Audiencias 2005-2013 21117

Miércoles 21 de noviembre de 2007: Afraates el sabio persa

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Queridos hermanos y hermanas:

En nuestro recorrido por el mundo de los Padres de la Iglesia, hoy quiero guiaros hacia una parte poco conocida de este universo de la fe, es decir, a los territorios en los que florecieron las Iglesias de lengua semítica, sobre las que todavía no había influido el pensamiento griego. Esas Iglesias se desarrollaron a lo largo del siglo IV en Oriente Próximo, desde Tierra Santa hasta el Líbano y Mesopotamia.

Durante ese siglo, que fue un período de formación a nivel eclesial y literario, en dichas comunidades se manifestó el fenómeno ascético-monástico con características autóctonas, que no experimentaron la influencia del monaquismo egipcio. Por tanto, las comunidades siríacas del siglo IV representan al mundo semítico, del que salió la Biblia misma, y son expresión de un cristianismo cuya formulación teológica aún no había entrado en contacto con corrientes culturales diversas, sino que vivía de formas de pensamiento propias. Son Iglesias en las que el ascetismo bajo varias formas eremíticas (eremitas en el desierto, en las cuevas, recluidos y estilitas) y el monaquismo bajo formas de vida comunitaria desempeñan un papel de vital importancia en el desarrollo del pensamiento teológico y espiritual.

Quiero presentar este mundo a través de la gran figura de Afraates, conocido también con el sobrenombre de "sabio", uno de los personajes más importantes y, al mismo tiempo, más enigmáticos del cristianismo siríaco del siglo IV.

Originario de la región de Nínive-Mosul, hoy en Irak, vivió en la primera mitad del siglo IV. Tenemos pocas noticias sobre su vida; en cualquier caso, mantuvo relaciones estrechas con los ambientes ascético-monásticos de la Iglesia siríaca, acerca de la cual nos transmitió algunas noticias en su obra y a la cual dedicó parte de su reflexión. Según algunas fuentes, dirigió incluso un monasterio y, por último, fue consagrado obispo. Escribió veintitrés discursos conocidos con el nombre de Exposiciones o Demostraciones, en los que trató diversos temas de vida cristiana, como la fe, el amor, el ayuno, la humildad, la oración, la misma vida ascética, y también la relación entre judaísmo y cristianismo, entre Antiguo y Nuevo Testamento. Escribió con un estilo sencillo, con frases breves y con paralelismos a veces contrastantes; sin embargo, logró hacer una reflexión coherente, con un desarrollo bien articulado de los diversos temas que trató.

Afraates era originario de una comunidad eclesial que se encontraba en la frontera entre el judaísmo y el cristianismo. Era una comunidad muy unida a la Iglesia madre de Jerusalén, y sus obispos eran elegidos tradicionalmente de entre los así llamados "familiares" de Santiago, el "hermano del Señor" (cf.
Mc 6,3), es decir, eran personas unidas con vínculos de sangre y de fe a la Iglesia jerosolimitana.

La lengua de Afraates era el siríaco; por tanto, una lengua semítica como el hebreo del Antiguo Testamento y el arameo, hablado por Jesús mismo. La comunidad eclesial en la que vivió Afraates era una comunidad que trataba de permanecer fiel a la tradición judeocristiana, de la que se sentía hija. Por eso, mantenía una relación estrecha con el mundo judío y con sus libros sagrados. Afraates, significativamente, se definía a sí mismo "discípulo de la sagrada Escritura" del Antiguo y del Nuevo Testamento (Exposición 22, 26), que consideraba su única fuente de inspiración, recurriendo a ella tan a menudo que la convierte en el centro de su reflexión.

Los temas que Afraates desarrolla en sus Exposiciones son muy variados. Fiel a la tradición siríaca, presenta a menudo la salvación realizada por Cristo como una curación y, por consiguiente, presenta a Cristo mismo como médico. En cambio, considera el pecado como una herida, que sólo la penitencia puede sanar: "Un hombre que ha sido herido en la batalla —decía Afraates— no se avergüenza de ponerse en manos de un médico sabio (...); del mismo modo, quien ha sido herido por Satanás no debe avergonzarse de reconocer su culpa y alejarse de ella, pidiendo la medicina de la penitencia" (Exposición 7, 3).

