Teresa III Cartas 13

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Carta XIII

Al reverendísimo padre, el maestro fray Juan Bautista Rubeo de Rávena, general que fue de la Orden de nuestra Señora del Carmen.

Jesús


1. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra paternidad. Amén. Después que llegué aquí a Sevilla, he escrito a vuestra paternidad tres, o cuatro veces; y no lo he hecho más, porque me dijeron estos padres, que venían del Capítulo, que no estaría vuestra paternidad en Roma, que andaba a visitar los mantuanos. Bendito sea Dios, que se acabó este negocio tan bien. Allí daba a vuestra paternidad cuenta de los monasterios, que se han fundado este año, que son tres, en Veas, en Caravaca, y aquí. Tiene vuestra paternidad súbditas en ellos harto siervas de Dios. Los dos son de renta, y el deste lugar de pobreza. Aún no hay casa propia; mas espero en el Señor se hará. Porque tengo por cierto, que algunas destas cartas habrán llegado a manos de vuestra paternidad, no le doy más particular cuenta en ésta de todo. [52]

2. Allí decía, cuán diferente cosa es hablar a estos padres Descalzos (digo al padre maestro Gracián, y a Mariano), de lo que por allá yo oía. Porque cierto son hijos verdaderos de vuestra paternidad, y en lo sustancial, osaré decir, que ninguno de los que mucho dicen que lo son, les hace ventaja. Como me pusieron por medianera, para que vuestra paternidad los tornase a su gracia (porque ellos ya no lo osaban escribir), suplicábalo a vuestra paternidad en estas cartas con todo el encarecimiento, que yo supe: y ansí se lo suplico ahora. Por amor de nuestro Señor, que me haga vuestra paternidad esta merced, y me dé algún crédito; pues no hay por qué yo no trate, sino toda verdad: dejado que ternía por ofensa de Dios no la decir, y a padre que yo tanto quiero; aunque no fuera ir contra Dios, lo tuviera por gran traición, y maldad.

3. Cuando estemos delante de su acatamiento, verá vuestra paternidad lo que debe a su hija verdadera Teresa de Jesús. Esto sólo me consuela en estas cosas; porque bien entiendo debe haber quien diga al contrario; y ansí en todo lo que yo puedo, lo entienden todos, y entenderán mientras viviere, digo los que están sin pasión.

4. Ya escribí a vuestra paternidad la comisión que tenía el padre Gracián del Nuncio, y cómo ahora le había enviado a llamar. Ya sabrá vuestra paternidad, cómo se la tornaron a dar de nuevo, para visitar a Descalzos, y Descalzas, y a la provincia de Andalucía. Yo sé muy cierto, que esto postrero rehusó todo lo que pudo, aunque no se dice ansí; mas esta es la verdad, y su hermano el secretario tampoco lo quisiera, porque no se sigue, sino gran trabajo. Mas ya que estaba hecho, si me hubieran creído estos padres, se hiciera sin dar nota a nadie, y muy como entre hermanos, y para esto puse todo lo que pude; porque dejado que es razón, desde que estamos aquí nos han socorrido en todo: y como a vuestra paternidad escribí, hallo aquí personas de buen talento, y letras; y quisiera yo harto las hubiera ansí en nuestra provincia de Castilla.

5. Yo soy siempre amiga de hacer de la necesidad virtud (como dicen), y ansí quisiera, que cuando se ponían a resistir, miraran si podrían salir con ello. Por otra parte no me espanto, que están cansados de tantas visitas, y novedades, como por nuestros pecados ha habido tantos años. Plegue al Señor nos sepamos aprovechar dello, que harto nos despierta su Majestad; aunque ahora, como es de la mesma Orden, no parece tan en deslustre della. Y espero en Dios, que si vuestra paternidad favorece este padre, de manera que entiendan está en gracia de vuestra paternidad, que se ha de hacer todo muy bien. Él escribe a vuestra paternidad, y tiene gran deseo de lo que digo, y de no dar a vuestra paternidad ningún disgusto, porque se tiene por obediente hijo suyo. [53]

