CARTAS – Teresa del Niño Jesús 225

Cta 225 A sor Ana del Sgdo. Corazón

J.M.J.T. Jesús + 2 de mayo, Fiesta del Buen Pastor, de 1897 Queridísima hermana: Seguro que le va a sorprender mucho recibir carta mía. Para que me perdone que vaya a turbar el silencio de su soledad, le diré a qué se debe que tenga el gusto de escribirle. La última vez que tuve conferencia espiritual con nuestra madre, hablamos de usted y de ese querido Carmelo de Saigón. Y nuestra Madre me dijo que, si quería, podía escribirle. Acepté esta proposición con alegría y aprovecho la licencia1 del Buen Pastor para conversar un momento con usted. Espero, querida hermana, que no me haya ol(1vº)vidado; yo me acuerdo mucho de usted, recuerdo feliz los años que pasé en su compañía, y usted sabe que para una carmelita recordar a una persona a la que ama es orar por ella. Pido a Dios que la llene de sus gracias y que aumente cada día en su corazón su santo amor, aunque no dudo que usted posee ya ese amor en un grado eminente. El ardiente sol de Saigón no es nada en comparación con el fuego que arde en su alma. Por favor, hermana, pida a Jesús que yo también le ame y le haga amar. Quisiera amarle, no con un amor normal y corriente, sino como los santos, que hacían locuras por él. ¡Pero qué lejos estoy de parecerme a ellos...! Pídale también a Jesús que yo haga siempre su voluntad; por hacerla, estoy dispuesta a atravesar el mundo2..., ¡estoy dispuesta incluso a morir! El silencio3 va a terminar de un momento a otro, tengo que poner fin a mi carta y veo que (2rº) aún no le he dicho nada interesante; por suerte, están ahí las cartas de nuestras Madres, que le darán todas las noticias de este nuestro Carmelo. Nuestra licencia ha sido muy corta, pero si no le molesta, ya iré otro día a pasar un rato más largo con usted. Querida hermana, dé mis filiales y respetuosos saludos a la Reverenda Madre4. No me conoce, pero yo oigo hablar mucho de ella a nuestra Madre, la quiero y pido a Jesús que la consuele en sus trabajos. La dejo ya, querida hermana, quedando muy unida a usted en el Corazón de Jesús. En él me siento feliz de llamarme siempre Su más pequeña hermanita, Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 225
1 Día de recreo extraordinario durante el cual las hermana tenían permiso - «licencia»- para hablar libremente unas con otras.
2 «Para ir a Cochinchina»; cf CA 21/26.5.2.
3 Hora de siesta libre, desde mediodía hasta la 1 en verano.
4 Madre María de Jesús, que había sucedido a la madre Filomena de la Inmaculada Concepción, fundadora procedente de Lisieux en 1861.

