Audiencias 2005-2013


BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL


Miércoles 27 de abril de 2005: Pongo mi ministerio al servicio de la reconciliación

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Amadísimos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros. Dirijo un cordial saludo a todos los presentes, así como a los que nos siguen a través de la radio y la televisión. Como ya dije en el primer encuentro con los señores cardenales, precisamente el miércoles de la semana pasada, en la capilla Sixtina, experimento en mi alma durante estos días de inicio de mi ministerio petrino algunos sentimientos opuestos entre sí: asombro y gratitud con respecto a Dios, que ante todo me sorprendió a mí mismo, llamándome a suceder al apóstol Pedro; y temor interior ante la magnitud de la tarea y de las responsabilidades que me han sido encomendadas.

Sin embargo, me da serenidad y alegría la certeza de la ayuda de Dios, de su Madre santísima, la Virgen María, y de los santos protectores. Me conforta también la cercanía espiritual de todo el pueblo de Dios, al cual, como repetí el domingo pasado, pido que me siga acompañando siempre con insistente oración.

Después de la muerte de mi venerado predecesor Juan Pablo II, hoy se reanudan las tradicionales audiencias generales de los miércoles. Volvemos a la normalidad. En este primer encuentro quisiera comentar, ante todo, el nombre que escogí al llegar a ser Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia. He querido llamarme Benedicto XVI para vincularme idealmente al venerado Pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un período agitado a causa de la primera guerra mundial.
Fue intrépido y auténtico profeta de paz, y trabajó con gran valentía primero para evitar el drama de la guerra y, después, para limitar sus consecuencias nefastas. Como él, deseo poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y la armonía entre los hombres y los pueblos, profundamente convencido de que el gran bien de la paz es ante todo don de Dios, don —por desgracia— frágil y precioso que es preciso invocar, conservar y construir día a día con la aportación de todos.

El nombre Benedicto evoca, además, la extraordinaria figura del gran "patriarca del monacato occidental", san Benito de Nursia, copatrono de Europa juntamente con san Cirilo y san Metodio, y las santas Brígida de Suecia, Catalina de Siena y Edith Stein. La progresiva expansión de la orden benedictina, por él fundada, ejerció un influjo inmenso en la difusión del cristianismo en todo el continente. Por eso, san Benito es también muy venerado en Alemania y, particularmente, en Baviera, mi tierra de origen; constituye un punto de referencia fundamental para la unidad de Europa y un fuerte recuerdo de las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y de su civilización.
De este padre del monacato occidental conocemos la recomendación que hizo a los monjes en su Regla: "No antepongáis absolutamente nada a Cristo" (Regla RB 72,11; cf. RB 4,21). Al inicio de mi servicio como Sucesor de Pedro pido a san Benito que nos ayude a mantener firmemente a Cristo en el centro de nuestra existencia. Que él ocupe siempre el primer lugar en nuestros pensamientos y en todas nuestras actividades.

Mi pensamiento vuelve con afecto a mi venerado predecesor Juan Pablo II, con el que tenemos una gran deuda por la extraordinaria herencia espiritual que nos dejó. "Nuestras comunidades cristianas -escribió en la carta apostólica Novo millennio ineunte- tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha e intensidad de afecto, hasta el arrebato del corazón" (
NM 33).

Él mismo trató de aplicar estas indicaciones dedicando las catequesis de los miércoles de los últimos tiempos a comentar los salmos de Laudes y Vísperas. Como hizo al inicio de su pontificado, cuando quiso proseguir las reflexiones comenzadas por su predecesor sobre las virtudes cristianas (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de octubre de 1978, p. 11), también yo quiero proponer en las próximas citas semanales el comentario que él había preparado sobre la segunda parte de los salmos y los cánticos que componen las Vísperas. Por eso, el miércoles próximo reanudaré sus catequesis precisamente desde donde se habían interrumpido, en la audiencia general del pasado 26 de enero.

