Audiencias 2005-2013 25055

Llamamiento a la comunidad internacional en favor de las poblaciones de África

Hoy es la Jornada en favor de África. Dirijo mi pensamiento y mi oración al amado pueblo africano. Aliento a nuestras instituciones católicas a que continúen prestando generosa atención a sus necesidades y pido para que la comunidad internacional se ocupe cada vez más de los problemas del continente africano.

Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a las Religiosas Dominicas de la Anunciata, a los grupos de España, Guatemala y México, así como a los demás fieles de América Latina. Demos gracias al Señor por el gran don de la vida y por la redención ofrecida a todos.

Mañana, solemnidad del Corpus Domini, a las siete de la tarde, presidiré en la basílica de San Juan de Letrán la santa misa, a la cual seguirá la tradicional procesión hasta Santa María la Mayor.
Os invito a todos a participar en dicha celebración, para expresar juntos la fe en Cristo, presente en la Eucaristía.

(En italiano)
Me dirijo, por último, a vosotros, queridos jóvenes, queridos enfermos y queridos recién casados, deseándoos que sirváis a Dios con alegría y améis al prójimo con espíritu evangélico.






Miércoles 1 de junio de 2005: Cristo, siervo de Dios

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1. En toda celebración dominical de Vísperas, la liturgia nos propone el breve pero denso himno cristológico de la carta a los Filipenses (cf.
Ph 2,6-11). Vamos a reflexionar ahora sobre la primera parte de ese himno (cf. vv. Ph 2,6-8), que acaba de resonar, donde se describe el paradójico "despojarse" del Verbo divino, que renuncia a su gloria y asume la condición humana.
Cristo encarnado y humillado en la muerte más infame, la de la crucifixión, se propone como modelo vital para el cristiano. En efecto, este, como se afirma en el contexto, debe tener "los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (v. Ph 2,5), sentimientos de humildad y donación, desprendimiento y generosidad.

2. Ciertamente, Cristo posee la naturaleza divina con todas sus prerrogativas. Pero esta realidad trascendente no se interpreta y vive con vistas al poder, a la grandeza y al dominio. Cristo no usa su igualdad con Dios, su dignidad gloriosa y su poder como instrumento de triunfo, signo de distancia y expresión de supremacía aplastante (cf. v. Ph 2,6). Al contrario, él "se despojó", se vació a sí mismo, sumergiéndose sin reservas en la miserable y débil condición humana. La forma (morphe) divina se oculta en Cristo bajo la "forma" (morphe) humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza, el límite y la muerte (cf. v. Ph 2,7).

Así pues, no se trata de un simple revestimiento, de una apariencia mudable, como se creía que sucedía a las divinidades de la cultura grecorromana: la realidad de Cristo es divina en una experiencia auténticamente humana. Dios no sólo toma apariencia de hombre, sino que se hace hombre y se convierte realmente en uno de nosotros, se convierte realmente en "Dios con nosotros"; no se limita a mirarnos con benignidad desde el trono de su gloria, sino que se sumerge personalmente en la historia humana, haciéndose "carne", es decir, realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio (cf. Jn 1,14).

3. Esta participación radical y verdadera en la condición humana, excluido el pecado (cf. He 4,15), lleva a Jesús hasta la frontera que es el signo de nuestra finitud y caducidad, la muerte. Ahora bien, su muerte no es fruto de un mecanismo oscuro o de una ciega fatalidad: nace de su libre opción de obediencia al designio de salvación del Padre (cf. Ph 2,8).

El Apóstol añade que la muerte a la que Jesús sale al encuentro es la muerte de cruz, es decir, la más degradante, pues así quiere ser verdaderamente hermano de todo hombre y de toda mujer, incluso de los que se ven arrastrados a un fin atroz e ignominioso.

Pero precisamente en su pasión y muerte Cristo testimonia su adhesión libre y consciente a la voluntad del Padre, como se lee en la carta a los Hebreos: "A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer" (He 5,8).