Cta 226 Al P. Roulland

J.M.J.T. Jesús + 9 de mayo de 1897 Hermano: He recibido con alegría, o, mejor, con emoción las reliquias que ha tenido a bien enviarme1. Su carta es casi una carta de despedida para el cielo. Al leerla, me parecía estar escuchando el relato de los sufrimientos de sus antepasados en el apostolado. En esta tierra, en la que todo cambia, sólo una cosa se mantiene estable: el comportamiento del Rey del cielo respecto a sus amigos. Desde que él levantó el estandarte de la cruz, a su sombra deben todos combatir y alcanzar la victoria. «La vida de todo misionero es fecunda en cruces», decía T. Vénard, y también: «La verdadera felicidad consiste en sufrir. Y para vivir, tenemos que morir». Hermano mío, los comienzos de su apostolado están marcados con el sello de la cruz, el Señor lo trata como a un privilegiado. Él quiere afianzar su reinado en las almas mucho más por la persecución y el sufrimiento que por medio de brillantes predicaciones. Usted dice: «Yo soy todavía un niñito que no sabe hablar»2. El P. Mazel, que fue ordenado sacerdote el mismo día que usted, tampoco sabía hablar, y, sin embargo, ya recogió la palma3... ¡Cuán por encima de los nuestros están los pensamientos de Dios...! Al conocer la muerte de este misionero, al que yo oía nombrar por primera vez, me sentí movida a invocarle, me parecía verlo en el cielo en el glorioso coro de los mártires. Sí, lo sé, a los ojos de los hombres su martirio no lleva nombre de tal; pero a los ojos de Dios, ese sacrificio sin gloria no es menos fecundo que los de los primeros cristianos que confesaron su fe ante los tribunales. La persecución ha cambiado de forma, los apóstoles de Cristo no han cambiado de sentimientos; por eso su divino Maestro no cambiará tampoco sus recompensas, a menos que no sea para aumentarlas en comparación con la gloria que se les niega aquí abajo. No comprendo, hermano, cómo puede usted dudar de su entrada inmediata en el cielo si los infieles le quitasen la vida (1vº). Yo sé que hay que estar muy puros para comparecer ante el Dios de toda santidad, pero sé también que el Señor es infinitamente justo. Y esta justicia, que asusta a tantas almas, es precisamente lo que constituye el motivo de mi alegría y de mi confianza. Ser justo no es sólo ejercer la severidad para castigar a los culpables, es también reconocer las intenciones rectas y recompensar la virtud. Yo espero tanto de la justicia de Dios como de su misericordia. Precisamente porque es justo, «es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Pues él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles...»4. Al escuchar, hermano, estas hermosas y consoladoras palabras del profeta rey, ¿cómo dudar de que Dios pueda abrir las puertas de su reino a esos hijos suyos que lo han amado hasta sacrificarlo todo por él, que no sólo han dejado su familia y su patria para darle a conocer y hacerlo amar, sino que incluso desean entregar su vida por el que aman...? ¡Jesús tenía mucha razón cuando decía que no hay amor más grande que ése! ¿Cómo, pues, se va a dejar vencer él en generosidad? ¿Cómo va a purificar en las llamas del purgatorio a unas almas que viven consumidas por el fuego del amor divino? Es cierto que ninguna vida humana está exenta de faltas, que sólo la Virgen Inmaculada se presenta absolutamente pura delante de la Majestad divina. ¡Y qué alegría pensar que esta Virgen es nuestra Madre! Puesto que ella nos ama y conoce nuestra debilidad, ¿qué podemos temer? ¡Cuántas frases para expresar mi pensamiento, o, más bien, para no llegar a hacerlo! Sencillamente quería decir que me parece que todos los misioneros son mártires de deseo y de voluntad, y que, por consiguiente, ni uno solo debería ir al purgatorio. Si en el momento de comparecer ante Dios aún queda en su alma alguna huella de la debilidad humana, la Santísima Virgen les obtendrá la gracia de hacer una acto de amor perfecto y después les entregará la palma y la corona que tan bien han merecido. Esto es, hermano mío, lo que yo pienso acerca de la justicia de Dios. Mi camino es todo él de confianza y de amor, y no comprendo a las almas que tienen miedo de tan tierno amigo. A veces, cuando (2rº) leo ciertos tratados espirituales en los que la perfección se presenta rodeada de mil estorbos y mil trabas y circundada de una multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se fatiga muy pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y me diseca el corazón y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo me parece luminoso, una sola palabra abre a mi alma horizontes infinitos, la perfección me parece fácil: veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios. Dejando para las grandes almas y para los espíritus elevados esos brillantes libros que yo no puedo comprender, y menos aún poner en práctica, me alegro de ser pequeña, pues sólo los niños y los que se hacen como ellos serán admitidos al banquete celestial. Me alegro enormemente de que en el reino de Dios haya muchas moradas, porque si no hubiese más que ésa cuya descripción y cuyo camino me parecen incomprensibles, yo no podría entrar en él. No obstante, no quisiera estar muy alejada de la de usted; espero que Dios, en consideración a sus méritos, me conceda la gracia de participar de su gloria, de igual modo que aquí en la tierra la hermana de un conquistador, aunque carezca de dones naturales, participa, a pesar de su pobreza, de los honores tributados a su hermano. El primer acto de su ministerio en China me ha parecido encantador. El alma cuyos despojos mortales usted bendijo ha tenido, ¿cómo no?, que sonreírle y prometerle su protección, lo mismo que a los suyos. ¡Cuánto le agradezco que me cuente entre ellos! Estoy también profundamente emocionada y agradecida por el recuerdo que usted tiene de mis queridos padres en la santa Misa. Espero que estén ya en posesión del cielo, hacia el que tendían todos sus actos y deseos. Eso no me impide rezar por ellos, pues creo que las almas de los bienaventurados reciben gran gloria con las oraciones que se hacen a su intención y de las que ellas pueden disponer en favor de otras almas que sufran. Si, como creo, mi padre y mi madre están el cielo, deben de mirar y bendecir al hermano que Jesús me ha dado. ¡Habían deseado tanto tener un hijo misionero...! Me han contado que, antes de nacer yo, mis padres esperaban que al fin su deseo iba por fin a realizarse. Si hubiesen podido penetrar el velo del futuro, habrían visto que, en efecto, por medio de mí, su deseo se haría realidad. Puesto que un misionero se ha convertido en hermano mío, él es también su hijo, y en sus oraciones ya no pueden separar al hermano de su indigna hermana. (2vº) Usted, hermano, reza por mis padres, que están ya en el cielo, y yo rezo con frecuencia por los suyos, que están todavía en la tierra. Es éste un deber muy dulce para mí, y le prometo cumplirlo siempre fielmente, incluso si dejo el destierro, e incluso entonces tal vez más, pues conoceré mejor las gracias que necesiten. Y luego, cuando terminen su carrera aquí en la tierra, yo vendré a buscarlos en nombre de usted y los introduciré en el cielo. ¡Qué dulce será la vida de familia que gozaremos durante toda la eternidad! Mientras esperamos esta bienaventurada eternidad, que dentro de poco tiempo se abrirá para nosotros, pues la vida no es más que un día, trabajemos juntos por la salvación de las almas. Yo bien poca cosa puedo hacer, o, mejor, absolutamente nada si estuviese sola. Lo que me consuela es pensar que a su lado puedo servir para algo. En efecto, el cero por sí solo no tiene valor, pero colocado junto a la unidad se hace poderoso, ¡con tal de que se lo coloque en el lugar debido, detrás y no delante...! Y ahí precisamente es donde Jesús me ha colocado a mí, y espero estar ahí siempre, siguiéndole a usted de lejos con la oración y el sacrificio. Si hiciese caso al corazón, no terminaría hoy la carta; pero van a tocar a final del silencio5 y tengo que llevar la carta a nuestra Madre, que la está esperando. Le ruego, pues, hermano, que envíe su bendición a este cero que Dios ha colocado a su lado. Sor Teresa del Niño Jesús de la Sta. F. rel. carm. ind.

