CARTAS – Teresa del Niño Jesús 256

Cta 256 A sor Marta de Jesús

16 (?) de julio de 1897
J.M.J.T.
Querida hermanita: En este momento me acuerdo de que no te he felicitado el cumpleaños1. Créeme que este olvido me parte el corazón, tenía mucha ilusión por hacerlo: quería regalarte la oración sobre la humildad2. Aún no he terminado de copiarla, pero pronto la tendrás. Tu gemela3, que no puede dormirse sin (vº) enviarte este billete, Teresa del Niño Jesús rel. carm. ind.

NOTAS Cta 256
1 Ese día 16 de julio sor Marta cumplía treinta y dos años.
2 «Oración para obtener la humildad», compuesta por Teresa (Or 20).
3 Teresa y Marta son casi gemelas de profesión, con una diferencia de apenas quince días: 8 y 23 de septiembre de 1890.

Cta 257 A Leonia

J.M.J.T. Jesús + 17 de julio de 1897 Querida Leonia: Me siento feliz de poder conversar contigo una vez más. Hace unos días no pensaba volver a tener ya este consuelo en la tierra, pero parece que Dios quiere prolongar un poco más mi destierro. No me aflijo por ello, pues no quisiera entrar en el cielo ni un minuto antes por mi propia voluntad. La única felicidad que hay en la tierra es esforzarnos por encontrar siempre deliciosa la porción que Jesús nos ofrece, y la tuya es muy bella, querida (vº) hermanita: si quieres ser santa, a ti te resultará muy fácil, pues en lo hondo de tu corazón el mundo no es nada para ti. Tú puedes, por tanto, igual que nosotras, ocuparte de «la única cosa necesaria", es decir, que, aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tu único objetivo sea: agradar a Jesús y unirte más íntimamente a él. Quieres que en el cielo ruegue por ti al Sagrado Corazón. Puedes estar segura de que no me olvidaré de darle tus encargos y de pedirle encarecidamente todo lo que necesites para llegar a ser una gran santa. Hasta Dios, hermana querida. Yo quisiera que el pensamiento de mi entrada en el cielo te llenase de alegría, ya que allí podré amarte todavía más. Tu hermanita, T. del Niño Jesús(vºtv) Ya te escribiré más despacio otra vez, ahora no puedo, pues el bebé necesita irse a dormir1.

NOTAS Cta 257 1 Cf CG p. 1037+c.

