CALDERON-La devoción de la Cruz






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La devoción de la Cruz


Pedro Calderón de la Barca




La devoción de la Cruz
Calderón de la Barca


PERSONAS
EUSEBIO
LISARDO
CURCIO, viejo.
OCTAVIO
CELIO
RICARDO
ARMINDA
GIL, gracioso.
MENGA
JULIA
VILLANOS
ALBERTO
BANDOLEROS



Jornada primera


Arboleda inmediata a un camino que conduce a Sena.
MENGA (Dentro). Verá por do va la burra.
GIL ¡Jo, demonio; jo, mohína!
MENGA Ya verás por do camina:
¡arre acá!
GIL ¡El diablo te aburra!
¿No hay quien una cola tenga,
pudiendo tenerla mil?
MENGA Buena hacienda has hecho, Gil.
GIL ¡Buena hacienda has hecho, Menga,
que tú la culpa tuviste!
Que como ibas caballera,
que en el hoyo se metiera
al oído le dijiste
por hacerme regañar.
MENGA Por verme caer a mí
se lo dijiste, eso sí.
GIL ¿Cómo la hemos de sacar?
MENGA ¿Pues en el lodo la dejas?
GIL No puede mi fuerza sola.
MENGA Yo tiraré de la cola;
tira tú de las orejas.
GIL Mejor remedio sería
hacer el que aprovechó
a un coche que se atascó
en la corte esotro día.
Este coche, Dios delante,
que, arrastrado de dos potros,
parecía entre los otros
pobre coche vergonzante;
y por maldición muy cierta
de sus padres (hado esquivo)
iba de estribo en estribo,
ya que no de puerta en puerta;
en un arroyo atascado,
con ruegos el caballero,
con azotes el cochero,
ya por fuerza, ya por grado,
ya por gusto, ya por miedo,
que saliesen procuraban;
por recio que lo mandaban,
mi coche quedo que quedo.
Viendo que no importa nada
cuantos remedios hicieron,
delante el coche pusieron
un harnero de cebada.
Los caballos por comer
de tal manera tiraron,
que tosieron y arrancaron;
y, esto podemos hacer.
MENGA ¡Que nunca valen dos cuartos
tus cuentos!
GIL ¡Menga, yo siento
ver un animal hambriento
donde hay animales hartos.
MENGA Voy al camino a mirar
si pasa de nuestra aldea
gente, cualquiera que sea,
por que te venga a ayudar,
pues te das tan pocas mañas...
GIL Vuelve, Menga, a tu porfía.
MENGA ¡Ay burra del alma mía! (Vase).
GIL ¡Ay burra de mis entrañas!
Tú fuiste la más honrada
burra de toda la aldea;
que no ha habido quien te vea
nunca mal acompañada.
No eres nada callejera;
de mijor gana te estabas
en tu pesebre que andabas
cuando te llevaban fuera.
Pues, altanera y liviana,
bien me atrevo a jurar yo
que ningún burro la vio
asomada a la ventana.
Yo sé que no merecía
su lengua desdicha tal,
pues jamás por hablar mal
dijo aquesta boca es mía.
Pues como a ella le sobre
de lo que comiendo está,
luego al punto se lo da
a alguna borrica pobre. (Ruido dentro).
Mas ¿qué ruido es éste? Allí
de dos caballos se apean
dos hombres y hacia mí vienen
después que atados los dejan.
¡Descoloridos y al campo
de mañana! Cosa es cierta
que comen barro o están
opilados. Mas, ¿si fueran
bandoleros? ¡Aquí es ello!
Pero lo que fuere, sea;
aquí me escondo, que andan,
que corren, que salen, que entran.
(Escóndese. Salen LISARDO y EUSEBIO).
LISARDO No pasemos adelante,
porque esta estancia encubierta
y apartada del camino
es para mi intento buena.
Sacad, Eusebio, la espada,
que yo de aquesta manera
a los hombres como vos
saco a reñir.
EUSEBIO ¡Aunque tenga
bastante causa en haber
llegado al campo, quisiera
saber lo que a vos os mueve.
Decid, Lisardo, la queja
que de mí tenéis.
LISARDO ¡Son tantas,
que falta voz a la lengua,
razones a la razón,
al sufrimiento paciencia.
Quisiera, Eusebio, callarlas,
y aun olvidarlas quisiera,
porque cuando se repiten
hacen de nuevo la ofensa.
¿Conocéis estos papeles?
EUSEBIO Arrojadlos en la tierra;
yo los alzaré.
LISARDO ¡Tomad.
¿Qué os suspendéis? ¿Qué os altera?
EUSEBIO ¡Mal haya el hombre, mal haya
mil veces aquel que entrega
sus secretos a un papel!
Porque es disparada piedra
que se sabe quién la tira
y no se sabe a quién llega.
LISARDO ¿Habéislos ya conocido?
EUSEBIO Todos están de mi letra,
que no la puedo negar.
LISARDO Pues yo soy Lisardo, en Sena
hijo de Lisardo Curcio.
Bien excusadas grandezas
de mi padre consumieron
en breve tiempo la hacienda
que los suyos le dejaron;
que no sabe cuánto yerra
quien por excesivos gastos
pobres a sus hijos deja.
Pero la necesidad,
aunque ultraje la nobleza,
no excusa de obligaciones
a los que nacen con ellas.
Julia, pues (¡saben los cielos
cuánto nombrarla me pesa!),
o no supo conservarlas
o no llego a conocerlas.
Pero al fin, Julia es mi hermana.
¡Pluguiera a Dios no lo fuera!
Y advertid que no se sirven
las mujeres de sus prendas
con amorosos papeles,
con razones lisonjeras,
con ilícitos recados
ni con infames terceras.
No os culpo en el todo a vos,
que yo confieso que hiciera
lo mismo a darme una dama
para servirla licencia.
Pero cúlpoos en la parte
de ser mi amigo y en ésta
con más culpa os comprehende
la culpa que tuvo ella.
Si mi hermana os agradó
para mujer (que no era
posible, ni yo lo creo
que os atrevierais a verla
con otro fin, ni aun con éste,
pues, ¡vive Dios!, que quisiera,
antes que con vos casada,
mirarla a mis manos muerta);
en fin, si vos la elegisteis
para mujer, justo fuera
descubrir vuestros deseos
a mi padre antes que a ella.
Este era término justo,
y entonces mi padre viera
si le estaba bien el darla,
que pienso que no os la diera;
porque un caballero pobre,
cuando en cosas como éstas
no puede medir iguales
la calidad y la hacienda,
por no deslucir su sangre
con una hija doncella,
hace sagrado un convento,
que es delito la pobreza.
Aqueste a Julia mi hermana
con tanta prisa la espera,
que mañana ha de ser monja
por voluntad o por fuerza.
Y porque no será bien
que una religiosa tenga
prendas de tan loco amor
y de voluntad tan necia,
a vuestras manos las vuelvo
con resolución tan ciega,
que no sólo he de quitarlas,
mas también la causa dellas.
Sacad la espada, y aquí
el uno de los dos muera:
vos porque no la sirváis,
o yo porque no lo vea.
EUSEBIO Tened, Lisardo, la espada,
y pues yo he tenido flema
para oír desprecios míos,
escuchadme la respuesta.
Y aunque el discurso sea largo
de mi suceso y parezca
que estando solos los dos
es demasiada paciencia,
pues que ya es fuerza reñir
y morir el uno es fuerza,
por si los cielos permiten
que yo el infelice sea,
oíd prodigios que admiran
y maravillas que elevan,
que no es bien que con mi muerte
eterno silencio tengan.
Yo no sé quién fue mi padre;
pero sé que la primera
cuna fue el pie de una cruz
y el primer lecho una piedra.
Raro fue mi nacimiento,
según los pastores cuentan,
que desta suerte me hallaron
en la falda de esas sierras.
Tres días dicen que oyeron
mi llanto y que a la aspereza
donde estaba no llegaron
por el temor a las fieras,
mas ninguna me hizo mal;
pero ¿quién duda que era
por respeto de la cruz
que tenía en mi defensa?
Hallóme un pastor, que acaso
buscó una perdida oveja
en la aspereza del monte,
y, trayéndome a la aldea
de Eusebio, que no sin causa
estaba entonces en ella,
le contó mi prodigioso
nacimiento y la clemencia
del cielo asistió a la suya.
Mandó, en fin, que me trajeran
a su casa y como a hijo
me dio la crianza en ella.
Eusebio soy de la Cruz,
por su nombre y por aquella
que fue mi primera guía
y fue mi guarda primera.
Tomé por gusto las armas,
por pasatiempo las letras.
Murió Eusebio, y yo quedé
heredero de su hacienda.
Si fue prodigioso el parto,
no lo fue menos la estrella
que enemiga me amenaza
y piadosa me reserva.
Tierno infante era en los brazos
del alma cuando mi fiera
condición, bárbara en todo,
dio de sus rigores muestras,
pues con solas las encías,
no sin diabólica fuerza,
partí el pecho de quien tuve
el dulce alimento; y ella,
del dolor desesperada
y de la cólera ciega,
en un pozo me arrojó,
sin que ninguno supiera
de mí. Oyéndome reír,
bajaron a él, y cuentan
que estaba sobre las aguas,
y que con las manos tiernas
tenía una formada cruz
y sobre los labios puesta.
Un día que se abrasaba
la casa y la llama fiera
cerraba el paso a la vida
y a la salida la puerta,
entre las llamas estuve
libre, sin que me ofendieran,
y advertí después, dudando
que haya en el fuego clemencia,
que era día de la Cruz.
Tres lustros contaba apenas
cuando por el mar fui a Roma
y en una brava tormenta
desesperada mi nave
chocó en una oculta peña;
en pedazos dividida,
por los costados abierta,
abrazado de un madero,
salí venturoso a tierra,
y este madero tenía
forma de cruz. Por las sierras
de esos montes caminaba
con otro hombre, y en la senda
que dos caminos partía
una cruz estaba puesta.
En tanto que me quedé
haciendo oración en ella
se adelantó el compañero,
y después, dándome priesa
por alcanzarle, le hallé
muerto a las manos sangrientas
de bandoleros. Un día,
riñendo en una pendencia,
de una estocada caí,
sin que hiciese resistencia
en la tierra, y cuando todos
pensaron hallarla ajena
de remedio sólo hallaron
señal de la punta fiera
en una cruz que traía
al cuello, que en mi defensa
recibió el golpe. Cazando
una vez por la aspereza
deste monte, se cubrió
el ciclo de nubes negras,
y publicando con truenos
al mundo espantosa guerra,
lanzas arrojaba en agua,
balas disparaba en piedras.
Todos hicieron las hojas
contra las nubes defensa,
siendo ya tiendas de campos
las más ocultas malezas;
y un rayo, que fue en el viento