Otro aspecto importante en la obra de Afraates es su enseñanza sobre la oración y, en especial, sobre Cristo como maestro de oración. El cristiano ora siguiendo la enseñanza de Jesús y su ejemplo orante: "Así, nuestro Salvador ha enseñado a orar, diciendo: "Ora en lo secreto a Aquel que está en lo secreto, pero ve todo"; y también: "Entra en tu aposento y ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Entra en tu aposento y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,6) (...). Lo que quiere mostrar nuestro Salvador es que Dios conoce los deseos y los pensamientos del corazón" (Exposición 4, 10).

Para Afraates, la vida cristiana se centra en la imitación de Cristo, en tomar su yugo y seguirlo por el camino del Evangelio. Una de las virtudes más convenientes para el discípulo de Cristo es la humildad. No es un aspecto secundario en la vida espiritual del cristiano: la naturaleza del hombre es humilde, y es Dios quien la eleva a su misma gloria. La humildad —observa Afraates— no es un valor negativo: "Aunque la raíz del hombre está plantada en la tierra, sus frutos suben hasta el Señor de la grandeza" (Exposición 9, 14). Si es humilde, el cristiano, incluso en la realidad terrena en la que vive, puede entrar en relación con el Señor: "El humilde es humilde, pero su corazón se eleva a alturas excelsas. Los ojos de su rostro observan la tierra; y los ojos de su mente, la altura excelsa" (Exposición 9, 2).

La visión que tiene Afraates del hombre y de su realidad corporal es muy positiva: el cuerpo humano, siguiendo el ejemplo de Cristo humilde, está llamado a la belleza, a la alegría y a la luz: "Dios se acerca al hombre que ama, y es justo amar la humildad y permanecer en la condición de humildad. Los humildes son sencillos, pacientes, amados, íntegros, rectos, expertos en el bien, prudentes, serenos, sabios, tranquilos, pacíficos, misericordiosos, dispuestos a convertirse, benévolos, profundos, ponderados, agradables y deseables" (Exposición 9, 14).

En Afraates la vida cristiana se presenta a menudo con una clara dimensión ascética y espiritual: la fe es su base, su fundamento, pues transforma al hombre en un templo donde habita Cristo mismo. Así pues, la fe hace posible una caridad sincera, que se manifiesta en el amor a Dios y al prójimo.

Otro aspecto importante en Afraates es el ayuno, que interpretaba en sentido amplio. Hablaba del ayuno del alimento como una práctica necesaria para ser caritativo y virgen, del ayuno constituido por la continencia con vistas a la santidad, del ayuno de las palabras vanas o detestables, del ayuno de la cólera, del ayuno de la propiedad de los bienes con vistas al ministerio, y del ayuno del sueño para dedicarse a la oración.

Queridos hermanos y hermanas, para concluir, volvamos una vez más a la enseñanza de Afraates sobre la oración. Según este antiguo "sabio", la oración se realiza cuando Cristo habita en el corazón del cristiano, y lo invita a un compromiso coherente de caridad con el prójimo. En efecto, escribe: "Consuela a los afligidos; visita a los enfermos; sé solícito con los pobres: esta es la oración. La oración es buena, y sus obras son hermosas. La oración es aceptada cuando consuela al prójimo. La oración es escuchada cuando en ella se encuentra también el perdón de las ofensas. La oración es fuerte cuando está llena de la fuerza de Dios" (Exposición 4, 14-16).

Con estas palabras, Afraates nos invita a una oración que se convierte en vida cristiana, en vida realizada, en vida impregnada de fe, de apertura a Dios y, así, de amor al prójimo.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En particular, al grupo promotor del programa "Vida sin droga", de Colombia, acompañado por los señores embajadores de ese país. Es de esperar que esta y otras iniciativas similares se propaguen y ayuden a construir un mundo mejor. Saludo también a la delegación de la Escuela de policía de Chile, —¡Bienvenidos!—, así como a los demás peregrinos de México y España. A todos recuerdo una máxima del sabio Afraates: "La oración es escuchada cuando ofrece alivio al prójimo". Gracias por vuestra visita.

