Audiencias 2005-2013 16115

Miércoles 16 de noviembre de 2005: Acción de gracias por la salvación realizada por Dios

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1. Nuestra reflexión vuelve al himno de alabanza del salmo 135 que la liturgia de las Vísperas propone en dos etapas sucesivas, siguiendo una distinción específica que la composición ofrece a nivel temático. En efecto, la celebración de las obras del Señor se delinea entre dos ámbitos, el del espacio y el del tiempo.

En la primera parte (cf. vv.
Ps 135,1-9), que fue objeto de nuestra meditación precedente, desempeñaba un papel destacado la acción divina en la creación, que dio origen a las maravillas del universo. Así, en esa parte del salmo se proclama la fe en Dios creador, que se revela a través de sus criaturas cósmicas. Ahora, en cambio, el gozoso canto del salmista, llamado por la tradición judía "el gran Hallel", o sea, la alabanza más elevada dirigida al Señor, nos conduce a un horizonte diverso, el de la historia. La primera parte, por tanto, trata de la creación como reflejo de la belleza de Dios, la segunda habla de la historia y del bien que Dios ha realizado por nosotros en el curso del tiempo.
Sabemos que la revelación bíblica proclama repetidamente que la presencia de Dios salvador se manifiesta de modo particular en la historia de la salvación (cf. Dt 26,5-9 Jos 24,1-13).

2. Así pues, pasan ante los ojos del orante las acciones liberadoras del Señor, que tienen su centro en el acontecimiento fundamental del éxodo de Egipto. A este está profundamente vinculado el arduo viaje por el desierto del Sinaí, cuya última etapa es la tierra prometida, el don divino que Israel sigue experimentando en todas las páginas de la Biblia.

El célebre paso a través del mar Rojo, "dividido en dos partes", casi desgarrado y domado como un monstruo vencido (cf. Ps 135,13), hace surgir el pueblo libre y llamado a una misión y a un destino glorioso (cf. vv. Ps 135,14-15; Ex 15,1-21), que encuentra su relectura cristiana en la plena liberación del mal con la gracia bautismal (cf. 1Co 10,1-4). Se abre, además, el itinerario por el desierto: allí el Señor es representado como un guerrero que, prosiguiendo la obra de liberación iniciada en el paso del mar Rojo, defiende a su pueblo, hiriendo a sus adversarios. Por tanto, desierto y mar representan el paso a través del mal y la opresión, para recibir el don de la libertad y de la tierra prometida (cf. Ps 135,16-20).

3. Al final, el Salmo alude al país que la Biblia exalta de modo entusiasta como "tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y hontanares (...), tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel, tierra donde el pan que comas no te será racionado y donde no carecerás de nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de cuyas montañas extraerás el bronce" (Dt 8,7-9).

Esta celebración exaltante, que va más allá de la realidad de aquella tierra, quiere ensalzar el don divino dirigiendo nuestra expectativa hacia el don más alto de la vida eterna con Dios. Un don que permite al pueblo ser libre, un don que nace —como se sigue repitiendo en la antífona que articula cada versículo— del hesed del Señor, es decir, de su "misericordia", de su fidelidad al compromiso asumido en la alianza con Israel, de su amor, que sigue revelándose a través del "recuerdo" (cf. Ps 135,23). En el tiempo de la "humillación", o sea, de las sucesivas pruebas y opresiones, Israel descubrirá siempre la mano salvadora del Dios de la libertad y del amor. También en el tiempo del hambre y de la miseria el Señor entrará en escena para ofrecer el alimento a toda la humanidad, confirmando su identidad de creador (cf. v. Ps 135,25).

4. Por consiguiente, en el salmo 135 se entrelazan dos modalidades de la única revelación divina, la cósmica (cf. vv. Ps 135,4-9) y la histórica (cf. vv. Ps 135,10-25). Ciertamente, el Señor es trascendente como creador y dueño absoluto del ser; pero también está cerca de sus criaturas, entrando en el espacio y en el tiempo. No se queda fuera, en el cielo lejano. Más aún, su presencia en medio de nosotros alcanza su ápice en la encarnación de Cristo.