NOTAS Cta 226 1 El 24 de febrero, el P. Roulland escribía a Teresa: «Querida hermana: no le escribo por extenso porque estoy a punto de subir a Tchoug-Kin, ni siquiera respondo a su larga carta que me ha hecho mucho bien. Sólo quiero enviarle unas reliquias de un futuro mártir. Ya dejé también unas a mis padres el día que abandoné a mi familia; se las envié desde Shangai. ¿Por qué no enviarle también alguna a mi hermana? En este momento no estamos en peligro inminente de morir, pero el día menos pensado podemos recibir una cuchillada; no seríamos mártires en el sentido propio de la palabra, pero si dirigimos bien nuestra intención -por ejemplo, diciendo: Dios mío, por tu amor hemos venido aquí, acepta el sacrificio de nuestra vida y convierte a las almas-, ¿no es cierto que seríamos lo bastante mártires como para ir al cielo...? (...) En fin, estamos en manos de Dios, y si los bandidos me asesinan y no soy digno de entrar inmediatamente en el cielo, usted me sacará del purgatorio e iré a esperarla en el paraíso. (...) Me dice usted, hermana, que ofrece a Jesús mi amor junto con el suyo; pues bien, en la santa Misa yo ofrezco el suyo con el mío después de la comunión. Estoy seguro de que Jesús, al ver esta ofrenda, me perdonará por el poco amor que yo le tengo a él. En el memento de los difuntos pienso en sus padres ya difuntos» (LC 175, 24/2/1897).
2 El P. Roulland estaba aprendiendo el chino; cf su carta a Teresa del 20 de enero de 1897: «¿Cuándo haré mi primer bautismo, mi primera conversión? Desgraciadamente, no soy más que un niñito, no sabe hablar. Voy a pasar varios meses con una familia cristiana para aprender la lengua, las costumbres, etc., y luego el apostolado con un antiguo compañero de abordo» (LC 173).
3 El 1 de mayo acaban de enterarse en el Carmelo de Lisieux del asesinato de este misionero de veintiséis años, perpetrado por unos bandidos por ser europeo; cf CA 1.5.2.
4 Cf Ms A 3vº y 76rº.
5 Cf Cta 225, nota 3.