Detengámonos aquí, en nuestra reflexión sobre la primera parte del himno cristológico, centrado en la encarnación y en la pasión redentora. Más adelante tendremos ocasión de profundizar en el itinerario sucesivo, el pascual, que lleva de la cruz a la gloria. Creo que el elemento fundamental de esta primera parte del himno es la invitación a tener los mismos sentimientos de Jesús. Tener los mismos sentimientos de Jesús significa no considerar el poder, la riqueza, el prestigio como los valores supremos de nuestra vida, porque en el fondo no responden a la sed más profunda de nuestro espíritu, sino abrir nuestro corazón al Otro, llevar con el Otro el peso de nuestra vida y abrirnos al Padre del cielo con sentido de obediencia y confianza, sabiendo que precisamente obedeciendo al Padre seremos libres. Tener los mismos sentimientos de Jesús ha de ser el ejercicio diario de los cristianos.

4. Concluyamos nuestra reflexión con un gran testigo de la tradición oriental, Teodoreto, que fue obispo de Ciro, en Siria, en el siglo V: "La encarnación de nuestro Salvador representa la más elevada realización de la solicitud divina en favor de los hombres. En efecto, ni el cielo ni la tierra, ni el mar ni el aire, ni el sol ni la luna, ni los astros ni todo el universo visible e invisible, creado por su palabra o más bien sacado a la luz por su palabra según su voluntad, indican su inconmensurable bondad como el hecho de que el Hijo unigénito de Dios, el que subsistía en la naturaleza de Dios (cf. Ph 2,6), reflejo de su gloria, impronta de su ser (cf. He 1,3), que existía en el principio, estaba en Dios y era Dios, por el cual fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1,1-3), después de tomar la condición de esclavo, apareció en forma de hombre, por su figura humana fue considerado hombre, se le vio en la tierra, se relacionó con los hombres, cargó con nuestras debilidades y tomó sobre sí nuestras enfermedades" (Discursos sobre la divina Providencia, 10: Collana di testi patristici, LXXV, Roma 1998, pp. 250-251).

Teodoreto de Ciro prosigue su reflexión poniendo de relieve precisamente el estrecho vínculo, que se destaca en el himno de la carta a los Filipenses, entre la encarnación de Jesús y la redención de los hombres. "El Creador, con sabiduría y justicia, actuó por nuestra salvación, dado que no quiso servirse sólo de su poder para concedernos el don de la libertad ni armar únicamente la misericordia contra aquel que ha sometido al género humano, para que aquel no acusara a la misericordia de injusticia, sino que inventó un camino rebosante de amor a los hombres y, a la vez, dotado de justicia. En efecto, después de unir a sí la naturaleza del hombre ya vencida, la lleva a la lucha y la prepara para reparar la derrota, para vencer a aquel que un tiempo había logrado inicuamente la victoria, para librarse de la tiranía de quien cruelmente la había hecho esclava y para recobrar la libertad originaria" (ib., pp. 251-252).

Saludos

Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a las parroquias y grupos procedentes de las diversas partes de España, así como de Andorra, Argentina, México, Puerto Rico, Costa Rica, Honduras y demás países latinoamericanos. El próximo viernes es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús; pidámosle que nos ayude a amar a nuestros hermanos como él nos amó. Muchas gracias por vuestra atención.

Dirijo un pensamiento cordial a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los fieles de la archidiócesis de Cágliari, acompañados por su pastor, mons. Giuseppe Mani, así como a los representantes de la Asociación católica italiana de scouts. Queridos amigos, os doy las gracias por vuestra visita y deseo a todos que os empeñéis generosamente a dar testimonio de Cristo y de su Evangelio.

Saludo ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Iniciamos precisamente hoy el mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Detengámonos a menudo a contemplar este profundo misterio del Amor divino. Vosotros, queridos jóvenes, aprended a asumir con seriedad, en la escuela de Cristo, las responsabilidades que os esperan. Vosotros, queridos enfermos, hallad en esta fuente infinita de misericordia el valor y la paciencia para cumplir la voluntad de Dios en cada una de las situaciones. Y vosotros, queridos recién casados, permaneced fieles al amor de Dios y testimoniadlo con vuestro amor conyugal.