Queridos amigos, gracias de nuevo por vuestra visita; gracias por el afecto que me dispensáis. Son sentimientos a los que correspondo cordialmente con una bendición especial, que os imparto a vosotros, aquí presentes, a vuestros familiares y a todos vuestros seres queridos.

Saludos

Saludo ahora a los peregrinos españoles y a la Estudiantina del Instituto católico "La Paz" de Querétaro (México), así como a los demás fieles venidos de España y América Latina, y a cuantos están unidos a través de la radio o la televisión. Queridos amigos: gracias por vuestro afecto; os bendigo a todos, a vuestras familias y seres queridos.

(En italiano)
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana; saludo a los fieles de la archidiócesis de Espoleto-Nursia, acompañados por su pastor, mons. Riccardo Fontana; a los seminaristas de Bérgamo y a los estudiantes del liceo "Cairoli" de Vigevano. A todos invito a continuar en el compromiso de adhesión a Cristo, testimoniando el Evangelio en todos los ámbitos de la sociedad.

Mi pensamiento se dirige, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el Señor resucitado llene de su amor el corazón de cada uno de vosotros, queridos jóvenes, para que estéis dispuestos a seguirle con entusiasmo; a vosotros, queridos enfermos, os sostenga para que aceptéis con serenidad el peso del sufrimiento; y a vosotros, queridos esposos, os guíe para que hagáis que vuestra familia crezca en santidad.

Concluyamos nuestro encuentro cantando la oración del padrenuestro.



Miércoles 4 de mayo de 2005: El guardián de Israel

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Amadísimos hermanos y hermanas:


1. Como ya anuncié el miércoles pasado, he decidido reanudar en las catequesis el comentario a los salmos y cánticos que componen las Vísperas, utilizando los textos preparados por mi querido predecesor el Papa Juan Pablo II.

Iniciamos hoy con el salmo 120. Este salmo forma parte de la colección de "cánticos de las ascensiones", o sea, de la peregrinación hacia el encuentro con el Señor en el templo de Sión. Es un salmo de confianza, pues en él resuena seis veces el verbo hebreo shamar, "guardar, proteger". Dios, cuyo nombre se invoca repetidamente, se presenta como el "guardián" que nunca duerme, atento y solícito, el "centinela" que vela por su pueblo para defenderlo de todo riesgo y peligro.

El canto comienza con una mirada del orante dirigida hacia las alturas, "a los montes", es decir, a las colinas sobre las que se alza Jerusalén: desde allá arriba le vendrá la ayuda, porque allá arriba mora el Señor en su templo (cf.
Ps 120,1-2). Con todo, los "montes" pueden evocar también los lugares donde surgen santuarios dedicados a los ídolos, que suelen llamarse "los altos", a menudo condenados por el Antiguo Testamento (cf. 1R 3,2 2R 18,4). En este caso se produciría un contraste: mientras el peregrino avanza hacia Sión, sus ojos se vuelven hacia los templos paganos, que constituyen una gran tentación para él. Pero su fe es inquebrantable y su certeza es una sola: "El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (Ps 120,2). También en la peregrinación de nuestra vida suceden cosas parecidas. Vemos alturas que se abren y se presentan como una promesa de vida: la riqueza, el poder, el prestigio, la vida cómoda. Alturas que son tentaciones, porque se presentan como la promesa de la vida. Pero, gracias a nuestra fe, vemos que no es verdad y que esas alturas no son la vida. La verdadera vida, la verdadera ayuda viene del Señor. Y nuestra mirada, por consiguiente, se vuelve hacia la verdadera altura, hacia el verdadero monte: Cristo.

2. Esta confianza está ilustrada en el Salmo mediante la imagen del guardián y del centinela, que vigilan y protegen. Se alude también al pie que no resbala (cf. v. 3) en el camino de la vida y tal vez al pastor que en la pausa nocturna vela por su rebaño sin dormir ni reposar (cf. v. Ps 120,4). El pastor divino no descansa en su obra de defensa de su pueblo, de todos nosotros.

