Teresa III Cartas 19

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Carta XIX

Al mesmo padre Rodrigo Álvarez, de la Compañía de Jesús.

Jesús


1. Esta monja ha cuarenta años, que tomó el hábito, y desde el primero comenzó a pensar en la Pasión de Cristo nuestro Señor por los misterios algunos ratos del día, y en sus pecados, sin nunca pensar en cosa que fuese sobrenatural, sino en las criaturas, o cosas de que sacaba, cuan presto se acaba todo; en mirar por las criaturas, la grandeza de Dios, y el amor que nos tiene.

2. Este le hacía mucha más gana de servirle; que por el temor nunca fue, ni le hacía al caso. Siempre con gran deseo de que fuese alabado, y su Iglesia aumentada. Por esto era cuanto rezaba, sin hacer nada por sí; que le parecía, que iba poco en que padeciese, aunque fuese en muy poquito.

3. En esto pasó como veinte y dos años en grandes sequedades, y jamás le pasó por pensamiento desear más; porque se tenía por tal, que aun pensar en Dios le parecía no merecía, sino que le hacía su Majestad mucha merced en dejarla estar delante dél rezando, leyendo también en buenos libros.

4. Habrá como diez y ocho años, cuando se comenzó a tratar del primero monasterio que fundó de Descalzas, que fue en Ávila, tres años, o dos antes (creo que son tres) que comenzó a parecerle, que le hablaban [86] interiormente algunas veces, y a ver algunas visiones, y revelaciones, interiormente en los ojos del alma (que jamás vio cosa con los ojos corporales, ni la oyó: dos veces le parece oyó hablar, mas no entendía ninguna cosa). Era una representación, cuando estas cosas veía interiormente, que no duraban sino como un relámpago lo más ordinario; mas quedábasele tan imprimido, y con tantos efectos, como si lo viera con los ojos corporales, y más.

5. Ella era entonces tan temerosísima de su natural, que aun de día no osaba estar sola algunas veces. Y como aunque más lo procuraba, no podía escusar esto, andaba afligidísima, temiendo no fuese engaño del demonio; y comenzolo a tratar con personas espirituales de la Compañía de Jesús.

6. Entre los cuales fueron el P. Araoz, que era comisario de la Compañía, que acertó a ir allí; y al P. Francisco, que fue el duque de Gandía, trató dos veces; y a un provincial, que está ahora en Roma, llamado Gil González; y aun al que ahora lo es en Castilla, aunque a este no trató tanto; al P. Baltasar Álvarez, que es ahora rector en Salamanca, y la confesó seis años en este tiempo; y al rector que es ahora de Cuenca, llamado Salazar; y al de Segovia, llamado Santander; al rector de Burgos, llamado Ripalda; y aun éste lo hacía harto mal con ella, de que había oído estas cosas, hasta después que la trató: al Dr. Paulo Hernández en Toledo, que era consultor de la Inquisición; al rector, que era de Salamanca, cuando le hablé; al Dr. Gutiérrez, y otros padres algunos de la Compañía, que se entendía ser espirituales, como estaban en los lugares, que iba a fundar, los procuraba.

7. Al P. Fr. Pedro de Alcántara, que era un santo varón de los Descalzos de san Francisco, trató mucho, y fue el que muy mucho puso en que se entendiese era buen espíritu. Estuvieron más de seis años haciendo hartas pruebas, como más largamente tiene escrito, como adelante se dirá: y ella con hartas lágrimas, y aflicciones, mientras más pruebas se hacían, más tenía suspensiones, y arrobamientos hartas veces, aunque no sin sentido.

8. Hacíanse hartas oraciones, y decíanse hartas misas, porque el Señor la llevase por otro camino; porque su temor era grandísimo, cuando no estaba en la oración, aunque en todas las cosas que tocaban a estar su alma mucho más aprovechada, se veía gran diferencia, y ninguna vanagloria, ni tentación della, ni de soberbia; antes se afrentaba mucho, se corría de ver que se entendía: y aun si no eran confesores, o persona que le había de dar luz, jamás trataba nada; y a éstos sentía más decirlo, que si fueran graves pecados; porque le parecía se habían de [87] burlar della, y que eran cosas de mujercillas, que siempre las había aborrecido oír.

9. Habrá como trece años, poco más, o menos (después de fundado san José, a donde ella ya se había pasado del otro monasterio), que fue allí el obispo, que es ahora de Salamanca, que era inquisidor, no sé si en Toledo, y lo había sido en Sevilla, que se llamaba Soto. Ella procuró de hablarle para asegurarse más. Diole cuenta de todo. Él le dijo, que no era cosa que tocaba a su oficio; porque todo lo que veía ella, y entendía, siempre la afirmaba más en la fe católica, que siempre estuvo, y está firme, con grandísimos deseos de la honra de Dios, y bien de las almas, que por una se dejará matar muchas veces.

10. Díjole, como la vio tan fatigada, que lo escribiese todo, y toda su vida, sin dejar nada, al maestro Ávila, que era hombre que entendía mucho de oración, y que con lo que escribiese, se sosegase. Ella lo hizo ansí, y escribió sus pecados, y vida. Él la escribió, y consoló, asegurándola mucho. Fue de suerte esta relación, que todos los letrados, que la habían visto, que eran mis confesores, decían, que era de gran provecho para aviso de cosas espirituales; y mandáronla, que la trasladase, y hiciese otro librillo para sus hijas (que era priora) a donde les diese algunos avisos.