(A los peregrinos polacos)
En la liturgia de hoy recordamos la Presentación de la santísima Virgen María. Ella supo realizar de modo perfecto la voluntad del Padre celestial. Que María nos ayude a insertar en nuestra vida el plan divino de la salvación.

(A los peregrinos procedentes de la República Checa)
Hermanos y hermanas, este año celebramos el octavo centenario del nacimiento de santa Isabel de Hungría, originaria de Bratislava. Que esta extraordinaria testigo de amor a los pobres suscite en vosotros un renovado compromiso en las obras de misericordia.

(En lengua croata)
La fe, que convierte al hombre en templo donde habita Cristo mismo, os lleve a seguirlo con humildad y sencillez.

(En italiano)
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. El domingo próximo, último del tiempo ordinario, celebraremos la solemnidad de Cristo, Rey del universo. Queridos jóvenes, poned a Jesús en el centro de vuestra vida. Cristo, que hizo de la cruz un trono real, os enseñe a vosotros, queridos enfermos, a comprender el valor redentor del sufrimiento vivido en unión con él. A vosotros, queridos recién casados, os invito a poner a Jesús en el centro de vuestra vida matrimonial.
Llamamiento en favor de la población de Somalia


Llegan dolorosas noticias sobre la precaria situación humanitaria de Somalia, especialmente en Mogadiscio, cada vez más afectada por la inseguridad social y por la pobreza. Sigo con preocupación el desarrollo de los acontecimientos y hago un llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas, tanto a nivel local como internacional, para que se encuentren soluciones pacíficas y se proporcione alivio a esa querida población. Asimismo, aliento los esfuerzos de quienes, a pesar de la inseguridad y las incomodidades, permanecen en esa región para llevar ayuda y alivio a sus habitantes.



Miércoles 28 de noviembre de 2007: San Efrén el sirio

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Queridos hermanos y hermanas:

Según una opinión común hoy, el cristianismo sería una religión europea, que habría exportado la cultura de este continente a otros países. Pero la realidad es mucho más compleja, pues la raíz de la religión cristiana se encuentra en el Antiguo Testamento y, por tanto, en Jerusalén y en el mundo semítico. El cristianismo se alimenta siempre de esta raíz del Antiguo Testamento. Su expansión en los primeros siglos se produjo tanto hacia occidente —hacia el mundo greco-latino, donde después inspiró la cultura europea— como hacia oriente, hasta Persia y hasta la India, contribuyendo así a suscitar una cultura específica, en lenguas semíticas, con una identidad propia.

Para mostrar esta diversidad cultural de la única fe cristiana de los inicios, en la catequesis del miércoles pasado hablé de un representante de este otro cristianismo, Afraates el sabio persa, casi desconocido para nosotros. En esta misma línea quisiera hablar hoy de san Efrén el sirio, nacido en Nisibi en torno al año 306 en el seno de una familia cristiana.

Fue el representante más importante del cristianismo de lengua siríaca y logró conciliar de modo único la vocación de teólogo con la de poeta. Se formó y creció junto a Santiago, obispo de Nisibi (303-338), y juntamente con él fundó la escuela teológica de su ciudad. Ordenado diácono, vivió intensamente la vida de la comunidad local cristiana hasta el año 363, cuando Nisibi cayó en manos de los persas. Entonces san Efrén emigró a Edesa, donde prosiguió su actividad de predicador. Murió en esta ciudad en el año 373, al quedar contagiado mientras atendía a los enfermos de peste.
No se sabe a ciencia cierta si era monje, pero en todo caso es seguro que fue diácono durante toda su vida, abrazando la virginidad y la pobreza. Así, en la especificidad de su expresión cultural se puede apreciar la identidad cristiana común y fundamental: la fe, la esperanza —una esperanza que permite vivir pobre y casto en este mundo, poniendo toda expectativa en el Señor— y por último la caridad, hasta la entrega de sí mismo para atender a los enfermos de peste.