Esto es lo que la relectura cristiana del salmo proclama de modo límpido, como testimonian los Padres de la Iglesia, que ven la cumbre de la historia de la salvación y el signo supremo del amor misericordioso del Padre en el don del Hijo, como salvador y redentor de la humanidad (cf. Jn 3,16).

Así, san Cipriano, mártir del siglo III, al inicio de su tratado sobre Las obras de caridad y la limosna, contempla con asombro las obras que Dios realizó en Cristo su Hijo en favor de su pueblo, prorrumpiendo por último en un apasionado reconocimiento de su misericordia. "Amadísimos hermanos, muchos y grandes son los beneficios de Dios, que la bondad generosa y copiosa de Dios Padre y de Cristo ha realizado y siempre realizará para nuestra salvación; en efecto, para preservarnos, darnos una nueva vida y poder redimirnos, el Padre envió al Hijo; el Hijo, que había sido enviado, quiso ser llamado también Hijo del hombre, para hacernos hijos de Dios: se humilló, para elevar al pueblo que antes yacía en la tierra, fue herido para curar nuestras heridas, se hizo esclavo para conducirnos a la libertad a nosotros, que éramos esclavos. Aceptó morir, para poder ofrecer a los mortales la inmortalidad. Estos son los numerosos y grandes dones de la divina misericordia" (1: Trattati: Collana di Testi Patristici, CLXXV, Roma 2004, p. 108).

Con estas palabras el santo Doctor de la Iglesia desarrolla el Salmo con una enumeración de los beneficios que Dios nos ha hecho, añadiendo a lo que el Salmista no conocía todavía, pero que ya esperaba, el verdadero don que Dios nos ha hecho: el don del Hijo, el don de la Encarnación, en la que Dios se nos dio a nosotros y permanece con nosotros, en la Eucaristía y en su Palabra, cada día, hasta el final de la historia. El peligro nuestro está en que la memoria del mal, de los males sufridos, a menudo sea más fuerte que el recuerdo del bien. El Salmo sirve para despertar en nosotros también el recuerdo del bien, de tanto bien como el Señor nos ha hecho y nos hace, y para que podamos ver si nuestro corazón se hace más atento: en verdad, la misericordia de Dios es eterna, está presente día tras día.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los de la parroquia Santiago Apóstol de El Álamo, de Madrid, así como a los de la arquidiócesis de Guadalajara y de la Comunidad apostólica de María siempre Virgen de México, a los de Antofagasta de Chile y otros países latinoamericanos. Saludo también a la Asociación de sordociegos de España. Proclamad que Dios Padre ha enviado a su Hijo para darnos nueva vida y redimirnos. Él nos libera de todo mal con la gracia del bautismo.

(A los delegados del Movimiento en favor de la vida)
Con el compromiso por prevenir el aborto voluntario y con un apoyo atento a las mujeres y a las familias, colaboráis a escribir páginas de esperanza para el futuro de la humanidad, proclamando de manera concreta el "evangelio de la vida".

(En italiano)
Saludo finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Queridos amigos, a ejemplo de santa Margarita de Escocia y de santa Gertrudis, de las cuales hoy celebramos la memoria, buscad siempre en Jesús la luz y el apoyo para vuestra opción en la vida diaria.


Queridos hermanos y hermanas:

El Salmo de hoy proclama la presencia del Señor en la historia de la salvación. Con las pruebas del desierto, que representan el mal y la opresión, el pueblo de Israel, a través del paso del Mar Rojo, recibe el don de la libertad y de la tierra prometida, descubriendo la mano liberadora del Dios del amor. Se entrelazan así dos modalidades de la única Revelación divina: la cósmica y la histórica. El Señor es trascendente, pero también cercano a sus creaturas.

La relectura cristiana del Salmo indica claramente que la presencia de Dios entre nosotros alcanza su culmen en la Encarnación de Cristo. Así lo testifican los Padres de la Iglesia, que ven el vértice de la historia de la salvación y la señal suprema del amor misericordioso de Dios Padre en el don de su Hijo: Cristo salvador y redentor, que se humilló para levantarnos, se hizo esclavo para conducirnos a la libertad y aceptó morir para ofrecernos la inmortalidad.
* * * *


Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los de la Parroquia Santiago Apóstol del Álamo de Madrid, así como a los de la Arquidiócesis de Guadalajara y de la Comunidad Apostólica de María siempre Virgen de México, a los de Antofagasta de Chile y otros países latinoamericanos. Saludo también a la Asociación de Sordociegos de España. Proclamad que Dios Padre ha enviado a su Hijo para darnos nueva vida y redimirnos. Él nos libera de todo mal con la gracia del bautismo.