11. Con todo esto a tiempos no le faltaban temores, pareciéndole, que personas espirituales también podían estar engañadas, como ella. Dijo a su confesor, que si quería tratase algunos grandes letrados, aunque no fuesen muy dados a la oración; porque ella no quería sino saber, si era conforme a la sagrada Escritura lo que tenía. Algunas veces se consolaba, pareciéndole, que aunque por sus pecados merecía ser engañada, que a tantos buenos, como deseaban darla luz, que no permitiría el Señor se engañasen.

12. Con este intento comenzó a tratar con padres de la Orden del glorioso padre santo Domingo, con quien antes destas cosas se había confesado: no dice con estos, sino con esta Orden. Son estos los que después ha tratado. El P. Fr. Vicente Barrón la confesó año y medio en Toledo, que era consultor entonces del santo Oficio, y antes destas cosas la había tratado muchos años. Era gran letrado. Este la aseguró mucho, y también los de la Compañía, que ha dicho. Todos la decían, que, si no ofendía a Dios, y si se conocía por ruin, ¿de qué temía?

13. Con el P. Fr. Pedro Ibáñez, que era lector en Ávila. Con el padre maestro Fr. Domingo Báñez, que ahora está en Valladolid por regente en el colegio de san Gregorio, me confesé seis años, y siempre trataba con él por cartas, cuando algo se le ha ofrecido. Con el maestro [88] Chaves. Con el P. M. Fr. Bartolomé de Medina, catedrático de Salamanca, que sabía que estaba muy mal con ella; porque había oído decir estas cosas, y pareciole, que éste le diría mejor, si iba engañada, que ninguno, por tener tan poco crédito. Esto ha poco más de dos años. Procuró confesarse con él, y diole gran relación de todo el tiempo que allí estuvo, y vio lo que había escrito, para que mejor lo entendiese. Él la aseguró tanto, y más que todos, y quedó muy su amigo.

14. También se confesó algún tiempo con Fr. Felipe de Meneses, cuando fundó en Valladolid, que era el rector de aquel colegio de san Gregorio; y antes había ido a Ávila (habiendo oído estas cosas) a hablarla, con harta caridad, queriendo saber si iba engañada para darme luz; y si no para tornar por ella, cuando oyese murmurar, y se satisfizo mucho.

15. También trató particularmente con un provincial de santo Domingo, llamado Salinas, hombre espiritual mucho; y con otro presentado, llamado Lunar, que era prior en santo Tomás de Ávila: en Segovia con un lector, llamado Fr. Diego de Yangües.

16. Entre estos Padres de santo Domingo, no dejaban algunos de tener harta oración, y aun quizá todos. Y otros algunos también ha tratado, que en tantos años, y con temor ha habido lugar para ello, especial como andaba en tantas partes a fundar. Hanse hecho hartas pruebas, porque todos deseaban acertar a darla luz; por donde la han asegurado, y se han asegurado. Siempre estaba sujeta a lo que la mandaban; y ansí se afligía, cuando en estas cosas sobrenaturales no podía obedecer. Y su oración, y la de las monjas que ha fundado, siempre es con gran cuidado, por el aumento de la fe; y por esto comenzó el primer monasterio, junto con el bien de su Orden.

17. Decía ella, que cuando algunas cosas destas la inducieran contra lo que es fe católica, y ley de Dios, que no hubiera menester andar a buscar letrados, ni hacer pruebas, que luego viera que era demonio. Jamás hizo cosa por lo que entendía en la oración; antes cuando le decían sus confesores que hiciese lo contrario, lo hacía sin ninguna pesadumbre, y siempre les daba parte de todo. Nunca creyó tan determinadamente que era Dios (con cuanto le decían que sí) que lo jurara, aunque por los efectos, y las grandes mercedes que le ha hecho en algunas cosas le parecía buen espíritu; mas siempre deseaba virtudes, más que nada: y esto ha puesto a sus monjas, diciéndoles, que lo más humilde, y mortificado, sería lo más espiritual.

18. Lo que está dicho que escribió, dio al padre maestro fray Domingo Báñez, que es el que está en Valladolid, que es con quien más [89] tiempo ha tratado, y trata. Él los ha presentado al santo Oficio en Madrid, a lo que se ha dicho. En todo ello se sujeta a la fe católica, e Iglesia romana. Ninguno le ha puesto culpa: porque estas cosas no están en mano de nadie, y nuestro Señor no pide lo imposible.

19. La causa de haberse divulgado tanto es, que como andaba con temor, y ha comunicado a tantos, unos lo decían a otros; y también un desmán, que acaeció con esto que había escrito. Hale sido grandísimo tormento, y cruz, y le cuesta muchas lágrimas: dice ella, que no por humildad, sino por lo que queda dicho. Parecía permisión del Señor para atormentarla; porque mientras uno decía más mal de lo que los otros habían dicho, dende a poco decía más bien.

20. Tenía extremo de no se sujetar a quien le parecía, que creía era todo de Dios; porque luego temía los había de engañar a entrambos el demonio. A quien veía temeroso, trataba su alma de mejor gana; aunque también le daba pena, cuando por probarla del todo despreciaban estas cosas: porque le parecían algunas muy de Dios; y no quisiera, que pues veían causa, las condenaran tan determinadamente; tampoco como si creyeran, que todo era de Dios. Y porque entendía ella muy bien, que podía haber engaño, por esto jamás le pareció bien asegurarse del todo en lo que podía haber peligro.

21. Procuraba lo más que podía en ninguna manera ofender a Dios, y siempre obedecía: y con estas dos cosas se pensaba librar, con el favor de Dios, aunque fuese demonio.

