CARTAS – Teresa del Niño Jesús 198

Cta 198 Al abate Bellière

J.M.J.T. Jesús + Carmelo de Lisieux, 21 de octubre de 1896 Señor abate: Como nuestra Reverenda Madre está enferma, me ha confiado a mí la misión de contestar a su carta. Lamento que usted se vea privado de las santas palabras que nuestra Madre le habría dirigido, pero me siento feliz de ser su intérprete y de comunicarle su alegría de saber la obra que Nuestro Señor acaba de operar en su alma. Ella continuará rezando para que él lleve en usted a su término su obra divina. Pienso que es inútil decirle, señor abate, hasta qué punto comparto yo también la dicha de nuestra Madre. Su carta del mes de julio me había apenado mucho1. Atribuyendo a mi poco fervor los combates que usted estaba librando, no cesaba de implorar para usted el auxilio maternal de la dulce Reina de los apóstoles. Por eso, mi consuelo fue muy grande al recibir, como ramo de flores para mi santo, la certeza de que mis pobres oraciones (vº) habían sido escuchadas2... Ahora que ha pasado la tormenta, doy gracias a Dios por haberle hecho pasar por ella, pues en los libros sagrados leemos estas hermosas palabras: «Dichoso el hombre que ha soportado la prueba», y también: «Quien no ha sido probado, poco sabe...». En efecto, cuando Jesús llama a un alma a dirigir y a salvar a multitud de otras almas, es muy necesario que le haga experimentar las tentaciones y las pruebas de la vida. Y ya que a usted le ha concedido la gracia de salir victorioso de la lucha, espero, señor abate, que el buen Jesús hará realidad sus grandes deseos. Yo le pido que usted sea, no solamente un buen misionero, sino un santo totalmente abrasado de amor a Dios y a las almas. Y le suplico que me alcance también a mí ese amor, a fin de poder ayudarlo en su labor apostólica. Usted sabe que una carmelita que no fuese apóstol se apartaría de la meta de su vocación3 y dejaría de ser hija de la seráfica santa Teresa, la cual habría dado con gusto mil vidas por salvar una sola alma4. No dudo, señor abate, que querrá unir también sus oraciones a las mías para que Nuestro Señor cure a nuestra venerada Madre. En los corazones sagrados de Jesús y de María, me sentiré siempre dichosa de llamarme Su indigna hermanita Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 198 1 El 21/7/1896, Mauricio Bellière había enviado desde Caen, donde había entrado en el cuartel en noviembre de 1895, un mensaje desesperado a la priora del Carmelo: «Estoy sumergido en una situación lamentable, y es preciso a toda costa que mi querida hermana, Teresa del Niño Jesús, me saque de ella; es preciso que haga violencia al cielo» (CG p. 871). 2 El 14 de octubre, víspera de la fiesta de santa Teresa de Jesús, el abate Bellière escribía a la madre María de Gonzaga: «Gracias, Madre, por el auxilio que me prestó en un momento de angustia. La tormenta ya ha pasado, ha retornado la calma, y el pobre soldado ha vuelto a ser el seminarista de antes». Y añadía en un papel, hablando de Teresa: «Mañana es su santo» (CG p. 903). 3 Cf SANTA TERESA DE JESÚS, C 3,10. 4 Ibid. 1,2. Teresa copió esta frase en el rollo que tenía en la mano para la fotografía de julio de 1896 (VTL nº 29; cf CG p. 873+e). Y la volvió a usar en esa misma época en PN 35, estr. 4.

Cta 199 A sor María de San José

20-30 de octubre de 1896
J.M.J.T. ¿Robar tiempo al sueño1, hermanito2 bribón? ¡No, y mil veces no...! No me extraño de los combates del hermanito, sino sólo de que desperdicie sus escasas fuerzas entregando las armas al primer cabo furriel que encuentre en el camino, y de que hasta lo persiga por las escaleras del cuartel para obligarle a coger hasta la última pieza de su armadura. ¿Qué hay, entonces, de extraño en que un fuerte rayo de sol (normalmente soportado con valentía), al caer sobre el hermanito desarmado, le abrase y le produzca fiebre...? (vº) Como castigo, su hermanito lo condena a encerrarse en la cárcel del amor y a dormir como un bendito; pero antes, tendrá que usar, esta noche, el instrumento de penitencia musical3... Si no lo hace, el hermanito sufrirá. (Y sobre todo, ¡nada de robar tiempo al sueño! ¡Mañana trabajaremos de firme las dos juntas4...!