Miércoles 23 de noviembre de 2005: Dios salvador

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1. Cada semana la liturgia de las Vísperas propone a la Iglesia orante el solemne himno de apertura de la carta a los Efesios, el texto que acaba de proclamarse. Pertenece al género de las berakot, o sea, las "bendiciones", que ya aparecen en el Antiguo Testamento y tendrán una difusión ulterior en la tradición judía. Por tanto, se trata de un constante hilo de alabanza que sube a Dios, a quien, en la fe cristiana, se celebra como "Padre de nuestro Señor Jesucristo".

Por eso, en nuestro himno de alabanza es central la figura de Cristo, en la que se revela y se realiza la obra de Dios. En efecto, los tres verbos principales de este largo y compacto cántico nos conducen siempre al Hijo.

2. Dios "nos eligió en la persona de Cristo" (
Ep 1,4): es nuestra vocación a la santidad y a la filiación adoptiva y, por tanto, a la fraternidad con Cristo. Este don, que transforma radicalmente nuestro estado de criaturas, se nos ofrece "por obra de Cristo" (v. Ep 1,5), una obra que entra en el gran proyecto salvífico divino, en el amoroso "beneplácito de la voluntad" (v. Ep 1,6) del Padre, a quien el Apóstol está contemplando con conmoción.

El segundo verbo, después del de la elección ("nos eligió"), designa el don de la gracia: "La gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo" (ib.). En griego tenemos dos veces la misma raíz charis y echaritosen, para subrayar la gratuidad de la iniciativa divina que precede a toda respuesta humana. Así pues, la gracia que el Padre nos da en el Hijo unigénito es manifestación de su amor, que nos envuelve y nos transforma.

3. He aquí el tercer verbo fundamental del cántico paulino: tiene siempre por objeto la gracia divina, que "ha prodigado sobre nosotros" (v. Ep 1,8). Por consiguiente, estamos ante un verbo de plenitud, podríamos decir —según su tenor originario— de exceso, de entrega sin límites y sin reservas.

Así, llegamos a la profundidad infinita y gloriosa del misterio de Dios, abierto y revelado por gracia a quien ha sido llamado por gracia y por amor, al ser esta revelación imposible de alcanzar con la sola dotación de la inteligencia y de las capacidades humanas. "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1Co 2,9-10).

4. El "misterio de la voluntad" divina tiene un centro que está destinado a coordinar todo el ser y toda la historia, conduciéndolos a la plenitud querida por Dios: es "el designio de recapitular en Cristo todas las cosas" (Ep 1,10). En este "designio", en griego oikonomia, o sea, en este proyecto armonioso de la arquitectura del ser y del existir, se eleva Cristo como jefe del cuerpo de la Iglesia, pero también como eje que recapitula en sí "todas las cosas, las del cielo y las de la tierra". La dispersión y el límite se superan y se configura la "plenitud", que es la verdadera meta del proyecto que la voluntad divina había preestablecido desde los orígenes.

Por tanto, estamos ante un grandioso fresco de la historia de la creación y de la salvación, sobre el que ahora querríamos meditar y profundizar a través de las palabras de san Ireneo, un gran Doctor de la Iglesia del siglo II, el cual, en algunas páginas magistrales de su tratado Contra las herejías, había desarrollado una reflexión articulada precisamente acerca de la recapitulación realizada por Cristo.

5. La fe cristiana —afirma— reconoce que "no hay más que un solo Dios Padre y un solo Cristo Jesús, Señor nuestro, que ha venido por medio de toda "economía" y que ha recapitulado en sí todas las cosas. En esto de "todas las cosas" queda comprendido también el hombre, esta obra modelada por Dios, y así ha recapitulado también en sí al hombre; de invisible haciéndosevisible, de inasible asible, de impasible pasible y de Verbo hombre" (III 16,6, Già e non ancora, CCCXX, Milán 1979, p. 268).

