AGUSTÍN-SOLILOQUIOS 1020

CAPÍTULO XII: CÓMO TODOS LOS DESEOS Y PASIONES DEBEN ORDENARSE AL SUMO BIEN


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20. Pero te pregunto: ¿por qué quieres que vivan o permanezcan contigo tus amigos, a quienes amas?

A.- Para buscar en amistosa concordia el conocimiento de Dios y del alma. De este modo, los primeros en llegar a la verdad pueden comunicarla sin trabajo a los otros.

R.- ¿Y si ellos no quieren dedicarse a estas ocupaciones?

A.- Les moveré con razones a dedicarse.

R.- ¿Y si no puedes lograr tu deseo, sea porque creen que ya lo hallaron, sea porque tienen por imposible su hallazgo, o porque andan con otras preocupaciones y cuidados?

A.- Entonces viviré con ellos y ellos conmigo, según podamos.

R.- ¿Y si te distraen de la indagación de la verdad con su presencia? Si no logras cambiarlos, ¿no trabajarás y preferirás estar sin ellos que con ellos de esa manera?

A.- Ciertamente.

R.- Luego no quieres su vida y compañía por sí misma, sino como medio de alcanzar con ellos la verdad.

A.- Lo mismo pienso yo.

R.- Y si tuvieras certeza de que tu misma vida era un obstáculo al alcance de la sabiduría, ¿querrías prolongarla?

A.- Antes bien, querría desprenderme de ella.

R.- Y si te convencieran de que tanto abandonando el cuerpo como viviendo con él, se puede llegar al ideal de la sabiduría, ¿procurarías disfrutar de lo que anhelas aquí o en el más allá?

A.- Me tendría sin cuidado, con tal de saber que ningún mal puede sobrevenirme, haciéndome retroceder en el progreso que tengo hecho.

R.- Luego ahora temes la muerte, porque no te venga mayor daño que te impida el conocimiento de Dios.

A.- No sólo temo que se me arrebate lo ganado, sino que se me cierre el acceso a nuevos hallazgos a que aspiro, si bien creo que nadie me arrebatará lo que ya poseo.

R.- Luego esta misma vida no la deseas por sí misma, sino como un medio para la sabiduría.

A.- Así es.


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21. R.- Resta ahora examinar el dolor corporal que tal vez te conturbe.

A.- No lo temo, sino porque me impide la investigación de la verdad. En efecto, estos días, acometido de un agudísimo dolor de dientes, sólo podía ocupar el pensamiento en cosas sabidas, impedido para dedicarme a la búsqueda de otras nuevas para las cuales era necesaria toda la atención de ánimo; no obstante eso, opinaba que si el fulgor de aquella Verdad se hubiera derramado en mi mente, no hubiera sentido el dolor o lo hubiera tolerado como poca cosa. Pero como ninguno he padecido hasta ahora tan fuerte, pensando en otros más agudos que pueden venir, me arrimo a Cornelio Celso, según el cual el sumo Bien es la sabiduría y el sumo mal el dolor del cuerpo. Y discurre él así: de dos partes estamos compuestos: de alma y cuerpo, y la mejor es el alma, y la más vil el cuerpo; y el sumo Bien es lo mejor de la porción excelente, y el sumo mal lo peor de la porción inferior; y es lo mejor en el alma la sabiduría y lo pésimo en el cuerpo el dolor. Conclúyese, pues, evidentemente que el sumo Bien lo constituye la sabiduría y el sumo mal los padecimientos corporales.

R.- Más tarde volveremos a este punto. Tal vez nos persuadirá de otra cosa la misma sabiduría que es nuestro ideal. No obstante, si demuestra esta verdad acerca del soberano Bien y del sumo mal, la abrazaremos sin titubeos.





CAPÍTULO XIII: CÓMO Y POR QUÉ GRADOS SE ESCALA A LA SABIDURÍA. EL AMOR VERDADERO


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22. Indagamos ahora cuánto amas la sabiduría, a la que deseas contemplar y abrazar sin ningún velo, tal como se ofrece sólo a sus muy raros y privilegiados amantes. Si amaras a una mujer hermosa y ella averiguase que tenías puesto el amor en otras cosas, fuera de su persona, con razón se te negaría; ¿crees que la hermosura castísima de la sabiduría se te mostrará si no es el objeto único de tu deseo?

A.- ¡Miserable de mí! ¿Por qué, pues, se me priva de su vista, prolongándose el tormento de mi deseo? Ya he demostrado que ningún otro amor me domina, porque lo que no se ama por sí mismo, no se ama. Yo amo sólo la sabiduría por sí misma, y las demás cosas deseo poseerlas o temo que me falten sólo por ella: la vida, el reposo, los amigos. ¿Y qué límite puede haber en el amor de aquella Hermosura, por la cual no sólo no envidio a los demás, sino deseo multiplicar a sus amadores que conmigo la pretendan, conmigo la busquen, conmigo la posean, conmigo la gocen, siendo para mí tanto más amigos cuanto más común nos sea nuestra amada?


