Audiencias 2005-2013 21125

Miércoles 21 de diciembre de 2005: La luz de la Navidad

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Esta audiencia general se celebra en el clima de alegre y ferviente espera de las festividades navideñas, ya inminentes. Durante estos días repetimos en la oración "¡Ven, Señor Jesús!", disponiendo nuestro corazón para gustar la alegría del nacimiento del Redentor. De modo especial en esta última semana de Adviento la liturgia acompaña y sostiene nuestro camino interior con repetidas invitaciones a acoger al Salvador, reconociéndolo en el humilde Niño que yace en un pesebre.

Este es el misterio de la Navidad, que tantos símbolos nos ayudan a comprender mejor. Entre esos símbolos se encuentra el de la luz, que es uno de los más ricos en significado espiritual. Sobre él quiero reflexionar brevemente.

La fiesta de la Navidad, en nuestro hemisferio, coincide con los días del año en que el sol termina su parábola descendente y comienza a alargar gradualmente el tiempo de luz diurna, según la recurrente sucesión de las estaciones. Esto nos ayuda a comprender mejor el tema de la luz, que vence a las tinieblas.

Este símbolo evoca una realidad que afecta a lo más íntimo del hombre: me refiero a la luz del bien que vence al mal, del amor que supera al odio, de la vida que derrota a la muerte. En esta luz interior, en la luz divina, nos hace pensar la Navidad, que vuelve a proponernos el anuncio de la victoria definitiva del amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte.

Por este motivo, en la novena de la santa Navidad que estamos haciendo, son numerosas y significativas las alusiones a la luz. Nos lo recuerda también la antífona que se ha cantado al inicio de este encuentro. Al Salvador esperado por las naciones se le aclama como "Astro naciente", la estrella que indica el camino y guía a los hombres, caminantes en medio de la oscuridad y los peligros del mundo, hacia la salvación prometida por Dios y realizada en Jesucristo.

Al prepararnos para celebrar con alegría el nacimiento del Salvador en nuestras familias y en nuestras comunidades eclesiales, mientras cierta cultura moderna y consumista tiende a suprimir los símbolos cristianos de la celebración de la Navidad, todos debemos esforzarnos por captar el valor de las tradiciones navideñas, que forman parte del patrimonio de nuestra fe y de nuestra cultura, para transmitirlas a las nuevas generaciones.

En particular, al ver las calles y las plazas de las ciudades adornadas con luces brillantes, recordemos que estas luces nos remiten a otra luz, invisible para los ojos, pero no para el corazón.
Mientras las admiramos, mientras encendemos las velas en las iglesias o la iluminación del belén y del árbol de Navidad en nuestras casas, nuestra alma debe abrirse a la verdadera luz espiritual traída a todos los hombres de buena voluntad. El Dios con nosotros, nacido en Belén de la Virgen María, es la Estrella de nuestra vida.

"¡Oh Astro naciente, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!" (Antífona del Magníficat). Haciendo nuestra esta invocación de la liturgia de hoy, pidamos al Señor que apresure su venida gloriosa entre nosotros, entre todos los que sufren, porque sólo él puede satisfacer las auténticas expectativas del corazón humano. Este Astro luminoso que no tiene ocaso nos comunique la fuerza para seguir siempre el camino de la verdad, de la justicia y del amor.

Vivamos intensamente, junto con María, la Virgen del silencio y de la escucha, estos últimos días que faltan para la Navidad. Ella, que fue totalmente envuelta por la luz del Espíritu Santo, nos ayude a comprender y a vivir en plenitud el misterio de la Navidad de Cristo.

Con estos sentimientos, a la vez que os exhorto a mantener vivo el asombro interior en la ferviente espera de la celebración ya próxima del nacimiento del Salvador, me complace expresar ya desde ahora mis más cordiales deseos de una santa y feliz Navidad a todos vosotros, aquí presentes, a vuestros familiares, a vuestras comunidades y a vuestros seres queridos.

¡Feliz Navidad a todos!

