Audiencias 2005-2013 30805

Miércoles 3 de agosto de 2005: El Señor vela por su pueblo

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Queridos hermanos y hermanas:

1. En nuestro encuentro, que tiene lugar después de mis vacaciones, pasadas en el Valle de Aosta, reanudamos el itinerario que estamos recorriendo dentro de la liturgia de las Vísperas. Ahora la atención se centra en el salmo 124, que forma parte de la intensa y sugestiva colección llamada "Canción de las subidas", libro ideal de oraciones para la peregrinación a Sión con vistas al encuentro con el Señor en el templo (cf.
Ps 119-133).

Ahora meditaremos brevemente sobre un texto sapiencial, que suscita la confianza en el Señor y contiene una breve oración (cf. Ps 124,4). La primera frase proclama la estabilidad de "los que confían en el Señor", comparándola con la estabilidad "rocosa" y segura del "monte Sión", la cual, evidentemente, se debe a la presencia de Dios, que es "roca, fortaleza, peña, refugio, escudo, baluarte y fuerza de salvación" (cf. Ps 17,3). Aunque el creyente se sienta aislado y rodeado por peligros y amenazas, su fe debe ser serena, porque el Señor está siempre con nosotros. Su fuerza nos rodea y nos protege.

También el profeta Isaías testimonia que escuchó de labios de Dios estas palabras destinadas a los fieles: "He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella, no vacilará" (Is 28,16).

2. Sin embargo, continúa el salmista, la confianza del fiel tiene un apoyo ulterior: el Señor ha acampado para defender a su pueblo, precisamente como las montañas rodean a Jerusalén, haciendo de ella una ciudad fortificada con bastiones naturales (cf. Ps 124,2). En una profecía de Zacarías, Dios dice de Jerusalén: "Yo seré para ella muralla de fuego en torno, y dentro de ella seré gloria" (Za 2,9).

En este clima de confianza radical, que es el clima de la fe, el salmista tranquiliza "a los justos", es decir, a los creyentes. Su situación puede ser preocupante a causa de la prepotencia de los malvados, que quieren imponer su dominio. Los justos tendrían incluso la tentación de transformarse en cómplices del mal para evitar graves inconvenientes, pero el Señor los protege de la opresión: "No pesará el cetro de los malvados sobre el lote de los justos" (Ps 124,3); al mismo tiempo, los libra de la tentación de que "extiendan su mano a la maldad" (Ps 124,3).

Así pues, el Salmo infunde en el alma una profunda confianza. Es una gran ayuda para afrontar las situaciones difíciles, cuando a la crisis externa del aislamiento, de la ironía y del desprecio en relación con los creyentes se añade la crisis interna del desaliento, de la mediocridad y del cansancio. Conocemos esta situación, pero el Salmo nos dice que si tenemos confianza somos más fuertes que esos males.

3. El final del Salmo contiene una invocación dirigida al Señor en favor de los "buenos" y de los "sinceros de corazón" (v. Ps 124,4), y un anuncio de desventura para "los que se desvían por sendas tortuosas" (v. Ps 124,5). Por un lado, el salmista pide al Señor que se manifieste como padre amoroso con los justos y los fieles que mantienen encendida la llama de la rectitud de vida y de la buena conciencia. Por otro, espera que se revele como juez justo ante quienes se han desviado por las sendas tortuosas del mal, cuyo desenlace es la muerte.

El Salmo termina con el tradicional saludo shalom, "paz a Israel", un saludo que tiene asonancia con Jerushalajim, Jerusalén (cf. v. Ps 124,2), la ciudad símbolo de paz y de santidad. Es un saludo que se transforma en deseo de esperanza. Podemos explicitarlo con las palabras de san Pablo: "Para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de Dios" (Ga 6,16).