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23. R.- Tales deben ser los aspirantes a la Sabiduría. A tales busca ella para su casta y limpia unión. Pero no es único el camino que allí conduce, pues cada cual, según su estado de salud y de fuerza, abraza aquel singular y verdadero bien. Ella es cierta luz inefable e incomprensible de las inteligencias. Que la luz ordinaria nos enseñe, en lo que puede, cómo es aquella. Hay ojos tan sanos y vigorosos que, después de abrirse, pueden mirar de hito en hito sin parpadear al mismo sol. Para éstos, la misma luz es salud, no necesitan magisterio, sino tan sólo alguna amonestación. Bástales creer, esperar y amar. Otros, al contrario, se deslumbran con la misma luz que desean contemplar tan ardientemente, y sin conseguir lo que quieren, muchas veces vuelven a la sombra con gusto. A éstos, aunque se mejoren, hasta considerarse sanos, es peligroso mostrarles lo que no pueden ver aún. Hay que ejercitarlos pues antes, su amor debe nutrirse con una conveniente dilación. Primero se les mostrarán objetos opacos, pero bañados con la luz, como un vestido, un muro, algo semejante. Han de pasar después a fijar la vista en cosas que brillan con mayor belleza no por sí mismas, sino con el reverbero solar, como el oro, la plata y cosas similares, cuyo reflejo no dañe a los ojos. Entonces, con moderación, se les podrá mostrar el fuego terreno, y sucesivamente los astros, la luna, el rosicler de la aurora y el cándido resplandor celeste. Habituándose cada cual más pronto o más tarde según su disposición a este orden de cosas en su integridad o parcialmente, podrá ya carearse con el mismo sol sin titubeo y con gran deleite. Así proceden algunos muy buenos maestros con los muy amantes de la sabiduría, capaces ya de ver, pero faltos de agudeza. La buena disciplina lleva a la sabiduría por grados, aunque llegar sin orden es de una inefable dicha. Mas hoy bastante hemos escrito, según creo; hay que mirar también por la salud





CAPÍTULO XIV: CÓMO LA SABIDURÍA CURA LOS OJOS DEL ALMA Y LOS DISPONE A LA VISIÓN


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24. A.- Y otro día dije: Manifiéstame, si puedes ya, ese orden. ¡Ea!, arrebátame por el camino que quieras, por las cosas que quieras, como quieras. Impérame acciones difíciles, arduas, pero realizables; que por ellas vaya seguro a donde deseo.

R.- Sólo una cosa puedo mandarte; no conozco otra: la fuga radical de las cosas sensibles. Esfuérzate con ahínco, durante esta vida terrena, por no enviscar las alas del espíritu; es necesario que estén íntegras y perfectas para volar de estas tinieblas a aquella luz que no se digna mostrarse a los encerrados en esta prisión a no ser tales que, desmoronada ésta, puedan gozar a su aire. Así, pues, cuando fueres tal que nada terreno re atraiga ni deleite, entonces mismo, en aquel momento, créeme, verás lo que deseas.

A.- ¡Ah! ¿Cuándo llegará ese momento?, dime. Pues opino que nunca alcanzaré una renuncia tan omnímoda sin ver antes aquello, a cuya luz todo se eclipse.


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25. R.- Discurriendo de ese modo, lo mismo podría decir el ojo corporal: "Dejaré de amar las sombras cuando viere el sol". Como si eso perteneciera al orden que indagamos, y no es así. Se complace en las sombras, porque no está sano; únicamente puede encararse con el sol el ojo sano. Y aquí se engaña mucho el alma, creyéndose sana sin estarlo, y por no admitírsela a la contemplación, cree que tiene derecho a lamentarse. Mas aquella divina Hermosura sabe cuándo se ha de mostrar, porque ejerce profesión de médico, y conoce bien quiénes son sanos, aun mejor que los mismos que se ponen en sus manos para curarse. A nosotros nos parece ver la altura de nuestra emersión; pero no nos es dado concebir ni sondear la profundidad de nuestra inmersión y la hondura a que habíamos llegado, y así, en comparación con más graves enfermedades, nos consideramos sanos. ¿Recuerdas la seguridad con que ayer decíamos que ninguna infección nos contagiaba y que sólo amábamos la sabiduría, supeditando lo demás a su logro? ¡Qué sórdido, feo, execrable y horrible te parecía el abrazo conyugal cuando discutíamos acerca de la servidumbre de la carne! Pero en la vela de la pasada noche, revolviendo los temas del examen anterior, sentiste, contra lo que presumías, cómo te cosquilleaba el apetito de imaginadas caricias femeninas y su amarga suavidad -mucho menos ciertamente de lo acostumbrado, pero también mucho más de lo que habías creído. Y así, aquel secretísimo Médico te ha hecho ver dos cosas: la enfermedad de que te ha librado con sus atenciones y cuánto resta para la curación.