Luego, en el Salmo, se introduce otro símbolo, el de la "sombra", que supone la reanudación del viaje durante el día soleado (cf. v. Ps 120,5). El pensamiento se remonta a la histórica marcha por el desierto del Sinaí, donde el Señor camina al frente de Israel "de día en columna de nube para guiarlos por el camino" (Ex 13,21). En el Salterio a menudo se ora así: "A la sombra de tus alas escóndeme..." (Ps 16,8 cf. Ps 90,1). Aquí también hay un aspecto muy real de nuestra vida. A menudo nuestra vida se desarrolla bajo un sol despiadado. El Señor es la sombra que nos protege, nos ayuda.

3. Después de la vela y la sombra, viene el tercer símbolo: el del Señor que "está a la derecha" de sus fieles (cf. Ps 120,5). Se trata de la posición del defensor, tanto en el ámbito militar como en el procesal: es la certeza de que el Señor no abandona en el tiempo de la prueba, del asalto del mal y de la persecución. En este punto, el salmista vuelve a la idea del viaje durante un día caluroso, en el que Dios nos protege del sol incandescente.

Pero al día sucede la noche. En la antigüedad se creía que incluso los rayos de la luna eran nocivos, causa de fiebre, de ceguera o incluso de locura; por eso, el Señor nos protege también durante la noche (cf. v. Ps 120,6), en las noches de nuestra vida.

El Salmo concluye con una declaración sintética de confianza. Dios nos guardará con amor en cada instante, protegiendo nuestra vida de todo mal (cf. v. Ps 120,7). Todas nuestras actividades, resumidas en dos términos extremos: "entradas" y "salidas", están siempre bajo la vigilante mirada del Señor. Asimismo, lo están todos nuestros actos y todo nuestro tiempo, "ahora y por siempre" (v. Ps 120,8).

4. Ahora, al final, queremos comentar esta última declaración de confianza con un testimonio espiritual de la antigua tradición cristiana. En efecto, en el Epistolario de Barsanufio de Gaza (murió hacia mediados del siglo VI), un asceta de gran fama, al que consultaban monjes, eclesiásticos y laicos por su clarividente discernimiento, encontramos que cita con frecuencia el versículo del Salmo: "El Señor te guarda de todo mal; él guarda tu alma". Con este Salmo, con este versículo, Barsanufio quería confortar a los que le manifestaban sus aflicciones, las pruebas de la vida, los peligros y las desgracias.

En cierta ocasión, Barsanufio, cuando un monje le pidió que orara por él y por sus compañeros, respondió así, incluyendo en sus deseos la cita de ese versículo: "Hijos míos queridos, os abrazo en el Señor, y le suplico que os guarde de todo mal y os dé paciencia como a Job, gracia como a José, mansedumbre como a Moisés y el valor en el combate como a Josué, hijo de Nun, dominio de los pensamientos como a los jueces, victoria sobre los enemigos como a los reyes David y Salomón, la fertilidad de la tierra como a los israelitas... Os conceda el perdón de vuestros pecados con la curación de vuestro cuerpo como al paralítico. Os salve de las olas como a Pedro y os libere de la tribulación como a Pablo y a los demás apóstoles. Os guarde de todo mal como a sus hijos verdaderos, y os conceda todos los anhelos de vuestro corazón, para bien de vuestra alma y de vuestro cuerpo, en su nombre. Amén" (Barnasufio y Jean de Gaza, Epistolario, 194: Collana di Testi Patristici, XCIII, Roma 1991, pp. 235-236).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los del seminario menor de Santiago de Compostela, a los del colegio San Juan Bosco de Alcalá, a los de la parroquia de la Divina Misericordia de Panamá y a los llegados de México. El Señor os proteja de todo mal y os conceda todo lo que pide vuestro corazón, para bien del alma y del cuerpo.

(En lengua checa)
Saludo cordialmente a los peregrinos checos procedentes de Bohemia meridional. Sobre todos invoco la protección de la Virgen María.