Cta 227 A sor Genoveva

13 de mayo de 1897 Jesús está contento de su Celina, a quien se entregó por vez primera hace 13 años1. Está más orgulloso de lo que él obra en su alma, (vº) de su pequeñez y de su pobreza, que de haber creado los millones de soles y la inmensidad de los cielos...

NOTAS Cta 227 1 En realidad diecisiete años (13/5/1880); cf Ms A 25rº.

Cta 228 A sor Genoveva

abril-mayo de 1897 (?)
J.M.J.T. Temo que nuestra Madre no esté contenta, está preocupada con las fricciones1, sobre todo las de la espalda. Si el Sr. Clodion2 viene el domingo a agitar en mi espalda su larga cabellera, se preguntará por que no hemos hecho lo que él dijo... Quizás fuera preferible esperar al lunes. En fin, Pobre, Pobre3, haz lo que te parezca mejor, mañana todo estará listo. Y sobre todo, no hables a este pobre Sr4. Actúa como creas mejor, y recuerda que debemos ser ricas, ¡muy ricas las dos 5...!

NOTAS Cta 228
1 Cf Cta 208, nota 5.
2 Sobrenombre del Dr. Cornière; cf UC p. 636.
3 Cf Cta 207, nota 1.
4 «Sr. Totó» (Teresa). Sor Genoveva le daba las fricciones por la mañana, antes del rezo de Prima, durante el tiempo del silencio de Regla.
5 Cf CR, p. 212s.

Cta 229 A la madre Inés de Jesús

23 de mayo de 1897
J.M.J.T. Mucho me temo haber hecho sufrir a mi Madrecita1... Yo, que quisiera ser su alegría, veo que soy, por el contrario, su dolor... Sí, pero... cuando esté lejos de esta triste tierra, donde las flores se marchitan y los pájaros se van, yo estaré muy cerca de mi Madre querida, del ángel que Jesús envió delante de mí para prepararme el camino, la senda que conduce al cielo, el 2 ascensor que debía elevarme sin cansancios hacia las regiones infinitas del amor... Sí, estaré cerquita de ella, y sin dejar la Patria, pues no seré yo la que baje, sino que será mi Madrecita la que suba adonde yo esté... ¡Ah!, si yo supiera expresar como ella lo que pienso, si supiera decirle cómo rebosa mi corazón de gratitud y de amor hacia ella, creo que sería ya su alegría aun antes de alejarme de esta triste tierra. Madrecita querida, todo el bien que has hecho a mi alma, a Jesús se lo has hecho, pues él dijo: «Lo que hicisteis al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo hicisteis...» ¡Y el más pequeño soy yo...!3

NOTAS Cta 229 1 Desconocemos el motivo; seguramente a causa de su estado de salud. 2 Primera vez que aparece esta palabra en la pluma de Teresa. El Ms C 3rº desarrollará pronto el tema del ascensor; cf CG p. 989+c. 3 Esta fue la respuesta de la madre Inés a este billete: «En el mismo momento en que iba a tomar la pluma para exhalar un suspiro, recibí tus letras, ¡mi ángel querido! Esto ha hecho desbordar mi vasito. Sí, pero... ha hecho también que se produjera una especie de cambio físico, pues el vasito, lleno de agua muy amarga, sólo pudo ya rebosar en el acto un licor muy dulce y muy suave. Poco antes yo me decía a mí misma: me gustaría que, antes de partir, mi ángel me dijese lo que hará por mí allá arriba en el cielo, necesito tener éste entre mis consuelos, ¡y mira por dónde sus letras vienen a decirme justamente eso! Pues bien, ahora puedes ya morir, yo sé que allá arriba seguirás ocupándote de tu Madrecita; muérete ya enseguida para que mi corazón no tenga ya aquí abajo ningún apoyo, para que todo lo que amo esté ya allá arriba. Ya ves, mientras escribo esto me he puesto a derramar gruesas lágrimas y ya no veo..., no sé lo que hoy me está pasando, NUNCA había estado tan segura de tu final cercano. ¡Pobre angelito, o, mejor, feliz angelito, si supieras lo que allí te está esperando! ¡Sí, qué bien recibida vas a ser!, ¡qué fiesta para toda la asamblea de los santos! ¡Qué tiernamente te estrechará contra su corazón la Virgen Inmaculada! Serás como un niñito al que todos querrán pasarse de uno a otro para mecerlo y acariciarlo; y luego los santos inocentes irán, orgullosos, a tomarte de la mano, y te enseñarán a servirte de tus alas, y te enseñarán a jugar con ellos. ¡Pídeles que me dejen un lugarcito a mí también entre sus filas!» (LC 179, 23/5/1897).