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26. A.- ¡Silencio, por favor, silencio! ¿Por qué me atormentas, por qué ahondas tanto y hurgas en mis males? No resisto el llanto de mis ojos. No más promesas, ni presunción, ni examen acerca de tales cosas. Muy bien dices que el Médico, a cuya visión aspiro, sabrá cuándo estoy sano; cúmplase su voluntad y manifiéstese cuando le plazca; me entrego enteramente a su clemencia y cuidado. Ya tengo por cierto que a los dispuestos de ese modo no cesará de levantarlos. Nada diré de mi salud hasta que logre ver aquella Hermosura.

R.- Obra como dices, y cesen ya de correr tus lágrimas, y anímate. Mucho has llorado, y eso mismo agrava la enfermedad de tu pecho.

A.- ¿Cómo quieres que tenga término mi llanto, cuando no lo tiene mi miseria? ¿Me aconsejas que mire por la salud física, cuando soy víctima de esta peste? Mas te ruego -si algo puedes sobre mí- que intentes guiarme por algún atajo, aproximándome un poco a la luz que ya puedo resistir, si algo he adelantado, y así no tornarán los ojos a las tinieblas abandonadas, si pueden llamarse abandonadas, pues todavía halagan mi ceguera





CAPÍTULO XV: CONOCIMIENTO DEL ALMA Y CONFIANZA EN DIOS


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27. R.- Acabemos, si te place, este primer libro, para emprender en el segundo algún camino conducente a nuestro fin. Pues siendo tal tu estado de ánimo, no se ha de dejar el ejercicio moderado.

A.- No permitiré se acabe este libro si antes no me descubres algo de la proximidad de la luz a que aspiro.

R.- Tu Médico te complace, pues no sé qué vislumbre me invita y presiona para guiarte en tu deseo. Escucha, pues, atento.

A.- Llévame, te ruego; arrebátame adonde quieras.

R.- ¿Dices que quieres conocer a Dios y al alma?

A.- Tal es mi único anhelo.

R.- ¿Nada más deseas?

A.- Nada absolutamente.

R.- ¿Y no quieres comprender la verdad?

A.- ¡Como si pudiera conocer estas cosas sino por ella!

R.- Luego primero es conocer a la que nos guía al conocimiento de lo demás.

A.- No me opongo a ello.

R.- Veamos, pues, primeramente, si las dos palabras diferentes, lo "verdadero" y la "verdad", significan dos cosas o una sola.

A.- Parecen ser dos cosas. Porque una cosa es la castidad y otra el casto, y en este sentido se pueden multiplicar los ejemplos. También una cosa es la verdad y otra lo que se llama verdadero.

R.- ¿Y cuál de estas dos te parece más excelente?

A.- Sin duda, la verdad, porque no hace el casto a la castidad, sino la castidad al casto. Igualmente, todo lo verdadero lo es por la verdad.


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28. R.- Y dime: cuando acaba su vida un hombre casto, ¿piensas que acaba la castidad?

A.- De ningún modo.

R.- Luego tampoco, cuando muere algo verdadero, fenece la verdad.

A.- Pero ¿cómo lo verdadero puede morir? No lo entiendo.

R.- Me maravillo de tu pregunta. ¿No vemos perecer miles de cosas ante nuestros ojos? O tal vez piensas que este árbol es árbol, pero no verdadero, o que no puede morir? Pues aun sin dar crédito a los sentidos y respondiéndome que no sabes si es árbol, no me negarás que, si es árbol, es un árbol verdadero, porque no se juzga eso con los sentidos, sino con la inteligencia. Si es un árbol falso, no es árbol; si es árbol, necesariamente es verdadero árbol.

A.- Estoy de acuerdo.

R.- ¿Y qué respondes a esto? Los árboles, ¿pertenecen al género de cosas que nacen y fenecen?

A.- Tampoco puedo negarlo.

R.- Luego se deduce que cosas verdaderas pueden morir.

A.- No digo lo contrario.

R.- ¿Y no crees que, aun feneciendo cosas verdaderas, no fenece la verdad, como con la muerte del casto no muere la castidad?

A.- Todo te lo concedo; pero me intriga saber adónde quieres llevarme por aquí.

R.- Sigue escuchando.

A.- Atento estoy.


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29. R.- ¿Aceptas por verdadero aquel dicho: "Todo lo que existe, en alguna parte debe existir"?

A.- No hallo nada que oponer a él.

R.- ¿Confiesas, pues, que existe la verdad?

A.- Sí.

R.- Luego indaguemos dónde se halla; pero no está en ningún lugar, pues no ocupa espacio lo que no es cuerpo, a no ser que la verdad sea un cuerpo.

A.- Rechazo ambas hipótesis.

R.- ¿Dónde piensas, pues, que estará? En alguna parte se halla la que sabemos que existe.

A.- ¡Ah!, si supiera dónde se halla, no buscaría otra cosa.

R.- ¿Puedes saber, a lo menos, dónde no está?

A.- Si me ayudas con tus preguntas, tal vez daré con ello.