Tras saludar en otros idiomas, dijo:
Al final volvemos al italiano, porque soy Obispo de Roma.

Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram y a las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad de San Luis Orione, que están celebrando sus respectivos capítulos generales. Queridos hermanos y hermanas, sed siempre fieles al espíritu de vuestros fundadores, para ser testigos valientes del Evangelio en nuestro tiempo.

Saludo asimismo a los seminaristas del seminario regional pullés "Pío XI": queridos amigos, a la vez que os aseguro mi cercanía espiritual, ruego al Espíritu del Resucitado a fin de que os ayude a discernir la llamada de Dios.

Deseo también dirigirme, como es habitual, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
En este mes de mayo dedicado de modo especial a la Madre del Señor, os invito, queridos jóvenes, a entrar en la escuela de María para aprender a amar y seguir a Cristo por encima de todo. Que la Virgen os ayude, queridos enfermos, a ver con fe el misterio del dolor y a captar el valor salvífico de toda cruz. Os encomiendo, queridos recién casados, a la protección materna de la Virgen santísima, para que viváis en vuestra familia el clima de oración y de amor de la casa de Nazaret.





Miércoles 11 de mayo de 2005: Himno de adoración y alabanza

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Queridos hermanos y hermanas:

1. Breve y solemne, incisivo y grandioso en su tonalidad es el cántico que acabamos de escuchar y de hacer nuestro, elevándolo como himno de alabanza al "Señor, Dios todopoderoso" (
Ap 15,3). Se trata de uno de los muchos textos de oración insertados en el Apocalipsis, el último libro de la sagrada Escritura, libro de juicio, de salvación y, sobre todo, de esperanza.

En efecto, la historia no está en las manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las opciones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del nuevo cielo y de la nueva tierra, sobre los que se canta en la parte final del libro con la imagen de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22).

Quienes entonan este cántico, que queremos meditar ahora, son los justos de la historia, los vencedores de la bestia satánica, los que a través de la aparente derrota del martirio son en realidad los auténticos constructores del mundo nuevo, con Dios como artífice supremo.

2. Comienzan ensalzando las "obras grandes y maravillosas" y los "caminos justos y verdaderos" del Señor (cf. v. Ap 15,3). En este cántico se utiliza el lenguaje característico del éxodo de Israel de la esclavitud de Egipto. El primer cántico de Moisés —pronunciado después del paso del mar Rojo— celebra al Señor "terrible en prodigios, autor de maravillas" (Ex 15,11). El segundo cántico, referido por el Deuteronomio al final de la vida del gran legislador, reafirma que "su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia" (Dt 32,4).

Así pues, se quiere reafirmar que Dios no es indiferente a las vicisitudes humanas, sino que penetra en ellas realizando sus "caminos", o sea, sus proyectos y sus "obras" eficaces.

3. Según nuestro himno, esta intervención divina tiene una finalidad muy precisa: ser un signo que invita a todos los pueblos de la tierra a la conversión. Por consiguiente, el himno nos invita a todos a convertirnos siempre de nuevo. Las naciones deben aprender a "leer" en la historia un mensaje de Dios. La aventura de la humanidad no es confusa y sin sentido, ni está sin remedio a merced de la prevaricación de los prepotentes y de los perversos.

Existe la posibilidad de reconocer la acción divina oculta en la historia. También el concilio ecuménico Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et spes, invita a los creyentes a escrutar, a la luz del Evangelio, los signos de los tiempos para encontrar en ellos la manifestación de la acción misma de Dios (cf. nn. GS 4 GS 11). Esta actitud de fe lleva al hombre a descubrir la fuerza de Dios que actúa en la historia y a abrirse así al temor del nombre del Señor.