Cta 258 Al abate Bellière

18 de julio de 1897 Jesús + Mi pobre y querido hermanito: Su dolor me llega al alma1, pero mire qué bueno es Jesús, que permite que pueda volver a escribirle para tratar de consolarle, y seguro que no será la última vez. Nuestro buen Salvador escucha sus quejas y sus oraciones, y por eso me deja todavía en la tierra. No crea que me aflijo por ello. No, querido hermanito; al contrario, pues en esta forma de obrar de Jesús veo cuánto le quiere a usted... No cabe duda que me he explicado mal en mi última cartita, ya que me dice, queridísimo hermanito, que «no le pida esa alegría que yo siento al acercarse la Felicidad". Si por unos instantes pudiera usted leer en mi alma, ¡qué sorprendido quedaría2! El pensamiento de la felicidad del cielo no sólo no me produce ninguna alegría, sino que a veces incluso me pregunto cómo voy a poder ser feliz sin sufrir. Jesús, sin duda, cambiará mi naturaleza; de lo contrario, echaré de menos el sufrimiento y este valle de lágrimas. Nunca he pedido a Dios morir joven, (1vº) me habría parecido cobardía; pero él ha querido darme, desde mi más tierna infancia, la íntima convicción de que mi carrera aquí abajo sería corta. Así pues, lo único que constituye toda mi alegría es el pensamiento de hacer la voluntad de Dios. Querido hermanito, ¡cómo me gustaría verter en su alma el bálsamo del consuelo! Pero lo único que puedo es hacer mías las palabras de Jesús en la última cena. No creo que se ofenda, pues soy su esposa y, por consiguiente, sus bienes son míos3. Le digo, pues, como él decía a sus íntimos: «Me voy a mi Padre. Pero por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya. Vosotros ahora sentís tristeza, pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría". Sí, estoy segura: después de mi entrada en la vida, la tristeza de mi querido hermanito se cambiará en una alegría serena que ninguna criatura podrá arrebatarle. Estoy segura: tenemos que ir al cielo por el mismo camino, por el del sufrimiento unido al amor. Cuando llegue a puerto, querido hermanito de mi alma, le enseñaré cómo navegar por el mar tempestuoso del mundo con el abandono y el amor de un niño que sabe que su Padre lo ama (2rº) y no puede dejarlo solo en la hora del peligro. ¡Cómo me gustaría hacerle comprender la ternura del Corazón de Jesús y lo que él espera de usted! Su carta del día 144 hizo que mi corazón se estremeciera de alegría: comprendí mejor que nunca hasta qué punto nuestras almas son gemelas, pues también la suya está llamada a elevarse hacia Dios por el ASCENSOR del amor, en vez de tener que subir la dura escalera del temor... No me extraña en absoluto que el trato familiar con Jesús le parezca algo difícil de realizar, no se puede llegar a ello en un día; pero estoy segura de que le ayudaré mucho más a caminar por este camino deleitoso cuando me vea liberada de mi envoltura mortal, y que pronto podrá decir con san Agustín: «El amor es el peso que me arrastra5". Quisiera tratar de hacerle comprender con una comparación muy sencilla6 cómo ama Jesús a las almas que confían en él, aun cuando sean imperfectas.
Supongamos que un padre tiene dos hijos traviesos y desobedientes, y que, al ir a castigarlos, ve que uno de ellos se echa a temblar y se aleja de él aterrorizado, llevando en el corazón el sentimiento de que merece ser castigado; y que su hermano, por el contrario, se arroja en los brazos de su padre diciendo que lamenta haberlo disgustado, que lo quiere y que, para demostrárselo, será bueno en adelante; si, además, este hijo pide a su padre (2vº) que lo castigue con un beso, yo no creo que el corazón de ese padre afortunado pueda resistirse a la confianza filial de su hijo, cuya sinceridad y amor conoce. Sin embargo, no ignora que su hijo volverá a caer más de una vez en las mismas faltas, pero está dispuesto a perdonarle siempre si su hijo le vuelve a ganar una y otra vez por el corazón... Sobre el primer hijo, querido hermanito, no le digo nada, usted mismo comprenderá si su padre podrá amarle tanto y tratarle con la misma indulgencia que al otro... ¿Pero por qué hablarle de la vida de confianza y de amor? Me explico tan mal, que tendré que esperar al cielo para hablarle de esta vida tan feliz. Lo que yo quería hoy hacer era consolarlo. ¡Qué feliz me sentiría si usted aceptase mi muerte como la acepta la madre Inés de Jesús! Usted seguramente no sabe que ella es dos veces mi hermana y que es quien me hizo de madre en mi niñez. Nuestra Madre temía mucho que su temperamento sensible y el gran cariño que me tiene le hiciesen muy amarga mi partida. Ha ocurrido lo contrario: habla de mi muerte como de una fiesta, y eso es un gran consuelo para mí. Por favor, querido hermanito, trate de convencerse, como ella, de que, en vez de perderme, me va a encontrar y de que ya nunca lo abandonaré. Y pida esta misma gracia para la Madre, a quien usted ama y a quien yo amo aún más que usted, pues es mi Jesús visible. Le daría gustosa lo que me pide7 si no hubiese hecho voto de pobreza; pero, por haberlo hecho, no puedo disponer ni siquiera de una estampa. La única que puede complacerle es nuestra Madre, y sé que ella (2vºtv) cumplirá sus deseos. Precisamente en vista de la proximidad de mi muerte, una hermana me ha hecho una fotografía el día del santo de (1vºtv) nuestra Madre. Las novicias, al verme, exclamaron que había adoptado un aire solemne8, por lo visto ordinariamente estoy más sonriente. Pero, créame, hermanito, que si mi foto no le sonríe, mi (2rºtv) alma no cesará de sonreírle cuando esté cerca de usted. Hasta Dios, mi querido y muy amado hermano. Esté seguro de que por toda la eternidad seré su verdadera hermanita, T. del Niño Jesús
r.c.i.

