Matthew (BPD) 17

17 1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. 2 Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. 3 De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. 4 Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». 6 Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. 7 Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». 8 Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. 9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Elías, figura de Juan el Bautista

Mc. 9. 11-13
10 Entonces los discípulos le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?». 11 Él respondió: «Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; 12 pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre». 13 Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.

Curación de un endemoniado epiléptico

Mc. 9. 14-29 Lc. 9. 37-42 Mt. 21. 21 Mc. 11. 22-33 Lc. 17. 6
14 Cuando se reunieron con la multitud, se le acercó un hombre y, cayendo de rodillas, 15 le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. 16 Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar». 17 Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí». 18 Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento quedó curado. 19 Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». 20 «Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: “Trasládate de aquí a allá”, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes». 21 .

El segundo anuncio de la Pasión

Mc. 9. 30-32 Lc. 9. 44-45
22 Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: 23 lo matarán y al tercer día resucitará». Y ellos quedaron muy apenados.

La contribución debida al Templo

24 Al llegar a Cafarnaún, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?». 25 «Sí, lo paga», respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?». 26 Y como Pedro respondió: «De los extraños», Jesús le dijo: «Eso quiere decir que los hijos están exentos. 27 Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti».


INSTRUCCIÓN A LOS DISCÍPULOS


La infancia espiritual

Mc. 9. 33-37   Lc. 9. 46-48 Mc. 10. 15 Lc. 18. 17
18 1 En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?». 2 Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos 3 y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. 4 Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. 5 El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.

La gravedad del escándalo

Mc. 9. 42 Lc. 17. 1-2 Mc. 9. 43-47 Mt. 5. 29-30
6 Pero si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar. 7 ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan, pero ¡ay de aquel que los causa!
8
Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de pecado, córtalos y arrójalos lejos de ti, porque más te vale entrar en la Vida manco o lisiado, que ser arrojado con tus dos manos o tus dos pies en el fuego eterno. 9 Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo y tíralo lejos, porque más te vale entrar con un solo ojo en la Vida, que ser arrojado con tus dos ojos en la Gehena del fuego. 10 Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial. 11 .

La oveja perdida

Lc. 15. 3-7
12 ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? 13 Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. 14 De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

La corrección fraterna

Lc. 17. 3
15 Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. 16 Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. 17 Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. 18 Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

La oración en común

19 También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. 20 Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos».

El perdón de las ofensas

Lc. 17. 4
21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». 22 Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

La parábola del servidor despiadado

23 Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. 24 Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. 25 Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. 26 El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Señor, dame un plazo y te pagaré todo”. 27 El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
28
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me debes”. 29 El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda”. 30 Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31 Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. 32 Este lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. 33 ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. 34 E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. 35 Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».


LA CONSUMACIÓN DEL REINO DE LOS CIELOS


PARTE NARRATIVA


El matrimonio y el divorcio

Mc. 10. 1-12 Mt. 5. 31-32 Lc. 16. 18
19 1 Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán. 2 Lo siguió una gran multitud y allí curó a los enfermos. 3 Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?». 4 Él respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; 5 y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? 6 De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
7
Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?». 8 Él les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. 9 Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio».

La continencia voluntaria

10 Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse». 11 Y él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. 12 En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!».

Jesús y los niños

Mc. 10. 13-16 Lc. 18. 15-17
13 Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, 14 pero Jesús les dijo: «Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos». 15 Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.

El joven rico

Mc. 10. 17-22 Lc. 18. 18-23
16 Luego se le acercó un hombre y le preguntó: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?». 17 Jesús le dijo: «¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos». 18 «¿Cuáles?», preguntó el hombre. Jesús le respondió: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, 19 honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». 20 El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?». 21 «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». 22 Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.

El peligro de las riquezas

Mc. 10. 23-27 Lc. 18. 24-27
23 Jesús dijo entonces a sus discípulos: «Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. 24 Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos». 25 Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?». 26 Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible».

La recompensa prometida a los discípulos

Mc. 10. 28-31 Lc. 18. 28-30; 22. 30; 13. 30
27 Pedro, tomando la palabra, dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?». 28 Jesús les respondió: «Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. 30 Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.