caliginoso cometa,
volvió en ceniza a los dos
que de mí estaban más cerca.
Ciego, turbado y confuso,
vuelvo a mirar lo que era,
y hallé a mi lado una cruz,
que yo pienso que es la mesma
que asistió a mi nacimiento
y la que yo tengo impresa
en los pechos, pues los cielos
me han señalado con ella
para públicos efectos
de alguna causa secreta.
Pero aunque no sé quién soy,
tal espíritu me alienta,
tal inclinación me anima
y tal ánimo me fuerza,
que por mí me da valor
para que a Julia merezca,
porque no es más la heredada
que la adquirida nobleza.
Este soy, y aunque conozco
la razón y aunque pudiera
dar satisfacción bastante
a vuestro agravio, me ciega
tanto la pasión de veros
hablando de esa manera,
que ni os quiero dar disculpa
ni os quiero admitir la queja.
Y pues queréis estorbar
que yo su marido sea,
aunque su casa la guarde,
aunque un convento la tenga,
de mí no ha de estar segura,
y la que no ha sido buena
para mujer lo será
para amiga; así desea,
desesperado mi amor
y ofendida mi paciencia,
castigar vuestro desprecio
y satisfacer mi afrenta.
LISARDO Eusebio, donde el acero
ha de hablar, calle la lengua.
(Sacan las espadas, riñen y LISARDO cae en el suelo y
procura levantarse y torna a
caer).
¡Herido estoy!
EUSEBIO ¿Y no muerto?
LISARDO No, que en los brazos me queda
aliento para... ¡Ay de mí,
faltó a mis plantas la tierra!
EUSEBIO Y falte a tu voz la vida.
LISARDO No me permitas que muera
sin confesión.
EUSEBIO ¡Muere, infame!
LISARDO No me mates, por aquella
cruz en que Cristo murió.
EUSEBIO Aquesa voz te defienda
de la muerte. Alza del suelo,
que cuando por ella ruegas
falta rigor a la ira
y falta a los brazos fuerza.
Alza del suelo.
LISARDO No puedo,
porque ya en mi sangre envuelta
voy despreciando la vida,
y el alma pienso que espera
a salir, porque entre tantas
no sabe cuál es la puerta.
EUSEBIO Pues fíate de mis brazos
y anímate, que aquí cerca
unos penitentes monjes
viven en oscuras cuevas,
donde podrás confesarte
si vivo a sus puertas llegas.
LISARDO Pues yo te doy mi palabra,
por esa piedad que muestras,
que si yo merezco verme
en la divina presencia
de Dios, pediré que tú
sin confesarte no mueras.
(Llévale en los brazos y sale GIL de donde estaba
escondido, y TIRSO, BLAS, MENGA y TORIBIO).
GIL ¿Han visto lo que le debe?
La caridad está buena;
pero yo se la perdono.
¡Matarlo y llevarlo a cuestas!
TORIBIO ¿Aquí dices que quedaba?
MENGA Aquí se quedó con ella.
TIRSO Mírale allí embelesado.
MENGA Gil, ¿qué mirabas?
GIL ¡Ay, Menga!
TIRSO ¿Qué te ha sucedido?
GIL ¡Ay, Tirso!
TORIBIO ¿Qué viste? Danos respuesta.
GIL ¡Ay, Toribio!
BLAS Di, ¿qué tienes,
Gil, o de qué te lamentas?
GIL ¡Ay, Blas! ¡Ay, amigos míos!
No lo sé más que una bestia.
Matóle y cargó con él;
sin duda a salar lo lleva.
MENGA ¿Quién lo mató?
GIL ¿Qué sé yo?
TIRSO ¿Quién murió?
GIL No sé quién era.
TORIBIO ¿Quién cargó?
GIL ¿Qué sé yo quién?
BLAS ¿Y quién lo llevó?
GIL Quienquiera.
Pero por que lo sepáis,
venid todos.
TIRSO ¿Dó nos llevas?
GIL No lo sé; pero venid,
que los dos van aquí cerca. (Vanse todos).
Sala en casa de CURCIO, en Sena.
(Salen ARMINDA y JULIA).
JULIA Déjame, Arminda, llorar
una libertad perdida,
pues donde acaba la vida,
también acaba el pesar.
¿Nunca has visto de una fuente
bajar el arroyo manso,
siendo apacible descanso
el valle de su corriente;
y cuando le juzgan falto
de fuerza las flores bellas,
pasa por encima dellas
rompiendo por lo más alto?
Pues mis penas, mis enojos,
la misma experiencia han hecho:
detuviéronse en el pecho
y salieron por los ojos.
Deja que llore el rigor
de un padre.
ARMINDA Señora, advierte...
JULIA ¿Qué más venturosa suerte
hay que morir de dolor?
Pena que deja vencida
la vida, ser gloria ordena;
que no es muy grande la pena
que no acaba con la vida.
ARMINDA ¿Qué novedad obligó
tu llanto?
JULIA ¡Ay, Arminda mía!
Cuantos papeles tenía
de Eusebio, Lisardo halló
en mi escritorio.
ARMINDA ¿Pues él
supo que estaban allí?
JULIA Como aqueso contra mí
hará mi estrella cruel.
Yo (¡ay de mí!), cuando le vía
el cuidado con que andaba,
pensé que lo sospechaba,
pero no que lo sabía.
Llegó a mí descolorido,
y entre apacible y airado,
me dijo que había jugado,
Arminda, y que había perdido.
Que una joya le prestase
para volverla a jugar;
por presto que la iba a dar,
no aguardó a que la sacase.
Tomó la llave y abrió
con una cólera inquieta,
y en la primera gaveta
con los papeles topó.
Miróme y volvió a cerrar,
y sin decir nada ( ¡ay, Dios!),
buscó a mi padre, y los dos
(¿quién duda, para tratar
mi muerte?) gran rato hablaron
cerrados en su aposento;
salieron, y hacia el convento
los dos sus pasos guiaron,
según Octavio me dijo.
Y si lo que está tratado
ya mi padre ha efectuado,
con justa causa me aflijo;
porque si de aquesta suerte
que olvide a Eusebio desea,
antes que monja me vea,
yo misma me daré muerte.
(Sale EUSEBIO).
EUSEBIO (Aparte). Ninguno tan atrevido,
sino tan desesperado,
viene a tomar por sagrado
la casa del ofendido.
Antes que sepa la muerte
de Lisardo, Julia bella,
hablar quisiera con ella,
porque a mi tirana suerte
algún remedio consigo
si, ignorado mi rigor,
puede obligarla mi amor
a que se vaya conmigo;
y cuando llegue a saber
de Lisardo el hado injusto,
hará de la fuerza gusto
mirándose en mi poder.
Hermosa Julia.
JULIA ¿Qué es esto?
¿Tú en esta casa?
EUSEBIO El rigor
de mi desdicha y tu amor
en tal peligro me ha puesto.
JULIA Pues ¿cómo has entrado aquí
y emprendes tan loco extremo?
EUSEBIO Como la muerte no temo...
JULIA ¿Qué es lo que intentas así?
EUSEBIO Hoy obligarte deseo,
Julia, por que agradecida
des a mi amor nueva vida,
nueva gloria a mi deseo.
Yo he sabido cuánto ofende
a tu padre mi cuidado:
que a su noticia ha llegado
nuestro amor, y que pretende
que tú recibas mañana
el estado que desea,
para que mi dicha sea,
como mi esperanza, vana.
Si ha sido gusto, si ha sido
amor el que me has mostrado,
si es verdad que me has amado,
si es cierto que me has querido,
vente conmigo; pues ves
que no tiene resistencia
de tu padre la obediencia,
deja tu casa; y después
que habrá mil remedios piensa;
pues ya en mi poder, es justo
que haga de la fuerza gusto,
y obligación de la ofensa.
Villas tengo en que guardarte,
gente con que defenderte,
hacienda para ofrecerte
y un alma para adorarte.
Si darme vida deseas,
si es verdadero tu amor,
atrévete, o el dolor
hará que mi muerte veas.
JULIA Oye, Eusebio.
ARMINDA Mi señor
viene, señora.
JULIA ¡Ay de mí!
EUSEBIO ¿Pudiera hallar contra mí
la fortuna más rigor?
JULIA ¿Podrá salir?
ARMINDA No es posible
que se vaya; porque ya
llamando a la puerta está.
JULIA ¡Grave mal!
EUSEBIO ¡Pena terrible!
¿Qué haré?
JULIA Esconderte es forzoso.
EUSEBIO ¿Dónde?
JULIA En aquese aposento.
ARMINDA Presto, que sus pasos siento.
(Escóndese y sale CURCIO, viejo venerable, padre de
JULIA).
CURCIO Hija, si por el dichoso
estado que tú codicias,
y que ya seguro tienes,
no das a mis parabienes
la vida y alma en albricias,
del deseo que he tenido
no agradeces el cuidado.
Todo queda efectuado
y todo tan prevenido,
que sólo falta ponerte
la más bizarra y hermosa,
para ser de Cristo esposa:
¡mira qué dichosa suerte!
Hoy aventajas a todas
cuantas saben envidiar,
pues te verán celebrar
aquestas divinas bodas.
¿Qué dices?
JULIA (Aparte). ¿Qué puedo hacer?
EUSEBIO (Aparte). Yo me doy la muerte aquí
si ella le dice que sí.
JULIA (Aparte). No sé cómo responder.
Bien, señor, la autoridad
de padre, que es preferida,
imperio tiene en la vida;
pero no en la libertad.
¿Pues que supiera antes yo
tu intento, no fuera bien?
¿Y que tú, señor, también
supieras mi gusto?
CURCIO No;
que sola mi voluntad
en lo justo o en lo injusto
has de tener por tu gusto.
JULIA Sólo tiene libertad
un hijo para escoger
estado; que el hado impío
no fuerza el libre albedrío.
Déjame pensar y ver
despacio eso; y no te espante
ver que término te pida;
que el estado de una vida
no se toma en un instante.
CURCIO Basta, que yo le he mirado,
y yo por ti he dado el sí.
JULIA Pues si tú vives por mí,
toma también el estado.
CURCIO ¡Calla, infame! ¡Calla, loca!
Que haré de aquese cabello
un lazo para tu cuello,
o sacaré de tu boca
con mis manos la atrevida
lengua, que de oír me ofendo.
JULIA La libertad te defiendo,
señor, pero no la vida.
Acaba su curso triste,
y acabará tu pesar;
que mal te puedo negar
la vida que tú me diste:
la libertad que me dio
el cielo es la que te niego.
CURCIO En este punto a creer llego
lo que el alma sospechó:
que no fue buena tu madre
y manchó mi honor alguno;
pues hoy tu error importuno
ofende el honor de un padre,
a quien el sol no igualó
en resplandor y belleza,
sangre, honor, lustre y nobleza.
JULIA Eso no he entendido yo;
por eso no he respondido.
CURCIO Arminda, salte allá fuera.
(Vase ARMINDA).
Y ya que mi pena fiera
tantos años he tenido
secreta, de mis enojos
la ciega pasión me obliga
a que la lengua te diga
lo que te han dicho los ojos.
La señoría de Sena,
por dar a mi sangre fama,
en su nombre me envió
a dar la obediencia al papa
Urbano Tercio. Tu madre,
que con opinión de santa
fue en Sena común ejemplo
de las matronas romanas,
y aun de las nuestras (no sé