NOTAS Cta 258 1 Tras recibir la carta 253 y otra carta «desolada» de la madre María de Gonzaga, el abate Bellière escribía a esta última: «¡Vaya!, estoy llorando como cuando nos golpea una gran desgracia» (17/7/1897). Y dirigía a Teresa esta carta llena de dolor: «¡Pobre hermanita mía, qué golpe para mi pobre corazón! ¡Estaba tan poco preparado para eso! No le pida la alegría que usted siente al acercarse la Felicidad: sigue atado a su pesada cadena y remachado fuertemente a su cruz. Usted va a partir, querida hermanita, y él se queda solo una vez más. Sin madre, sin familia, se había concentrado en la caridad de su hermana, había convertido en dulce costumbre esa santa intimidad, era feliz (sí, muy feliz) al sentir cerca de sí esa mano amiga que lo consolaba, lo fortalecía o lo levantaba. Avanzaba sonriente por el camino de la cruz porque ya no se sentía solo. Era feliz y esperaba con impaciencia el momento de lanzarse al desierto, porque tenía la confianza de que iba a ser apoyado. El único afecto terreno que le quedaba lo iba a romper, contando para compensarlo con el que Jesús le había brindado en la persona de un ángel de la tierra. Y he aquí que Jesús le quita este bien en el momento en que más parecía desearlo. ¡Qué duro es esto y qué penoso para un alma mal afianzada en Dios! Sin embargo, ¡fiat! ¡fiat!, ya que usted, hermana, va a ser feliz para siempre. Sí, es justo, y yo soy un egoísta. Parta, hermanita, no haga esperar más a Jesús, que está impaciente por llevársela. Déjeme a mí batallar, llevar la cruz, caer bajo su peso y morirme de pena. Usted, sin embargo, estará allí a mi lado, me lo ha prometido y cuento con ello; ésta es mi última esperanza para el presente y para el porvenir. Usted estará conmigo, cerca de mí; su alma guiará la mía, le hablará y la consolará, a menos que Jesús, enfadado por mis quejas, no lo quiera así. Pero usted, hermanita, su niña mimada, convertida en su esposa y reina con él, ganará mi causa y me atraerá hacia él en el último día, usted sabrá por qué camino, por el más rápido, el martirio, si él lo quiere. - A pesar de todo, doy gracias al Maestro: con esta nueva lección, él me enseña a desapegarme de todo lo que es pasajero y a no poner los ojos más que en él. «Parta, pues, querida hermanita de Dios, y hermanita mía también. Dígale a Jesús que yo quisiera amarle, mucho, con todo mi ser. Enséñeme a amarle como usted. Dígale a María que la quiero con toda el alma. A mis santos, a los que usted ya conoce, dígales también mi amor. Y usted, que va a convertirse en mi santa predilecta, usted, hermanita mía, ¡bendígame y sálveme (...)!» (LC 189, 17/7/1897). 2 La prueba de la fe, que Teresa padece desde hace quince meses, no afloja: «Todo carga sobre el cielo» (CA 3.7.3). 3 Cf Ms C 34vº. 4 Del 15 de julio en realidad; véase Cta 247, nota 6. 5 SAN AGUSTÍN, Confesiones, 13, 9. 6 Cf Cta 191. 7 El abate Bellière escribía también a Teresa el 17 de julio: «Déjeme, por favor, alguna cosa suya, el crucifijo, si quiere» (LC 189). 8 Visage de Thérèse de Lisieux, nº 43, foto tercera del 7 de junio. Teresa se enderezó para dominar su agotamiento; cf Cta 243, nota 1.

Cta 259 A sor Genoveva

J.M.J.T. 22 de julio de 1897 Fiesta de Sta. María Magdalena Jesús + «Que el justo me golpee por compasión hacia los pecadores, pero que ungüento del impío no perfume mi cabeza». Yo sólo puedo ser golpeada y probada por los justos, pues todas mis hermanas son gratas a Dios. Es menos amargo ser golpeada por un pecador que por un justo; pero por compasión hacia los pecadores y para obtener su conversión, (vº) yo te pido, Dios mío, ser golpeada en su favor por las almas justas que me rodean. Te pido también que el ungüento de las alabanzas, tan dulce para la naturaleza, no perfume mi cabeza, es decir, mi espíritu, haciéndome creer que tengo unas virtudes que apenas he practicado algunas veces. ¡Oh, Jesús!, tu nombre es como ungüento derramado, y en ese divino perfume quiero yo bañarme toda entera, lejos de la mirada de las criaturas...