R.- No está, ciertamente, en las cosas mortales. Porque lo que está en un sujeto no puede subsistir si no subsiste el mismo sujeto. Mas hemos concluido que la verdad subsiste, aun pereciendo las cosas verdaderas. Luego no está en las cosas que fenecen. Existe la verdad, y no se halla en ningún lugar. Luego hay cosas inmortales. Pero nada hay verdadero si no es por la verdad. De donde se concluye que sólo son verdaderas las cosas inmortales. Y todo árbol falso no es árbol, y el leño falso no es leño, y la plata falsa no es plata, y todo lo que es falso no es. Pero todo lo no verdadero es falso. Luego ninguna cosa puede decirse en verdad que es, salvo las inmortales. Pondera bien este breve razonamiento, por si contiene tal vez algún paso insostenible. Pues si fuera concluyente habríamos logrado casi todo nuestro intento, según se verá mejor en el siguiente volumen.


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30. A.- Te lo agradezco; y al amparo del silencio, discutiré con diligencia y cautela contigo, y, por tanto, conmigo, estos argumentos, aunque mucho temo se interpongan algunas tinieblas, que me halaguen con su deleite.

R.- Cree firmemente en Dios y arrójate en sus brazos cuanto puedas. No quieras depender de ti mismo, sal de tu propia potestad y confiesa que eres siervo de tu clementísimo y generosísimo Señor. El te atraerá a sí y no cesará de colmarte de sus favores, aun sin tú saberlo.

A.- Oigo, creo y obedezco como puedo, y le ruego con todo mi corazón aumente mi capacidad y fuerza, a no ser que tú exijas de mí algo más.

R.- Me contento con eso ahora; después harás lo que mandare Él mismo una vez que se te muestre.


LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO I: DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA


2001
1. A.- Bastante se ha interrumpido nuestra obra, el amor es impaciente, y las lágrimas no cesan hasta que no se le da lo que pide; emprendamos, pues, el segundo libro.

R.- Comencemos, pues.

A.- Y confiemos que Dios nos asistirá.

R.- Confiemos, si esto mismo está en nuestra potestad.

A.- Nuestra fuerza es Él mismo.

R.- Ora, pues, con la máxima brevedad y perfección que te sea posible.

A.- ¡Oh Dios, siempre el mismo!, que me conozca, que te conozca. He aquí mi plegaria.

R.- Tú que deseas conocerte, ¿sabes que existes?

A.- Lo sé.

R.- ¿De dónde lo sabes?

A.- No lo sé.

R.- ¿Eres un ser simple o compuesto?

A.- No lo sé.

R.- ¿Sabes que te mueves?

A.- No lo sé.

R.- ¿Sabes qué piensas?

A.- Lo sé.

R.- Luego es verdad que piensas.

A.- Ciertamente.

R.- ¿Sabes que eres inmortal?

A.- No lo sé.

R.- De todas estas cosas que ignoras, ¿cuál prefieres saber antes?

A.- Si soy inmortal.

R.- ¿Amas, pues, la vida?

A.- Lo confieso.

R.- Y si supieras que eres inmortal, ¿te darías ya por satisfecho?

A.- Será una gran satisfacción, pero insuficiente aún para mí.

R.- Y con este hallazgo insuficiente, ¿cuánto será tu gozo?

A.- Sin duda, muy grande.

R.- ¿Ya no habrá lugar a lágrimas?

A.- Ninguno en absoluto.

R.- Y si resulta de la indagación que en la vida ya no progresarás en el conocimiento que posees, ¿podrás moderar tus lágrimas?

A.- Me haré un mar de lágrimas y la vida misma perderá todo valor para mí.

R.- Luego amas la vida, no por sí misma, sino por la sabiduría.

A.- Apruebo la conclusión.

R.- ¿Y si la misma ciencia te sirve para hacerte desgraciado?

A.- No admito de ningún modo lo que dices; pero si así fuera, nadie podría ser feliz, porque la ignorancia es lo que me hace desgraciado ahora. Si, pues, la ciencia hace miserable, eterna será la miseria.

R.- Ya veo adónde vas. Pues como piensas que nadie es desdichado por la sabiduría, es probable que la inteligencia haga bienaventurado. Pero sólo es bienaventurado el que vive, y nadie vive si no existe; tú quieres ser, vivir, entender, y existir para vivir, y vivir para entender. Luego sabes que existes, sabes que vives, sabes que entiendes. Y aún quieres ensanchar tu saber y averiguar si estas cosas han de sobrevivir siempre, o si han de perecer, o si permanecerá alguna de ellas para siempre y alguna otra no, o si admiten aumento y disminución, suponiendo que sean eternas.

A.- Así es.

R.- Luego, probando que siempre hemos de vivir, se concluirá que existiremos siempre.

A.- Se sigue de ello.

R.- Queda, pues, por averiguar el problema del entender.



CAPÍTULO II: LA VERDAD ES ETERNA


2002
2.A.- Me parece un orden muy claro y breve.