6. Lo que yo torno en ésta a suplicar a vuestra paternidad por amor de nuestro Señor, y de su gloriosa Madre (a quien vuestra paternidad tanto ama, y este padre lo mesmo, que por ser muy su devoto entró en esta Orden) es, que vuestra paternidad le responda, y con blandura, y deje otras cosas pasadas, aunque haya tenido alguna culpa, y le tome por muy hijo, y súbdito; porque verdaderamente lo es: y el pobre Mariano lo mesmo, sino que algunas veces no se entiende. Y no me espanto escribiese a vuestra paternidad diferente de lo que tiene en su voluntad, por no saberse declarar, que él nunca confiesa haber sido (en dicho, ni en hecho) su intención de enojar a vuestra paternidad. Como el demonio gana tanto en que las cosas se entiendan a su propósito, y ansí debe haber ayudado, a que sin querer hayan atinado mal a los negocios.

7. Mas mire vuestra paternidad, que es de los hijos errar, y de los padres perdonar, y no mirar a sus faltas. Por amor de nuestro Señor suplico a vuestra paternidad me haga esta merced. Mire, que para muchas cosas conviene; que quizá no las entiende vuestra paternidad allá, como yo que estoy acá; y que aunque las mujeres no somos buenas para consejo, alguna vez acertamos. Yo no entiendo, qué daño pueda venir de aquí; y como digo, provechos puede haber muchos, y ninguno entiendo que haya en admitir vuestra paternidad a los que se echarían de muy buena gana a sus pies, si estuvieran presentes, pues Dios no deja de perdonar: y que se entienda gusta vuestra paternidad de que la reforma se haga por súbdito hijo suyo, y que a trueco deste, gusta de perdonarle.

8. Si hubiera muchos a quien lo encomendar, vaya; mas pues al parecer no lo hay con los talentos, que este padre tiene (que cierto entiendo si vuestra paternidad lo viese, lo diría ansí) ¿por qué no ha de mostrar vuestra paternidad, que gusta de tenerle por súbdito? ¿Y de que entiendan todos, que esta reforma (si se hiciere bien) es por medio de vuestra paternidad, y de sus consejos, y avisos? Y con entender vuestra paternidad gusta desto, se allana todo. Muchas más cosas quisiera decir en este caso. Suplico a nuestro Señor dé a entender a vuestra paternidad lo que esto conviene; porque de mis palabras ha días vuestra paternidad no le hace. Bien segura estoy, que si en ellas yerro, no yerra mi voluntad.

9. El padre fray Antonio de Jesús esta aquí, y no pudo hacer menos; aunque también se comenzó a defender como estos padres. Él escribe a vuestra paternidad, quizá terná más dicha que yo, que vuestra paternidad crea como conviene para todo esto que digo. Hágalo nuestro Señor como puede, y ve que es menester. [54]

10. Yo supe la acta que viene del Capítulo general, para que yo no salga de una casa. Habíala enviado aquí el padre provincial fray Ángel al padre Ulloa, con un mandamiento, que me notificase. Él pensó me diera mucha pena; como el intento destos padres ha sido dármela en procurar esto, y ansí se lo tenía guardado. Debe haber poco más de un mes, que yo procuré me lo diesen; porque lo supe por otra parte.

11. Yo digo a vuestra paternidad cierto, que a cuanto puedo entender de mí, que me fuera gran regalo, y contento, si vuestra paternidad por una carta me lo mandara, y viera yo era doliéndose de los grandes trabajos, que para mí (que soy para padecer poco), en estas fundaciones he pasado; y que por premio me mandaba vuestra paternidad descansar. Porque aun entendiendo por la vía que viene, me ha dado harto consuelo poder estar en mi sosiego.

12. Como tengo tan gran amor a vuestra paternidad, no he dejado como regalada de sentir, que como a persona muy desobediente, viniese de suerte, que el padre fray Ángel pudiese publicarlo en la corte antes que yo supiese nada, pareciéndole se me hacía mucha fuerza; y ansí me escribió, que por la Cámara del Papa lo podía remediar, como si no fuera un gran descanso para mí. Por cierto, aunque no lo fuera hacer lo que vuestra paternidad me manda, sino grandísimo trabajo, no me pasara por pensamiento dejar de obedecer: ni me dé Dios tal lugar, que contra la voluntad de vuestra paternidad procure contento.