La parábola de los obreros de la última hora

20 1 Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. 2 Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. 3 Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, 4 les dijo: “Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo”. 5 Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. 6 Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: “¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?”. 7 Ellos le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Entonces les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña”.
8
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: “Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros”. 9 Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. 10 Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. 11 Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, 12 diciendo: “Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada”. 13 El propietario respondió a uno de ellos: “Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? 14 Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. 15 ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”. 16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».

El tercer anuncio de la Pasión

Mc. 10. 32-34 Lc. 18. 31-33
17 Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo: 18 «Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte 19 y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará».

La petición de la madre de Santiago y Juan

Mc. 10. 35-40
20 Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. 21 «¿Qué quieres?», le preguntó Jesús. Ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». 22 «No saben lo que piden», respondió Jesús. «¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?». «Podemos», le respondieron. 23 «Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre».

El carácter servicial de la autoridad

Mc. 10. 42-45 Lc. 22. 25-27
24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. 25 Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. 26 Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; 27 y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: 28 como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».

Curación de los dos ciegos de Jericó

Mc. 10. 46-52 Lc. 18. 35-43
29 Cuando salieron de Jericó, mucha gente siguió a Jesús. 30 Había dos ciegos sentados al borde del camino y, al enterarse de que pasaba Jesús, comenzaron a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de nosotros!». 31 La multitud los reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban más: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de nosotros!». 32 Jesús se detuvo, los llamó y les preguntó: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». 33 Ellos le respondieron: «Señor, que se abran nuestros ojos». 34 Jesús se compadeció de ellos y tocó sus ojos. Inmediatamente, recobraron la vista y lo siguieron.

La entrada mesiánica en Jerusalén

Mc. 11. 1-10 Lc. 19. 28-38 Jn. 12. 12-15
21 1 Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, 2 diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. 3 Y si alguien les dice algo, respondan: “El Señor los necesita y los va a devolver en seguida”». 4 Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
5
Digan a la hija de Sión:
Mira que tu rey viene hacia ti,
humilde y montado sobre un asna,
sobre la cría de un animal de carga.
6
Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; 7 trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. 8 Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. 9 La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
«¡Hosana al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosana en las alturas!».
10
Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?». 11 Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».

La expulsión de los vendedores del Templo

Mc. 11. 15-17 Lc. 19. 45-46 Jn. 2. 13-16
12 Después Jesús entró en el Templo y echó a todos los que vendían y compraban allí, derribando las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas. 13 Y les decía: «Está escrito: Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». 14 En el Templo se le acercaron varios ciegos y paralíticos, y él los curó. 15 Al ver los prodigios que acababa de hacer y a los niños que gritaban en el Templo: «¡Hosana al Hijo de David!», los sumos sacerdotes y los escribas se indignaron 16 y le dijeron: «¿Oyes lo que dicen estos?». «Sí, respondió Jesús, ¿pero nunca han leído este pasaje:
De la boca de las criaturas y de los niños de pecho,
has hecho brotar una alabanza?».
17
En seguida los dejó y salió de la ciudad para ir a Betania, donde pasó la noche.

Maldición de la higuera estéril

Mc. 11. 12-14, 20-24 Mt. 17. 20 Lc. 17. 6
18 A la mañana temprano, mientras regresaba a la ciudad, tuvo hambre. 19 Al ver una higuera cerca del camino, se acercó a ella, pero no encontró más que hojas. Entonces le dijo: «Nunca volverás a dar fruto». Y la higuera se secó de inmediato. 20 Cuando vieron esto, los discípulos dijeron llenos de asombro: «¿Cómo se ha secado la higuera tan repentinamente?». 21 Jesús les respondió: «Les aseguro que si tienen fe y no dudan, no sólo harán lo que yo acabo de hacer con la higuera, sino que podrán decir a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, y así lo hará. 22 Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán».

Discusión sobre la autoridad de Jesús

Mc. 11. 27-33 Lc. 20. 1-8
23 Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?». 24 Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. 25 ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?». Ellos se hacían este razonamiento: «Si respondemos: “Del cielo”, él nos dirá: “Entonces, ¿por qué no creyeron en él?”. 26 Y si decimos: “De los hombres”, debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta». 27 Por eso respondieron a Jesús: «No sabemos». Él, por su parte, les respondió: «Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto».

La parábola de los dos hijos

Lc. 7. 29-30
28 «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: “Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña”. 29 Él respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. 30 Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: “Voy, Señor”, pero no fue. 31 ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?». «El primero», le respondieron.
Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. 32
En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él.

