Audiencias 2005-2013 12105

Miércoles 12 de octubre de 2005: Saludo a la ciudad santa de Jerusalén

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1. La oración que acabamos de escuchar y gustar es uno de los más hermosos y apasionados cánticos de las subidas. Se trata del salmo 121, una celebración viva y comunitaria en Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos.

En efecto, al inicio, se funden dos momentos vividos por el fiel: el del día en que aceptó la invitación a "ir a la casa del Señor" (v.
Ps 121,1) y el de la gozosa llegada a los "umbrales" de Jerusalén (cf. v. Ps 121,2). Sus pies ya pisan, por fin, la tierra santa y amada. Precisamente entonces sus labios se abren para elevar un canto de fiesta en honor de Sión, considerada en su profundo significado espiritual.

2. Jerusalén, "ciudad bien compacta" (v. Ps 121,3), símbolo de seguridad y estabilidad, es el corazón de la unidad de las doce tribus de Israel, que convergen hacia ella como centro de su fe y de su culto. En efecto, a ella suben "a celebrar el nombre del Señor" (v. Ps 121,4) en el lugar que la "ley de Israel" (Dt 12,13-14 Dt 16,16) estableció como único santuario legítimo y perfecto.

En Jerusalén hay otra realidad importante, que es también signo de la presencia de Dios en Israel: son "los tribunales de justicia en el palacio de David" (Ps 121,5); es decir, en ella gobierna la dinastía davídica, expresión de la acción divina en la historia, que desembocaría en el Mesías (cf. 2S 7,8-16).

3. Se habla de "los tribunales de justicia en el palacio de David" (v. Ps 121,5) porque el rey era también el juez supremo. Así, Jerusalén, capital política, era también la sede judicial más alta, donde se resolvían en última instancia las controversias: de ese modo, al salir de Sión, los peregrinos judíos volvían a sus aldeas más justos y pacificados.

El Salmo ha trazado, así, un retrato ideal de la ciudad santa en su función religiosa y social, mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino que es fermento de justicia y solidaridad. Tras la comunión con Dios viene necesariamente la comunión de los hermanos entre sí.

4. Llegamos ahora a la invocación final (cf. vv. Ps 121,6-9). Toda ella está marcada por la palabra hebrea shalom, "paz", tradicionalmente considerada como parte del nombre mismo de la ciudad santa: Jerushalajim, interpretada como "ciudad de la paz".

Como es sabido, shalom alude a la paz mesiánica, que entraña alegría, prosperidad, bien, abundancia. Más aún, en la despedida que el peregrino dirige al templo, a la "casa del Señor, nuestro Dios", además de la paz se añade el "bien": "te deseo todo bien" (v. Ps 121,9). Así, anticipadamente, se tiene el saludo franciscano: "¡Paz y bien!". Todos tenemos algo de espíritu franciscano. Es un deseo de bendición sobre los fieles que aman la ciudad santa, sobre su realidad física de muros y palacios, en los que late la vida de un pueblo, y sobre todos los hermanos y los amigos. De este modo, Jerusalén se transformará en un hogar de armonía y paz.

5. Concluyamos nuestra meditación sobre el salmo 121 con la reflexión de uno de los Santos Padres, para los cuales la Jerusalén antigua era signo de otra Jerusalén, también "fundada como ciudad bien compacta". Esta ciudad ?recuerda san Gregorio Magno en sus Homilías sobre Ezequiel? "ya tiene aquí un gran edificio en las costumbres de los santos. En un edificio una piedra soporta la otra, porque se pone una piedra sobre otra, y la que soporta a otra es a su vez soportada por otra. Del mismo modo, exactamente así, en la santa Iglesia cada uno soporta al otro y es soportado por el otro. Los más cercanos se sostienen mutuamente, para que por ellos se eleve el edificio de la caridad. Por eso san Pablo recomienda: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6,2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13,10). En efecto, si yo no me esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente". Y, para completar la imagen, no conviene olvidar que "hay un cimiento que soporta todo el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como somos. De él dice el Apóstol: "nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1Co 3,11). El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar" (2, 1, 5: Opere di Gregorio Magno, III/2, Roma 1993, pp. 27. 29).