NOTAS Cta 199
1 Para trabajar en la ropería; ver n. 4.
2 (En el original «p. f.») abreviatura de «petit frère» («hermanito»). El otro «hermanito» es Teresa; cf Cta 195.
3 Es decir, cantar.
4 Sin duda, para estirar la ropa todavía húmeda, lo cual servía de planchado.

Cta 200 A sor María de San José

Finales de octubre (?) de 1896
J.M.J.T.
Todo va bien, el niñito es un valiente que merece unas charreteras doradas. Pero que nunca más se rebaje a combatir con piedrezuelas1, eso es indigno de él... Su arma debe ser «la caridad». Lo demás también va bien, pues el niñito se burla de Don Satanás y sigue durmiendo sobre el corazón del Gran General... Junto a ese corazón se aprende a ser valientes, y sobre todo a confiar. La metralla, el ruido del cañón, ¿qué puede significar todo eso cuando nos conduce el General...?

NOTAS Cta 200 1 Probable alusión al incidente de «las escaleras del cuartel» (Cta 199).

Cta 201 Al P. Roulland

J.M.J.T. Carmelo de Lisieux 1 de noviembre de 1896 Hermano: Su interesante misiva, que llegó bajo el patrocinio de todos los santos, me ha producido una gran alegría. Le agradezco que me trate como a una verdadera hermana. Con la gracia de Jesús espero hacerme digna de ese título que tanto me gusta. Le agradezco también que nos haya enviado «El alma de un misionero»1. Este libro me ha resultado muy interesante y me ha permitido seguirlo a usted durante su largo viaje. La vida del P. Nempon tiene un título muy apropiado: revela muy bien el alma de un misionero, o, mejor aún, el alma de todo apóstol verdaderamente digno de ese nombre. Me dice (en la carta escrita en Marsella) que pida a Nuestro Señor que aleje de usted la cruz de que lo nombren director de un seminario, y también la de volver a Francia. Comprendo que esa perspectiva no sea de su agrado; pido a Jesús con toda el alma que se digne dejarle desempeñar su laborioso apostolado tal como su alma siempre lo soñó. Sin embargo, añado con usted: «Que se haga la voluntad de Dios». Sólo en ella se encuentra el descanso, y fuera de esa amorosa voluntad no haríamos nada, ni para Jesús ni para las almas. No acierto a decirle, hermano mío, lo feliz que me siento al verlo tan enteramente abandonado en manos de sus superiores. Me parece que eso es una prueba evidente de que un día mis deseos se verán hechos realidad, es decir, que usted sea un gran santo. Permítame confiarle un secreto que acaba de revelarme la hoja en que me escribió las fechas más memorables de su vida. El 8 de septiembre de 1890, su vocación misionera fue salvada por María, la Reina de los apóstoles y los mártires2; ese mismo día una humilde carmelita se convertía en esposa del Rey de los cielos. Al dar al mundo un eterno adiós, su único objetivo era el de salvar almas, sobre todo almas de apóstoles. Y pidió muy especialmente a Jesús, su Esposo divino, un alma apostólica: al no poder ser ella sacerdote, quería que, en su lugar, un sacerdote recibiese las gracias del Señor, que tuviese las mismas aspiraciones y los mismos deseos que ella... Hermano mío, usted conoce a la indigna carmelita que hizo esta oración. ¿No piensa usted, igual que yo, que nuestra unión, confirmada el día de su ordenación sacerdotal, comenzó el día 8 de septiembre...? (1vº) Yo pensaba que sólo en el cielo llegaría a encontrarme con el apóstol, con el hermano que había pedido a Jesús; pero mi amado Salvador, levantando un poco el velo misterioso que oculta los secretos de la eternidad, se ha dignado darme la alegría de conocer, ya desde el destierro, al hermano de mi alma y de trabajar con él por la salvación de los pobres infieles. ¡Ah, qué grande es mi gratitud cuando pienso en las delicadezas de Jesús...! ¿Qué nos tendrá reservado en el cielo, si su amor nos dispensa ya aquí abajo tan deliciosas sorpresas? Comprendo mejor que nunca que hasta los más pequeños acontecimientos de nuestra vida están dirigidos por Dios, que es él quien inspira y quien colma nuestros deseos... Cuando nuestra Madre me propuso convertirme en su auxiliar, le confieso, hermano, que vacilé3. Pensando en las virtudes de las santas carmelitas que me rodean, me pareció que nuestra Madre habría servido mejor a sus intereses espirituales eligiendo para usted a cualquier otra hermana, y no a mí. Sólo el pensamiento de que Jesús no tendría en cuenta mis obras imperfectas, sino mi buena voluntad, me hizo aceptar el honor de compartir sus trabajos apostólicos. Yo no sabía entonces que era Nuestro Señor quien me había escogido, él que se sirve de los instrumentos más débiles para hacer maravillas... Yo no sabía que desde hacía seis años tenía un hermano que se preparaba para ser misionero. Ahora que este hermano es verdaderamente apóstol suyo, Jesús me revela este misterio, sin duda para aumentar todavía más en mi corazón el deseo de amarle y de hacerle amar. ¿Sabe usted, querido hermano, que si el Señor continúa escuchando mi oración, obtendrá una gracia que su humildad le impide solicitar? Esta gracia incomparable, usted ya lo adivina, es el martirio... Sí, tengo la esperanza de que, después de largos años pasados en medio de los trabajos apostólicos, después de haber dado a Jesús amor por amor, usted acabará dándole también sangre por sangre... Mientras escribo estas líneas, me estoy dando cuenta de que le llegarán en el mes de enero, mes en que la gente se intercambia deseos de felicidad. Y creo que los de esta su hermanita van a ser únicos en su género... A decir verdad, al mundo unos deseos como éstos le parecerán una locura, pero para nosotros el mundo ya no cuenta, «nosotros somos ciudadanos del cielo»4 y nuestro único deseo es el de asemejarnos a nuestro adorable Maestro, a quien el mundo no quiso conocer porque se anonadó a sí mismo tomando la forma y la condición de esclavo. Hermano querido, ¡feliz usted que sigue tan de cerca el ejemplo de Jesús...! Al saber que ha adoptado la forma de vestir de los chinos, pienso espontáneamente en nuestro Salvador que se revistió de nuestra pobre humanidad y que se hizo semejante a uno de nosotros a fin de rescatar nuestras almas para la eternidad.