Miércoles 8 de junio de 2005: Grandes son las obras del Señor

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Queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy sentimos un viento fuerte. El viento en la sagrada Escritura es símbolo del Espíritu Santo. Esperamos que el Espíritu Santo nos ilumine ahora en la meditación del salmo 110, que acabamos de escuchar. Este salmo encierra un himno de alabanza y acción de gracias por los numerosos beneficios que definen a Dios en sus atributos y en su obra de salvación: se habla de "misericordia", "clemencia", "justicia", "fuerza", "verdad", "rectitud", "fidelidad", "alianza", "obras", "maravillas", incluso de "alimento" que él da y, al final, de su "nombre" glorioso, es decir, de su persona. Así pues, la oración es contemplación del misterio de Dios y de las maravillas que realiza en la historia de la salvación.

2. El Salmo comienza con el verbo de acción de gracias que se eleva del corazón del orante, pero también de toda la asamblea litúrgica (cf. v.
Ps 110,1). El objeto de esta oración, que incluye también el rito de la acción de gracias, se expresa con la palabra "obras" (cf. vv. Ps 110,2 Ps 110,3 Ps 110,6 Ps 110,7). Esas obras son las intervenciones salvíficas del Señor, manifestación de su "justicia" (cf. v. Ps 110,3), término que en el lenguaje bíblico indica ante todo el amor que genera salvación.

Por tanto, el núcleo del Salmo se transforma en un himno a la alianza (cf. vv. Ps 110,4-9), al vínculo íntimo que une a Dios con su pueblo y que comprende una serie de actitudes y gestos. Así, se habla de "misericordia y clemencia" (cf. v. Ps 110,4), a la luz de la gran proclamación del Sinaí: "El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6).

La "clemencia" es la gracia divina que envuelve y transfigura al fiel, mientras que la "misericordia" en el original hebreo se expresa con un término característico que remite a las "vísceras" maternas del Señor, más misericordiosas aún que las de una madre (cf. Is 49,15).

3. Este vínculo de amor incluye el don fundamental del alimento y, por tanto, de la vida (cf. Ps 110,5), que, en la relectura cristiana, se identificará con la Eucaristía, como dice san Jerónimo: "Como alimento dio el pan bajado del cielo; si somos dignos de él, alimentémonos" (Breviarium in Psalmos, 110: PL XXVI, 1238-1239).

Luego viene el don de la tierra, "la heredad de los gentiles" (Ps 110,6), que alude al grandioso episodio del Éxodo, cuando el Señor se reveló como el Dios de la liberación. Por tanto, la síntesis del cuerpo central de este canto se ha de buscar en el tema del pacto especial entre el Señor y su pueblo, como declara de modo lapidario el versículo 9: "Ratificó para siempre su alianza".

4. El salmo 110 concluye con la contemplación del rostro divino, de la persona del Señor, expresada a través de su "nombre" santo y trascendente. Luego, citando un dicho sapiencial (cf. Pr 1,7 Pr 9,10 Pr 15,33), el salmista invita a todos los fieles a cultivar el "temor del Señor" (Ps 110,10), principio de la verdadera sabiduría. Este término no se refiere al miedo ni al terror, sino al respeto serio y sincero, que es fruto del amor, a la adhesión genuina y activa al Dios liberador. Y, si las primeras palabras del canto habían sido una acción de gracias, las últimas son una alabanza: del mismo modo que la justicia salvífica del Señor "dura por siempre" (v. Ps 110,3), así la gratitud del orante no tiene pausa: "La alabanza del Señor dura por siempre" (v. Ps 110,10).