Por eso, "el Verbo de Dios se hizo carne" realmente, no en apariencia, porque entonces "su obra no podía ser verdadera". En cambio, "lo que aparentaba ser, era eso precisamente, o sea Dios recapitulando en sí la antigua plasmación del hombre, a fin de matar el pecado, destruyendo la muerte y vivificar al hombre; por eso eran verdaderas sus obras" (III 18,7, ib., pp. 277-278).
Se ha constituido Jefe de la Iglesia para atraer a todos a sí en el momento justo. Con el espíritu de estas palabras de san Ireneo oremos: sí, Señor, atráenos a ti, atrae al mundo a ti y danos la paz, tu paz.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación que participan en su capítulo general. Que el Señor os ayude a seguirle con fidelidad, junto con todas vuestras hermanas. También saludo a los grupos del colegio-seminario diocesano de Ibiza y del instituto de los Misioneros del Espíritu Santo, de México, así como a los demás peregrinos venidos de España y Latinoamérica. Deseo para todos la gozosa experiencia de sentirse verdaderamente hijos de Dios, en Cristo Jesús. Muchas gracias por vuestra visita.

(A los fieles croatas)
Reconociendo la fugacidad de este mundo, con alegre esperanza esperamos el cielo y la tierra nueva, fieles a Cristo Rey, que está llegando. ¡Alabados sean Jesús y María!.

(A los representantes de la Consulta nacional contra la usura)

Vuestra numerosa presencia me ofrece la oportunidad de manifestar mi aprecio por la valiente y generosa obra que realizáis en favor de familias y personas afectadas por la deplorable plaga social de la usura. Os deseo que muchos se pongan a vuestro lado para sostener vuestro encomiable empeño en el plano de la prevención, de la solidaridad y de la educación en la legalidad.

(En italiano)
Mi saludo va, finalmente, a los enfermos, a los recién casados y a los jóvenes. Entre estos recuerdo particularmente a los estudiantes del instituto "San Giuseppe del Caburlotto" de Roma, del instituto "Virgo Fidelis" de Grottaferrata, y de la escuela media "Diamare-Conte" de Cassino. A todos os invito a prepararos para el Adviento con fervor espiritual, sacando de la palabra de Dios y de la Eucaristía la energía interior para acoger al Señor que viene.




Miércoles 30 de noviembre de 2005: Junto a los canales de Babilonia

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1. En este primer miércoles de Adviento, tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración como preparación para la Navidad, meditamos el salmo 136, que se ha hecho célebre en la versión latina de su inicio, Super flumina Babylonis. El texto evoca la tragedia que vivió el pueblo judío durante la destrucción de Jerusalén, acaecida en el año 586 a.C., y el sucesivo y consiguiente destierro en Babilonia. Se trata de un canto nacional de dolor, marcado por una profunda nostalgia por lo que se había perdido.

Esta apremiante invocación al Señor para que libre a sus fieles de la esclavitud babilónica expresa también los sentimientos de esperanza y espera de la salvación con los que hemos iniciado nuestro camino de Adviento.

La primera parte del Salmo (cf. vv.
Ps 136,1-4) tiene como telón de fondo la tierra del destierro, con sus ríos y canales, que regaban la llanura de Babilonia, sede de los judíos deportados. Es casi la anticipación simbólica de los campos de concentración, en los que el pueblo judío —en el siglo que acaba de concluir— sufrió una operación infame de muerte, que ha quedado como una vergüenza indeleble en la historia de la humanidad.

La segunda parte del Salmo (cf. vv. Ps 136,5-6), por el contrario, está impregnada del recuerdo amoroso de Sión, la ciudad perdida pero viva en el corazón de los desterrados.

2. En sus palabras, el salmista se refiere a la mano, la lengua, el paladar, la voz y las lágrimas. La mano es indispensable para el músico que toca la cítara, pero está paralizada (cf. v. Ps 136,5) por el dolor, entre otras causas porque las cítaras están colgadas de los sauces.

