Audiencias 2005-2013 10056

Miércoles 10 de mayo de 2006 - La sucesión apostólica

10056
Queridos hermanos y hermanas:

En las últimas dos audiencias hemos meditado en lo que significa la Tradición en la Iglesia y hemos visto que es la presencia permanente de la palabra y de la vida de Jesús en su pueblo. Pero la palabra, para estar presente, necesita una persona, un testigo. Así nace esta reciprocidad: por una parte, la palabra necesita la persona; pero, por otra, la persona, el testigo, está vinculado a la palabra que le ha sido confiada y que no ha inventado él. Esta reciprocidad entre contenido —palabra de Dios, vida del Señor— y persona que la transmite es característica de la estructura de la Iglesia. Y hoy queremos meditar en este aspecto personal de la Iglesia.

El Señor lo había iniciado convocando, como hemos visto, a los Doce, en los que estaba representado el futuro pueblo de Dios. Con fidelidad al mandato recibido del Señor, los Doce, después de su Ascensión, primero completan su número con la elección de Matías en lugar de Judas (cf.
Ac 1,15-26); luego asocian progresivamente a otros en las funciones que les habían sido encomendadas, para que continúen su ministerio. El Resucitado mismo llama a Pablo (cf. Ga 1,1), pero Pablo, a pesar de haber sido llamado por el Señor como Apóstol, confronta su Evangelio con el Evangelio de los Doce (cf. Ga 1,18), se esfuerza por transmitir lo que ha recibido (cf. 1Co 11,23 1Co 15,3-4), y en la distribución de las tareas misioneras es asociado a los Apóstoles, junto con otros, por ejemplo con Bernabé (cf. Ga 2,9).

Del mismo modo que al inicio de la condición de apóstol hay una llamada y un envío del Resucitado, así también la sucesiva llamada y envío de otros se realizará, con la fuerza del Espíritu, por obra de quienes ya han sido constituidos en el ministerio apostólico. Este es el camino por el que continuará ese ministerio, que luego, desde la segunda generación, se llamará ministerio episcopal, "episcopé".

Tal vez sea útil explicar brevemente lo que quiere decir obispo. Es la palabra que usamos para traducir la palabra griega "epíscopos". Esta palabra indica a una persona que contempla desde lo alto, que mira con el corazón. Así, san Pedro mismo, en su primera carta, llama al Señor Jesús "pastor y obispo —guardián— de vuestras almas" (1P 2,25). Y según este modelo del Señor, que es el primer obispo, guardián y pastor de las almas, los sucesores de los Apóstoles se llamaron luego obispos, “epíscopoi”. Se les encomendó la función del “episcopé”.

Esta precisa función del obispo se desarrollará progresivamente, con respecto a los inicios, hasta asumir la forma —ya claramente atestiguada en san Ignacio de Antioquía al comienzo del siglo II (cf. Ad Magnesios, 6, 1: PG 5,668)— del triple oficio de obispo, presbítero y diácono. Es un desarrollo guiado por el Espíritu de Dios, que asiste a la Iglesia en el discernimiento de las formas auténticas de la sucesión apostólica, cada vez más definidas entre múltiples experiencias y formas carismáticas y ministeriales, presentes en la comunidad de los orígenes.

Así, la sucesión en la función episcopal se presenta como continuidad del ministerio apostólico, garantía de la perseverancia en la Tradición apostólica, palabra y vida, que nos ha encomendado el Señor. El vínculo entre el Colegio de los obispos y la comunidad originaria de los Apóstoles se entiende, ante todo, en la línea de la continuidad histórica.

Como hemos visto, a los Doce son asociados primero Matías, luego Pablo, Bernabé y otros, hasta la formación del ministerio del obispo, en la segunda y tercera generación. Así pues, la continuidad se realiza en esta cadena histórica. Y en la continuidad de la sucesión está la garantía de perseverar, en la comunidad eclesial, del Colegio apostólico que Cristo reunió en torno a sí. Pero esta continuidad, que vemos primero en la continuidad histórica de los ministros, se debe entender también en sentido espiritual, porque la sucesión apostólica en el ministerio se considera como lugar privilegiado de la acción y de la transmisión del Espíritu Santo.

Un eco claro de estas convicciones se percibe, por ejemplo, en el siguiente texto de san Ireneo de Lyon (segunda mitad del siglo II): "La Tradición de los Apóstoles, que ha sido manifestada en el mundo entero, puede ser percibida en toda la Iglesia por todos aquellos que quieren ver la verdad. Y nosotros podemos enumerar los obispos que fueron establecidos por los Apóstoles en las Iglesias y sus sucesores hasta nosotros (...). En efecto, (los Apóstoles) querían que fuesen totalmente perfectos e irreprensibles aquellos a quienes dejaban como sucesores suyos, transmitiéndoles su propia misión de enseñanza. Si obraban correctamente, se seguiría gran utilidad; pero, si hubiesen caído, la mayor calamidad" (Adversus haereses , III, 3,1, PG 7, 848).