Para resumir, el Salmo nos invita al final a descubrir las muchas cosas buenas que el Señor nos da cada día. Nosotros vemos más fácilmente los aspectos negativos de nuestra vida. El Salmo nos invita a ver también las cosas positivas, los numerosos dones que recibimos, para sentir así la gratitud, porque sólo un corazón agradecido puede celebrar dignamente la gran liturgia de la gratitud, la Eucaristía.

5. Para concluir nuestra reflexión, quisiéramos meditar con la tradición eclesial de los primeros siglos cristianos el versículo final con su célebre declaración, reiterada en otros lugares de la Biblia (cf. Pr 1,7): "El principio de la sabiduría es el temor del Señor" (Ps 110,10).

El escritor cristiano Barsanufio de Gaza, en la primera mitad del siglo VI, lo comenta así: "¿Qué es principio de la sabiduría sino abstenerse de todo lo que desagrada a Dios? ¿Y de qué modo uno puede abstenerse sino evitando hacer algo sin haber pedido consejo, o no diciendo nada que no se deba decir, y además considerándose a sí mismo loco, tonto, despreciable y totalmente inútil?" (Epistolario, 234: Collana di testi patristici, XCIII, Roma 1991, pp. 265-266).

Con todo, Juan Casiano, que vivió entre los siglos IV y V, prefería precisar que "hay una gran diferencia entre el amor, al que nada le falta y que es el tesoro de la sabiduría y de la ciencia, y el amor imperfecto, denominado "principio de la sabiduría"; este, por contener en sí la idea del castigo, queda excluido del corazón de los perfectos al llegar la plenitud del amor" (Conferencias a los monjes, 2, 11, 13: Collana di testi patristici, CLVI, Roma 2000, p. 29). Así, en el camino de nuestra vida hacia Cristo, el temor servil que hay al inicio es sustituido por un temor perfecto, que es amor, don del Espíritu Santo.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros de la Institución Teresiana: sed siempre "la obra buena" en la Iglesia y para el mundo. También a los demás peregrinos de Ecuador, España, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana, El Salvador, Perú, Venezuela y México. Invito a todos a gustar de la ternura infinita de Dios, para no sentirse nunca solos o desamparados. Muchas gracias por vuestra atención.

(A los peregrinos lituanos)
Con las palabras del salmo de hoy, dad gracias al Señor con todo el corazón por sus grandes obras. Que Dios os bendiga y sea él la alegría y la paz de vuestras familias.

(En italiano)
Dirijo un pensamiento especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, que la riqueza del Corazón de Cristo y la ternura del Corazón de María os sostengan siempre. A vosotros, queridos enfermos, os ayuden a abandonaros confiadamente en las manos de la divina Providencia; y a vosotros, queridos recién casados, os animen a vivir vuestra unión familiar con paciente comprensión y recíproca dedicación. Que Dios os bendiga a todos.



Miércoles 15 de junio de 2005: El Señor, esperanza del pueblo

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Queridos hermanos y hermanas:

Por desgracia, habéis sufrido bajo la lluvia. Ahora esperamos que el tiempo mejore.

1. Jesús, en el evangelio, afirma con gran fuerza que el ojo es un símbolo que refleja el yo profundo, es un espejo del alma (cf.
Mt 6,22-23). Pues bien, el salmo 122, que se acaba de proclamar, incluye un entramado de miradas: el fiel eleva sus ojos hacia el Señor y espera una reacción divina, para captar un gesto de amor, una mirada de benevolencia. También nosotros elevamos nuestra mirada y esperamos un gesto de benevolencia del Señor.

A menudo en el Salterio se habla de la mirada del Altísimo, el cual "observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios" (Ps 13,2). El salmista, como hemos escuchado, utiliza la imagen del esclavo y de la esclava, que están pendientes de su señor a la espera de una decisión liberadora.

Aunque la escena corresponde a la situación del mundo antiguo y a sus estructuras sociales, la idea es clara y significativa: esa imagen, tomada del mundo del Oriente antiguo, quiere exaltar la adhesión del pobre, la esperanza del oprimido y la disponibilidad del justo con respecto al Señor.

