Audiencias 2005-2013 50706

Miércoles 5 de julio de 2006: Juan, hijo de Zebedeo

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Queridos hermanos y hermanas:

Dedicamos el encuentro de hoy a recordar a otro miembro muy importante del Colegio apostólico: Juan, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago. Su nombre, típicamente hebreo, significa "el Señor ha dado su gracia". Estaba arreglando las redes a orillas del lago de Tiberíades, cuando Jesús lo llamó junto a su hermano (cf.
Mt 4,21 Mc 1,19).

Juan siempre forma parte del grupo restringido que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones. Está junto a Pedro y Santiago cuando Jesús, en Cafarnaúm, entra en casa de Pedro para curar a su suegra (cf. Mc 1,29); con los otros dos sigue al Maestro a la casa del jefe de la sinagoga, Jairo, a cuya hija resucitará (cf. Mc 5,37); lo sigue cuando sube a la montaña para transfigurarse (cf. Mc 9,2); está a su lado en el Monte de los Olivos cuando, ante el imponente templo de Jerusalén, pronuncia el discurso sobre el fin de la ciudad y del mundo (cf. Mc 13,3); y, por último, está cerca de él cuando en el Huerto de Getsemaní se retira para orar al Padre, antes de la Pasión (cf. Mc 14,33). Poco antes de Pascua, cuando Jesús escoge a dos discípulos para enviarles a preparar la sala para la Cena, les encomienda a él y a Pedro esta misión (cf. Lc 22,8).

Esta posición de relieve en el grupo de los Doce hace, en cierto sentido, comprensible la iniciativa que un día tomó su madre: se acercó a Jesús para pedirle que sus dos hijos, Juan y Santiago, se sentaran uno a su derecha y otro a su izquierda en el Reino (cf. Mt 20,20-21). Como sabemos, Jesús respondió preguntándoles si estaban dispuestos a beber el cáliz que él mismo estaba a punto de beber (cf. Mt 20,22). Con estas palabras quería abrirles los ojos a los dos discípulos, introducirlos en el conocimiento del misterio de su persona y anticiparles la futura llamada a ser sus testigos hasta la prueba suprema de la sangre. De hecho, poco después Jesús precisó que no había venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos (cf. Mt 20,28). En los días sucesivos a la resurrección, encontramos a los "hijos de Zebedeo" pescando junto a Pedro y a otros discípulos en una noche sin resultados, a la que sigue, tras la intervención del Resucitado, la pesca milagrosa: "El discípulo a quien Jesús amaba" fue el primero en reconocer al "Señor" y en indicárselo a Pedro (cf. Jn 21,1-13).

Dentro de la Iglesia de Jerusalén, Juan ocupó un puesto importante en la dirección del primer grupo de cristianos. De hecho, Pablo lo incluye entre los que llama las "columnas" de esa comunidad (cf. Ga 2,9). En realidad, Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, lo presenta junto a Pedro mientras van a rezar al templo (cf. Ac 3,1-4 Ac 3,11) o cuando comparecen ante el Sanedrín para testimoniar su fe en Jesucristo (cf. Ac 4,13 Ac 4,19). Junto con Pedro es enviado por la Iglesia de Jerusalén a confirmar a los que habían aceptado el Evangelio en Samaria, orando por ellos para que recibieran el Espíritu Santo (cf. Ac 8,14-15). En particular, conviene recordar lo que dice, junto con Pedro, ante el Sanedrín, que los está procesando: "No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Ac 4,20). Precisamente esta valentía al confesar su fe queda para todos nosotros como un ejemplo y un estímulo para que siempre estemos dispuestos a declarar con decisión nuestra adhesión inquebrantable a Cristo, anteponiendo la fe a todo cálculo o interés humano.

Según la tradición, Juan es "el discípulo predilecto", que en el cuarto evangelio se recuesta sobre el pecho del Maestro durante la última Cena (cf. Jn 13,25), se encuentra al pie de la cruz junto a la Madre de Jesús (cf. Jn 19,25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la presencia del Resucitado (cf. Jn 20,2 Jn 21,7).

Sabemos que los expertos discuten hoy esta identificación, pues algunos de ellos sólo ven en él al prototipo del discípulo de Jesús. Dejando que los exegetas aclaren la cuestión, nosotros nos contentamos ahora con sacar una lección importante para nuestra vida: el Señor desea que cada uno de nosotros sea un discípulo que viva una amistad personal con él. Para realizar esto no basta seguirlo y escucharlo exteriormente; también hay que vivir con él y como él. Esto sólo es posible en el marco de una relación de gran familiaridad, impregnada del calor de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos: por esto, Jesús dijo un día: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. (...) No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,13 Jn 15,15).