Así, el gran Papa san Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de nuestra vida. Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera Jerusalén, es decir, un lugar de paz, "soportándonos los unos a los otros" tal como somos; "soportándonos mutuamente" con la gozosa certeza de que el Señor nos "soporta" a todos. Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de paz. Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea realmente un lugar de paz.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a la Federación madrileña de familias numerosas, a los grupos parroquiales de España y México, así como a los fieles llegados de Venezuela y de otros países latinoamericanos. Siguiendo el consejo del apóstol Pablo: "ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo", que es la ley del amor.

(En italiano)
Mi pensamiento va, por último, a los enfermos, a los recién casados y a los jóvenes, especialmente a los alumnos de la fundación "Marri-Santa Umiltà" de Faenza. A todos os deseo que imitéis el ejemplo del beato Juan XXIII, cuya memoria celebramos ayer: esforzaos como él por vivir de modo auténtico la vocación cristiana. Concluyamos este encuentro con el canto del paternoster.






Miércoles 19 de octubre de 2005: "Desde lo hondo a ti grito"

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1. Se ha proclamado uno de los salmos más célebres y arraigados en la tradición cristiana: el De profundis, llamado así por sus primeras palabras en la versión latina. Juntamente con el Miserere ha llegado a ser uno de los salmos penitenciales preferidos en la piedad popular.

Más allá de su aplicación fúnebre, el texto es, ante todo, un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre el pecador y el Señor, un Dios justo pero siempre dispuesto a mostrarse "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (
Ex 34,6-7). Precisamente por este motivo, el Salmo se encuentra insertado en la liturgia vespertina de Navidad y de toda la octava de Navidad, así como en la del IV domingo de Pascua y de la solemnidad de la Anunciación del Señor.

2. El salmo 129 comienza con una voz que brota de las profundidades del mal y de la culpa (cf. vv. Ps 129,1-2). El orante se dirige al Señor, diciendo: "Desde lo hondo a ti grito, Señor". Luego, el Salmo se desarrolla en tres momentos dedicados al tema del pecado y del perdón. En primer lugar, se dirige a Dios, interpelándolo directamente con el "tú": "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto" (vv. Ps 129,3-4).

Es significativo que lo que produce el temor, una actitud de respeto mezclado con amor, no es el castigo sino el perdón. Más que la ira de Dios, debe provocar en nosotros un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. En efecto, Dios no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso, al que debemos amar no por miedo a un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar.

3. En el centro del segundo momento está el "yo" del orante, que ya no se dirige al Señor, sino que habla de él: "Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora" (vv. Ps 129,5-6). Ahora en el corazón del salmista arrepentido florecen la espera, la esperanza, la certeza de que Dios pronunciará una palabra liberadora y borrará el pecado.
La tercera y última etapa en el desarrollo del Salmo se extiende a todo Israel, al pueblo a menudo pecador y consciente de la necesidad de la gracia salvífica de Dios: "Aguarde Israel al Señor (...); porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa: y él redimirá a Israel de todos sus delitos" (vv. Ps 129,7-8).

La salvación personal, implorada antes por el orante, se extiende ahora a toda la comunidad. La fe del salmista se inserta en la fe histórica del pueblo de la alianza, "redimido" por el Señor no sólo de las angustias de la opresión egipcia, sino también "de todos sus delitos". Pensemos que el pueblo de la elección, el pueblo de Dios, somos ahora nosotros. También nuestra fe nos inserta en la fe común de la Iglesia. Y precisamente así nos da la certeza de que Dios es bueno con nosotros y nos libra de nuestras culpas.

Partiendo del abismo tenebroso del pecado, la súplica del De profundis llega al horizonte luminoso de Dios, donde reina "la misericordia y la redención", dos grandes características de Dios, que es amor.