4. En su comentario a este salmo, san Agustín contrapone "los que se desvían por sendas tortuosas" a "los que son sinceros de corazón y no se alejan de Dios". Dado que los primeros correrán la "suerte de los malvados", ¿cuál será la suerte de los "sinceros de corazón"? Con la esperanza de compartir él mismo, junto con sus oyentes, el destino feliz de estos últimos, el Obispo de Hipona se pregunta: "¿Qué poseeremos? ¿Cuál será nuestra herencia? ¿Cuál será nuestra patria? ¿Cómo se llama?". Y él mismo responde, indicando su nombre -hago mías estas palabras-: "Paz. Con el deseo de paz os saludamos; la paz os anunciamos; los montes reciben la paz, mientras sobre los collados se propaga la justicia (cf. Ps 71,3). Ahora nuestra paz es Cristo: "Él es nuestra paz" (Ep 2,14)" (Esposizioni sui Salmi, IV, Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1977, p. 105).

San Agustín concluye con una exhortación que es, al mismo tiempo, también un deseo: "Seamos el Israel de Dios; abracemos con fuerza la paz, porque Jerusalén significa visión de paz, y nosotros somos Israel: el Israel sobre el cual reina la paz" (ib., p. 107), la paz de Cristo.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y Latinoamérica, especialmente a las Hijas de la Pasión, a los miembros de Schönstatt y Regnum Christi, así como a los fieles de Chile, México y Perú. Confiados en el Señor, desead la paz, anunciad la paz, construid la paz. Sois el pueblo del Señor y vuestra paz es Cristo.

(A los grupos de jóvenes procedentes de Brasil)
El clima de oración de este encuentro nos estimula a vivir serena y confiadamente, con la certeza de que Cristo, "nuestra paz", vive con nosotros y por nosotros. Saludo con especial afecto a los peregrinos de lengua portuguesa aquí presentes, y en particular a los que vienen de Portugal, así como a un grupo de jóvenes del movimiento de Schönstatt y a otro proveniente de Sao Paulo (Brasil). Abrazo a todos con particular simpatía y, al renovar mi invitación a encontrarnos en Colonia para la Jornada mundial de la Juventud, imparto de corazón mi bendición apostólica.

(A los peregrinos polacos)
Mañana es la memoria de san Juan María Vianney, párroco de Ars. Por su intercesión pidamos a Dios muchos y santos sacerdotes, pues la Iglesia hoy tiene mucha necesidad de ellos. Dios os bendiga.

(En italiano)

Me dirijo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La liturgia recuerda mañana a un sacerdote muy amado por sus contemporáneos: san Juan María Vianney, el santo cura de Ars. Queridos hermanos, que su ejemplo sirva a todos de estímulo e impulso para corresponder generosamente a la gracia divina.




Miércoles 10 de agosto de 2005: Confiar en Dios como un niño en brazos de su madre

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1. Hemos escuchado sólo pocas palabras, cerca de treinta en el original hebreo del salmo 130. Sin embargo, son palabras intensas, que desarrollan un tema muy frecuente en toda la literatura religiosa: la infancia espiritual. De modo espontáneo el pensamiento se dirige inmediatamente a santa Teresa de Lisieux, a su "caminito", a su "permanecer pequeña" para "estar entre los brazos de Jesús" (cf. Manoscritto "C",
MSC 2r°-3v°: Opere complete, Ciudad del Vaticano 1997, pp. 235-236).

En efecto, en el centro del Salmo resalta la imagen de una madre con su hijo, signo del amor tierno y materno de Dios, como ya lo había presentado el profeta Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé (...). Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer" (Os 11,1 Os 11,4).

2. El Salmo comienza con la descripción de la actitud antitética a la de la infancia, la cual es consciente de su fragilidad, pero confía en la ayuda de los demás. En cambio, el Salmo habla de la ambición del corazón, la altanería de los ojos y "las grandezas y los prodigios" (cf. Ps 130,1). Es la representación de la persona soberbia, descrita con términos hebreos que indican "altanería" y "exaltación", la actitud arrogante de quien mira a los demás con aires de superioridad, considerándolos inferiores a él.

La gran tentación del soberbio, que quiere ser como Dios, árbitro del bien y del mal (cf. Gn 3,5), es firmemente rechazada por el orante, que opta por la confianza humilde y espontánea en el único Señor.

3. Así, se pasa a la inolvidable imagen del niño y de la madre. El texto original hebreo no habla de un niño recién nacido, sino más bien de un "niño destetado" (Ps 130,2). Ahora bien, es sabido que en el antiguo Próximo Oriente el destete oficial se realizaba alrededor de los tres años y se celebraba con una fiesta (cf. Gn 21,8 1S 1,20-23 2M 7,27).