En el libro apócrifo titulado "Hechos de Juan", al Apóstol no se le presenta como fundador de Iglesias, ni siquiera como guía de comunidades ya constituidas, sino como un comunicador itinerante de la fe en el encuentro con "almas capaces de esperar y de ser salvadas" (18, 10; 23, 8).
Todo lo hace con el paradójico deseo de hacer ver lo invisible. De hecho, la Iglesia oriental lo llama simplemente "el Teólogo", es decir, el que es capaz de hablar de las cosas divinas en términos accesibles, desvelando un arcano acceso a Dios a través de la adhesión a Jesús.

El culto del apóstol san Juan se consolidó comenzando por la ciudad de Éfeso, donde, según una antigua tradición, vivió durante mucho tiempo; allí murió a una edad extraordinariamente avanzada, en tiempos del emperador Trajano. En Éfeso el emperador Justiniano, en el siglo VI, mandó construir en su honor una gran basílica, de la que todavía quedan imponentes ruinas. Precisamente en Oriente gozó y sigue gozando de gran veneración. En la iconografía bizantina se le representa muy anciano y en intensa contemplación, con la actitud de quien invita al silencio.

En efecto, sin un adecuado recogimiento no es posible acercarse al misterio supremo de Dios y a su revelación. Esto explica por qué, hace años, el Patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, a quien el Papa Pablo VI abrazó en un memorable encuentro, afirmó: "Juan se halla en el origen de nuestra más elevada espiritualidad. Como él, los "silenciosos" conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se enciende" (O. Clément, Dialoghi con Atenagora, Turín 1972, p. 159). Que el Señor nos ayude a entrar en la escuela de san Juan para aprender la gran lección del amor, de manera que nos sintamos amados por Cristo "hasta el extremo" (Jn 13,1) y gastemos nuestra vida por él.

Saludos

Saludo a los peregrinos de España y Latinoamérica, especialmente a los miembros de la escolanía del templo de la Sagrada Familia de Barcelona, y a los feligreses de las parroquias de Santo Domingo de Guzmán, de Valmojado, España, y Sagrada Familia de Bayamón, Puerto Rico. Que el Señor os ayude a aprender del apóstol Juan la gran lección de amor: sentirnos amados por Cristo "hasta el fin" y gastar nuestra vida por él.

(En polaco)
En el mes de julio veneramos, tradicionalmente, la preciosísima Sangre de Cristo. En el mundo se derrama continuamente sangre humana inocente. En el corazón de las personas, en vez del amor evangélico, anida a menudo el odio; en vez de la solicitud por el hombre, el desprecio y la prepotencia. Os invito a orar para que la humanidad contemporánea experimente la fuerza de la Sangre de Cristo derramada en la cruz por nuestra salvación.

(En croata)
Que brille vuestra fe ante los hombres para que reconozcan la gozosa esperanza de la vocación cristiana.

(En italiano)
Dirijo, por último, una afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Ayer celebramos la memoria litúrgica del beato Piergiorgio Frassati. Que su ejemplo de fidelidad a Cristo suscite en vosotros, queridos jóvenes, propósitos de valiente testimonio evangélico; os ayude a vosotros, queridos enfermos, a ofrecer los sufrimientos de cada día para que en el mundo se realice la civilización del amor; y os sostenga a vosotros, queridos recién casados, en el compromiso de poner como fundamento de vuestra familia la unión íntima con Dios.

Expreso mis mejores deseos a los que van a participar en el simposio sobre la salvaguardia de la creación, que tendrá lugar en los próximos días en Brasil. Ojalá que esa importante iniciativa, organizada por el Patriarca de Constantinopla Bartolomé I, contribuya a fomentar un respeto cada vez mayor a la naturaleza, que Dios encomendó a las manos activas y responsables del hombre.



Miércoles 2 de agosto de 2006: Peregrinación europea de monaguillos

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Queridos hermanos y hermanas:

¡Gracias por vuestra acogida! Os saludo a todos con gran afecto. Después de la pausa debida a mi estancia en el Valle de Aosta, hoy reanudo las audiencias generales. Y las reanudo con una audiencia realmente especial, porque tengo la alegría de acoger a la gran peregrinación europea de monaguillos. Queridos muchachos y jóvenes, ¡bienvenidos!

Dado que la mayoría de los monaguillos que se han dado cita en esta plaza son de lengua alemana, me dirigiré en primer lugar a ellos en mi lengua materna.