cómo mi lengua la agravia;
mas, ¡ay infelice!, tanto
la satisfacción engaña),
en Sena quedó, y yo estuve
en Roma con la embajada
ocho meses; porque entonces
por concierto se trataba
que esta señoría fuese
del pontífice: Dios haga
lo que a su estado convenga,
que aquí importa poco o nada.
Volví a Sena, y hallé en ella...
Aquí el aliento me falta,
aquí la lengua enmudece
y aquí el ánimo desmaya.
Hallé (¡ay injusto temor!)
a tu madre tan preñada,
que para el infeliz parto
cumplía las nueve faltas.
Ya me había prevenido
por sus mentirosas cartas
esta desdicha, diciendo
que, cuando me fui, quedaba
con sospecha; y yo la tuve
de mi deshonra tan clara,
que discurriendo en mi agravio,
imaginé mi desgracia.
No digo que verdad sea;
pero quien nobleza trata,
no ha de aguardar a creer,
que el imaginar le basta.
¿Qué importa que un noble sea
desdichado (¡oh ley tirana
de honor!, ¡oh bárbaro fuero
del mundo!) si la ignorancia
le disculpa? Mienten, mienten
las leyes; porque no alcanza
los misterios al efecto
quien no previene la causa,
¿Qué ley culpa a un inocente?
¿Qué opinión a un libre agravia?
Miente otra vez; que no es
deshonra, sino desgracia,
¡Bueno es que en leyes de honor
le comprenda tanta infamia
al Mercurio que le roba,
como al Argos que le aguarda!
¿Qué deja el mundo, qué deja,
si así al inocente infama
de deshonra, para aquel
que lo sabe y que lo calla?
Yo entre tantos pensamientos,
yo entre confusiones tantas,
ni vi regalo en la mesa,
ni hice descanso en la cama.
Tan desabrido conmigo
estuve, que me trataba
como ajeno el corazón,
y como a tirano el alma.
Y aunque a veces discurría
en su abono, y aunque hallaba
verosímil la disculpa,
pudo en mí tanto la instancia
del temer que me ofendía,
que con saber que fue casta,
tomé de mis pensamientos,
no de sus culpas, venganza.
Y por que con más secreto
fuese, previne una caza
fingida, porque a un celoso
sólo lo fingido agrada.
Al monte fui, y cuando todos
entretenidos estaban
en su alegre regocijo,
con amorosas palabras
(¡qué bien las dice quien miente!,
¡qué bien las cree quien ama!),
llevé a Rosmira, tu madre,
por una senda apartada
del camino, y divertida
llegó a una secreta estancia
deste monte, a cuyo albergue
el sol ignora la entrada,
porque se la defendían,
rústicamente enlazadas,
por no decir que amorosas,
árboles, hojas y ramas.
Aquí, pues, adonde apenas
huella imprimió mortal planta,
solos los dos...
(Sale ARMINDA).
ARMINDA Si el valor
que el noble pecho acompaña,
señor, y si la experiencia
que te han dado honrosas canas,
en la desdicha presente
no te niega o no te falta,
examen será el valor
de tu ánimo.
CURCIO ¿Qué causa
te obliga a que así interrumpas
mi razón?
ARMINDA Señor...
CURCIO Acaba;
que más la duda me ofende.
JULIA ¿Por qué te suspendes? Habla.
ARMINDA No quisiera ser la voz
de mi pena y tu desgracia.
CURCIO No temas decirla tú,
pues yo no temo escucharla.
ARMINDA A Lisardo, mi señor...
EUSEBIO Esto sólo me faltaba.
ARMINDA Bañado en su sangre traen,
en una silla por andas,
cuatro rústicos pastores,
muerto (¡ay Dios!) a puñaladas;
mas ya a tu presencia llega:
no le veas.
CURCIO ¡Cielos! ¿Tantas
penas para un desdichado?
¡Ay de mí!
(Salen los villanos GIL, MENGA, TIRSO, BLAS y TORIBIO
con LISARDO en una silla, ensangrentado el rostro).
JULIA Pues ¿qué inhumana
fuerza ensangrentó la ira
en su pecho? ¿Qué tirana
mano se bañó en mi sangre,
contra su inocencia airada?
¡Ay de mí!
ARMINDA Mira, señora...
BLAS No llegues a verle.
CURCIO Aparta.
TIRSO Detente, señor.
CURCIO Amigos,
no puede sufrirlo el alma.
Dejadme ver ese cadáver frío,
depósito infeliz de heladas venas,
ruina del tiempo, estrago del impío
hado, teatro funesto de mis penas.
¿Qué tirano rigor (¡ay, hijo mío!)
trágico monumento en las arenas
construyó, por que hiciese en quejas vanas
mortaja triste de mis blancas canas?
¡Ay, amigos! Decid: ¿Quién fue homicida
de un hijo en cuya vida yo animaba?
MENGA Gil lo dirá, que, al verle dar la herida,
oculto entre unos árboles estaba.
CURCIO Di, amigo, di: ¿Quién me quitó esta vida?
GIL Yo sólo sé que Eusebio se llamaba
cuando con él reñía.
CURCIO ¿Hay más deshonra?
Eusebio me ha quitado vida y honra. (A JULIA).
Disculpa agora tú de sus crüeles
deseos la ambición; di que concibe
casto amor, pues, a falta de papeles,
lascivos gustos con tu sangre escribe.
JULIA Señor...
CURCIO No me respondas como sueles:
a tomar hoy estado te apercibe,
o apercibe también a tu hermosura
con Lisardo temprana sepultura.
Los dos a un tiempo el sentimiento esquivo,
en este día sepultar concierta;
el muerto al mundo, en mi memoria vivo;
tú, viva al mundo, en mi memoria muerta.
Y en tanto que el entierro os apercibo,
por que no huyas cerraré esta puerta.
Queda con él, porque de aquesta suerte,
lecciones al morir te dé su muerte.
(Vanse todos y queda JULIA en medio de LISARDO y
EUSEBIO, que sale por otra puerta).
JULIA Mil veces procuro hablarte,
tirano Eusebio, y mil veces
el alma duda, el aliento
falta y la lengua enmudece.
No sé, no sé cómo pueda
hablar, porque a un tiempo vienen
envueltas iras piadosas
entre piedades crüeles.
Quisiera cerrar los ojos
a aquesta sangre inocente
que está pidiendo venganza,
desperdiciando claveles,
y quisiera hallar disculpa
en las lágrimas que viertes,
que al fin heridas y ojos
son bocas que nunca mienten.
Y en una mano el amor
y en otra el rigor presente,
quisiera a un tiempo, quisiera
castigarte y defenderte,
y entre ciegas confusiones
de pensamientos tan fuertes,
la clemencia me combate,
el sentimiento me vence.
¿Desta suerte solicitas
obligarme? ¿Desta suerte,
Eusebio, en vez de finezas
con crueldades me pretendes?
Cuando de mi boda el día
resuelta esperaba, ¡quieres
que en vez de apacibles bodas,
tristes exequias celebre!
Cuando por tu gusto era
a mi padre inobediente,
¡lutos funestos me das
en vez de galas alegres!
Cuando, arriesgando mi vida,
hice posible el quererte,
¡en vez de tálamo (¡ay, cielos!),
un sepulcro me previenes!
Y cuando mi mano ofrezco,
despreciando inconvenientes
de honor, ¡la tuya bañada
en mi sangre me la ofreces!
¿Qué gusto tendré en sus brazos,
si para llegar a verme
dando vida a nuestro amor
voy tropezando en la muerte?
¿Qué dirá el mundo de mí,
sabiendo que tengo siempre,
si no presente el agravio,
quien lo cometió presente?
Pues cuando quiera el olvido
sepultarle, sólo el verte
entre mis brazos será
memoria con que me acuerde.
Yo entonces, yo, aunque te adore,
los amorosos placeres
trocaré en iras, pidiendo
venganzas, pues ¿cómo quieres
que viva sujeta un alma
a efectos tan diferentes
que esté esperando el castigo
y deseando que no llegue?
Basta, por lo que te quise,
perdonarte, sin que esperes
verme en tu vida, ni hablarme.
Esa ventana, que tiene
salida al jardín, podrá
darte paso; por ahí puedes
escaparte; huye el peligro,
por que si mi padre viene,
no te halle aquí. Vete, Eusebio,
y mira que no te acuerdes
de mí, que hoy me pierdes tú,
porque quisiste perderme;
vete, y vive tan dichoso,
que tengas felicemente
bienes, sin que a los pesares
pagues pensión de los bienes.
Que yo haré para mi vida
una celda prisión breve,
si no sepulcro, pues ya
mi padre enterrarme quiere.
Allí lloraré desdichas
de un hado tan inclemente,
de una fortuna tan fiera,
de una inclinación tan fuerte,
de un planeta tan opuesto,
de una estrella tan rebelde,
de un amor tan desdichado,
de una mano tan aleve,
que me ha quitado la vida
y no me ha dado la muerte,
por que entre tantos pesares
siempre viva y muera siempre.
EUSEBIO Si acaso más que tus voces,
son ya tus manos crüeles
para tomar la venganza,
rendido a tus pies me tienes.
Preso me trae mi delito:
tu amor es la cárcel fuerte,
las cadenas son mis yerros,
prisiones el alma teme,
verdugo es mi pensamiento;
si son tus ojos los jueces
y ellos me dan la sentencia,
por fuerza será de muerte.
Mas dirá entonces la fama
en su pregón: «Este muere
porque quiso», pues que sólo
es mi delito quererte.
No pienso darte disculpa,
no parezca que la tiene
tan grande error; sólo quiero
que me mates y te vengues.
Toma esta daga, y con ella
rompe un pecho que te ofende,
saca un alma que te adora
y tu misma sangre vierte.
Y si no quieres matarme,
para que a vengarse llegue
tu padre, diré que estoy
en tu aposento.
JULIA ¡Detente!
Y por última razón,
que he de hablarte eternamente,
¿has de hacer lo que te digo?
EUSEBIO Yo lo concedo.
JULIA Pues vete
a donde guardes tu vida.
Hacienda tienes y gente
que te podrá defender.
EUSEBIO Mejor será que yo quede
sin ella, porque si vivo,
será imposible que deje
de adorarte, y no has de estar,
aunque un convento te encierre,
segura.
JULIA Guárdate tú,
que yo sabré defenderme.
EUSEBIO ¿Volveré a verte?
JULIA No.
EUSEBIO ¿No hay remedio?
JULIA No lo esperes.
EUSEBIO ¿Que al fin me aborreces ya?
JULIA Haré por aborrecerte.
EUSEBIO ¿Olvidarásme?
JULIA No sé.
EUSEBIO ¿Veréte yo?
JULIA Eternamente.
EUSEBIO Pues ¿aquel pasado amor...?
JULIA Pues ¿esta sangre presente...?
La puerta abren; vete, Eusebio.
EUSEBIO Iré por obedecerte.
¡Que no he de volverte a ver!
JULIA ¡Que no has de volver a verme!
(Ruido dentro; vanse cada uno por su puerta y llevan el
cuerpo).