El niño al que alude el salmista está vinculado a su madre por una relación ya más personal e íntima y, por tanto, no por el mero contacto físico y la necesidad de alimento. Se trata de un vínculo más consciente, aunque siempre inmediato y espontáneo. Esta es la parábola ideal de la verdadera "infancia" del espíritu, que no se abandona a Dios de modo ciego y automático, sino sereno y responsable.

4. En este punto, la profesión de confianza del orante se extiende a toda la comunidad: "Espere Israel en el Señor ahora y por siempre" (Ps 130,3). Ahora la esperanza brota en todo el pueblo, que recibe de Dios seguridad, vida y paz, y se mantiene en el presente y en el futuro, "ahora y por siempre".

Es fácil continuar la oración utilizando otras frases del Salterio inspiradas en la misma confianza en Dios: "Desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios" (Ps 21,11). "Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá" (Ps 26,10). "Tú, Dios mío, eres mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías" (Ps 70,5-6).

5. Como hemos visto, a la confianza humilde se contrapone la soberbia. Un escritor cristiano de los siglos IV y V, Juan Casiano, advierte a los fieles de la gravedad de este vicio, que "destruye todas las virtudes en su conjunto y no sólo ataca a los mediocres y a los débiles, sino principalmente a los que han logrado cargos de responsabilidad con el uso de la fuerza". Y prosigue: "Por este motivo el bienaventurado David custodia con tanta circunspección su corazón, hasta el punto de que se atreve a proclamar ante Aquel a quien ciertamente no se ocultaban los secretos de su conciencia: "Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad". (...) Y, sin embargo, conociendo bien cuán difícil es también para los perfectos esa custodia, no presume de apoyarse únicamente en sus fuerzas, sino que suplica con oraciones al Señor que le ayude a evitar los dardos del enemigo y a no ser herido: "Que el pie del orgullo no me alcance" (Ps 35,12)" (Le istituzioni cenobitiche, XII, 6, Abadía de Praglia, Bresseo di Teolo, Padua 1989, p. 289).

De modo análogo, un antiguo texto anónimo de los Padres del desierto nos ha transmitido esta declaración, que se hace eco del Salmo 130: "No he superado nunca mi rango para subir más arriba, ni me he turbado jamás en caso de humillación, porque todos mis pensamientos se reducían a pedir al Señor que me despojara del hombre viejo" (I Padri del deserto. Detti, Roma 1980, p. 287).

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los seminaristas de Guadalajara y al grupo del Movimiento de Vida Cristiana, así como a los grupos de las parroquias de España y a los venidos de México, Chile, Argentina y otros países de Latinoamérica. Invito a todos a ser, a ejemplo de Jesús, mansos y humildes de corazón. Muchas gracias por vuestra atención.

(En portugués)
La sencillez del salmo que acabamos de leer tiene el encanto de presentarnos una de las virtudes más fundamentales del cristiano: la confianza en Dios, el abandono en sus manos, la paz que se experimenta cuando Dios es todo, y dirige todo en la vida de cada uno. Este es mi deseo para los peregrinos de lengua portuguesa aquí presentes, de modo especial para los visitantes del Brasil y Portugal. Dejaos amparar por el calor del regazo de la siempre Virgen María, en la perspectiva de la festividad de su Asunción a los cielos, y que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.

(En italiano)
Mi pensamiento se dirige ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Celebramos hoy la fiesta de san Lorenzo, mártir, modelo luminoso de cristiano, que supo vivir con valentía y heroísmo evangélico su total adhesión al Maestro divino. Queridos hermanos, imitad su ejemplo y, como él, estad siempre dispuestos a responder fielmente a la llamada del Señor.





Miércoles 17 de agosto de 2005: Dios, alegría y esperanza nuestra

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1. Al escuchar las palabras del salmo 125 se tiene la impresión de contemplar con los propios ojos el acontecimiento cantado en la segunda parte del libro de Isaías: el "nuevo éxodo". Es el regreso de Israel del exilio babilónico a la tierra de los padres, tras el edicto del rey persa Ciro en el año 558 a.C. Entonces se repitió la experiencia gozosa del primer éxodo, cuando el pueblo hebreo fue liberado de la esclavitud egipcia.

