Audiencias 2005-2013 25016

Miércoles 25 de enero de 2006: Oración del Rey

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Queridos hermanos y hermanas:

1. Concluye hoy la Semana de oración por la unidad de los cristianos, durante la cual hemos reflexionado en la necesidad de pedir constantemente al Señor el gran don de la unidad plena entre todos los discípulos de Cristo. En efecto, la oración contribuye de modo esencial a hacer más sincero y fructífero el compromiso ecuménico común de las Iglesias y comunidades eclesiales.
En este encuentro queremos reanudar la meditación sobre el salmo 143, que la liturgia de las Vísperas nos propone en dos momentos distintos (cf. vv.
Ps 143,1-8 y vv. Ps 143,9-15). Tiene el tono de un himno; y también en este segundo movimiento del salmo entra en escena la figura del "Ungido", es decir, del "Consagrado" por excelencia, Jesús, que atrae a todos hacia sí para hacer de todos "uno" (cf. Jn 17,11 Jn 17,21). Con razón, la escena que dominará el canto estará marcada por la prosperidad y la paz, los símbolos típicos de la era mesiánica.

2. Por esto, el cántico se define como "nuevo", término que en el lenguaje bíblico no indica tanto la novedad exterior de las palabras, cuanto la plenitud última que sella la esperanza (cf. v. Ps 143,9). Así pues, se canta la meta de la historia, en la que por fin callará la voz del mal, que el salmista describe como "falsedades" y "jurar en falso", expresiones que aluden a la idolatría (cf. v. Ps 143,11).

Pero después de este aspecto negativo se presenta, con un espacio mucho mayor, la dimensión positiva, la del nuevo mundo feliz que está a punto de llegar. Esta es la verdadera shalom, es decir, la "paz" mesiánica, un horizonte luminoso que se articula en una sucesión de escenas de vida social: también para nosotros pueden convertirse en auspicio de la creación de una sociedad más justa.

3. En primer lugar está la familia (cf. v. Ps 143,12), que se basa en la vitalidad de la generación. Los hijos, esperanza del futuro, se comparan a árboles robustos; las hijas se presentan como columnas sólidas que sostienen el edificio de la casa, semejantes a las de un templo. De la familia se pasa a la vida económica, al campo con sus frutos conservados en silos, con las praderas llenas de rebaños que pacen, con los bueyes que avanzan en los campos fértiles (cf. vv. Ps 143,13-14).

La mirada pasa luego a la ciudad, es decir, a toda la comunidad civil, que por fin goza del don valioso de la paz y de la tranquilidad pública. En efecto, desaparecen para siempre las "brechas" que los invasores abren en las murallas de las plazas durante los asaltos; acaban las "incursiones", que implican saqueos y deportaciones, y, por último, ya no se escucha el "gemido" de los desesperados, de los heridos, de las víctimas, de los huérfanos, triste legado de las guerras (cf. v. Ps 143,14).

4. Este retrato de un mundo diverso, pero posible, se encomienda a la obra del Mesías y también a la de su pueblo. Todos juntos, bajo la guía del Mesías Cristo, debemos trabajar por este proyecto de armonía y paz, cesando la acción destructora del odio, de la violencia, de la guerra. Sin embargo, hay que hacer una opción, poniéndose de parte del Dios del amor y de la justicia.

Por esto el Salmo concluye con las palabras: "Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor". Dios es el bien de los bienes, la condición de todos los demás bienes. Sólo un pueblo que conoce a Dios y defiende los valores espirituales y morales puede realmente ir hacia una paz profunda y convertirse también en una fuerza de paz para el mundo, para los demás pueblos. Y, por tanto, puede entonar con el salmista el "cántico nuevo", lleno de confianza y esperanza. Viene espontáneamente a la mente la referencia a la nueva alianza, a la novedad misma que es Cristo y su Evangelio.