13. Porque puedo decir con verdad (y esto sabe nuestro Señor) que si algún alivio tenía en los trabajos, desasosiegos, aflicciones, y murmuraciones que he pasado, era entender hacia la voluntad de vuestra paternidad, y le daba contento; y ansí me lo dará ahora hacer lo que vuestra paternidad me manda. Yo lo quise poner por obra: era cerca de Navidad, y como el camino es tan largo, no me dejaron, entendiendo, que la voluntad de vuestra paternidad no era aventurase la salud, y ansí me estoy todavía aquí, aunque no con intento de quedarme siempre en esta casa, sino hasta que pase el invierno; porque no me entiendo con la gente de Andalucía.

14. Y lo que suplico mucho a vuestra paternidad es, que no me deje de escribir a donde quiera que estuviere, que como ya no tengo negocios (que cierto me será gran contento) he miedo, que me ha de olvidar vuestra paternidad, aunque yo no le daré lugar para esto; porque aunque vuestra paternidad se canse, no dejaré de escribirle por mi descanso.

15. Por acá nunca se ha entendido, ni se entiende, que el concilio, y Motu propio quita a los perlados, que puedan mandar, que vayan las monjas a casas, para bien, y cosas de la Orden, que se pueden ofrecer [55] muchas. No lo digo esto por mí, que ya no estoy para nada (y no digo yo estarme en una casa, que me está tan bien tener algún sosiego, y descanso; mas en una cárcel, como entienda doy a vuestra paternidad contento, estaré de buena gana toda la vida), sino porque no tenga vuestra paternidad escrúpulo de lo pasado: que aunque tenía las patentes, jamás iba a ninguna parte a fundar (que a lo demás claro está que no podía ir) sin mandamiento por escrito, o licencia del perlado; y ansí me la dio el P. Fr. Ángel para Veas, y Caravaca, y el P. Gracián para venir aquí; porque la mesma comisión tenía entonces del Nuncio, que tiene ahora, sino que no usaba della. Aunque el P. Fr. Ángel ha dicho vine apóstata, y que estaba descomulgada, Dios le perdone. Vuestra paternidad sabe, y es testigo, de que siempre he procurado esté vuestra paternidad bien con él, y darle contento (digo en cosas, que no eran descontentar a Dios) y nunca acaba de estar bien conmigo.

16. Harto provecho le haría, si tan mal estuviese con Valdemoro. Como es prior de Ávila, quitó los Descalzos de la Encarnación con harto gran escándalo del pueblo: y ansí traía aquellas monjas (que estaba la casa, que era para alabar a Dios) que es lástima el gran desasosiego que traen. Y escríbenme, que por disculparle a él, se echan la culpa a sí. Ya se tornaron los Descalzos, y según me han escrito, ha mandado el Nuncio no las confiesen otros ningunos de los del Carmen.

17. Harta pena me ha dado el desconsuelo de aquellas monjas, que no les dan sino pan; y por otra parte tanta inquietud: háceme gran lástima. Dios lo remedie todo, y a vuestra paternidad nos guarde muchos años. Hoy me han dicho, que viene acá el general de los Domínicos. Si me hiciese Dios merced, que se ofreciese el venir vuestra paternidad; aunque por otra parte sentiría su trabajo. Y ansí se habrá de quedar mi descanso para aquella eternidad, que no tiene fin, a donde verá vuestra paternidad lo que me debe.

18. Plegue al Señor, por su misericordia, que lo merezca yo. A esos mis reverendos padres, compañeros de vuestra paternidad, me encomiendo mucho en las oraciones de sus paternidades. Estas súbditas, y hijas de vuestra paternidad, le suplican les eche su bendición: y yo lo mesmo para mí. De Sevilla, etc.

De vuestra paternidad indigna hija, y súbdita.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta para el padre general, que fue de la religión de nuestra Señora del Carmen, el R. P. M. Fr. Juan Bautista Rubeo de Rávena, es [56] muy dilatada; y para proceder con discreción, cuando son largas las cartas, habían de ser breves las notas, porque no se haga pesada con lo que se añade en la nota la dulzura de lo que se escribe en la carta; pero nada basta para ser breve en sus alabanzas. Es amor a santa Teresa.