Este salmo cobraba un significado particular cuando se cantaba en los días en que Israel se sentía amenazado y atemorizado, porque debía afrontar de nuevo una prueba. En efecto, el Salmo comprende una oración por el regreso de los prisioneros del momento (cf. v.
Ps 125,4). Así, se transforma en una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios salvador y liberador, defensor de los débiles y los oprimidos.

2. El Salmo introduce en un clima de júbilo: se sonríe, se festeja la libertad obtenida, afloran a los labios cantos de alegría (cf. vv. Ps 125,1-2).

La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel: "El Señor ha estado grande con ellos" (v. Ps 125,2). La salvación del pueblo elegido se convierte en una prueba nítida de la existencia eficaz y poderosa de Dios, presente y activo en la historia. Por otro lado, es el pueblo de Dios el que profesa su fe en el Señor que salva: "El Señor ha estado grande con nosotros" (v. Ps 125,3).

3. El pensamiento va después al pasado, revivido con un estremecimiento de miedo y amargura. Centremos nuestra atención en la imagen agrícola que usa el salmista: "Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares" (v. Ps 125,5). Bajo el peso del trabajo, a veces el rostro se cubre de lágrimas: se está realizando una siembra fatigosa, que tal vez resulte inútil e infructuosa. Pero, cuando llega la cosecha abundante y gozosa, se descubre que el dolor ha sido fecundo.
En este versículo del Salmo se condensa la gran lección sobre el misterio de fecundidad y de vida que puede encerrar el sufrimiento. Precisamente como dijo Jesús en vísperas de su pasión y muerte: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).

4. El horizonte del Salmo se abre así a la cosecha festiva, símbolo de la alegría engendrada por la libertad, la paz y la prosperidad, que son fruto de la bendición divina. Así pues, esta oración es un canto de esperanza, al que se puede recurrir cuando se está inmerso en el tiempo de la prueba, del miedo, de la amenaza externa y de la opresión interior.

Pero puede convertirse también en una exhortación más general a vivir la vida y hacer las opciones en un clima de fidelidad. La perseverancia en el bien, aunque encuentre incomprensiones y obstáculos, al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad y de paz.

Es lo que san Pablo recordaba a los Gálatas: "El que siembra en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos" (Ga 6,8-9).

5. Concluyamos con una reflexión de san Beda el Venerable (672-735) sobre el salmo 125 comentando las palabras con que Jesús anunció a sus discípulos la tristeza que les esperaba y, al mismo tiempo, la alegría que brotaría de su aflicción (cf. Jn 16,20).

Beda recuerda que "lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo cuando vieron que los enemigos lo prendieron, lo ataron, lo llevaron a juicio, lo condenaron, lo flagelaron, se burlaron de él y, por último, lo crucificaron, lo hirieron con la lanza y lo sepultaron. Al contrario, los que amaban el mundo se alegraban (...) cuando condenaron a una muerte infamante a aquel que les molestaba sólo al verlo. Los discípulos se entristecieron por la muerte del Señor, pero, conocida su resurrección, su tristeza se convirtió en alegría; visto después el prodigio de la Ascensión, con mayor alegría todavía alababan y bendecían al Señor, como testimonia el evangelista san Lucas (cf. Lc 24,53). Pero estas palabras del Señor se pueden aplicar a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas, y que con razón ahora lloran y están tristes, porque no pueden ver aún a aquel que aman, y porque, mientras estén en el cuerpo, saben que están lejos de la patria y del reino, aunque estén seguros de llegar al premio a través de las fatigas y las luchas. Su tristeza se convertirá en alegría cuando, terminada la lucha de esta vida, reciban la recompensa de la vida eterna, según lo que dice el Salmo: "Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares"" (Omelie sul Vangelo, 2, 13: Collana di Testi Patristici, XC, Roma 1990, pp. 379-380).