Es lo que nos recuerda san Agustín. Leyendo este salmo, interpreta también las palabras: "tocaré para ti el arpa de diez cuerdas". El arpa de diez cuerdas es para él la ley compendiada en los diez mandamientos. Pero debemos encontrar la clave correcta de estas diez cuerdas, de estos diez mandamientos. Y, como dice san Agustín, estas diez cuerdas, los diez mandamientos, sólo resuenan bien si vibran con la caridad del corazón. La caridad es la plenitud de la ley. Quien vive los mandamientos como dimensión de la única caridad, canta realmente el "cántico nuevo". La caridad que nos une a los sentimientos de Cristo es el verdadero "cántico nuevo" del "hombre nuevo", capaz de crear también un "mundo nuevo". Este salmo nos invita a cantar "con el arpa de diez cuerdas" con corazón nuevo, a cantar con los sentimientos de Cristo, a vivir los diez mandamientos en la dimensión del amor, contribuyendo así a la paz y a la armonía del mundo (cf. Esposizioni sui salmi, 143, 16: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1977, p. 677).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la fundación Interfamilias, así como a las demás personas venidas de España y Latinoamérica. En el día que se clausura la Semana de oración por la unidad de los cristianos, invito a todos a unirse con sus plegarias, para que se cumpla el deseo de Jesús: "que todos sean uno". Muchas gracias por vuestra visita.

(En polaco)
Saludo a todos los participantes en esta audiencia procedentes de Polonia y de los diversos países. Hoy, en la fiesta de la Conversión de San Pablo Apóstol, se publicará mi primera encíclica: "Dios es amor". Que su lectura refuerce vuestra fe, os ayude a amar más intensamente a Dios y a realizar actos de caridad hacia el prójimo. Que Dios os bendiga.

(En italiano)
Mi pensamiento va por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Entre los jóvenes recuerdo en particular a los estudiantes del instituto "Leopardi" de San Benedetto del Tronto, acompañados por su obispo, mons. Gervasio Gestori, y a los alumnos de la escuela pontificia "Pío IX" de Roma. A ejemplo del apóstol Pablo, cuya conversión recordamos hoy, invito a todos a vivir con autenticidad la vocación cristiana. Que el Señor os bendiga a todos.




Miércoles 1 de febrero de 2006: Himno a la grandeza y bondad de Dios

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Queridos hermanos y hermanas:

1. Acabamos de orar con la plegaria del salmo 144, una gozosa alabanza al Señor que es ensalzado como soberano amoroso y tierno, preocupado por todas sus criaturas. La liturgia nos propone este himno en dos momentos distintos, que corresponden también a los dos movimientos poéticos y espirituales del mismo salmo. Ahora reflexionaremos en la primera parte, que corresponde a los versículos 1-13.

Este salmo es un canto elevado al Señor, al que se invoca y describe como "rey" (cf.
Ps 144,1), una representación divina que aparece con frecuencia en otros salmos (cf. Ps 46 Ps 92 Ps 95 y Ps 98). Más aún, el centro espiritual de nuestro canto está constituido precisamente por una celebración intensa y apasionada de la realeza divina. En ella se repite cuatro veces —como para indicar los cuatro puntos cardinales del ser y de la historia— la palabra hebrea malkut, "reino" (cf. Ps 144,11-13).

Sabemos que este simbolismo regio, que será central también en la predicación de Cristo, es la expresión del proyecto salvífico de Dios, el cual no es indiferente ante la historia humana; al contrario, con respecto a ella tiene el deseo de realizar con nosotros y por nosotros un proyecto de armonía y paz. Para llevar a cabo este plan se convoca también a la humanidad entera, a fin de que cumpla la voluntad salvífica divina, una voluntad que se extiende a todos los "hombres", a "todas las generaciones" y a "todos los siglos". Una acción universal, que arranca el mal del mundo y establece en él la "gloria" del Señor, es decir, su presencia personal eficaz y trascendente.

2. Hacia este corazón del Salmo, situado precisamente en el centro de la composición, se dirige la alabanza orante del salmista, que se hace portavoz de todos los fieles y quisiera ser hoy el portavoz de todos nosotros. En efecto, la oración bíblica más elevada es la celebración de las obras de salvación que revelan el amor del Señor con respecto a sus criaturas. En este salmo se sigue exaltando "el nombre" divino, es decir, su persona (cf. vv. Ps 144,1-2), que se manifiesta en su actuación histórica: en concreto se habla de "obras", "hazañas", "maravillas", "fuerza", "grandeza", "justicia", "paciencia", "misericordia", "gracia", "bondad" y "ternura".

Es una especie de oración, en forma de letanía, que proclama la intervención de Dios en la historia humana para llevar a toda la realidad creada a una plenitud salvífica. Nosotros no estamos a merced de fuerzas oscuras, ni vivimos de forma solitaria nuestra libertad, sino que dependemos de la acción del Señor, poderoso y amoroso, que tiene para nosotros un plan, un "reino" por instaurar (cf. v. Ps 144,11).