De las quejas que los padres Calzados daban de los Descalzos, nació el disgusto del padre general, y de este, algunas órdenes de tan gran prelado, que mortificaban a los unos, y alegraban a los otros: unos, y otros tendrían sana, y buena intención. Sobre esto escribe la Santa. Véanse las corónicas en el lib. III desde el cap. 44 y 45.

2. Este reverendísimo padre general fue muy siervo de Dios, y devotísimo de la Santa, y la conoció en España, y trató mucho, y animó a que fundase la reforma. Pero después le hicieron tales relaciones los contrarios, que a la Santa, y al P. Gracián, y al P. Mariano, les mortificó, como parece por esta carta, y por otra, que luego veremos, que es la 27.

3. Toda ella se encamina, desde el número quinto, a pedir por estos dos religiosos, a los cuales, como a autores de novedades quería castigar el padre general. Valos defendiendo la Santa con una blandura, y suavidad grandísima, enterneciendo el ánimo de su prelado con tan indiscretas razones, que al leerlo me parece que estaba oyendo la plática de la sabia, y entendida Abigail, que salió al camino a David, para que perdonase a Nabal su marido, cuando venía contra él con la espada en la mano (1R 25,23).

4. Porque no se pone la Santa derechamente a decir, que tienen ellos razón, aunque sabía bien que la tenían, porque eso fuera arriesgarse, e irritarle a su prelado; pues negarle la razón a un superior, aunque nunca la tenga, es una empresa dificultosísima, sino que torció la Santa el camino a la otra mano, que es la del perdón. Porque es más difícil en nuestros ánimos, amigos siempre de la libertad, el dar que el pagar. Y no quería la Santa poner al superior en la congoja de que pagase la deuda de la razón a estos dos religiosos, sino en el gusto de que diese, y mostrase su generosidad con el perdonar; y así ellos los culpa, y dice: Que habrían errado; pero que no de intención. Y el pobre Mariano (dice la Santa) no se sabe explicar.

5. Finalmente, lea el curioso la oración que le hizo Abigail a David, y esta de santa Teresa a su prelado, que cualquiera dirá, que la trasladó de allí, en el modo, en las palabras, y en los discursos: conque se conoce, que un espíritu gobernaba en tan distantes tiempos a estas dos discretísimas santas.

Y siendo así, que estaba enojado el padre general con la Santa, como con ellos, de ninguna manera se dio ella por desfavorecida de su prelado, sino que antes bien en fortuna de atribulada hacia oficios de muy favorecida, y valida; y esto con grandísimo juicio, y espíritu. Lo primero, porque con eso no ponía en desconfianza a su general del antiguo amor que le tuvo.

6. Lo segundo, porque con eso mismo hizo menor el agravio, que le hacía a ella en mortificarla; pues con los poderosos nunca al recibir los agravios los perseguidos, para que cesen contra ellos, han de ponderarlos, sino minorarlos; porque se rinde mejor obligado el poder de la paciencia, [57] que irritados, y embravecidos de la queja. Por eso es adagio español, y muy discreto, y práctico: Dando gracias por agravios, negocian los hombres sabios; y esto se acerca más al espíritu de la Iglesia, que manda al cristiano, que ame a sus enemigos (Mt 5,44).

7. Lo tercero, porque sobre aquella confianza en la antigua amistad, y olvido del moderno agravio, fundaba la Santa abrir medio para la defensa de los religiosos, que no tenían otro recurso con su general, que el amparo de esta prudente, y discreta virgen.

Y debe notarse, que primero trató la Santa la causa ajena con su general, que la propia. En que se conoce que no la gobernaba el dolor, sino la caridad; y que nunca quiso perder la opinión de valida con su general, porque fuera hacer con la desconfianza más terrible la llaga.

8. El decirle en el número tercero, y en el decimosexto: Que en el cielo sabría lo que le debía,aludiría a algún bien que este prelado consiguió de Dios por su intercesión. Y confiadamente podía tenerse por dichoso este grande prelado, si llegaba a aquel lugar de verdades a averiguar una profecía, para él tan útil, y tan necesaria.

9. Cuando habla de su queja la Santa, le dice con grandísima discreción, y cortesanía, ponderando tan amorosamente su mortificación, que no hay duda, que ablandaría el ánimo de su prelado con el rendimiento, y obediencia resignada, con que le obligaba, como Abigail el del enojado, y valeroso David.