22. Desde que tuvo cosas sobrenaturales, siempre se inclinaba su espíritu a buscar lo más perfecto; y casi ordinario tenía gran deseo de padecer. Y en las persecuciones (que ha tenido hartas) se hallaba consolada, y con amor particular a quien la perseguía; y gran deseo de pobreza, y soledad de salir deste destierro, por ver a Dios. Por estos efectos, y otros semejantes, se comenzó a sosegar, pareciéndole, que espíritu que la dejaba con estas virtudes, no sería malo; y ansí lo decían los que la trataban, aunque para dejar de temer no, sino para no andar tan fatigada.

23. Jamás su espíritu le persuadía a que encubriese nada, sino que obedeciese siempre. Nunca con los ojos del cuerpo vio nada, como está dicho; sino con una delicadeza, y cosa tan intelectual, que algunas veces pensaba a los principios, si se le había antojado: otras no lo podía pensar. Estas cosas no eran continas, sino por la mayor parte en alguna necesidad, como fue una vez, que había estado unos días con unos tormentos interiores incomportables, y un desasosiego en el alma de temor, si la traía engañada el demonio, como muy largamente está en [90] aquella relación (que tan públicos han sido sus pecados, que están allí como lo demás) porque el miedo que traía, le ha hecho olvidar su crédito.

24. Estando ansí con esta aflicción, tal que no se puede encarecer, con sólo entender estas palabras en lo interior: Yo soy, no hayas miedo; quedaba el alma tan quieta, y animosa, y confiada, que no podía entender de dónde le había venido tan gran bien: pues no había bastado confesor, ni bastaran muchos letrados con muchas palabras, para ponerle aquella paz, y quietud, que con una se le había puesto. Y ansí otras veces, que con alguna visión quedaba fortalecida; porque a no ser esto, no pudiera haber pasado tan grandes trabajos, y contradicciones, junto con enfermedades, que han sido sin cuento, y pasa, aunque no tantas; porque jamás anda sin algún género de padecer. Hay más, y menos: lo ordinario es siempre dolores, con otras hartas enfermedades, aunque después que es monja la apretaron más, si en algo sirve al Señor. Y las mercedes que le hace, pasan de presto por su memoria, aunque de las mercedes muchas veces se acuerda; mas no se puede detener allí mucho, como en los pecados; que siempre están atormentándola lo más ordinario, como un cieno de mal olor.

25. El haber tenido tantos pecados, y el haber servido a Dios tan poco, debe ser la causa de no ser tentada de vanagloria. Jamás con cosa de su espíritu tuvo cosa que no fuese toda limpia, y casta; ni se parece (si es buen espíritu, y tiene cosas sobrenaturales) se podría tener; porque queda todo descuido de su cuerpo, ni hay memoria dél: toda se emplea en Dios.

26. También tiene un gran temor de no ofender a Dios nuestro Señor, y hacer en todo su voluntad: esto le suplica siempre. Y a su parecer está tan determinada a no salir della, que no la dirían cosa, en que pensase servir más al Señor los confesores que la tratan, que no lo hiciese, ni lo dejase de poner por obra, con el favor del Señor. Y confiada en que su Majestad ayuda a los que se determinan por su servicio, y gloria, no se acuerda más de sí, y de su provecho, en comparación desto, que si no fuese: en cuanto puede entender de sí, y entienden sus confesores.

27. Es todo gran verdad lo que va en este papel, y se puede probar con ellos, y con todas las personas que la tratan de veinte años a esta parte. Muy de ordinario la movía su espíritu a alabanzas de Dios, y querría que todo el mundo entendiese esto, y aunque a ella le costase muy mucho. De aquí le viene el deseo del bien de las almas: y de ver, cuán basura son las cosas deste mundo, y cuán preciosas las interiores, que no tienen comparación, ha venido a tener en poco las cosas dél. [91]

28. La manera de visión, que vuestra merced quiere saber es, que no se ve ninguna cosa, interior, ni exteriormente, porque no es imaginaria. Mas sin verse nada entiende el alma lo que es, y hacia donde se representa, más claramente que si volviese. Salvo, que no se representa cosa particular; sino como si una persona sintiese, que esta otra cabe ella, y porque estuviese a escuras no la ve, mas cierto entiende que está allí. Salvo, que no es comparación esta bastante; porque el que está a escuras, por alguna vía, oyendo ruido, va viendo la vista, antes que entienda que esta allí, o la conoce de antes. Acá no hay nada deso, sino que sin palabras exteriores, ni interiores, entiende el alma clarísimamente quién es, hacia qué parte está, y a las veces lo que quiere significar. Por donde, o cómo lo entiende, ella no lo sabe; mas ello pasa ansí: y lo que dura, no puede imaginarlo. Y cuando se quita, aunque más quiera imaginarlo como antes, no aprovecha; porque sabe que es imaginación, y no representación: que esto no está en su mano; ansí son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no tenerse en nada a quien Dios hace estas mercedes, sino muy mayor humildad que antes; porque ve, que es cosa dada, y que ella allí no puede quitar, ni poner. Y queda más amor, y deseo de servir a Señor tan poderoso, que puede lo que acá no podemos aún entender. Como aunque más letras tengan, hay letras que no se alcanzan. Sea bendito el que lo da. Amén, para siempre jamás.
Notas.