Tal vez le parezca que soy una niña, pero no importa: le confieso que he cometido un pecado de envidia al leer que se iba a cortar los cabellos y sustituirlos por una trenza china. No es ésta última lo que deseo tener, sino simplemente un mechoncito de esos cabellos que ya no van a servir para nada. Seguramente, usted me preguntará, (2rº) riendo, lo que voy a hacer con él. Pues muy sencillo, esos cabellos serán para mí reliquias cuando usted esté en el cielo con la palma del martirio en la mano. Sin duda le parecerá que me adelanto mucho a los acontecimientos; lo que pasa es que yo sé que ésa es la única manera de lograr mi objetivo, pues a la hora de repartir sus reliquias su hermanita (sólo conocida como tal por Jesús5) será seguramente olvidada. Estoy completamente segura de se está riendo de mí, pero no me importa. Si acepta pagar con «los cabellos de un futuro mártir» esta recreación que le estoy proporcionando, quedaré bien recompensada. El 25 de diciembre no dejaré de enviarle a mi ángel de la guarda para que deposite mis intenciones junto a la hostia que usted consagrará6. Le agradezco desde lo más profundo del corazón ese detalle de ofrecer por nuestra Madre y por mí su Misa de la aurora; mientras usted está en el altar, nosotras estaremos cantando los Maitines de Navidad que preceden inmediatamente a la Misa de Gallo. Hermano mío, no se ha equivocado al decir que seguramente mis intenciones serían «agradecerle a Jesús este día de gracias, único entre todos». Pero no fue ese día cuando recibí la gracia de la vocación religiosa. Como Nuestro Señor quería para sí solo mi primera mirada, se dignó pedirme el corazón desde la cuna, si puedo expresarme así. Es cierto que la noche de Navidad de 1886 fue, realmente, decisiva para mi vocación; pero si quiero calificarla con mayor claridad, la deberé llamar: la noche de mi conversión7. En esa noche bendita, de la cual está escrito que esclarece las delicias del mismo Dios, Jesús, que se hacía niño por mi amor, se dignó sacarme de los pañales y de las imperfecciones de la niñez y me transformó de tal suerte que ni yo misma me reconocía. Sin este cambio, yo hubiera seguido todavía muchos años en el mundo. Santa Teresa, que decía a sus hijas. «Quiero que no seáis mujeres en nada, sino que en todo igualéis a los hombres fuertes»8, santa Teresa no hubiera querido reconocerme por hija suya si el Señor no me hubiese revestido de su fuerza divina, si no me hubiese armado él mismo para la guerra. Le prometo, hermano, encomendar a Jesús de manera especial a la joven de la que me habla y que encuentra obstáculos en su vocación. Me compadezco sinceramente de su sufrimiento, pues sé por experiencia cuán amargo es no poder responder inmediatamente a la llamada de Dios. Le deseo que no se vea obligada, como yo, a ir hasta Roma... Porque seguramente usted no sepa que su hermana tuvo la audacia de hablar al Papa9... Sin embargo, es verdad, y si no hubiese tenido ese atrevimiento, tal vez estaría todavía en el mundo. Jesús ha dicho que «el reino de los cielos sufre violencia y sólo los violentos lo arrebatan». Lo mismo me ocurrió a mí con el reino del Carmelo. Antes de ser la prisionera de Jesús, tuve que viajar muy lejos para conquistar la prisión que yo prefería a todos los palacios de la tierra. La verdad es que no me apetecía lo más mínimo hacer un viaje para mi recreo personal, y cuando mi incomparable padre me propuso llevarme a Jerusalén si quería retrasar (2vº) dos o tres meses mi entrada en el Carmelo, no vacilé en escoger el descanso a la sombra de aquel a quien había deseado (a pesar del atractivo natural que me empujaba a visitar los lugares santificados por la vida del Salvador). Comprendía que, verdaderamente, vale más un día pasado en la casa del Señor que mil en cualquier otra parte. Tal vez, hermano, desee usted saber cuál era el obstáculo que encontraba para la realización de mi vocación. El obstáculo no era otro que mi juventud. Nuestro Padre superior10 se negó terminantemente a recibirme antes de los 21 años, diciendo que una niña de 15 años no estaba capacitada para saber a qué se comprometía. Su forma de actuar era prudente, y no dudo de que, al probarme, estaba cumpliendo la voluntad de Dios que quería hacerme conquistar la fortaleza del Carmelo a punta de espada. Tal vez, también, Jesús permitió al demonio obstaculizar una vocación que no debía, creo yo, ser del gusto de ese miserable privado de amor, como lo llamaba nuestra santa Madre11. Gracias a Dios, todos sus ardides se volvieron contra él y no sirvieron más que para hacer más clamorosa la victoria de una niña. Si fuese a contarle todos los detalles del combate que tuve que sostener, necesitaría mucho tiempo, tinta y papel. Contados por una pluma hábil, creo que esos detalles podrían resultarle interesantes, pero la mía no sabe darle encanto y atractivo a un relato largo. Le pido, pues, perdón por haberle quizás aburrido ya. Me prometió, hermano, seguir diciendo cada mañana en el altar: «Dios mío, abrasa a mi hermana en tu amor». Le estoy profundamente agradecida, y no tengo dificultad en asegurarle que acepto y aceptaré siempre sus condiciones12. Todo lo que pido a Jesús para mí, lo pido también para usted; y cuando ofrezco mi flaco amor al Amado, me permito la libertad de ofrecerle a la vez también el suyo. Al igual que Josué, usted combate en la llanura, y yo soy su pequeño Moisés, y mi corazón está elevado incesantemente hacia el cielo para alcanzar la victoria. Mas ¡qué digno de compasión sería mi hermano si Jesús mismo no sostuviese los brazos de su Moisés...! Pero con la ayuda de la oración que usted dirige por mí a diario al divino Prisionero del Amor, espero que nunca será digno de compasión, y que, después de esta vida, durante la cual los dos habremos sembrado juntos con lágrimas, nos volveremos a encontrar, felices, llevando gavillas en las manos. Me ha gustado mucho el sermoncito que usted dirige a nuestra Madre exhortándola a permanecer aún en la tierra; no es largo, pero, como usted dice, no tiene réplica. Ya veo que no le costará mucho convencer a sus oyentes cuando predica, y espero que recoja y ofrezca al Señor una abundante cosecha de almas. Veo que se me termina el papel, lo cual me obliga a poner fin a mis garabatos. Quiero, no obstante, decirle que celebraré fielmente todos sus aniversarios. Le tendré un cariño muy especial al 3 de julio, ya que en ese día usted recibió a Jesús por primera vez y en esa misma fecha yo recibí a Jesús de su mano y asistí a su primera Misa en el Carmelo. Bendiga, hermano, a su indigna hermana, Teresa del Niño Jesús rel. carm. ind. (2vºtv) Encomiendo a sus oraciones a un joven seminarista que quiere ser misionero. Su vocación acaba de ser puesta a prueba por causa del servicio militar13.

