CARTAS – Teresa del Niño Jesús 190

Cta 190 A la madre María de Gonzaga

J.M.J.T.
29 de junio de 1896
Leyenda de un pequeño corderito1.
En una risueña y fértil pradera vivía feliz una pastora. Amaba a su rebaño con toda la ternura de su corazón, y las ovejas y los corderos querían también a su pastora2... Pero la felicidad perfecta no se encuentra en este valle de lágrimas. Un día, el hermoso cielo azul de la pradera se cubrió de nubes, y la pastora se puso triste; ya no encontraba alegría en cuidar a su rebaño y, ¿habrá que decirlo?, a su espíritu se asomó el pensamiento de alejarse de él para siempre3... Felizmente, amaba todavía a un corderito, muchas veces le tomaba entre sus brazos, le acariciaba y, como si el cordero fuese su igual, la pastora le confiaba sus penas y a veces lloraba con él... El pobrecito, al ver llorar a su pastora, se afligía y buscaba en vano en su corazoncito la forma de consolar a su pastora, a la que amaba más que a sí mismo. Una tarde, el corderito se durmió a los pies de su pastora, y entonces la pradera... las nubes... todo desapareció de su vista. Se encontró en una campiña infinitamente más amplia y más hermosa. En medio de un rebaño más blanco que la nieve divisó a un Pastor resplandeciente de gloria y de serena majestad... El pobre cordero no se atrevía a acercarse, pero el buen Pastor, el divino Pastor, vino hacia él, lo sentó en su regazo, lo beso como antes hacía su dulce pastora..., y le dijo: «Corderito, ¿por qué brillan las lágrimas en tus ojos? ¿Por qué tu pastora, a quien yo amo, vierte tantas lágrimas...? Habla, que yo quiero consolaros a los dos». «Si lloro -respondió el cordero-, es sólo porque veo llorar a mi pastora querida. Escucha, Pastor divino, el motivo de sus lágrimas. En otro tiempo ella se creía amada por su querido rebaño y habría dado su vida por hacerlo feliz; pero un día, por orden tuya, se vio obligada a ausentarse durante algunos años. A su vuelta, le pareció que ya no reconocía el mismo espíritu que ella tanto había amado en sus ovejas. (1vº) Tú sabes, Señor, que tú mismo has dado al rebaño el poder y la libertad de elegir a su pastora. Pues bien, en vez de verse elegida por unanimidad como otras veces, sólo después de siete votaciones fue colocado en sus manos el cayado4... Tú, que antaño lloraste en nuestra tierra, ¿no comprendes cómo debe de sufrir el corazón de mi pastora querida...? (El buen Pastor sonrió, e inclinándose sobre el cordero:) «Sí, dijo, lo comprendo..., pero que se consuele tu pastora. Soy yo quien, no sólo ha permitido, sino quien ha querido la gran prueba que tanto la ha hecho sufrir». «¿Es posible, Jesús?, replicó el corderito. Yo pensaba que tú eras tan bueno, tan dulce... ¿No podías haber dado a otra el cayado, como lo deseaba mi Madre querida5? O si querías volverlo a poner a toda costa en sus manos, ¿por qué no haberlo hecho a la primera votación...?» «¿Que por qué, corderito? ¡Porque amo a tu pastora! Durante toda su vida la he guardado con celoso cuidado, y ella había sufrido ya mucho por mí en su alma y en su corazón; pero aún le faltaba esta prueba exquisita que acabo de enviarle después de habérsela preparado desde toda la eternidad». «Ya veo, Señor, que tú no sabes cuál es la pena mayor de mi pastora..., o que no quieres confiármela... También tú piensas que el espíritu primitivo de nuestro rebaño está desapareciendo..., ¿cómo no lo va a pensar mi pastora...? ¡Son tantas las pastoras que deploran esos mismos desastres en sus apriscos...!» «Es cierto, respondió Jesús, el espíritu del mundo se infiltra aun en medio de las más apartadas praderas, pero es fácil equivocarse en el discernimiento de las intenciones. Yo, que lo veo todo y que conozco hasta los pensamientos más secretos, te digo: el rebaño de tu pastora me es muy querido entre todos los demás, y no ha hecho más que servirme de instrumento para llevar a cabo mi obra de santificación en el alma de tu Madre querida». «Señor, yo te aseguro que mi pastora no comprende todo eso que me estás diciendo... ¿Y cómo lo va a comprender, si nadie juzga las cosas (2rº) de esa forma en que tú me las acabas de mostrar...? Conozco ovejas que hacen sufrir mucho a mi pastora con sus razonamientos a ras de tierra6... Jesús, ¿por qué no comunicas a esas ovejas los secretos que me confías a mí? ¿Por qué no hablas tú al corazón de mi pastora...?» «Si le hablase, su prueba desaparecería, y su corazón se llenaría de una alegría tan grande, que nunca le habría parecido tan ligero el cayado... Pero no quiero quitarle su prueba, sólo quiero que comprenda la verdad y que reconozca que su cruz le viene del cielo y no de la tierra». «Señor, entonces háblale tú a mi pastora. ¿Cómo quieres que comprenda la verdad, si a su alrededor sólo escucha la mentira...?» «Corderito, ¿no eres tú el preferido de tu pastora...? Pues entonces repítele las palabras que he hablado a tu corazón». «Lo haré, Jesús. Pero preferiría que dieses ese encargo a una de las ovejas cuyos razonamientos están a ras de tierra... Yo soy tan pequeño..., es tan débil mi voz..., ¿cómo me va a creer mi pastora...?» «Tu pastora sabe bien que a mí me gusta esconder mis secretos a los sabios y a los entendidos y que se los revelo a los más pequeños, a los simples corderos, cuya lana blanca no se ha manchado con el polvo del camino... Ella te creerá, y si todavía corren lágrimas de sus ojos, esas lágrimas no tendrán ya la misma amargura y embellecerán su alma con el austero resplandor del sufrimiento amado y recibido con gratitud». «Te entiendo, Jesús. Pero hay todavía un misterio que quisiera penetrar. Dime, por favor, por qué has escogido precisamente a las ovejas queridas de mi pastora para probarla... Si hubieses escogido ovejas extrañas, la prueba hubiese sido más suave...» Entonces el buen Pastor, mostrando al cordero sus pies, sus manos y su corazón hermoseados con luminosas llagas, respondió: «Mira estas llagas, ¡son (2vº) las que recibí en casa de los que me amaban...! Por eso son tan bellas y gloriosas, y su resplandor arrobará de alegría a los ángeles y a los santos por toda la eternidad... «Tu pastora se pregunta que ha hecho para alejar de sí a sus ovejas. ¿Y yo?, ¿qué le había hecho yo a mi pueblo? , ¿en qué lo había ofendido...7? «Tu pastora tiene, pues, que alegrarse de tomar parte en mis dolores... Si le quito los apoyos humanos, ¡es para llenar yo solo su amante corazón...! «Dichoso el que pone en mí su apoyo; es como si pusiera peldaños en su corazón para elevarse hasta el cielo8. Fíjate bien, corderito..., no digo separarse por completo de las criaturas, despreciar su amor y sus atenciones, sino, al contrario, aceptarlas para darme gusto a mí, servirse de ellas como de otros tantos peldaños, porque alejarse de las criaturas no serviría más que para una cosa: para caminar y extraviarse por los senderos de la tierra... Para elevarse, es necesario posar el pie sobre los peldaños de las criaturas y no apegarse más que a mí... ¿Entiendes, corderito...?» «Así lo creo, Señor, pero sobre todo siento que tus palabras son la verdad, pues ponen paz y alegría en mi pobre corazón. ¡Y ojalá puedan penetrar suavemente en el gran corazón de mi pastora...! «Jesús, antes de volver a su lado, tengo que hacerte una súplica... No nos dejes languidecer mucho tiempo en la tierra del destierro, llámanos a los gozos de la pradera celestial donde conducirás eternamente a nuestro querido rebañito a través de senderos floreados.» «Querido corderito (respondió el buen Pastor), escucharé tu petición. Pronto, sí, pronto9 tomaré a la pastora y a su cordero, y entonces bendeciréis por toda la eternidad el venturoso sufrimiento que os habrá merecido tan gran felicidad, ¡y yo mismo enjugaré todas las lágrimas de vuestros ojos...!»