San Ireneo, refiriéndose aquí a esta red de la sucesión apostólica como garantía de perseverar en la palabra del Señor, se concentra en la Iglesia "más grande, más antigua y más conocida de todos", "fundada y establecida en Roma por los más gloriosos apóstoles, Pedro y Pablo", dando relieve a la Tradición de la fe, que en ella llega hasta nosotros desde los Apóstoles mediante las sucesiones de los obispos.

De este modo, para san Ireneo y para la Iglesia universal, la sucesión episcopal de la Iglesia de Roma se convierte en el signo, el criterio y la garantía de la transmisión ininterrumpida de la fe apostólica: "Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente (propter potiorem principalitatem), debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes, pues en ella se ha conservado siempre la tradición que viene de los Apóstoles" (ib. , III, 3,2, PG 7, 848). La sucesión apostólica —comprobada sobre la base de la comunión con la de la Iglesia de Roma— es, por tanto, el criterio de la permanencia de las diversas Iglesias en la Tradición de la fe apostólica común, que ha podido llegar hasta nosotros desde los orígenes a través de este canal: "Por este orden y sucesión, han llegado hasta nosotros aquella tradición que, procedente de los Apóstoles, existe en la Iglesia y el anuncio de la verdad. Y esta es la prueba más palpable de que es una sola y la misma fe vivificante, que en la Iglesia, desde los Apóstoles hasta ahora, se ha conservado y transmitido en la verdad" (ib. , III, 3,3, PG 7, 851).

De acuerdo con estos testimonios de la Iglesia antigua, la apostolicidad de la comunión eclesial consiste en la fidelidad a la enseñanza y a la práctica de los Apóstoles, a través de los cuales se asegura el vínculo histórico y espiritual de la Iglesia con Cristo. La sucesión apostólica del ministerio episcopal es el camino que garantiza la fiel transmisión del testimonio apostólico. Lo que representan los Apóstoles en la relación entre el Señor Jesús y la Iglesia de los orígenes, lo representa análogamente la sucesión ministerial en la relación entre la Iglesia de los orígenes y la Iglesia actual. No es una simple concatenación material; es, más bien, el instrumento histórico del que se sirve el Espíritu Santo para hacer presente al Señor Jesús, cabeza de su pueblo, a través de los que son ordenados para el ministerio mediante la imposición de las manos y la oración de los obispos.

Así pues, mediante la sucesión apostólica es Cristo quien llega a nosotros: en la palabra de los Apóstoles y de sus sucesores es él quien nos habla; mediante sus manos es él quien actúa en los sacramentos; en la mirada de ellos es su mirada la que nos envuelve y nos hace sentir amados, acogidos en el corazón de Dios. Y también hoy, como al inicio, Cristo mismo es el verdadero pastor y guardián de nuestras almas, al que seguimos con gran confianza, gratitud y alegría.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en particular a los seminaristas de Valladolid, al Círculo Sabadellés con su obispo diocesano, así como a los siguientes grupos: Organización colegial de Enfermería, guardiamarinas, y peregrinos de Guadalajara, México. Invito a todos a orar por vuestros pastores, con gratitud a Dios por el don precioso de su ministerio en la Iglesia. ¡Muchas gracias!

(En polaco)

Sé que durante este mes, en Polonia, reuniéndoos para las celebraciones marianas, veneráis de modo particular a la Madre de Dios. Me alegra esta tradición vuestra. Que estas oraciones consoliden a vuestras familias y vuestras comunidades en la fe y en el amor recíproco. Os bendigo de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos.

(En lengua checa)
La resurrección de Cristo es el fundamento de la fe cristiana. En el misterio pascual Cristo nos ha engendrado para una vida nueva, una vida con él y en él.

(En eslovaco)
Hermanos y hermanas, el domingo pasado celebramos la Jornada de oración por las vocaciones. Pedid a Cristo, buen pastor, que mande nuevos obreros a su servicio. De buen grado os bendigo a vosotros y a vuestras familias.

(En italiano)
Saludo ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En este mes dedicado de modo especial a la Virgen, os invito a vosotros, queridos jóvenes, y sobre todo a vosotros, muchachos de Acción católica de la diócesis de Acerra, a seguir el ejemplo de María, confiando siempre en su intercesión maternal, para que os ayude a llevar un rayo de serenidad donde hay preocupación y soledad. A vosotros, queridos enfermos, os deseo que viváis vuestra condición abandonándoos con confianza en las manos del Señor, sostenidos por María, que en el Calvario permaneció fiel al pie de la cruz de Cristo. Que la Virgen santísima os acompañe a vosotros, queridos recién casados, en la vida familiar, para que podáis experimentar la alegría que brota de la fidelidad mutua y seáis siempre testigos del amor divino.




Miércoles 17 de mayo de 2006 - Pedro, el pescador

17056

Queridos hermanos y hermanas:

En la nueva serie de catequesis ante todo hemos tratado de comprender mejor qué es la Iglesia, cuál es la idea del Señor sobre su nueva familia. Luego hemos dicho que la Iglesia existe en las personas. Y hemos visto que el Señor ha encomendado esta nueva realidad, la Iglesia, a los doce Apóstoles. Ahora queremos verlos uno a uno, para comprender en las personas qué es vivir la Iglesia, qué es seguir a Jesús. Comenzamos por san Pedro.