En efecto, en el lenguaje bíblico este "temor" de Dios no es miedo, no coincide con el miedo; el temor de Dios es algo muy diferente: es el reconocimiento del misterio de la trascendencia divina. Por eso, está en la base de la fe y enlaza con el amor. Dice la sagrada Escritura en el Deuteronomio: "El Señor, tu Dios, te pide que lo temas, que lo ames con todo tu corazón y con toda tu alma" (cf. Dt 10,12). Y san Hilario, obispo del siglo IV, dijo: "Todo nuestro temor está en el amor".

En esta línea, en nuestro breve himno, tomado del Apocalipsis, se unen el temor y la glorificación de Dios. El himno dice: "¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre?" (Ap 15,4). Gracias al temor del Señor no se tiene miedo al mal que abunda en la historia, y se reanuda con entusiasmo el camino de la vida. Precisamente gracias al temor de Dios no tenemos miedo del mundo y de todos estos problemas; no tememos a los hombres, porque Dios es más fuerte.

El Papa Juan XXIII dijo en cierta ocasión: "Quien cree no tiembla, porque, al tener temor de Dios, que es bueno, no debe tener miedo del mundo y del futuro". Y el profeta Isaías dice: "Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis!" (Is 35,3-4).

4. El himno concluye con la previsión de una procesión universal de los pueblos, que se presentarán ante el Señor de la historia, revelado por sus "justos juicios" (cf. Ap 15,4). Se postrarán en adoración. Y el único Señor y Salvador parece repetirles las palabras que pronunció en la última tarde de su vida terrena, cuando dijo a sus Apóstoles: "¡Ánimo! Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

Queremos concluir nuestra breve reflexión sobre el cántico del "Cordero victorioso" (cf. Ap 15,3), entonado por los justos del Apocalipsis, con un antiguo himno del lucernario, es decir, de la oración vespertina, ya conocido por san Basilio de Cesarea. Ese himno dice: "Al llegar al ocaso del sol, al ver la luz de la tarde, cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de Dios. Eres digno de que te cantemos en todo momento con voces santas, Hijo de Dios, tú que das la vida. Por eso, el mundo te glorifica" (S. Pricolo-M. Simonetti, La preghiera dei cristiani, Milán 2000, p. 97).
¡Gracias!

Saludos

Saludo al grupo del "Hogar de los niños que quieren sonreír", de Puerto Rico, a las quinceañeras de México, así como a los demás grupos de peregrinos de España y Latinoamérica. Invito a todos a vivir como enviados por Cristo al mundo con la fuerza del Espíritu Santo.

(En portugués)
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua portuguesa, especialmente a algunos visitantes de Brasil. A todos invito a que se preparen a la festividad de Pentecostés, invocando la luz del Espíritu Santo a fin de caminar con optimismo y fe en las luchas de la vida, hasta el encuentro con el Señor en su reino. Con mi bendición apostólica.

(A los peregrinos polacos)
Saludo a todos los polacos aquí presentes. En estos días invoco con vosotros a san Estanislao y encomiendo a su protección a la Iglesia en Polonia. Os bendigo de corazón. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En esloveno)
Me alegra saludar a los peregrinos de Eslovenia. Que la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo fortifique vuestra fe.

(En italiano)

Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular saludo a los padres Josefinos de Murialdo y a los participantes en el encuentro organizado por el Movimiento de los Focolares. Saludo asimismo a los fieles de Ischia, acompañados por su pastor, mons. Filippo Strofaldi, a los seminaristas del Estudio teológico interdiocesano de las diócesis de Cúneo, Fossano, Mondovì y Saluzzo, así como a los representantes de la Guardia de Finanza, procedentes de L'Aquila, y a la delegación del Cuerpo nacional del Socorro Alpino del Trentino. A todos animo a trabajar, en los respectivos ámbitos de compromiso eclesial y civil, para la construcción de una civilización inspirada en los valores cristianos.

Me dirijo, finalmente, a vosotros, jóvenes; a vosotros, enfermos; y a vosotros, recién casados. Pasado mañana se celebra la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Fátima. Queridos hermanos, os exhorto a dirigiros incesantemente y con confianza a la Virgen, encomendándole todas vuestras necesidades.