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los llegados de España y de México. Que el Salvador, "Astro naciente", sea la estrella que os guía hacia la salvación y os ilumine en el camino de la verdad, de la justicia y del amor. A todos vosotros, a vuestros familiares y demás seres queridos, os deseo una santa y feliz Navidad.

(A los fieles polacos)
Dentro de algunos días celebramos la vigilia de la Navidad y vosotros, en vuestras familias, compartiréis con vuestros seres queridos el pan navideño, intercambiándoos las felicitaciones. Que Jesús encuentre siempre un lugar especial en vuestro corazón y lo llene de amor y de paz. A todos deseo una feliz Navidad.

(En italiano)
A todos os deseo que os dispongáis a vivir una santa y feliz Navidad, preparando el corazón para recibir al Niño Jesús, que viene a colmar de alegría y paz a quienes lo esperan con fe, como la Virgen María.



Miércoles 28 de diciembre de 2005: Señor, tú me sondeas y me conoces (Ps 138,13 ss.)

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1. En esta audiencia general del miércoles de la octava de Navidad, fiesta litúrgica de los Santos Inocentes, reanudamos nuestra meditación sobre el salmo 138, cuya lectura orante nos propone la liturgia de las Vísperas en dos etapas distintas. Después de contemplar en la primera parte (cf. vv.
Ps 138,1-12) al Dios omnisciente y omnipotente, Señor del ser y de la historia, ahora este himno sapiencial de intensa belleza y pasión se fija en la realidad más alta y admirable de todo el universo, el hombre, definido como el "prodigio" de Dios (cf. v. Ps 138,14). En realidad, se trata de un tema en profunda sintonía con el clima navideño que estamos viviendo en estos días, en los que celebramos el gran misterio del Hijo de Dios hecho hombre, más aún, hecho Niño por nuestra salvación.

Después de considerar la mirada y la presencia del Creador que se extienden por todo el horizonte cósmico, en la segunda parte del salmo que meditamos hoy, la mirada amorosa de Dios se fija en el ser humano, considerado en su inicio pleno y completo. Aún es un ser "informe" en el seno materno: algunos estudiosos de la Biblia interpretan la palabra hebrea que usa el salmo como equivalente a "embrión", descrito mediante esa palabra como una pequeña realidad oval, enrollada, pero sobre la cual ya se posa la mirada benévola y amorosa de los ojos de Dios (cf. v. Ps 138,16).

2. El salmista, para definir la acción divina dentro del seno materno, recurre a las clásicas imágenes bíblicas, mientras que la cavidad generadora de la madre se compara a "lo profundo de la tierra", es decir, a la constante vitalidad de la gran madre tierra (cf. v. Ps 138,15).

Ante todo, se utiliza el símbolo del alfarero y del escultor, que "forma", que plasma su creación artística, su obra maestra, precisamente como se decía en el libro del Génesis con respecto a la creación del hombre: "El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo" (Gn 2,7). Luego viene el símbolo del "tejido", que evoca la delicadeza de la piel, de la carne, de los nervios "entretejidos" sobre el esqueleto.

También Job evocaba con fuerza estas y otras imágenes para exaltar la obra maestra que es la persona humana, a pesar de estar golpeada y herida por el sufrimiento: "Tus manos me formaron, me plasmaron (...). Recuerda que me hiciste como se amasa el barro (...). ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios" (Jb 10,8-11).

3. Sumamente fuerte es, en nuestro salmo, la idea de que Dios ya ve todo el futuro de ese embrión aún "informe": en el libro de la vida del Señor ya están escritos los días que esa criatura vivirá y colmará de obras durante su existencia terrena. Así vuelve a manifestarse la grandeza trascendente del conocimiento divino, que no sólo abarca el pasado y el presente de la humanidad, sino también el arco todavía oculto del futuro. También se manifiesta la grandeza de esta pequeña criatura humana, que aún no ha nacido, formada por las manos de Dios y envuelta en su amor: un elogio bíblico del ser humano desde el primer momento de su existencia.