NOTAS Cta 190 1 Desde la laboriosa elección del 21 de marzo, la madre María de Gonzaga sufre por la actitud de algunas hermanas. Teresa recoge, a su pesar, las confidencias, las quejas y las lágrimas de su priora. Y sirviéndose de una parábola, intenta hacerle comprender «que su cruz le viene del cielo y no de la tierra». 2 Es fácil repartir los papeles: la pastora es María de Gonzaga; las ovejas, las hermanas profesas; los corderos, las jóvenes hermanas del noviciado; el corderito, Teresa. Cf Ms C 3vº. 3 La madre María de Gonzaga había pensado, sin duda, en dimitir e irse a otro Carmelo. 4 Se trata, evidentemente, de los siete escrutinios que se necesitaron para que saliese por fin una mayoría suficiente de votos. 5 ¿Tal vez la madre María de Gonzaga había deseado la reelección de la madre Inés? 6 Ningún documento nos ha permitido identificar a las religiosas aquí aludidas. 7 Cita bíblica, recogida en los Improperios del Viernes Santo. 8 Esta sentencia estaba escrita en la pared, al pie de la escalera que Teresa subía a diario para ir a su celda. Cf también PN 30. 9 Cf Ms B 2rº: «Dime si Dios me dejará mucho tiempo en la tierra... ¿Vendrá pronto a buscarme?» (...) «Sí, pronto, pronto... Te lo prometo».