San Efrén nos ha dejando una gran herencia teológica: su notable producción puede reagruparse en cuatro categorías: obras escritas en prosa ordinaria (sus obras polémicas o bien los comentarios bíblicos); obras en prosa poética; homilías en verso; y, por último, los himnos, sin duda la obra más amplia de san Efrén. Es un autor rico e interesante en muchos aspectos, pero sobre todo desde el punto de vista teológico.

Lo específico de su trabajo consiste en que unió teología y poesía. Al acercarnos a su doctrina, desde el inicio debemos poner de relieve que hace teología de forma poética. La poesía le permite profundizar en la reflexión teológica a través de paradojas e imágenes. Al mismo tiempo, su teología se convierte en liturgia, en música: de hecho, era un gran compositor, un músico. Teología, reflexión sobre la fe, poesía, canto y alabanza a Dios están unidos; y precisamente por este carácter litúrgico aparece con nitidez en la teología de san Efrén la verdad divina. En su búsqueda de Dios, al hacer teología, sigue el camino de la paradoja y del símbolo. Privilegia sobre todo las imágenes contrapuestas, pues le sirven para subrayar el misterio de Dios.

Ahora no puedo referir muchas cosas de él, en parte porque la poesía es difícil de traducir; pero, para dar al menos una idea de su teología poética, quisiera citar partes de dos himnos. Ante todo, también con vistas al Adviento, ya próximo, os propongo unas espléndidas imágenes tomadas de los himnos "Sobre el nacimiento de Cristo". Ante la Virgen, con gran inspiración, san Efrén manifiesta su admiración:

«El Señor vino a ella
para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella
para callar en su seno.
El rayo vino a ella
para no hacer ruido.
El pastor vino a ella,
y nació el Cordero,
que llora dulcemente.
El seno de María
ha trastocado los papeles:
El que creó todas las cosas
las posee, pero en la pobreza.

El Altísimo vino a ella (María),
pero entró humildemente.
El esplendor vino a ella,
pero con vestido de humildad.
El que lo da todo
experimentó el hambre.
El que da de beber a todos
sufrió la sed.
El que todo lo reviste (de belleza)
salió desnudo de ella»
(Himno De Nativitate 11, 6-8).


Para expresar el misterio de Cristo, san Efrén utiliza una gran variedad de temas, de expresiones, de imágenes. En uno de sus himnos, de forma eficaz, relaciona a Adán (en el paraíso) con Cristo (en la Eucaristía).

«Con la espada del querubín
se cerró el camino
del árbol de la vida.
Pero para los pueblos,
el Señor de este árbol
se ha entregado
él mismo como alimento,
como oblación (eucarística).
Los árboles del Edén
fueron dados
al primer Adán
para su alimento.

Por nosotros el jardinero
del Jardín, en persona,
se hizo alimento
para nuestras almas.
De hecho, todos salimos
del Paraíso junto con Adán,
que lo dejó a sus espaldas.
Ahora que abajo (en la cruz)
ha sido retirada la espada,
por la lanza podemos regresar»
(Himno 49, 9-11).


Para hablar de la Eucaristía, san Efrén utiliza dos imágenes: las brasas o el carbón ardiente, y la perla. El tema de las brasas está tomado del profeta Isaías (cf.
Is 6,6). Es la imagen del serafín, que toma las brasas con las tenazas y roza simplemente los labios del profeta para purificarlos; el cristiano, por el contrario, toca y consume las Brasas, es decir, a Cristo mismo:

«En tu pan se esconde el Espíritu,
que no puede ser consumido;
en tu vino está el fuego,
que no se puede beber.
El Espíritu en tu pan,
el fuego en tu vino:
he aquí la maravilla
que acogen nuestros labios.
El serafín no podía
acercar sus dedos a las brasas,
que sólo pudieron rozar
los labios de Isaías;
ni los dedos las tocaron,
ni los labios las ingirieron;
pero a nosotros
el Señor nos ha concedido
ambas cosas.
El fuego descendió
con ira para destruir a los pecadores,
pero el fuego de la gracia desciende
sobre el pan y en él permanece.
En vez del fuego
que destruyó al hombre,
hemos comido el fuego en el pan
y hemos sido salvados»
(Himno De Fide 10, 8-10).