3. Este "reino" no consiste en poder y dominio, triunfo y opresión, como por desgracia sucede a menudo en los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, de ternura, de bondad, de gracia, de justicia, como se reafirma en repetidas ocasiones a lo largo de los versículos que contienen la alabanza.

La síntesis de este retrato divino se halla en el versículo 8: el Señor es "lento a la cólera y rico en piedad". Estas palabras evocan la presentación que hizo Dios de sí mismo en el Sinaí, cuando dijo: "El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). Aquí tenemos una preparación de la profesión de fe en Dios que hace el apóstol san Juan, cuando nos dice sencillamente que es Amor: "Deus caritas est" (1Jn 4,8 1Jn 4,16).

4. Además de reflexionar en estas hermosas palabras, que nos muestran a un Dios "lento a la cólera y rico en piedad", siempre dispuesto a perdonar y ayudar, centramos también nuestra atención en el siguiente versículo, un texto hermosísimo: "el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas" (v. Ps 144,9). Se trata de palabras que conviene meditar, palabras de consuelo, con las que el Señor nos da una certeza para nuestra vida.

A este propósito, san Pedro Crisólogo (380 ca. - 450ca.) en el Segundo discurso sobre el ayuno: ""Son grandes las obras del Señor". Pero esta grandeza que vemos en la grandeza de la creación, este poder es superado por la grandeza de la misericordia. En efecto, el profeta dijo: "Son grandes las obras de Dios"; y en otro pasaje añade: "Su misericordia es superior a todas sus obras". La misericordia, hermanos, llena el cielo y llena la tierra. (...) Precisamente por eso, la grande, generosa y única misericordia de Cristo, que reservó cualquier juicio para el último día, asignó todo el tiempo del hombre a la tregua de la penitencia. (...) Precisamente por eso, confía plenamente en la misericordia el profeta que no confiaba en su propia justicia: "Misericordia, Dios mío —dice— por tu bondad" (Ps 50,3)" (42, 4-5: Discursos 1-62 bis, Scrittori dell area santambrosiana, 1, Milán-Roma 1996, pp. 299. 301).

Así decimos también nosotros al Señor: "Misericordia, Dios mío, por tu bondad".

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes y peregrinos venidos de España y de América Latina, en especial a los estudiantes de la Pontificia Universidad católica argentina y de la Escuela italiana de Valparaíso (Chile). Os animo a recibir en vuestros corazones el amor que tiene su fuente en Dios y a vivir vuestra vida cristiana como una continua donación de uno mismo a los demás.

(En polaco)
Mañana celebraremos la Jornada de la vida consagrada. Demos gracias a Dios por las vocaciones religiosas y pidamos que sostenga con su gracia a las hermanas y hermanos que han elegido la castidad, la pobreza y la obediencia como camino de santidad. Bendigo de corazón a vuestras familias. ¡Alabado sea Jesucristo!


(En lengua croata)
Saludo y bendigo a los peregrinos croatas, en particular a los fieles procedentes de Murter. Queridísimos hermanos: que vuestras casas sean lugares de oración, a fin de que habite en ellas la paz de Dios.

(En italiano)
Me dirijo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Ayer celebramos la memoria litúrgica de san Juan Bosco, sacerdote y educador. Contempladlo, queridos jóvenes, como un auténtico maestro de vida y de santidad. Vosotros, queridos enfermos, aprended de su experiencia espiritual a confiar en toda circunstancia en Cristo crucificado. Y vosotros, queridos recién casados, acudid a su intercesión para que os ayude a asumir con generosidad vuestra misión de esposos.





Miércoles 8 de febrero de 2006: Tu reino es un reino eterno - Ps 144,14-21

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1. Siguiendo la liturgia, que lo divide en dos partes, volvemos a reflexionar sobre el salmo 144, un canto admirable en honor del Señor, rey amoroso y solícito con sus criaturas. Ahora queremos meditar en la segunda sección de este salmo: son los versículos
Ps 144,14-21, que recogen el tema fundamental del primer movimiento del himno.