Cta 191 A Leonia

J.M.J.T.
Jesús + 12 de julio de 1896
Querida Leonia: Habría respondido a tu preciosa carta el domingo pasado, si me la hubiesen dado; pero somos cinco, y ya sabes que yo soy la más pequeña1..., por lo que estoy
expuesta a no ver las cartas sino mucho después que las demás, o incluso a no verlas en absoluto... Hasta el viernes no pude ver tu carta; por eso, querida hermanita, no me he retrasado por mi culpa... ¡Si supieras lo feliz que me siento de verte con tan buenas disposiciones2... No me sorprende que el pensamiento de la muerte te resulte tan dulce, ya tú no estás apegada a nada en la tierra. Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas. El se conforma con una mirada, con un suspiro de amor... Y creo que la perfección es algo muy fácil de practicar, pues he comprendido que (1vº) lo único que hay que hacer es ganar a Jesús por el corazón... Fíjate en un niñito que acaba de disgustar a su madre montando en cólera o desobedeciéndola: si se mete en un rincón con aire enfurruñado y grita por miedo a ser castigado, lo más seguro es que su mamá no le perdonará su falta; pero si va a tenderle sus bracitos sonriendo y diciéndole: «Dame un beso, no lo volveré a hacer», ¿no lo estrechará su madre tiernamente contra su corazón, y olvidará sus travesuras infantiles...? Sin embargo, ella sabe muy bien que su pequeño volverá a las andadas en la primera ocasión; pero no importa: si vuelve a ganarla otra vez por el corazón, nunca será castigado3... Ya en tiempos de la ley del temor, antes de la venida de Nuestro Señor, decía ya el profeta Isaías, hablando en nombre del Rey del cielo: «¿Podrá una madre olvidarse de su hijo...? Pues aunque ella se olvide de su hijo, yo no os olvidaré jamás». ¡Qué encantadora promesa! Y nosotros, que vivimos en la ley del amor, ¿no vamos a aprovecharnos de los amorosos anticipos que (2rº) nos da nuestro Esposo...? ¡Cómo vamos a temer a quien se deja prender en uno de los cabellos que vuelan sobre nuestro cuello...! Sepamos, pues, hacer prisionero a este Dios que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que un solo cabello puede obrar este prodigio, nos está mostrando que los más pequeños actos, hechos por amor, cautivan su corazón... Si hubiera que hacer grandes cosas, ¡cuán dignos de lástima seríamos...! ¡Pero qué dichosas somos, ya que Jesús se deja prendar por las más pequeñas...! No son pequeños sacrificios lo que te falta, querida Leonia, ¿no está tu vida tejida de ellos...? Me alegro de verte ante semejante tesoro, y sobre todo de pensar que sabes aprovecharte de él, no sólo para ti, sino también para las almas... ¡Es tan hermoso ayudar a Jesús con nuestros pequeños sacrificios, ayudarle a salvar las almas que él rescató al precio de su sangre y que sólo esperan nuestra ayuda para no caer en el abismo...! (2vº) Me parece que si nuestros sacrificios son cabellos que hechizan a Jesús, nuestras alegrías lo son también. Para ello, basta con no encerrarse en una felicidad egoísta, sino ofrecer a nuestro esposo las pequeñas alegrías que él siembra en el camino de la vida para cautivar nuestras almas y elevarlas hasta sí... Pensaba escribir hoy a nuestra tía, pero no tengo tiempo, lo haré el domingo que viene. Dile, por favor, cuánto la quiero, y a nuestro tío también. Me acuerdo también mucho de Juana y de Francis. Me pides noticias acerca de mi salud4. Pues bien, querida hermanita, ya no toso absolutamente nada. ¿Estás contenta...? Pero eso no le impedirá a Dios tomarme cuando quiera. Como hago todo lo que puedo por ser un niño pequeñito, no tengo que hacer ningún preparativo. Jesús mismo deberá pagar todos los gastos del viaje y el precio de la entrada en el cielo...
Adiós, hermanita querida. Creo que te quiero cada día más...
Tu hermanita
Teresa del Niño Jesús rel. carm. (2vºtv) Sor Genoveva está muy contenta con tu carta; te contestará la próxima vez.
Las cinco te mandamos un abrazo...