Queridos monaguillos, me alegra que mi primera audiencia después de mis vacaciones en los Alpes sea con vosotros, y os saludo con afecto a cada uno. Agradezco al obispo auxiliar de Basilea, monseñor Martin Gächter, las palabras con que, en calidad de presidente de Coetus internationalis ministrantium, ha introducido la audiencia, y agradezco el pañuelo, gracias al cual he vuelto a ser un monaguillo. Hace más de 70 años, en 1935, comencé a ser monaguillo; por tanto, he recorrido un largo itinerario por este camino.

Saludo cordialmente al cardenal Christoph Schönborn, que ayer os celebró la santa misa, y a los numerosos obispos y sacerdotes provenientes de Alemania, Austria, Suiza y Hungría. A vosotros, queridos monaguillos, quiero ofreceros, brevemente, dado que hace calor, un mensaje que os acompañe en vuestra vida y en vuestro servicio a la Iglesia. Para ello, deseo continuar el tema que estoy tratando en las catequesis de estos meses. Quizá algunos de vosotros sepáis que en las audiencias generales de los miércoles estoy presentando las figuras de los Apóstoles: en primer lugar, Simón, al que el Señor dio el nombre de Pedro; su hermano Andrés; luego otros dos hermanos, Santiago, llamado "el Mayor", primer mártir entre los Apóstoles, y Juan, el teólogo, el evangelista; por último, Santiago, llamado "el Menor". Seguiré presentando a cada uno de los Apóstoles en las próximas audiencias, en las que, por decirlo así, la Iglesia se hace personal.

Hoy reflexionamos sobre un tema común: ¿qué tipo de personas eran los Apóstoles? En pocas palabras, podríamos decir que eran "amigos" de Jesús. Él mismo los llamó así en la última Cena, diciéndoles: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (
Jn 15,15). Fueron, y pudieron ser, apóstoles y testigos de Cristo porque eran sus amigos, porque lo conocían a partir de la amistad, porque estaban cerca de él. Estaban unidos con un vínculo de amor vivificado por el Espíritu Santo.
Desde esta perspectiva podemos entender el tema de vuestra peregrinación: "Spiritus vivificat".

El Espíritu, el Espíritu Santo, es quien vivifica. Es él quien vivifica vuestra relación con Jesús, de modo que no sea sólo exterior: "sabemos que existió y que está presente en el Sacramento", pero la transforma en una relación íntima, profunda, de amistad realmente personal, capaz de dar sentido a la vida de cada uno de vosotros. Y puesto que lo conocéis, y lo conocéis en la amistad, podréis dar testimonio de él y llevarlo a las demás personas.

Hoy, al veros aquí, delante de mí en la plaza de San Pedro, pienso en los Apóstoles y oigo la voz de Jesús que os dice: "Ya no os llamo siervos, sino amigos; permaneced en mi amor, y daréis mucho fruto" (cf. Jn 15,9 Jn 15,16). Os invito: escuchad esta voz. Cristo no lo dijo sólo hace 2000 años; él vive y os lo dice a vosotros ahora. Escuchad esta voz con gran disponibilidad; tiene algo que deciros a cada uno.

Tal vez a alguno de vosotros le dice: "Quiero que me sirvas de modo especial como sacerdote, convirtiéndote así en mi testigo, siendo mi amigo e introduciendo a otros en esta amistad". Escuchad siempre con confianza la voz de Jesús. La vocación de cada uno es diversa, pero Cristo desea hacer amistad con todos, como hizo con Simón, al que llamó Pedro, con Andrés, Santiago, Juan y los demás Apóstoles. Os ha dado su palabra y sigue dándoosla, para que conozcáis la verdad, para que sepáis cómo están verdaderamente las cosas para el hombre y, por tanto, para que sepáis cómo se debe vivir, cómo se debe afrontar la vida para que sea auténtica. Así, podréis ser sus discípulos y apóstoles, cada uno a su modo.

Queridos monaguillos, en realidad, vosotros ya sois apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia realizando vuestro servicio del altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de recogimiento, vuestra devoción, que brota del corazón y se expresa en los gestos, en el canto, en las respuestas: si lo hacéis como se debe, y no distraídamente, de cualquier modo, entonces vuestro testimonio llega a los hombres.

El vínculo de amistad con Jesús tiene su fuente y su cumbre en la Eucaristía. Vosotros estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, y este es el mayor signo de su amistad para cada uno de nosotros. No lo olvidéis; y por eso os pido: no os acostumbréis a este don, para que no se convierta en una especie de rutina, sabiendo cómo funciona y haciéndolo automáticamente; al contrario, descubrid cada día de nuevo que sucede algo grande, que el Dios vivo está en medio de nosotros y que podéis estar cerca de él y ayudar para que su misterio se celebre y llegue a las personas.