La devoción de la Cruz
Pedro Calderón de la Barca

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000



La devoción de la Cruz
Pedro Calderón de la Barca




Jornada segunda


(Ruido de arcabuces; salen RICARDO, CELIO y EUSEBIO, de
bandoleros, con arcabuces).
RICARDO Pasó el plomo violento
el pecho.
CELIO Y hace el golpe más sangriento,
que con su sangre la tragedia imprima
en tierna flor.
EUSEBIO Ponle una cruz encima,
y perdónele Dios.
RICARDO Las devociones
nunca faltan del todo a los ladrones. (Vase RICARDO).
EUSEBIO Y pues mis hados fieros
me traen a capitán de bandoleros,
llegarán mis delitos
a ser, como mis penas, infinitos.
Como si diera muerte
a Lisardo a traición, de aquesta suerte
mi patria me persigue,
por que su furia y mi despecho obligue
a que guarde una vida,
siendo de tantas bárbaro homicida.
Mi hacienda me han quitado,
mis villas confiscado,
y a tanto rigor llegan,
que el sustento me niegan;
y pues le he de buscar desesperado,
no toque pasajero
el término del monte si primero
no rinde hacienda y vida.
(Salen RICARDO y BANDOLEROS con ALBERTO, viejo).
RICARDO Llegando a ver la boca de la herida,
escucha, capitán, el más extraño
suceso.
EUSEBIO Ya deseo el desengaño.
RICARDO Hallé el plomo deshecho
en este libro que tenía en el pecho,
sin haber penetrado,
y al caminante sólo desmayado:
vesle aquí sano y bueno.
EUSEBIO De espanto estoy y admiraciones lleno.
¿Quién eres, venerable
caduco, a quien los cielos admirable
han hecho con prodigio milagroso?
ALBERTO Yo soy, ¡oh capitán!, el más dichoso
de cuantos hombres hay, que he merecido
ser sacerdote indigno; yo he leído
en Bolonia sagrada teología
cuarenta y cuatro años.
Su Santidad me daba
de Trento el obispado,
premio de mis estudios; y admirado
de ver que yo tenía
cuenta de tantas almas
y que apenas la daba de la mía,
los laureles dejé, dejé las palmas,
y huyendo sus engaños,
vengo a buscar seguros desengaños
en estas soledades,
donde viven desnudas las verdades.
Paso a Roma a que el papa me conceda
licencia, capitán, para que pueda
fundar un orden santo de eremitas;
mas tu saña atrevida
quita el hijo a mi suerte y a la vida.
EUSEBIO ¿Qué libro es éste, di?
ALBERTO Este es el
fruto
que rinde a mis estudios el tributo
de tantos años.
EUSEBIO ¿Qué es lo que contiene?
ALBERTO El trata del origen verdadero
de aquel divino y celestial madero
en que animoso y fuerte,
muriendo, triunfó Cristo de la muerte.
El libro, al fin, se llama
«Milagros de la Cruz».
EUSEBIO ¡Qué bien la
llama
de aquel plomo inclemente,
más que la cera, se mostró obediente!
¡Pluguiera a Dios, mi mano,
antes que blanco su papel hiciera
de aquel golpe tirano,
entre su fuego ardiera!
Lleva ropa, y dinero,
y la vida; sólo ese libro quiero.
Y vosotros salidle acompañando
hasta dejarle libre.
ALBERTO Iré rogando
al Señor te dé luz para que veas
el error en que vives.
EUSEBIO Si deseas
mi bien, pídele a Dios que no permita
muera sin confesión.
ALBERTO Yo te prometo
seré ministro en tan piadoso efeto,
y te doy mi palabra
(tanto en mi pecho tu clemencia labra)
que si me llamas en cualquiera parte,
dejaré mi desierto
por ir a confesarte:
un sacerdote soy; mi nombre, Alberto.
EUSEBIO ¿Tal palabra me das?
ALBERTO Y la confieso
con la mano.
EUSEBIO Otra vez tus plantas beso.
(Vase y sale CHILINDRINA, bandolero).
CHILINDRINA Hasta venir a hablarte,
el monte atravesé de parte a parte.
EUSEBIO ¿Qué hay, amigo?
CHILINDRINA Dos nuevas
harto malas.
EUSEBIO A mi temor el sentimiento igualas.
¿Qué son?
CHILINDRINA Es la primera
(decirla no quisiera)
que el padre de Lisardo,
ha dado...
EUSEBIO Acaba, que el efecto aguardo.
CHILINDRINA Comisión de prenderte o de matarte.
EUSEBIO Esotra nueva temo
más, porque con un confuso extremo
al corazón parece que camina
toda el alma, adivina
de algún futuro daño.
¿Qué ha sucedido?
CHILINDRINA A Julia...
EUSEBIO No me
engaño
en prevenir tristezas,
si para ver mi mal por Julia empiezas.
¿Julia no me dijiste?
Pues eso basta para verme triste.
¡Mal haya amén la rigurosa estrella
que me obligó a querella!
En fin, Julia..., prosigue.
CHILINDRINA En un
convento
seglar está.
EUSEBIO (¡Ya falta el sufrimiento!)
¡Que el cielo me castigue
con tan grandes venganzas
de perdidos deseos,
de muertas esperanzas,
que de los mismos cielos,
por quien me deja, vengo a tener celos!
Mas ya tan atrevido,
que viviendo, matando,
me sustento robando,
no puedo ser peor de lo que he sido.
Despéñese el intento,
pues ya se ha despeñado el pensamiento.
Llama a Celio y Ricardo. (Aparte). ¡Amando muero!
CHILINDRINA Voy por ellos. (Vase).
EUSEBIO Ve, y diles que aquí
espero.
Asaltaré el convento que la guarda.
Ningún grave castigo me acobarda,
que por verme señor de su hermosura,
tirano amor me fuerza
a acometer la fuerza,
a romper la clausura
y a violar el sagrado;
que ya del todo estoy desesperado,
pues si no me pusiera
amor en tales puntos,
solamente lo hiciera
por cometer tantos delitos juntos.
(Salen GIL y MENGA).
MENGA ¿Mas que topamos con él,
según mezquina nací?
GIL Menga, ¿yo no voy aquí?
No temas ese crüel
capitán de buñoleros,
ni el toparlos te alborote,
que honda llevo yo y garrote.
MENGA Temo, Gil, sus hechos fieros;
si no, a Silvia a mirar ponte,
cuando aquí la acometió;
que doncella al monte entró
y dueña salió del monte,
que no es peligro pequeño.
GIL Conmigo fuera crüel,
que también entro doncel
y pudiera salir dueño. (Reparan en EUSEBIO).
MENGA (A EUSEBIO). ¡Ah, señor, que va perdido,
que anda Eusebio por aquí!
GIL No eche, señor, por ahí.
EUSEBIO (Aparte). Estos no me han conocido,
y quiero disimular.
GIL ¿Quiere que aquese ladrón
le mate?
EUSEBIO (Aparte). Villanos son.
¿Con qué podré yo pagar
este aviso?
GIL Con huir
de ese bellaco.
MENGA Si os coge,
señor, aunque no le enoje
ni vuestro hacer ni decir,
luego os matará; y creed
que con poner tras la ofensa
una cruz encima, piensa
que os hace mucha merced.
(Salen RICARDO y CELIO).
RICARDO ¿Dónde le dejaste?
CELIO Aquí.
GIL (A EUSEBIO) Es un ladrón; no le esperes.
RICARDO Eusebio, ¿qué es lo que quieres?
GIL ¿Eusebio le llamó?
MENGA Sí.
EUSEBIO Yo soy Eusebio ¿Qué os mueve
contra mí? ¿No hay que responda?
MENGA Gil, ¿tienes garrote y honda?
GIL Tengo el diablo que te lleve.
CELIO Por los apacibles llanos
que hace del monte la falda,
a quien guarda el mar la espalda,
vi un escuadrón de villanos
que armado contra ti viene,
y pienso que se avecina,
que así Curcio determina
la venganza que previene.
Mira qué piensas hacer;
junta tu gente y partamos.
EUSEBIO Mejor es que agora huyamos,
que esta noche hay más que hacer.
Venid conmigo los dos,
de quien justamente fío
la opinión y el honor mío.
RICARDO Muy bien puedes, que por Dios
que he de morir a tu lado.
EUSEBIO Villanos, vida tenéis
sólo porque le llevéis
a mi enemigo un recado.
Decid a Curcio que yo
con tanta gente atrevida
sólo defiendo la vida,
pero que le busco, no.
Y que no tiene ocasión
de buscarme de esta suerte,
pues no di a Lisardo muerte
con engaño o con traición.
Cuerpo a cuerpo le maté,
sin ventaja conocida,
y antes de acabar la vida
en mis brazos le llevé
a donde se confesó,
digna acción para estimarse;
mas que si quiere vengarse,
que he de defenderme yo. (A los bandoleros).
Y agora, por que no vean
aquéstos por dónde vamos,
atadlos entre estos ramos;
paredes sus ojos sean,
por que no avisen.
RICARDO Aquí
hay cordel.
CELIO Pues llega presto. (Atanlos).
GIL De San Sebastián me han puesto.
MENGA De San Sebastián a mí.
Mas ate cuanto quisiere,
señor, como no me mate.
GIL Oye, señor, no me ate,
y, puto sea yo si huyere.
Jura tú, Menga, también
este mismo juramento.
CELIO Ya están atados.
EUSEBIO Mi intento
se va ejecutando bien.
La noche amenaza oscura,
tendiendo su negro velo.
Julia, aunque te guarde el cielo,
he de gozar tu hermosura. (Vanse).
GIL ¿Quién habrá que ahora nos vea,
Menga, aunque caro nos cueste,
que no diga que es aquéste
Peralvillo de la aldea?
MENGA Vete llegando hacia aquí,
Gil, que yo no puedo andar.
GIL Menga, venme a desatar,
y te desataré a ti
luego al punto.
MENGA Ven primero
tú, que estás importuno.
GIL ¿Es decir, que vendrá alguno?
Pondré que falta un arriero
«Las tres ánades» cantando,
un caminante pidiendo,
un estudiante comiendo,
una santera rezando,
hoy en aqueste camino,
