Mark (BPD) 8

8 1 En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: 2 «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. 3 Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos». 4 Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?». 5 Él les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?». Ellos respondieron: «Siete». 6 Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. 7 Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran. 8 Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado. 9 Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. 10 En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.

El signo rehusado a los fariseos

Mt. 12. 38-39; 16. 1, 4   Lc. 11. 16, 29
11 Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. 12 Jesús, suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo». 13 Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Advertencia contra la actitud de los fariseos y de Herodes

Mt. 16. 5-12
14 Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. 15 Jesús les hacía esta recomendación: «Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». 16 Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan. 17 Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. 18 Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan 19 cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?». Ellos le respondieron: «Doce». 20 «Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?». Ellos le respondieron: «Siete». 21 Entonces Jesús les dijo: «¿Todavía no comprenden?».

Curación de un ciego

22 Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. 23 Él tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?». 24 El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan». 25 Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. 26 Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».

La profesión de fe de Pedro

Mt. 16. 13-16, 20;   Lc. 9. 18-21
27 Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». 28 Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas». 29 «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro respondió: «Tú eres el Mesías». 30 Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.

El primer anuncio de la Pasión

Mt. 16. 21-23   Lc. 9. 22
31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; 32 y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. 33 Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Condiciones para seguir a Jesús

Mt. 10. 38-39;   16. 24-28   Lc. 9. 23-27
34 Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. 35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. 36 ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? 37 ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? 38 Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles».
9 1 Y les decía: «Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder».

La transfiguración de Jesús

Mt. 17. 1-9   Lc. 9. 28-36
2 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. 3 Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. 4 Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. 5 Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 6 Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. 7 Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». 8 De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. 9 Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 10 Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos».

Elías, figura de Juan el Bautista

Mt. 17. 10-13
11 Y le hicieron esta pregunta: «¿Por qué dicen los escribas que antes debe venir Elías?”. 12 Jesús les respondió: «Sí, Elías debe venir antes para restablecer el orden en todo. Pero, ¿no dice la Escritura que el Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser despreciado? 13 Les aseguro que Elías ya ha venido e hicieron con él lo que quisieron, como estaba escrito».

Curación de un endemoniado epiléptico

Mt. 17. 14-20   Lc. 9. 37-42
14 Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. 15 En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. 16 Él les preguntó: «¿Sobre qué estaban discutiendo?». 17 Uno de ellos le dijo: «Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. 18 Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron». 19 «Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo». 20 Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. 21 Jesús le preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que está así?». «Desde la infancia, le respondió, 22 y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos». 23 «¡Si puedes...!», respondió Jesús. «Todo es posible para el que cree». 24 Inmediatamente el padre del niño exclamó: «Creo, ayúdame porque tengo poca fe». 25 Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más». 26 El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: «Está muerto». 27 Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. 28 Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». 29 Él les respondió: «Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración».

El segundo anuncio de la Pasión

Mt. 17. 22-23;   Lc. 9. 44-45
30 Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, 31 porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». 32 Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

La verdadera grandeza

Mt. 18. 1-5   Lc. 9. 46-48
33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?». 34 Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. 35 Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». 36 Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: 37 «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».

La intolerancia de los Apóstoles

Lc. 9. 49-50   Mt. 10. 42
38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros». 39 Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. 40 Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
41
Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.

La gravedad del escándalo

Mt. 18. 6-9   Lc. 17. 1-2   Mt. 5. 29-30
42 Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. 43 Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. 44 . 45 Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. 46 . 47 Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, 48 donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

El ejemplo de la sal

Mt. 5. 13   Lc. 14. 34-35
49 Porque cada uno será salado por el fuego. 50 La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».

El matrimonio y el divorcio

Mt. 19. 1-9;   5. 31-32   Lc. 16. 18
10 1 Después que partió de allí, Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. 2 Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?». 3 El les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?». 4 Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». 5 Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. 6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. 7 Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, 8 y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. 9 Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». 10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. 11 Él les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; 12 y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».

Jesús y los niños

Mt. 19. 13-15   Lc. 18. 15-17
13 Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. 14 Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. 15 Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». 16 Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

El hombre rico

Mt. 19. 16-22   Lc. 18. 18-23
17 Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». 18 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. 19 Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». 20 El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». 21 Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». 22 El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.

El peligro de las riquezas

Mt. 19. 23-26   Lc. 18. 24-27
23 Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!». 24 Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! 25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios». 26 Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?». 27 Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible».

La recompensa prometida a los discípulos

Mt. 19. 27-30   Lc. 18. 28-30
28 Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». 29 Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, 30 desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. 31 Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros».

El tercer anuncio de la Pasión

Mt. 20. 17-19   Lc. 18. 31-33
32 Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: 33 «Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: 34 ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará».

La petición de Santiago y Juan

Mt. 20. 20-23
35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». 36 Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». 37 Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». 38 Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». 39 «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. 40 En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados».

El carácter servicial de la autoridad

Mt. 20. 24-28   Lc. 22. 24-27
41 Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. 42 Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. 43 Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; 44 y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. 45 Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».