Allí se exaltaban la piedad, la ternura, la fidelidad y la bondad divina, que se extienden a la humanidad entera, implicando a todas las criaturas. Ahora el salmista centra su atención en el amor que el Señor siente, en particular, por los pobres y los débiles. La realeza divina no es lejana y altanera, como a veces puede suceder en el ejercicio del poder humano. Dios expresa su realeza mostrando su solicitud por las criaturas más frágiles e indefensas.

2. En efecto, Dios es ante todo un Padre que "sostiene a los que van a caer" y levanta a los que ya habían caído en el polvo de la humillación (cf. v. Ps 144,14). En consecuencia, los seres vivos se dirigen al Señor casi como mendigos hambrientos y él, como padre solícito, les da el alimento que necesitan para vivir (cf. v. Ps 144,15).

En este punto aflora a los labios del orante la profesión de fe en las dos cualidades divinas por excelencia: la justicia y la santidad. "El Señor es justo en todos sus caminos, es santo en todas sus acciones" (v. Ps 144,17). En hebreo se usan dos adjetivos típicos para ilustrar la alianza establecida entre Dios y su pueblo: saddiq y hasid. Expresan la justicia que quiere salvar y librar del mal, y la fidelidad, que es signo de la grandeza amorosa del Señor.

3. El salmista se pone de parte de los beneficiados, a los que define con diversas expresiones; son términos que constituyen, en la práctica, una representación del verdadero creyente. Este "invoca" al Señor con una oración confiada, lo "busca" en la vida "sinceramente" (cf. v. Ps 144,1), "teme" a su Dios, respetando su voluntad y obedeciendo su palabra (cf. v. Ps 144,19), pero sobre todo lo "ama", con la seguridad de que será acogido bajo el manto de su protección y de su intimidad (cf. v. Ps 144,20).

Así, el salmista concluye el himno de la misma forma en que lo había comenzado: invitando a alabar y bendecir al Señor y su "nombre", es decir, su persona viva y santa, que actúa y salva en el mundo y en la historia; más aún, invitando a todas las criaturas marcadas por el don de la vida a asociarse a la alabanza orante del fiel: "Todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás" (v. Ps 144,21).
Es una especie de canto perenne que se debe elevar desde la tierra hasta el cielo; es la celebración comunitaria del amor universal de Dios, fuente de paz, alegría y salvación.

4. Para concluir nuestra reflexión, volvamos al consolador versículo que dice: "Cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente" (v. Ps 144,18). Esta frase, en especial, la utilizaba con frecuencia Barsanufio de Gaza, un asceta que murió hacia mediados del siglo VI, al que buscaban los monjes, los eclesiásticos y los laicos por la sabiduría de su discernimiento.

Así, por ejemplo, a un discípulo que le expresaba el deseo "de buscar las causas de las diversas tentaciones que lo habían asaltado", Barsanufio le respondió: "Hermano Juan, no temas para nada las tentaciones que han surgido contra ti para probarte, porque el Señor no permitirá que caigas en ellas. Por eso, cuando te venga una de esas tentaciones, no te esfuerces por averiguar de qué se trata; lo que debes hacer es invocar el nombre de Jesús: "Jesús ayúdame" y él te escuchará porque "cerca está el Señor de los que lo invocan". No te desalientes; al contrario, corre con fuerza y llegarás a la meta, en nuestro Señor Jesucristo" (Barsanufio y Jean de Gaza, Epistolario, 39: Colección de Textos Patrísticos, XCIII, Roma 1991, p. 109).

Y estas palabras de ese antiguo Padre valen también para nosotros. En nuestras dificultades, problemas y tentaciones, no debemos simplemente hacer una reflexión teórica —¿de dónde vienen?—; debemos reaccionar de forma positiva: invocar al Señor, mantener el contacto vivo con el Señor. Más aún, debemos invocar el nombre de Jesús: "Jesús, ayúdame". Y estemos seguros de que él nos escucha, porque está cerca de los que lo buscan. No nos desanimemos; si corremos con fuerza, como dice este Padre, también nosotros llegaremos a la meta de nuestra vida, Jesús, nuestro Señor.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo del club Cerro Porteño, de Paraguay, y a los demás participantes de España y Latinoamérica. Que la confianza firme y constante en el Señor llene de paz vuestros corazones, vuestros hogares y comunidades. Muchas gracias por vuestra atención.