Cta 230 A la madre Inés de Jesús

28 de mayo de 1897
J.M.J.T. Querida Madrecita: Tu hijita ha vuelto a derramar hace un momento dulces lágrimas; lágrimas de arrepentimiento, pero más aún de gratitud y de amor... ¡Sí, esta noche te he demostrado mi virtud, mis TESOROS de paciencia...! ¡¡¡Yo, que predico tan bien a las demás!!! Me alegro de que hayas visto mi imperfección1. ¡Sí, cuánto bien me hace el haber sido mala...! Tú no reprendiste a tu hijita, y, sin embargo, se lo merecía; pero la niña está ya acostumbrada a eso, tu dulzura le dice mucho más que las palabras severas, tú eres para ella la imagen de la misericordia de Dios. Sí, pero... sor San Juan Bautista es, por el contrario, ordinariamente, la imagen de la severidad de Dios. Pues bien, acabo de encontrarme con ella, y, en vez de pasar fríamente a mi lado, me ha abrazado, diciéndome (exactamente como si yo hubiese sido la criatura más linda del mundo): «¡Pobre hermanita, me has dado lástima, no quiero cansarte, he obrado mal, etc., etc.» Yo, que sentía en mi corazón una contrición perfecta, no acababa de creerme que no me hiciese ningún reproche. Sé muy bien que, en el fondo, le debo de parecer imperfecta, y si me ha hablado así es porque cree que me voy a morir; pero no importa, no he oído salir de su boca más que palabras dulces y tiernas, y por eso he pensado que ella es muy buena y yo muy mala... Al volver a mi celda, me preguntaba qué pensaría Jesús de mí, y al instante me acordé de aquellas palabras que un día dirigió a la mujer adúltera: «¿Ninguno te ha condenado?» Y yo, con lágrimas en los ojos, le contesté: «Ninguno, Señor... Ni mi Madrecita, imagen de tu ternura, ni mi hermana sor San Juan B., imagen de tu justicia, y sé muy bien que puedo irme en paz ¡porque tú tampoco me condenarás...!» Madrecita, ¿por qué será Jesús tan bueno conmigo? ¿Por qué no me riñe nunca...? ¡Sí, verdaderamente es como para morir de gratitud y de amor...! (vº) Estoy mucho más contenta de haber sido imperfecta que si, sostenida por la gracia, hubiese sido un modelo de bondad... ¡Me hace tanto bien ver que Jesús es siempre tan dulce y tan tierno conmigo...! Sí, desde ahora lo reconozco: sí, todas mis esperanzas se verán colmadas; sí, el Señor hará en nosotras maravillas que rebasarán infinitamente nuestros inmensos deseos... Madrecita, Jesús hace bien en esconderse, en no hablarme más que de tarde en tarde, y esto «a través de las rejas» (Cant. de los Cant.), pues siento claramente que no podría soportar más, que mi corazón estallaría, incapaz de contener tanta felicidad... Tú, dulce eco de mi alma, tú comprenderás que esta noche el vaso de la misericordia divina se ha desbordado sobre mí..., tú comprenderás que has sido y serás siempre el ángel encargado de guiarme y de anunciarme las misericordias del Señor... Tu insignificante hija, Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 230 1 La madre Inés presenta así los hechos: «Un día (estaba ya enferma de continuo), vino una hermana a pedirle su ayuda inmediata para un trabajo de pintura. Yo estaba presente, y por más que objeté que estaba con fiebre y extremadamente cansada, la hermana insistía. Entonces en el rostro de Teresa apareció su tensión interior. Por la noche me escribió estas líneas».

Cta 231 A la madre Inés de Jesús

30 de mayo de 1897
J.M.J.T. No sufras, Madrecita querida, porque parezca que tu hijita te haya ocultado algo. Y digo parezca, porque tú sabes muy bien que si te ha ocultado una esquinita del sobre1, jamás te ocultó una sola línea de la carta, pues ¿quién conoce mejor que tú esta cartita que tanto amas? A las demás se les puede perfectamente enseñar el sobre por todos los lados, pues no pueden ver más que eso, ¡¡¡pero a ti...!!! Ahora ya sabes, Madrecita, que fue el Viernes Santo2 cuando Jesús empezó a rasgar un poco el sobre de tu cartita. ¿¡No estás contenta de que él se disponga a leer esta carta que tú estás escribiendo desde hace 24 años!? Si supieses qué bien sabrá ella decirle tu amor por toda la eternidad3...