NOTAS Cta 191
1 Cf CA 2.9.4: «¡Así de importante en la familia!».
2 Leonia escribía el 1 de julio: «¡Si supieras cuánto pienso siempre en ti y cuán dulce me es tu recuerdo! Me acerca a Dios, y comprendo tus deseos de ir pronto a verlo para perderte eternamente en Él. También yo lo deseo como tú, me gusta oír hablar de la muerte y no entiendo a la gente que ama esta vida de sufrimiento y de muerte continua. «Tú, querida mía, estás lista para ir a ver a Dios, y seguro que serás bien recibida. Pero yo, ¡pobre de mí!, llegaré con las manos vacías. Sin embargo, tengo la temeridad de no tener miedo, ¿lo puedes entender? Es algo increíble, lo sé, y estoy de acuerdo, pero no puedo evitarlo» (LC 164).
3 Cf Cta 258, que retoma y desarrolla esta comparación.
4 Leonia le preguntaba: «¿Qué tal estás, hermanita querida? Sólo en este tema no me fío de ti, pues siempre me dices que estás bien, o que estás mejor, y yo no creo absolutamente nada de eso. Cuando me escribas, sobre todo, dime llanamente la verdad» (LC 164).

Cta 192 A la señora de Guérin

J.M.J.T. Jesús + 16 de julio de 1896 Querida tía: Hubiera querido ser la primera en dirigirme a usted; pero ya sólo me queda el dulce y grato deber de agradecerle la hermosa carta que he recibido. ¡Qué buena es usted, querida tía, al acordarse de su Teresita! Pero le aseguro que no está tratando con una ingrata... Quisiera contarle algo nuevo, pero, por más que me devano los sesos, no me sale absolutamente nada más que el cariño que siento por mis familiares queridos..., y eso dista mucho de ser nuevo, pues es tan viejo como yo... Me pide, querida tía, que le dé noticias de mi salud como a (1vº) una mamá, y lo voy a hacer así. Pero si le digo que estoy de maravilla, no me va a creer; por eso, cederé la palabra al célebre doctor de Cornière1, al cual tuve el insigne honor de ser presentada ayer en el locutorio. Este ilustre personaje, después de haberme honrado con una mirada, declaró que: «¡Tenía buena cara...!» Esta declaración no me impidió pensar que pronto se me permitiría «ir al cielo con los angelitos»2, no por causa de mi salud, sino por causa de otra declaración que hoy hizo en la capilla del Carmelo el señor abate Lechêne... Tras habernos presentado los ilustres orígenes de nuestra sagrada Orden, y habernos comparado con el profeta Elías luchando con los profetas de Baal, declaró «que iban a empezar de nuevo unos tiempos parecidos a los de la persecución de Baal». Nos parecía estar volando ya hacia el martirio...
¡Qué dicha, tiíta querida, si toda (2rº) nuestra familia fuese al cielo el mismo día!
Me parece verla sonreír..., tal vez piense que no nos está reservado este honor... Lo que sí es cierto es que, todos juntos o uno después de otro, un día dejaremos el desierto por la patria, y entonces nos alegraremos de todas esas cosas, cuyo premio será el cielo3... Tanto de haber tomado la poción el día de visita, como de haber ido a Maitines a pesar de nuestra cara triste, o de haber cazado conejos4 o recogido la avena... Con gran pesar de mi parte, me estoy dando cuenta de que esta noche no logro decir nada que tenga sentido. Seguro que se debe a que deseaba escribir muchas
cosas a mi tiíta, a quien tanto quiero... Gracias a Dios, sor María de la Eucaristía va a suplir mi pobreza, y esto es lo único que me consuela en mi extrema indigencia... Seguimos juntas en el mismo oficio5 (2vº) y nos entendemos muy bien. Le aseguro que a ninguna de las dos nos ataca la melancolía. Tenemos que poner mucho cuidado en no decir palabras inútiles, porque, después de cada frase útil, se presenta siempre alguna frasecilla divertida que hay que dejar para la recreación. Querida tía, salude, por favor, a todos los queridos habitantes de La Musse, en especial a mi querido tío, a quien le encargo que le dé un abrazo muy fuerte de mi parte.
Su hijita que la quiere, Teresa del Niño Jesús rel. carm. ind.

NOTAS Cta 192
1 El médico de la comunidad.
2 Cf PN 34: «Arrojar flores», poesía del 28 de junio.
3 Alusión a una canción humorística compuesta unos días antes por sor María de la Eucaristía (cf «Poésies supplémentaires», PS 4).
4 Esto se refiere a Francis, hábil cazador.
5 En la sacristía.