La lengua es necesaria para el cantor, pero está pegada al paladar (cf. v. Ps 136,6). En vano los verdugos babilonios "los invitan a cantar, para divertirlos" (cf. v. Ps 136,3). Los "cantos de Sión" son "cantos del Señor" (vv. Ps 136,3-4); no son canciones folclóricas, para espectáculo. Sólo pueden elevarse al cielo en la liturgia y en la libertad de un pueblo.

3. Dios, que es el árbitro último de la historia, sabrá comprender y acoger según su justicia también el grito de las víctimas, por encima de los graves acentos que a veces asume.

Vamos a utilizar una meditación de san Agustín sobre este salmo. En ella el gran Padre de la Iglesia introduce una nota sorprendente y de gran actualidad: sabe que incluso entre los habitantes de Babilonia hay personas comprometidas en favor de la paz y del bien de la comunidad, aunque no comparten la fe bíblica, es decir, aunque no conocen la esperanza en la ciudad eterna a la que aspiramos. Llevan en sí mismos una chispa de deseo de algo desconocido, de algo más grande, de algo trascendente, de una verdadera redención. Y él dice que incluso entre los perseguidores, entre los no creyentes, se encuentran personas con esa chispa, con una especie de fe, de esperanza, en la medida que les es posible en las circunstancias en que viven. Con esta fe también en una realidad desconocida, están realmente en camino hacia la verdadera Jerusalén, hacia Cristo. Y con esta apertura de esperanza también para los babilonios —como los llama Agustín—, para los que no conocen a Cristo, y ni siquiera a Dios, y a pesar de ello desean algo desconocido, algo eterno, nos exhorta también a nosotros a no fijarnos simplemente en las cosas materiales del momento presente, sino a perseverar en el camino hacia Dios. Sólo con esta esperanza más grande podemos también transformar este mundo, de modo adecuado. San Agustín lo dice con estas palabras: "Si somos ciudadanos de Jerusalén, (...) y debemos vivir en esta tierra, en la confusión del mundo presente, en esta Babilonia, donde no vivimos como ciudadanos sino como prisioneros, es necesario que no sólo cantemos lo que dice el Salmo, sino que también lo vivamos: esto se hace con una aspiración profunda del corazón, plena y religiosamente deseoso de la ciudad eterna".

Y añade, refiriéndose a la "ciudad terrestre llamada Babilonia": "Tiene personas que, impulsadas por el amor a ella, se esfuerzan por garantizar la paz —la paz temporal—, sin alimentar en su corazón otra esperanza, más aún, poniendo en esto toda su alegría, sin buscar nada más. Y vemos que se esfuerzan al máximo por ser útiles a la sociedad terrena. Ahora bien, si se comprometen con conciencia pura en este esfuerzo, Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, pues los ha predestinado a ser ciudadanos de Jerusalén, pero con tal de que, viviendo en Babilonia, no tengan su soberbia, su lujo caduco y su irritante arrogancia. (...) Ve su esclavitud y les mostrará la otra ciudad, por la que deben suspirar verdaderamente y hacia la cual deben dirigir todo esfuerzo" (Esposizioni sui Salmi, 136, 1-2: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1977, pp. 397. 399).

Pidamos al Señor que en todos nosotros se despierte este deseo, esta apertura hacia Dios, y que también los que no conocen a Cristo sean tocados por su amor, de forma que todos juntos estemos en peregrinación hacia la ciudad definitiva y la luz de esta ciudad brille también en nuestro tiempo y en nuestro mundo.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes y peregrinos de lengua española, en particular a las Religiosas de María Inmaculada, reunidas en capítulo general, a los cofrades de la Hermandad de Santa Marta de España, así como a los peregrinos de México y de otros países latinoamericanos. Al comienzo del Adviento os animo a prepararos con alegría para que el Señor encuentre en vuestros corazones una digna morada llena de amor y esperanza. Muchas gracias.

(En lengua croata)
Ojalá que, en estos días de Adviento, el Espíritu Santo dirija los deseos de vuestro corazón hacia las realidades del cielo, de donde esperamos la venida del Salvador. Os bendigo a vosotros y a vuestras familias.