Si no caéis en la rutina y realizáis vuestro servicio con plena conciencia, entonces seréis verdaderamente sus apóstoles y daréis frutos de bondad y de servicio en todos los ámbitos de vuestra vida: en la familia, en la escuela, en el tiempo libre. El amor que recibís en la liturgia llevadlo a todas las personas, especialmente a aquellas a quienes os dais cuenta de que les falta el amor, que no reciben bondad, que sufren y están solas. Con la fuerza del Espíritu Santo, esforzaos por llevar a Jesús precisamente a las personas marginadas, a las que no son muy amadas, a las que tienen problemas. Precisamente a esas personas, con la fuerza del Espíritu Santo, debéis llevar a Jesús. Así, el Pan que veis partir sobre el altar se compartirá y multiplicará aún más, y vosotros, como los doce Apóstoles, ayudaréis a Jesús a distribuirlo a la gente de hoy, en las diversas situaciones de la vida. Así, queridos monaguillos, mi última recomendación a vosotros es: ¡sed siempre amigos y apóstoles de Jesucristo!

Saludos

(En italiano)

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana, entre los que me complace dar la bienvenida a los participantes en el campeonato mundial de twirling y al grupo que realiza la peregrinación en bicicleta de Lurago d'Erba a Jerusalén, organizado por la Obra de don Guanella. Quiera Dios que esta iniciativa contribuya a la causa de la paz en Tierra Santa, duramente probada por los acontecimientos bélicos de estos días.

Me dirijo ahora, en particular, a los numerosos monaguillos. Queridos muchachos, también a vosotros, como a los Apóstoles, Jesús os dice: "Os he llamado amigos" (Jn 15,15). La amistad con Jesús es el don más hermoso de la vida, y vosotros tenéis la alegría de renovarlo cada vez que desempeñáis el servicio en la liturgia. Permaneced siempre fieles a esta amistad, leyendo y meditando el Evangelio, alimentándoos de la Eucaristía y dedicando tiempo a la adoración de Cristo ante el sagrario. Así seréis auténticos discípulos del Señor, dispuestos a responder con alegría y confianza a su vocación, especialmente si os invita a dejarlo todo para ser con él "pescadores de hombres" (cf. Mc 1,17). Queridos acólitos, estad seguros de que pido por vosotros, para que seáis siempre amigos y apóstoles de Jesús.

(En francés)

Queridos peregrinos de lengua francesa, os saludo a todos con afecto. Después de un tiempo de descanso en el Valle de Aosta, tengo la alegría de acoger a la peregrinación europea de monaguillos. Querido jóvenes, quisiera dirigiros un mensaje que podrá acompañaros en vuestra vida y en vuestro servicio. Los Apóstoles fueron testigos de Jesús porque eran sus "amigos". También vosotros sois ya apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia, prestando vuestro servicio del altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de oración, que brota del corazón y se manifiesta mediante los gestos, el canto y vuestra participación, ya es apostolado. Estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, que es el mayor signo de su amistad por nosotros. Valorad siempre su gran amor y su cercanía. Queridos monaguillos, ¡sed siempre amigos y apóstoles de Jesús!

(En húngaro)

Saludo con afecto a los fieles húngaros, especialmente a los monaguillos, presentes en gran número, en representación de todas las diócesis. El servicio del altar es al mismo tiempo un testimonio y un apostolado. Sed testigos de Cristo junto al altar y en vuestra vida. De corazón os bendigo. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En inglés)

Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa, entre ellos los grupos de Escocia e Irlanda, Asia, Noruega y Estados Unidos. Dirijo un saludo especial a los monaguillos de lengua inglesa: ojalá que, al servir en la misa, estéis cada vez más cerca de Cristo nuestro Señor. Sobre todos vosotros invoco abundantes bendiciones de Dios.

(En español)

Saludo a los peregrinos de lengua española. La amistad con Jesús es el más hermoso don de la vida. Lo he dicho hoy a los monaguillos y os lo digo también a vosotros, para que la cultivéis en la participación litúrgica y resplandezca en todas vuestras obras.

(En portugués)

Saludo también a los peregrinos de Brasil y Portugal, principalmente de la parroquia de Santa María la Mayor de Vila Real, aquí presentes, y a los acólitos y monaguillos que participan en esta audiencia. ¡Que Dios os bendiga!