He aquí un último ejemplo de los himnos de san Efrén, donde habla de la perla como símbolo de la riqueza y de la belleza de la fe:

«La puse (la perla),
hermanos míos,
en la palma de mi mano
a fin de contemplarla.
La observé por todos los lados:
tenía el mismo aspecto
por todas partes.
Así es la búsqueda
del Hijo, inescrutable,
pues toda ella es luz.
En su limpidez vi al Límpido,
al que no se opaca;
en su pureza,
vi un gran símbolo:
el cuerpo de nuestro Señor,
inmaculado.
En su indivisibilidad vi la Verdad,
que es indivisible»
(Himno Sobre la Perla 1, 2-3).


La figura de san Efrén sigue siendo plenamente actual para la vida de las diversas Iglesias cristianas. Lo descubrimos en primer lugar como teólogo, que, a partir de la sagrada Escritura, reflexiona poéticamente en el misterio de la redención del hombre realizada por Cristo, Verbo de Dios encarnado. Hace una reflexión teológica expresada con imágenes y símbolos tomados de la naturaleza, de la vida cotidiana y de la Biblia. San Efrén confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético; se trata de himnos teológicos y, al mismo tiempo, aptos para ser recitados o para el canto litúrgico. San Efrén se sirve de estos himnos para difundir la doctrina de la Iglesia con ocasión de las fiestas litúrgicas. Con el paso del tiempo se han convertido en un instrumento catequético sumamente eficaz para la comunidad cristiana.

Es importante la reflexión de san Efrén sobre el tema de Dios creador: en la creación no hay nada aislado, y el mundo, al igual que la sagrada Escritura, es una Biblia de Dios. Al utilizar de modo erróneo su libertad, el hombre trastoca el orden del cosmos. Para san Efrén es importante el papel de la mujer. Siempre habla de ella con sensibilidad y respeto: la habitación de Jesús en el seno de María elevó al máximo la dignidad de la mujer. Para san Efrén, como no hay Redención sin Jesús, tampoco hay Encarnación sin María. Las dimensiones divina y humana del misterio de nuestra redención se encuentran en los escritos de san Efrén; de manera poética y con imágenes tomadas fundamentalmente de las Escrituras, anticipa el fondo teológico y en cierto sentido el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.

San Efrén, honrado por la tradición cristiana con el título de "cítara del Espíritu Santo", fue diácono de su Iglesia durante toda la vida. Fue una opción decisiva y emblemática: fue diácono, es decir, servidor, tanto en el ministerio litúrgico, como, de modo más radical, en el amor a Cristo, cantado por él de manera inigualable, y, por último, en la caridad con los hermanos, a quienes introdujo con maestría excepcional en el conocimiento de la Revelación divina.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los distintos grupos venidos de Argentina, España, México y de otros países latinoamericanos. Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de san Efrén, os invito a dejaros guiar en vuestras vidas por el amor de Cristo, para servir a Dios y a los hermanos con generosa y alegre dedicación. Muchas gracias.

(En italiano)
El 1 de diciembre próximo se celebrará la Jornada mundial contra el sida. Me siento espiritualmente cercano a cuantos sufren a causa de esta terrible enfermedad, así como a sus familias, en especial a las afectadas por la pérdida de un pariente. A todos aseguro mi oración. Deseo también exhortar a todas las personas de buena voluntad a multiplicar los esfuerzos para detener la difusión del virus HIV, a contrarrestar el desprecio que hiere a menudo a cuantos están afectados por él, y a cuidar a los enfermos, especialmente cuando son todavía niños.