4. Releamos ahora la meditación que sobre este salmo ha realizado la tradición cristiana. Elijamos la palabra de san Ambrosio: en sus escritos recuerda a menudo los motivos que llevan a implorar de Dios el perdón.

"Tenemos un Señor bueno, que quiere perdonar a todos", recuerda en el tratado sobre La penitencia, y añade: "Si quieres ser justificado, confiesa tu maldad: una humilde confesión de los pecados deshace el enredo de las culpas... Mira con qué esperanza de perdón te impulsa a confesar" (2, 6, 40-41: Sancti Ambrosii Episcopi Mediolanensis Opera SAEMO, XVII, Milán-Roma 1982, p. 253).

En la Exposición del Evangelio según san Lucas, repitiendo la misma invitación, el Obispo de Milán manifiesta su admiración por los dones que Dios añade a su perdón: "Mira cuán bueno es Dios; está dispuesto a perdonar los pecados. Y no sólo te devuelve lo que te había quitado, sino que además te concede dones inesperados". Zacarías, padre de Juan Bautista, se había quedado mudo por no haber creído al ángel, pero luego, al perdonarlo, Dios le había concedido el don de profetizar en el canto del Benedictus: "El que poco antes era mudo, ahora ya profetiza —observa san Ambrosio—; una de las mayores gracias del Señor es que precisamente los que lo han negado lo confiesen. Por tanto, nadie pierda la confianza, nadie desespere de las recompensas divinas, aunque le remuerdan antiguos pecados. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa" (2, 33: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 175).

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, participantes en su capítulo general: sed portadoras de la misericordia de Dios. Saludo también a los peregrinos de Navarra, a los miembros de la Adoración Nocturna de diversas diócesis españolas, y a los demás grupos de España, República Dominicana, Colombia, Chile y otros países latinoamericanos. Os invito a todos a dirigiros a Dios con el corazón contrito y confiado, porque de él procede el perdón. Muchas gracias por vuestra visita.

(En polaco)
A cuantos comienzan el nuevo curso les deseo que crezcan en ciencia y sabiduría. Que san Juan pida a Dios estos bienes para vosotros.

(A los peregrinos croatas)
El misterio de la Eucaristía se nos ha dado a fin de que nosotros mismos nos convirtamos en el Cuerpo de Cristo; por eso os exhorto a transfiguraros con la comunión y a santificar vuestra vida.

(En italiano)
Saludo, asimismo, a los enfermos y a los recién casados, exhortándolos a fundar su vida en la palabra de Dios, para ser constructores de la civilización del amor, cuyo símbolo elocuente es la cruz de Cristo, fuente de luz, consuelo y esperanza.

Mi pensamiento se dirige, por último, a los jóvenes, recordando que hoy se celebra el cuarto centenario de la beatificación de san Luis Gonzaga, patrono mundial de la juventud. Queridos jóvenes, que su heroico testimonio evangélico os sostenga en el compromiso de fidelidad diaria a Cristo. Concluyamos este encuentro con el canto del paternóster.



Miércoles 26 de octubre de 2005: Cristo, siervo de Dios

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1. Una vez más, siguiendo el recorrido propuesto por la liturgia de las Vísperas con los diversos salmos y cánticos, hemos escuchado el admirable y esencial himno insertado por san Pablo en la carta a los Filipenses (
Ph 2,6-11).

Ya subrayamos en otra ocasión que el texto tiene un movimiento descendente y otro ascendente. En el primero, Cristo Jesús, desde el esplendor de su divinidad, que le pertenece por naturaleza, elige descender hasta la humillación de la "muerte de cruz". Así se hace realmente hombre y nuestro redentor, con una auténtica y plena participación en nuestra realidad humana de dolor y muerte.

2. El segundo movimiento, ascendente, revela la gloria pascual de Cristo que, después de la muerte, se manifiesta de nuevo en el esplendor de su majestad divina.