Curación de un ciego de Jericó

Mt. 20. 29-34   Lc. 18. 35-43
46 Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego– estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». 48 Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». 49 Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Ánimo, levántate! Él te llama». 50 Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. 51 Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». 52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.


LA ACTIVIDAD DE JESÚS EN JERUSALÉN


La entrada mesiánica en Jerusalén

Mt. 21. 1-9   Lc. 19. 28-38   Jn. 12. 12-15
11 1 Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, 2 diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; 3 y si alguien les pregunta: “¿Qué están haciendo?”, respondan: “El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida”». 4 Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. 5 Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?». 6 Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. 7 Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. 8 Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. 9 Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban:
«¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
10
¡Bendito sea el Reino que ya viene,
el Reino de nuestro padre David!
¡Hosana en las alturas!».
11
Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania.

Maldición de la higuera estéril

Mt. 21. 18-19
12 Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. 13 Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. 14 Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos». Y sus discípulos lo oyeron.

La expulsión de los vendedores del Templo

Mt. 21. 12-13   Lc. 19. 45-48   Jn. 2. 13-16
15 Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, 16 y prohibió que transportaran cargas por el Templo. 17 Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». 18 Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza. 19 Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad.

La eficacia de la fe

Mt. 21. 20-22; 17. 20   Lc. 17. 6   Mt. 6. 14-15
20 A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. 21 Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado». 22 Jesús le respondió: «Tengan fe en Dios. 23 Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. 24 Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. 25 Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas». 26 .

Discusión sobre la autoridad de Jesús

Mt. 21. 23-27   Lc. 20. 1-8
27 Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él 28 y le dijeron: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?». 29 Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. 30 Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?». 31 Ellos se hacían este razonamiento: «Si contestamos: “Del cielo”, él nos dirá: “¿Por qué no creyeron en él?”. 32 ¿Diremos entonces: “De los hombres”?». Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, 33 respondieron a Jesús: «No sabemos». Y él les respondió: «Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas».

La parábola de los viñadores homicidas

Mt. 21. 33-46   Lc. 20. 9-19
12 1 Jesús se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. 2 A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. 3 Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. 4 De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes. 5 Envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon o mataron a muchos otros. 6 Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: “Respetarán a mi hijo”. 7 Pero los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra”. 8 Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. 9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros.
10
¿No han leído este pasaje de la Escritura:
La piedra que los constructores rechazaron
ha llegado a ser la piedra angular:
11
esta es la obra del Señor,
admirable a nuestros ojos?».
12
Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron.

El impuesto debido a la autoridad

Mt. 22. 15-22   Lc. 20. 20-26
13 Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. 14 Ellos fueron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impueso al César o no? ¿Debemos pagarlo o no?». 15 Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario». 16 Cuando se lo mostraron, preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?». Respondieron: «Del César». 17 Entonces Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.

Discusión sobre la resurrección de los muertos

Mt. 22. 23-33   Lc. 20. 27-40
18 Se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caso: 19 «Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. 20 Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. 21 El segundo se casó con la viuda y también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; 22 y así ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer. 23 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?». 24 Jesús les dijo: «¿No será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios? 25 Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. 26 Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? 27 Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error».

El mandamiento principal

Mt. 22. 34-40   Lc. 10. 25-28
28 Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». 29 Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; 30 y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. 31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos». 32 El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, 33 y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios». 34 Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

El Mesías, hijo y Señor de David

Mt. 22. 41-45   Lc. 20. 41-44
35 Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: «¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? 36 El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
hasta que ponga a tus enemigos
debajo de tus pies.
37
Si el mismo David lo llama “Señor”, ¿cómo puede ser hijo suyo?».

Advertencia de Jesús contra los escribas

Mt. 23. 6-7   Lc. 20. 45-47; 11. 43
La multitud escuchaba a Jesús con agrado. 38 Y él les enseñaba: «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas 39 y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; 40 que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».

La ofrenda de la viuda

Lc. 21. 1-4
41 Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. 42 Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. 43 Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, 44 porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».

Anuncio de la destrucción del Templo

Mt. 24. 1-3    Lc. 21. 5-7
13 1 Cuando Jesús salía del Templo, uno de sus discípulos le dijo: «¡Maestro, mira qué piedras enormes y qué construcción!». 2 Jesús le respondió: «¿Ves esa gran construcción? De todo esto no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». 3 Y después, estando sentado en el monte de los Olivos, frente al Templo, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntaron en privado: 4 «Dinos cuándo sucederá esto y cuál será la señal de que ya están por cumplirse todas estas cosas».

El comienzo de las tribulaciones

Mt. 24. 4-14   Lc. 21. 8-19
5 Entonces Jesús comenzó a decirles: «Tengan cuidado de que no los engañen, 6 porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Soy yo”, y engañarán a mucha gente. 7 No se alarmen cuando oigan hablar de guerras y de rumores de guerras: es necesario que esto ocurra, pero todavía no será el fin. 8 Se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes, habrá terremotos y hambre. Este será el comienzo de los dolores del parto.
9
Estén atentos: los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas, y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos. 10 Pero antes, la Buena Noticia será proclamada a todas las naciones. 11 Cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir: digan lo que se les enseñe en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo. 12 El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los matarán. 13 Serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero el que persevere hasta el fin, se salvará.