Queridos amigos, deseo que la visita a los lugares sagrados os confirme en la adhesión a Cristo y alimente la caridad en vuestras familias y en vuestras comunidades. Saludo a los encargados de la difusión de L'Osservatore Romano en el mundo, acompañados por el director responsable, profesor Giovanni Maria Vian, y por el director general, don Elio Torrigiani. Queridos amigos, os doy las gracias por vuestro empeño en promover las enseñanzas del Papa en todo el mundo y os acompaño con un recuerdo especial en la oración, para que el Señor os colme de copiosos dones espirituales.

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el apóstol san Andrés, cuya fiesta se celebrará en los próximos días, sea para vosotros, queridos jóvenes, un modelo de fiel y valiente testimonio cristiano. Que san Andrés interceda por vosotros, queridos enfermos, a fin de que la consolación divina prometida por Jesús a los afligidos llene vuestro corazón y os fortifique en la fe. Y vosotros, queridos recién casados, esforzaos por corresponder siempre al proyecto de amor del que Cristo os ha hecho partícipes con el sacramento del matrimonio.




Miércoles 5 de diciembre de 2007: San Cromacio de Aquileya

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Queridos hermanos y hermanas:

En las últimas dos catequesis hicimos una excursión por las Iglesias de Oriente de lengua semítica, meditando sobre Afraates el persa y san Efrén el sirio; hoy volvemos al mundo latino, al norte del Imperio romano, con san Cromacio de Aquileya. Este obispo desempeñó su ministerio en la antigua Iglesia de Aquileya, ferviente centro de vida cristiana situado en la décima región del Imperio romano, Venetia et Histria.

En el año 388, cuando san Cromacio subió a la cátedra episcopal de la ciudad, la comunidad cristiana local tenía ya una gloriosa historia de fidelidad al Evangelio. Entre mediados del siglo III y los primeros años del IV, las persecuciones de Decio, Valeriano y Diocleciano habían cosechado gran número de mártires. Además, la Iglesia de Aquileya había tenido que afrontar, al igual que las demás Iglesias de la época, la amenaza de la herejía arriana. El mismo san Atanasio, heraldo de la ortodoxia de Nicea, a quien los arrianos expulsaron al destierro, encontró refugio durante algún tiempo en Aquileya. Bajo la guía de sus obispos, la comunidad cristiana resistió a las insidias de la herejía y reforzó su adhesión a la fe católica.

En septiembre del año 381 Aquileya fue sede de un sínodo, en el que se reunieron unos 35 obispos de las costas de África, del valle del Ródano y de toda la décima región. El sínodo pretendía acabar con los últimos residuos de arrianismo en Occidente. En el concilio participó también el presbítero Cromacio, como perito del obispo de Aquileya, Valeriano (370/1-387/8). Los años en torno al sínodo del año 381 representan la "edad de oro" de la comunidad de Aquileya. San Jerónimo, que había nacido en Dalmacia, y Rufino de Concordia hablan con nostalgia de su permanencia en Aquileya (370-373), en aquella especie de cenáculo teológico que san Jerónimo no duda en definir tamquam chorus beatorum, "como un coro de bienaventurados" (Crónica: PL XXVII, 697-698). En ese cenáculo, que en ciertos aspectos recuerda las experiencias comunitarias guiadas por san Eusebio de Vercelli y san Agustín, se formaron las personalidades más notables de las Iglesias del alto Adriático.

Pero san Cromacio, ya en su familia, había aprendido a conocer y a amar a Cristo. Nos habla de ello, con palabras llenas de admiración, el mismo san Jerónimo, que compara a la madre de san Cromacio con la profetisa Ana, a sus dos hermanas con las vírgenes prudentes de la parábola evangélica, y a san Cromacio mismo y a su hermano Eusebio con el joven Samuel (cf. Ep VII: PL XXII, 341). San Jerónimo escribe también: "El beato Cromacio y el santo Eusebio eran hermanos tanto por el vínculo de sangre como por la identidad de los ideales" (Ep VIII: PL XXII, 342).