Ahora releamos la reflexión que san Gregorio Magno, en sus Homilías sobre Ezequiel, hizo sobre la frase del salmo que hemos comentado: "Siendo todavía informe me han visto tus ojos y todo estaba escrito en tu libro" (v. 16). Sobre esas palabras el Pontífice y Padre de la Iglesia construyó una original y delicada meditación acerca de los que en la comunidad cristiana son más débiles en su camino espiritual.

Y dice que también los débiles en la fe y en la vida cristiana forman parte de la arquitectura de la Iglesia, "son incluidos en ella (...) en virtud de su buen deseo. Es verdad que son imperfectos y pequeños, pero, en la medida en que logran comprender, aman a Dios y al prójimo, y no dejan de realizar el bien que pueden. A pesar de que aún no llegan a los dones espirituales hasta el punto de abrir el alma a la acción perfecta y a la ardiente contemplación, no se apartan del amor a Dios y al prójimo, en la medida en que son capaces de comprenderlo. Por eso, sucede que también ellos, aunque estén situados en un lugar menos importante, contribuyen a la edificación de la Iglesia, pues, si bien son inferiores por doctrina, profecía, gracia de milagros y completo desprecio del mundo, se apoyan en el fundamento del temor y del amor, en el que encuentran su solidez" (2, 3, 12-13: Opere di Gregorio Magno III/2, Roma 1993, pp. 79-81).

El mensaje de san Gregorio es un gran consuelo para todos nosotros que a menudo avanzamos con dificultad por el camino de la vida espiritual y eclesial. El Señor nos conoce y nos envuelve con su amor.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta audiencia. En estos días navideños, invito a todos a contemplar en el Niño Jesús la grandeza del amor de Dios por todos nosotros. Muchas gracias y, de nuevo, ¡Feliz Navidad!

(En italiano)
Felicito cordialmente la Navidad a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a la comunidad de los Legionarios de Cristo; a los fieles de la parroquia del Santísimo Nombre de María, en Caserta; a los Voluntarios de don Bosco y a los representantes del Mando provincial de la Guardia de finanza, de Livorno. Saludo, asimismo, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

La luz de Cristo, que en la Noche de Navidad resplandeció sobre la humanidad, brille sobre cada uno de vosotros, queridos amigos, y os guíe en el compromiso de un valiente testimonio cristiano.

Por último, me uno al recuerdo que en estos días se hace por las queridas poblaciones afectadas hace un año por el maremoto, que causó innumerables víctimas humanas y enormes daños ambientales. Pidamos al Señor por ellos y por todos los que, también en otras regiones del mundo, han sufrido calamidades naturales y esperan nuestra solidaridad concreta y efectiva.





Miércoles 4 de enero de 2006: Cristo, primogénito de toda criatura, primogénito de entre los muertos

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Queridos hermanos y hermanas:

1. En esta primera audiencia general del nuevo año vamos a meditar el célebre himno cristológico que se encuentra en la carta a los Colosenses: es casi el solemne pórtico de entrada de este rico escrito paulino, y es también un pórtico de entrada de este año. El himno propuesto a nuestra reflexión, es introducido con una amplia fórmula de acción de gracias (cf. vv.
Col 1,12-14), que nos ayuda a crear el clima espiritual para vivir bien estos primeros días del año 2006, así como nuestro camino a lo largo de todo el año nuevo (cf. vv. Col 3,15-20).

La alabanza del Apóstol, al igual que la nuestra, se eleva a "Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (v. Col 1,3), fuente de la salvación, que se describe primero de forma negativa como "liberación del dominio de las tinieblas" (v. Col 1,13), es decir, como "redención y perdón de los pecados" (v. Col 1,14), y luego de forma positiva como "participación en la herencia del pueblo santo en la luz" (v. Col 1,12) y como ingreso en "el reino de su Hijo querido" (v. Col 1,13).