La gran tribulación de Jerusalén

Mt. 24. 15-25   Lc. 21. 20-24; 17. 23
14 Cuando vean la Abominación de la desolación usurpando el lugar que no le corresponde –el que lea esto, entiéndalo bien– los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; 15 el que esté en la azotea de su casa, no baje a buscar sus cosas; 16 y el que esté en el campo, que no vuelva atrás a buscar su manto. 17 ¡Ay de las mujeres que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! 18 Rueguen para que no suceda en invierno. 19 Porque habrá entonces una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. 20 Y si el Señor no abreviara ese tiempo, nadie se salvaría; pero lo abreviará a causa de los elegidos.
21
Si alguien les dice entonces: “El Mesías está aquí o está allí”, no lo crean. 22 Porque aparecerán falsos mesías y falsos profetas que harán milagros y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. 23 Pero ustedes tengan cuidado: yo los he prevenido de todo.

La manifestación gloriosa del Hijo del hombre

Mt. 24. 29-31   Lc. 21. 25-27
24 En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, 25 las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 26 Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. 27 Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

La parábola de la higuera

Mt. 24. 32-36   Lc. 21. 29-33
28 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 29 Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. 30 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.

Exhortación a la vigilancia y a la fidelidad

Mt. 24. 42; 25. 13-15v Lc. 19. 12-13; 12. 38, 40
33 Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. 34 Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. 35 Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. 36 No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. 37 Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!».


LA PASIÓN Y LA RESURRECCIÓN DE JESÚS


La conspiración contra Jesús

Mt. 26. 1-5   Lc. 22. 1-2
14 1 Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. 2 Porque decían: «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo».

La unción de Jesús en Betania

Mt. 26. 6-13   Jn. 12. 1-8
3 Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. 4 Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: «¿Para qué este derroche de perfume? 5 Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres». Y la criticaban. 6 Pero Jesús dijo: «Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. 7 A los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. 8 Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. 9 Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo».

La traición de Judas

Mt. 26. 14-16   Lc. 22. 3-6
10 Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. 11 Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.

Los preparativos para la comida pascual

Mt. 26. 17-19   Lc. 22. 7-13
12 El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?». 13 Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, 14 y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?”. 15 Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario». 16 Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.

El anuncio de la traición de Judas

Mt. 26. 20-25   Lc. 22. 14, 21-23 Jn. 13. 21-30
17 Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. 18 Y mientras estaban comiendo, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo». 19 Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: «¿Seré yo?». 20 Él les respondió: «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. 21 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!».

La institución de la Eucaristía

Mt. 26. 26-29   Lc. 22. 17-20 1 Cor. 11. 23-25
22 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». 23 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. 24 Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. 25 Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».

El anuncio de las negaciones de Pedro

Mt. 26. 30-35   Lc. 22. 39, 31-34   Jn. 13. 36-38
26 Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. 27 Y Jesús les dijo: «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. 28 Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea». 29 Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré». 30 Jesús le respondió: «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces». 31 Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos decían lo mismo.

La oración de Jesús en Getsemaní

Mt. 26. 36-46   Lc. 22. 40-46   Jn. 18. 1
32 Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos. «Quédense aquí, mientras yo voy a orar». 33 Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. 34 Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando». 35 Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. 36 Y decía: «Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». 37 Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? 38 Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». 39 Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. 40 Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. 41 Volvió por tercera vez y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 42 ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar».

El arresto de Jesús

Mt. 26. 47-56   Lc. 22. 47-53   Jn. 18. 2-11
43 Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. 44 El traidor les había dado esta señal: «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado». 45 Apenas llegó, se le acercó y le dijo: «Maestro», y lo besó. 46 Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. 47 Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. 48 Jesús les dijo: «Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. 49 Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras». 50 Entonces todos lo abandonaron y huyeron. 51 Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; 52 pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.

Jesús ante el Sanedrín

Mt. 26. 57-68   Lc. 22. 54-55, 63-71 Jn. 18. 15-16, 18
53 Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. 54 Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego. 55 Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. 56 Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban. 57 Algunos declaraban falsamente contra Jesús: 58 «Nosotros lo hemos oído decir: “Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre”». 59 Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
60
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?». 61 Él permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: «¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?». 62 Jesús respondió: «Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo». 63 Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? 64 Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?». Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
65
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: «¡Profetiza!». Y también los servidores le daban bofetadas.

Las negaciones de Pedro

Mt. 26. 69-75   Lc. 22. 55-62 Jn. 18. 17, 25-27
66 Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote 67 y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno». 68 Él lo negó, diciendo: «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». Luego salió al vestíbulo y cantó el gallo. 69 La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos». 70 Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo». 71 Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. 72 En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar.

Jesús ante Pilato

Mt. 27. 1-2, 11-14   Lc. 23. 1-5, 13-16 Jn. 18. 33-38
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Mark (BPD) 8