La parábola de los viñadores homicidas

Mc. 12. 1-12 Lc. 20. 9-19
33 Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. 34 Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. 35 Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. 36 El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. 37 Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo”. 38 Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”. 39 Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». 41 Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».
42
Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras:
La piedra que los constructores rechazaron
ha llegado a ser la piedra angular:
esta es la obra del Señor,
admirable a nuestros ojos?
43
Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». 44 . 45 Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. 46 Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

La parábola del banquete nupcial

Lc. 14. 16-24
22 1 Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: 2 «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. 3 Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. 4 De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas”. 5 Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; 6 y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
7
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. 8 Luego dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. 9 Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. 10 Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
11
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 12 “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El otro permaneció en silencio. 13 Entonces el rey dijo a los guardias: “Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”. 14 Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos».

El impuesto debido a la autoridad

Mc. 12. 13-17 Lc. 20. 20-26
15 Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. 16 Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. 17 Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?». 18 Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? 19 Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto». Ellos le presentaron un denario. 20 Y él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?». 21 Le respondieron: «Del César». Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». 22 Al oír esto, quedaron admirados y, dejando a Jesús, se fueron.

Discusión sobre la resurrección de los muertos

Mc. 12. 18-27 Lc. 20. 27-40
23 Aquel mismo día se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caso: 24 «Maestro, Moisés dijo: “Si alguien muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. 25 Ahora bien, había entre nosotros siete hermanos. El primero se casó y como murió sin tener hijos, dejó su esposa al hermano. 26 Lo mismo ocurrió con el segundo, después con el tercero, y así sucesivamente hasta el séptimo. 27 Finalmente, murió la mujer. 28 Respóndenos: cuando resuciten los muertos, ¿de cuál de los siete será esposa, ya que lo fue de todos?». 29 Jesús les dijo: «Están equivocados, porque desconocen las Escrituras y el poder de Dios. 30 En la resurrección ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que todos serán como ángeles en el cielo. 31 Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído la palabra de Dios, que dice: 32 Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? ¡Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes!». 33 La multitud, que había oído esto, quedó asombrada de su enseñanza.

El mandamiento principal

Mc. 12. 28-31 Lc. 10. 25-28
34 Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, 35 y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: 36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». 37 Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. 38 Este es el más grande y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

El Mesías, hijo y Señor de David

Mc. 12. 35-37 Lc. 20. 41-44
41 Mientras los fariseos estaban reunidos, Jesús les hizo esta pregunta: 42 «¿Qué piensan acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Ellos le respondieron: «De David». 43 Jesús les dijo: «¿Por qué entonces, David, movido por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice:
44
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
hasta que ponga a tus enemigos
debajo de tus pies?
45
Si David lo llama “Señor”, ¿cómo puede ser hijo suyo?».
46
Ninguno fue capaz de responderle una sola palabra, y desde aquel día nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

La hipocresía y la vanidad de los escribas y fariseos

Lc. 11. 46 Mc. 12. 38-39 Lc. 20. 46 Mt. 20. 26 Lc. 14. 11
23 1 Entonces Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: 2 «Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; 3 ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. 4 Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. 5 Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; 6 les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, 7 ser saludados en las plazas y oírse llamar “mi maestro” por la gente.
8
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar “maestro”, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. 9 A nadie en el mundo llamen “padre”, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. 10 No se dejen llamar tampoco “doctores”, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. 11 El más grande  entre ustedes será el que los sirva, 12 porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».

Invectivas contra los escribas y los fariseos

Lc. 11. 39-48, 52, 49-51
13 «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran. 14 . 15 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes!
16
¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: “Si se jura por el santuario, el juramento no vale; pero si se jura por el oro del santuario, entonces sí que vale”! 17 ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro? 18 Ustedes dicen también: “Si se jura por el altar, el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el altar”. 19 ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada esa ofrenda? 20 Ahora bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él. 21 Jurar por el santuario, es jurar por él y por aquel que lo habita. 22 Jurar por el cielo, es jurar por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.
23
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. 24 ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!
25
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! 26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera. 27 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! 28 Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.
29
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, 30 diciendo: “Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas”! 31 De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. 32 ¡Colmen entonces la medida de sus padres!
33
¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podrán escapar a la condenación de la Gehena? 34 Por eso, yo voy a enviarles profetas, sabios y escribas; ustedes matarán y crucificarán a unos, azotarán a otros en las sinagogas, y los perseguirán de ciudad en ciudad. 35 Así caerá sobre ustedes toda la sangre inocente derramada en la tierra, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al que ustedes asesinaron entre el santuario y el altar. 36 Les aseguro que todo esto sobrevendrá a la presente generación.