San Cromacio nació en Aquileya hacia el año 345. Fue ordenado diácono y después presbítero; por último, fue elegido pastor de aquella Iglesia (año 388). Tras recibir la consagración episcopal de manos del obispo san Ambrosio, se dedicó con valentía y energía a una ingente tarea por la extensión del territorio encomendado a su solicitud pastoral. En efecto, la jurisdicción eclesiástica de Aquileya se extendía desde los territorios actuales de Suiza, Baviera, Austria y Eslovenia, hasta Hungría.

Un episodio de la vida de san Juan Crisóstomo nos permite hacernos una idea de cuán conocido y estimado era san Cromacio en la Iglesia de su tiempo. Cuando el obispo de Constantinopla fue desterrado de su sede, escribió tres cartas a quienes consideraba los obispos más importantes de Occidente, para obtener su apoyo ante los emperadores: una carta la escribió al Obispo de Roma; la segunda, al Obispo de Milán; y la tercera, al obispo de Aquileya, es decir, a san Cromacio (Ep CLV: PG LII, 702). También para él eran tiempos difíciles a causa de la precaria situación política. Con toda probabilidad san Cromacio murió en el exilio, en Grado, mientras trataba de escapar de los saqueos de los bárbaros, en el mismo año 407 en el que también falleció san Juan Crisóstomo.

Por prestigio e importancia, Aquileya era la cuarta ciudad de la península italiana, y la novena del Imperio romano; también por este motivo llamaba la atención de los godos y de los hunos. Además de causar graves lutos y destrucción, las invasiones de estos pueblos pusieron en peligro la transmisión de las obras de los Padres conservadas en la biblioteca episcopal, rica en códices. También los escritos de san Cromacio se dispersaron y con frecuencia fueron atribuidos a otros autores: a san Juan Crisóstomo (en parte, a causa de que los dos nombres comenzaban igual: "Chromatius" y "Chrysostomus"); o a san Ambrosio y a san Agustín; e incluso a san Jerónimo, a quien san Cromacio había ayudado mucho en la revisión del texto y en la traducción latina de la Biblia. El redescubrimiento de gran parte de la obra de san Cromacio se debe a afortunadas vicisitudes, que sólo en los años recientes han permitido reconstruir un corpus de escritos bastante consistente: más de cuarenta sermones, de los cuales una decena en fragmentos, además de unos sesenta tratados de comentario al Evangelio de san Mateo.

San Cromacio fue un sabio maestro y celoso pastor. Su primer y principal compromiso fue el de ponerse a la escucha de la Palabra para poder convertirse en su heraldo: en su enseñanza siempre toma como punto de partida la palabra de Dios y a ella regresa siempre. Entre sus temas preferidos se encuentran, ante todo, el misterio de la Trinidad, que contempla en su revelación a través de la historia de la salvación; luego, el del Espíritu Santo: san Cromacio recuerda constantemente a los fieles la presencia y la acción de la tercera Persona de la santísima Trinidad en la vida de la Iglesia. Pero el santo obispo afronta con particular insistencia el misterio de Cristo. El Verbo encarnado es verdadero Dios y verdadero hombre: ha asumido integralmente la humanidad para entregarle como don su propia divinidad. Estas verdades, repetidas con insistencia, en parte en clave antiarriana, llevarían, unos cincuenta años después, a la definición del concilio de Calcedonia.

Al subrayar intensamente la naturaleza humana de Cristo, san Cromacio se siente impulsado a hablar de la Virgen María. Su doctrina mariológica es tersa y precisa. Le debemos algunas descripciones sugerentes de la Virgen santísima: María es la "virgen evangélica capaz de acoger a Dios"; es la "oveja inmaculada e inviolada" que engendró al "cordero cubierto de púrpura" (cf. Sermo XXIII, 3: Scrittori dell'area santambrosiana 3/1, p. 134).