Esta relación segunda, que hizo santa Teresa de su espíritu al padre Rodrigo Álvarez, parece que fue ocasionada, y como consecuencia de la primera; porque al fin de ella en el número vigésimo octavo dice la Santa: La manera de visión que vuestra merced quiere saber, es, etc. En esto se reconoce, que habiendo hecho la Santa la primera relación, le debió de ordenar que hiciese otra, en la cual refiriese lo historial de los pasos, modo, y forma cómo se gobernó en su vocación, y qué maestros tuvo, para darla con la otra a la Inquisición.

2. Paréceme cierto, que es de los más discretos papeles de la Santa, y la relación mas sucinta (y no sé si diga la más útil) de las que yo he visto suyas; porque tiene tres cosas muy particulares. La primera, ser breve, y clara; que no es cosa muy fácil, aunque sean los mayores ingenios.

La segunda, mezclar en ella (como diamantes, y piedras preciosas, engastadas en papel de gran precio) admirables documentos para las almas, a quien Dios ha dado espíritu particular.

La tercera, seguir la orden de los tiempos cronológicamente, diciendo a sus confesores, que no lo tienen de esta manera las demás. Y añadamos la cuarta: El ser una breve, y discretísima instrucción de cómo se [92] han de gobernar, no sólo las almas a quien Dios escoge para vocación tan alta, sino sus confesores con ellas.

3. Quisiera yo harto entender estas cosas de espíritu, y tener gracia para hacer las notas de esta relación. Porque verdaderamente las habían de hacer los mismos varones, a quien la escribía, y de quien trata en ella, que sin duda eran muy espirituales; o la misma Santa comentarse a sí misma. Pero en mi modo rústico, y sencillo, diré simplemente en cada número lo que se me ofrece.

4. En el primer número comienza su relación diciendo, como si hablara de otra (lo cual observa en toda relación para no ser conocida, aunque algunas veces se descuida, y habla en primera persona): Esta monja (y podíamos añadir nosotros: Y muy buena monja) ha cuarenta años que tomó el hábito. Débese entender desde que entró en la Encarnación de Ávila. De aquí se colige, que es muy cierto, que esta relación la hizo en Sevilla en tiempo de las persecuciones, y cuando la delataron al tribunal de la Inquisición, por la novicia melancólica, que le revolvió la casa.

Estoy pensando, que por la perfección con que padecieron aquella persecución entonces la madre, y las hijas del Carmelo, les ha dado Dios por don particular, desterrar de toda la Orden la melancolía. Porque tal alegría como tienen los hijos, e hijas de santa Teresa, en medio de su penitencia, clausura, y austeridad, no es bastantemente ponderable.

5. En este mismo número dice: Que desde el primer año comenzó a pensar en la Pasión de nuestro Señor, y en sus pecados. Tres cosas utilísimas enseña con esto a las almas. La primera, que comiencen temprano a tener oración; porque si no lo hacen, podrá ser que no la tengan tarde, ni temprano, ni jamás.

La segunda, que no se pongan luego en divinidades, sino que comiencen por la Pasión, y la humanidad, si quieren llegar a la divinidad; porque de los pies se ha de subir a la cabeza, y no de la cabeza a los pies.

6. La Madalena llegó a ser tan santa, porque comenzó por linda parte: Ex quo intravit (dice el Señor) non cesavit osculari pedes meos. Y poco después: Unguento unxit pedes meos. Y poco antes: Capillis suis tersit pedes meos (Lc 7,45). Comenzó la santa por los pies. Conque casi se puede decir, que en su esfera, por comenzar por los pies, fue cabeza, y maestra de penitentes.

Gran vanidad es comenzar por lo más: de esa manera suele acabarse en lo menos. Grande acierto el comenzar por lo menos, para llegar a lo más; y más con Jesucristo bien nuestro, en quien lo menos de su más, es infinito. ¡Oh Bien eterno! ¡Sabiduría del Padre! ¿Quién es tan loco, que aparta sus labios de vuestros pies en la cruz?

7. La tercera advertencia utilísima la da en donde dice: Que pensaba en la Pasión del Señor, y en sus pecados. Como quien dice: Pensaba en mi remedio, y mi daño. Pensaba en la enfermedad, y en la medicina. Pensaba en el veneno de la culpa, y en el antídoto de la gracia. Cuando veía mis maldades, me iba huyendo a la Pasión; y cuando contemplaba de Jesús en la Pasión, le suplicaba con lágrimas perdonase mis maldades.

8. El beato Alberto Magno dice, que en media hora que se piense en [93] la Pasión del Señor, se merece más que en un año entero de penitencia. Entiendo que lo dice por dos cosas. La primera, porque la Pasión del Señor es el principio, medio, y fin de nuestros merecimientos. La segunda, porque con media hora cada día de meditación de la Pasión del Señor, no sólo hará el alma un año de penitencia, sino una vida penitente, santa, y mortificada. ¿Pues quién ve, y contempla a Jesús crucificado, que no desee morir crucificado con Jesús? ¿Quién ve con llagas su cuerpo, que no desee ver el suyo con ellas, para curar las del alma? Y como decía san Agustín, y con él san Bernardo: Si no es volviendo los ojos a Jesús crucificado, y herido con él, ¿quién abrazará las heridas? Quis enim cor suum vulnerari permitteret, nisi prius amoris illius vulnus percepisset? (D. Aug. D. Bern. Tract. de Passione Dñi., c. 3, circa finem). Mucho nos vamos deteniendo, pero la materia es dulce.

9. Dice en el mismo número: Que pensaba en las criaturas; y que de allí sacaba cuán presto se acaba todo. Sólo para esto es bueno pensar en las criaturas. Toda carne es heno, dice el espíritu Santo: es una flor la vida, que a la mañana nace, y a la tarde se deshace: Omnis caro faenum, et omnis gloria ejus, quasi flors agri (Is 40,6). ¡Qué desatinado que es quien piensa de otra manera!