2. En este punto comienza el grande y denso himno, que tiene como centro a Cristo, del cual se exaltan el primado y la obra tanto en la creación como en la historia de la redención (cf. vv. Col 1,15-20). Así pues, son dos los movimientos del canto. En el primero se presenta a Cristo como "primogénito de toda criatura" (v. Col 1,15). En efecto, él es la "imagen de Dios invisible", y esta expresión encierra toda la carga que tiene el "icono" en la cultura de Oriente: más que la semejanza, se subraya la intimidad profunda con el sujeto representado.

Cristo vuelve a proponer en medio de nosotros de modo visible al "Dios invisible" —en él vemos el rostro de Dios— a través de la naturaleza común que los une. Por esta altísima dignidad suya, Cristo "es anterior a todo", no sólo por ser eterno, sino también y sobre todo con su obra creadora y providente: "Por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles (...). Todo se mantiene en él" (vv. Col 1,16-17). Más aún, todas las cosas fueron creadas también "por él y para él" (v. Col 1,16).

Así san Pablo nos indica una verdad muy importante: la historia tiene una meta, una dirección. La historia va hacia la humanidad unida en Cristo, va hacia el hombre perfecto, hacia el humanismo perfecto. Con otras palabras, san Pablo nos dice: sí, hay progreso en la historia. Si queremos, hay una evolución de la historia. Progreso es todo lo que nos acerca a Cristo y así nos acerca a la humanidad unida, al verdadero humanismo. Estas indicaciones implican también un imperativo para nosotros: trabajar por el progreso, que queremos todos. Podemos hacerlo trabajando por el acercamiento de los hombres a Cristo; podemos hacerlo configurándonos personalmente con Cristo, yendo así en la línea del verdadero progreso.

3. El segundo movimiento del himno (cf. Col 1,18-20) está dominado por la figura de Cristo salvador dentro de la historia de la salvación. Su obra se revela ante todo al ser "la cabeza del cuerpo, de la Iglesia" (v. Col 1,18): este es el horizonte salvífico privilegiado en el que se manifiestan en plenitud la liberación y la redención, la comunión vital que existe entre la cabeza y los miembros del cuerpo, es decir, entre Cristo y los cristianos. La mirada del Apóstol se dirige hasta la última meta hacia la que, como hemos dicho, converge la historia: Cristo es el "primogénito de entre los muertos" (v. Col 1,18), es aquel que abre las puertas a la vida eterna, arrancándonos del límite de la muerte y del mal.

En efecto, este es el pleroma, la "plenitud" de vida y de gracia que reside en Cristo mismo, que a nosotros se nos dona y comunica (cf. v. Col 1,19). Con esta presencia vital, que nos hace partícipes de la divinidad, somos transformados interiormente, reconciliados, pacificados: esta es una armonía de todo el ser redimido, en el que Dios será "todo en todos" (1Co 15,28). Y vivir como cristianos significa dejarse transformar interiormente hacia la forma de Cristo. Así se realiza la reconciliación, la pacificación.

4. A este grandioso misterio de la Redención le dedicamos ahora una mirada contemplativa y lo hacemos con las palabras de san Proclo de Constantinopla, que murió en el año 446. En su primera homilía sobre la Madre de Dios, María, presenta el misterio de la Redención como consecuencia de la Encarnación.

En efecto —dice san Proclo—, Dios se hizo hombre para salvarnos y así arrancarnos del poder de las tinieblas, a fin de llevarnos al reino de su Hijo querido, como recuerda este himno de la carta a los Colosenses. "El que nos ha redimido no es un simple hombre —comenta san Proclo—, pues todo el género humano era esclavo del pecado; pero tampoco era un Dios sin naturaleza humana, pues tenía un cuerpo. Si no se hubiera revestido de mí, no me habría salvado. Al encarnarse en el seno de la Virgen, se vistió de condenado. Allí se produjo el admirable intercambio: dio el espíritu y tomó la carne" (8: Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1988, p. 561).

Por consiguiente, estamos ante la obra de Dios, que ha realizado la Redención precisamente por ser también hombre. Es el Hijo de Dios, salvador, pero a la vez es también nuestro hermano, y con esta cercanía nos comunica el don divino. Es realmente el Dios con nosotros. Amén.