NOTAS Cta 201 1 Vie du P. Nempon, Missionnaire apostolique du Tonkin occidental, por G. Monteuuis (Victor Retaux et Fils, Paris 1895). 2 E. P. Roulland testimoniará más tarde: «El 8 de septiembre de 1890, tenía dudas acerca de mi vocación y de mi entrada en el seminario mayor. Mientras oraba en la capilla de Nuestra Señora de la Liberación, me sentí súbita y definitivamente seguro». Ese mismo día hacía Teresa su profesión en el Carmelo. 3 Cf Ms C 33rº. 4 Citado en Im I, 8, Réflexions. 5 Cf Cta 189, n. 4. 6 El 26 de septiembre, el P. Roulland escribía a Teresa: «El 25 de diciembre envíeme sus intenciones. Las adivino: agradecerá al Señor este día de gracias único entre todos, probablemente el día en que Dios la llamó a usted al Carmelo» (LC 171). La enfermedad impidió al misionero celebrar esta Misa de Navidad; cf CA
1.8.9.
7 Cf Ms A 44vº/45rº.
8 SANTA TERESA DE JESÚS, C 8. (Las palabras genuinas de la Santa son: «...es muy de mujeres, y no querría yo, hijas mías, lo fueseis en nada, ni lo parecieseis, sino varones fuertes». Y la cita se encuentra en el cap. 7, nº 8. N. del T.)
9 Cf Cta 36 y Ms A 63rº.
10 El canónigo Delatroëtte.
11 Esa expresión no es de Teresa de Jesús, sino de san Francisco de Sales. Cf RP 7,1rº e infra n. 6.
12 Durante la travesía, en agosto-septiembre de 1896, el P. Roulland había leído un cuaderno de poesías compuestas por Teresa. Y le escribe al respecto: «Le ruego, hermana, que deposite con frecuencia a los pies de Jesús, en nombre de su
hermano, algunos de los sentimientos que abrasan su corazón. Con esta condición yo seguiré diciendo todas las mañanas: «Dios mío, abrasa a mi hermana en tu amor»» (LC 171).
13 El abate Bellière.