lo que a ninguno faltó;
mas la culpa tengo yo.
(Una voz dentro).
UNA VOZ Hacia esta parte imagino
que oigo voces; llegad presto.
GIL Señor, en buen hora acuda
a desatar una duda
en que ha rato que estoy puesto.
MENGA Si acaso buscáis, señor,
por el monte algún cordel,
yo os puedo servir con él.
GIL Este es más gordo y mejor.
MENGA Yo, por ser mujer, espero
remedio en las ansias mías.
GIL No repare en cortesías;
desátame a mí primero.
(Salen CURCIO, BLAS, TIRSO y OCTAVIO).
TIRSO Hacia aquesta parte suena
la voz.
GIL ¡Que te quemas!
TIRSO Gil,
¿qué es esto?
GIL El diablo es sutil;
desata, Tirso, y mi pena
te diré después.
CURCIO ¿Qué es esto?
MENGA Venga en buen hora, señor,
a castigar a un traidor.
CURCIO ¿Quién desta suerte os ha puesto?
GIL ¿Quién? Eusebio, que, en efeto,
dice... Pero ¿qué sé yo
lo que dice? Él nos dejó
aquí en semejante aprieto.
TIRSO No llores, pues que no ha estado
hoy muy poco liberal
contigo.
BLAS No lo ha hecho mal,
pues a Menga te ha dejado.
GIL ¡Ay, Tirso! No lloro yo
porque piadoso no fue.
TIRSO Pues ¿por qué lloras?
GIL ¿Por qué?
Porque a Menga me dejó.
La de Antón llevó, y al cabo
de seis que no parecía,
halló su mujer un día;
hicimos un baile bravo
de hallazgo y gastó cien reales.
BLAS ¿Bartolo, no se casó
con Catalina y parió
a seis meses no cabales?
Y andaba con gran placer
diciendo: «¡Si tú lo vieses!
Lo que hace otra en nueve meses,
hace en cinco mi mujer.»
TIRSO Ello no hay honra segura.
CURCIO ¡Que esto llegue a escuchar yo
deste tirano! ¿Quién vio
tan notable desventura?
MENGA Cómo destruirle piensa,
que hasta las mismas mujeres
tomaremos, si tú quieres,
las armas para su ofensa.
GIL Que aquí acude es lo más cierto
y toda esta procesión
de cruces que miras son,
señor, de hombres que ha muerto.
OCTAVIO Es aquí lo más secreto
de todo el monte.
CURCIO (Aparte). Y aquí
fue, ¡cielos!, donde yo vi
aquel milagroso efecto
de inocencia y castidad,
cuya beldad, atrevido,
tantas veces he ofendido
con dudas, siendo verdad
un milagro tan patente.
OCTAVIO Señor, ¿qué nueva pasión
causa tu imaginación?
CURCIO Rigores que el alma siente
son, Octavio, mis enojos,
para publicar mi mengua,
como los niego a la lengua,
me van saliendo a los ojos.
Haz, Octavio, que me deje
sola esa gente que sigo,
por que aquí de mí y conmigo
hoy a los cielos me queje.
OCTAVIO Ea, soldados, despejad.
BLAS ¿Qué decís?
TIRSO ¿Qué pretendéis?
GIL Despiojad, ¿no lo entendéis?
que nos vamos a espulgar. (Vanse).
CURCIO ¿A quién no habrá sucedido,
tal vez lleno de pesares,
descansar consigo a solas
por no descubrirse a nadie?
Yo, a quien tantos pensamientos
a un tiempo afligen, que hacen
con lágrimas y suspiros
competencia al mar y al aire,
compañero de mí mismo
en las mudas soledades,
con la pensión de mis bienes
quiero divertir mis males.
Ni las aves ni las fuentes
sean testigos bastantes,
que al fin las fuentes murmuran
y tienen lenguas las aves.
No quiero más compañía
de aquestos troncos salvajes,
que quien escucha y no aprende
será fuerza que no hable.
Teatro este monte fue
del suceso más notable
que entre prodigios de celos
cuentan las antigüedades
de una inocente verdad.
Pero ¿quién podrá librarse
de sospechas, en quien son
mentirosas las verdades?
Muerte de amor son los celos,
que no perdonan a nadie,
ni por humilde le dejan,
ni le respetan por grave.
Aquí, pues, donde yo digo,
Rosmira y yo... De acordarme,
no es mucho que el alma tiemble,
no es mucho que la voz falte,
que no hay flor que no me asombre,
no hay hoja que no me espante,
no hay piedra que no me admire,
tronco que no me acobarde,
peñasco que no me oprima,
monte que no me amenace,
porque todos son testigos
de una hazaña tan infame.
Saqué al fin la espada, y ella,
sin temerme y sin turbarse,
porque en riesgos de honor nunca
el inocente es cobarde:
«Esposo-dijo-, detente;
no digo que no me mates,
si es tu gusto, porque yo
¿cómo he de poder negarte
la misma vida que es tuya?
Sólo te pido que antes
me digas por lo que muero,
y déjame que te abrace.»
Yo la dije: «En tus entrañas,
como la víbora, traes
a quien te ha de dar la muerte.
Indicio ha sido bastante
el parto infame que esperas.
Mas no le verás, que antes,
dándote muerte, seré
verdugo tuyo y de un ángel.»
«Si acaso-me dijo entonces-,
si acaso, esposo, llegaste
a creer flaquezas mías,
justo será que me mates.
Mas a esta cruz abrazada,
a ésta que estaba delante
-prosiguió-, doy por testigo
de que no supe agraviarte
ni ofenderte, que ella sola
será justo que me ampare.»
Bien quisiera entonces yo,
arrepentido, arrojarme
a sus pies, porque se vía
su inocencia en su semblante.
El que una traición intenta,
antes mire lo que hace,
porque una vez declarado,
aunque procure enmendarse,
por decir que tuvo causa,
lo ha de llevar adelante.
Yo, pues, no porque dudaba
ser la disculpa bastante,
sino porque mi delito
más amparado quedase,
el brazo levanté airado,
tirando por varias partes
mil heridas, pero sólo
las ejecuté en el aire.
Por muerta al pie de la cruz
quedó, y queriendo escaparme,
a casa llegué, y halléla
con más belleza que sale
el alba cuando en sus brazos
nos presenta el sol infante.
Ella en sus brazos tenía
a Julia, divina imagen
de hermosura y discreción
(¿qué gloria pudo igualarse
a la mía?): que su parto
había sido aquella tarde
al mismo pie de la cruz,
y por divinas señales,
con que al mundo descubría
Dios un milagro tan grande,
la niña que había parido,
dichosa con señas tales,
tenía en el pecho una cruz
labrada de fuego y sangre.
Pero, ¡ay!, que tanta ventura
templaba el que se quedase
otra criatura en el monte;
que ella, entre penas tan graves,
sintió haber parido dos;
y yo entonces...
(Sale OCTAVIO).
OCTAVIO Por el valle
atraviesa un escuadrón
de bandoleros, y antes
que cierre la noche triste
será bien, señor, que bajes
a buscarlos, no escurezca,
porque ellos el monte saben
y nosotros no.
CURCIO Pues junta
la gente vaya delante,
que no hay gloria para mí
hasta llegar a vengarme. (Vanse).
Vista exterior de un convento.
(Salen EUSEBIO, CELIO y RICARDO).
RICARDO Llega con silencio y pon
a esa parte las escalas.
EUSEBIO Icaro seré sin alas,
sin fuego seré Faetón.
Escalar el sol intento,
y si me quiere ayudar
la luz, tengo de pasar
más allá del firmamento.
Amor ser tirano enseña;
en subiendo yo, quitad
esa escala y esperad
hasta que os haga una seña.
Quien subiendo se despeña,
suba hoy y baje ofendido,
en cenizas convertido,
que la pena del bajar
no será parte a quitar
la gloria de haber subido.
RICARDO ¿Qué esperas?
CELIO Pues ¿qué rigor
tu altivo orgullo embaraza?
EUSEBIO ¿No veis cómo me amenaza
un vivo fuego?
CELIO Señor,
fantasmas son del temor.
EUSEBIO ¿Yo temor?
CELIO Sube.
EUSEBIO Ya llego,
aunque a tantos rayos ciego,
por las llamas he de entrar,
que no lo podrá estorbar
de todo el infierno el fuego. (Sube y entra).
CELIO Ya entró.
RICARDO Alguna fantasía
de su mismo horror, fundada
en la idea acreditada,
o alguna ilusión sería.
CELIO Quita la escala.
RICARDO Hasta el día
aquí hemos de esperar.
CELIO Atrevimiento fue entrar,
aunque yo de mejor gana
me fuera con mi villana;
mas después habrá lugar. (Vanse).
Convento y celda de JULIA.
(Sale EUSEBIO).
EUSEBIO Por todo el convento he andado,
sin ser de nadie sentido,
y por cuanto he discurrido,
de mi destino guiado,
a mil celdas he llegado
de religiosas, que abiertas
tienen las estrechas puertas,
y en ninguna a Julia vi.
¿Dónde me lleváis así,
esperanzas siempre inciertas?
¡Qué horror! ¡Qué silencio mudo!
¡Qué oscuridad tan funesta!
Luz hay aquí; celda es ésta,
y en ella Julia. ¿Qué dudo? (Corre una cortina).
¿Tan poco el valor ayudo,
que agora en hablarla tardo?
¿Qué es lo que espero? ¿Qué aguardo?
Mas con impulso dudoso,
si me animo temeroso,
animoso me acobardo.
Más belleza la humildad
deste traje la asegura,
que en la mujer la hermosura
es la misma honestidad.
Su peregrina beldad,
de mi torpe amor objeto,
hace en mí mayor efeto;
que a un tiempo a mi amor incito,
con la hermosura, apetito;
con la honestidad, respeto.
¡Julia! ¡Ah Julia!
JULIA ¿Quién me nombra?
Mas, ¡cielos! ¿Qué es lo que veo?
¿Eres sombra del deseo
o del pensamiento sombra?
EUSEBIO ¿Tanto el mirarme te asombra?
JULIA Pues ¿quién habrá que no intente
huir de ti?
EUSEBIO Julia, detente.
JULIA ¿Qué quieres, forma fingida,