NOTAS Cta 231 1 Sor María del Sagrado Corazón anota: «Había ocultado a la madre Inés de Jesús, que ya no era priora en esa época, el vómito de sangre que había tenido». 2 El 3 de abril de 1896. 3 Mientras Teresa escribía el billete que acabamos de leer, la madre Inés trazaba estas líneas: «Mi pobre angelito querido: Seguro que te he hecho sufrir. Y sin embargo, te aseguro que considero una gracia de Dios para mí el saber lo que te ocurrió, pues, si me hubiese enterado de esos detalles después de tu muerte, creo que nunca me habría consolado. Tengo un temperamento tan extraño, que siempre habría pensado que, debido a mis luchas, tú te habías escondido de mí y, por tanto, habría creído ya para siempre que nuestra intimidad, tan dulce y tan ENTERA a mis ojos durante tu vida, no lo era tanto como yo suponía. ¿Qué quieres que haga?, yo no soy dueña de estas impresiones dolorosas, es éste el punto débil de mi carácter. Por eso, ¡cuántas gracias le doy a Dios por la recreación de esta noche! Sí, comprendo que me ama y que tiene compasión de mi pobre corazón. No me importa sufrir las luchas que sean durante tu vida, pero después todos los recuerdos que tenga de ti tienen que ser agradables y no tengo que enterarme de nada nuevo. No me parece mal que no me digan las cosas en el momento, pero ten compasión de mi debilidad maternal y, otra vez, pide que me lo digan todo. La verdad, angelito mío, es que tienes una extraña Madrecita... Fíjate, durante Completas su corazón se parecía a un auténtico abismo de amargura, y de un género del todo especial, de un género que yo nunca había experimentado todavía. ¡Qué lástima me da de Dios cuando las almas no tienen confianza en él! Este es mayor ultraje que se puede hacer a la ternura de un padre. En tu caso, ángel querido, tus razones eran TOTALMENTE DE TERNURA. Sí, no lo dudo. Y termino este billetito diciéndole una vez más a Jesús: ¡Gracias!, has tenido compasión de mi debilidad; no, no hubiese podido soportar una cosa así después de la muerte de mi angelito, me habría muerto de dolor... «Y sobre todo, no te atormentes, pues lo he adivinado todo» (LC 180, 30/5/1897).

Cta 232 A la madre Inés de Jesús

30 de mayo de 1897 (2º billete) J.M.J.T. Deposité mi primer billetito en manos de sor Genoveva1 a la vez que ella me daba el tuyo. Ahora lamento2 haber echado mi misiva al «correo», pues voy a tener que pagar portes dobles para decirte que comprendo tu pena. Yo deseaba seguramente más que tú no ocultarte nada, pero me pareció que era mejor esperar. Si he obrado mal, perdóname, y créeme que nunca dejé de tener confianza en ti. ¡Te quiero demasiado para eso...! Me alegro mucho de que lo hayas adivinado tú sola. No recuerdo haber ocultado ninguna otra cosa del sobre a mi Madrecita, y le suplico que después de mi muerte no crea lo que puedan decirle. Sí, Madrecita, la carta es tuya, y te pido por favor que sigas escribiéndola hasta el día en que Jesús rasgue totalmente el sobrecito que tantos pesares te ha causado desde que fue formado3.