Saludos

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española, en particular a la Comunidad juvenil de Monterrey (México). Os invito a dar gracias a Dios porque nos envió a su Hijo, el cual, al hacerse hombre, se convirtió en nuestro salvador y nuestro hermano. ¡Feliz Año nuevo!

(En italiano)

(A los diversos grupos de religiosas)
Queridas hermanas, os deseo que sigáis sirviendo al Evangelio y a la Iglesia con fidelidad a vuestro respectivo carisma.

Por último, dirijo un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.Que Jesús, al que contemplamos en el misterio de la Navidad, sea para todos guía segura del nuevo año, recién iniciado.



Miércoles 11 de enero de 2006: Oración del Rey por la victoria y la paz

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1. Nuestro itinerario en el Salterio usado por la liturgia de las Vísperas llega ahora a un himno regio, el salmo 143, cuya primera parte se acaba de proclamar: en efecto, la liturgia propone este canto subdividiéndolo en dos momentos.

La primera parte (cf. vv.
Ps 143,1-8) manifiesta, de modo neto, la característica literaria de esta composición: el salmista recurre a citas de otros textos sálmicos, articulándolos en un nuevo proyecto de canto y de oración.

Precisamente porque este salmo es de época sucesiva, es fácil pensar que el rey exaltado no tiene ya los rasgos del soberano davídico, pues la realeza judía había acabado con el exilio de Babilonia en el siglo VI a.C., sino que representa la figura luminosa y gloriosa del Mesías, cuya victoria ya no es un acontecimiento bélico-político, sino una intervención de liberación contra el mal. No se habla del "mesías" —término hebreo para referirse al "consagrado", como era el soberano—, sino del "Mesías" por excelencia, que en la relectura cristiana tiene el rostro de Jesucristo, "hijo de David, hijo de Abraham" (Mt 1,1).

2. El himno comienza con una bendición, es decir, con una exclamación de alabanza dirigida al Señor, celebrado con una pequeña letanía de títulos salvíficos: es la roca segura y estable, es la gracia amorosa, es el alcázar protegido, el refugio defensivo, la liberación, el escudo que mantiene alejado todo asalto del mal (cf. Ps 143,1-2). También se utiliza la imagen marcial de Dios que adiestra a los fieles para la lucha a fin de que sepan afrontar las hostilidades del ambiente, las fuerzas oscuras del mundo.

Ante el Señor omnipotente el orante, pese a su dignidad regia, se siente débil y frágil. Hace, entonces, una profesión de humildad, que se formula, como decíamos, con las palabras de los salmos 8 y 38. En efecto, siente que es "un soplo", como una sombra que pasa, débil e inconsistente, inmerso en el flujo del tiempo que transcurre, marcado por el límite propio de la criatura (cf. Ps 143,4).

3. Entonces surge la pregunta: ¿por qué Dios se interesa y preocupa de esta criatura tan miserable y caduca? A este interrogante (cf. v. Ps 143,3) responde la grandiosa irrupción divina, llamada "teofanía", a la que acompaña un cortejo de elementos cósmicos y acontecimientos históricos, orientados a celebrar la trascendencia del Rey supremo del ser, del universo y de la historia.

Los montes echan humo en erupciones volcánicas (cf. v. Ps 143,5), los rayos son como saetas que desbaratan a los malvados (cf. v. Ps 143,6), las "aguas caudalosas" del océano son símbolo del caos, del cual, sin embargo, es librado el rey por obra de la misma mano divina (cf. v. Ps 143,7). En el fondo están los impíos, que dicen "falsedades" y "juran en falso" (cf. vv. Ps 143,7-8), una representación concreta, según el estilo semítico, de la idolatría, de la perversión moral, del mal que realmente se opone a Dios y a sus fieles.