(En italiano)
Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Celebramos hoy la memoria litúrgica de san Jerónimo Emiliani, fundador de los Somascos, y de santa Josefina Bakhita, una santa especialmente amable. El valor de estos testigos fieles de Cristo os ayude, queridos jóvenes, a abrir el corazón al heroísmo de la santidad en la vida de cada día. A vosotros, queridos enfermos, os sostenga para que sigáis ofreciendo con paciencia vuestra oración y vuestros sufrimientos por toda la Iglesia. Y a vosotros, queridos recién casados, os dé valor para que hagáis de vuestras familias comunidades de amor, en las que se vivan los valores cristianos.

No podemos dejar de recordar hoy a don Andrea Santoro —gracias, gracias por este aplauso—, sacerdote "fidei donum" de la diócesis de Roma, asesinado en Turquía el domingo pasado, mientras estaba en la iglesia recogido en oración. Precisamente ayer por la tarde me llegó una hermosa carta suya, escrita el día 31 de enero juntamente con la pequeña comunidad cristiana de la parroquia de Santa María en Trebisonda. Ayer, por la tarde, leí con profunda emoción esta carta, que es un espejo de su alma sacerdotal, de su amor a Cristo y a los hombres, de su compromiso en favor de los pequeños, en sintonía con el salmo que hemos escuchado. Esta carta, testimonio de amor y de adhesión a Cristo y a su Iglesia, se publicará en L'Osservatore Romano. Junto con esta carta, me envió un mensaje de varias mujeres de su parroquia, en la que me invitan a ir allí. Y en la carta de estas mujeres se refleja también el celo, la fe y el amor que reinaban en el corazón de don Andrea Santoro.

Que el Señor acoja el alma de este silencioso y valiente servidor del Evangelio y haga que el sacrificio de su vida contribuya a la causa del diálogo entre las religiones y de la paz entre los pueblos.




Miércoles 15 de febrero de 2006: "Magníficat"

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La audiencia general del miércoles 15 de febrero se celebró en dos momentos sucesivos: el primero en la basílica de San Pedro y el segundo en la sala Pablo VI. En el templo vaticano se habían congregado seis mil estudiantes italianos, y una gran peregrinación (mil ochocientos fieles), organizada por la familia religiosa de "Frères de Saint-Jean".


Saludo con afecto a todos los queridos estudiantes procedentes de varias partes de Italia. En particular, saludo a los alumnos y profesores de las Escuelas de Ostia Lido, del instituto del Sagrado Corazón de Caserta y del instituto Santa Dorotea de Roma.

Queridos amigos, como sabéis, recientemente se publicó mi primera encíclica, titulada Deus caritas est, en la que recuerdo que el amor de Dios es la fuente y el motivo de nuestra verdadera alegría. Invito a cada uno a comprender y acoger cada vez más este Amor, que cambia la vida y os hace testigos creíbles del Evangelio. Así llegaréis a ser auténticos amigos de Jesús y fieles apóstoles suyos.

Sobre todo a las personas más débiles y necesitadas debemos hacerles sentir la ternura del Corazón de Dios; no olvidéis que cada uno de nosotros, al difundir la caridad divina, contribuye a construir un mundo más justo y solidario.

Me complace saludar esta mañana a los miembros y amigos de la Congregación Saint-Jean, con ocasión de su trigésimo aniversario, acompañados por los priores generales y por el padre Marie-Dominique Philippe. Que vuestra peregrinación sea un tiempo de renovación, esforzándoos por analizar lo que habéis vivido, a fin de sacar las enseñanzas y realizar un discernimiento cada vez más profundo de las vocaciones que se presentan y de las misiones que debéis realizar, colaborando confiadamente con los pastores de las Iglesias locales. Que el señor os haga crecer en santidad, con la ayuda de María y del discípulo amado.

* * *


"Magníficat": Cántico de la santísima Virgen María

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hemos llegado ya al final del largo itinerario que comenzó, hace exactamente cinco años, en la primavera del año 2001, mi amado predecesor el inolvidable Papa Juan Pablo II. Este gran Papa quiso recorrer en sus catequesis toda la secuencia de los salmos y los cánticos que constituyen el entramado fundamental de oración de la liturgia de las Laudes y las Vísperas.