El Padre, que había aceptado el acto de obediencia del Hijo en la Encarnación y en la Pasión, ahora lo "exalta" de modo supereminente, como dice el texto griego. Esta exaltación no sólo se expresa con la entronización a la diestra de Dios, sino también con la concesión a Cristo de un "nombre sobre todo nombre" (v. Ph 2,9).

Ahora bien, en el lenguaje bíblico, el "nombre" indica la verdadera esencia y la función específica de una persona; manifiesta su realidad íntima y profunda. Al Hijo, que por amor se humilló en la muerte, el Padre le confiere una dignidad incomparable, el "nombre" más excelso, el de "Señor", propio de Dios mismo.

3. En efecto, la proclamación de fe, entonada en coro por el cielo, la tierra y el abismo postrados en adoración, es clara y explícita: "Jesucristo es Señor" (v. Ph 2,11). En griego se afirma que Jesús es Kyrios, un título ciertamente regio, que en la traducción griega de la Biblia se usaba en vez del nombre de Dios revelado a Moisés, nombre sagrado e impronunciable. Con este nombre, "Kyrios", se reconoce a Jesucristo verdadero Dios.

Así pues, por una parte, se produce un reconocimiento del señorío universal de Jesucristo, que recibe el homenaje de toda la creación, vista como un súbdito postrado a sus pies. Pero, por otra, la aclamación de fe declara a Cristo subsistente en la forma o condición divina, por consiguiente presentándolo como digno de adoración.

4. En este himno, la referencia al escándalo de la cruz (cf. 1Co 1,23) y, antes aún, a la verdadera humanidad del Verbo hecho carne (cf. Jn 1,14), se entrelaza y culmina con el acontecimiento de la resurrección. A la obediencia sacrificial del Hijo sigue la respuesta glorificadora del Padre, a la que se une la adoración por parte de la humanidad y de la creación. La singularidad de Cristo deriva de su función de Señor del mundo redimido, que le fue conferida por su obediencia perfecta "hasta la muerte". El proyecto de salvación tiene en el Hijo su pleno cumplimiento y los fieles son invitados —sobre todo en la liturgia— a proclamarlo y a vivir sus frutos.

Esta es la meta a la que lleva el himno cristológico que, desde hace siglos, la Iglesia medita, canta y considera guía de su vida: "Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Ph 2,5).

5. Veamos ahora la meditación que san Gregorio Nacianceno escribió sabiamente sobre nuestro himno. En un canto en honor de Cristo, ese gran doctor de la Iglesia del siglo IV declara que Jesucristo "no se despojó de ninguna parte constitutiva de su naturaleza divina y a pesar de ello me salvó como un médico que se inclina hasta tocar las heridas fétidas. (...) Era del linaje de David, pero fue el creador de Adán. Llevaba la carne, pero también era ajeno al cuerpo. Fue engendrado por una madre, pero por una madre virgen; era limitado, pero también inmenso. Y lo pusieron en un pesebre, pero una estrella hizo de guía a los Magos, que llegaron llevándole dones y ante él se postraron. Como un mortal se enfrentó al demonio, pero, siendo invencible, superó al tentador después de una triple batalla. (...) Fue víctima, pero también sumo sacerdote; fue sacrificador, pero era Dios. Ofreció a Dios su sangre y de este modo purificó a todo el mundo. Una cruz lo mantuvo elevado de la tierra, pero el pecado quedó clavado. (...) Bajó al lugar de los muertos, pero salió del abismo y resucitó a muchos que estaban muertos. El primer acontecimiento es propio de la miseria humana, pero el segundo corresponde a la riqueza del ser incorpóreo. (...) El Hijo inmortal asumió esa forma terrena porque te ama" (Carmina arcana, 2: Collana di Testi Patristici, LVIII, Roma 1986, pp. 236-238).