2. El orante espera que las manos divinas se muevan, porque actúan según la justicia, destruyendo el mal. Por eso, en el Salterio el orante a menudo eleva los ojos hacia el Señor poniendo en él su esperanza: "Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red" (Ps 24,15), mientras "se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios" (Ps 68,4).

El salmo 122 es una súplica en la que la voz de un fiel se une a la de toda la comunidad. En efecto, el Salmo pasa de la primera persona singular —"A ti levanto mis ojos"— a la plural "nuestros ojos" y "Dios mío, ten misericordia de nosotros" (cf. vv. Ps 122,1-3). Se expresa la esperanza de que las manos del Señor se abran para derramar dones de justicia y libertad. El justo espera que la mirada de Dios se revele en toda su ternura y bondad, como se lee en la antigua bendición sacerdotal del libro de los Números: "Ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz" (Nb 6,25-26).

3. La segunda parte del Salmo, caracterizada por la invocación: "Misericordia, Dios mío, misericordia" (Ps 122,3), muestra cuán importante es la mirada amorosa de Dios. Está en continuidad con el final de la primera parte, donde se reafirma la confianza "en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia" (v. Ps 122,2).

Los fieles necesitan una intervención de Dios, porque se encuentran en una situación lamentable de desprecio y burlas por parte de gente prepotente. El salmista utiliza aquí la imagen de la saciedad: "Estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos" (vv. Ps 122,3-4).

A la tradicional saciedad bíblica de alimento y de años, considerada un signo de la bendición divina, se opone una intolerable saciedad, constituida por una cantidad exorbitante de humillaciones. Y nos consta que hoy también numerosas naciones, numerosas personas realmente están saciadas de burlas, demasiado saciadas del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos.
Pidamos por ellos y ayudemos a estos hermanos nuestros humillados.

Por eso, los justos han puesto su causa en manos del Señor y él no permanece indiferente a esos ojos implorantes, no ignora su invocación, y la nuestra, ni defrauda su esperanza.

4. Al final, demos la palabra a san Ambrosio, el gran arzobispo de Milán, el cual, con el espíritu del salmista, pondera poéticamente la obra que Dios realiza a favor nuestro en Jesús, nuestro Salvador: "Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es médico; si tienes sed, es fuente; si estás oprimido por la iniquidad, es justicia; si necesitas ayuda, es fuerza; si temes la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si buscas alimento, es comida" (La virginidad, 99: SAEMO, XIV, 2, Milán-Roma 1989, p. 81).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los sacerdotes de Guadalajara; a los de las parroquias de la Candelaria, de Martínez; de la Asunción, de Tlapacoyan; de la Piedad, de México; de la Asunción, de Cárcer, y de Cantalejo; también a los de Argentina, a los de la Asociación "Dulce Mar" de Madrid y del Liceo de Orense. Confiad vuestras vidas al Señor. Él atiende siempre vuestras súplicas.

(A los peregrinos polacos)
Sé que dentro de unos días se celebrará en Varsovia vuestro Congreso eucarístico nacional. Os deseo un fructuoso encuentro con Jesús; que él renueve vuestro corazón. ¡Dios os bendiga!.

(A los fieles lituanos)
No temáis poner en manos de Dios las esperanzas de vuestra vida. Os acompaño con la oración y os imparto de buen grado la bendición apostólica.

(En italiano)
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. A todos deseo la alegría verdadera que brota de la fidelidad diaria a Dios y de la adhesión dócil a su voluntad.



Miércoles 22 de junio de 2005: Nuestro auxilio es el nombre del Señor

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1. El salmo 123, que acabamos de proclamar, es un canto de acción de gracias entonado por toda la comunidad orante, que eleva a Dios la alabanza por el don de la liberación. El salmista proclama al inicio esta invitación: "Que lo diga Israel" (v.
Ps 122,1), estimulando así a todo el pueblo a elevar una acción de gracias viva y sincera al Dios salvador. Si el Señor no hubiera estado de parte de las víctimas, ellas, con sus escasas fuerzas, habrían sido impotentes para liberarse y los enemigos, como monstruos, las habrían desgarrado y triturado.