R.- Concentra, pues, tu atención y responde con cautela y firmeza a mis cuestiones.

A.- Estoy dispuesto.

R.- Si dura siempre este mundo, ¿será verdad que siempre durará?

A.- ¿Quién lo dudará?

R.- Y si no durase, ¿será igualmente verdad que no durará?

A.- No tengo nada que oponer.

R.- Y si el mundo debe perecer, después del final, ¿no será verdad que ha perecido? Mientras es verdadera la proposición: "el mundo no ha perecido", realmente continúa existiendo; pero hay una contradicción en decir: "el mundo se ha acabado", y "no es verdad que se ha acabado el mundo".

A.- Todo te lo concedo.

R.- Y de esto, ¿qué te parece? ¿Puede existir algo verdadero sin que exista la verdad?

A.- De ningún modo.

R.- Luego la verdad subsistirá, aunque se aniquile el mundo.

A.- No puedo negarlo.

R.- Y si pereciera la verdad, ¿no será verdad que ella ha perecido?

A.- Me parece legítima la consecuencia.

R.- Mas no puede haber algo verdadero sin verdad.

A.- Ya lo he admitido poco antes.

R.- Luego de ningún modo puede morir la verdad.

A.- Sigue adelante, porque todas son consecuencias verdaderas.


CAPÍTULO III: SI HABRÁ SIEMPRE FALSEDAD Y PERCEPCIÓN SENSIBLE, SÍGUESE QUE NUNCA DEJARÁ DE EXISTIR ALGÚN ALMA


2003
3. R.- Ahora te propongo esta cuestión: según tu parecer, ¿siente el cuerpo o el alma?

A.- Creo que el alma.

R.- Y el entendimiento, ¿crees que pertenece al alma?

A.- Sin duda alguna.

R.- ¿Sólo al alma, o tal vez también a alguna otra cosa?

A.- Fuera del alma no veo ningún sujeto inteligente, exceptuando a Dios.

R.- Examinemos ahora esta cuestión: si alguien te dijese que esta pared no es pared, sino un árbol, ¿qué pensarías?

A.- Pues que le engañaban los sentidos, o a mí los míos, o que él llamaba "árbol" a lo que se llama "pared".

R.- Y si a él se le muestra la pared con apariencias de árbol y a ti con figura de pared, ¿no podrán ser verdaderas ambas cosas?

A.- De ningún modo, porque una misma cosa no puede ser árbol y pared a la vez. Y aunque a cada uno de nosotros se presente en esa forma singular, uno de los dos padecemos error de imaginación.

R.- ¿Y si no es árbol ni pared y os engañáis los dos?

A.- También pudiera suceder eso.

R.- No se te había ocurrido esa suposición.

A.- Es verdad.

R.- Y si reconocéis que es cosa diversa de lo que parece, ¿seréis víctima de error?

A.- No.

R.- Luego puede haber una apariencia engañosa, sin que origine un error.

A.- Admito esa posibilidad.

R.- En resumen, pues, yerra no el que ve apariencias engañosas, sino el que asiente a ellas.

A.- Conforme con lo que dices.

R.- Pero lo falso, ¿por qué es falso?

A.- Porque es diferente de lo que parece.

R.- No habiendo, pues, alguien a quien parezca, no hay falsedad.

A.- Concluyes bien.

R.- Luego la falsedad no está en las cosas, sino en el sentido, y no se engaña quien no asiente a cosas aparentes. Una cosa, pues, somos nosotros y otra los sentidos, porque, engañándose ellos, podemos evitar el error nosotros.

A.- Nada tengo que objetarte.

R.- ¿Y acaso cuando se engaña el alma te atreverás a decir que no hay falsedad en ti?

A.- ¿Cómo voy a decir yo tal cosa?

R.- Ahora bien: no hay sentidos sin alma ni falsedad sin sentidos. El alma, pues, es causa o cooperadora de la falsedad.

A.- Las premisas anteriores me obligan a aceptar la consecuencia.


2004
4. R.- Ahora respóndeme: ¿Te parece posible que alguna vez no haya falsedad o error?

A.- ¿Cómo me lo va a parecer, siendo tan difícil el hallazgo de la verdad, que sería más absurdo decir que es imposible lo falso que lo verdadero?

R.- ¿Crees que quien no vive puede sentir?

A.- De ningún modo.

R.- Por consiguiente, el alma es inmortal.

A.- Muy pronto me introduces en este gozo: vamos despacio, te ruego.

R.- Si están bien concatenadas tus concesiones, no hay lugar a duda, según veo.

A.- Muy pronto me parece, te repito. Por lo cual me inclino más a creer que he sido imprudente en algunas afirmaciones que profesar con certeza la inmortalidad del alma. Con todo, desarrolla esta conclusión y muéstrame el enlace de todas las proposiciones.

R.- Has reconocido que no puede haber falsedad sin los sentidos y que siempre habrá falsedad; luego siempre habrá sentidos. Es así que no puede haber sentidos sin un alma; luego el alma es inmortal, pues no puede sentir sin vivir. Vive, pues, siempre el alma.