4. Ahora, para nuestra meditación, consideraremos inicialmente la profesión de humildad que el salmista realiza y acudiremos a las palabras de Orígenes, cuyo comentario a este texto ha llegado a nosotros en la versión latina de san Jerónimo. "El salmista habla de la fragilidad del cuerpo y de la condición humana" porque "por lo que se refiere a la condición humana, el hombre no es nada.
"Vanidad de vanidades, todo es vanidad", dijo el Eclesiastés". Pero vuelve entonces la pregunta, marcada por el asombro y la gratitud: ""Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?"... Es gran felicidad para el hombre conocer a su Creador. En esto nos diferenciamos de las fieras y de los demás animales, porque sabemos que tenemos nuestro Creador, mientras que ellos no lo saben".

Vale la pena meditar un poco estas palabras de Orígenes, que ve la diferencia fundamental entre el hombre y los demás animales en el hecho de que el hombre es capaz de conocer a Dios, su Creador; de que el hombre es capaz de la verdad, capaz de un conocimiento que se transforma en relación, en amistad. En nuestro tiempo, es importante que no nos olvidemos de Dios, junto con los demás conocimientos que hemos adquirido mientras tanto, y que son muchos. Pero resultan todos problemáticos, a veces peligrosos, si falta el conocimiento fundamental que da sentido y orientación a todo: el conocimiento de Dios creador.

Volvamos a Orígenes, que dice: "No podrás salvar esta miseria que es el hombre, si tú mismo no la tomas sobre ti. "Señor, inclina tu cielo y desciende". Tu oveja perdida no podrá curarse si no la cargas sobre tus hombros... Estas palabras se dirigen al Hijo: "Señor, inclina tu cielo y desciende"... Has descendido, has abajado el cielo y has extendido tu mano desde lo alto, y te has dignado tomar sobre ti la carne del hombre, y muchos han creído en ti" (Orígenes Jerónimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 512-515).

Para nosotros, los cristianos, Dios ya no es, como en la filosofía anterior al cristianismo, una hipótesis, sino una realidad, porque Dios "ha inclinado su cielo y ha descendido". El cielo es él mismo y ha descendido en medio de nosotros. Con razón, Orígenes ve en la parábola de la oveja perdida, a la que el pastor toma sobre sus hombros, la parábola de la Encarnación de Dios. Sí, en la Encarnación él descendió y tomó sobre sus hombros nuestra carne, a nosotros mismos. Así, el conocimiento de Dios se ha hecho realidad, se ha hecho amistad, comunión. Demos gracias al Señor porque "ha inclinado su cielo y ha descendido", ha tomado sobre sus hombros nuestra carne y nos lleva por los caminos de nuestra vida.

El salmo, que partió de nuestro descubrimiento de que somos débiles y estamos lejos del esplendor divino, al final llega a esta gran sorpresa de la acción divina: a nuestro lado está el Dios-Emmanuel, que para los cristianos tiene el rostro amoroso de Jesucristo, Dios hecho hombre, hecho uno de nosotros.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes y peregrinos venidos de España y de Latinoamérica. Conscientes de la dignidad de ser hijos de Dios, os animo a vivir vuestra vida cristiana con alegría y fidelidad a vuestros compromisos bautismales.

(En portugués)
Saludo con profunda satisfacción al grupo de peregrinos de lengua portuguesa y, de modo especial, a los juristas brasileños aquí presentes. Hago votos para que la oportunidad de visitar las tumbas de los Apóstoles os sirva de estímulo para una renovada confianza en la ley de Dios y en los principios que se derivan de ella. A todos deseo mucha paz y alegría en el Espíritu Santo. ¡Que el Señor os bendiga!

(En polaco)
Saludo de modo particular al grupo folclórico Pilsko, al que deseo los mayores éxitos en su trabajo artístico. A todos los presentes os deseo una fructuosa permanencia en Roma y un próspero año nuevo. Os pido también que transmitáis mi afectuoso saludo a vuestras familias y a vuestras parroquias. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En lengua croata)
El Señor, que nos ha alegrado con su venida, os mantenga firmes en la fe viva y en el amor activo. ¡Alabados sean Jesús y María!