También dice: Que miraba por las criaturas la grandeza de Dios, y el amor que nos tiene; porque son las criaturas vivo espejo de su Criador, y debe amarse a Dios en sus mismas criaturas, y sólo a sus criaturas por Dios. ¡Oh si aprendiésemos esta ciencia altísima de la Santa! ¡Qué poco embarazarían a nuestro corazón las criaturas! ¡Y qué lleno estaría de Dios nuestro corazón!

10. En el número segundo, dice: Que no la llevó Dios por el camino del temor, tanto como por el del amor. Fue este un don soberano. Poner al alma en amor de Dios, ¡oh qué dicha! Todo se lo facilita, y suaviza, y todo se lo halla hecho. No he visto quien comience, y camine por amor, que no persevere; aunque caiga, se levanta. No desconfíen los que caminaren por temor: prosigan; pero pidan siempre amor. No se queden en el medio, sin llegar al fin.

11. Añade: Que toda su ansia era de que Dios fuese alabado, y su Iglesia aumentada, y que por esto rezaba, sin hacer nada por sí. Nada dice que hacía por sí, cuando todo lo hacía por Dios; y todo lo que hacía por Dios, era por sí, y para sí. Puso Dios a esta alma santa, muy en sus principios, en raro desasimiento; pues aun de sus oraciones no quería tener propiedad, y todas las quería dar a la Iglesia, y a Dios. Pues cierto, almas, que no era simple la Santa. Aprendamos de esta desnudez, y entendamos, que cuanto damos a Dios, eso tenemos; y que el tenerlo sin darlo, es ya negárselo a Dios, y que tanto va entrando de Dios en nosotros, cuanto fuere saliendo de nosotros, ofeciéndoselo a Dios.

12. Dice también: Que tenía en poco el padecer ella en el purgatorio, como Dios fuese más alabado. ¡Oh qué arte tan sutil de no padecer después el purgatorio! Esto, con licencia de la Santa, más parece acabar, que comenzar en la vida espiritual. Por donde suelen acabar los santos, es por este desasimiento; y comienza santa Teresa, por donde otros santos acabaron. ¿Cuáles serían los fines, de quien tuvo estos principios? [94]

13. En el número tercero, dice: Que veinte y dos años pasó de grandes sequedades, sin desear otra cosa. No fue tanto el padecerlo, como el padecer tanto tiempo. Pero el no desearla, lo podía asegurar cualquiera, aunque no lo dijera la Santa; porque para levantar un edificio tan alto de perfección suya, y de su religión, que llegase, como llega, con sus capiteles hasta el cielo, conveniente era ahondar veinte y dos años enteros en formar sus cimientos con la tribulación.

No hay cosa como padecer. ¡Oh las almas santas! Sequedades, y trabajos; porque esas tinieblas, son luz: ese bajar, es subir; ese penar, levantar. Por la Pasión, se llega a la Resurrección: por la Resurrección, a la Ascensión; por la Ascensión, a la gloria.

14. Añade la Santa: Que se tenía por tal, que aun pensar en Dios le parecía que no merecía. Yaunque tenía razón, porque no hay quien merezca tan merced, si Dios no aplica sus méritos; pero era soberano modo de pensar de Dios, y utilísimo de pensar de sí.

Esto es lo que pedía san Agustín, cuando decía (y dijimos en las notas de la carta VIII, Nb 20): Dadme, Señor, Ut noverim me, et noverim te. Dadme, Señor, quo me conozca, y os conozca. En estos dos polos estriba, vuelve, y revuelve la suma de la perfección.

15. En todo el número cuarto, va refiriendo las misericordias, que Dios le iba haciendo, después de veinte y dos años de tribulaciones, con las luces, locuciones, visiones, y revelaciones. Veinte y dos años quiso Dios que padeciese, para que después la favoreciese, y fuese capaz de sus favores; porque navegarse segura al ser favorecida, con el lastre que le pusieron al ser atribulada.

¿Mas si estos favores fueron sin penas? Bien cierto es que fueron con ellas: y estoy por decir, que de otra manera no fueran favores. Creedme, almas, que en esta vida son peligrosos los favores sin penas.

16. En el número quinto lo dice. Porque luego comenzó a temer, y a temblar, si era Dios, o el demonio el que le hablaba. ¡Oh qué distancia tan grande, y tan terrible! ¡Y qué pena, no saber el alma de quién es tan desigual, y opuesta correspondencia!

Dice también, que era temerosísima de suyo la Santa, y esto lo permitió Dios, para que se reconociese su poder en hacer después tan valerosa, a la que era de suyo tan temerosa.

17. En el número sexto nombra a sus padres espirituales de la Compañía de Jesús: crédito grande de esta sagrada religión haber tenido por discípula a santa Teresa, ilustre maestra de la vida espiritual.

Aunque creería yo, que el enseñarla fue inmediatamente de Dios: el examen, y muy espirituales instrucciones, que le darían, y registrar si era de Dios; sería estos varones de espíritu, y de los demás, que luego va nombrando en esta relación. Por eso la Santa decía muchas veces lo que debía a la Compañía de Jesús, y con razón; porque es la mayor deuda aquella que se contrae en el comercio del espíritu, y en los socorros del alma, y en asegurar el camino de la vocación.