Cta 202 A la señora de Guérin

J.M.J.T.
Jesús + 16 de noviembre de 1896
Querida tía: Es muy triste para su hijita tener que confiar a una fría pluma la misión de expresarle los sentimientos de su corazón... Tal vez me diga, sonriendo: «Pero, Teresita de mi alma, ¿me los expresarías más fácilmente con palabras...?» Querida tía, tengo que confesarlo, no, es verdad, no encuentro palabras que puedan expresar satisfactoriamente los deseos de mi corazón. El poeta que se atrevió a decir: «Lo que bien se concibe claramente se enuncia; para expresarlo, las palabras acuden fácilmente»1, ese poeta, digo, ¡¡¡no sentía seguramente lo que yo (1vº) siento en lo hondo de mi alma...!!! Por suerte, tengo para consolarme al profundo P. Faber; él comprendía bien que las palabras y las frases de aquí abajo no son capaces de expresar los sentimientos del corazón, y que los corazones llenos son los que se encierran más en sí mismos. Querida tía, voy a aburrirla con mis citas, tanto más cuanto que las cartas de mis cuatro hermanas2 están ahí para desmentir mis palabras. De todas formas, querida tía, puede estar segura de que, a pesar de toda su elocuencia, ellas no la quieren más que yo, aunque yo no sepa decírselo en términos escogidos... Si ahora no me cree, un día, cuando estemos todos reunidos en el cielo, comprobará cómo la más pequeña de sus hijas no lo era en cariño y en gratitud y que sólo era la más pequeña en edad y en sabiduría. Le ruego, querida tía, que pida a Dios que yo crezca en sabiduría, como (2rº) el divino Niño Jesús. No es eso precisamente lo que hago, se lo aseguro; pregúnteselo, si no, a nuestra querida Mariíta de la Eucaristía, y ella le dirá que no miento. Cada día que pasa soy más torpe, y eso que pronto hará ya nueve años que estoy en la casa del Señor. Debería estar, pues, ya muy avanzada en los caminos de la perfección, pero estoy todavía al pie de la escalera. Eso no me desalienta, y estoy tan alegre como la cigarra; estoy siempre cantando, igual que ella, esperando participar al final de mi vida de las riquezas de mis hermanas, que son mucho más generosas que la hormiga. Espero también, querida tía, ocupar un buen sitio en el banquete celestial, y le diré por qué: cuando los santos y los ángeles sepan que yo tengo el honor de ser su hijita, no querrán darme el disgusto de colocarme lejos de usted... Así, gracias a sus virtudes, gozaré de los bienes eternos. La verdad es que nací con buena estrella y mi corazón se deshace de gratitud hacia Dios, que me ha dado unos parientes (2vº) como no hay otros en la tierra. Y como soy una pobre cigarra, querida tiíta, que no tiene más que sus cantos (y que, además, por ser su voz muy poco melodiosa3, sólo puede cantar en lo hondo de su corazón), cantaré mi canción más hermosa el día de su santo, y trataré de hacerlo con un acento tan conmovedor, que los santos, compadecidos de mi miseria, me darán tesoros de gracias que estaré encantada de ofrecerle. Tampoco me olvidaré de festejar con las riquezas de los santos a mi querida abuelita; y ellos serán tan generosos, que mi corazón no tendrá nada más que desear, y le aseguro, tía, que no es poco decir, pues mis deseos son muy grandes. A mi tío le pido que le dé a usted un abrazo muy tierno de mi parte. Si Francis, Juana y Leonia quieren hacer otro tanto, cantaré una tonadilla para agradecérselo (y ni que decir tiene que no olvidaré a mi tío en mi alegre canción). Perdóneme, tía querida, que le diga tantas cosas sin pies ni cabeza, y créame que la quiero con todo el corazón.
Teresa del Niño Jesús rel. carm. ind.