Después de Jesús, Pedro es el personaje más conocido y citado en los escritos neotestamentarios: es mencionado 154 veces con el sobrenombre de Pétros, "piedra", "roca", que es traducción griega del nombre arameo que le dio directamente Jesús: Kefa, atestiguado nueve veces sobre todo en las cartas de san Pablo. Hay que añadir el frecuente nombre Simón (75 veces), que es una adaptación griega de su nombre hebreo original Simeón (dos veces:
Ac 15,14 2P 1,1).

Simón, hijo de Juan (cf. Jn 1,42) o en la forma aramea, bar-Jona, hijo de Jonás (cf. Mt 16,17), era de Betsaida (cf. Jn 1,44), una localidad situada al este del mar de Galilea, de la que procedía también Felipe y naturalmente Andrés, hermano de Simón. Al hablar se le notaba el acento galileo. También él, como su hermano, era pescador: con la familia de Zebedeo, padre de Santiago y Juan, dirigía una pequeña empresa de pesca en el lago de Genesaret (cf. Lc 5,10).

Por eso, debía de gozar de cierto bienestar económico y estaba animado por un sincero interés religioso, por un deseo de Dios —anhelaba que Dios interviniera en el mundo— un deseo que lo impulsó a dirigirse, juntamente con su hermano, hasta Judea para seguir la predicación de Juan el Bautista (cf. Jn 1,35-42).

Era un judío creyente y observante, que confiaba en la presencia activa de Dios en la historia de su pueblo, y le entristecía no ver su acción poderosa en las vicisitudes de las que era testigo en ese momento. Estaba casado y su suegra, curada un día por Jesús, vivía en la ciudad de Cafarnaúm, en la casa en que también Simón se alojaba cuando estaba en esa ciudad (cf. Mt 8,14 s; Mc 1,29 s; Lc 4,38 s). Excavaciones arqueológicas recientes han permitido descubrir, bajo el piso de mosaico octagonal de una pequeña iglesia bizantina, vestigios de una iglesia más antigua construida sobre esa casa, como atestiguan las inscripciones con invocaciones a Pedro.

Los evangelios nos informan de que Pedro es uno de los primeros cuatro discípulos del Nazareno (cf. Lc 5,1-11), a los que se añade un quinto, según la costumbre de todo Rabino de tener cinco discípulos (cf. Lc 5,27, llamada de Leví). Cuando Jesús pasa de cinco discípulos a doce (cf. Lc 9,1-6) pone de relieve la novedad de su misión: él no es un rabino como los demás, sino que ha venido para reunir al Israel escatológico, simbolizado por el número doce, como el de las tribus de Israel.

Como nos muestran los evangelios, Simón tiene un carácter decidido e impulsivo; está dispuesto a imponer sus razones incluso con la fuerza (por ejemplo, cuando usa la espada en el huerto de los Olivos: cf. Jn 18,10 s). Al mismo tiempo, a veces es ingenuo y miedoso, pero honrado, hasta el arrepentimiento más sincero (cf. Mt 26,75).

Los evangelios permiten seguir paso a paso su itinerario espiritual. El punto de partida es la llamada que le hace Jesús. Acontece en un día cualquiera, mientras Pedro está dedicado a sus labores de pescador. Jesús se encuentra a orillas del lago de Genesaret y la multitud lo rodea para escucharlo.
El número de oyentes implica un problema práctico. El Maestro ve dos barcas varadas en la ribera; los pescadores han bajado y lavan las redes. Él entonces pide permiso para subir a la barca de Simón y le ruega que la aleje un poco de tierra. Sentándose en esa cátedra improvisada, se pone a enseñar a la muchedumbre desde la barca (cf. Lc 5,1-3). Así, la barca de Pedro se convierte en la cátedra de Jesús. Cuando acaba de hablar, dice a Simón: "Rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar". Simón responde: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes" (Lc 5,4-5).

Jesús era carpintero, no experto en pesca, y a pesar de ello Simón el pescador se fía de este Rabino, que no le da respuestas sino que lo invita a fiarse de él. Ante la pesca milagrosa reacciona con asombro y temor: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8). Jesús responde invitándolo a la confianza y a abrirse a un proyecto que supera todas sus perspectivas: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5,10).

Pedro no podía imaginar entonces que un día llegaría a Roma y sería aquí "pescador de hombres" para el Señor. Acepta esa llamada sorprendente a dejarse implicar en esta gran aventura. Es generoso, reconoce sus limitaciones, pero cree en el que lo llama y sigue el sueño de su corazón. Dice sí, un sí valiente y generoso, y se convierte en discípulo de Jesús.