Al final de esta meditación, quisiera subrayar dos palabras para nuestra vida. Ante todo, esta exhortación de san Pablo: "Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús". Aprender a sentir como sentía Jesús; conformar nuestro modo de pensar, de decidir, de actuar, a los sentimientos de Jesús. Si nos esforzamos por conformar nuestros sentimientos a los de Jesús, vamos por el camino correcto. La otra palabra es de san Gregorio Nacianceno: "Jesús te ama". Esta palabra, llena de ternura, es para nosotros un gran consuelo, pero también una gran responsabilidad cada día.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en particular a los peregrinos de la diócesis de León y a los de la Hospitalidad de Lourdes, de Toledo, así como a los grupos parroquiales y escolares de España. Saludo también a los peregrinos de Chile, México, Venezuela y de otros países latinoamericanos. Con san Pablo os exhorto: "Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús" (Ph 2,5). Muchas gracias.

(En italiano)
Saludo asimismo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Os saludo ante todo a vosotros, queridos enfermos, muy numerosos en este encuentro, y en particular al grupo de niños de la "Ciudad de la esperanza" de Padua. Queridos amigos, como hemos oído en la catequesis, la cruz de Cristo nos hace comprender el significado auténtico del sufrimiento y del dolor. Uníos espiritualmente a Jesús crucificado y abandonaos con confianza en las manos de María, invocándola incesantemente con el rosario.

Está para terminar el mes de octubre, dedicado al santo rosario. Os invito a rezar con devoción esta plegaria tan arraigada en la tradición del pueblo cristiano. Oremos por las múltiples necesidades de la Iglesia y del mundo, de modo especial por las poblaciones afectadas por el terremoto y por calamidades físicas y ambientales. Que jamás falte nuestro apoyo espiritual y material a cuantos se hallan en dificultad. Oremos por todos cantando juntos el paternóster.



Miércoles 2 de noviembre de 2005: Felicidad del justo

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1. Después de celebrar ayer la solemne fiesta de Todos los Santos del cielo, hoy conmemoramos a todos los Fieles Difuntos. La liturgia nos invita a orar por nuestros seres queridos que han fallecido, dirigiendo nuestro pensamiento al misterio de la muerte, herencia común de todos los hombres.
Iluminados por la fe, contemplamos el enigma humano de la muerte con serenidad y esperanza. Según la Escritura, más que un final, es un nuevo nacimiento, es el paso obligado a través del cual pueden llegar a la vida plena los que conforman su vida terrena según las indicaciones de la palabra de Dios.

El salmo 111, composición de índole sapiencial, nos presenta la figura de estos justos, los cuales temen al Señor, reconocen su trascendencia y se adhieren con confianza y amor a su voluntad a la espera de encontrarse con él después de la muerte.

A esos fieles está reservada una "bienaventuranza": "Dichoso el que teme al Señor" (v.
Ps 111,1). El salmista precisa inmediatamente en qué consiste ese temor: se manifiesta en la docilidad a los mandamientos de Dios. Llama dichoso a aquel que "ama de corazón sus mandatos" y los cumple, hallando en ellos alegría y paz.

2. La docilidad a Dios es, por tanto, raíz de esperanza y armonía interior y exterior. El cumplimiento de la ley moral es fuente de profunda paz de la conciencia. Más aún, según la visión bíblica de la "retribución", sobre el justo se extiende el manto de la bendición divina, que da estabilidad y éxito a sus obras y a las de sus descendientes: "Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia" (vv. Ps 111,2-3; cf. v. Ps 111,9). Ciertamente, a esta visión optimista se oponen las observaciones amargas del justo Job, que experimenta el misterio del dolor, se siente injustamente castigado y sometido a pruebas aparentemente sin sentido. Job representa a muchas personas justas, que sufren duras pruebas en el mundo. Así pues, conviene leer este salmo en el contexto global de la sagrada Escritura, hasta la cruz y la resurrección del Señor. La Revelación abarca la realidad de la vida humana en todos sus aspectos.

Con todo, sigue siendo válida la confianza que el salmista quiere transmitir y hacer experimentar a quienes han escogido seguir el camino de una conducta moral intachable, contra cualquier alternativa de éxito ilusorio obtenido mediante la injusticia y la inmoralidad.