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Carta XIV

Al reverendo padre maestro fray Luis de Granada, de la Orden de santo Domingo.

Jesús


1. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra paternidad. Amén. De las muchas personas que aman en el Señor a vuestra paternidad, por haber escrito tan santa, y provechosa doctrina, y dan gracias a su Majestad, y por haberle dado a vuestra paternidad para tan grande, y universal bien de las almas, soy yo una. Y entiendo de mí, que por ningún trabajo hubiera dejado de ver a quien tanto me consuela oír sus palabras, si se sufriera conforme a mi estado, y ser mujer. Porque sin esta causa, la he tenido de buscar personas semejantes, para asegurar los temores, en que mi alma ha vivido algunos años. Y ya que esto no he merecido, heme consolado de que el señor D. Teutonio me ha mandado escribir esta; a lo que yo no hubiera atrevimiento. Más fiada en la obediencia, espero en nuestro Señor me ha de aprovechar, para que vuestra paternidad se acuerde alguna vez de encomendarme a nuestro Señor: que tengo dello gran necesidad, por andar con poco caudal, puesta en los ojos del mundo, sin tener ninguno para hacer de verdad algo de lo que imaginan de mí. [58]

2. Entender vuestra paternidad esto, bastaría a hacerme merced, y limosna; pues tan bien entiende lo que hay en él, y el gran trabajo que es, para quien ha vivido una vida harto ruin. Con serlo tanto, me he atrevido muchas veces a pedir a nuestro Señor la vida de vuestra paternidad sea muy larga. Plegue a su Majestad me haga esta merced, y vaya vuestra paternidad creciendo en santidad, y amor suyo. Amén.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús, Carmelita.

El señor D. Teutonio, creo es de los engañados en lo que me toca. Díceme quiere mucho a vuestra paternidad. En pago desto, está vuestra paternidad obligado a visitar a su señoría, no se crea tan sin causa.
Notas


1. Esta carta es para el venerable padre maestro fray Luis de Granada, honra de la religión sagrada de santo Domingo, y gloria de España, y aun de la universal Iglesia, que tanto puede alegrarse con un tan ilustre hijo.

2. Su vida escribió la espiritual, y discreta pluma del licenciado Luis Muñoz, mi grande amigo, ministro en el consejo de Hacienda, y de excelente juicio, y espíritu; y así, aquí sería superfluo hablar de este venerable varón, justamente venerado, y reverenciado en todos los siglos. Sus obras dicen sus virtudes: y las almas que ha llevado a Dios, la fuerza eficaz, que lo comunicó la gracia divina a aquella elocuentísima pluma. De su alma se dice, que se apareció a una persona de señalada virtud, con una capa de gloria, sembrada de innumerables estrellas; y que le dieron a entender, que eran aquellas las almas, que había llevado a la gloria con sus santos escritos.

A este espiritual varón escribe santa Teresa, porque siempre se buscan los buenos, y lo han menester, para defenderse de los que siempre se buscan, y los persiguen los malos.

3. En el número primero dice lo que deseara verle: y no me admiro, ¿pues quién no deseara ver la persona, y oír en lo hablado a quien alegra el leerle el alma en lo escrito? Pues no hay quien no desee oír al que consuela, y aprovecha al leer. Y si hacían grandes jornadas los oradores para oír a los que leían, ¿cuánto más los grandes santos, para oír de sus labios lo que tanto mueve por sus escritos? Siendo así, que en el orador hallaban una lengua elocuente, pero una vida las más veces relajada; mas en el santo orador hallan lo santo, y lo orado.

4. Esta diferencia hay de los santos, y santas, que son entendidos a los que aunque sean santos para sí, no se explican para otros; porque a los que escriben, y hablan con espíritu, y discreción, y tienen opinión de santos, se puede buscar por oírlos, y verlos: a los que no tienen sino al obrar la opinión, sólo por verlos, mas no para oírlos: y así a santa [59] Teresa, si ahora viviera, yo la fuera a ver muy de lejos; porque cuando no la hallara santa, la hallaba entendida, y me podía aconsejar lo mejor; pero a otra que no tuviera su entendimiento, y gracia, si no la hallara santa, era en balde todo mi camino, porque ni la hallaba entendida, ni santa.