de la idea repetida,
sólo a la vista aparente?
¿Eres, para pena mía,
voz de la imaginación?
¿Retrato de la ilusión?
¿Cuerpo de la fantasía?
¿Fantasma en la noche fría?
EUSEBIO Julia, escucha; Eusebio soy,
que vivo a tus pies estoy;
que si el pensamiento fuera,
siempre contigo estuviera.
JULIA Desengañándome voy
con oírte, y considero
que mi recato ofendido
más te quisiera fingido,
Eusebio, que verdadero.
Donde yo llorando muero,
donde yo vivo penando,
¿qué quieres? ¡Estoy temblando!
¿Qué buscas? ¡Estoy muriendo!
¿Qué emprendes? ¡Estoy temiendo!
¿Qué intentas? ¡Estoy dudando!
¿Cómo has llegado hasta aquí?
EUSEBIO Todo es extremo de amor,
y mi pena y tu rigor
hoy han de triunfar de mí.
Hasta verte aquí sufrí
con esperanza segura;
pero viendo tu hermosura
perdida, he atropellado
el respeto del sagrado
y la ley de la clausura.
De lo cierto o de lo injusto,
los dos la culpa tenemos,
y en mí vienen dos extremos,
que son la fuerza y el gusto.
No puede darle disgusto
al cielo mi pretensión:
antes de esta ejecución
casada eres en secreto,
y no cabe en un sujeto
matrimonio y religión.
JULIA No niego el lazo amoroso
que hizo con felicidades
unir a dos voluntades.
Que fue su efecto forzoso,
que te llamé amado esposo
y que todo eso fue así
confieso; pero ya aquí
con voto de religiosa,
a Cristo de ser su esposa
mano y palabra le di.
Ya soy suya. ¿Qué me quieres?
Vete, por que el mundo asombres,
donde mates a los hombres,
donde fuerces las mujeres.
Vete, Eusebio; ya no esperes
fruto de tu loco amor;
para que te cause horror,
que estoy en sagrado piensa.
EUSEBIO Cuanto es mayor tu defensa,
es mi apetito mayor.
Ya las paredes salté
del convento, ya te vi;
no es amor quien vive en mí:
causa más oculta fue.
Cumple mi gusto, o diré
que tú misma me has llamado,
que me has tenido encerrado
en tu celda muchos días,
y pues las desdichas mías
me tienen desesperado,
daré voces; sepan...
JULIA Tente,
Eusebio, mira... (¡ay de mí!),
pasos siento por aquí,
al coro atraviesa gente.
¡Cielos, no sé lo que intente!
Cierra esa celda, y en ella
estarás, pues atropella
un temor a otro temor.
EUSEBIO ¡Qué poderoso es mi amor!
JULIA ¡Qué rigurosa es mi estrella! (Vanse).
Vista exterior del convento.
(Salen RICARDO y CELIO).
RICARDO Ya son las tres; mucho tarda.
CELIO El que goza su ventura,
Ricardo, en la noche oscura,
nunca el claro sol aguarda.
Yo apuesto a que le parece
que nunca el sol madrugó
tanto y que hoy apresuró
su curso.
RICARDO Siempre amanece
más temprano a quien desea;
pero al que goza, más tarde.
CELIO No creas que al sol aguarde
que en el oriente se vea.
RICARDO Dos horas son ya.
CELIO No creo
que Eusebio lo diga.
RICARDO Es justo,
porque al fin son de su gusto
las horas de su deseo.
CELIO ¿No sabes lo que he llegado
hoy, Ricardo, a sospechar?
Que Julia le envió llamar.
RICARDO Pues si no fuera llamado,
¿quién a escalar se atreviera
un convento?
CELIO ¿No has sentido,
Ricardo, a esta parte ruido?
RICARDO Sí.
CELIO Pues llega la escalera.
(Salen por lo alto JULIA y EUSEBIO).
EUSEBIO Déjame, mujer.
JULIA Pues cuando,
vencida de tus deseos,
movida de tus suspiros,
obligada de tus ruegos,
de tu llanto agradecida,
dos veces a Dios ofendo:
como a Dios y como a esposo,
¡mis brazos dejas, haciendo
sin esperanzas desdenes
y sin posesión desprecios!
¿Dónde vas?
EUSEBIO Mujer, ¿qué intentas?
Déjame, que voy huyendo
de tus brazos, porque he visto
no sé qué deidad en ellos.
Llamas arrojan tus ojos,
tus suspiros son de fuego,
un volcán cada razón,
un rayo cada cabello,
cada palabra es mi muerte,
cada regalo un infierno:
tantos temores me causa
la cruz que he visto en tu pecho.
Señal prodigiosa ha sido,
y no permitan los cielos
que, aunque tanto los ofenda,
pierda a la cruz el respeto.
Pues si la hago testigo
de las culpas que cometo,
¿con qué vergüenza después
llamarla en mi ayuda puedo?
Quédate en tu religión,
Julia; yo no te desprecio,
que más agora te adoro.
JULIA Escucha, detente, Eusebio.
EUSEBIO Esta es la escala.
JULIA Detente
o llévame allá.
(Baja EUSEBIO).
EUSEBIO No puedo,
pues que sin gozar la gloria
que tanto esperé te dejo.
¡Válgame el cielo! Caí.
RICARDO ¿Qué ha sido?
EUSEBIO ¿No ves la esfera del fuego
poblada de ardientes rayos?
¿No miras sangriento el cielo
que todo sobre mí viene?
¿Dónde estar seguro puedo,
si airado el cielo se muestra?
Divina cruz, yo os prometo
y os hago solemne voto,
con cuantas cláusulas puedo,
de en cualquier parte que os vea,
las rodillas por el suelo,
rezar un Ave María. (Vanse, llevándole, y dejan la
escalera).
JULIA (En la ventana). Turbada y confusa quedo.
¿Aquestas fueron, ingrato,
las firmezas? ¿Estos fueron
los extremos de tu amor?
¿O son de mi amor extremos?
Hasta vencerme a tu gusto,
con amenazas, con ruegos,
aquí amante, allí tirano,
porfiaste; pero luego
que de tu gusto y mi pena
pudiste llamarte dueño,
antes de vencerme huiste.
¿Quién, sino tú, venció huyendo?
¡Muerta soy, cielos piadosos!
¿Por qué introdujo venenos
Naturaleza, si había,
para dar muerte, desprecios?
Ellos me quitan la vida,
pues que con nuevo tormento
lo que me desprecia busco.
¿Quién vio tan dudoso efecto
de amor? Cuando me rogaba
con mil lágrimas Eusebio,
le dejaba; pero agora,
porque él me deja, le ruego.
Tales somos las mujeres,
que, contra nuestros deseos,
aun no queremos dar gusto
con lo mismo que queremos.
Ninguno nos quiera bien
si pretende alcanzar premio,
que queridas despreciamos
y aborrecidas queremos.
No siento que no me quiera,
sólo que me deje siento.
Por aquí cayó; tras él
me arrojaré. Mas ¿qué es esto?
¿Esta no es escala? Sí.
¡Qué terrible pensamiento!
Detente, imaginación,
no me despeñes, que creo
que, si llego a consentir,
a hacer el delito llego.
¿No saltó Eusebio por mí
las paredes del convento?
¿No me holgué de verle yo
en tantos peligros puesto
por mi causa? Pues ¿qué dudo?
¿Qué me acobardo? ¿Qué temo?
Lo mismo haré yo en salir
que él en entrar: si es lo mesmo
también se holgará de verme
por su causa en tales riesgos.
Ya, por haber consentido,
la misma culpa merezco;
pues si es tan grande el pecado,
¿por qué el gusto ha de ser menos?
Si consentí y me dejó
Dios de su mano, ¿no puedo
de una culpa que es tan grande
tener perdón? Pues ¿qué espero? (Baja por la escala).
Al mundo, al honor, a Dios,
hallo perdido el respeto,
cuando a ceguedad tan grande
vendados los ojos vuelvo.
Demonio soy que ha caído
despeñado desde el cielo,
pues sin tener esperanza
de subir, no me arrepiento.
Ya estoy fuera de sagrado
y de la noche el silencio
con su oscuridad me tiene
cubierta de horror y miedo.
Tan deslumbrada camino,
que en las tinieblas tropiezo
y aun no caigo en mi pecado.
¿Dónde voy? ¿Qué hago? ¿Qué intento?
Con la muda confusión
de tantos horrores, temo
que se me altera la sangre,
que se me eriza el cabello.
Turbada la fantasía,
en el aire forman cuerpos
y sentencias contra mí
pronuncia la voz del eco.
El delito, que antes era
quien me animaba soberbio,
es quien me acobarda ahora.
Apenas las plantas puedo
mover, que el mismo temor
grillos a mis pies ha puesto.
Sobre mis hombros parece
que carga un prolijo peso
que me oprime y toda yo
estoy cubierta de hielo.
No quiero pasar de aquí,
quiero volverme al convento,
donde de aqueste pecado
alcance perdón, pues creo
de la clemencia divina
que no hay luces en el cielo,
que no hay en el mar arenas,
no hay átomos en el viento,
que sumados todos juntos
no sean número pequeño
de los pecados que sabe
Dios perdonar. Pasos siento.
A esta parte me retiro
en tanto que pasan; luego
subiré sin que me vean.
(Salen RICARDO y CELIO).
RICARDO Con el espanto de Eusebio,
aquí se quedó la escala,
y agora por ella vuelvo,
no aclare el día y la vean
a esta pared. (Vuélvense a entrar los dos con la
escala).
JULIA Ya se fueron;
agora podré subir
sin que me sientan. ¿Qué es esto?
¿No es aquesta la pared
de la escala? Pero creo
que hacia esotra parte está.
Ni aquí tampoco está. ¡Cielos!
¿Cómo he de subir sin ella?
Mas ya mi desdicha entiendo:
desta suerte me negáis
la entrada vuestra, pues creo
que cuando quiero subir
arrepentida, no puedo.
Pues si ya me habéis negado
vuestra clemencia, mis hechos
de mujer desesperada
darán asombros al cielo,
darán espantos al mundo,
admiración a los tiempos,
horror al mismo pecado
y terror al mismo infierno.