Cta 193 Al P. Roulland

J.M.J.T.
Carmelo de Lisieux 30 de julio de 1896
Jesús +
Hermano: ¿Verdad que me va a permitir no darle en adelante otro nombre, ya que Jesús se ha dignado unirnos con los lazos del apostolado? Me encanta pensar que, desde toda la eternidad, Nuestro Señor ha concebido esta unión, llamada a salvarle almas, y que me ha creado para ser su hermana... Ayer recibimos sus cartas; y nuestra Madre le introdujo a usted con gran alegría en la clausura. Me ha dado permiso para conservar la fotografía de mi hermano1; lo cual es un privilegio del todo especial, pues una carmelita no tiene ni siquiera los retratos de sus familiares más cercanos. Pero nuestra Madre sabe bien que el de usted, lejos de recordarme el mundo y los afectos terrenos, elevará mi alma a regiones más altas y la hará olvidarse de sí misma para gloria de Dios y salvación de las almas. De esta manera, hermano mío, mientras yo atravieso el mar en su compañía, usted se quedará junto a mí, muy escondido en nuestra pobre celda... Todo lo que me rodea me evoca su recuerdo. He colocado el mapa de Su-Tchuen en la pared del lugar donde trabajo, y la estampa que me regaló3 descansa siempre sobre mi corazón en el libro de los evangelios que nunca me abandona. La metí al azar, y cayó en este pasaje: «El que deje todo por seguirme, recibirá cien veces más en este mundo y en la edad futura la vida eterna». Estas palabras de Jesús se han (1vº) realizado ya en usted, puesto que me dice: «Parto feliz». Entiendo que esa alegría será totalmente espiritual: es imposible dejar a su padre, a su madre, a su patria sin sentir los desgarros de la separación... Yo, hermano mío, sufro con usted, ofrezco con usted su gran sacrificio, y pido a Jesús que derrame sus abundantes consuelos sobre sus queridos padres, en espera de la unión celestial donde los veremos alegrarse de su gloria, la cual, secando para siempre sus lágrimas, los colmará de alegría por toda una eternidad feliz... Esta noche, en la oración, he meditado unos pasajes de Isaías que me han parecido tan apropiados para usted, que no puedo dejar de copiárselos: «Ensancha el espacio de tus tiendas..., porque te extenderás a derecha e izquierda, tu descendencia heredará naciones y poblará ciudades desiertas... Alza la vista y mira a tu alrededor: todos ésos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos de todas partes. Entonces lo verás, radiante de alegría, palpitará y se ensanchará tu corazón porque volcarán sobre ti las riquezas del mar y te traerán los tesoros de las naciones». ¿No es ése el céntuplo que Jesús prometió? Usted también puede exclamar: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para anunciar su palabra, para curar los corazones desgarrados, para anunciar la liberación a los cautivos y consolar a los afligidos... Desbordo de gozo con el Señor, porque me ha vestido un traje de salvación y me ha cubierto con un manto de liberación. Como la tierra hace germinar la semilla, así el Señor hará germinar para mí su justicia y su gloria ante las naciones... Mi pueblo será un pueblo de justos, serán el renuevo que yo planté... Iré a las islas más remotas, a los que nunca oyeron hablar del Señor. Y anunciaré su gloria a las naciones y se las ofreceré como ofrenda a mi Dios».
Si quisiera copiar todos los pasajes que más hondo me han llegado, necesitaría mucho tiempo. Termino, pero antes quisiera pedirle algo. Cuando tenga usted un momento libre, me gustaría que me escribiese las fechas más importantes de su vida; así, podría unirme a usted de manera más especial para agradecer a Dios las gracias que le ha concedido.
Adiós, hermano mío..., la distancia nunca podrá separar nuestras almas, y la muerte misma hará más íntima nuestra unión. Si voy pronto al cielo, pediré permiso a Jesús para ir a visitarlo a Su-tchuen y proseguiremos juntos nuestro apostolado.
Mientras tanto, estaré unida siempre a usted por la oración, y pido a Nuestro Señor que no me deje nunca gozar mientras usted esté sufriendo. Incluso quisiera que mi hermano tuviese siempre los consuelos y yo las pruebas. Tal vez esto sea egoísmo..., pero creo que no, porque mi única arma es el amor y el sufrimiento, y la espada de usted es la de la palabra3 y los trabajos apostólicos.
Adiós una vez más, hermano. Dígnese bendecir a la que Jesús le ha dado por hermana, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 193
1 Teresa conservará esta foto en su escritorio, cf CG pp. 877s+a.
2 Estampa-recuerdo de su ordenación.
3 Citado en la Regla del Carmelo.