Cta 260 A los señores Guérin

24-25 (?) de julio de 1897
J.M.J.T.
Teresita agradece mucho a su tía querida la preciosa carta que le ha enviado; y le da gracias también a su tío querido por el deseo que tenía de escribirle; y a su hermanita Leonia, que la embelesa por su abandono y por su cariño a toda prueba.
Teresita envía regalos a todos los suyos (¡por desgracia, unas flores tan efímeras como ella...!)
(Importantísimas explicaciones para la distribución de las flores): Va un pensamiento para mi tío y otro pensamiento para mi tía (sin contar todos los que brotan para ellos en el jardincito de mi corazón).
Los dos capullos de rosa son para Juana y Francis, y el que va solo es para Leonia.
Junto con las flores, Teresita quisiera enviar a sus queridos familiares todos los frutos del Espíritu Santo, ¡y muy especialmente el de la Alegría!

Cta 261 Al abate Bellière

J.M.J.T. Jesús + 26 de julio de 1897 Querido hermanito: ¡Cómo me ha gustado su carta1! Si Jesús escuchó sus plegarias y por ellas prolongó mi destierro, también escuchó, en su amor, las mías, puesto que usted está resignado a perder «mi presencia y mi acción sensible», como dice. Déjeme, hermanito, que le diga una cosa: Dios le tiene reservadas a su alma sorpresas muy agradables. Su alma, así me lo escribe, «está poco acostumbrada a las cosas sobrenaturales»; pues yo, que para algo soy su hermanita, le prometo hacerle saborear, después de mi partida para la vida eterna, la dicha que puede experimentarse al sentir cerca de sí a un alma amiga. Ya no será esta correspondencia, más o menos espaciada, siempre demasiado incompleta y que usted parece echar en falta, sino una conversación fraterna que maravillará a los ángeles, una conversación que las criaturas no podrán censurar porque estará escondida para ellas. ¡Y qué estupendo me parecerá verme libre de estos despojos mortales que me harían ver a mi hermanito como a un extraño y como a un indiferente, si por un imposible me encontrase delante de él entre muchas personas...! Por favor, hermano, no imite a los hebreos, que añoraban «las cebollas de Egipto». (1vº) Demasiado le he servido, de un tiempo acá, esas hortalizas que hacen llorar si las acercamos sin cocer a los ojos. Ahora mi sueño es compartir con usted «el maná escondido» (Apocalipsis) que el Todopoderoso prometió dar «al vencedor». Este maná celestial le atrae a usted menos que las «cebollas de Egipto» sólo porque está escondido; pero estoy segura de que, en cuanto yo pueda ofrecerle un alimento totalmente espiritual, no echará ya más en falta el que le habría dado si me hubiese quedado todavía mucho tiempo en la tierra. Sí, su alma es demasiado grande para apegarse a ningún consuelo de aquí abajo. Tiene que vivir por anticipado en el cielo, pues Jesús nos dijo: «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón». ¿Y no es Jesús su único tesoro? Pues si él está en el cielo, allí debe morar su corazón. Y se lo digo con toda sencillez, querido hermanito: me parece que le va a ser más fácil vivir con Jesús cuando yo esté ya junto a él para siempre. Muy mal tiene que conocerme para temer que una relación detallada de sus faltas pueda disminuir el cariño que siento por su alma. Créame, hermano, que no necesitaré «tapar con la mano la boca a Jesús». Hace ya mucho tiempo que tiene olvidadas sus infidelidades, y sólo tiene presentes sus deseos de perfección para alegrar su corazón. Se lo ruego, no se arrastre a sus pies, siga ese «primer impulso que lo lleva a sus brazos». (2rº) Ese es su sitio, y en esta carta he comprobado más aún que en las demás que le está prohibido ir al cielo por otro camino que no sea el de su pobre hermanita. Estoy completamente de acuerdo con usted: «al Corazón de Dios le entristecen más las mil pequeñas indelicadezas de sus amigos que las faltas, incluso graves, que cometen las personas del mundo». Pero, querido hermanito, yo pienso que eso es sólo cuando los suyos, sin darse cuenta