La devoción de la Cruz
Pedro Calderón de la Barca

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander
Central Hispano 1999-2000



La devoción de la Cruz
Pedro Calderón de la Barca




Jornada tercera


Monte.
(Sale GIL con muchas cruces y una muy grande al pecho).
GIL Por leña a este monte voy,
que Menga me lo ha mandado,
y para ir seguro he hallado
una brava invención hoy.
De la cruz dicen que es
devoto Eusebio, y así,
he salido armado aquí
de la cabeza a los pies.
Dicho y hecho. ¡El es, pardiez!;
no topo, lleno de miedo,
donde estar seguro puedo;
sin alma quedo. Esta vez
no me ha visto; yo quisiera
esconderme hacia este lado
mientras pasa; yo he tomado
por guarda una cambronera
para esconderme. ¡No es nada!
Tanta púa es la más chica.
¡Pléguete, Cristo!, más pica
que perder una trocada,
más que sentir un desprecio
de una dama Fierabrás,
que a todos admite, y más
que tener celos de un necio.
(Sale EUSEBIO).
EUSEBIO No sé adónde podré ir;
larga vida un triste tiene,
que nunca la muerte viene
a quien le cansa el vivir.
Julia, yo me vi en tus brazos
cuando tan dichoso era,
que de tus brazos pudiera
hacer amor nuevos lazos.
Sin gozar al fin dejé
la gloria que no tenía;
mas no fue la causa mía,
causa más secreta fue,
pues teniendo mi albedrío,
superior efecto ha hecho
que yo respete en tu pecho
la cruz que tengo en el mío.
Y pues con ella los dos,
¡ay, Julia!, habemos nacido,
secreto misterio ha sido
que lo entiende sólo Dios.
GIL (Aparte). Mucho pica, ya no puedo
más sufrillo.
EUSEBIO Entre estos ramos
hay gente. ¿Quién va?
GIL (Aparte). Aquí
echamos
a perder todo el enredo.
EUSEBIO (Aparte). Un hombre a un árbol atado
y una cruz al cuello tiene;
cumplir mi voto conviene
en el suelo arrodillado.
GIL ¿A quién, Eusebio, enderezas
la oración o de qué tratas?
Si me adoras, ¿qué me atas?;
si me atas, ¿qué me rezas?
EUSEBIO ¿Quién es?
GIL ¿A Gil no conoces?
Desde que con el recado
aquí me dejaste atado,
no han aprovechado voces
para que alguien (¡qué rigor!)
me llegase a desatar.
EUSEBIO Pues no es aquéste el lugar
donde te dejé.
GIL Señor,
es verdad; mas yo, que vi
que nadie llegaba, he andado
de árbol en árbol atado
hasta haber llegado aquí.
Aquésta la causa fue
de suceso tan extraño.
EUSEBIO Este es simple, y de mi daño
cualquier suceso sabré. (Desátale).
Gil, yo te tengo afición
desde que otra vez hablamos,
y así quiero que seamos
amigos.
GIL Tiene razón,
y quisiera, pues nos vemos
tan amigos, no ir allá,
sino andarme por acá,
pues aquí todos seremos
buñoleros, que diz que es
holgada vida, y no andar
todo el año a trabajar.
EUSEBIO Quédate conmigo, pues.
(Salen RICARDO y BANDOLEROS y traen a JULIA, vestida de
hombre y cubierto el rostro).
RICARDO En lo bajo del camino
que esta montaña atraviesa,
ahora hicimos una presa
que, según es, imagino
que te dé gusto.
EUSEBIO Está bien;
luego della trataremos.
Sabe agora que tenemos
un nuevo soldado.
RICARDO ¿Quién?
GIL Gil. ¿No me ve?
EUSEBIO Este villano,
aunque le veis inocente,
conoce notablemente
desta tierra monte y llano,
y en él será nuestra guía;
fuera desto, al campo irá
del enemigo y será
en él mi perdida espía.
Arcabuz le podéis dar
y un vestido.
CELIO Ya está aquí.
GIL (Aparte). Tengan lástima de mí,
que me quedo a bandolear.
EUSEBIO ¿Quién es ese gentilhombre
que el rostro encubre?
RICARDO No ha sido
posible que haya querido
decir la patria y el nombre,
porque al capitán no más
dice que lo ha de decir.
RICARDO Bien te puedes descubrir,
pues ya en mi presencia estás.
JULIA ¿Sois el capitán?
EUSEBIO Sí.
JULIA (Aparte). ¡Ay, Dios!
EUSEBIO Dime quién eres y a qué
viniste.
JULIA Yo lo diré
estando solos los dos.
EUSEBIO Retiraos todos un poco. (Vanse).
Ya estás a solas conmigo;
sólo árboles y flores
pueden ser mudos testigos
de tus voces; quita el velo
con que cubierto has traído
el rostro. Dime, ¿quién eres?
¿Dónde vas? ¿Qué has pretendido?
Habla.
JULIA (Saca la espada). Por que de una vez
sepas a lo que he venido
y quién soy, saca la espada,
pues desta manera digo
que soy quien viene a matarte.
EUSEBIO Con la defensa resisto
tu osadía y mi temor,
porque mayor había sido
de la acción que de la voz.
JULIA Riñe, cobarde, conmigo
y verás que con tu muerte
vida y confusión te quito.
EUSEBIO Yo, por defenderme más
que por ofenderte, riño,
que ya tu vida me importa,
pues si en este desafío
te mato, no sé por qué,
y si me matas, lo mismo.
Descúbrete agora, pues,
si te agrada.
JULIA Bien has dicho,
porque en venganzas de honor,
si no es que conste el castigo
al que fue ofensor, no queda
satisfecho el ofendido. (Descúbrese).
¿Conócesme? ¿Qué te espantas?
¡Qué me miras?
EUSEBIO Que rendido
a la verdad y a la duda
en confusos desvaríos,
me espanto de lo que veo,
me asombro de lo que miro.
JULIA Ya me has visto.
EUSEBIO Sí, y de verte
mi confusión ha crecido
tanto, que si antes de agora
alterados mis sentidos
desearon verte, ya
desengañados, lo mismo
que dieran antes por verte
dieran por no haberte visto.
¿Tú, Julia, tú en este monte?
¿Tú con profano vestido,
dos veces violento en ti?
¿Cómo sola aquí has venido?
¿Qué es esto?
JULIA Desprecios tuyos
son y desengaños míos.
Y por que veas que es flecha
disparada, ardiente tiro,
veloz rayo, una mujer
que corre tras su apetito,
no sólo me han dado gusto
los pecados cometidos
hasta agora, mas también
me lo dan si los repito.
Salí del convento, fui
al monte, y porque me dijo
un pastor que mal guiada
iba por aquel camino,
neciamente temerosa,
por evitar mi peligro,
le aseguré y le di muerte,
siendo instrumento un cuchillo
que en la petrina traía.
Con éste, que fue ministro
de la muerte, a un caminante
que cortésmente previno
en las ancas del caballo
a tanto cansancio alivio,
a la vista de una aldea,
porque entrar en ella quiso,
huyendo al poblado paga
con la muerte el beneficio.
Tres días fueron y tres noches
los que aquel desierto me hizo
mesa de silvestres plantas,
lecho de peñascos fríos.
Llegué a una pobre cabaña,
a cuyo techo pajizo
juzgué pabellón dorado
en la paz de mis sentidos
Liberal huéspeda fue
una serrana conmigo,
compitiendo en los deseos
con el pastor su marido.
A la hambre y al cansancio
dejé en su albergue vendidos
con buena mesa; aunque pobre,
manjar; aunque humilde, limpio.
Pero al despedirme dellos,
habiendo antes prevenido
que al buscarme no pudiesen
decir: «Nosotros la vimos»;
al cortés pastor, que al monte
salió a enseñarme el camino,
maté, y entré donde luego
hago en su mujer lo mismo.
Mas considerando entonces
que en este vestido mío
mi pesquisidor llevaba,
mudármele determino.
Al fin, pues, por varios casos,
con las armas y el vestido
de un cazador, cuyo sueño,
no imagen, trasunto vivo,
fue de la muerte, llegué
aquí, venciendo peligros,
despreciando inconvenientes
y atropellando designios.
EUSEBIO Con tanto asombro te escucho,
con tanto temor te miro,
que eres al oído encanto
si a la vista basilisco.
Julia, yo no te desprecio;
pero temo los peligros
con que el cielo me amenaza,
y por eso me retiro.
Vuélvete tú a tu convento,
que yo temeroso vivo
de esa cruz tanto, que huyo
de ti. Mas, ¿qué es este ruido?
(Salen los BANDOLEROS).
RICARDO Prevén, señor, la defensa,
que, apartados del camino,
al monte Curcio y su gente
en busca tuya han salido.
De todas esas aldeas
tanto el número ha crecido,
que han venido contra ti
viejos, mujeres y niños,
diciendo que han de vengar
en tu sangre la de un hijo
muerto a tus manos, y juran
de llevarte por castigo
o por venganza de tantos
preso a Sena, muerto o vivo.
EUSEBIO Julia, después hablaremos.
Cubre el rostro y ven conmigo,
que no es bien que en poder quedes
de tu padre, tu enemigo.
Soldados, éste es el día
de mostrar aliento y brío.
Por que ninguno desmaye,
considere que atrevidos
vienen a darnos la muerte
o a prendernos, que es lo mismo,
y si no, en pública cárcel
de desdichas perseguidos
y sin honras nos veremos;
pues si esto hemos conocido,
por la vida y por la honra,
¿quién temió el mayor peligro?
No piensen que los tememos,
salgamos a recibirlos,
que siempre está la fortuna
de parte del atrevido.
RICARDO No hay que salir, que ya llegan
a nosotros.
EUSEBIO Preveníos,
y ninguno sea cobarde,
que, ¡vive el cielo!, si miro
huir alguno o retirarse,
que he de ensangrentar los filos
de aqueste acero en su pecho
primero que en mi enemigo.
CURCIO (Dentro). En lo encubierto del monte
el traidor Eusebio he visto
y para inútil defensa
hace murallas sus riscos.
OTRO (Dentro). Ya entre las espesas ramas
desde aquí los descubrimos.
JULIA ¡A ellos!
EUSEBIO Esperad, villanos,
que, ¡vive Dios!, que teñidos
con vuestra sangre los campos
han de ser ondosos ríos.
RICARDO De los cobardes villanos
es el número excesivo.
CURCIO (Dentro). ¿Adónde, Eusebio, te escondes?
EUSEBIO No escondo, que ya te sigo.
Otro lado del monte. Una cruz de piedra.
(Ruido dentro y sale JULIA).
JULIA Del monte que yo he buscado
apenas las yerbas piso,
cuando horribles voces oigo,
marciales campanas miro.
De la pólvora los ecos
y del acero los filos,
unos ofenden la vista
y otros turban el oído.
Mas ¿qué es aquello que veo?
Desbaratado y vencido
todo el escuadrón de Eusebio
le deja ya el enemigo.
Quiero volver a juntar
toda la gente que ha habido
de Eusebio y volver a darles
favor, que si los animo,
seré en su defensa asombro
del mundo, seré cuchillo
de la parca, estrago fiero
de sus vidas, vengativo
espanto de los futuros
y admiración destos siglos.
(Vase y sale GIL de bandolero).
GIL Por estar seguro, apenas
fui bandolero novicio,
cuando por ser bandolero
me veo en tanto peligro.
Cuando yo era labrador
eran ellos los vencidos,
y hoy, porque soy de la carda,
va sucediendo lo mismo.
Sin ser avariento traigo
la desventura conmigo,
pues tan desgraciado soy,
que mil veces imagino
que, a ser yo judío, fueran
desgraciados los judíos.
(Salen MENGA y BLAS y otros VILLANOS).
MENGA ¡A ellos, que van huyendo!
BLAS No ha de quedar uno vivo
tan solamente.
MENGA Hacia aquí
uno de ellos se ha escondido.
BLAS Muera este ladrón.
GIL Mirad,
que soy yo.
MENGA Ya nos ha dicho
el traje que es bandolero.
GIL El traje les ha mentido
como muy grande bellaco.
MENGA Dale tú.
BLAS Pégale, digo.
GIL Bien dado estoy y pegado.
Advertid...
MENGA No hay que advertirnos.
Bandolero sois.
GIL Mirad,
que soy Gil, votado a Cristo.
MENGA ¿Pues no hablaras antes, Gil?
BLAS Pues, Gil, ¿no lo hubieras dicho?
GIL ¿Qué más antes, si el yo soy
os dije desde un principio?
MENGA ¿Qué haces aquí?
GIL ¿No lo ves?
Ofendo a Dios en el quinto:
mato solo más que juntos
un médico y un estío.
MENGA ¿Qué traje es éste?
GIL Es el diablo.
Maté a uno y su vestido
me puse.
MENGA ¿Pues cómo, di,
no está de sangre teñido
si le mataste?
GIL Eso es fácil:
murió de miedo; ésta ha sido
la causa.
MENGA Ven con nosotros,
que victoriosos seguimos
los bandoleros, que agora
cobardes nos han huido.
GIL No más vestido, aunque vaya
titiritando de frío.
(Vanse y sale EUSEBIO y CURCIO, peleando).
CURCIO Ya estamos solos los dos,
gracias al cielo, que quiso
dar la venganza a mi mano
hoy, sin haber remitido
a las ajenas mi agravio
ni tu muerte ajenos filos.
EUSEBIO No ha sido en esta ocasión
airado el cielo conmigo,
Curcio, en haberte encontrado,
porque si tu pecho vino
ofendido, volverá
castigado y ofendido.
Aunque no sé qué respeto
has puesto en mí, que he temido
más tu enojo que tu acero,
y aunque pudieran tus bríos
darme temor, sólo temo
cuando aquesas canas miro,
que me hacen cobarde.
CURCIO Eusebio,
yo confieso que has podido
templar en mí de la ira
con que agraviado te miro
gran parte; pero no quiero
que pienses inadvertido
que te dan temor mis canas
cuando puede el valor mío.
Vuelve a reñir, que una estrella
o algún favorable signo
no es bastante a que yo pierda
la venganza que consigo
vuelve a reñir.
EUSEBIO ¿Yo temor?
Neciamente has presumido
que es temor lo que es respeto,
aunque, si verdad te digo,
la victoria que deseo
es, a tus plantas rendido,
pedirte perdón, y a ellas
pongo la espada que ha sido
temor de tantos.
CURCIO Eusebio,
no has de pensar que me animo
a matarte con ventaja,
Esta es mi espada. (Ap. Así quito la ocasión de darle
muerte).
Ven a los brazos conmigo.
(Abrázanse y luchan).
EUSEBIO No sé qué efecto has hecho
en mí, que el corazón dentro del pecho,
a pesar de venganzas y de enojos,
en lágrimas se asoma por los ojos,
y en confusión tan fuerte,
