aún no se ha acabado el capítulo de culpas; porque en el siguiente número las reprende de que salgan a aderezar la iglesia, probándoles cómo en eso se quebranta la clausura.

Esta fuera culpa grave (aun saliendo para cosa tan santa) si no estuviera la Orden tan en sus principios, que en su misma formación era menester a cada paso su reformación.

Sólo Dios hace las cosas de un rasgo, cuando quiere; porque hay grande diferencia del obrar al criar. Dios cría, los hombres obran: Dios hace lo que quiere, y los hombres lo que pueden. Y así es preciso, que no salga todo lo que obran los hombres hecho, y derecho, y más en empresas tan graves. Sólo sale hecho, y derecho lo que cría, y obra Dios.

Y con todo eso, luego que se puso Dios Hombre a obrar en la redención humana, Hombre Dios, tardó treinta y tres años a formar, y reformar, y enseñar, y doctrinar a su Iglesia. Y a los Apóstoles santos, a cada paso los cogía en muchísimos descuidos: ¿por qué no, pues, santa Teresa a sus monjas?

64. Finalmente, en el número último, como agradecida, desea aliviar a los huéspedes, en cuya casa estaban las religiosas, escribiendo a la madre Ana: Que procure casa, aunque no sea muy buena, ni razonable; porque más vale que padezcan ellas, que quien las hace bien.

Hizo justicia la Santa, porque con lo mismo que aliviaba al bienhechor, mortificaba a las quejosas: y es gran parte de discreción, y cortesanía en el obligado, no hacer derecho del beneficio.

Todo lo demás de la carta, son cuidados, y penas de la salud de el padre fray Gerónimo Gracián en los caminos que hacía visitando su reforma.
Fin de las cartas. [299]





Teresa III Cartas 64