Miércoles 18 de mayo de 2005: Alabad el nombre del señor

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Queridos hermanos y hermanas:

Antes de introducirnos en una breve interpretación del salmo que se ha cantado, quisiera recordar que hoy es el cumpleaños de nuestro amado Papa Juan Pablo II. Habría cumplido 85 años y estamos seguros de que desde allá arriba nos ve y está con nosotros. En esta ocasión queremos expresar nuestra profunda gratitud al Señor por el don de este Papa y queremos también dar gracias al Papa por todo lo que hizo y sufrió.

1. Acaba de resonar, en su sencillez y belleza, el salmo 112, verdadero pórtico a una pequeña colección de salmos que va del 112 al 117, convencionalmente llamada "el Hallel egipcio". Es el aleluya, o sea, el canto de alabanza que exalta la liberación de la esclavitud del faraón y la alegría de Israel al servir al Señor en libertad en la tierra prometida (cf.
Ps 113).

No por nada la tradición judía había unido esta serie de salmos a la liturgia pascual. La celebración de ese acontecimiento, según sus dimensiones histórico-sociales y sobre todo espirituales, se sentía como signo de la liberación del mal en sus múltiples manifestaciones.

El salmo 112 es un breve himno que, en el original hebreo, consta sólo de sesenta palabras, todas ellas impregnadas de sentimientos de confianza, alabanza y alegría.

2. La primera estrofa (cf. Ps 112,1-3) exalta "el nombre del Señor", que, como es bien sabido, en el lenguaje bíblico indica a la persona misma de Dios, su presencia viva y operante en la historia humana.

Tres veces, con insistencia apasionada, resuena "el nombre del Señor" en el centro de la oración de adoración. Todo el ser y todo el tiempo -"desde la salida del sol hasta su ocaso", dice el Salmista (v. Ps 112,3)- está implicado en una única acción de gracias. Es como si se elevara desde la tierra una plegaria incesante al cielo para ensalzar al Señor, Creador del cosmos y Rey de la historia.

3. Precisamente a través de este movimiento hacia las alturas, el Salmo nos conduce al misterio divino. En efecto, la segunda parte (cf. vv. Ps 112,4-6) celebra la trascendencia del Señor, descrita con imágenes verticales que superan el simple horizonte humano. Se proclama: "el Señor se eleva sobre todos los pueblos", "se eleva en su trono", y nadie puede igualarse a él; incluso para mirar al cielo debe "abajarse", porque "su gloria está sobre el cielo" (v. Ps 112,4).

La mirada divina se dirige a toda la realidad, a los seres terrenos y a los celestes. Sin embargo, sus ojos no son altaneros y lejanos, como los de un frío emperador. El Señor -dice el Salmista- "se abaja para mirar" (v. Ps 112,6).

4. Así, se pasa al último movimiento del Salmo (cf. vv. Ps 112,7-9), que desvía la atención de las alturas celestes a nuestro horizonte terreno. El Señor se abaja con solicitud por nuestra pequeñez e indigencia, que nos impulsaría a retraernos por timidez. Él, con su mirada amorosa y con su compromiso eficaz, se dirige a los últimos y a los desvalidos del mundo: "Levanta del polvo al desvalido; alza de la basura al pobre" (v. Ps 112,7).

Por consiguiente, Dios se inclina hacia los necesitados y los que sufren, para consolarlos; y esta palabra encuentra su mayor densidad, su mayor realismo en el momento en que Dios se inclina hasta el punto de encarnarse, de hacerse uno de nosotros, y precisamente uno de los pobres del mundo. Al pobre le otorga el mayor honor, el de "sentarlo con los príncipes", sí, "con los príncipes de su pueblo" (v. Ps 112,8). A la mujer sola y estéril, humillada por la antigua sociedad como si fuera una rama seca e inútil, Dios le da el honor y la gran alegría de tener muchos hijos (cf. v. Ps 112,9). El Salmista, por tanto, alaba a un Dios muy diferente de nosotros por su grandeza, pero al mismo tiempo muy cercano a sus criaturas que sufren.