de sus continuas indelicadezas, hacen de ellas una costumbre y no le piden perdón; sólo entonces Jesús puede decir aquellas palabras conmovedoras que la Iglesia pone en nuestra boca durante la semana santa: «Esas llagas que veis en mis manos son las que me hicieron en casa de mis amigos». Pero cuando sus amigos, después de cada indelicadeza, vienen a pedirle perdón echándose en sus brazos, Jesús se estremece de alegría y dice a los ángeles lo que el padre del hijo pródigo dijo a sus criados: «Sacad enseguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y hagamos una fiesta». Sí, hermano mío, ¡qué poco conocida es la bondad y el amor misericordioso de Jesús...! Es cierto que, para gozar de estos tesoros, hay que humillarse, reconocer la propia nada, y eso es lo que muchas almas no quieren hacer. Pero, hermanito, ésa no es su manera de actuar. Por eso el camino de la confianza sencilla y amorosa está hecho a la medida para usted. Yo quisiera que usted fuese muy llano con Dios, pero también... conmigo. ¿Le sorprende la frase? Lo digo, (2vº) querido hermanito, porque me pide perdón «por su indiscreción», consistente en desear saber si en el mundo esta su hermana se llamaba Genoveva. A mí esa pregunta me parece completamente natural, y para demostrárselo voy a darle algunos detalles acerca de mi familia, pues no ha sido bien informado. Dios me dio un padre y una madre más dignos del cielo que (de) la tierra. Pidieron al Señor que les diese muchos hijos y que los tomara para sí. Su deseo fue escuchado: cuatro angelitos volaron al cielo, y las 5 hijas que quedaron en la arena tomaron por esposo a Jesús. Mi padre, como un nuevo Abraham, subió por tres veces, con un valor heroico, la montaña del Carmelo para inmolar a Dios lo que tenía de más querido. Primero fueron las dos mayores; después la tercera de sus hijas2, por consejo de su director y conducida por nuestro incomparable padre, hizo una prueba en un convento de la Visitación (Dios se contentó con la aceptación; más tarde volvió al mundo, donde vive como si estuviera en el claustro). Al Escogido de Dios no le quedaban ya más que dos hijas, una de 18 años y la otra de 14. Esta «Teresita», le pidió volar al Carmelo, lo que obtuvo sin dificultad de su buen padre, que llevó su condescendencia hasta acompañarla primero a Bayeux y después a Roma, con el fin de remover los obstáculos que retardaban la inmolación de la que él llamaba su reina. Y una vez que la condujo al puerto, dijo a la única hija que le quedaba3: «Si quieres seguir el ejemplo de tus hermanas, tienes mi consentimiento, no te preocupes por mí». El ángel que debía sostener la ancianidad de ese santo le contestó que, después de su partida para el cielo, ella volaría también hacia el claustro, lo que llenó de alegría a quien no vivía ya más que para Dios4. Pero una vida tan hermosa debía ser coronada con una prueba digna de ella. Poco tiempo después de mi partida, el padre a quien tan merecidamente amábamos sufrió un ataque de parálisis en las piernas, que se repitió varias veces; pero no podía quedarse todo ahí, pues entonces la prueba habría sido demasiado suave, ya que aquel heroico patriarca se había ofrecido a Dios como víctima5. Por eso la parálisis cambió su curso y afectó a la cabeza venerable de la víctima que el Señor había aceptado... Ya no me queda espacio para contarle algunos detalles conmovedores. Sólo quiero decirle que tuvimos que beber el cáliz hasta las heces y separarnos de nuestro adorado padre durante tres años, confiándole a manos religiosas, pero extrañas. (2vºtv) Él aceptó esta prueba, aun comprendiendo toda la humillación que entrañaba, y llevó su heroísmo hasta no querer que pidiésemos su curación. (2rºtv) Hasta Dios, querido hermanito, espero volver a escribirle si el temblor de mi mano no va en aumento, pues me he visto obligada a escribir la carta en varias veces. Su hermanita, no «Genoveva», sino «Teresa» del Niño Jesús de la Santa Faz.