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de España y Latinoamérica, particularmente a los fieles de la parroquia de Nuestra Señora del Socorro, de Aspe, y a los miembros de la delegación del Sevilla Fútbol Club. Que el Señor sea siempre vuestra alegría y esperanza. ¡Gracias por vuestra presencia!

(En italiano)
Saludo ahora a los peregrinos de lengua italiana. De modo especial me dirijo a los jóvenes, a los ancianos y a los enfermos, a las familias y a los recién casados. A todos os ruego que me acompañéis con la oración en la peregrinación apostólica que iniciaré mañana para participar en Colonia en la Jornada mundial de la juventud. Se trata de una importante cita eclesial que todos deseamos produzca abundantes frutos espirituales para toda la Iglesia, que cuenta mucho con el compromiso y el testimonio evangélico de los jóvenes.

Oración del Papa por Frère Roger Schutz


Hemos hablado de tristeza y al mismo tiempo de alegría. En realidad, he recibido esta mañana una noticia muy triste, dramática. Ayer, por la tarde, durante las vísperas, el querido Frère Roger Schutz, fundador de la Comunidad de Taizé, fue acuchillado y asesinado, probablemente por una desequilibrada. Esta noticia me afecta profundamente, tanto más cuanto que precisamente ayer recibí una carta de Frère Roger muy conmovedora, muy cordial. En ella escribe que en el fondo de su corazón quiere decirme que "estamos en comunión con usted y con los que se encuentran reunidos en Colonia". Luego dice que, a causa de sus condiciones de salud, por desgracia no podía ir personalmente a Colonia, pero que estaría presente espiritualmente junto con sus hermanos. Al final me explica en esta carta que deseaba venir cuanto antes a Roma para encontrarse conmigo y decirme que "nuestra Comunidad de Taizé quiere caminar en comunión con el Santo Padre". Y luego escribe de su puño y letra: "Santo Padre, le aseguro mis sentimientos de profunda comunión. Frère Roger de Taizé".

En este momento de tristeza sólo podemos encomendar a la bondad del Señor el alma de este fiel servidor suyo. Como acabamos de escuchar en el Salmo, sabemos que de la tristeza brotará la alegría: Frère Schutz está en las manos de la bondad eterna, del amor eterno, ha llegado al gozo eterno. Él nos invita y exhorta a ser siempre trabajadores fieles en la viña del Señor, incluso en situaciones tristes, seguros de que el Señor nos acompaña y nos dará su alegría.



Miércoles 24 de agosto de 2005

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Queridos hermanos y hermanas:

Como solía hacer el amado Juan Pablo II después de cada peregrinación apostólica, también yo hoy, junto con vosotros, quisiera repasar los días transcurridos en Colonia con ocasión de la Jornada mundial de la juventud. La Providencia divina quiso que mi primer viaje pastoral fuera de Italia tuviera como meta precisamente mi país de origen, y se realizara con ocasión del gran encuentro de los jóvenes del mundo, a veinte años de la institución de la Jornada mundial de la juventud, querida con intuición profética por mi inolvidable predecesor.

Después de mi regreso, doy gracias a Dios desde lo más hondo de mi corazón por el don de esta peregrinación, de la que conservaré un grato recuerdo. Todos hemos sentido que era un don de Dios. Ciertamente, muchos colaboraron, pero al final la gracia de ese encuentro fue un don de lo alto, del Señor. Al mismo tiempo, expreso mi gratitud a todos los que, con empeño y amor, prepararon y organizaron ese encuentro en todas sus fases: en primer lugar, al arzobispo de Colonia, cardenal Joachim Meisner, al cardenal Karl Lehmann, presidente de la Conferencia episcopal, y a los obispos de Alemania, con los que me reuní precisamente al final de mi visita. Asimismo, quisiera dar las gracias nuevamente a las autoridades, a las organizaciones y a los voluntarios, que dieron su contribución. También expreso mi agradecimiento a las personas y a las comunidades que, en todas las partes del mundo, lo sostuvieron con su oración, y a los enfermos, que ofrecieron sus sufrimientos por el éxito espiritual de esta importante cita.