3. El centro de esta fidelidad a la palabra divina consiste en una opción fundamental, es decir, la caridad con los pobres y necesitados: "Dichoso el que se apiada y presta (...). Reparte limosna a los pobres" (vv. Ps 111,5 Ps 111,9). Por consiguiente, el fiel es generoso: respetando la norma bíblica, concede préstamos a los hermanos que pasan necesidad, sin intereses (cf. Dt 15,7-11) y sin caer en la infamia de la usura, que arruina la vida de los pobres.

El justo, acogiendo la advertencia constante de los profetas, se pone de parte de los marginados y los sostiene con ayudas abundantes. "Reparte limosna a los pobres", se dice en el versículo 9, expresando así una admirable generosidad, completamente desinteresada.

4. El salmo 111, juntamente con el retrato del hombre fiel y caritativo, "justo, clemente y compasivo", presenta al final, en un solo versículo (cf. v. Ps 111,10), también el perfil del malvado. Este individuo asiste al éxito del justo recomiéndose de rabia y envidia. Es el tormento de quien tiene una mala conciencia, a diferencia del hombre generoso cuyo "corazón está firme" y "seguro" (vv. Ps 111,7-8).

Nosotros fijamos nuestra mirada en el rostro sereno del hombre fiel, que "reparte limosna a los pobres" y, para nuestra reflexión conclusiva, acudimos a las palabras de Clemente Alejandrino, el Padre de la Iglesia del siglo II, que comenta una afirmación difícil del Señor. En la parábola sobre el administrador injusto aparece la expresión según la cual debemos hacer el bien con "dinero injusto".
Aquí surge la pregunta: el dinero, la riqueza, ¿son de por sí injustos? o ¿qué quiere decir el Señor? Clemente Alejandrino lo explica muy bien en su homilía titulada "¿Cuál rico se salvará?" Y dice: Jesús "declara injusta por naturaleza cualquier posesión que uno conserva para sí mismo como bien propio y no la pone al servicio de los necesitados; pero declara también que partiendo de esta injusticia se puede realizar una obra justa y saludable, ayudando a alguno de los pequeños que tienen una morada eterna junto al Padre (cf. Mt 10,42 Mt 18,10)" (31, 6: Collana di Testi Patristici, CXLVIII, Roma 1999, pp. 56-57).

Y, dirigiéndose al lector, Clemente añade: "Mira, en primer lugar, que no te ha mandado esperar a que te rueguen o te supliquen, te pide que busques tú mismo a los que son dignos de ser escuchados, en cuanto discípulos del Salvador" (31, 7: ib., p. 57).

Luego, recurriendo a otro texto bíblico, comenta: "Así pues, es hermosa la afirmación del Apóstol: "Dios ama a quien da con alegría" (2Co 9,7), a quien goza dando y no siembra con mezquindad, para no recoger del mismo modo, sino que comparte sin tristeza, sin hacer distinciones y sin dolor; esto es auténticamente hacer el bien" (31, 8: ib.).

En el día de la conmemoración de los difuntos, como dije al principio, todos estamos llamados a confrontarnos con el enigma de la muerte y, por tanto, con la cuestión de cómo vivir bien, cómo encontrar la felicidad. Y este salmo responde: dichoso el hombre que da; dichoso el hombre que no utiliza la vida para sí mismo, sino que da; dichoso el hombre que es "justo, clemente y compasivo"; dichoso el hombre que vive amando a Dios y al prójimo. Así vivimos bien y así no debemos tener miedo a la muerte, porque tenemos la felicidad que viene de Dios y que dura para siempre.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular al coro parroquial del Puerto de Santa María, a los académicos de Extremadura, a las Hijas de María de Panamá y a los peregrinos de México. Recordad siempre que Dios ama a quien comparte con alegría sus bienes con los necesitados.

(En polaco)
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos aquí presentes. Hoy recordamos en la oración a todos los fieles difuntos, a nuestros seres queridos. Recordemos también a Juan Pablo II. En el aniversario de su ordenación sacerdotal y de su fiesta onomástica, demos gracias a Dios por los frutos de la vida y del ministerio de este siervo de Dios.