Es fácil intuir en estos versículos finales del salmo 112 la prefiguración de las palabras de María en el Magníficat, el cántico de las opciones de Dios que "mira la humillación de su esclava". María, más radical que nuestro salmo, proclama que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes" (cf. Lc 1,48 Lc 1,52 Ps 112,6-8).

5. Un "himno vespertino" muy antiguo, conservado en las así llamadas Constituciones de los Apóstoles (VII, 48), recoge y desarrolla el inicio gozoso de nuestro salmo. Lo recordamos aquí, al final de nuestra reflexión, para poner de relieve la relectura "cristiana" que la comunidad primitiva hacía de los salmos: "Alabad, niños, al Señor; alabad el nombre del Señor. Te alabamos, te cantamos, te bendecimos, por tu inmensa gloria. Señor Rey, Padre de Cristo, Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo. A ti la alabanza, a ti el himno, a ti la gloria, a Dios Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén" (S. PricocoM. Simonetti, La preghiera dei cristiani, Milán 2000, p. 97).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los fieles de las parroquias de Sangolquí de Ecuador, del Divino Salvador de Lérez y Peñamellera Alta de España, a las "Familias en misión" de Chile, así como a los de Argentina, Colombia, Costa Rica, México, Panamá y Venezuela. Alabad al Señor, ensalzad su nombre. A él sea la alabanza y la gloria, por los siglos de los siglos.

(En polaco)
Hoy habría sido el cumpleaños de Juan Pablo II, el inolvidable Pontífice, que está en el corazón de todos. A los polacos aquí presentes les deseo todo bien en el Señor. Que Dios os bendiga.

(En italiano)

Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua italiana. En particular a los sacerdotes de la archidiócesis de Trento, a los monjes formadores de los monasterios trapenses y a la delegación de la peregrinación militar italiana a Lourdes, guiada por el Ordinario militar, mons. Angelo Bagnasco.

Se realiza hoy en Abruzos un acto muy significativo, al que me uno espiritualmente. Una cima del Gran Sasso de Italia se dedica al inolvidable Papa Juan Pablo II, que amó y visitó varias veces estas espléndidas montañas. Saludo y doy las gracias a los promotores de esta laudable iniciativa y deseo que cuantos lleguen a esta cumbre se vean impulsados a elevar el espíritu a Dios, cuya bondad resplandece en la belleza de la creación.

Me dirijo, finalmente, a los jóvenes -como se ve, son muchos-, a los enfermos y a los recién casados, exhortando a todos a profundizar en la piadosa práctica del santo rosario, especialmente en este mes de mayo dedicado a la Madre de Dios. El rosario es oración evangélica, que nos ayuda a comprender mejor los misterios fundamentales de la historia de la salvación.
Concluyamos nuestro encuentro cantando la oración del paternóster.



Miércoles 25 de mayo de 2005: Acción de gracias en el templo

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1. El salmo 115, con el que acabamos de orar, siempre se ha utilizado en la tradición cristiana, desde san Pablo, el cual, citando su inicio según la traducción griega de los Setenta, escribe así a los cristianos de Corinto: "Teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: "Creí, por eso hablé", también nosotros creemos, y por eso hablamos" (
2Co 4,13).

El Apóstol se siente espiritualmente de acuerdo con el salmista en la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y las debilidades humanas. Escribiendo a los Romanos, san Pablo utilizará el versículo 2 del Salmo y presentará un contraste entre el Dios fiel y el hombre incoherente: "Dios es veraz y todo hombre mentiroso" (Rm 3,4).

La tradición cristiana ha leído, orado e interpretado el texto en diversos contextos y así se aprecia toda la riqueza y la profundidad de la palabra de Dios, que abre nuevas dimensiones y nuevas situaciones.