5. Por esto mismo desearía aquella Santa ver al venerable fray Luis de Granada; y por eso mismo lo fue a ver a su celda el prudentísimo Felipe II, cuando estuvo en Lisboa, porque deseaba ver, y oír al que se holgaba tanto de leer.

6. En el número segundo explica su humildad la Santa, así con pedirle oraciones, por conocerse de ello necesitada, como con pedirle, que no crea al señor D. Teutonio, sino que lo desengañe; porque siempre tenía sed de oprobios, y tribulaciones, y le congojaban el alma las alabanzas: y esta es la más clara indicación de seguro espíritu, hacer amistad con las afrentas, y abierta enemistad, y guerra a las honras.



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Carta XV

Al reverendo maestro fray Pedro Ibáñez, de la Orden de santo Domingo, confesor de la Santa.

Jesús


1. El Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced. Amén. No sería malo encarecer a vuestra merced este servicio, por obligarle a tener mucho cuidado de encomendarme a Dios, que según lo que he pasado en verme escrita, y traer a la memoria tantas miserias mías, bien podía; aunque con verdad puedo decir, que he sentido más en escribir las mercedes que nuestro Señor me ha hecho, que las ofensas, que yo a su Majestad.

2. Yo he hecho lo que vuestra merced mandó en alargarme, a condición, que vuestra merced haga lo que me prometió, en romper lo que mal le pareciere. No había acabado de leerlo después de escrito, cuando vuestra merced envía por él. Puede ser vayan algunas cosas mal declaradas, y otras puestas dos veces; porque ha sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver lo que escribía.

3. Suplico a vuestra merced lo enmiende, y mande trasladar, si se ha de llevar al padre maestro Ávila; porque podría conocer alguno la letra. Yo deseo harto se dé orden como lo vea; pues con ese intento lo comencé a escribir: porque como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, que no me queda más para hacer lo que es en mí.

4. En todo haga vuestra merced como le pareciere: y vea está obligado a quien ansí le fía su alma. La de vuestra merced encomendaré yo [60] toda mi vida al Señor: por eso, dese priesa a servir a su Majestad, para hacerme a mí merced, pues verá vuestra merced por lo que aquí va, cuán bien se emplea en darse todo (como vuestra merced lo ha comenzado) a quien tan sin tasa se nos da. Sea bendito por siempre, que yo espero en su misericordia nos veremos a donde más claramente vuestra merced y yo veamos las grandes, que ha hecho con nosotros, y para siempre jamás le alabemos.

Indigna sierva y súbdita, de vuestra merced.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta se halla impresa con las Obras de la Santa al fin del libro de su Vida, y antes de unos papeles de favores, que la Santa recibió de nuestro Señor, recogidos por el doctísimo maestro fray Luis de León, uno de los primeros sujetos, que en estos tiempos ha tenido la esclarecida Orden de san Agustín, y que fue de los primeros, que con bien elegante pluma aprobó la Vida, y Obras de santa Teresa, para que se diesen a la estampa.

2. Escribe esta carta la Santa al padre presentado fray Pedro Ibáñez, hijo de la religión sagrada de santo Domingo, que fue su confesor, y el primero, que habiendo oído de los labios de la Santa su maravillosa vida, hizo alto juicio de ella, y le mandó que la escribiese, y a quien debe la Iglesia el haber sido medio para que se manifestase este gran tesoro, que tantas almas ha dado a la gloria.