También se reconoce, cuán grande fue el número, y cuán alto el espíritu de los primitivos operarios de esta religión sagrada; pues sólo en este número sexto nombra diez la Santa, con quien comunicó su espíritu con grande utilidad de su alma: y claro está, que también había comunicado otros [95] (como insinúa) según en las partes en que se hallaba.

18. En el número sétimo refiere, como también pasó su espíritu por la censura de aquella luz de la religión cristiana, honor de la seráfica religión, y de su Descalcez, vivo desengaño de la vanidad del mundo, el beato fray Pedro de Alcántara, que fue de los que más aprobaron, aseguraron, y defendieron su espíritu.

19. Refiere en el número octavo: Que se hacían oraciones, y se decían misas para que Dios la llevase por otro camino. ¡Raras son nuestras peticiones! Jamás estamos contentos. Siendo el mejor camino aquel, que era el que quería Dios, buscaban otro camino: y no era esta imperfección, porque ese mismo camino que buscaban, se lo pedían a Dios.

Otra cosa fuera si el alma se resistiera a los caminos de Dios, y no acudiera a Dios con su petición, y camino: aquello sí que fuera andar sin camino. Pero decirle el alma a Dios: Señor, no me deis visiones, ni revelaciones; dadme penas, y virtudes. El serviros sea para esta vida, y el veros para la eterna. El camino de la cruz sea mi cruz, y camino. Escojo para el destierro el Calvario; reservo para la gloria el Tabor. Quien resignadamente hiciere esta oración, y petición, aunque diga misas por ello, no tiene que recelar, sino asegurarse con santa Teresa, que no va por mal camino.

20. En el mismo número octavo, dice: Que no tenía tentaciones de vanagloria con las visiones;y sin duda fue muy singular don de Dios. A lo cual ayudaba la Santa, pensando más en sus culpas, que no en sus revelaciones; que es el mejor medio, y modo para escusar las tentaciones de la vanidad. Porque en poniéndose el espiritual delante de Dios en figura de reo, y de perdonado, conociendo que todo su bien depende de su piedad, huye toda su presunción.

21. Concluye este número con decir: Que temía se burlasen de ella, por parecerle el andar en revelaciones cosa de mujercillas. No hay duda, que andar en revelaciones sin virtudes, o andar a caza de revelaciones, olvidada el alma de las virtudes, no es de las mujeres fuertes de los Proverbios; sino de mujercillas sin espíritu, ni seso (por grandes hombres que sean los que esto hacen), pues dejan lo sustancial, y buscan lo accidental: dejan lo cierto, y se van a lo dudoso.

22. En el número nono dice: Que también dio cuenta de sí a un obispo, que es ahora de Salamanca; y entonces era inquisidor, y que este le remitió al padre maestro Juan de Ávila. Aquien podemos llamar apóstol de Andalucía; pues Dios lo dio a aquella provincia para su reformación, y criar en el clero grandes discípulos, y varones de oración.

Este gran maestro de espíritu, dice: Que la consoló, y alentó mucho. Grande gozo para un alma atribulada hallar quien la consuele, rodeada, y acosada de temores de perder a Dios.

23. La relación que refiere aquí la Santa, que envió al padre Juan de Ávila, es casi toda la vida de la Santa, que anda impresa, y dice: Que habiéndola visto grandes letrados, dijeron, que hacía grande provecho el leerla. Mejor lo podemos decir nosotros, después de muerta la Santa, pues tantos han enmendado su vida, con su Vida.

Este señor inquisidor, que la encaminó al padre maestro Ávila, fue don Francisco de Soto, y Salazar, natural de Bonilla de la Sierra en [96] tierra de Ávila. Corrió la carrera de buen eclesiástico en todos los puestos de aprobación; provisor de los señores obispos de Astorga, y Ávila; canónigo en aquella santa iglesia, e inquisidor de Córdoba, Sevilla, y Toledo, y de su Consejo supremo, comisario general de la Cruzada, obispo de Albarracín, Segorbe, y Salamanca. Murió año de 1576 en Mérida, no sin sospecha de haberle dado veneno, por haber castigado los alumbrados de aquella ciudad, y de Llerena: con lo cual, siendo tan acreditada su vida, fue mucho mejor su muerte.

24. En el número undécimo, dice: Que con todo esto no la faltaban temores; y que dijo a su confesor: Si quería tratase algunos grandes letrados. Aun con todas estas aprobaciones no se podían curar, ni quietar sus temores; y así de lo místico, quería apelar a lo dogmático.

Raro entendimiento tuvo la Santa, y admirable luz de Dios. Su discurso era: Cuantos me han examinado, son varones místicos; ¿qué se yo si dirían lo que los místicos, los letrados? Si yo no peco, no me daña el padecer. El demonio no me puede hacer pecar. Aseguremos el punto de la fe, y de la gracia, que sobre estos fundamentos, no permitirá Dios que sea engañada en la caridad.

25. Para este examen eligió a los hijos de santo Domingo; y como quien se ha de graduar de santa, después de haber cursado, y hecho actos en diversas academias, y universidades, pasó de los místicos a los doctos de la religión de santo Domingo, y no parece que reposó su espíritu hasta que llegó allí.

Aprobación es insigne del espíritu de la Santa, salir bendita, y acreditada con la censura acendrada, y pura de esta sagrada religión, que en materias de doctrina, y espíritu no sabe, ni quiere (iba a decir, ni puede) disimular cosa alguna; porque parece, que no le deja su celo libertad para lo malo.