(En polaco)

Saludo cordialmente a los peregrinos polacos, y de modo particular a los monaguillos que participan en la gran peregrinación europea. Sé que en Polonia son numerosos los jóvenes que prestan el servicio del altar. Les deseo a ellos, y especialmente a los que están aquí presentes, que sean siempre amigos y apóstoles de Cristo. A todos vosotros, a los monaguillos y a sus seres queridos imparto de corazón mi bendición.

(En italiano)

Dirijo ahora un saludo especial a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. Que el amor de Cristo sea siempre para vosotros, queridos enfermos, fuente de consuelo y de paz; y os ayude a vosotros, queridos recién casados, a hacer cada día más sólida y profunda vuestra unión.
***

Llamamiento en favor de la paz en Oriente Próximo


Invito a todos a seguir rezando por la querida y martirizada región de Oriente Próximo. En nuestros ojos están impresas las escalofriantes imágenes de los cuerpos mutilados de numerosas personas, sobre todo niños -pienso, en particular, en Caná, Líbano-. Repito una vez más que nada puede justificar el derramamiento de sangre inocente, de cualquier parte de donde venga.

Con el corazón lleno de aflicción, renuevo una vez más un apremiante llamamiento para que cesen inmediatamente todas las hostilidades y todas las violencias, a la vez que exhorto a la comunidad internacional y a cuantos están implicados más directamente en esta tragedia a crear cuanto antes las condiciones para una solución política definitiva de la crisis, capaz de ofrecer un futuro más sereno y seguro a las generaciones futuras.



Miércoles 9 de agosto de 2006: Juan, el teólogo

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Queridos hermanos y hermanas:

Antes de las vacaciones comencé a esbozar pequeños retratos de los doce Apóstoles. Los Apóstoles eran compañeros de camino de Jesús, amigos de Jesús, y su camino con Jesús no era sólo un camino exterior, desde Galilea hasta Jerusalén, sino un camino interior, en el que aprendieron la fe en Jesucristo, no sin dificultad, pues eran hombres como nosotros. Pero precisamente por eso, porque eran compañeros de camino de Jesús, amigos de Jesús que en un camino no fácil aprendieron la fe, son también para nosotros guías que nos ayudan a conocer a Jesucristo, a amarlo y a tener fe en él.

Ya he hablado de cuatro de los doce Apóstoles: de Simón Pedro, de su hermano Andrés, de Santiago, el hermano de Juan, y del otro Santiago, llamado "el Menor", el cual escribió una carta que forma parte del Nuevo Testamento. Y comencé a hablar de san Juan evangelista, exponiendo en la última catequesis antes de las vacaciones los datos esenciales que trazan las fisonomía de este Apóstol. Ahora quisiera centrar la atención en el contenido de su enseñanza. Los escritos de los que quiero hablar hoy son el Evangelio y las cartas que llevan su nombre.

Un tema característico de los escritos de san Juan es el amor. Por esta razón decidí comenzar mi primera carta encíclica con las palabras de este Apóstol: "Dios es amor (Deus caritas est) y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (
1Jn 4,16). Es muy difícil encontrar textos semejantes en otras religiones. Por tanto, esas expresiones nos sitúan ante un dato realmente peculiar del cristianismo.

Ciertamente, Juan no es el único autor de los orígenes cristianos que habla del amor. Dado que el amor es un elemento esencial del cristianismo, todos los escritores del Nuevo Testamento hablan de él, aunque con diversos matices. Pero, si ahora nos detenemos a reflexionar sobre este tema en san Juan, es porque trazó con insistencia y de manera incisiva sus líneas principales. Así pues, reflexionaremos sobre sus palabras.

Desde luego, una cosa es segura: san Juan no hace un tratado abstracto, filosófico, o incluso teológico, sobre lo que es el amor. No, él no es un teórico. En efecto, el verdadero amor, por su naturaleza, nunca es puramente especulativo, sino que hace referencia directa, concreta y verificable, a personas reales. Pues bien, san Juan, como Apóstol y amigo de Jesús, nos muestra cuáles son los componentes, o mejor, las fases del amor cristiano, un movimiento caracterizado por tres momentos.

El primero atañe a la Fuente misma del amor, que el Apóstol sitúa en Dios, llegando a afirmar, como hemos escuchado, que "Dios es amor" (1Jn 4,8 1Jn 4,16). Juan es el único autor del Nuevo Testamento que nos da una especie de definición de Dios. Dice, por ejemplo, que "Dios es Espíritu" (Jn 4,24) o que "Dios es luz" (1Jn 1,5). Aquí proclama con profunda intuición que "Dios es amor". Conviene notar que no afirma simplemente que "Dios ama" y mucho menos que "el amor es Dios". En otras palabras, Juan no se limita a describir la actividad divina, sino que va hasta sus raíces.