Cta 194 A sor María de San José1

(Fragmento) 8-17 de septiembre (?) de 1896 (...) Estoy encantada con el niñito2, y el que lo lleva en brazos está más encantado todavía que yo... ¡Qué hermosa es la vocación del niñito! No es sólo una misión la que tiene que evangelizar, sino todas las misiones3. ¿Y cómo lo hará...? Amando, durmiendo, ARROJANDO FLORES a Jesús mientras él duerme. Entonces, Jesús tomará esas flores, y, comunicándoles un valor inapreciable, las arrojará a su vez, y las hará volar sobre todas las riberas del mundo y salvará a las almas con las flores, con el amor del niñito, que no verá nada, ¡pero que seguirá sonriendo incluso a través de sus lágrimas...! (Un niño misionero y guerrero, ¡qué maravilla!)

NOTAS Cta 194 1 Los billetes de Teresa a sor María de San José no están fechados. Para su datación aproximada, cf CG p. 886. 2 Sor María de San José. 3 Cf Ms B 3rº. Nótense los numerosos puntos de contacto de este billete y el siguiente con el Ms B.

Cta 195 A sor María de San José

(Fragmentos) 8-17 de septiembre (?) de 1896
J.M.J.T.
El hermanito1 piensa igual que el niñito...
El martirio más doloroso y el más AMOROSO es el nuestro, pues sólo Jesús lo ve.
Nunca será revelado a las criaturas en la tierra; pero cuando el Cordero abra el libro de la vida, ¡cuál no será el asombro en la corte celestial al oír proclamar, junto al nombre de los misioneros y de los mártires, el de unos pobres niñitos que nunca hicieron hazañas deslumbrantes...!
(...) (vº) Sigo cuidando las tocas2, que están muy enfermas.

NOTAS Cta 195
1 Teresa.
2 Griñones de tela blanca.

Cta 196 A sor María del Sagrado Corazón1

13 (?) de septiembre de 1896
J.M.J.T. (1rº) Jesús + ¡Querida hermana!, me pides que te deje un recuerdo de mis ejercicios espirituales, unos ejercicios que quizás sean los últimos... Puesto que nuestra Madre lo permite, me alegro de ponerme a conversar contigo que eres dos veces mi hermana; contigo, que me prestaste tu voz cuando yo no podía hablar, prometiendo en mi nombre que no quería servir más que a Jesús... Querida madrinita, aquella niña que tú ofreciste al Señor es la que te habla esta noche2, la que te ama como sólo una hija sabe amar a su madre... Sólo en el cielo conocerás toda la gratitud de que rebosa mi corazón... Hermana querida, tú querrías escuchar los secretos que Jesús confía a tu hijita. Yo sé que esos secretos te los confía también a ti, pues fuiste tú quien me enseñó a acoger las enseñanzas divinas. Sin embargo, trataré de balbucir algunas palabras, aunque siento que a la palabra humana le resulta imposible expresar ciertas cosas que el corazón del hombre apenas si puede vislumbrar... No creas que estoy nadando entre consuelos. No, mi consuelo es no tenerlo en la tierra. Sin mostrarse, sin hacerme oír su voz, Jesús me instruye en secreto; no lo hace sirviéndose de libros, pues no entiendo lo que leo. Pero a veces viene a consolarme una frase como la que he encontrado al final de la oración (después de haber aguantado en el silencio y en la sequedad): «Este es el maestro que te doy, él te enseñará todo lo que debes hacer. Quiero hacerte leer en el libro de la vida, donde está contenida la ciencia del Amor»3. ¡La ciencia del Amor! ¡Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia. Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía... Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono. Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Este camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre mis rodillas os acariciaré». Sí, madrina querida, ante un lenguaje como éste, sólo cabe callar y llorar de agradecimiento (1vº) y de amor... Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud, como dijo en el salmo XLIX: «No aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños, pues lasfieras de la selva son mías y hay miles de bestias en mis montes; conozco todos los pájaros del cielo... Si tuviera hambre, no te lo diría, pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?... Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias». He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed... Pero al decir: «Dame de beber», lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor... Sí, me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento. Entre los discípulos del mundo, sólo encuentra ingratos e indiferentes, y entre sus propios discípulos ¡qué pocos corazones encuentra que se entreguen a él sin reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito! Hermana querida, ¡dichosas nosotras que comprendemos los íntimos secretos de nuestro Esposo! Si tú quisieras escribir todo lo que sabes acerca de ellos, ¡qué bellas páginas podríamos leer! Pero ya lo sé, tú prefieres guardar «los secretos del Rey» en el fondo de tu corazón, mientras que a mí me dices «que es bueno publicar las obras del Altísimo». Creo que tienes razón en guardar silencio, y sólo por complacerte escribo yo estas líneas, pues siento mi impotencia para expresar con palabras de la tierra los secretos del cielo; y además, aunque escribiera páginas y más páginas, seguiría teniendo la impresión de no haber empezado todavía... Hay tal diversidad de horizontes, matices tan infinitamente variados, que sólo la paleta del Pintor celestial podrá proporcionarme, después de la noche de esta vida, los colores apropiados para pintar las maravillas que él descubre a los ojos de mi alma. Hermana querida, me pedías que te escribiera mi sueño y mi «doctrinita», como tú las llamas... Lo he hecho en las páginas que siguen4; pero tan mal, que me parece imposible que consigas entender nada. Tal vez mis expresiones te parezcan exageradas... Perdóname, ello se debe a mi estilo demasiado confuso. Te aseguro que en mi pobre alma no hay exageración alguna: en ella todo es sereno y reposado... (Al escribir, me dirijo a Jesús; así me resulta más fácil expresar mis pensamientos... Lo cual, ¡ay!, no impide que vayan horriblemente expresados.)