quisiera, por vengarte, darme muerte.
Véngate en mí: rendida
a tus plantas, señor, está mi vida.
CURCIO El acero de un noble, aunque ofendido,
no se mancha en la sangre de un rendido;
que quita grande parte de la gloria
el que con sangre borra la victoria.
VOCES (Dentro). Hacia aquí están.
CURCIO Mi gente victoriosa
viene a buscarme, cuando temerosa
la tuya vuelve huyendo.
Darte vida pretendo;
escóndete, que en vano
defenderé el enojo vengativo
de un escuadrón villano;
y, solo tú, imposible es quedar vivo.
EUSEBIO Yo, Curcio, nunca huyo
de otro poder, aunque he temido el tuyo.
Que si mi mano aquesta espada cobra,
verás cuánto valor en ti me falta,
que en tu gente me sobra.
(Salen todos).
OCTAVIO Desde el más hondo valle a la más alta
cumbre de aqueste monte, no ha quedado
alguno vivo; sólo se ha escapado
Eusebio, porque huyendo aquesta tarde...
EUSEBIO Mientes, que Eusebio nunca fue cobarde.
TODOS ¿Aquí está Eusebio? ¡Muera!
EUSEBIO ¡Llegad, villanos!
CURCIO ¡Tente, Octavio,
espera!
OCTAVIO ¿Pues tú, señor, que habías
de animarnos, agora desconfías?
BLAS ¿Un hombre amparas que en tu sangre y honra
introdujo el acero y la deshonra?
GIL ¿A un hombre que, atrevido,
toda aquesta montaña ha destruido?
A quien en el aldea no ha dejado
melón doncella a que él no haya catado
y a quien tantos ha muerto,
¿cómo así lo defiendes?
OCTAVIO ¿Qué es, señor, lo que dices? ¿Qué pretendes?
CURCIO Esperad, escuchad (¡triste suceso!);
¿cuánto es mejor que a Sena vaya preso?
Date a prisión, Eusebio; que prometo,
y como noble juro, de ampararte,
siendo abogado tuyo, aunque soy parte.
EUSEBIO Como a Curcio no más, yo me rindiera;
mas como a juez, no puedo;
porque aquél es respeto, y esto es miedo.
OCTAVIO ¡Muera Eusebio!
CURCIO Advertid...
OCTAVIO
Pues qué, ¿tú quieres
defenderle? ¿A la patria traidor eres?
CURCIO ¿Yo traidor? Pues me agravian desta suerte,
perdona, Eusebio, porque yo el primero
tengo de ser en darte triste muerte.
EUSEBIO Quítate de delante,
señor, por que tu vista no me espante,
que viéndote, no dudo
que te tenga tu gente por escudo.
(Vanse peleando adentro).
CURCIO Apretándole van. ¡Oh, quién pudiera
darte agora la vida,
Eusebio, aunque la suya misma diera!
En el monte se ha entrado,
por mil partes herido;
retirándose, baja despeñado
al valle. Voy volando,
que aquella sangre fría
que con tímida voz me está llamando,
algo tiene de mía;
que sangre que no fuera
propia, no me llamara ni la oyera.
(Vase CURCIO y baja despeñado EUSEBIO).
EUSEBIO Cuando de la vida incierto
me despeña la más alta
cumbre, veo que me falta
tierra donde caiga muerto;
pero si mi culpa advierto,
al alma reconocida,
no el ver la vida perdida
la atormenta, sino el ver
cómo ha de satisfacer
tantas culpas una vida.
Ya me vuelve a perseguir
este escuadrón vengativo,
pues no puedo quedar vivo,
he de matar o morir,
aunque mejor será ir
donde al cielo perdón pida;
pero mis pasos impida
la cruz, por que desta suerte
ellos me den breve muerte
y ella me dé eterna vida.
Arbol donde el cielo quiso
dar el fruto verdadero
contra el bocado primero,
flor del nuevo paraíso,
arco de luz cuyo aviso
en piélago más profundo
la paz publicó del mundo;
planta hermosa, fértil vid,
arpa del nuevo David,
tabla de Moisés segundo:
pecador soy, tus favores
pido por justicia yo,
pues Dios en ti padeció
sólo por los pecadores.
A mí me debes tus loores,
que por mí sólo muriera
Dios si más mundo no hubiera;
luego eres tú cruz por mí,
que Dios no muriera en ti
si yo pecador no fuera.
Mi natural devoción
siempre os pidió con fe tanta
no permitieseis, cruz santa,
muriese sin confesión.
No seré el primer ladrón
que en vos se confiese a Dios.
Y pues que ya somos dos
y yo no lo he de negar,
tampoco me ha de faltar
redención que se obró en vos.
Lisardo, cuando en mis brazos
pude ofendido matarte,
lugar di de confesarte,
antes que en tan breves plazos
se desatasen los lazos
mortales. Y agora advierto
en aquel viejo, aunque muerto:
piedad de los dos aguardo.
¡Mira que muero, Lisardo;
mira que te llamo, Alberto!
(Sale CURCIO).
CURCIO Hacia aquesta parte está.
EUSEBIO Si es que venís a matarme,
muy poco haréis en quitarme
vida que no tengo ya.
CURCIO ¿Qué bronce no ablandará
tanta sangre derramada?
Eusebio, rinde la espada.
EUSEBIO ¿A quién?
CURCIO A Curcio.
EUSEBIO Esta es.
(Dásela).
Y yo también a tus pies
de aquella ofensa pasada
te pido perdón. No puedo
hablar más, porque una herida
quita el aliento a la vida,
cubriendo de horror y miedo
al alma.
CURCIO Confuso quedo.
¿Será en ella de provecho
remedio humano?
EUSEBIO Sospecho
que la mejor medicina
para el alma es la divina.
CURCIO ¿Dónde es la herida,
EUSEBIO En el pecho.
CURCIO Déjame poner en ella
la mano, a ver si resiste
el aliento. ¡Ay de mí, triste!
(Registra la herida y ve la cruz).
¿Qué señal divina y bella
es esta que al conocella
toda el alma se turbó?
EUSEBIO Son las armas que me dio
esta cruz, a cuyo pie
nací, porque más no sé
de mi nacimiento yo.
Mi padre, a quien no señalo,
aun la cuna me negó,
que sin duda imaginó
que había de ser tan malo.
Aquí nací.
CURCIO Y aquí igualo
el dolor con el contento,
con el gusto el sentimiento,
efectos de un hado impío
y agradable. ¡Ay, hijo mío!,
pena y gloria en verte siento.
Tú eres, Eusebio, mi hijo,
si tantas señas advierto,
que para llorarte muerto
ya justamente me aflijo.
De tus razones colijo
lo que el alma adivinó.
Tu madre aquí te dejó,
en el lugar que te he hallado;
donde cometí el pecado
el cielo me castigó.
Ya aqueste lugar previene
información de mi error;
pero, ¿cuál seña es mayor
que aquesta cruz, que conviene
con otra que Julia tiene?
Que no sin misterio el cielo
os señaló por que al suelo
fuerais prodigio los dos.
EUSEBIO No puedo hablar, padre, ¡adiós!,
porque ya de un mortal velo
se cubre el cuerpo y la muerte
niega, pasando veloz,
para responderte voz,
vida para conocerte
y alma para obedecer.
Ya llega el golpe más fuerte,
ya llega el trance más cierto.
¡Alberto!
CURCIO ¡Que llore muerto
a quien aborrecí vivo!...
EUSEBIO ¡Ven, Alberto!
CURCIO ¡Oh, trance esquivo!
¡Guerra injusta!
EUSEBIO ¡Alberto! ¡Alberto!
(Muere).
CURCIO Ya el golpe más violento
rindió el último aliento;
paguen mis blancas canas
tanto dolor.
(Tírase de las barbas y sale BLAS).
BLAS Ya son tus quejas vanas.
¿Cuándo puso inconstante la fortuna
en tu valor extremos?
CURCIO En ninguna
llegó el rigor a tanto.
Abranse mis enojos
este monte con llanto,
puesto que es fuego el llanto de mis ojos.
¡Oh triste estrella! ¡Oh rigurosa suerte!
¡Oh atrevido dolor!
(Sale OCTAVIO).
OCTAVIO Hoy, Curcio,
advierte
la fortuna en los males de tu estado,
cuantos puede sufrir un desdichado.
El cielo sabe cuánto hablarte siento.
CURCIO ¿Qué ha sido?
OCTAVIO Julia falta del convento.
CURCIO El mismo pensamiento, di, ¿pudiera
con el discurso hallar pena tan fiera,
que es mi desdicha airada,
sucedida, mayor que imaginada?
Este cadáver frío,
este que ves, Octavio, es hijo mío;
mira si basta en confusión tan fuerte,
cualquiera pena déstas, a una muerte.
Dadme paciencia, cielos,
o quitadme la vida,
agora perseguida
de tormentos tan fieros.
(Salen GIL y VILLANOS).
GIL ¡Señor!
CURCIO ¿Hay más dolor?
GIL Los
bandoleros,
que huyeron, castigados,
en busca tuya vuelven, animados
de un demonio de hombre,
que encubre dellos mismos rostro y nombre.
CURCIO Agora que mis penas fueron tales,
que son lisonjas los mayores males.
El cuerpo se retire lastimoso
de Eusebio, en tanto que un sepulcro honroso,
vuelto en cenizas, ve mi desventura.
TIRSO ¿Pues cómo piensas darle sepultura
tú en un lugar sagrado
a un hombre que murió descomulgado?
BLAS Quien desta suerte ha muerto,
digno sepulcro sea este desierto.
CURCIO ¡Oh, villana venganza!
¿Tanto poder en ti la ofensa alcanza,
que pasas desta suerte
los últimos umbrales de la muerte? (Vase CURCIO
llorando).
BLAS Sea, en penas tan graves,
su sepulcro las fieras y las aves.
OTRO Del monte despeñado
caiga por más rigor despedazado.
TIRSO Mejor es darle agora
rústica sepultura entre estos ramos.
(Colocan entre las ramas el cuerpo de EUSEBIO).
Pues ya la noche baja,
envuelta en esa lóbrega mortaja,
aquí en el monte, Gil, con él te queda,
por que sola tu voz avisar pueda,
si algunas gentes vienen
de las que huyeron. (Vanse).
GIL ¡Linda flema tienen!
A Eusebio han enterrado
allí y a mí aquí solo me han dejado.
Señor Eusebio, acuérdese, le digo,
que un tiempo fui su amigo.
¿Mas qué es esto? O me engaña mi deseo
o mil personas a esta parte veo.
(Sale ALBERTO).
ALBERTO Viniendo agora de Roma,
con la muda suspensión
de la noche, en este monte
perdido otra vez estoy.
Aquesta es la parte adonde
la vida Eusebio me dio,
y de sus soldados temo,
que en grande peligro estoy.
EUSEBIO ¡Alberto!
ALBERTO ¿Qué aliento es éste
de una temerosa voz
que repitiendo mi nombre
en mis oídos sonó?
EUSEBIO ¡Alberto!
ALBERTO Otra vez pronuncia
mi nombre, y me pareció
que es a esta parte; yo quiero
ir llegando.
GIL ¡Santo Dios!
Eusebio es, y ya es mi miedo
de los miedos el mayor.
EUSEBIO ¡Alberto!
ALBERTO Más cerca suena.
Voz que discurres veloz
el viento y mi nombre dice,
¿quién eres?
EUSEBIO Eusebio soy;
llega, Alberto, hacia esta parte,
adonde enterrado estoy;
llega y levanta estos ramos.
No temas.
ALBERTO (Descúbrele). No temo yo.
GIL Yo, sí.
ALBERTO Ya estás descubierto.
Dime, de parte de Dios,
¿qué me quieres?
EUSEBIO De su parte,
mi fe, Alberto, te llamó
para que antes de morir
me oyeses de confesión.
Rato ha que hubiera muerto;
pero libre se quedó
del espíritu el cadáver,
que de la muerte el feroz
golpe le privó del uso,
pero no le dividió. (Levántase).
Ven adonde mis pecados
confiese, Alberto, que son
más que del mar las arenas
y los átomos del sol.
¡Tanto con el cielo puede
de la cruz la devoción!
ALBERTO Pues yo cuantas penitencias
hice hasta agora te doy,
para que en tu culpa sirvan
de alguna satisfacción.
(Vanse y salen por otra parte JULIA y BANDOLEROS).
GIL ¡Por Dios, que va por su pie!
Y para verlo mejor,
el sol descubre sus rayos.
A decirlo a todos voy.
JULIA Agora que descuidados
la victoria los dejó
entre los brazos del sueño,
nos dan bastante ocasión.
OCTAVIO Si has de salirles al paso
por esta parte es mejor,
que ellos vienen por aquí.
(Salen todos y CURCIO).
CURCIO Sin duda que inmortal soy
en los males que me matan,
pues no me ha muerto el dolor.
GIL A todas partes hay gente;
sepan todos de mi voz
el más admirable caso
que jamás el mundo vio.
De donde enterrado estaba
Eusebio se levantó,
llamando a un clérigo a voces.
Mas ¿para qué os cuento yo
lo que todos podéis ver?
Mirad con la devoción
que está puesto de rodillas.
(Descúbrese a EUSEBIO de rodillas y ALBERTO
confesándole).
CURCIO ¡Mi hijo es! Divino Dios,
¿qué maravillas son éstas?
JULIA¿Quién vio prodigio mayor?
CURCIO Así como el santo anciano
hizo de la absolución
la forma, segunda vez
muerto a sus plantas cayó.
(Acércase ALBERTO).
ALBERTO Entre sus grandezas tantas,
sepa el mundo la mayor
maravilla de las suyas,
porque la ensalce mi voz.
Eusebio, después de muerto,
el cielo depositó
su espíritu en su cadáver
hasta que se confesó,
que tanto con Dios alcanza
de la cruz la devoción.
CURCIO ¡Ay, hijo del alma mía!
No fue desdichado, no,
quien en su trágica muerte
tantas glorias mereció.
Así Julia conociera
sus culpas.
JULIA ¡Válgame Dios!
¿Qué es lo que estoy escuchando?
¿Qué prodigio es éste? ¿Yo
soy la que a Eusebio pretende
y hermana de Eusebio soy?
Pues sepan Curcio y el mundo
y sepan ya todos hoy
mis graves culpas: yo misma,
asombrada de mi error,
daré voces; sepan todos
cuantos hoy viven que yo
soy Julia, en número infame
de las malas la peor.
Mas ya que ha sido común
mi pecado, desde hoy
lo será mi penitencia;
y pidiéndole perdón
al mundo del mal ejemplo,
de la mala vida a Dios.
CURCIO ¡Oh asombro de las maldades!
Con mis propias manos hoy
te mataré, por que sea
tu vida y tu muerte atroz.
JULIA Valedme vos, cruz divina,
que yo mi palabra os doy
de volverme a mi convento
y hacer nueva vida. ¡Adiós!
ALBERTO ¡Gran milagro!
CURCIO Y con el fin
de tan grande admiración,
«La devoción de la cruz»
da felice fin su autor.
(Vase JULIA a lo alto, asida de la cruz que está en el
sepulcro de EUSEBIO).

La devoción de la Cruz
Pedro Calderón de la Barca

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CALDERON-La devoción de la Cruz