26. Nombra a excelentes religiosos de esta apostólica orden, y de ellos hemos hablado en diferentes partes. Pero en el número duodécimo es digna de atención la sentencia, conque concluían en favor de la Santa consolándola, diciendo: Que si no ofendía a Dios, y se tenía por ruin, ¿qué temía?

Es discretísima conclusión, por ser como si dijera: Quien tiene pureza de conciencia, y humildad, ¿que tiene que temer? Huye el demonio de la humildad, no puede entrar donde está la pureza; ¿qué hay que temer al demonio, soberbio, e impuro, quien se halla armada de humildad, y de pureza? La pureza sin la humildad, puede correr riesgo; porque aunque no haya culpa grave, puede haber alguna presunción secreta, que con el tiempo haga muy grave lo leve. Cuando hay humildad, pero sin pureza, más se puede llamar pusilanimidad, que humildad; pero donde hay verdadera humildad, y pureza, no basta el demonio, ni todo el infierno junto. Y así cuantas almas quisieren vivir en espíritu, y verdad, hagan frecuentemente interior examen, y miren bien, si viven en verdadera humildad, y pureza.

27. En los números siguientes hasta el decimosexto, va refiriendo los ilustres padres de espíritu, que tuvo la sagrada orden de santo Domingo, y las pruebas, que lucieron de su espíritu. Todas eran bien [97] menester, para que saliese más acreditado el que había de enseñar tan universalmente en la Iglesia, como el de santa Teresa.

28. Dice en este número décimo sexto: Que se afligía, cuando en estas cosas sobrenaturales no podía obedecer. En donde se manifiesta claramente, que no siempre cumplía, ni ejecutaba lo que le ordenaban sus confesores; porque no siempre lo podía ejecutar, ni cumplir: o por decir mejor, ella lo cumplía; pero no sucedía.

La razón de esto es, porque los confesores pueden mandar en la esfera de lo natural; pero en llegando a la de sobrenatural, expiró su jurisdicción. Mandaríale algún confesor a santa Teresa, que no se arrobase, ni tuviese visiones, ni revelaciones: ¿qué importa que mande eso el confesor, si quiere otra cosa Dios? Podrá desear la Santa lo que su confesor; pero no conseguir, si no lo quiere Dios.

29. De esto, dice la Santa, que se afligía; porque deseaba ella más ser obediente, que favorecida. Pero el Señor queríala acreditada, y mortificada, y por otra parte obediente; porque pues deseaba serlo, lo era, aunque no sucediese lo que mandaban sus confesores: pues no estaba en su mano, sino que corría por la de Dios, que es la mano que manda todas las manos.

De aquí aprendan los maestros de almas a no tener por mal espíritu a la que juzgan que no obedece, cuando no está en su mano el obedecer. Porque no siempre Dios quiere, que las operaciones sobrenaturales, que obra su espíritu en el alma, se gobiernen por los naturales preceptos del confesor. Algunas veces sucede, y se ha visto; pero no es preciso que esto sea siempre, como se ve en lo que aquí escribe santa Teresa. Cuando no obedecen las almas a su confesor en lo que pueden de lo natural, y que está en su mano, eso sí que es señal de mal espíritu.

30. Esto se conoce con lo que dice la Santa en el número décimo sétimo, donde dice: Que no hacía cosa por lo que entendía en la oración, cuando le decían sus confesores que hiciese lo contrario. En que se ve, que donde ella podía obedecer, que era en lo natural que obraba, obedecía; pero en lo sobrenatural que ella no obraba, sino que obraban en ella, no podía obedecer, aunque quisiese; porque entonces gobernaba, y mandaba mayor precepto en su alma, que el de su confesor.

31. E el mismo número dice: Que nunca se atreviera a jurar que era Dios el que la gobernaba. Y en no atreverse a eso, se conoce que la gobernaba Dios. Porque la proposición, o presunción de sentir, o decir: Dios me gobierna (cuanto más jurarlo) nadie, en carne mortal, puede lícitamente decirla, ni sentirla, sin divina revelación; porque sin ella: Nescit homo utrum amore, an odio dignus sit (Si 9,1). Ninguno sabe, si es digno de odio, o de amor. Puede esperar que está en gracia, mas no jurar que está en gracia.

Dice también: Que siempre deseaba más virtudes, que favores. Esta es otra señal de buen espíritu. Aprendamos todos de esta señal, y sigámosla todos, que es de la santa cruz.

32. En el número décimo nono dice la causa, por que se divulgaron tanto sus visones, y revelaciones, y la pena que le daba. Y no me admiro, porque si la alababan, lo sentía el alma; y si la murmuraban, la [98] naturaleza: y así de una manera, o de otra había de andar penando, o la parte superior, o la inferior.

El desmán, que dice sucedió, es bien gracioso. Porque fue el caso, que una gran señora de más calidad, que discreción, a quien la Santa deseaba para Dios, le pidió que le mostrase el cuaderno, que le había mandado hacer su confesor. Resistiose la Santa por extremo; enojábase la señora, como señora. Por quietarla se lo entregó la Santa, con que no lo viese nadie.

Esta señora a campanada tañida lo fue leyendo en los estrados de las señoras, en los cuales dicen algunos mal acondicionados (será con temeridad), que no pasa fácilmente en algunas ocasiones el lenguaje del espíritu, y de Dios. Comenzaron con eso a hacer burla, y risa de todas las revelaciones; conque se le levantó a la Santa una persecución, como de santa. De todo sacaba provecho Dios; y en la Santa le era fácil. No sé si sacó tanto su divina Majestad de los estrados.