NOTAS Cta 261 1 Una carta larga y de una gran confianza, de la que entresacamos algunos párrafos: «Mi santa y querida hermanita: ¡Lo he logrado! ¡Y qué fácil ha sido! Tengo su fotografía (...) A pesar de que haya «adoptado un aire solemne», como usted dice, querida hermana, yo la he encontrado igualita a como la conocía, muy buena, muy cariñosa, y -sí, sí- sonriente, diga usted lo que diga. Gracias por su condescendencia al darme esta alegría de tenerla casi realmente junto a mí, siempre conmigo. ¿Qué será cuando su propia alma anime esos rasgos, sonriéndole a la mía y viviendo de su vida? Eso será ya el cielo. ¿Y aún encontraré yo la manera de ser desdichado? ¿Cómo puede ser posible el menor sufrimiento cuando un rincón del cielo ilumina toda una vida? Pero, ¿sabe una cosa?, tengo miedo a que Jesús le cuente todas las penas que yo le he causado, toda mi miseria, y que entonces se enfríe su cariño. ¡Si supiera lo miserable que soy...! Si llega a ocurrir eso, ciérrele la boca desde el primer momento y venga, pues sin usted yo no puedo mantenerme en pie. (...) ¿Así que va a embarcarse conmigo para Africa? Primero, al noviciado (...) Y después de tres años, saldremos para el desierto, seremos misioneros. Allí usted se encontrará como pez en el agua. No nos faltará el sufrimiento, pero entonces yo seré su representante, porque usted ya no sufrirá. (...) «Doy gracias a Jesús que ha querido dejarla un poco más entre nosotros. ¡Sí, cierto, cómo nos ama! Yo le he rezado mucho, le he exigido, le he gritado, y él se ha dejado vencer por nuestro dolor y nuestras lágrimas. Sin embargo, yo estaba resignado. En un primer momento la impetuosidad del dolor se desahogó en voz alta, luego vino la calma, y al final acabé pensando como usted. Sí, es bueno que se vaya. Además, así estará más cerca de mí. Pero mire una cosa: su presencia -o al menos su acción- ya no será sensible como ahora, y yo, que estoy poco acostumbrado a las cosas sobrenaturales, no logro hacerme a la idea de que usted estará realmente más presente en mi acción. No importa, ya no protesto, estoy preparado para su partida, quizás en parte debido a que no me parece tan inminente, ya que usted aún sigue viva. (Me dice), «hermanita, que se siente feliz de saber que he entrado en el Amor por el camino de la confianza. Creo, igual que usted, que ése es el único camino que puede conducir al puerto. En mis relaciones con los hombres nunca he hecho nada por temor. Nunca pude obedecer a la fuerza; los castigos de los profesores me dejaban frío, mientras que las reprensiones hechas con cariño y con dulzura hacían que se me saltasen las lágrimas y me inducían a pedir disculpas y a hacer promesas que ordinariamente cumplía. Con Dios me ocurría casi lo mismo. Si me presentaban a un Dios airado, con la mano siempre armada para descargarla, me entraba el desaliento y no hacía nada. Pero si miro a Jesús esperando pacientemente mi regreso y concediéndome una nueva gracia después de haberle pedido yo perdón por una nueva falta, me siento vencido y reanudo la marcha. Lo que ahora a veces me retiene no es Jesús, sino yo mismo: tengo vergüenza de mí mismo y, en vez de arrojarme en los brazos de este amigo, apenas me atrevo a arrastrarme a sus pies. Con frecuencia, un primer impulso me lanza a sus brazos, pero me detengo enseguida a la vista de mi miseria, y no me atrevo. Dígame, hermanita, ¿me equivoco? Pienso que al Corazón de Dios le entristecen mucho más las mil pequeñas cobardías e indelicadezas que le hacen sus amigos, que otras faltas, incluso graves, que escapan al control de la naturaleza. Usted me comprende y me hará generoso, irreprochable con Jesús. «(...) Gracias a usted y a su familia supe yo que había un Carmelo en Lisieux. Unos compañeros míos de Lisieux hablaban un día entre ellos de una tal familia Martin que había dado tres hijas al Carmelo, y de otros parientes más lejanos. Una de las hijas había entrado a los 15 quince años, y otra después de haber cuidado de una manera admirable hasta el final al afortunado de su padre. Yo me encontraba presente, y más tarde, cuando pensé en pedir una hermana al Carmelo, buscando adónde podría dirigirme, me acordé de que había un Carmelo en Lisieux. Y ya ve qué coincidencia: su hermana me recibió y usted, la única de la que yo había oído hablar, me fue dada por hermana. Cuando recibí sus «fechas», me impresionaron las semejanzas, y saqué algunas conclusiones. ¿Me he equivocado? ¿No es usted la que en el mundo se llamaba la señorita Genoveva Martin? Le pido perdón por mi indiscreción, pero usted me ha enseñado a no tener nada oculto. Eso es. Sin embargo, una vez más perdón». (LC 191, 21/7/1897). 2 Leonia. 3 Celina. 4 Cf en Histoire d'un âme (ed. 1989, p. 347, nota 23) el añadido de la madre Inés: «Ven (dijo), vamos juntos ante el Santísimo Sacramento para dar gracias al Señor por las gracias que ha concedido a nuestra familia y por el honor que hace escogiendo a sus esposas en mi casa. Sí, (...) si yo tuviese algo mejor, me apresuraría a ofrecérselo». Ese algo mejor ¡era él mismo! Y el Señor lo aceptó como hostia de holocausto, lo probó como al oro en el crisol y lo encontró digno de sí. (Sb 3, 6). 5 Ibid., p. 347, nota 19: «Madre mía, ¿te acuerdas de ese día, de esa visita al locutorio en que nos dijo: «Hijas, vengo de Alençon, donde he recibido en la iglesia de Nuestra Señora gracias tan grandes y tales consuelos, que he hecho esta oración: ¡Dios mío, es demasiado! Sí, soy demasiado feliz, no se puede ir al cielo así, quiero sufrir algo por ti. Y me he ofrecido...»? La palabra víctima expiró en sus labios, no se atrevió a pronunciarla delante de nosotras, pero nosotras comprendimos».