(Al consejo de los capellanes de las cárceles italianas)
Gracias por el valioso ministerio que desempeñáis con caridad evangélica entre los detenidos; os aseguro mi oración por cada uno de vosotros y por todos los que se hallan en las cárceles, a los cuales envío un afectuoso saludo.

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, recordando entre los jóvenes particularmente a los que proceden de la diócesis de Téramo-Atri. El apóstol san Andrés, cuya fiesta celebramos, sea para todos un modelo de fiel seguimiento de Cristo y de valiente testimonio evangélico.




Miércoles 7 de diciembre de 2005: Himno de acción de gracias

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1. El himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el salmo 137, atribuido por la tradición judía al rey David, aunque probablemente fue compuesto en una época posterior, comienza con un canto personal del orante. Alza su voz en el marco de la asamblea del templo o, por lo menos, teniendo como referencia el santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles.

En efecto, el salmista afirma que "se postrará hacia el santuario" de Jerusalén (cf. v.
Ps 137,2): en él canta ante Dios, que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que también está a la escucha en el espacio terreno del templo (cf. v. 1). El orante tiene la certeza de que el "nombre" del Señor, es decir, su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de la alianza con su pueblo, son el fundamento de toda confianza y de toda esperanza (cf. v. Ps 137,2).

2. Aquí la mirada se dirige por un instante al pasado, al día del sufrimiento: la voz divina había respondido entonces al clamor del fiel angustiado. Dios había infundido valor al alma turbada (cf. v. Ps 137,3). El original hebreo habla literalmente del Señor que "agita la fuerza en el alma" del justo oprimido: es como si se produjera la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y los temores, infunde una energía vital nueva y aumenta la fortaleza y la confianza.

Después de esta premisa, aparentemente personal, el salmista ensancha su mirada al mundo e imagina que su testimonio abarca todo el horizonte: "todos los reyes de la tierra", en una especie de adhesión universal, se asocian al orante en una alabanza común en honor de la grandeza y el poder soberanos del Señor (cf. vv. Ps 137,4-6).

3. El contenido de esta alabanza coral que elevan todos los pueblos permite ver ya a la futura Iglesia de los paganos, la futura Iglesia universal. Este contenido tiene como primer tema la "gloria" y los "caminos del Señor" (cf. v. Ps 137,5), es decir, sus proyectos de salvación y su revelación. Así se descubre que Dios, ciertamente, es "sublime" y trascendente, pero "se fija en el humilde" con afecto, mientras que aleja de su rostro al soberbio como señal de rechazo y de juicio (cf. v. Ps 137,6).

Como proclama Isaías, "así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: "En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados"" (Is 57,15). Por consiguiente, Dios opta por defender a los débiles, a las víctimas, a los humildes. Esto se da a conocer a todos los reyes, para que sepan cuál debe ser su opción en el gobierno de las naciones.

Naturalmente, no sólo se dice a los reyes y a todos los gobiernos, sino también a todos nosotros, porque también nosotros debemos saber qué opción hemos de tomar: ponernos del lado de los humildes, de los últimos, de los pobres y los débiles.

4. Después de este llamamiento, con dimensión mundial, a los responsables de las naciones, no sólo de aquel tiempo sino también de todos los tiempos, el orante vuelve a la alabanza personal (cf. Ps 137,7-8). Con una mirada que se dirige hacia el futuro de su vida, implora una ayuda de Dios también para las pruebas que aún le depare la existencia. Y todos nosotros oramos así juntamente con el orante de aquel tiempo.

Se habla, de modo sintético, de la "ira del enemigo" (v. Ps 137,7), una especie de símbolo de todas las hostilidades que puede afrontar el justo durante su camino en la historia. Pero él sabe, como sabemos también nosotros, que el Señor no lo abandonará nunca y que extenderá su mano para sostenerlo y guiarlo. Las palabras conclusivas del Salmo son, por tanto, una última y apasionada profesión de confianza en Dios porque su misericordia es eterna. "No abandonará la obra de sus manos", es decir, su criatura (cf. v. Ps 137,8). Y también nosotros debemos vivir siempre con esta confianza, con esta certeza en la bondad de Dios.

Debemos tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, "Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento" (Ph 1,6).