NOTAS Cta 202
1 BOILEAU, Art poétique.
2 Sus tres hermanas y su prima, María Guérin.
3 ¿Habrá que concluir de ahí que Teresa no tenía buena voz? Es bastante probable; cf CG p. 917+e.

Cta 203 A la madre Inés de Jesús1

4 de diciembre de 1896
J.M.J.T.
¡Mi Madrecita es todo un encanto...! Si ella no sabe lo que es, yo sí lo sé muy bien, ¡y la QUIERO...! Sí, ¡pero qué puro es mi cariño...! Es el de una hija que admira la humildad de su madre. ¡Tú me haces mayor bien que todos los libros del mundo...!

NOTAS Cta 203 1 Se puede suponer que este billete fue escrito tras el incidente del vegigatorio relatado en los Cuadernos verdes; cf UCII, p. 42.

Cta 204 A la madre Inés de Jesús

18 de diciembre de 1896 La Santísima Virgen está tan contenta de tener un borriquillo y una criadita, que los hace correr de derecha a izquierda para divertirse1. Por eso, no es de maravillar que la Madrecita caiga algunas veces... Sí, pero2 cuando el Niño Jesús sea mayor y no tenga ya necesidad de aprender «el humilde oficio de tendero»3, preparará un lugarcito para la Madrecita en su reino que no es de este mundo, y entonces será él quien «irá y vendrá para servirla». Y más de uno tendrá que levantarse para mirar a la que no tuvo otra ambición que la de ser el borriquillo del Niño Jesús.

NOTAS Cta 204 1 Teresa hace aquí alusión a todas las vueltas que el oficio de ecónoma hacía dar a la madre Inés. Varias expresiones de este billete están tomadas de la vida de sor María de San Pedro, de Tours, a quien la madre Inés tenía gran devoción. 2 Expresión característica de Teresa durante sus últimos meses; cf UC pp. 346s. 3 Reminiscencia de un villancico de Auvernia que les gustaba cantar en los Buissonnets.

Cta 205 A sor María de San José

Diciembre (?) de 1896 ¡Qué lástima pasar el tiempo aburrida como una ostra, en vez de quedarse dormida sobre el corazón de Jesús...! Si la noche le da miedo al niñito, si se queja de no ver al que le lleva, que cierre los ojos, que haga VOLUNTARIAMENTE el sacrificio que le piden, y luego a esperar el sueño... Quedándose así, tranquilo, la noche, a la que ya no mirará, no podrá asustarlo, y pronto la calma, si no la alegría, (vº) renacerá en su corazón. ¿Es demasiado pedirle al niñito que cierre los ojos..., que no luche contra las quimeras de la noche...? No, no es demasiado, y el niñito va a abandonarse, va a creer que lo lleva Jesús, va a aceptar el no verlo y va a dejar muy lejos ese miedo estéril a ser infiel (miedo impropio de un niño). (Un embajador)

Cta 206 A sor María de san José

Diciembre (?) de 1896 El pequeño E.1 no tiene ganas de saltar de la navecilla, sino que sigue en ella para mostrar el cielo al niñito. Quiere que todas sus miradas y todas sus delicadezas sean para Jesús. Por eso estará muy contento si ve que el niñito se priva de consuelos demasiado infantiles e indignos de un misionero y de un guerrero... Yo quiero mucho a mi niñito, y Jesús lo quiere todavía más.

NOTAS Cta 206 1 El pequeño Embajador; cf Cta 205.