Al inicio se leyó sobre todo como un texto del martirio, pero luego, cuando la Iglesia alcanzó la paz, se transformó cada vez más en texto eucarístico, por la referencia al "cáliz de la salvación".
En realidad, Cristo es el primer mártir. Dio su vida en un contexto de odio y de falsedad, pero transformó esta pasión —y así también este contexto— en la Eucaristía: en una fiesta de acción de gracias. La Eucaristía es acción de gracias: "Alzaré el cáliz de la salvación" .


2. El salmo 115, en el original hebreo, constituye una única composición con el salmo anterior, el 114. Ambos constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte, de los contextos de odio y mentira.

En nuestro texto aflora la memoria de un pasado angustioso: el orante ha mantenido en alto la antorcha de la fe, incluso cuando a sus labios asomaba la amargura de la desesperación y de la infelicidad (cf. Ps 115,10). En efecto, a su alrededor se elevaba una especie de cortina gélida de odio y engaño, porque el prójimo se manifestaba falso e infiel (cf. v. Ps 115,11). Pero la súplica se transforma ahora en gratitud porque el Señor ha permanecido fiel en este contexto de infidelidad, ha sacado a su fiel del remolino oscuro de la mentira (cf. v. Ps 115,12). Y así este salmo es siempre para nosotros un texto de esperanza, porque el Señor no nos abandona ni siquiera en las situaciones difíciles; por ello, debemos mantener elevada la antorcha de la fe.

Por eso, el orante se dispone a ofrecer un sacrificio de acción de gracias, durante el cual se beberá en el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada, que es signo de gratitud por la liberación (cf. v. Ps 115,13) y encuentra su realización plena en el cáliz del Señor. Así pues, la liturgia es la sede privilegiada para elevar la alabanza grata al Dios salvador.

3. En efecto, no sólo se alude al rito sacrificial, sino también, de forma explícita, a la asamblea de "todo el pueblo", en cuya presencia el orante cumple su voto y testimonia su fe (cf. v. Ps 115,14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que, incluso cuando se cierne sobre él la muerte, el Señor lo acompaña con amor. Dios no es indiferente ante el drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (cf. v. Ps 115,16).

El orante, salvado de la muerte, se siente "siervo" del Señor, "hijo de su esclava" (cf. v. Ps 115,16), una hermosa expresión oriental para indicar a quien ha nacido en la misma casa del amo. El salmista profesa humildemente y con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.

4. El Salmo, reflejando las palabras del orante, concluye evocando de nuevo el rito de acción de gracias que se celebrará en el marco del templo (cf. vv. Ps 115,17-19). Así su oración se situará en un ámbito comunitario. Se narra su historia personal para que sirva de estímulo a creer y amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos descubrir a todo el pueblo de Dios mientras da gracias al Señor de la vida, el cual no abandona al justo en el seno oscuro del dolor y de la muerte, sino que lo guía a la esperanza y a la vida.

5. Concluyamos nuestra reflexión con las palabras de san Basilio Magno, el cual, en la Homilía sobre el salmo 115, comenta así la pregunta y la respuesta recogidas en el Salmo: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación". El salmista ha comprendido los numerosísimos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y dotado de razón...; luego ha conocido la economía de la salvación en favor del género humano, reconociendo que el Señor se ha entregado a sí mismo en redención en lugar de todos nosotros, y, buscando entre todas las cosas que le pertenecen, no sabe cuál don será digno del Señor. "¿Cómo pagaré al Señor?". No con sacrificios ni con holocaustos..., sino con toda mi vida. Por eso, dice: "Alzaré el cáliz de la salvación", llamando cáliz al sufrimiento en la lucha espiritual, al resistir al pecado hasta la muerte. Esto, por lo demás, es lo que nos enseñó nuestro Salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz"; y de nuevo a los discípulos, "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?", significando claramente la muerte que aceptaba para la salvación del mundo» (PG XXX, 109), transformando así el mundo del pecado en un mundo redimido, en un mundo de acción de gracias por la vida que nos ha dado el Señor.

Saludos


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