Al terminar la peregrinación por esos textos, que ha sido como un viaje al jardín florido de la alabanza, la invocación, la oración y la contemplación, hoy reflexionaremos sobre el Cántico con el que se concluye idealmente toda celebración de las Vísperas: el Magníficat (cf.
Lc 1,46-55).
Es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, de los fieles que se reconocían "pobres" no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupción de la gracia divina salvadora. En efecto, todo el Magníficat, que acabamos de escuchar cantado por el coro de la Capilla Sixtina, está marcado por esta "humildad", en griego tapeinosis, que indica una situación de humildad y pobreza concreta.

2. El primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1,46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico está compuesto en primera persona: "Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...". Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.

La estructura íntima de su canto orante es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fruto de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia personal se inserta en la historia de la salvación. Así puede decir: "Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación" (v. Lc 1,50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las criaturas redimidas, que, en su "fiat" y así en la figura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios.

3. En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual del Magníficat (cf. vv. Lc 1,51-55). Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia: "Hace proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a los hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel".

En estas siete acciones divinas es evidente el "estilo" en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan "los soberbios, los poderosos y los ricos". Con todo, está previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: "Los que le temen", fieles a su palabra, "los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo", es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son "pobres", puros y sencillos de corazón. Se trata del "pequeño rebaño", invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cf. Lc 12,32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.

4. Acojamos ahora la invitación que nos dirige san Ambrosio en su comentario al texto del Magníficat. Dice este gran doctor de la Iglesia: "Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios... El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas" (Esposizione del Vangelo secondo Luca, 2, 26-27: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 169).

En este estupendo comentario de san Ambrosio sobre el Magníficat siempre me impresionan de modo especial las sorprendentes palabras: "Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios". Así el santo doctor, interpretando las palabras de la Virgen misma, nos invita a hacer que el Señor encuentre una morada en nuestra alma y en nuestra vida. No sólo debemos llevarlo en nuestro corazón; también debemos llevarlo al mundo, de forma que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Señor que nos ayude a alabarlo con el espíritu y el alma de María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.

Saludos

Me es grato saludar ahora cordialmente a los visitantes de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica, de modo especial a los seminaristas de la diócesis de Ávila, acompañados por su obispo, mons. Jesús García Burillo, así como a los diversos grupos parroquiales españoles; saludo también a los peregrinos de México. Junto con la Virgen María, demos gracias al Señor por todos los dones que ha concedido y sigue concediendo a cada uno de nosotros. Muy agradecido por vuestra visita.

(En italiano)

Queridos hermanos y hermanas, doy ahora una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Dirijo ante todo unas afectuosas palabras al maestro mons. Giuseppe Liberto y a los cantores de la Capilla Sixtina, hoy presente en la conclusión del ciclo de catequesis de comentario a los salmos y a los cánticos que componen la liturgia de las Horas. Nos han cantado admirablemente el Magníficat. Queridos amigos, os deseo manifestar mi gratitud por el servicio que prestáis en las celebraciones litúrgicas presididas por el Sucesor de Pedro; os estoy especialmente agradecido por haber animado con el canto las audiencias generales. Gracias por todo.

Os saludo también a vosotros, queridos obispos participantes en el 30° encuentro organizado por el Movimiento de los Focolares, y os animo a profundizar cada vez más la auténtica espiritualidad de comunión que debe caracterizar el ministerio presbiteral y episcopal.

Asimismo, saludo a los participantes en el capítulo general de los Oblatos de San José. A vosotros y a vuestra familia religiosa os deseo que continuéis con generosidad el servicio a Cristo y a la Iglesia, siguiendo fielmente las huellas de vuestro fundador, san José Marello.

Saludo finalmente a los enfermos y a los recién casados. Ayer celebramos la fiesta de los santos apóstoles Cirilo y Metodio, los primeros evangelizadores entre los pueblos eslavos. Que su testimonio os ayude a ser también vosotros apóstoles del Evangelio, fermento de auténtica renovación en la vida personal, familiar y social.




Miércoles 22 de febrero de 2006: La Cátedra de San Pedro don de Cristo a su Iglesia

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(La audiencia general del miércoles 22 de febrero se celebró en dos momentos sucesivos: el primero en la basílica de San Pedro y el segundo en la sala Pablo VI.)



(En la Basílica de San Pedro)

Queridos amigos, deseo dar una cordial bienvenida a todos los presentes en esta basílica, cuyo ábside hoy está adornado e iluminado con ocasión de la fiesta de la Cátedra del apóstol Pedro. En particular, os saludo a vosotros, queridos estudiantes y profesores del colegio San Francisco de Lodi, que conmemoráis el cuarto centenario de vuestra escuela, fundada por los padres barnabitas; así como a vosotros, queridos alumnos y profesores del instituto María Inmaculada de Roma.