Pedro vivió otro momento significativo en su camino espiritual cerca de Cesarea de Filipo, cuando Jesús planteó a sus discípulos una pregunta precisa: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" (Mc 8,27). Pero a Jesús no le basta la respuesta de lo que habían oído decir. De quien ha aceptado comprometerse personalmente con él quiere una toma de posición personal. Por eso insiste: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mc 8,29). Es Pedro quien contesta en nombre de los demás: "Tú eres el Cristo" (Mc 8,29), es decir, el Mesías. Esta respuesta de Pedro, que no provenía "ni de la carne ni de la sangre", es decir, de él, sino que se la había donado el Padre que está en los cielos (cf. Mt 16,17), encierra en sí como en germen la futura confesión de fe de la Iglesia.

Con todo, Pedro no había entendido aún el contenido profundo de la misión mesiánica de Jesús, el nuevo sentido de la palabra Mesías. Lo demuestra poco después, dando a entender que el Mesías que buscaba en sus sueños es muy diferente del verdadero proyecto de Dios. Ante el anuncio de la pasión se escandaliza y protesta, provocando la dura reacción de Jesús (cf. Mc 8,32-33).

Pedro quiere un Mesías "hombre divino", que realice las expectativas de la gente imponiendo a todos su poder. También nosotros deseamos que el Señor imponga su poder y transforme inmediatamente el mundo. Jesús se presenta como el "Dios humano", el siervo de Dios, que trastorna las expectativas de la muchedumbre siguiendo el camino de la humildad y el sufrimiento.
Es la gran alternativa, que también nosotros debemos aprender siempre de nuevo: privilegiar nuestras expectativas, rechazando a Jesús, o acoger a Jesús en la verdad de su misión y renunciar a nuestras expectativas demasiado humanas.

Pedro, impulsivo como era, no duda en tomar aparte a Jesús y reprenderlo. La respuesta de Jesús echa por tierra todas sus falsas expectativas, a la vez que lo invita a convertirse y a seguirlo. "Ponte detrás de mí, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mc 8,33). No me señales tú el camino; yo tomo mi camino y tú debes ponerte detrás de mí.

Pedro aprende así lo que significa en realidad seguir a Jesús. Es su segunda llamada, análoga a la de Abraham en Gn 22, después de la de Gn 12: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará" (Mc 8,34-35). Es la ley exigente del seguimiento: hay que saber renunciar, si es necesario, al mundo entero para salvar los verdaderos valores, para salvar el alma, para salvar la presencia de Dios en el mundo (cf. Mc 8,36-37). Aunque le cuesta, Pedro acoge la invitación y prosigue su camino tras las huellas del Maestro.

Me parece que estas diversas conversiones de san Pedro y toda su figura constituyen un gran consuelo y una gran enseñanza para nosotros. También nosotros tenemos deseo de Dios, también nosotros queremos ser generosos, pero también nosotros esperamos que Dios actúe con fuerza en el mundo y transforme inmediatamente el mundo según nuestras ideas, según las necesidades que vemos nosotros. Dios elige otro camino. Dios elige el camino de la transformación de los corazones con el sufrimiento y la humildad. Y nosotros, como Pedro, debemos convertirnos siempre de nuevo. Debemos seguir a Jesús y no ponernos por delante. Es él quien nos muestra el camino. Así, Pedro nos dice: tú piensas que tienes la receta y que debes transformar el cristianismo, pero es el Señor quien conoce el camino. Es el Señor quien me dice a mí, quien te dice a ti: sígueme. Y debemos tener la valentía y la humildad de seguir a Jesús, porque él es el camino, la verdad y la vida.

Saludos

Saludo a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los sacerdotes, a los Siervos del Hogar, a las Siervas de Jesús, a los fieles de San Claudio y Siscar-Santomera, a la delegación de Educación de Alicante y a la Asociación de técnicos en protocolo de Galicia. También a los de México, Guatemala y Chile. Aprended, como Pedro, lo que significa verdaderamente seguir a Jesús: "Negarse a sí mismo, tomar la cruz y perder la propia vida por su causa y la del Evangelio".


(A los peregrinos polacos)
¡Que el siervo de Dios Juan Pablo II nos acompañe!".

(En eslovaco)

En este mes mariano de mayo os encomiendo a la Virgen, Madre de la Iglesia. Que ella os acompañe en la búsqueda de la verdadera paz.

(A los peregrinos de Croacia)
Cristo, que reveló a las piadosas mujeres y a sus discípulos la alegría de la Resurrección, os bendiga y os transforme en heraldos valientes de su victoria.

(En lengua checa)
Ayer celebrasteis la fiesta del mártir san Juan Nepomuceno. Que su admirable ejemplo de total fidelidad a Dios avive vuestra fe y os ayude a obedecer a Dios más bien que a los hombres (cf. Ac 5,29).

(En italiano)
Me dirijo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, exhortando a todos a intensificar la piadosa práctica del santo rosario, especialmente en este mes de mayo dedicado a la Madre de Dios. A vosotros, queridos jóvenes, os invito a valorar esta oración mariana tradicional, que ayuda a comprender mejor los momentos centrales de la salvación llevada a cabo por Cristo.
A vosotros, queridos enfermos, os exhorto a dirigiros con confianza a la Virgen mediante este ejercicio de piedad, encomendándole todas vuestras necesidades. A vosotros, queridos recién casados, os deseo que hagáis del rezo del rosario en familia un momento de crecimiento espiritual bajo la mirada materna de la Virgen María.