El abrazo ideal con los jóvenes participantes en la Jornada mundial de la juventud comenzó desde mi llegada al aeropuerto de Colonia/Bonn, y fue haciéndose cada vez más emotivo a medida que navegaba por el Rhin, desde el muelle de Rodenkirchenerbrücke hasta Colonia, escoltados por otras cinco embarcaciones, que representaban los cinco continentes. También fue sugestiva la etapa frente al andén de Poller Rheinwiesen, donde ya me esperaban miles y miles de jóvenes, con los que celebré mi primer encuentro oficial, llamado con acierto "fiesta de acogida", y que tenía como lema las palabras de los Magos: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?" (
Mt 2,2).

Precisamente los Magos fueron los "guías" de aquellos jóvenes peregrinos hacia Cristo, adoradores del misterio de su presencia en la Eucaristía. Es muy significativo que todo esto haya sucedido mientras nos acercamos a la conclusión del Año de la Eucaristía querido por Juan Pablo II. El tema del Encuentro -"Hemos venido a adorarlo"- invitó a todos a seguir idealmente a los Magos, y a realizar con ellos un viaje interior de conversión hacia el Emmanuel, el Dios con nosotros, para conocerlo, encontrarlo, adorarlo y, después de haberlo encontrado y adorado, volver a partir llevando en el corazón, en nuestro interior, su luz y su alegría.

En Colonia los jóvenes tuvieron muchas ocasiones para profundizar en estas importantes temáticas espirituales, y se sintieron impulsados por el Espíritu Santo a ser testigos entusiastas y coherentes de Cristo, que en la Eucaristía prometió estar realmente presente entre nosotros hasta el fin del mundo. Recuerdo los diversos momentos que tuve la alegría de compartir con ellos, especialmente la vigilia del sábado por la tarde y la celebración conclusiva del domingo. A esas sugestivas manifestaciones de fe se unieron otros millones de jóvenes en todos los rincones de la tierra gracias a las providenciales conexiones de radio y televisión.

Pero ahora quisiera recordar un encuentro singular, el que celebré con los seminaristas, jóvenes llamados a un seguimiento personal más radical de Cristo, Maestro y Pastor. Quise que hubiera un momento específico dedicado a ellos, entre otras cosas, para poner de relieve la dimensión vocacional típica de las Jornadas mundiales de la juventud. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada han surgido, a lo largo de estos veinte años, precisamente durante las Jornadas mundiales de la juventud, ocasiones privilegiadas en las que el Espíritu Santo hace oír con fuerza su llamada.

En el marco, lleno de esperanza, de las jornadas de Colonia se sitúa muy bien el encuentro ecuménico con los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales. El papel de Alemania en el diálogo ecuménico es importante, tanto por la triste historia de las divisiones como por la función significativa que ha desempeñado en el camino de reconciliación. Espero que el diálogo, como intercambio recíproco de dones, y no sólo de palabras, contribuya también a hacer que crezca y madure la "sinfonía" ordenada y armoniosa, que es la unidad católica.

Desde esta perspectiva, las Jornadas mundiales de la juventud constituyen un valioso "laboratorio" ecuménico. Y ¡cómo no revivir con emoción la visita a la sinagoga de Colonia, sede de la comunidad judía más antigua de Alemania! Con los hermanos judíos recordé la Shoah, así como el 60° aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis. Además, este año se conmemora el 40° aniversario de la declaración conciliar Nostra aetate, que inauguró una nueva etapa de diálogo y solidaridad espiritual entre judíos y cristianos, así como de estima por las otras grandes tradiciones religiosas. Entre estas ocupa un lugar particular el islam, cuyos seguidores adoran al único Dios y veneran al patriarca Abraham. Por esta razón, quise encontrarme con los representantes de algunas comunidades musulmanas, a los que manifesté las esperanzas y las preocupaciones del difícil momento histórico que estamos viviendo, deseando que se extirpen el fanatismo y la violencia, y que colaboremos juntos para defender siempre la dignidad de la persona humana y tutelar sus derechos fundamentales.

Queridos hermanos y hermanas, desde el corazón de la "vieja" Europa, que en el siglo pasado, por desgracia, sufrió horrendos conflictos y regímenes inhumanos, los jóvenes volvieron a lanzar a la humanidad de nuestro tiempo el mensaje de la esperanza que no defrauda, porque se funda en la palabra de Dios hecho carne en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.