(En italiano)

Mi pensamiento va por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La fiesta del Bautismo del Señor, que ha cerrado el tiempo de Navidad, os sirva de estímulo, queridos amigos, para que recordando vuestro bautismo estéis dispuestos a testimoniar con alegría la fe en Cristo en todas las situaciones, en la salud y en la enfermedad, en la familia, en el trabajo y en todos los ambientes.



Miércoles 18 de enero de 2006: "Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"

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"Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos" (
Mt 18,19). Esta solemne afirmación de Jesús a sus discípulos sostiene también nuestra oración. Hoy comienza la tradicional "Semana de oración por la unidad de los cristianos", cita importante para reflexionar sobre el drama de la división de la comunidad cristiana y pedir juntos a Jesús mismo "que todos sean uno, para que el mundo crea" (Jn 17,21). Lo hacemos hoy también nosotros, aquí, en sintonía con una gran multitud en el mundo. En efecto, la oración "por la unión de todos" implica en formas, tiempos y modos diversos a los católicos, a los ortodoxos y a los protestantes, unidos por la fe en Jesucristo, único Señor y Salvador.

La oración por la unidad forma parte del núcleo central que el concilio Vaticano II llama "el alma de todo el movimiento ecuménico" (Unitatis redintegratio UR 8), núcleo que incluye precisamente las oraciones públicas y privadas, la conversión del corazón y la santidad de vida. Esta convicción nos lleva al centro del problema ecuménico, que es la obediencia al Evangelio para hacer la voluntad de Dios, con su ayuda, necesaria y eficaz. El Concilio lo señaló explícitamente a los fieles al declarar: "Cuanto más estrecha sea su —nuestra— comunión con el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, más íntima y fácilmente podrán aumentar la fraternidad mutua" (ib., UR 7).

Los elementos que, a pesar de la división permanente, unen aún a los cristianos permiten elevar una oración común a Dios. Esta comunión en Cristo sostiene todo el movimiento ecuménico e indica la finalidad misma de la búsqueda de la unidad de todos los cristianos en la Iglesia de Dios. Eso distingue el movimiento ecuménico de cualquier otra iniciativa de diálogo y de relaciones con otras religiones e ideologías. También en esto fue precisa la enseñanza del decreto sobre el ecumenismo del concilio Vaticano II: "Participan en este movimiento de unidad, llamado ecuménico, los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús como Señor y Salvador" (ib., UR 1).

Las oraciones comunes que se realizan en el mundo entero, especialmente en este período o en torno a Pentecostés, expresan, además, la voluntad de compromiso común por el restablecimiento de la comunión plena de todos los cristianos. "Estas oraciones en común son un medio sumamente eficaz para pedir la gracia de la unidad" (ib., UR 8). Con esta afirmación, el concilio Vaticano II interpreta fundamentalmente lo que dice Jesús a sus discípulos, asegurándoles que si dos se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo al Padre que está en los cielos, él se lo concederá "porque" donde dos o tres se reúnen en su nombre él está en medio de ellos.

Después de la resurrección les asegura también que estará siempre con ellos "todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). La presencia de Jesús en la comunidad de los discípulos y en nuestra oración es lo que garantiza su eficacia, hasta el punto de prometer: "Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt 18,18).

Pero no nos limitemos a pedir. También podemos dar gracias al Señor por la nueva situación que, con gran esfuerzo, se ha creado en las relaciones ecuménicas entre los cristianos, con una renovada fraternidad, por los fuertes vínculos de solidaridad que se han establecido, por el crecimiento de la comunión y por las convergencias alcanzadas —ciertamente de modo desigual— entre los diversos diálogos. Hay muchos motivos para dar gracias. Y aunque queda mucho por esperar y por hacer, no olvidemos que Dios nos ha dado mucho en el camino hacia la unión. Por eso, le agradecemos esos dones. El futuro está ante nosotros. El Santo Padre Juan Pablo II, de feliz memoria, que tanto hizo y sufrió por la cuestión ecuménica, nos enseñó oportunamente que "reconocer lo que Dios ya ha concedido es condición que nos predispone a recibir aquellos dones aún indispensables para llevar a término la obra ecuménica de la unidad" (Ut unum sint UUS 41). Por tanto, hermanos y hermanas, sigamos orando para que seamos conscientes de que la santa causa del restablecimiento de la unidad de los cristianos supera nuestras pobres fuerzas humanas y que, en último término, la unidad es don de Dios.