CAPÍTULO IV: ¿SE PUEDE DEDUCIR DE LA PERPETUIDAD DE LO FALSO O VERDADERO LA INMORTALIDAD DEL ALMA?


2005
5. A.- ¡Vaya un puñal de plomo! Podrías concluir que es inmortal el hombre si te hubiera concedido que el mundo no puede existir sin el hombre y que el mundo es sempiterno.

R.- Despierto te veo. Con todo, no es poco lo alcanzado, a saber: que el alma no puede menos que coexistir con la naturaleza de las cosas, si no puede faltar de ella alguna vez la falsedad.

A.- En ésa sí veo una legítima consecuencia. Pero me parece que hay que volver más atrás para asegurar nuestras posiciones, sin negar que hemos dado algunos pasos para la inmortalidad del alma.

R.- ¿Lo has mirado bien, por si has hecho alguna concesión a la ligera?

A.- Creo que sí, y no hallo afirmación que pueda tildarse de temeraria.

R.- Está, pues, demostrado que la naturaleza no puede subsistir sin almas vivas.

A.- Conforme, pero con tal que puedan nacer unas y morir otras.

R.- Y si suprimimos de la naturaleza toda falsedad, ¿no serán todas las cosas verdaderas?

A.- También eres consecuente en esa ilación.

R.- Respóndeme, pues: ¿por qué esa pared te parece verdadera?

A.- Porque no me engaña su aspecto.

R.- Luego porque es tal como te parece.

A.- Así es.

R.- Luego si una cosa es falsa porque es diversa de lo que parece, la verdad de una cosa consistirá en ser lo que parece; pero suprimido el sujeto que la percibe, no hay verdad ni falsedad. Mas si no hay falsedad en la naturaleza de las cosas, todas serán verdaderas. Sin embargo, no puede aparecer algo más que a los ojos del alma viva. Luego el alma permanece en la naturaleza de las cosas, si no puede quitarse la falsedad; y permanece si puede quitarse.

A.- Veo que has robustecido más la conclusión, pero nada hemos adelantado con lo añadido, porque, a pesar de ello, me inquieta una objeción, y es que las almas nacen y mueren, de suerte que su supervivencia en el mundo no proviene de su inmortalidad, sino de la sucesión de unas a otras.


2006
6. R.- ¿Te parece que las cosas corporales, es decir las sensibles, las puede comprender el entendimiento?

A.- No me lo parece.

R.- ¿Y crees que Dios usa sentidos para conocer las cosas?

A.- No quiero afirmar nada temerariamente acerca de este punto; pero, según conjeturo, de ningún modo necesita sentidos para lo que dices.

R.- Luego concluimos que sólo las almas pueden sentir.

A.- Admite esa proposición como probable.

R.- Pues bien, ¿concedes que esta pared, si no es verdadera pared, no es pared?

A.- Nada más fácil de conceder.

R.- ¿Me concedes igualmente que nada es cuerpo si no es verdadero cuerpo?

A.- También te lo concedo.

R.- Siendo, pues, lo verdadero lo que es realmente tal como parece, y lo corpóreo sólo puede manifestarse a los sentidos, y los sentidos son propios del alma, y si el cuerpo no es verdadero si no es cuerpo, resulta que no puede haber cuerpo si no hay alma.

A.- Mucho me apremias y no puedo resistir a tus razonamientos.



CAPÍTULO V: QUÉ ES LA VERDAD

R.- Aguza ahora tu atención para lo que viene.

A.- A tus órdenes estoy.

R.- Ciertamente esto es una piedra, y lo es en verdad si no es diferente de lo que parece; y no es piedra, si no es verdad; y no puede captarse más que con los sentidos.

A.- Es verdad.

R.- Luego no habrá piedras en los escondidos senos de la tierra ni tampoco allí donde nadie puede verlas; y no sería piedra, si no la viéramos; y dejará de serlo cuando no estemos y ningún otro que esté presente la vea. Y cerrando bien los armarios, por muchas cosas que en ellos hayas metido, nada contienen. La madera tampoco será madera en lo oculto, pues escapa a la percepción sensible todo lo que está en lo más profundo de los cuerpos que no son transparentes; todo ello, por fuerza carece de ser. Porque si existiese, sería verdadero; pero no es verdadero sino lo que es tal como parece; ahora bien, todo aquello no se manifiesta ni aparece, luego no es verdadero. ¿Tienes algo que responder a esto?

A.- Veo que proviene de lo que concedí; pero es tan absurdo que antes negaré cualquiera de aquellas cosas que conceder la verdad de estas.

R.- Nada opongo. Concreta, pues, lo que quieres decir: si los cuerpos sólo pueden percibirse con los sentidos, si no siente más que el alma, si hay piedras y otras cosas semejantes no verdaderas, o si la verdad debe definirse de otro modo.

A.- Discutamos, te ruego, este último punto.


2008
8.R.- Define, entonces, la verdad.