Cta 262 A sor Genoveva

3 de agosto de 1897 ¡Dios mío, qué bueno eres con la pequeña víctima de tu Amor misericordioso! Ni siquiera ahora que añades el sufrimiento exterior a las pruebas de mi alma1, puedo decir: «Me cercaban olas mortales», sino que exclamo agradecida: «Aunque camine por las cañadas oscuras de la muerte, nada temo, porque tú, Señor, vas conmigo2». (A mi queridísima hermanita sor Genoveva de Santa Teresa)
3 de agosto de 1897 - Salmo 22, 4


NOTAS Cta 262
1 Cf CA 3.8.8: «Desde el 28 de julio, los sufrimientos son grandes».
2 Cf Ms A 3rº/vº, donde este texto se citaba en futuro.

Cta 263 Al abate Bellière

J.M.J.T. Carmelo de Lisieux Jesús + 10 de agosto de 1897 Querido hermanito: Ahora sí estoy a punto de partir. He recibido mi pasaporte para el cielo, y ha sido mi padre querido quien me ha alcanzado esta gracia: el 29, me dio la garantía de que pronto iré a reunirme con él1. Al día siguiente, el médico, extrañado de los progresos que en dos días había hecho la enfermedad, le dijo a nuestra Madre que había llegado el momento de satisfacer mis deseos, administrándome la unción de los enfermos. Así pues, el 30 tuve esa dicha, y también la de ver que Jesús Hostia, a quien recibí en viático para mi largo viaje, dejaba el sagrario para venir a mí... Ese Pan del cielo me ha fortalecido: ya ve, parece que mi peregrinación no quiere acabarse; pero lejos de quejarme, me alegro de que Dios me permita sufrir un poco más por su amor. ¡Y qué dulce es abandonarse entre sus brazos, sin temores ni deseos! Le confieso, hermanito, que usted y yo no entendemos el cielo de la misma 2 manera . Usted piensa que, al participar yo de justicia y de la santidad de Dios, no podré disculpar sus faltas, como lo hacía en la tierra. ¿No se está olvidando de que participaré también de la misericordia infinita del Señor? Yo creo que los bienaventurados tienen una enorme compasión de nuestras miserias: se acuerdan de que cuando eran frágiles y mortales como nosotros, cometieron las mismas faltas que nosotros y sostuvieron los mismos combates3, y su cariño fraternal es todavía (vº) mayor que el que nos tuvieron en la tierra, y por eso no dejan de protegernos y de orar por nosotros. Ahora, hermanito querido, voy a hablarle de la herencia que recogerá después de mi muerte. Esta es la parte que nuestra Madre le dará: 1º. El relicario que recibí el día de mi toma de hábito, y que desde entonces nunca se ha separado de mí. 2º. Un pequeño crucifijo, al que le tengo un cariño incomparablemente mayor que al grande, pues el que tengo ahora no es el primero que me dieron. En el Carmelo nos cambian de vez en cuando los objetos de piedad, lo cual es una buena medida para impedir que nos apeguemos a ellos. Vuelvo al pequeño crucifijo. No es bonito, la cara de Cristo ha desaparecido casi por completo; no se sorprenderá cuando sepa que, desde la edad de 13 años, este recuerdo de una de mis hermanas4 me ha seguido a todas partes. Sobre todo en mi viaje a Italia ese crucifijo fue precioso para mí. Lo hice tocar a todas las reliquias insignes que tuve la dicha de venerar y cuyo número me sería imposible decir; además, fue bendecido por el Santo Padre. Desde que estoy enferma, tengo casi siempre entre las manos este querido crucifijo, y cuando lo miro pienso con gran alegría que, después de recibir mis besos, irá a buscar los de mi hermanito. En eso, pues, consistirá su herencia. Además, nuestra Madre le dará la última estampa que he pintado5. Voy a terminar, querido hermanito, por donde debería haber empezado: dándole las gracias por el gran placer que me ha dado al enviarme su fotografía. (vºtv) Hasta Dios, querido hermanito. Que él nos conceda la gracia de amarlo y de salvarle almas. Este es el deseo que formula su indigna hermanita, Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz r.c.i.
(Me convertí en su hermana por elección.)(rºtv) Le felicito por su nueva dignidad. El 25, día en que celebro el santo de mi padre querido, tendré la dicha de festejar también a mi hermano Luis de Francia6.