NOTAS Cta 196 1 Esta carta constituye la primera parte del Manuscrito B (1rº/vº). 2 Sor María del Sagrado Corazón acababa de enviarle este billete: «Querida hermanita: te escribo, no porque tenga algo que decirte, sino para tener yo algo de ti. De ti, que estás tan cerca de Dios. De ti, que eres su esposa privilegiada a quien confía todos sus secretos... Son muy dulces los secretos de Jesús con Teresa, y yo quisiera volverlos a escuchar. Escríbeme unas letras, quizás éstos sean tus últimos ejercicios espirituales, pues Jesús debe tener ya ganas de cortar su racimo dorado (...) Nuestra Madre me ha dado permiso para que me contestes a vuelta de correo» (LC 169, 13/9/1896). Teresa contesta, sin duda, esa misma noche. 3 Petit bréviaire du Sacré-Coeur de Jésus, p. 58. 4 Las «páginas que siguen» designan los cuatro folios del Ms B propiamente dicho, escritos el 8 de septiembre. Las expresiones empleadas al final de esta carta muestran con total evidencia que ésta fue escrita después de la «segunda parte» del Ms B.

Cta 197 A sor María del Sagrado Corazón

J.M.J.T. Jesús + 17 de septiembre de 1896 Querida hermana: No encuentro la menor dificultad en responderte1... ¿Cómo puedes preguntarme si puedes tú amar a Dios como le amo yo...? Si hubieses entendido la historia de mi pajarillo, no me harías esa pregunta. Mis deseos de martirio no son nada, no son ellos los que me dan la confianza ilimitada que siento en mi corazón. A decir verdad, son las riquezas espirituales las que hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande2... Esos deseos son un consuelo que Jesús concede a veces a las almas débiles como la mía (y de estas almas hay muchas); pero cuando no da este consuelo, es una gracia privilegiada. Recuerda aquellas palabras del Padre3: «Los mártires sufrieron con alegría, y el Rey de los mártires sufrió con tristeza». Sí, Jesús dijo: «Padre, aparta de mí este cáliz». Hermana querida, ¿cómo puedes decir, después de esto, que mis deseos son la señal de mi amor...? No, yo sé muy bien que no es esto, en modo alguno, lo que le agrada a Dios en mi pobre alma. Lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro. Madrina querida, ¿por qué este tesoro no va a ser también el tuyo...? ¿No estás dispuesta a sufrir todo lo que Dios quiera? Yo sé muy bien que sí. Pues entonces, si deseas sentir alegría o atractivo por el sufrimiento, es tu propio consuelo lo que buscas, pues cuando se ama una cosa desaparece el dolor4. Te aseguro que si fuésemos las dos juntas al martirio con las disposiciones que hoy tenemos, tú tendrías un gran mérito y yo no tendría ninguno, a menos que Jesús tuviese a bien cambiar mis disposiciones. Hermana querida, comprende a tu hijita, por favor. Comprende que para amar a Jesús, para ser su víctima de amor5, cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de este Amor consumidor y transformante6... Con el solo deseo de ser víctima ya basta; pero es necesario aceptar ser siempre pobres y sin fuerzas, y eso es precisamente lo difícil, pues «al verdadero pobre de espíritu ¿quién lo encontrará? Hay que buscarle muy lejos», dijo el salmista7... No dijo que hay que buscarlo entre las almas grandes, sino «muy lejos», es decir, en la bajeza, en la nada... Mantengámonos, pues, muy lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, deseemos no sentir nada. Entonces seremos pobres de espíritu y Jesús irá a (vº), buscarnos, por lejos que nos encontremos, y nos transformará en llamas de amor... ¡Ay, cómo quisiera hacerte comprender lo que yo siento...! La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor... El temor ¿no conduce a la justicia... (1)? Ya que sabemos el camino, corramos juntas. Sí, siento que Jesús quiere concedernos las mismas gracias a las dos, que quiere darnos gratuitamente su cielo. Hermanita querida, si no me comprendes, es que eres un alma demasiado grande..., o, mejor, es que yo me explico mal, pues estoy segura de que Dios no te daría el deseo de ser POSEIDA por él, por su Amor misericordioso, si no te tuviera reservada esa gracia... O mejor dicho, ya te la ha concedido, puesto que te has entregado a El, puesto que deseas ser consumida por El, y Dios nunca da deseos que no pueda convertir en realidad... Dan las 9 y tengo que dejarte8. ¡Cuántas cosas quisiera decirte! Pero Jesús mismo te hará comprender todo lo que yo no acierto a escribir... Te quiero con toda la ternura de mi corazoncito de hija AGRADECIDA. Teresa del Niño Jesús rel. carm. ind. (1) A la justicia severa, tal como se la presentan a los pecadores; pero no es ésta la justicia que Jesús usará con los que le aman9.