33. En el número vigésimo dice: Que no se sujetaba con tanto gusto a los que tenían por cierto, que era todo de Dios cuanto le sucedía, como a los que le temían. Grandísima prueba era esta de perfección, y de alto espíritu, andar siempre bien asida del santo temor de Dios.

34. En el número vigésimo primero dice: Que procuraba no ofender a Dios, y obedecer; y con eso no temía al demonio. Con eso a todo el infierno junto no tenía que temer. Almas, con obediencia, y pureza sólo a Dios hay que temer, y eso con temor filial y reverencial.

35. En el siguiente refiere los afectos, que le quedaban en el alma de las visiones, y revelaciones, y puede notarse, que ninguno propone de saber más, sino de obrar mejor; porque no de balde dice el Señor, que por la fruta se conoce el árbol: Ex fructu arbor agnoscitur (Mt 12,22). Y son las obras la fruta de este árbol espiritual.

36. En el vigésimo tercero habla de sus visiones, y de sus tribulaciones, y dice: Que el miedo la había hecho olvidar su crédito. Como si dijera: El miedo de ofender a Dios me hacía olvidar todos los demás temores, como cuando se olvida un trabajo pequeño con otro mayor.

En sus tempestades dice, que hallaba toda su seguridad sólo con cinco palabras, que Dios lo decía en el centro del alma, que son: Yo soy; no hayas miedo. Quien con otras dos palabras cría el mundo, fácil le es sosegar una alma con estas cinco.

Con la palabra: Yo soy: Ego sum (MT 14,17), quietó la tempestad de los ánimos, y de las ondas del Apostolado en la mar de Galilea. No era mucho, que con estas palabras quietase a santa Teresa.

Cuando los consuelos nacen de lo interior a lo exterior, sosiegan de lleno en lleno a las almas; y estos son consuelos de Dios. No así los del mundo, que por lo exterior no pueden bien sosegar a lo interior.

Añade: Que no sólo la quietaban, sino la confortaban las palabras de Dios. ¿Qué mucho, qué mucho, que conforten, alumbren, y quieten, si es Dios su palabra?

37. En el número vigésimo quinto dice: Que de los favores divinos no le resultaba vanagloria.No me admiro deso, porque eran divinos. Si fueran humanos los favores, fuera vanagloria todo.

También insinúa en este mismo número, que no tuvo cosa que no fuese casta, y limpia en su espíritu, y añade: Ni le parece, si es buen espíritu, y tiene cosas sobrenaturales, se podría tener; porque queda todo descuidado de su cuerpo, ni hay memoria dél. Son palabras estas, que necesitan de declaración.

No quiere decir la Santa, que es señal de no buen espíritu padecer tribulaciones contra la castidad, porque el incurrirlas, y rendirse a ellas, es lo malo: pero no el padecerlas, y resistirlas.

38. El espíritu de Dios habitaba en san Pablo, cuando se quejaba, diciendo: Datus est mihi stimulus carni meae angelus Satanae, qui me colaphicet (2Co 11,7). Y en san Benito, cuando buscaba a las zarzas por remedio: y en san Francisco, cuando la nieve, y el fuego: y en otros infinitos santos, que casta, y santamente padecieron insignes tribulaciones.

Lo que la Santa insinúa aquí es, que de las revelaciones, y visiones nunca le resultaba este género de tentaciones, sino olvido del cuerpo, y memoria de Dios; porque el espíritu divino es casto, y produce pureza.

Otra cosa sería, si hubieran sido ilusiones, que Dios permitiera en la Santa, no consentidas, sino padecidas; que en este caso es sin duda, que la dejaría el enemigo con tribulaciones, y tentaciones impuras.

También creería, que después que Dios fue favoreciendo con dones tan altos a santa Teresa, la eximió de padecer este género de fatigas contra la castidad; porque es muy conforme a lo que en diversas partes refiere la Santa de sí.

39. En el número vigésimo sexto dice la determinación, que Dios le daba de servirle, sin acordarse de sí, sino de la honra, y gloria de Dios. Y eso era verdaderamente acordarse de sí; pues nunca más en la memoria nos tenemos, que cuando de nosotros por Dios nos olvidamos.

40. En el siguiente asegura: Que todo lo que escribe, es verdad. Y bien cierto es que lo sería, habiéndolo escrito, y firmado una alma, que siempre andaba en espíritu, y en verdad.

41. En el número vigésimo octavo, y final, le hace relación a este padre del modo de las visiones que tenía, y de los buenos efectos, que le dejaban en el alma: y por ellos, mejor que por ellas, se pueden conocer que eran de Dios las visiones.

Entre los demás era el mejor, dejarla humilde; y bien cierto es, que lo fueran de Dios, si la dejaran soberbia. Esto por dos razones muy claras. La primera, porque Dios es la misma perfección, y Jesús bien nuestro, la misma humildad; ¿qué puede, pues, dejar en el alma Jesús, sino lo mismo que es?

La segunda, porque Dios es luz, y en alumbrando a el alma, le da conocimiento muy subido de lo que es Dios, y de lo que es ella. Con eso ve en sí infinitas imperfecciones, y que si hay algo bueno, es todo de Dios. En Dios ve infinitas perfecciones. ¿Cómo, pues, no ha de ser humilde, quien esto ve? Reconociendo lo que decía san Pablo: Quid habes quod non accepisti? Si autem accepisti, quid gloriaris, quasi non acceperis? (1Co 4,7). ¿Qué tienes, alma, que no hayas recibido? Y si [100] todo lo has recibido, ¿de qué te glorías, como si fuera tuyo lo mismo que has recibido?




Teresa III Cartas 19