3. También a este docto, y venerable religioso se le debe la resolución última que tomó santa Teresa en emprender la reforma. Porque según refiere la Corónica (Tom.1, lib. 1, c. 37, n. 5), habiéndose juntado la Santa con doña Guiomar de Ulloa, y una sobrina de la misma Santa, que fue doña María de Ocampo, seglar que entonces era en el convento de la Encarnación, y de allí pasó a ser religiosa en el de san José, y llamose María Bautista, a quien siendo priora de Valladolid, escribió la Santa muchas cartas, en que muestra la perfección de su vida; y en su muerte (que fue en Valladolid) mereció, que se hallasen a su cabecera los piadosísimos reyes don Felipe III, y doña Margarita, pidiéndola favores del cielo para sus hijos, y reinos. Después de haber platicado las dificultades de la empresa, se resolvieron de hacer lo que les dijese el padre presentado fray Pedro Ibáñez; porque el padre Baltasar Álvarez, su confesor de la Santa, aunque deseaba lo mismo, hallaba tantas dificultades, que las tenía por insuperables; y le mandó, que no hiciese diligencia en ello. Y habiéndoselo santa Teresa comunicado a este santo religioso, y lo que parecía a su confesor, pidió ocho días de término para encomendarlo a Dios, y después de ellos volvió, y la animó, y la alentó a que lo emprendiese, como lo refiere la Santa en el cap. 31 de su vida, y las corónicas donde tratan de esta fundación: y la Santa por no ir contra el parecer de su confesor, no quiso hacer por entonces diligencia hasta tener licencia. [61]

4. Yo confieso, que no me admiro, que el padre Baltasar Álvarez tuviese por imposible empresa tan ardua; porque para eso había infinitas razones. Ni tampoco que le pareciese posible a un varón docto, y espiritual, como el padre maestro fray Pedro Ibáñez; porque pudo Dios darle luz de que sería posible. De lo que me admiro es, de ver a tres mujeres encerradas en un aposento del monasterio de la Encarnación de Ávila, que se reducían a una pobre monja, que era santa Teresa, y a una viuda seglar, principal de la ciudad de Toro, que se llamaba dona Guiomar de Ulloa, y a una doncella seglar, sobrina a de la misma Santa, ponerse a discurrir muy de espacio en reformar una religión, como la de nuestra Señora del Carmen, doctísima, antiquísima, nobilísima, llena de canas, y de varones sabios, y santos, e ilustres en todo género de virtudes. Dice la Corónica (lib.1, c. 35, n. 6), que la doncella seglar, sobrina de la Santa, porque no se desanimase la ofrecía mil ducados, y aquella señora viuda seglar la prometía hacer todo su poder en ello. Véase, qué eran mil ducados, y el poder de una honesta viuda, para una empresa tan grande, e insuperable.

5. Si entonces se pusieran todas las universidades del mundo, y aplicaran el oído a la junta, y consulta de estas tres mujeres, ¿qué hombre docto no dijera, que, o andaban perdidas de juicio, o que las dividiesen, y cada una se fuese a su profesión? ¿Santa Teresa a su celda, la viuda a su casa, la doncella a la de su madre, sin que se hablase más en ello? Y después de eso, de esta junta (para el mundo devaneo, y misterio para Dios), sacó su sabiduría, y poder, y levantó un espiritual edificio, tan grande, y tan admirable, que apenas cabe en los términos del mundo, y están sembrados por toda esa Europa, no monasterios, sino estrellas, y luceros clarísimos, que alumbran en la vanidad del mundo, y desvanecen sus rayos tan repetidos engaños.

6. ¿Quién dirá, que no es éste aquel grano de mostaza, que siendo el menor de todas las semillas, se hizo después el mayor de todos los árboles de la tierra? ¿Quién dirá, que no es lo que dijo san Pablo: Infirma mundi elegit Deus, ut confundant fortia? (Mt 23,31, 1Co 1,27). ¿Escogió lo más frágil, y que parece imposible que venza, para vencer lo más fuerte, que parece imposible que lo venzan?

7. ¿Quién dirá, que no cayeron sobre esto las gracias que daba el Hijo a su Eterno Padre, cuando decía: Confiteor tibi Pater, quia abscondisti haec a sapientibus, et revelasti ea parvulis? (Mt 21,25). Confiésote, Padre mío, que no alumbraste a los sabios, ¿y alumbraste a los pequeños?