La fiesta de hoy, que nos invita a mirar a la Cátedra de san Pedro, nos estimula a alimentar la vida personal y comunitaria con la fe fundada en el testimonio de san Pedro y de los demás Apóstoles. Si imitáis su ejemplo, también vosotros, queridos amigos, podréis ser testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo.
* * *


(En la sala Pablo VI)


La Cátedra de San Pedro don de Cristo a su Iglesia

Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia latina celebra hoy la fiesta de la Cátedra de San Pedro. Se trata de una tradición muy antigua, atestiguada en Roma desde el siglo IV, con la que se da gracias a Dios por la misión encomendada al apóstol san Pedro y a sus sucesores. La "cátedra", literalmente, es la sede fija del obispo, puesta en la iglesia madre de una diócesis, que por eso se llama "catedral", y es el símbolo de la autoridad del obispo, y en particular de su "magisterio", es decir, de la enseñanza evangélica que, en cuanto sucesor de los Apóstoles, está llamado a conservar y transmitir a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia particular que le ha sido encomendada, llevando la mitra y el báculo pastoral, se sienta en la cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles en la fe, en la esperanza y en la caridad.

¿Cuál fue, por tanto, la "cátedra" de san Pedro? Elegido por Cristo como "roca" sobre la cual edificar la Iglesia (cf.
Mt 16,18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera "sede" de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en esa sala, donde también María, la Madre de Jesús, oró juntamente con los discípulos, a Simón Pedro le tuvieran reservado un puesto especial.

Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada a orillas del río Oronte, en Siria (hoy en Turquía), en aquellos tiempos tercera metrópoli del imperio romano, después de Roma y Alejandría en Egipto. De esa ciudad, evangelizada por san Bernabé y san Pablo, donde "por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Ac 11,26), por tanto, donde nació el nombre de cristianos para nosotros, san Pedro fue el primer obispo, hasta el punto de que el Martirologio romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de San Pedro en Antioquía.

Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, tenemos el camino desde Jerusalén, Iglesia naciente, hasta Antioquía, primer centro de la Iglesia procedente de los paganos, y todavía unida con la Iglesia proveniente de los judíos. Luego Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del "Orbis" —la "Urbs" que expresa el "Orbis", la tierra—, donde concluyó con el martirio su vida al servicio del Evangelio. Por eso, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recogió también el oficio encomendado por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el pueblo de Dios.

Así, la sede de Roma, después de estas emigraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la "cátedra" de su obispo representó la del Apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo san Ireneo, obispo de Lyon, pero que venía de Asia menor, el cual, en su tratado Contra las herejías, describe la Iglesia de Roma como "la más grande, más antigua y más conocida por todos, que la fundaron y establecieron los más gloriosos apóstoles Pedro y Pablo"; y añade: "Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes" (III 3,2-3). A su vez, un poco más tarde, Tertuliano afirma: "¡Cuán feliz es esta Iglesia de Roma! Fueron los Apóstoles mismos quienes derramaron en ella, juntamente con su sangre, toda la doctrina" (La prescripción de los herejes, 36). Por tanto, la cátedra del Obispo de Roma representa no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el pueblo de Dios.

Celebrar la "Cátedra" de san Pedro, como hacemos nosotros, significa, por consiguiente, atribuirle un fuerte significado espiritual y reconocer que es un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere congregar a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación.

Entre los numerosos testimonios de los santos Padres, me complace recordar el de san Jerónimo, tomado de una de sus cartas, escrita al Obispo de Roma, particularmente interesante porque hace referencia explícita precisamente a la "cátedra" de Pedro, presentándola como fuente segura de verdad y de paz. Escribe así san Jerónimo: "He decidido consultar la cátedra de Pedro, donde se encuentra la fe que la boca de un Apóstol exaltó; vengo ahora a pedir un alimento para mi alma donde un tiempo fui revestido de Cristo. Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por eso, me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia" (Cartas I, 15, 1-2).

Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de San Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la Cátedra del Apóstol, obra madura de Bernini, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenido por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de Occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de Oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra tan sugestiva, que hoy se puede admirar decorada con muchas velas, para orar en particular por el ministerio que Dios me ha encomendado.