A.- Es verdadero lo que es tal como parece al que conoce, si quiere y puede conocerlo.

R.- Luego, ¿no será verdadero lo que nadie puede conocer? Además, si lo falso es lo que parece lo que no es, supongamos que a uno le parece esto piedra y a otro madera, ¿no será una misma cosa falsa y verdadera a la vez?

A.- Lo primero me persuade más; pues si una cosa no puede ser conocida, resulta que tampoco es verdadera. Pero que una cosa sea verdadera y falsa a la vez no me preocupa demasiado, pues noto que una misma magnitud comparada con otra diversa resulta mayor y menor a la vez. De donde se sigue que nada de suyo es mayor o menor, por ser éstos términos de comparación.

R.- Pero si dices que nada es verdadero por sí mismo, ¿no temes que de ahí se siga que nada es por sí mismo? Por lo mismo que esto es madera, es verdadera madera. Pero no puede ser que por sí misma, esto es, sin relación a un sujeto conocedor sea madera y que no lo sea en verdad.

A.- Pues eso digo y así defino, sin temor a que mi definición sea rechazada por demasiado breve. La verdad me parece que es "lo que es".

R.- Nada, pues, habrá falso, pues todo lo que es, es verdadero.

A.- En gran aprieto me pones y ya no sé que responder. De tal modo que, no queriendo ser enseñado sin preguntas, empiezo a temerlas.



CAPÍTULO VI: DE DÓNDE VIENE Y DONDE SE HALLA LA FALSEDAD


2009
9. R.- Dios, en cuyas manos nos hemos puesto, sin duda nos asistirá y librará de estos cepos, con tal que creamos y le invoquemos con devoción.

A.- Nada más grato que hacer esto en tales aprietos, pues nunca me he encontrado con tanta niebla. Dios, Padre nuestro, que nos exhortas a la oración y concedes lo que se te pide, de modo que cuando te rogamos vivimos mejor y somos mejores: escúchame, porque voy tanteando en estas tinieblas; dame tu diestra, socórreme con tu luz y líbrame de los errores; que con tu dirección llegue a mí mismo y a Ti. Así sea.

R.- Concéntrate, pues, y presta mucha atención.

A.- Dime, te ruego, si se te ocurre algo, para que no nos perdamos.

R.- Estate atento.

A.- Otra cosa no hago.


2010
10. R.- Discutamos primero con seriedad qué es lo falso.

A.- Me maravillo si no puede definirse así: lo que no es tal como parece.

R.- Atiende antes y preguntemos a los sentidos. Pues lo que los ojos ven no se llama falso, si no tiene alguna apariencia de verdad. Por ejemplo: el hombre a quien vemos en sueños no es verdadero hombre, sino falso, porque tiene semejanza de verdadero. Pues ¿quién viendo en sueños un perro dice que ha visto un hombre? Luego aquél también es perro falso, por tener parecido con el verdadero.

A.- Así es como dices.

R.- ¿Y si a uno que está despierto, un caballo le parece un hombre? ¿No se engaña al percibir alguna apariencia de hombre? Pues si sólo percibe la forma de caballo, no puede parecerle hombre.

A.- De nuevo concedo.

R.- Llamamos también falso árbol al pintado, y falsa la cara reflejada en el espejo, y falso el movimiento de las torres vistas cuando se navega, y falsa la rotura de un remo en el agua; todas esas cosas se llaman falsas por ser semejantes a las verdaderas.

A.- Lo admito.

R.- Así también nos engañamos con los gemelos, con los huevos, y los sellos impresos con un mismo anillo y otras cosas semejantes.

A.- Completamente de acuerdo, lo concedo.

R.- La semejanza, pues, de las cosas en lo que toca a los ojos, es origen de la falsedad.

A.- No puedo negarlo.


2011
11. R.- Toda esa multitud de objetos, si no me engaño, puede dividirse en dos géneros: uno lo forman las cosas iguales y otro las desiguales. Iguales llamo a dos cosas cuando se parecen entre sí, como los gemelos o las impresiones de un anillo. Mas en cosas desiguales, el objeto menos bueno se dice semejante a lo mejor. ¿Quién, mirándose en el espejo, dirá con razón que se parece a la imagen, y no al contrario, que la imagen se parece a él? Y este género consta en parte de las impresiones que recibe el alma, y en parte de las semejanzas que se ven en la naturaleza. Y lo que el alma experimenta o recibe en los sentidos, como el movimiento ilusorio de las torres que están quietas, o dentro de sí misma por medio de imágenes sensoriales, como ocurre en los que sueñan y tal vez en los alienados. Y respecto a las semejanzas que se ven en la misma realidad, unas son de la naturaleza, otras son expresión y hechura de seres animales. La naturaleza produce semejanzas inferiores por generación o por reflexión. El primer caso tiene lugar en los padres, que engendran hijos semejantes; el segundo, en toda clase de espejos. Pues aunque los hombres fabrican espejos, no son ellos los que producen las imágenes que resultan. Las obras de los seres animados están en las pinturas y otras ficciones del mismo género; y allí también puede incluirse lo que hacen los demonios, si realmente lo hacen. Mas en cuanto a las sombras de los cuerpos, no está fuera de la verdad decir que son semejantes a los cuerpos y como cuerpos falsos, y toca a los ojos el juzgar de ellas, y deben colocarse en el género de semejanza por resultado que tiene lugar en la naturaleza, porque resulta de oponer a la luz un cuerpo que proyecta una sombra en la parte opuesta. ¿Tienes algo que oponer a esto?