Miércoles 24 de mayo de 2006 - Pedro, el apóstol

24056


Queridos hermanos y hermanas:

En estas catequesis estamos meditando en la Iglesia. Hemos dicho que la Iglesia vive en las personas y, por eso, en la última catequesis, comenzamos a meditar en las figuras de cada uno de los Apóstoles, comenzando por san Pedro. Hemos visto dos etapas decisivas de su vida: la llamada a orillas del lago de Galilea y, luego, la confesión de fe: "Tú eres el Cristo, el Mesías".

Como dijimos, se trata de una confesión aún insuficiente, inicial, aunque abierta. San Pedro se pone en un camino de seguimiento. Así, esta confesión inicial ya lleva en sí, como un germen, la futura fe de la Iglesia. Hoy queremos considerar otros dos acontecimientos importantes en la vida de san Pedro: la multiplicación de los panes —acabamos de escuchar en el pasaje que se ha leído la pregunta del Señor y la respuesta de Pedro— y después la llamada del Señor a Pedro a ser pastor de la Iglesia universal.

Comenzamos con la multiplicación de los panes. Como sabéis, el pueblo había escuchado al Señor durante horas. Al final, Jesús dice: están cansados, tienen hambre, tenemos que dar de comer a esta gente. Los Apóstoles preguntan: "Pero, ¿cómo?". Y Andrés, el hermano de Pedro, le dice a Jesús que un muchacho tenía cinco panes y dos peces. "Pero, ¿qué es eso para tantos?", se preguntan los Apóstoles. Entonces el Señor manda que se siente la gente y que se distribuyan esos cinco panes y dos peces. Y todos quedan saciados. Más aún, el Señor encarga a los Apóstoles, y entre ellos a Pedro, que recojan las abundantes sobras: doce canastos de pan (cf.
Jn 6,12-13).

A continuación, la gente, al ver este milagro —que parecía ser la renovación tan esperada del nuevo "maná", el don del pan del cielo—, quiere hacerlo su rey. Pero Jesús no acepta y se retira a orar solo en la montaña. Al día siguiente, en la otra orilla del lago, en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús interpretó el milagro, no en el sentido de una realeza de Israel, con un poder de este mundo, como lo esperaba la muchedumbre, sino en el sentido de la entrega de sí mismo: "El pan que yo voy a dar es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51). Jesús anuncia la cruz y con la cruz la auténtica multiplicación de los panes, el Pan eucarístico, su manera totalmente nueva de ser rey, una manera completamente opuesta a las expectativas de la gente.

Podemos comprender que estas palabras del Maestro, que no quiere realizar cada día una multiplicación de los panes, que no quiere ofrecer a Israel un poder de este mundo, resultaran realmente difíciles, más aún, inaceptables para la gente. "Da su carne": ¿qué quiere decir esto? Incluso para los discípulos parece algo inaceptable lo que Jesús dice en este momento. Para nuestro corazón, para nuestra mentalidad, eran y son palabras "duras", que ponen a prueba la fe (cf. Jn 6,60).

Muchos de los discípulos se echaron atrás. Buscaban a alguien que renovara realmente el Estado de Israel, su pueblo, y no a uno que dijera: "Yo doy mi carne". Podemos imaginar que las palabras de Jesús fueron difíciles también para Pedro, que en Cesarea de Filipo se había opuesto a la profecía de la cruz. Y, sin embargo, cuando Jesús preguntó a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?", Pedro reaccionó con el entusiasmo de su corazón generoso, inspirado por el Espíritu Santo. En nombre de todos, respondió con palabras inmortales, que también nosotros hacemos nuestras: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (cf. Jn 6,66-69).

Aquí, al igual que en Cesarea, con sus palabras, Pedro comienza la confesión de la fe cristológica de la Iglesia y se hace portavoz también de los demás Apóstoles y de nosotros, los creyentes de todos los tiempos. Esto no significa que ya hubiera comprendido el misterio de Cristo en toda su profundidad. Su fe era todavía una fe inicial, una fe en camino; sólo llegaría a su verdadera plenitud mediante la experiencia de los acontecimientos pascuales. Si embargo, ya era fe, abierta a la realidad más grande; abierta, sobre todo, porque no era fe en algo, era fe en Alguien: en él, en Cristo. De este modo, también nuestra fe es siempre una fe inicial y tenemos que recorrer todavía un largo camino. Pero es esencial que sea una fe abierta y que nos dejemos guiar por Jesús, pues él no sólo conoce el camino, sino que es el Camino.

Ahora bien, la generosidad impetuosa de Pedro no lo libra de los peligros vinculados a la debilidad humana. Por lo demás, es lo que también nosotros podemos reconocer basándonos en nuestra vida. Pedro siguió a Jesús con entusiasmo, superó la prueba de la fe, abandonándose a él. Sin embargo, llega el momento en que también él cede al miedo y cae: traiciona al Maestro (cf. Mc 14,66-72). La escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y de fidelidad que hay que renovar todos los días. Pedro, que había prometido fidelidad absoluta, experimenta la amargura y la humillación de haber negado a Cristo; el jactancioso aprende, a costa suya, la humildad. También Pedro tiene que aprender que es débil y necesita perdón. Cuando finalmente se le cae la máscara y entiende la verdad de su corazón débil de pecador creyente, estalla en un llanto de arrepentimiento liberador. Tras este llanto ya está preparado para su misión.