Aunque se ha pensado en algún acontecimiento histórico particular, como el fin del exilio babilónico, es más probable que el salmo sea un himno compuesto para dar gracias a Dios por los peligros evitados y para implorar de él la liberación de todo mal. En este sentido es un salmo muy actual.

2. Después de la alusión inicial a ciertos "hombres" que asaltaban a los fieles y eran capaces de "tragarlos vivos" (cf. vv. Ps 122,2-3), dos son los momentos del canto. En la primera parte dominan las aguas que arrollan, para la Biblia símbolo del caos devastador, del mal y de la muerte: "Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes" (vv. Ps 122,4-5). El orante experimenta ahora la sensación de encontrarse en una playa, salvado milagrosamente de la furia impetuosa del mar.

La vida del hombre está plagada de asechanzas de los malvados, que no sólo atentan contra su existencia, sino que también quieren destruir todos los valores humanos. Vemos cómo estos peligros existen también ahora. Pero ?podemos estar seguros también hoy? el Señor se presenta para proteger al justo, y lo salva, como se canta en el salmo 17: "Él extiende su mano de lo alto para asirme, para sacarme de las profundas aguas; me libera de un enemigo poderoso, de mis adversarios más fuertes que yo. (...) El Señor fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me salvó porque me amaba" (vv. Ps 122,17-20). Realmente, el Señor nos ama; esta es nuestra certeza, el motivo de nuestra gran confianza.

3. En la segunda parte de nuestro canto de acción de gracias se pasa de la imagen marina a una escena de caza, típica de muchos salmos de súplica (cf. Ps 123,6-8). En efecto, se evoca un fiera que aprieta entre sus fauces una presa, o la trampa del cazador, que captura un pájaro. Pero la bendición expresada por el Salmo nos permite comprender que el destino de los fieles, que era un destino de muerte, ha cambiado radicalmente gracias a una intervención salvífica: "Bendito sea el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió y escapamos" (vv. Ps 122,6-7).

La oración se transforma aquí en un suspiro de alivio que brota de lo profundo del alma: aunque se desvanezcan todas las esperanzas humanas, puede aparecer la fuerza liberadora divina. Por tanto, el Salmo puede concluir con una profesión de fe, que desde hace siglos ha entrado en la liturgia cristiana como premisa ideal de todas nuestras oraciones: "Adiutorium nostrum in nomine Domini, qui fecit caelum et terram", "Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (v. Ps 122,8). En particular, el Todopoderoso está de parte de las víctimas y de los perseguidos, "que claman a él día y noche", y "les hará justicia pronto" (cf. Lc 18,7-8).

4. San Agustín hace un comentario articulado de este salmo. En un primer momento, observa que cantan adecuadamente este salmo los "miembros de Cristo que han conseguido la felicidad". Así pues, en particular, "lo han cantado los santos mártires, los cuales, habiendo salido de este mundo, están con Cristo en la alegría, dispuestos a retomar incorruptos los mismos cuerpos que antes eran corruptibles. En vida sufrieron tormentos en el cuerpo, pero en la eternidad estos tormentos se transformarán en adornos de justicia". Y San Agustín habla de los mártires de todos los siglos, también del nuestro.

Sin embargo, en un segundo momento, el Obispo de Hipona nos dice que también nosotros, no sólo los bienaventurados en el cielo, podemos cantar este salmo con esperanza. Afirma: "También a nosotros nos sostiene una segura esperanza, y cantaremos con júbilo. En efecto, para nosotros no son extraños los cantores de este salmo... Por tanto, cantemos todos con un mismo espíritu: tanto los santos que ya poseen la corona, como nosotros, que con el afecto nos unimos en la esperanza a su corona. Juntos deseamos aquella vida que aquí en la tierra no tenemos, pero que no podremos tener jamás si antes no la hemos deseado".