Elevando la mirada hacia la vidriera de alabastro que se encuentra exactamente sobre la Cátedra, invocad al Espíritu Santo para que sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio diario a toda la Iglesia. Por esto, como por vuestra devota atención, os doy las gracias de corazón.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes venidos de España y de Latinoamérica, de modo especial a los peregrinos de la parroquia de Matamorosa (Santander), al colegio San José Obrero de Hospitalet (Barcelona) y al grupo de la universidad Cardenal Herrera, de Moncada (Valencia), así como a los peregrinos de Chile. Gracias de corazón por vuestras oraciones y por vuestra atención.

(En italiano)
Mi pensamiento va, finalmente, a los enfermos y a los recién casados. Vosotros, queridos enfermos, ofreced al Señor vuestros momentos de prueba para que se abran las puertas de los corazones al anuncio del Evangelio. Y vosotros, queridos recién casados, sed testigos del amor de Cristo, que os ha llamado a realizar un proyecto de vida común.

* * *

Anuncio de un consistorio para la creación de quince nuevos cardenales


La fiesta de la Cátedra de San Pedro es un día particularmente apropiado para anunciar que el próximo 24 de marzo celebraré un consistorio, en el que nombraré nuevos miembros del Colegio cardenalicio. Este anuncio se sitúa oportunamente en la fiesta de la Cátedra, porque los cardenales tienen la misión de sostener y ayudar al Sucesor de Pedro en el cumplimiento del oficio apostólico que le ha sido encomendado al servicio de la Iglesia. No por casualidad, en los antiguos documentos eclesiásticos, los Papas definían al Colegio cardenalicio como "pars corporis nostri" (cf. F.X. Wernz, Ius Decretalium, II, n. 459). En efecto, los cardenales constituyen en torno al Papa una especie de Senado, del que se sirve para el desempeño de las tareas vinculadas con su ministerio de "principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de la fe y de la comunión" (cf. Lumen gentium LG 18).

Así pues, con la creación de los nuevos purpurados, quiero completar el número de 120 miembros electores del Colegio cardenalicio, fijado por el Papa Pablo VI, de venerada memoria (cf. AAS 65 [1973] 163). He aquí los nombres de los nuevos cardenales:

1. Mons. William Joseph Levada, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe.
2. Mons. Franc Rodé, c.m., prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.
3. Mons. Agostino Vallini, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica.
4. Mons. Jorge Liberato Urosa Savino, arzobispo de Caracas.
5. Mons. Gaudencio B. Rosales, arzobispo de Manila.
6. Mons. Jean-Pierre Ricard, arzobispo de Burdeos (Francia).
7. Mons. Antonio Cañizares Llovera, arzobispo de Toledo (España).
8. Mons. Nicolas Cheong-Jin-Suk, arzobispo de Seúl.
9. Mons. Sean Patrick O'Malley, o.f.m.cap., arzobispo de Boston (Estados Unidos).
10. Mons. Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia (Polonia).
11. Mons. Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia (Italia).
12. Mons. Joseph Zen Ze-Kiu, s.d.b., obispo de Hong Kong (China).

Además, he decidido elevar a la dignidad cardenalicia a tres eclesiásticos de edad superior a ochenta años, teniendo en cuenta los servicios que han prestado a la Iglesia con ejemplar fidelidad y admirable entrega. Son:

1. Mons. Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, arcipreste de la basílica de San Pablo extramuros.
2. Mons. Peter Poreku Dery, arzobispo emérito de Tamale (Ghana).
3. P. Albert Vanhoye, s.j., que fue benemérito rector del Pontificio Instituto Bíblico y secretario de la Pontificia Comisión Bíblica, un gran exegeta.

En el grupo de los nuevos purpurados se refleja muy bien la universalidad de la Iglesia, pues provienen de varias partes del mundo y desempeñan funciones diversas al servicio del pueblo de Dios. Os invito a elevar a Dios una oración especial por ellos, a fin de que les conceda las gracias necesarias para cumplir con generosidad su misión.

Como dije al inicio, el próximo día 24 de marzo celebraré el anunciado consistorio y al día siguiente, 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, tendré la alegría de presidir una solemne concelebración con los nuevos cardenales. Para esa ocasión invitaré también a todos los miembros del Colegio cardenalicio, con los que quiero tener, asimismo, una reunión de reflexión y oración el día anterior, 23 de marzo.






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