En una mañana de primavera, Jesús resucitado le confiará esta misión. El encuentro tendrá lugar a la orilla del lago de Tiberíades. El evangelista san Juan nos narra el diálogo que mantuvieron Jesús y Pedro en aquella circunstancia. Se puede constatar un juego de verbos muy significativo. En griego, el verbo filéo expresa el amor de amistad, tierno pero no total, mientras que el verbo “agapáo” significa el amor sin reservas, total e incondicional.

La primera vez, Jesús pregunta a Pedro: "Simón..., ¿me amas" (agapâs-me)con este amor total e incondicional? (cf. Jn 21,15). Antes de la experiencia de la traición, el Apóstol ciertamente habría dicho: "Te amo (agapô-se) incondicionalmente". Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad, dice con humildad: "Señor, te quiero (filô-se)", es decir, "te amo con mi pobre amor humano". Cristo insiste: "Simón, ¿me amas con este amor total que yo quiero?". Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: "Kyrie, filô-se", "Señor, te quiero como sé querer". La tercera vez, Jesús sólo dice a Simón: "Fileîs-me?", "¿me quieres?". Simón comprende que a Jesús le basta su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo se entristece porque el Señor se lo ha tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero (filô-se)".

Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptara a Jesús.

Precisamente esta adaptación divina da esperanza al discípulo que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí nace la confianza, que lo hace capaz de seguirlo hasta el final: "Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme"" (Jn 21,19).

Desde aquel día, Pedro "siguió" al Maestro con la conciencia clara de su propia fragilidad; pero esta conciencia no lo desalentó, pues sabía que podía contar con la presencia del Resucitado a su lado. Del ingenuo entusiasmo de la adhesión inicial, pasando por la experiencia dolorosa de la negación y el llanto de la conversión, Pedro llegó a fiarse de ese Jesús que se adaptó a su pobre capacidad de amor. Y así también a nosotros nos muestra el camino, a pesar de toda nuestra debilidad. Sabemos que Jesús se adapta a nuestra debilidad. Nosotros lo seguimos con nuestra pobre capacidad de amor y sabemos que Jesús es bueno y nos acepta. Pedro tuvo que recorrer un largo camino hasta convertirse en testigo fiable, en "piedra" de la Iglesia, por estar constantemente abierto a la acción del Espíritu de Jesús.

Pedro se define a sí mismo "testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse" (1P 5,1). Cuando escribe estas palabras ya es anciano y está cerca del final de su vida, que sellará con el martirio. Entonces es capaz de describir la alegría verdadera y de indicar dónde se puede encontrar: el manantial es Cristo, en el que creemos y al que amamos con nuestra fe débil pero sincera, a pesar de nuestra fragilidad. Por eso, escribe a los cristianos de su comunidad estas palabras, que también nos dirige a nosotros: "Lo amáis sin haberlo visto; creéis en él, aunque de momento no lo veáis. Por eso, rebosáis de alegría inefable y gloriosa, y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas" (1P 1,8-9).

Saludos

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española, en especial a las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, que celebran su capítulo general. Saludo también a los diversos grupos parroquiales y asociaciones de España, así como a los peregrinos de Argentina, Colombia y México, y a los dominicanos de Santiago de los Caballeros, con su arzobispo mons. Ramón de la Rosa y Carpio. Confiad siempre en Cristo, que os ama y está presente en vuestra vida. Muchas gracias.

(A los fieles húngaros)
En este mes mariano os encomiendo a la Virgen, Madre de la Iglesia. Que ella os acompañe en vuestra peregrinación.

(En croata)
En la solemnidad de la Ascensión recordamos que en realidad somos peregrinos en camino hacia la patria celestial, donde el Señor ha ido a prepararnos un lugar.

(En italiano)
Me dirijo, por último, a vosotros, queridos jóvenes, queridos enfermos y queridos recién casados. Hoy el pensamiento va espontáneamente a María santísima, a la que invocamos con el título de "Auxiliadora". Que ella sea la estrella luminosa de nuestro camino cristiano; que ella nos inspire y sostenga en todos los momentos durante nuestra peregrinación diaria hacia la patria eterna.
* * *



Mañana me dirigiré a Polonia, patria del amado Papa Juan Pablo II. Recorreré los lugares de su vida y de su ministerio sacerdotal y episcopal. Doy gracias al Señor por la ocasión que me ofrece de realizar un deseo que albergaba desde hace tiempo en mi corazón.