A.- Nada, pero espero ansiosamente ver adónde me llevas por estos caminos.


2012
12. R.- Ten paciencia hasta que los demás sentidos nos informen y digan que la falsedad está en la verosimilitud. En lo tocante al oído, casi las mismas semejanzas valen, como cuando oímos a alguien que nos habla, pero sin verlo, y atribuimos la voz a otro por parecérsele. Y en las cosas inferiores, tenemos el ejemplo del eco, o el del zumbido de los mismos oídos, o en la imitación del grito del mirlo o del cuervo, que dan algunos relojes, o en los sonidos que creen percibir los que sueñan y deliran. Y las que llaman los músicos falsas vocecillas confirman nuestras aserciones, como veremos después, y basta observar que aun aquellas inflexiones imitan las voces verdaderas. ¿Sigues el hilo de mi discurso?

A.- Con mucho gusto, porque no me cuesta trabajo entenderte.

R.- Para no detenernos, pues, aquí, ¿te parece que se puede distinguir un lirio de otro por el olor, o por el sabor la miel de tomillo de un enjambre de la miel de tomillo de otro, o con el tacto la suavidad de las plumas de cisne de las de ganso?

A.- No me parece.

R.- Y cuando soñamos que estamos oliendo, gustando o tocando tal o cual objeto, ¿no nos engaña la semejanza de una imagen, que cuanto más imperfecta es más irreal?

A.- Verdad dices.

R.- Luego se ve claro que en todas las cosas, sean iguales o desiguales, se engañan los sentidos por el atractivo de las semejanzas; y si no nos engañamos por suspender el juicio o por reconocer las diferencias, aun con todo, se llaman falsas las cosas por cierta semejanza que tienen con las verdaderas.

A.- No hay lugar a duda.


CAPITULO VII

DE LO VERDADERO Y LO SEMEJANTE. EL NOMBRE DE "SOLILOQUIOS"


2013
13. R.- Sígueme con atención, porque voy a volver a las mismas afirmaciones, para aclarar más lo que pretendemos.

A.- A tus órdenes; dime lo que te plazca. Estoy resuelto a seguirte por estos ambages sin sentir fatiga, con la esperanza tan grande de llegar a la meta adonde veo que vamos.

R.- Haces bien; pero dime: ¿No te parece que cuando vemos huevos semejantes, ninguno de ellos en verdad puede llamarse falso?

A.- Cierto, porque todos son verdaderos, si son huevos.

R.- Y la semejanza que resulta en el espejo, ¿por qué señales decimos que es falsa?

A.- Porque no se puede palpar, no suena, no se mueve por sí, no vive, y por otras cosas que sería largo enumerar.

R.- Veo que no te quieres detener, y hay que acceder a tus deseos. Así, pues, para abreviar, si aquellas figuras de hombres que vemos en los sueños viviesen, hablasen, tuviesen corpulencia real para los que están despiertos, sin diferencia entre ellos y los que vemos y tratamos, estando sanos y en vela, ¿los tomaríamos por falsos?

A.- ¿Cómo podría decirse eso con verdad?

R.- Luego si habían de ser tanto más verdaderos cuanto más semejantes a los hombres reales, sin haber diferencia entre los unos y los otros, y si, al contrario, habían de ser falsos por la diferencia o disimilitud que hemos apuntado, resulta que la semejanza es la madre de la verdad, y la desemejanza, fuente de ilusiones.

A.- No sé qué replicarte, y me ruborizo de las afirmaciones tan temerarias hechas anteriormente.


2014
14. R.- No me parece justificable tu rubor, como si estas conversaciones tuviesen otro fin. Se llaman "Soliloquios", y con este nombre quiero designarlas, porque hablamos a solas. Nombre tal vez nuevo y duro, pero muy propio para significar lo que estamos haciendo. Pues siendo el mejor método de investigación de la verdad el de las preguntas y respuestas, apenas se halla uno que no se ruborice al ser vencido en una discusión, y casi siempre sucede que conclusiones ya llevadas casi al término, se desechan por el apasionado griterío de la terquedad, y quedan heridos los ánimos, disimulada o abiertamente; por eso, con plena calma y tranquilidad, me plugo investigar la verdad con la ayuda de Dios, preguntándome y respondiéndome a mí mismo; no hay lugar, pues, a rubores, si en alguna parte, por concesiones temerarias, te has visto forzado a volver atrás, en busca de mejores soluciones, pues no hay otro medio de salir de aquí.




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