5. Así hemos orado también nosotros con un salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza. Ahora queremos seguir entonando este himno de alabanza con el testimonio de un cantor cristiano, el gran san Efrén el Sirio (siglo IV), autor de textos de extraordinaria elevación poética y espiritual.

"Por más grande que sea nuestra admiración por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestra lengua puede expresar", canta san Efrén en un himno (Inni sulla Verginità, 7: L'arpa dello Spirito, Roma 1999, p. 66), y en otro: "Alabanza a ti, para quien todas las cosas son fáciles, porque eres todopoderoso" (Inni sulla Natività, 11: ib., p. 48); y este es un motivo ulterior de nuestra confianza: que Dios tiene el poder de la misericordia y usa su poder para la misericordia. Una última cita de san Efrén: "Que te alaben todos los que comprenden tu verdad" (Inni sulla Fede, 14: ib., p. 27).

Saludos

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española, en particular a los alumnos del seminario y colegio diocesano de Getafe, a los fieles de parroquias y cofradías, a los grupos escolares de España, así como a los peregrinos de América Latina. Con san Pablo os recuerdo: "Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento" (Ph 1,6). Muchas gracias.

(En polaco)
Mañana celebraremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre del Señor. Dios la eligió y la preservó de toda mancha del pecado original, para prepararla a ser digna Madre de su Hijo (cf. Prefacio). A su protección os encomiendo a vosotros y a vuestras familias. Que Dios os bendiga.

(A los participantes en el congreso organizado por la Congregación para el clero con ocasión del 40° aniversario de la promulgación del decreto "Presbyterorum ordinis")
Queridos hermanos, este documento conciliar ha marcado una etapa de suma importancia en la vida de la Iglesia por lo que atañe a la reflexión sobre la naturaleza y las características del sacerdocio ministerial, que configura a los presbíteros con Jesucristo, cabeza y pastor de su pueblo. A su imagen y a su servicio los sacerdotes deben dar su vida para la gloria de Dios y la salvación de las almas.




Miércoles 14 de diciembre de 2005: Dios lo ve todo (Ps 138)

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1. En dos etapas distintas, la liturgia de las Vísperas —cuyos salmos y cánticos estamos meditando— nos propone la lectura de un himno sapiencial de gran belleza y fuerte impacto emotivo: el salmo 138. Hoy reflexionaremos sobre la primera parte de la composición (cf. vv.
Ps 138,1-12), es decir, sobre las primeras dos estrofas, que exaltan respectivamente la omnisciencia de Dios (cf. vv. Ps 138,1-6) y su omnipresencia en el espacio y en el tiempo (cf. vv. Ps 138,7-12).

El vigor de las imágenes y de las expresiones tiene como finalidad la celebración del Creador: "Si es notable la grandeza de las obras creadas —afirma Teodoreto de Ciro, escritor cristiano del siglo V—, ¡cuánto más grande debe de ser su Creador!" (Discursos sobre la Providencia, 4: Collana di Testi patristici, LXXV, Roma 1988, p. 115). Con su meditación el salmista desea sobre todo penetrar en el misterio del Dios trascendente, pero cercano a nosotros.

2. El mensaje fundamental que nos transmite es muy claro: Dios lo sabe todo y está presente al lado de sus criaturas, que no pueden sustraerse a él. Pero su presencia no es agobiante, como la de un inspector; ciertamente, su mirada sobre el mal es severa, pues no puede quedar indiferente ante él.

Con todo, el elemento fundamental es una presencia salvífica, capaz de abarcar todo el ser y toda la historia. Es prácticamente el escenario espiritual al que alude san Pablo, hablando en el Areópago de Atenas, con la cita de un poeta griego: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Ac 17,28).

3. El primer pasaje (cf. Ps 138,1-6), como decíamos, es la celebración de la omnisciencia divina. En efecto, se repiten los verbos de conocimiento, como "sondear", "conocer", "saber", "penetrar", "comprender", "distinguir". Como es sabido, el conocimiento bíblico supera el puro y simple aprender y comprender intelectivo; es una especie de comunión entre el que conoce y lo conocido: por consiguiente, el Señor tiene intimidad con nosotros, mientras pensamos y actuamos.