NOTAS Cta 232 1 El billete 231 que sor Genoveva le había pasado en su calidad de enfermera. 2 (En el original francés: «gai raigrette», N. del T.) en lugar de «Je regrette»: transcripción fonética que hace alusión a la pronunciación del P. Baillon, confesor extraordinario de la comunidad, que decía a sus penitentes: «Raigrettez-vous» (en vez de «Regrettez-vous». N. del T.). 3 Nuevo desentendimiento: mientras Teresa escribe su «2º billete», la madre Inés está escribiendo a su vez el suyo: «Aún sigo temiendo, angelito mío, haberte apenado con mi desafortunado billetito. El tuyo, por el contrario, ¡es tan tierno! Pídele a Jesús que me haga como tú.
«Pronto te escaparás lejos de la tierra, y mi corazón en el fondo se estremece con una alegría sobrenatural; mientras mis ojos derraman lágrimas, interiormente me siento transportada por un sentimiento indecible de felicidad. ¡Oh, blanca paloma, ya ha llegado la hora de que el Dueño del palomar te vuelva a poner en el sitio que te corresponde! Ya es hora de que los angelitos no se vean privados por más tiempo de tu compañía. Ya es hora de que Dios reciba nueva gloria con tu entrada en la patria celestial. Después de eso, yo quiero sufrir en la tierra todo lo que Dios quiera, quiero gemir yo también como una tórtola lastimera desterrada en los valles de esta tierra, quiero para mí las lágrimas. Sí, soy MUY FELIZ, por fin mi angelito va a volver a su país, va a prepararle un sitio a su Madrecita, y la hará santa, y le enseñará desde allá arriba a dominar sus tensiones tan desoladoras, y le proporcionará toda clase de bienes, al vivir ella ya para siempre en tan gran abundancia... «Jesús mío, ¡te amo! También yo iré pronto a verte; mientras tanto, te envío TODO LO QUE AMO» (LC 181, 30/5/1897).

Cta 233 A la madre Inés de Jesús

1 de junio de 1897
J.M.J.T.
¡Es demasiado emocionante, demasiado melodioso...! ¡Prefiero callarme a tratar en vano de cantar lo que está ocurriendo en mi alma...! ¡Gracias, Madrecita1...!

NOTAS Cta 233 1 Con esas pocas palabras, Teresa respondía a un billete de la madre Inés, del que transcribimos aquí una parte: «Esta noche he rezado todo el rosario de rodillas ante la Santísima Virgen del mes de María, y me parece que, al terminarlo, la Virgen tenía una sonrisa muy especial. Angelito mío, creo que, si rezas por mí, voy a empezar realmente una vida nueva, creo que he recibido una gracia muy grande. No quiero tampoco entristecerme si nuestra Madre te rechaza, la Santísima Virgen me ha hecho comprender que las más hermosas vidas de los santos no valen lo que un acto de obediencia y de renuncia. Incluso aunque nuestra Madre, después de tu muerte, rasgase tu vida, me parece que, si estoy como esta noche, no sentiría nada más que una atracción más fuerte hacia el cielo. Volaría más alto, eso es todo: Mas allá de las nubes, el cielo es siempre azul. Pisamos las riberas en las que reina Dios...
«No sufras por mí, nuestra unión nunca ha sido más íntima, no, lo sé. Esta noche, junto a la Santísima Virgen, había una velita muy luminosa que se estaba consumiendo, y la cera formaba, a un lado, la auténtica figura de un corderito suplicante. Y pensé que tú eras la luz y que ese corderito era yo, que, apoyándome en tu claridad y volviendo mis ojos hacia María, alcanzaría su compasión. No sé lo que te estoy diciendo, ángel querido. Mi corazón y mi alma, toda mi persona es un mundo esta noche. Espero que me comprendas y que, después de tu partida de este valle de lágrimas, vuelvas muchas veces a embellecer este mundo nuestro, a pasearte por él con los angelitos, y a convertirlo, con un soplo luminoso, en un pequeño sol...» (LC 182, 31/5/1897).

Cta 234 A sor María de la Eucaristía

J.M.J.T. 2 de junio de 1897 A mi hermanita querida1, recuerdo del hermoso día en que el Esposo de su alma se dignó poner su señal en la frente2 que se dispone a coronar un día ante todos los elegidos... En otra ocasión, el cielo se reunió el 2 de junio para contemplar este misterio de amor: Jesús, el dulce Jesús de la Eucaristía, entregándose por primera vez a María3. Hoy está de nuevo ahí ese hermoso cielo, compuesto de ángeles y de santos, está ahí contemplando, extasiado, cómo María se entrega a Jesús ante el mundo, extrañado ante un sacrificio que no entiende. ¡Ah!, si hubiese comprendido la mirada que Jesús posó sobre María el día de su primera visita, comprendería también la señal misteriosa que ella quiere recibir hoy de quien la hirió de amor... Ya no es el velo vaporoso de pliegues nevados el que envolverá a María de la Eucaristía; es un velo oscuro, que recuerda a la esposa de Jesús que está desterrada y que su Esposo no es un Esposo que la va a llevar a fiestas, sino a la montaña del Calvario. De ahora en adelante, María ya no debe mirar nada aquí abajo, nada más que al Dios misericordioso, al Jesús de la EUCARISTIA... La pequeña Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 234
1 En su imposición de velo.
2 Alusión a uno de los responsorios de la ceremonia, tomado del oficio litúrgico de santa Inés.
3 María Guérin había hecho la primera comunión el 2 de junio de 1881.