El Obispo de Aquileya pone a menudo a la Virgen en relación con la Iglesia: ambas son "vírgenes" y "madres". La eclesiología de san Cromacio se desarrolla sobre todo en el comentario a san Mateo. He aquí algunos de sus conceptos más frecuentes: la Iglesia es única, nació de la sangre de Cristo; es un vestido precioso tejido por el Espíritu Santo; la Iglesia está donde se anuncia que Cristo nació de la Virgen, donde florece la fraternidad y la concordia. Una imagen que gustaba particularmente a san Cromacio es la de la barca en el mar durante la tempestad —y, como hemos visto, vivió en una época de tempestades—: "No cabe duda", afirma el santo obispo, "que esta barca representa a la Iglesia" (cf. Tract. XLII, 5: Scrittori dell'area santambrosiana 3/2, p. 260).

Como celoso pastor, san Cromacio sabe hablar a su gente con un lenguaje fresco, colorido e incisivo. Aunque conoce perfectamente el estilo latino clásico, prefiere recurrir al lenguaje popular, rico en imágenes fácilmente comprensibles. Así, por ejemplo, tomando pie del mar, compara la pesca natural de peces que, sacados a la orilla, mueren, con la predicación evangélica, gracias a la cual los hombres son salvados de las aguas enfangadas de la muerte, e introducidos en la verdadera vida (cf. Tract.XVI, 3: Scrittori dell'area santambrosiana 3/2, p. 106). Desde la perspectiva del buen pastor, en un período borrascoso como el suyo, azotado por los saqueos de los bárbaros, sabe ponerse siempre al lado de los fieles para confortarlos y para infundirles confianza en Dios, que nunca abandona a sus hijos.

Por último, como conclusión de estas reflexiones, recogemos una exhortación de san Cromacio que sigue siendo válida hoy: «Invoquemos al Señor con todo el corazón y con toda la fe —recomienda el Obispo de Aquileya en un Sermón—; pidámosle que nos libre de toda incursión de los enemigos, de todo temor de los adversarios. Que no tenga en cuenta nuestros méritos, sino su misericordia, él que en el pasado se dignó librar también a los hijos de Israel no por sus méritos, sino por su misericordia. Que nos proteja con su acostumbrado amor misericordioso, y que realice en nosotros lo que dijo el santo Moisés a los hijos de Israel: "El Señor combatirá en vuestra defensa y vosotros estaréis en silencio". Es él quien combate y es él quien obtiene la victoria. (...) Y para que se digne hacerlo, debemos orar lo más posible. Él mismo dice por labios del profeta: "Invócame en el día de la tribulación; yo te libraré y tú me glorificarás"» (Sermo XVI, 4: Scrittori dell'area santambrosiana 3/1, pp. 100-102).

Así, precisamente al inicio del tiempo de Adviento, san Cromacio nos recuerda que el Adviento es tiempo de oración, en el que es necesario entrar en contacto con Dios. Dios nos conoce, me conoce, conoce a cada uno, me ama, no me abandona. Sigamos adelante con esta confianza en el tiempo litúrgico recién iniciado.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En particular, al coro "Schola Gregoriana" de Madrid y a los grupos venidos de Sevilla, Murcia y otros lugares de España y de Latinoamérica. A ejemplo de san Cromacio, invoquemos al Señor en medio de nuestras tribulaciones. Muchas gracias.

(A los fieles polacos)
Doy mi bienvenida a los Padres Marianos y a los fieles que dan gracias a Dios por la beatificación de Estanislao Papczynski. Que el tiempo salvífico de la espera de Navidad sea para nosotros ocasión para reflexionar sobre nuestra vida, para la vigilancia evangélica y para la "metanoia" espiritual. Os encomiendo al Señor en mi oración y de corazón os bendigo para todo el Adviento.

(En italiano)
Saludo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Nos estamos preparando para celebrar dentro de algunos días la solemnidad de la Virgen Inmaculada. Que ella os guíe, queridos jóvenes, en vuestro camino de adhesión a Cristo. Que para vosotros, queridos enfermos, sea apoyo en el sufrimiento y suscite en vosotros esperanza renovada. A vosotros, queridos recién casados, os guíe a descubrir cada vez más el amor de Cristo.





Audiencias 2005-2013 21117