Queridos hermanos y hermanas, os invito a acompañarme con la oración en este viaje apostólico, que estoy a punto de emprender con gran esperanza y que encomiendo a la santísima Virgen, tan venerada en Polonia. Que ella guíe mis pasos para que pueda confirmar en la fe a la querida comunidad católica polaca y animarla a afrontar, con una eficaz acción evangelizadora, los desafíos del momento actual. Que María obtenga a esa nación una renovada primavera de fe y de progreso civil, conservando siempre viva la memoria de mi gran predecesor.



Miércoles 31 de mayo de 2006: Viaje apostólico a Polonia

31056

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero recorrer, juntamente con vosotros, las etapas del viaje apostólico que realicé en los días pasados a Polonia. Doy las gracias al Episcopado polaco, en particular a los arzobispos metropolitanos de Varsovia y Cracovia, por el celo y el esmero con que prepararon esta visita.
Expreso una vez más mi agradecimiento al presidente de la República y a las diversas autoridades del país, así como a todos los que han contribuido al éxito de este acontecimiento. Sobre todo quiero dar gracias de corazón a los católicos y a todo el pueblo polaco, que me han acogido con un abrazo lleno de calor humano y espiritual. Y muchos de vosotros lo habéis visto por televisión. Fue una verdadera expresión de catolicidad, de amor a la Iglesia, que se manifiesta mediante el amor al Sucesor de Pedro.

Después de la llegada al aeropuerto de Varsovia, la catedral de esa importante ciudad fue el lugar de mi primera cita, reservada a los sacerdotes, en el día en el que se celebraba el 50° aniversario de la ordenación sacerdotal del cardenal Józef Glemp, pastor de esa archidiócesis. Así, mi peregrinación comenzó con el signo del sacerdocio y continuó con un testimonio de solicitud ecuménica, que se realizó en la iglesia luterana de la Santísima Trinidad. En esa ocasión, juntamente con los representantes de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales que viven en Polonia, reafirmé el firme propósito de considerar como una verdadera prioridad de mi ministerio el compromiso en favor del restablecimiento de la unidad plena y visible entre los cristianos.

Luego presidí una solemne Eucaristía en la plaza Pilsudski, llena de gente, en el centro de Varsovia. Este lugar, en el que celebramos solemnemente y con alegría la Eucaristía, ha alcanzado ya un valor simbólico, pues en él se han realizado acontecimientos históricos como las santas misas celebradas por Juan Pablo II y el funeral del cardenal primado Stefan Wyszynski, así como algunas celebraciones multitudinarias de sufragio en los días posteriores a la muerte de mi venerado predecesor.

En el programa no podía faltar la visita a los santuarios que han marcado la vida del sacerdote y obispo Karol Wojtyla; sobre todo tres: el de Czestochowa, el de Kalwaria Zebrzydowska y el de la Misericordia Divina. No podré olvidar la visita al famoso santuario mariano de Jasna Góra.
En ese Claro Monte, corazón de la nación polaca, como si fuera una especie de cenáculo, numerosísimos fieles, en especial religiosos, religiosas, seminaristas y representantes de los Movimientos eclesiales, se reunieron en torno al Sucesor de Pedro para ponerse, juntamente conmigo, a la escucha de María. Inspirándome en la estupenda meditación mariana que Juan Pablo II regaló a la Iglesia en la encíclica Redemptoris Mater, quise volver a presentar la fe como actitud fundamental del espíritu, que no es algo meramente intelectual o sentimental. La verdadera fe implica a toda la persona: pensamientos, afectos, intenciones, relaciones, corporeidad, actividad, trabajo diario.

Al visitar después el maravilloso santuario de Kalwaria Zebrzydowska, situado cerca de Cracovia, pedí a la Virgen de los Dolores que sostenga la fe de la comunidad eclesial en los momentos de dificultad y de prueba. La etapa sucesiva, en el santuario de la Misericordia Divina, en Lagiewniki, me permitió poner de relieve que sólo la Misericordia divina ilumina el misterio del hombre. En el convento cercano a este santuario, al contemplar las llagas luminosas de Cristo resucitado, sor Faustina Kowalska recibió un mensaje de confianza para la humanidad, el mensaje de la Misericordia divina, del que Juan Pablo II se hizo eco e intérprete, y que en realidad es un mensaje central precisamente para nuestro tiempo: la Misericordia como fuerza de Dios, como límite divino contra el mal del mundo.

Visité otros "santuarios" simbólicos: me refiero a Wadowice, localidad que se ha hecho famosa porque allí nació y fue bautizado Karol Wojtyla. La visita me brindó la oportunidad de dar gracias al Señor por el don de este incansable servidor del Evangelio. Las raíces de su fe robusta, de su humanidad tan sensible y abierta, de su amor a la belleza y la verdad, de su devoción a la Virgen, de su amor a la Iglesia y sobre todo de su vocación a la santidad se encuentran en esta pequeña localidad en la que recibió su primera educación y formación. Otro lugar querido por Juan Pablo II es la catedral de Wawel, en Cracovia, lugar simbólico para la nación polaca: en la cripta de esa catedral Karol Wojtyla celebró su primera misa.