Cta 235 A sor María de la Eucaristía1

2 de junio de 1897 Recuerdo del hermoso día de la imposición de velo a mi hermanita querida: 2 de junio de 1897. Que el Niño Jesús de Teresa acaricie siempre a María de la Eucaristía.

NOTAS Cta 235 1 Estampa adjunta al billete anterior.

Cta 236 A sor María de la Trinidad

2 de junio de 1897
Dios quiere que soportes sola tu prueba1, y lo demuestra de muchas maneras... Pero, querida m.2, ¡¡¡yo sufro contigo...!!! y te quiero mucho... (vº) No te preocupes, mañana por la mañana iré a verte unos minutos, y al día siguiente del lavado iré contigo a las hostias3.

NOTAS Cta 236
1 Sor María de la Trinidad no dejó ninguna aclaración al respecto.
2 Abreviatura de «muñeca»; cf Cta 249; CA 22.9.4.
3 A la oficina donde se hacían las hostias.

Cta 237 A la madre Inés de Jesús

2 de junio de 1897
No, la palomita no quiere dejar a su Madrecita1. Quiere seguir volando y descansando en el mundo fascinante (vº) de su corazón.
Mañana le daré las gracias a mi Madrecita, no le digo nada esta noche para no
hacerle estallar el corazón y porque es demasiado tarde. El bebé2 se va a dormir.

NOTAS Cta 237
1 La madre Inés acababa de escribirle: «¡Angelito mío! Ya no tengo palabras para expresarte mi cariño. No te enfades conmigo, mira qué tristes se pusieron los apóstoles cuando Jesús les dijo que iba a dejarlos pronto... Sí, pero... una vez que pasó el golpe, volvieron llenos de alegría... Así ocurrirá con la Madrecita. (...)
Levántate, paloma querida, el invierno ya ha pasado para ti, la fuente de tus lágrimas se ha secado, vete a gustar los hechizos de la primavera del amor.
«Y sobre todo, no me contestes, eso me rompería el corazón» (LC 183, 2(?)/6/1897).
2 Sobre esta expresión cf UC pp. 374-376. Volverá a aparecer en Cta 254, 255, 257.

Cta 238 A Leonia 1

3 de junio de 1897 Querida hermanita, ¡qué hermoso es pensar que un día seguiremos juntas al Cordero durante toda la eternidad...! Recuerdo del 3 de junio de 1897 Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 238 1 Dedicatoria al dorso de una estampa.

Cta 239 A la madre Inés de Jesús1

3 de junio (?) de 1897 Tengo que caminar hasta mi último momento, - que marcará el final de mi tormento, -como el pobre judío errante2.

NOTAS Cta 239 1 Teresa responde a estas líneas de la madre Inés: «No puedo decirte todo lo que ocurre en mi alma respecto a ti. ¡Es inefable! ¿Podré hablarte durante un cuarto de hora, a pesar de tus paseos vagabundos?» (LC 184, 3(?)/6/1897). 2 Endecha del Judío Errante, estrofa 22; cf Cta 217, nota 5.

Cta 240 A sor María de la Trinidad

3 (?) de junio de 1897
J.M.J.T. Florecita querida de Jesús, lo he comprendido todo muy bien. No hace falta que me digas nada más. El ojito que hay en tu cáliz me está indicando lo que debo pensar de esa florecita que eres tú1... Estoy muy contenta y muy reconfortada, pero ya no hay que tener ganas de comer de la tierra. Lo que tiene que hacer la miosotis es abrir, o, mejor, elevar su corola para que el Pan de los ángeles venga, como un rocío divino, a fortalecerla y a darle todo lo que le falta2. Buenas noches, pobre florecilla, ¡y créeme que te quiero mucho más de lo que tú te puedes imaginar...!

NOTAS Cta 240 1 Este billete desarrolla el simbolismo de la miosotis, que tanto le gustaba a sor María de la Trinidad (cf Cta 187). Se comprende aquí que la sola mirada de la novicia ya le decía a Teresa en qué estado de ánimo se encontraba aquélla. 2 Sor María de la Trinidad quería privarse de la comunión en castigo por una falta.


CARTAS – Teresa del Niño Jesús 225