En Colonia los jóvenes encontraron y adoraron al Emmanuel, el Dios con nosotros, en el misterio de la Eucaristía, y comprendieron mejor que la Iglesia es la gran familia mediante la cual Dios forma un espacio de comunión y de unidad entre todos los continentes, las culturas y las razas, una familia más vasta que el mundo, que no conoce límites ni confines, por decirlo así, una "gran comitiva de peregrinos" que caminan con Cristo, guiados por él, estrella resplandeciente que ilumina la historia. Jesús se convierte en nuestro compañero de viaje en la Eucaristía, y -como dije en la homilía de la celebración conclusiva, con una imagen de la física muy conocida- en la Eucaristía lleva la "fisión nuclear" al corazón más recóndito del ser. Sólo esta íntima explosión del bien que vence el mal puede impulsar las demás transformaciones necesarias para cambiar el mundo.

Jesús, el rostro de Dios misericordioso con todo hombre, sigue iluminando nuestro camino como la estrella que guió a los Magos, y nos colma de su alegría. Por tanto, oremos para que desde Colonia los jóvenes lleven consigo, dentro de sí, la luz de Cristo, que es verdad y amor, y la difundan por doquier. Espero que, gracias a la fuerza del Espíritu Santo y a la ayuda materna de la Virgen María, asistamos a una gran primavera de esperanza en Alemania, en Europa y en el mundo entero.

Saludos

Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos parroquiales de varias diócesis españolas y a los jóvenes de las diócesis de Guayaquil (Ecuador) y Nueve de Julio (Argentina), así como a los demás fieles de América Latina. Como los Magos, buscad a Jesús, que es el rostro misericordioso del Padre, que sigue iluminando la vida de todo hombre.

(En italiano)

Por último, como de costumbre, mi pensamiento se dirige a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados. Que el ejemplo del apóstol san Bartolomé, a quien recordamos hoy, os ayude a mirar con confianza a Cristo, que es luz en las dificultades, apoyo en las pruebas y guía en todos los momentos de la vida.




Miércoles 31 de agosto de 2005: El esfuerzo humano es inútil sin Dios

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1. El salmo 126, que se acaba de proclamar, nos presenta un espectáculo en movimiento: una casa en construcción, la ciudad con sus centinelas, la vida de las familias, las vigilias nocturnas, el trabajo diario, los pequeños y grandes secretos de la existencia. Pero sobre todo ello se eleva una presencia decisiva, la del Señor que se cierne sobre las obras del hombre, como sugiere el inicio incisivo del Salmo: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles" (v.
Ps 126,1).

Ciertamente, una sociedad sólida nace del compromiso de todos sus miembros, pero necesita la bendición y la ayuda de Dios, que por desgracia a menudo se ve excluido o ignorado. El libro de los Proverbios subraya el primado de la acción divina para el bienestar de una comunidad y lo hace de modo radical, afirmando que "la bendición del Señor es la que enriquece, y nada le añade el trabajo a que obliga" (Pr 10,22).

2. Este salmo sapiencial, fruto de la meditación sobre la realidad de la vida de todo hombre, está construido fundamentalmente sobre un contraste: sin el Señor, en vano se intenta construir una casa estable, edificar una ciudad segura, hacer que el propio esfuerzo dé fruto (cf. Ps 126,1-2). En cambio, con el Señor se tiene prosperidad y fecundidad, una familia con muchos hijos y serena, una ciudad bien fortificada y defendida, libre de peligros e inseguridades (cf. vv. Ps 126,3-5).

El texto comienza aludiendo al Señor representado como constructor de la casa y centinela que vela por la ciudad (cf. Ps 120,1-8). El hombre sale por la mañana a trabajar para sustentar a su familia y contribuir al desarrollo de la sociedad. Es un trabajo que ocupa sus energías, provocando el sudor de su frente (cf. Gn 3,19) a lo largo de toda la jornada (cf. Ps 126,2).