Cta 207 A sor Genoveva

Diciembre (?) de 1896
J.M.J.T. ¡Pobre, pobre1, no hay que entristecerse porque el Sr. T.2 haya caído en la trampa...! Cuando le salgan alas3, por más que le tiendan lazos, no caerá en ellos, ni tú tampoco, pobre S.4. El te tenderá la mano, te pegará dos alitas blancas y las dos juntas volaremos muy alto y muy lejos; iremos incluso hasta Saigón5 batiendo nuestras alitas plateadas... Es lo mejor que podremos (vº) hacer por él, pues Jesús quiere que seamos dos querubines y no dos fundadoras. En este momento, esto es así; si él cambia de idea, cambiaremos también nosotras, ¡eso es todo...!

NOTAS Cta 207 1 Uno de los sobrenombres de sor Genoveva, sacado de una copla que se cantaba en los Buissonnets.
2 «Señor Totó»; cf Cta 179, n. 1, 3 Después de su muerte.
4 «Señorita Lili».
5 Al Carmelo de Saigón, que pide «fundadoras» para el de Hanoi recientemente fundado. Poco antes, según parece, sor Genoveva había pensado en esa partida para Asia, para ella misma y para Teresa. Véase su billete inédito (LC 172 bis), en Lettres: Une course de géant, p. 481.

Cta 208 A sor Genoveva1

Invierno 1896-1897
J.M.J.T. Te suplico con toda humildad que dispenses mañana2 al pobre Sr. de usar la estufita... Pero también te suplico que procures que se despierte para las Horas3. Teme que su papel4 no sirva para nada, pues la encargada de despertar está acostumbrada a ver a la Señorita venir a almohazar al Sr. todas las mañanas para sacarlo suavemente de sus sueños5. No te aflijas, pobre Señorita, de tener que llevar tacitas a diestro y siniestro6. Un día será Jesús quien «irá y vendrá para servirte» a ti, y ese día llegará pronto.

NOTAS Cta 208 1 Este billete y los dos siguientes traen de nuevo a escena al «Sr. Totó» y a la Señorita Lili». 2 Infiernillo de brasas, que la madre María de Gonzaga había obligado a usar a Teresa durante el invierno 1896-1897. Sor Genoveva, en su calidad de segunda enfermera, estaba autorizada para «dispensar» o no a su hermana. 3 El Oficio de las Horas menores, que en invierno se rezaba a las siete de la mañana. 4 Las hermanas que estaban dispensadas de levantarse por la mañana con la comunidad dejaban colgado un papel en el pestillo de la celda. Para la segunda llamada, hacia las siete menos veinte, una religiosa golpeaba a las puertas provistas de ese papel. 5 Sor Genoveva friccionaba a Teresa con una faja de crin. Cf CA 27.7.17. 6 A las hermanas enfermas.

Cta 209 A sor Genoveva

Invierno 1896-1897 (?)
No te olvides de despertar mañana al Sr. T., pobre Srta. L. humillada por todos1, pero AMADA por Jesús y por el Sr. T.

NOTAS Cta 209 1 Sor Genoveva ha señalado que sus «defectos (la) tenían en una constante humillación», pues, dice ella misma, «con mi temperamento impetuoso me sucedía con frecuencia tener pequeñas salidas de tono con las hermanas, salidas de tono que después me dolían mucho a causa de mi gran amor propio.

Cta 210 A sor Genoveva

Invierno 1896-1897 (?)
¿Quieres fijarte mañana por la mañana si el Sr. Totó ha oído las tablillas1...?

NOTAS Cta 210
1 Instrumento de madera provisto de una especie de matraca, que se agitaba en los claustros y pasillos para el primer turno de levantarse, a las 6 menos cuarto de la mañana en invierno.

Cta 211 A sor Genoveva1

24 de diciembre de 1896 Navidad 1896 Hijita querida: Si supieras cómo alegras mi corazón y el de mi pequeño Jesús, ¡qué feliz serías...! Pero no lo sabes, no lo ves, y tu alma está triste. Quisiera (1vº/2rº) poder consolarte; si no lo hago, es porque conozco el valor del sufrimiento y de la angustia del corazón. Hija mía querida, si supieras qué hundida estaba yo en la amargura al ver a mi tierno esposo san José volver triste hacia mí sin haber encontrado posada... Si aceptas soportar en paz la prueba de no agradarte a ti misma2, me darás un dulce asilo. Es verdad que sufrirás, pues estarás a la puerta de tu propia casa; pero no temas, cuanto más pobre seas, más te amará Jesús. E irá lejos, muy lejos, para buscarte3 si a veces te extravías un poco. Le gusta más verte tropezar en la noche con las piedras del camino que caminar en plano día por una ruta esmaltada de flores que podrían retrasar tu marcha. Te quiero, Celina mía, te quiero mucho más de lo que puedes imaginarte... (2vº) Me alegro de verte desear grandes cosas y te las estoy preparando todavía mayores... Un día vendrás con tu Teresa al cielo, te sentarás en el regazo de mi amado Jesús4 y yo también te tomaré en mis brazos y te colmaré de caricias, porque soy tu madre, tu mamá querida. (María, la Reina de los ángeles5)