NOTAS Cta 263 1 El 29 de julio, tercer aniversario de la muerte del señor Martin. 2 El 5 de agosto, el abate Bellière le escribía: «Querida hermanita: En verdad, estoy dispuesto a todo lo que el Maestro quiera de mí. Tanto más cuanto que creo plenamente en sus palabras de usted y en sus proyectos para la otra vida. De todas maneras, querida hermanita, diga usted lo que diga, las «cebollas crudas» eran un manjar delicioso del que nunca me saciaba. «Qué duda cabe de que Jesús es el Tesoro, pero yo lo encontraba en usted, y así se me hacía más asequible. Y en adelante él seguirá viniendo a mí por medio de usted, ¿no es cierto? Quiero decir que yo TODO lo espero de usted, tanto en el cielo como aquí en la tierra; y que mi confianza será lo suficientemente fuerte como para esperar, cuando lo necesite, una acción directa y manifiesta de esa alma amiga a la que Jesús hizo hermana de la mía en estrechísima unión. «Querida, queridísima hermanita, la conozco lo suficiente como para saber que nunca mis miserias lograrían frenar su cariño aquí en la tierra; pero en el cielo, al participar de la Divinidad, usted adquirirá las prerrogativas de la justicia, de la santidad..., y entonces cualquier mancha se convertirá para usted en objeto de horror. He ahí la razón de mis temores. Pero como espero que allí seguirá siendo una niña mimada, hará lo que hubiera deseado en la tierra para mí. Así lo creo y así lo espero. También espero de usted esa confianza amorosa que aún me falta y que deseo ardientemente, pues pienso que con ella uno es plenamente feliz aquí abajo y no se le hace demasiado largo el destierro. «¡Qué buena es usted, querida hermanita, con esa sencillez y esa apertura que me encantan y me confunden! Estoy tan poco acostumbrado a encontrar eso entre los hombres, que a veces me quedo casi atónito, aunque con una enorme alegría. (...) ¿Querrá decirme también cómo se ha convertido usted en hermana mía? ¿Por elección o por sorteo?» (LC 193, 5/8/1897).
3 Pensamientos parecidos en ARMINJON, op. cit., pp. 310s.
4 Leonia.
5 Ver Cta 266.
6 Nombre que el abate Bellière había tomado recientemente en la Tercera Orden franciscana.

Cta 264 A sor María de la Trinidad1

A mi querida hermanita, en recuerdo de sus 23 años.
12 de agosto de 1897.
Que tu vida sea toda ella de humildad y de amor, para que puedas ir pronto adonde voy yo: ¡a los brazos de Jesús...!
Tu hermanita, Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz

NOTAS Cta 264
1 Líneas a lápiz al dorso de una estampa de la Sagrada Familia.


CARTAS – Teresa del Niño Jesús 256