3. Pues bien, el salmista, aun reconociendo la importancia del trabajo, no duda en afirmar que todo ese trabajo es inútil si Dios no está al lado del que lo realiza. Y, por el contrario, afirma que Dios premia incluso el sueño de sus amigos. Así el salmista quiere exaltar el primado de la gracia divina, que da consistencia y valor a la actividad humana, aunque esté marcada por el límite y la caducidad. En el abandono sereno y fiel de nuestra libertad al Señor, también nuestras obras se vuelven sólidas, capaces de un fruto permanente. Así nuestro "sueño" se transforma en un descanso bendecido por Dios, destinado a sellar una actividad que tiene sentido y consistencia.

4. En este punto, el salmo nos presenta otra escena. El Señor ofrece el don de los hijos, considerados como una bendición y una gracia, signo de la vida que continúa y de la historia de la salvación orientada hacia nuevas etapas (cf. v. Ps 126,3). El salmista destaca, en particular, a "los hijos de la juventud": el padre que ha tenido hijos en su juventud no sólo los verá en todo su vigor, sino que además ellos serán su apoyo en la vejez. Así podrá afrontar con seguridad el futuro, como un guerrero armado con las "saetas" afiladas y victoriosas que son los hijos (cf. vv. Ps 126,4-5).

Esta imagen, tomada de la cultura del tiempo, tiene como finalidad celebrar la seguridad, la estabilidad, la fuerza de una familia numerosa, como se repetirá en el salmo sucesivo -el 127-, en el que se presenta el retrato de una familia feliz.

El cuadro final describe a un padre rodeado por sus hijos, que es recibido con respeto a las puertas de la ciudad, sede de la vida pública. Así pues, la generación es un don que aporta vida y bienestar a la sociedad. Somos conscientes de ello en nuestros días al ver naciones a las que el descenso demográfico priva de lozanía, de energías, del futuro encarnado por los hijos. Sin embargo, sobre todo ello se eleva la presencia de Dios que bendice, fuente de vida y de esperanza.

5. Los autores espirituales han usado a menudo el salmo 126 precisamente con el fin de exaltar esa presencia divina, decisiva para avanzar por el camino del bien y del reino de Dios. Así, el monje Isaías (que murió en Gaza en el año 491), en su Asceticon (Logos 4, 118), recordando el ejemplo de los antiguos patriarcas y profetas, enseña: "Se situaron bajo la protección de Dios, implorando su ayuda, sin poner su confianza en los esfuerzos que realizaban. Y la protección de Dios fue para ellos una ciudad fortificada, porque sabían que nada podían sin la ayuda de Dios, y su humildad les impulsaba a decir, con el salmista: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas"" (Recueil ascétique, Abbaye de Bellefontaine 1976, pp. 74-75).

Eso vale también para hoy: sólo la comunión con el Señor puede custodiar nuestras casas y nuestras ciudades.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, especialmente a las Siervas de María Ministras de los Enfermos y a los Legionarios de Cristo; a los fieles diocesanos llegados de España; a los de San Juan de Puerto Rico, acompañados por su arzobispo, mons. Roberto Octavio González, así como a los demás peregrinos latinoamericanos. Poneos siempre bajo la protección de Dios e implorad su asistencia.

(A los polacos en el 25° aniversario de la fundación del sindicato "Solidaridad")
Doy las gracias a la divina Providencia por el soplo de un nuevo espíritu que este movimiento llevó a las vicisitudes de la Europa contemporánea. Que Dios bendiga a todos los que trabajaron por la promoción de la justicia social y por el bien de los obreros. Os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos. ¡Alabado sea Jesucristo!
A los fieles húngaros y eslovacos les recordó el comienzo del año escolar en estos próximos días, y les impartió su bendición, en especial a los jóvenes.

(En italiano)
Mi saludo va finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Os exhorto, queridos jóvenes, a poner a Jesús en el centro de vuestra vida, para que seáis verdaderos testigos de esperanza y de paz. Vosotros, queridos enfermos, acoged con fe el misterio del dolor a ejemplo de Aquel que murió en la cruz por la redención de todos los hombres. Y vosotros, queridos recién casados, tomad cada día del Señor la fuerza espiritual para que vuestro amor sea auténtico, duradero y abierto a los demás.






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