Además, no quiere atribuir una cualidad divina a un amor genérico y quizá impersonal; no sube desde el amor hasta Dios, sino que va directamente a Dios, para definir su naturaleza con la dimensión infinita del amor. De esta forma san Juan quiere decir que el elemento esencial constitutivo de Dios es el amor y, por tanto, que toda la actividad de Dios nace del amor y está marcada por el amor: todo lo que hace Dios, lo hace por amor y con amor, aunque no siempre podamos entender inmediatamente que eso es amor, el verdadero amor.

Ahora bien, al llegar a este punto, es indispensable dar un paso más y precisar que Dios ha demostrado concretamente su amor al entrar en la historia humana mediante la persona de Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros. Este es el segundo momento constitutivo del amor de Dios. No se limitó a declaraciones orales, sino que —podemos decir— se comprometió de verdad y "pagó" personalmente. Como escribe precisamente san Juan, "tanto amó Dios al mundo, —a todos nosotros— que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). Así, el amor de Dios a los hombres se hace concreto y se manifiesta en el amor de Jesús mismo.

San Juan escribe también: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). En virtud de este amor oblativo y total, nosotros hemos sido radicalmente rescatados del pecado, como escribe asimismo san Juan: "Hijos míos, (...) si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1Jn 2,1-2 cf. 1Jn 1,7).

El amor de Jesús por nosotros ha llegado hasta el derramamiento de su sangre por nuestra salvación. El cristiano, al contemplar este "exceso" de amor, no puede por menos de preguntarse cuál ha de ser su respuesta. Y creo que cada uno de nosotros debe preguntárselo siempre de nuevo.

Esta pregunta nos introduce en el tercer momento de la dinámica del amor: al ser destinatarios de un amor que nos precede y supera, estamos llamados al compromiso de una respuesta activa, que para ser adecuada ha de ser una respuesta de amor. San Juan habla de un "mandamiento". En efecto, refiere estas palabras de Jesús: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros" (Jn 13,34).

¿Dónde está la novedad a la que se refiere Jesús? Radica en el hecho de que él no se contenta con repetir lo que ya había exigido el Antiguo Testamento y que leemos también en los otros Evangelios: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19,18 cf. Mt 22,37-39 Mc 12,29-31 Lc 10,27). En el mandamiento antiguo el criterio normativo estaba tomado del hombre ("como a ti mismo"), mientras que, en el mandamiento referido por san Juan, Jesús presenta como motivo y norma de nuestro amor su misma persona: "Como yo os he amado".

Así el amor resulta de verdad cristiano, llevando en sí la novedad del cristianismo, tanto en el sentido de que debe dirigirse a todos sin distinciones, como especialmente en el sentido de que debe llegar hasta sus últimas consecuencias, pues no tiene otra medida que el no tener medida.

Las palabras de Jesús "como yo os he amado" nos invitan y a la vez nos inquietan; son una meta cristológica que puede parecer inalcanzable, pero al mismo tiempo son un estímulo que no nos permite contentarnos con lo que ya hemos realizado. No nos permite contentarnos con lo que somos, sino que nos impulsa a seguir caminando hacia esa meta.

Ese áureo texto de espiritualidad que es el librito de la tardía Edad Media titulado La imitación de Cristo escribe al respecto: "El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido por ninguna cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana (...), porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado. Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien" (libro III, cap. 5).

¿Qué mejor comentario del "mandamiento nuevo", del que habla san Juan? Pidamos al Padre que lo vivamos, aunque sea siempre de modo imperfecto, tan intensamente que contagiemos a las personas con quienes nos encontramos en nuestro camino.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial al grupo de jóvenes de Orihuela-Alicante, a los fieles de distintas parroquias y asociaciones de España. Saludo también a la Estudiantina Real Santiago, de Querétaro, México, así como a los demás peregrinos de Latinoamérica. Os invito a contemplar el amor inmenso de Dios manifestado en Cristo, y a corresponderle con la entrega generosa de la propia vida. ¡Muchas gracias!

(En polaco)

Que la visita a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo confirme en vuestro corazón la fe, la esperanza y la caridad. A todos deseo unas felices y serenas vacaciones. Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestros familiares. ¡Alabado sea Jesucristo!.