(A los peregrinos croatas)

Apasionaos por Cristo, el Amigo fiel que no defrauda jamás.

(En italiano)
Mi afectuoso saludo va también a vosotros, representantes de la Asociación nacional de familias numerosas. Vuestra grata presencia me brinda la oportunidad de recordar la importancia de la familia, célula fundamental de la sociedad y lugar primario de acogida y de servicio a la vida. En el contexto social actual, los núcleos familiares con muchos hijos constituyen un testimonio de fe, valentía y optimismo, porque sin hijos no hay futuro. Ojalá que se promuevan cada vez más intervenciones sociales y legislativas adecuadas para tutelar y apoyar a las familias más numerosas, que constituyen una riqueza y una esperanza para todo el país.

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La solemnidad de Todos los Santos, que celebramos ayer, y la conmemoración de los Fieles Difuntos de hoy, nos ofrecen la oportunidad de reflexionar, una vez más, sobre el significado auténtico de la existencia terrena y sobre su valor para la eternidad.

Que estos días de reflexión y oración sean para vosotros, queridos jóvenes, una invitación a imitar el heroísmo de los santos, que gastaron la vida por Dios y por el prójimo. Que os sirvan de consuelo a vosotros, queridos enfermos, asociados al misterio de la pasión de Cristo. Que se conviertan en una ocasión propicia para vosotros, queridos recién casados, para comprender cada vez mejor que estáis llamados a testimoniar con vuestra fidelidad recíproca el amor con que Dios rodea a cada uno de los hombres.



Miércoles 9 de noviembre de 2005: Himno pascual

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1. Ha sido llamado "el gran Hallel", es decir, la alabanza solemne y grandiosa que el judaísmo entonaba durante la liturgia pascual. Hablamos del salmo 135, cuya primera parte acabamos de escuchar, según la división propuesta por la liturgia de las Vísperas (cf. vv.
Ps 135,1-9).

Reflexionemos ante todo en el estribillo: "Es eterna su misericordia". En esa frase destaca la palabra "misericordia", que en realidad es una traducción legítima, pero limitada, del vocablo originario hebreo hesed. En efecto, este vocablo forma parte del lenguaje característico que usa la Biblia para hablar de la relación que existe entre Dios y su pueblo. El término trata de definir las actitudes que se establecen dentro de esa relación: la fidelidad, la lealtad, el amor y, evidentemente, la misericordia de Dios.

Aquí tenemos la representación sintética del vínculo profundo e interpersonal que instaura el Creador con su criatura. Dentro de esa relación, Dios no aparece en la Biblia como un Señor impasible e implacable, ni como un ser oscuro e indescifrable, semejante al hado, contra cuya fuerza misteriosa es inútil luchar. Al contrario, él se manifiesta como una persona que ama a sus criaturas, vela por ellas, las sigue en el camino de la historia y sufre por las infidelidades que a menudo el pueblo opone a su hesed, a su amor misericordioso y paterno.

2. El primer signo visible de esta caridad divina —dice el salmista— ha de buscarse en la creación. Luego entrará en escena la historia. La mirada, llena de admiración y asombro, se detiene ante todo en la creación: los cielos, la tierra, las aguas, el sol, la luna y las estrellas.

Antes de descubrir al Dios que se revela en la historia de un pueblo, hay una revelación cósmica, al alcance de todos, ofrecida a toda la humanidad por el único Creador, "Dios de los dioses" y "Señor de los señores" (vv. Ps 135,2-3).

Como había cantado el salmo 18, "el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra" (vv. Ps 135,2-3). Así pues, existe un mensaje divino, grabado secretamente en la creación y signo del hesed, de la fidelidad amorosa de Dios, que da a sus criaturas el ser y la vida, el agua y el alimento, la luz y el tiempo.