NOTAS Cta 211
1 El sobre llevaba esta dirección: «Envío de la Santísima Virgen a mi hija querida sin asilo en tierra extranjera».
2 Cf Cta 109, n. 1.
3 Cf Im II,11,4.
4 El «regazo de Jesús» o el «regazo de Dios»: sitio codiciado por Totó y Lili para cuando estén en el paraíso; Cf UC pp. 520 y 526.
5 Cf Cta 192 y su nota 2.

Cta 212 A sor María de la Trinidad1

24 de diciembre de 1896 Noche de Navidad de 1896 Mi querida esposa2: ¡Qué contento estoy de ti...! Durante todo el año me has divertido mucho jugando a los bolos3. He disfrutado tanto, que la corte celestial estaba sorprendida y encantada; más de un querubín llegó a preguntarme por qué no lo había hecho niño..., y más de uno también me preguntó si la (1vº) melodía de su arpa no me agradaba más que tu risa cantarina cuando haces caer un bolo con la bola de tu amor. Yo les contesté a mis querubines que no debían apenarse por no ser niños, pues un día podrían jugar contigo en las praderas del cielo; y les dije que sí, que tu sonrisa era para mí más dulce que sus melodías, porque tú sólo podías jugar y sonreír (2rº) sufriendo y olvidándote de ti misma. Querida esposa mía, tengo algo que pedirte, ¿me lo negarás...? No, tú me amas demasiado para eso. Pues bien, voy a confesarte que me gustaría cambiar de juego. Los bolos me divierten mucho, sí; pero ahora quisiera jugar al trompo, y, si quieres, tú serás mi trompo. Te doy uno como modelo; ya ves que no es bonito, quien no sepa usarlo lo rechazará a puntapiés, pero (2vº) un niño saltará de alegría al verlo y dirá: «¡Qué divertido que es! ¡Puede estar girando todo el día sin pararse!»4 Yo, el Niño Jesús, te quiero, aunque no tengas encantos, y te pido que estés siempre girando para divertirme... Pero para hacer que el trompo gire, hacen falta latigazos... Pues bien, deja que tus hermanas te presten este servicio, y muéstrate agradecida con las que sean más asiduas en no dejarte aminorar la marcha. Y cuando me haya divertido ya bastante contigo, te llevaré allá arriba y allí podremos jugar sin sufrir... (Tu hermanito Jesús)

NOTAS Cta 212 1 Sor María de Trinidad explica así el origen de esta carta: «La Sierva de Dios seguía las inclinaciones naturales de mi alma para conducirla a Jesús. (...) En esa época, como yo tenía un carácter muy infantil, me servía de un método bastante original para practicar la virtud: la de divertir al Niño Jesús jugando con él a toda clase de juegos espirituales. Sor Teresa del Niño Jesús me animó a ello con la carta siguiente...». 2 Quien habla es el Niño Jesús. El sobre llevaba esta dirección: «Personal. A mi pequeña y querida esposa Jugadora de Bolos en la montaña del Carmelo». 3 Estos bolos, explica sor María de la Trinidad, «yo me los representaba de todos los tamaños y de todos los colores, para personificar a las almas que quería conquistar». 4 Teresa recoge las palabras de su novicia, de algunos días antes: «En el mes de diciembre de 1896, las novicias recibieron, a beneficio de las misiones, diversas chucherías para un árbol de Navidad. Y hete aquí que en el fondo del cajón se encontró por casualidad (...) un trompo. Mis compañeras dijeron: «¡Qué cosa tan fea! ¿Para qué puede servir esto?» Yo, que conocía bien el juego, cogí el trompo exclamando: «¡Pero si es muy divertido! ¡Puede estar girando un día entero sin pararse a fuerza de buenos latigazos!» Y allí mismo me comprometí a hacerles una demostración que las dejó asombradas. Sor Teresa del Niño Jesús me observaba sin decir nada» (Recuerdos de sor María de la Trinidad).


CARTAS – Teresa del Niño Jesús 198