NOTAS Cta 197 1 Esta «contestación» de Teresa representa una puntualización importante en su doctrina. Es, pues, indispensable, leer entero el billete que le había escrito sor María del Sagrado Corazón después de recibir el Ms B: «Hermanita querida, he leído tus páginas ardientes de amor a Jesús. Tu madrinita se siente felicísima de poseer este tesoro y está muy agradecida a su hijita querida por haberle desvelado así los secretos de su alma. ¿Y qué puedo yo decirte acerca de estas líneas marcadas con el sello del amor? Tan sólo una palabra, que me concierne a mí personalmente. Como el joven del Evangelio, también se apodera de mí un sentimiento de tristeza ante tus deseos extraordinarios de martirio. Ahí está, bien clara, la prueba de tu amor. Sí, tú estás en posesión del amor. ¿Pero yo...? No, jamás me harás creer que yo podré llegar a esa meta tan deseada. Pues yo temo todo lo que tú amas. «Y te voy a dar una prueba bien clara de que yo no amo a Jesús como tú. Tú dices que no haces nada, que eres sólo un pobre y endeble pajarillo. ¿Pero tus deseos no cuentan nada para ti? Para Dios sí, para Dios cuentan tanto como las obras. «No puedo decirte nada más. Comencé estas líneas esta mañana, y no he tenido ni un minuto para terminarlas. Ahora son las cinco. Me gustaría que le dijeses por escrito a tu madrinita si puede ella amar a Jesús como tú. Pero dos palabras nada más, pues con lo que tengo ya me basta para labrar mi dicha y mi aflicción. Mi dicha, al ver hasta qué punto eres amada y privilegiada; mi aflicción, al presentir el deseo de Jesús de cortar su querida florecita. Al leer esas líneas, que no son de la tierra sino un eco del corazón de Dios, me entraron ganas de llorar... ¿Quieres que te diga una cosa? Pues bien, tú estás poseída por Dios; pero lo que se dice absolutamente poseída..., como los malvados lo están por el maligno «También yo desearía estar poseída así por Jesús. Pero te quiero tanto, que, a fin de cuentas, me alegro de ver que tú eres más privilegiada que yo. «Unas letras para tu madrinita» (LC 170, 17/9/1896). 2 Cf Im II, 11, 5. 3 El P. Pichon, retiro de octubre de 1887 en el Carmelo de Lisieux, charla del día 7º. 4 Cf SAN AGUSTÍN, De bono viduitatis. 5 Sor María de Sagrado Corazón fue la tercera, después de Teresa y de Celina, que hizo su ofrenda al Amor misericordioso, durante el verano de 1895. Cf CG p. 896s.+f y Prières, p. 87s. 6 Esta afirmación hay que situarla en el contexto de Cta 196 y 197, y especialmente en el del Ms B: «Es mi misma debilidad la que me da la audacia de ofrecerme» (3vº). Estamos aquí en el mismo corazón del caminito». 7 En realidad, Im II, 11, 4, citando a Pr 31,10. 8 Para ir al oficio de Maitines. 9 Nota añadida por Teresa. En el texto (1), tachó «a la justicia».


CARTAS – Teresa del Niño Jesús 190