Hay que tener ojos limpios para captar esta revelación divina, recordando lo que dice el libro de la Sabiduría: "De la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sg 13,5 cf. Rm 1,20). Así, la alabanza orante brota de la contemplación de las "maravillas" de Dios (cf. Ps 135,4), expuestas en la creación, y se transforma en gozoso himno de alabanza y acción de gracias al Señor.

3. Por consiguiente, de las obras creadas se asciende hasta la grandeza de Dios, hasta su misericordia amorosa. Es lo que nos enseñan los Padres de la Iglesia, en cuya voz resuena la constante Tradición cristiana.

Así, san Basilio Magno, en una de las páginas iniciales de su primera homilía sobre el Exameron, en la que comenta el relato de la creación según el capítulo primero del libro del Génesis, se detiene a considerar la acción sabia de Dios, y llega a reconocer en la bondad divina el centro propulsor de la creación. He aquí algunas expresiones tomadas de la larga reflexión del santo obispo de Cesarea de Capadocia:

""En el principio creó Dios los cielos y la tierra". Mi palabra se rinde abrumada por el asombro ante este pensamiento" (1, 2, 1: Sulla Genesi, en Omelie sull'Esamerone, Milán 1990, pp. 9. 11). En efecto, aunque algunos, "engañados por el ateísmo que llevaban en su interior, imaginaron que el universo no tenía guía ni orden, como si estuviera gobernado por la casualidad", el escritor sagrado "en seguida nos ha iluminado la mente con el nombre de Dios al inicio del relato, diciendo: "En el principio creó Dios". Y ¡qué belleza hay en este orden!" (1, 2, 4: ib., p. 11). "Así pues, si el mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su Creador. (...) Moisés nos ha prevenido con su enseñanza imprimiendo en nuestras almas como sello y filacteria el santísimo nombre de Dios, cuando dijo: "En el principio creó Dios". La naturaleza bienaventurada, la bondad sin envidia, el que es objeto de amor por parte de todos los seres racionales, la belleza más deseable que ninguna otra, el principio de los seres, la fuente de la vida, la luz intelectiva, la sabiduría inaccesible, es decir, Dios "en el principio creó los cielos y la tierra"" (1, 2, 6-7: ib., p. 13).

Creo que las palabras de este Santo Padre del siglo IV tienen una actualidad sorprendente cuando dice: "Algunos, engañados por el ateísmo que llevaban en su interior, imaginaron que el universo no tenía guía ni orden, como si estuviera gobernado por la casualidad". ¡Cuántos son hoy los que piensan así! Engañados por el ateísmo, consideran y tratan de demostrar que es científico pensar que todo carece de guía y de orden, como si estuviera gobernado por la casualidad. El Señor, con la sagrada Escritura, despierta la razón que duerme y nos dice: "En el inicio está la Palabra creadora. Y la Palabra creadora que está en el inicio -la Palabra que lo ha creado todo, que ha creado este proyecto inteligente que es el cosmos- es también amor".

Por consiguiente, dejémonos despertar por esta Palabra de Dios; pidamos que esta Palabra ilumine también nuestra mente, para que podamos captar el mensaje de la creación —inscrito también en nuestro corazón—: que el principio de todo es la Sabiduría creadora, y que esta Sabiduría es amor, es bondad; "es eterna su misericordia".

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes y peregrinos de lengua española, en particular a la Hermandad de Nuestra Señora del Valle, a las Damas de Nuestra Señora del Pilar y al grupo de estudiantes de Barcelona, así como a los peregrinos de Guatemala y de otros países latinoamericanos. Con las palabras del salmista, demos gracias a Dios por todo lo que nos ha dado y hecho por nosotros, "porque es eterna su misericordia".
Muchas gracias.

(En italiano)

Mi pensamiento va, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En este día, en el que celebramos la fiesta de la Dedicación de la basílica Lateranense, catedral de Roma, os invito, queridos hermanos y hermanas, a uniros a toda la Iglesia para dirigir a Cristo Salvador, Redentor del hombre y de la historia, una ardiente plegaria a fin de que la humanidad acoja el don de su liberación y su salvación.




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