San Agustín vuelve entonces a la primera perspectiva y explica: "Reflexionan los santos en los sufrimientos que han pasado, y desde el lugar de bienaventuranza y de tranquilidad donde ahora se hallan miran el camino recorrido para llegar allá; y, como habría sido difícil conseguir la liberación si no hubiera intervenido la mano del Liberador para socorrerlos, llenos de alegría exclaman: "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte". Así inicia su canto. Era tan grande su júbilo, que ni siquiera han dicho de qué habían sido librados" (Esposizione sul Salmo 123, 3: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1977, p. 65).

Saludos

Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a los sacerdotes de Cuenca, a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otros grupos de España. También a los peregrinos de México y al grupo de militares de Venezuela, así como a los demás fieles de América Latina. Confiemos plenamente en Dios, que nos defiende en los peligros, si le pedimos su ayuda en nuestras dificultades.

(En polaco)
Doy gracias a Dios por los nuevos beatos polacos. Os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a su protección.


(En lengua croata)
Saludo y bendigo a todos los queridos peregrinos de Virovitica y al grupo de jóvenes vencedores del concurso nacional de religión. Buscad y amad lo que viene del Espíritu de Dios, para que vuestro tiempo, tanto en el trabajo como en el descanso, se oriente totalmente a la gloria de Dios.


(En italiano, ante los insistentes aplausos)
No sólo se siente el calor del sol, sino sobre todo el calor de los corazones. Gracias.

(A los miembros del Consejo especial para África del Sínodo de los obispos)
Albergo gran confianza en que dicha reunión dé un nuevo impulso en el continente africano a la evangelización, a la consolidación y al crecimiento de la Iglesia, así como a la promoción de la reconciliación y la paz.

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Os deseo que todos encontréis en la amistad con Jesús la fuerza y el entusiasmo necesarios para ser sus testigos por doquier.



Miércoles 6 de julio de 2005: Dios salvador

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Queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy no hemos escuchado un salmo, sino un himno tomado de la carta a los Efesios (cf.
Ep 1,3-14), un himno que se repite en la liturgia de las Vísperas de cada una de las cuatro semanas. Este himno es una oración de bendición dirigida a Dios Padre. Su desarrollo delinea las diversas etapas del plan de salvación que se realiza a través de la obra de Cristo.

En el centro de la bendición resuena el vocablo griego mysterion, un término asociado habitualmente a los verbos de revelación ("revelar", "conocer", "manifestar"). En efecto, este es el gran proyecto secreto que el Padre había conservado en sí mismo desde la eternidad (cf. v. Ep 1,9), y que decidió actuar y revelar "en la plenitud de los tiempos" (cf. v. Ep 1,10) en Jesucristo, su Hijo.

En el himno las etapas de ese plan se señalan mediante las acciones salvíficas de Dios por Cristo en el Espíritu. Ante todo -este es el primer acto-, el Padre nos elige desde la eternidad para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor (cf. v. Ep 1,4); después nos predestina a ser sus hijos (cf. vv. Ep 1,5-6); además, nos redime y nos perdona los pecados (cf. vv. Ep 1,7-8); nos revela plenamente el misterio de la salvación en Cristo (cf. vv. Ep 1,9-10); y, por último, nos da la herencia eterna (cf. vv. Ep 1,11-12), ofreciéndonos ya ahora como prenda el don del Espíritu Santo con vistas a la resurrección final (cf. vv. Ep 1,13-14).

2. Así pues, son muchos los acontecimientos salvíficos que se suceden en el desarrollo del himno. Implican a las tres Personas de la santísima Trinidad: se parte del Padre, que es el iniciador y el artífice supremo del plan de salvación; se fija la mirada en el Hijo, que realiza el designio dentro de la historia; y se llega al Espíritu Santo, que imprime su "sello" a toda la obra de salvación. Nosotros, ahora, nos detenemos brevemente en las dos primeras etapas, las de la santidad y la filiación (cf. vv. Ep 1,4-6).