(En italiano)

Queridos hermanos y hermanas, mi pensamiento se dirige una vez más con preocupación a la amada región de Oriente Próximo. Con referencia al trágico conflicto en curso, recuerdo las palabras del Papa Pablo VI a la ONU, en octubre de 1965. Dijo en aquella ocasión: "¡Nunca más unos contra otros, jamás, jamás en lo sucesivo!... Si queréis ser hermanos, dejad que caigan las armas de vuestras manos". Ante los esfuerzos que se están llevando a cabo para llegar finalmente al alto el fuego y a una solución justa y duradera del conflicto, repito, con mi inmediato predecesor el gran Papa Juan Pablo II, que cuando prevalecen la razón, la buena voluntad, la confianza en el otro, la puesta en práctica de los compromisos adquiridos y la cooperación entre miembros responsables, es posible cambiar el curso de los acontecimientos (cf. Discurso al Cuerpo diplomático, 13 de enero de 2003: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de enero de 2003, p. 3). Así dijo Juan Pablo II y sus palabras siguen siendo válidas para todos. A todos renuevo la exhortación a intensificar la oración para obtener el deseado don de la paz.

Y ahora una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, os saludo a vosotros, queridos seminaristas procedentes de diversas diócesis italianas, reunidos en Sacrofano para el encuentro veraniego de los seminaristas mayores, y os deseo que atesoréis las enseñanzas y experiencias espirituales de estos días. Os saludo también a vosotros, participantes en el campo internacional organizado por la Obra Giorgio La Pira de Florencia y os aseguro mi oración para que el Señor haga fructífera vuestra actividad cultural y religiosa. Mi pensamiento va asimismo a vosotros, jóvenes que tomáis parte en el Encuentro internacional organizado por los Frailes Menores Conventuales. Que Dios os transforme cada vez más en testigos y constructores de paz, siguiendo las huellas del Poverello de Asís.

Finalmente, como de costumbre, os saludo a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados. Celebramos hoy la fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, copatrona de Europa. Que esta heroica testigo del Evangelio os ayude a cada uno de vosotros a tener siempre confianza en Cristo y a encarnar en vuestra existencia su mensaje de salvación.





Miércoles 16 de agosto de 2006: Solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María

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Queridos hermanos y hermanas:

Nuestro tradicional encuentro semanal del miércoles se realiza hoy todavía en el clima de la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. Por tanto, quisiera invitaros a dirigir la mirada, una vez más, a nuestra Madre celestial, que ayer la liturgia nos hizo contemplar triunfante con Cristo en el cielo.

Es una fiesta muy arraigada en el pueblo cristiano, ya desde los primeros siglos del cristianismo. Como es sabido, en ella se celebra la glorificación, también corporal, de la criatura que Dios se escogió como Madre y que Jesús en la cruz dio como Madre a toda la humanidad.

La Asunción evoca un misterio que nos afecta a cada uno de nosotros, porque, como afirma el concilio Vaticano II, María "brilla ante el pueblo de Dios en marcha como señal de esperanza cierta y de consuelo" (Lumen gentium
LG 68). Ahora bien, estamos tan inmersos en las vicisitudes de cada día, que a veces olvidamos esta consoladora realidad espiritual, que constituye una importante verdad de fe.

Entonces, ¿cómo hacer que todos nosotros y la sociedad actual percibamos cada vez más esta señal luminosa de esperanza? Hay quienes viven como si no tuvieran que morir o como si todo se acabara con la muerte; algunos se comportan como si el hombre fuera el único artífice de su propio destino, como si Dios no existiera, llegando en ocasiones incluso a negar que haya espacio para él en nuestro mundo.

Sin embargo, los grandes progresos de la técnica y de la ciencia, que han mejorado notablemente la condición de la humanidad, dejan sin resolver los interrogantes más profundos del alma humana. Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor, puede colmar la sed de verdad y felicidad de nuestro corazón. Sólo la perspectiva de la eternidad puede dar valor auténtico a los acontecimientos históricos y sobre todo al misterio de la fragilidad humana, del sufrimiento y de la muerte.

Contemplando a María en la gloria celestial, comprendemos que tampoco para nosotros la tierra es una patria definitiva y que, si vivimos orientados hacia los bienes eternos, un día compartiremos su misma gloria y así se hace más hermosa también la tierra. Por esto, aun entre las numerosas dificultades diarias, no debemos perder la serenidad y la paz.

La señal luminosa de la Virgen María elevada al cielo brilla aún más cuando parecen acumularse en el horizonte sombras tristes de dolor y violencia. Tenemos la certeza de que desde lo alto María sigue nuestros pasos con dulce preocupación, nos tranquiliza en los momentos de oscuridad y tempestad, nos serena con su mano maternal. Sostenidos por esta certeza, prosigamos confiados nuestro camino de compromiso cristiano adonde nos lleva la Providencia. Sigamos adelante en nuestra vida guiados por María. ¡Gracias!