En este sentido y con esos sentimientos, el miércoles próximo, 25 de enero, fiesta de la Conversión del Apóstol de los gentiles, siguiendo las huellas del Papa Juan Pablo II, acudiré a la basílica de San Pablo extramuros para orar con los hermanos ortodoxos y protestantes: orar para dar gracias por todo lo que el Señor nos ha concedido; orar para que el Señor nos guíe en el camino hacia la unidad.

Además, ese mismo día, el 25 de enero, se publicará por fin mi primera encíclica, cuyo título ya es conocido: "Deus caritas est", "Dios es amor". El tema no es directamente ecuménico, pero el marco y el telón de fondo son ecuménicos, porque Dios y nuestro amor son la condición de la unidad de los cristianos. Son la condición de la paz en el mundo.

En esta encíclica quiero mostrar el concepto de amor en sus diversas dimensiones. Hoy, en la terminología que se conoce, "amor" aparece a menudo muy lejano de lo que piensa un cristiano al hablar de caridad. Por mi parte, quiero mostrar que se trata de un único movimiento con varias dimensiones. El "eros", don del amor entre un hombre y una mujer, viene de la misma fuente, la bondad del Creador, así como la posibilidad de un amor que renuncia a sí mismo en favor del otro. El "eros" se transforma en "agape" en la medida en que los dos se aman realmente y uno ya no se busca a sí mismo, su alegría, su placer, sino que busca sobre todo el bien del otro. Y así este amor, que es "eros", se transforma en caridad, en un camino de purificación, de profundización. A partir de la propia familia se abre hacia la familia más grande: hacia la familia de la sociedad, hacia la familia de la Iglesia, hacia la familia del mundo.

También trato de demostrar que el acto personalísimo que nos viene de Dios es un único acto de amor. Este acto debe expresarse también como acto eclesial, organizativo. Si realmente es verdad que la Iglesia es expresión del amor de Dios, del amor que Dios tiene por su criatura humana, debe ser también verdad que el acto fundamental de la fe que crea y une a la Iglesia y nos da la esperanza de la vida eterna y de la presencia de Dios en el mundo, engendra un acto eclesial. En la práctica, la Iglesia, también como Iglesia, como comunidad, de modo institucional, debe amar. Y esta "caritas" no es pura organización, como otras organizaciones filantrópicas, sino expresión necesaria del acto más profundo del amor personal con que Dios nos ha creado, suscitando en nuestro corazón el impulso hacia el amor, reflejo del Dios Amor, que nos hace a su imagen.

La preparación y traducción del texto ha requerido bastante tiempo. Ahora me parece un don de la Providencia el hecho de que el texto se publique precisamente en el día en que oraremos por la unidad de los cristianos. Espero que ilumine y ayude a nuestra vida cristiana.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los del instituto El Carrascal de Arganda y a los de la Escuela italiana de Montevideo. Continuemos orando para que seamos conscientes de que la santa causa del restablecimiento de la unidad de los cristianos supera nuestras pobres fuerzas humanas y que la unidad definitiva es un don de Dios. ¡Gracias!
En italiano el Papa dio las gracias en particular a unos artistas de circo que habían actuado ante él.

(En italiano)
Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos amigos, durante estos días de oración por la unidad de los cristianos os invito a vosotros, queridos jóvenes, a ser por doquier, especialmente en relación con vuestros coetáneos, apóstoles de adhesión fiel al Evangelio; a vosotros, queridos enfermos, os pido que ofrezcáis vuestros sufrimientos por la comunión plena de todos los discípulos de Cristo; a vosotros, queridos recién casados, os exhorto a ser cada vez más un solo corazón y una sola alma, viviendo el mandamiento del amor en vuestras familias.








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