El primer gesto divino, revelado y actuado en Cristo, es la elección de los creyentes, fruto de una iniciativa libre y gratuita de Dios. Por tanto, al principio, "antes de crear el mundo" (v. Ep 1,4), en la eternidad de Dios, la gracia divina está dispuesta a entrar en acción. Me conmueve meditar esta verdad: desde la eternidad estamos ante los ojos de Dios y él decidió salvarnos. El contenido de esta llamada es nuestra "santidad", una gran palabra. Santidad es participación en la pureza del Ser divino. Pero sabemos que Dios es caridad. Por tanto, participar en la pureza divina significa participar en la "caridad" de Dios, configurarnos con Dios, que es "caridad". "Dios es amor" (1Jn 4,8 1Jn 4,16): esta es la consoladora verdad que nos ayuda a comprender que "santidad" no es una realidad alejada de nuestra vida, sino que, en cuanto que podemos llegar a ser personas que aman, con Dios entramos en el misterio de la "santidad". El ágape se transforma así en nuestra realidad diaria. Por tanto, entramos en la esfera sagrada y vital de Dios mismo.

3. En esta línea, se pasa a la otra etapa, que también se contempla en el plan divino desde la eternidad: nuestra "predestinación" a hijos de Dios. No sólo criaturas humanas, sino realmente pertenecientes a Dios como hijos suyos.

San Pablo, en otro lugar (cf. Ga 4,5 Rm 8,15 Rm 8,23), exalta esta sublime condición de hijos que implica y resulta de la fraternidad con Cristo, el Hijo por excelencia, "primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29), y la intimidad con el Padre celestial, al que ahora podemos invocar Abbá, al que podemos decir "padre querido" con un sentido de verdadera familiaridad con Dios, con una relación de espontaneidad y amor. Por consiguiente, estamos en presencia de un don inmenso, hecho posible por el "beneplácito de la voluntad" divina y por la "gracia", luminosa expresión del amor que salva.

4. Ahora, para concluir, citamos al gran obispo de Milán, san Ambrosio, que en una de sus cartas comenta las palabras del apóstol san Pablo a los Efesios, reflexionando precisamente sobre el rico contenido de nuestro himno cristológico. Subraya, ante todo, la gracia sobreabundante con la que Dios nos ha hecho hijos adoptivos suyos en Cristo Jesús. "Por eso, no se debe dudar de que los miembros están unidos a su cabeza, sobre todo porque desde el principio hemos sido predestinados a ser hijos adoptivos de Dios, por Jesucristo" (Lettera XVI ad Ireneo, 4: SAEMO, XIX, Milán-Roma 1988, p. 161).

El santo obispo de Milán prosigue su reflexión afirmando: "¿Quién es rico, sino el único Dios, creador de todas las cosas?". Y concluye: "Pero es mucho más rico en misericordia, puesto que ha redimido a todos y, como autor de la naturaleza, nos ha transformado a nosotros, que según la naturaleza de la carne éramos hijos de la ira y sujetos al castigo, para que fuéramos hijos de la paz y de la caridad" (n. 7: ib., p. 163).

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las Hermanas de la Caridad de Nuestra Señora del Buen y Perpetuo Socorro en su capítulo general, así como a los grupos parroquiales de España y a los peregrinos de México y de otros países latinoamericanos. Invito a todos a amar a Dios y a vivir como dignos hijos suyos. Muchas gracias por vuestra atención.

(En italiano)

Por último, mi pensamiento va, como de costumbre, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Estamos entrando en el período estivo, tiempo de sana distracción y merecido descanso.
Os invito, queridos jóvenes, a aprovechar el verano para hacer útiles experiencias humanas y religiosas. A vosotros, queridos enfermos, os deseo que también durante estos meses sintáis la cercanía de personas amigas y familiares. A vosotros, queridos recién casados, os invito a usar las vacaciones para crecer en el amor recíproco iluminado por la alegría divina.




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