Otra bellísima experiencia fue el encuentro con los jóvenes, que tuvo lugar en Cracovia, en el gran parque de Blonia. A los jóvenes, que acudieron en gran número, les entregué simbólicamente la "Antorcha de la misericordia" para que sean en el mundo heraldos del Amor y de la Misericordia divina. Con ellos medité en el pasaje evangélico de la casa construida sobre roca (cf.
Mt 7,24-27), que se ha leído también hoy, al inicio de esta audiencia.

También reflexioné sobre la palabra de Dios el domingo por la mañana, solemnidad de la Ascensión, durante la celebración conclusiva de mi visita. Fue un encuentro litúrgico animado por una extraordinaria participación de fieles en el mismo parque en el que, la noche anterior, había tenido lugar la cita con los jóvenes. Aproveché la ocasión para renovar ante el pueblo polaco el anuncio estupendo de la verdad cristiana sobre el hombre, creado y redimido en Cristo; la verdad que tantas veces proclamó Juan Pablo II con vigor para impulsar a todos a permanecer firmes en la fe, en la esperanza y en el amor.

¡Permaneced firmes en la fe! Esta fue la consigna que dejé a los hijos de la querida Polonia, alentándolos a perseverar en la fidelidad a Cristo y a la Iglesia, para que no falte nunca a Europa y al mundo la aportación de su testimonio evangélico. Todos los cristianos deben sentirse comprometidos a dar este testimonio para evitar que la humanidad del tercer milenio padezca de nuevo horrores semejantes a los que evoca trágicamente el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.

Antes de volver a Roma quise visitar precisamente ese lugar, tristemente conocido en todo el mundo. En el campo de Auschwitz-Birkenau, al igual que en otros campos semejantes, Hitler hizo exterminar a más de seis millones de judíos. En Auschwitz-Birkenau murieron también cerca de 150.000 polacos y decenas de miles de hombres y mujeres de otras nacionalidades. Ante el horror de Auschwitz no hay otra respuesta que la cruz de Cristo: el Amor que desciende hasta el fondo del abismo del mal, para salvar al hombre en la raíz, donde su libertad puede rebelarse contra Dios.

La humanidad de hoy no debe olvidar Auschwitz y las demás "fábricas de la muerte", en las que el régimen nazi trató de eliminar a Dios para ocupar su lugar. No debe caer en la tentación del odio racial, que está en la raíz de las peores formas de antisemitismo. Los hombres deben volver a reconocer que Dios es Padre de todos y que a todos nos llama en Cristo para construir juntos un mundo de justicia, de verdad y de paz. Esto es lo que queremos pedir al Señor, por intercesión de María, a quien hoy, al concluir el mes de mayo, contemplamos visitando con diligencia y amor a su anciana prima Isabel.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en particular a los grupos del Movimiento de Vida Cristiana, del Regnum Christi, de Schönstatt y la asociación Providencia, así como de la parroquia de San Pelayo, acompañados del cardenal Eduardo Martínez Somalo, y a los demás grupos y personas de Latinoamérica y España. Invito a todos a terminar el mes de mayo invocando con devoción a la santísima Virgen María.

(En polaco)
Hablando a los polacos presentes en la plaza de San Pedro, comentó las emociones experimentadas durante la peregrinación apostólica a Polonia concluida el domingo anterior. Afirmó que fue un tiempo de recíproco fortalecimiento en la fe, un tiempo de testimonio y de entusiasmo cristiano, y un tiempo de gracia.

Doy gracias a Dios por ello. Asimismo, expreso mi agradecimiento a las autoridades, al Episcopado, a la Iglesia en Polonia y a todos los polacos por la invitación y por la cordial acogida. Saludo a los jóvenes con quienes me encontré en Cracovia y a los que se reúnen en Lednica ya por décima vez. A todos los encomiendo a María, Reina de Polonia, y los bendigo de corazón.

(En italiano)
Dirijo, por último, un afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Queridos hermanos y hermanas, hoy, fiesta de la Visitación de la santísima Virgen, la Iglesia recuerda a María que va a visitar a su prima santa Isabel para ayudarle. Así se convierte para nosotros en ejemplo y modelo de solicitud por las personas necesitadas. Queridos jóvenes, aprended de María a crecer en la fiel adhesión a Cristo y en el amor servicial a los hermanos. Que la Virgen santísima os ayude a vosotros, queridos enfermos, a ofrecer vuestro sufrimiento al Padre celestial, en unión con Cristo crucificado. Y vosotros, queridos recién casados, sostenidos por la maternal intercesión de la Virgen, dejaos guiar siempre por el Evangelio en vuestra vida conyugal.

* * *


Llamamiento de Su Santidad


Mi pensamiento se dirige ahora a la querida nación de Timor oriental, la cual en estos días sufre tensiones y violencias que han provocado víctimas y destrucciones. A la vez que animo a la Iglesia local y a las organizaciones católicas a continuar, junto con las demás organizaciones internacionales, su compromiso de asistencia a los desplazados, os invito a orar a la Virgen santísima para que sostenga con su materna protección los esfuerzos de cuantos están contribuyendo a la pacificación de los ánimos y a la vuelta a la normalidad.





Audiencias 2005-2013 10056