Saludos

(En francés)

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa presentes esta mañana. Que la santísima Virgen María, cuya Asunción celebramos ayer, sea para vosotros y para todo el pueblo de Dios "señal de esperanza segura y de consuelo" (Lumen gentium LG 68). Que en este mundo, marcado por la fragilidad humana, el sufrimiento y la muerte, nuestra Madre del cielo os ayude a penetrar cada vez más a fondo en el misterio de Dios, que es Amor, el único capaz de apagar la sed de verdad, de felicidad y de eternidad de vuestro corazón.

(En inglés)

Me alegra saludar a todos los peregrinos y visitantes de lengua inglesa presentes en esta audiencia, y en particular a los monaguillos de Malta y a los grupos de Inglaterra, Irlanda, Canadá, Nigeria y Estados Unidos. Ayer contemplamos la Asunción de la Virgen María al cielo. Este misterio nos recuerda que nuestra patria definitiva no radica aquí en la tierra, y que nuestro anhelo de felicidad sólo se colmará plenamente en la bienaventuranza eterna. Nuestra Madre del cielo, que nos guía en nuestro camino, nos ayude a afrontar con valentía y esperanza las dificultades de cada día. Os deseo una estancia feliz. Que Dios os bendiga a todos.

(En alemán)

Doy una cordial bienvenida a Castelgandolfo a todos los peregrinos y grupos de los países de lengua alemana. Entre los diversos grupos de peregrinos procedentes de Alemania saludo en particular a la comunidad de Pentling, cerca de Ratisbona, así como a la delegación de la comunidad de Corciano, hermanada con ella. A todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, os deseo de corazón unas santas y regeneradoras vacaciones aquí en Italia. Que Dios, Señor de nuestra vida, os acompañe con su amor y su gracia en todos vuestros caminos.

(En castellano)

Queridos hermanos y hermanas de lengua española, recordando la festividad de ayer, la Asunción de la Virgen María, la contemplamos triunfante con Cristo en el cielo. Esta celebración evoca un misterio que afecta a cada uno de nosotros. Como enseña el concilio Vaticano II, María "brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza y de consuelo" (Lumen gentium LG 68). Sólo la apertura a la eternidad y al misterio de Dios, que es Amor, puede colmar la sed de verdad y felicidad de nuestro corazón. María, que sigue nuestros pasos, nos ayuda con su mano materna, especialmente en las dificultades diarias y las situaciones de dolor o violencia. Así podemos seguir confiados en nuestro camino cristiano. Gracias por vuestra atención.

(En portugués)

Saludo a los grupos de lengua portuguesa que han venido de Brasil y de Portugal. Os invito a dirigir la mirada a nuestra madre celestial, dando gracias a Dios porque ayer la liturgia nos ayudó a contemplarla triunfante con Cristo en el cielo. Con mi bendición apostólica.

(En polaco)

Saludo a los polacos aquí presentes. Este encuentro se realiza aún en el clima de la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. Es un misterio que nos afecta a cada uno de nosotros, porque indica que la gloria del cielo, en la que nos espera nuestra Madre llena de amor, es nuestro último destino. Que nuestras preocupaciones diarias no oscurezcan esta consoladora realidad espiritual. Mantengamos vivo en nosotros el deseo del encuentro con nuestra Madre y con su Hijo en la casa del Padre.

(En ucranio)

Quisiera saludar también, en particular a los peregrinos que han venido de Ucrania. ¡Gracias!

(En italiano)

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular a las Hermanitas de la Sagrada Familia y a las Misioneras Hijas del Calvario, que en estos días celebran sus respectivos capítulos generales, así como a las Hijas de la Cruz de San Andrés y a las Hermanas de la Santa Cruz.

Por último saludo cordialmente a todos los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, en Roma. Extiendo mi saludo a todos los jóvenes presentes, -y son muchos; aquí todos nos sentimos rejuvenecidos-, a los enfermos y a los recién casados. Queridos hermanos, la luz de Cristo, que ayer contemplamos reflejada en María santísima elevada al cielo, ilumine siempre vuestra vida y la haga fecunda en frutos de bien.

Quisiera concluir nuestro encuentro recordando en particular al hermano Roger Schutz, fundador de Taizé asesinado precisamente hace un año, el 16 de agosto del año pasado durante la oración de la tarde. Su testimonio de fe y de diálogo ecuménico fue una enseñanza valiosa para muchas generaciones de jóvenes. Pidamos al Señor que el sacrificio de su vida contribuya a consolidar el compromiso de paz y solidaridad de todos los que se preocupan por el futuro de la humanidad. Concluyamos como siempre esta audiencia con el canto común del padrenuestro.




Audiencias 2005-2013 50706