El segundo pasaje de nuestro salmo (cf. vv. Ps 138,7-12), en cambio, está dedicado a la omnipresencia divina. En él se describe de modo muy vivo la ilusoria voluntad del hombre de sustraerse a esa presencia. Ocupa todo el espacio: está ante todo el eje vertical "cielo-abismo" (cf. v. Ps 138,8); luego viene la dimensión horizontal, que va desde la aurora, es decir, desde el oriente, y llega hasta "el confín del mar" Mediterráneo, o sea, hasta occidente (cf. v. Ps 138,9). Todos los ámbitos del espacio, incluso los más secretos, contienen una presencia activa de Dios.

El salmista, a continuación, introduce también la otra realidad en la que estamos inmersos: el tiempo, representado simbólicamente por la noche y la luz, las tinieblas y el día (cf. vv. Ps 138,11-12). Incluso la oscuridad, en la que nos resulta difícil caminar y ver, está penetrada por la mirada y la epifanía del Señor del ser y del tiempo. Su mano siempre está dispuesta a aferrar la nuestra para guiarnos en nuestro itinerario terreno (cf. v. Ps 138,10). Por consiguiente, es una cercanía no de juicio, que infundiría temor, sino de apoyo y liberación.

Así, podemos comprender cuál es el contenido último, el contenido esencial de este salmo: es un canto de confianza. Dios está siempre con nosotros. No nos abandona ni siquiera en las noches más oscuras de nuestra vida. Está presente incluso en los momentos más difíciles. El Señor no nos abandona ni siquiera en la última noche, en la última soledad, en la que nadie puede acompañarnos, en la noche de la muerte. Nos acompaña incluso en esta última soledad de la noche de la muerte.
Por eso, los cristianos podemos tener confianza: nunca estamos solos. La bondad de Dios está siempre con nosotros.

4. Comenzamos con una cita del escritor cristiano Teodoreto de Ciro. Concluyamos con una reflexión del mismo autor, en su IV Discurso sobre la Providencia divina, porque en definitiva este es el tema del Salmo. Comentando el versículo 6, en el que el orante exclama: "Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco", Teodoreto explica el pasaje dirigiéndose a la interioridad de su conciencia y de su experiencia personal y afirma: "Volviéndome hacia mí mismo, entrando hasta lo más íntimo de mí mismo y alejándome de los ruidos exteriores, quise sumergirme en la contemplación de mi naturaleza... Reflexionando sobre estas cosas y pensando en la armonía entre la naturaleza mortal y la inmortal, quedé asombrado ante tan gran prodigio y, dado que no logré comprender este misterio, reconozco mi derrota; más aún, mientras proclamo la victoria de la sabiduría del Creador y le canto himnos de alabanza, grito: "Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco"" (Collana di Testi patristici, LXXV, Roma 1988, pp. 116-117).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que han participado en esta audiencia. En este tiempo de Adviento, os invito a todos a prepararos con recogimiento interior para la celebración gozosa de la Navidad. Muchas gracias por vuestra visita.

(En polaco)
Doy la bienvenida a todos los peregrinos polacos que han venido desde Polonia y desde diversos países. En particular, saludo a los obispos polacos presentes en Roma con ocasión de la visita "ad limina Apostolorum". Saludo a los peregrinos de Zakopane y al grupo de jóvenes estudiantes de Bydgoszcz. Que vuestra estancia en Roma os ayude a todos a prepararos para la santa Navidad. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En lengua croata)
De corazón saludo a los peregrinos croatas, especialmente a los funcionarios del Ministerio del Interior aquí presentes. Que la paz llene vuestro corazón, mientras nos acercamos a la celebración de la Navidad, y permanezca siempre con vosotros y con vuestras familias. ¡Alabados sean Jesús y María!

(En italiano)
Mi saludo se dirige, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
La memoria de san Juan de la Cruz, que celebramos hoy, nos invita, queridos amigos, a dirigir la mirada del corazón al misterio escondido en Jesucristo, recordándonos que quien de verdad desea la sabiduría divina, desea ante todo entrar en la "profundidad de la cruz". Con estos sentimientos, preparémonos a vivir la Navidad, ya próxima.




Audiencias 2005-2013 16115