8. Estas son las victorias, y los triunfos de la gracia. Este es el dedo invisible de su omnipotencia. Estos son los méritos del Crucificado, que por manos frágiles consigue empresas insuperables, labrando con lo frágil lo fuerte, y haciendo con lo pequeño lo grande, para que conozca, y reconozca el mundo, de que no es esto de la naturaleza, sino sólo de la gracia: para que se humille la humana sabiduría, y acabe de entender, que sin Dios todo es ignorancia: para que se postre la humana grandeza a esta humildad fuerte, santa, y soberana. Y no solamente este padre de la Orden de Santo Domingo animó a santa Teresa, sino que la aseguró, que había de conseguir esta empresa. Y dícelo con estas [62] palabras la Santa: El santo varón domínico, no dejaba de tener por tan cierto como yo, que se había de hacer: y como yo no quería entender en ello, por no ir contra la obediencia de mi confesor, negociábalo él con mi compañera, y escribían a Roma, y daban trazas (Santa Teresa, lib. de su Vida, c. 33). De este mismo religioso, dice la Santa otra vez: Vi estar a nuestra Señora poniéndole una capa muy blanca, y díjome, que por el servicio que le había hecho en ayudar a que se hiciese esta casa (era la de las Carmelitas de san José de Ávila) (Santa Teresa lib. de su Vida, c. 38), le daba aquel manto: en señal, que guardaría su alma limpia de allí adelante, y que no caería en pecado mortal. Y añade la Santa: Yo tengo cierto, que ansí fue; porque desde ha pocos años murió: y lo que vivió fue con tanta penitencia, y la vida, y la muerte con tanta santidad, que a cuanto se puede entender, no hay que poner duda. Díjome un fraile, que había estado a su muerte, que antes que espirase, le dijo, como estaba con él santo Tomás. Después me ha aparecido algunas veces con muy gran gloria, y díchome algunas cosas. Tenía tanta oración, que cuando murió, que con la gran flaqueza la quisiera escusar, no podía. Escribiome poco antes que muriese, qué medio tenía; porque como acababa de decir misa, se quedaba con arrobamiento mucho rato, sin poderlo escusar. Diole Dios al fin el premio de lo mucho que le había servido. Estas palabras son todas de santa Teresa: por donde se verá la grandeza de espíritu de este docto, y santo religioso.

9. Aunque es así, que la Santa escribió su vida esta primera vez, a instancia de este padre Presentado, su confesor, la escribió segunda vez con división de capítulos, y añadidas algunas cosas, más de diez años después, por obediencia que tuvo para ello de otro padre domínico, su confesor, llamado fray García de Toledo, varón docto, y espiritual, hijo de la casa de Oropesa: conque una, y otra Vida se debe a estos dos grandes hijos de esta ilustre religión.

10. En el número primero dice la Santa: Que ha sentido más verse escrita en las mercedes que Dios le ha hecho, que no en sus culpas. Es razón muy espiritual, y discreta, porque al ver sus culpas, no podía resultarle sino humillación, y era humilde la Santa, y deseaba verse humillada; pero al verse favorecida de Dios temía, y mucho el ser ensalzada: y la alma que camina en verdad, quiere para la eternidad los favores, para esta vida las penas: quiere que todos la persigan, y lastimen, que no la estimen, que la alaben, y la sigan.

11. En el número segundo le ruega, que rompa cuanto le pareciere de lo escrito, en no pareciéndole que es del servicio de nuestro Señor. No errara quien obrare siempre con esta resignación a un docto, y espiritual padre de su alma, como lo era este santo varón.

12. En el número tercero le pide, que lo remita al padre maestro Juan de Ávila, un lucero clarísimo, que alumbraba en Andalucía en aquellos tiempos, no sólo a España, sino a toda la Iglesia; cuya vida también se la debemos estampada al licenciado Luis Muñoz, mi amigo; y por ella se verá cuánto buscaba la verdad la Santa, pues se ponía en las manos de aquel varón de espíritu, y de verdad. Y dice, que con su censura no le queda más que hacer para quietarse; porque después de [63] haber hecho una alma lo que conviene para asegurar su camino, es menester que cese el cuidado, y que comience el consuelo, y fiar de Dios, que no desamparará a quien hace lo que puede por buscarlo en verdad: Fidelis autem est Deus, et non patietur vos tentari supra id quod potestis (1Co 10,13).

13. En el número cuarto se pone en sus manos, y lo reconviene con la obligación de lo que debe un padre espiritual a quien sencillamente se le rinde. Y porque no sabe su fervor, y caridad ardiente contentarse en sí misma, le pide, que sea muy santo. Ella nació para maestra de espíritu en el mundo, y Dios la crió para ello: y no me admiro, que la lleve desde el espíritu humilde de aprender, al celoso y santo de alumbrar, y de exhortar.




Teresa III Cartas 13