Reproche de Jesús a Jerusalén

Lc. 13. 34-35
37 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste! 38 Por eso, a ustedes la casa les quedará desierta. 39 Les aseguro que ya no me verán más, hasta que digan:
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

DISCURSO SOBRE EL FINAL DE LOS TIEMPOS

Anuncio de la destrucción del Templo

Mc. 13. 1-4 Lc. 21. 5-7
24 1 Jesús salió del Templo y, mientras iba caminando, sus discípulos se acercaron a él para hacerle notar las construcciones del Templo. 2 Pero él les dijo: «¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra: todo será destruido».
3
Cuando llegó al monte de los Olivos, Jesús se sentó y sus discípulos le preguntaron en privado: «¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu Venida y del fin del mundo?».

El comienzo de las tribulaciones

Mc. 13. 5-13 Lc. 21. 8-19
4 Él les respondió: «Tengan cuidado de que no los engañen, 5 porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Yo soy el Mesías”, y engañarán a mucha gente. 6 Ustedes oirán hablar de guerras y de rumores de guerras; no se alarmen: todo esto debe suceder, pero todavía no será el fin. 7 En efecto, se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes habrá hambre y terremotos. 8 Todo esto no será más que el comienzo de los dolores del parto.
9
Ustedes serán entregados a la tribulación y a la muerte, y serán odiados por todas las naciones a causa de mi Nombre. 10 Entonces muchos sucumbirán; se traicionarán y se odiarán los unos a los otros. 11 Aparecerá una multitud de falsos profetas, que engañarán a mucha gente. 12 Al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos, 13 pero el que persevere hasta el fin, se salvará. 14 Esta Buena Noticia del Reino será proclamada en el mundo entero como testimonio delante de todos los pueblos, y entonces llegará el fin.

La gran tribulación de Jerusalén

Mc. 13. 14-23 Lc. 21. 20-24; 17. 23
15 Cuando vean en el Lugar santo la Abominación de la desolación, de la que habló el profeta Daniel –el que lea esto, entiéndalo bien– 16 los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; 17 el que esté en la azotea de su casa, no baje a buscar sus cosas; 18 y el que esté en el campo, que no vuelva a buscar su manto. 19 ¡Ay de las mujeres que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! 20 Rueguen para que no tengan que huir en invierno o en día sábado. 21 Porque habrá entonces una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. 22 Y si no fuera abreviado ese tiempo, nadie se salvaría; pero será abreviado, a causa de los elegidos.
23
Si alguien les dice entonces: “El Mesías está aquí o está allí”, no lo crean. 24 Porque aparecerán falsos mesías y falsos profetas que harán milagros y prodigios asombrosos, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. 25 Por eso los prevengo.

La manifestación gloriosa del Hijo del hombre

Lc. 17. 24, 37 Mc. 13. 24-27 Lc. 21. 25-27
26 Si les dicen: “El Mesías está en el desierto”, no vayan; o bien: “Está escondido en tal lugar”, no lo crean. 27 Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la Venida del Hijo del hombre. 28 Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres.
29
Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 30 Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre. Todas las razas de la tierra se golpearán el pecho y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de gloria. 31 Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta, congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

La parábola de la higuera

Mc. 13. 28-32 Lc. 21. 29-33
32 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 33 Así también, cuando vean todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. 34 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. 35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 36 En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.

Exhortación a la vigilancia y a la fidelidad

Mc. 13. 35 Lc. 17. 26-27, 34-35
37 Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. 38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; 39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Los mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. 40 De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. 41 De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
42
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. 43 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. 44 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

La parábola del servidor fiel

Lc. 12. 42-46
45 ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? 46 Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. 47 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. 48 Pero si es un mal servidor, que piensa: “Mi señor tardará”, 49 y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, 50 su señor llegará el día y la hora menos pensada, 51 y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

La parábola de las diez jóvenes del cortejo

25
Matthew (BPD) 17