Audiencias 2005-2013 25106

Miércoles 25 de octubre de 2006: Pablo perfil del hombre y del apóstol

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Queridos hermanos y hermanas:

Hemos concluido nuestras reflexiones sobre los doce Apóstoles, llamados directamente por Jesús durante su vida terrena. Hoy comenzamos a tratar sobre las figuras de otros personajes importantes de la Iglesia primitiva. También ellos entregaron su vida por el Señor, por el Evangelio y por la Iglesia. Se trata de hombres y mujeres que, como escribe san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, "entregaron su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo" (
Ac 15,26).

El primero de estos, llamado por el Señor mismo, por el Resucitado, a ser también él auténtico Apóstol, es sin duda Pablo de Tarso. Brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia, y no sólo en la de los orígenes. San Juan Crisóstomo lo exalta como personaje superior incluso a muchos ángeles y arcángeles (cf. Panegírico 7, 3). Dante Alighieri, en la Divina Comedia, inspirándose en la narración de san Lucas en los Hechos de los Apóstoles (cf. Ac 9,15), lo define sencillamente como "vaso de elección" (Infierno 2, 28), que significa: instrumento escogido por Dios. Otros lo han llamado el "decimotercer apóstol" -y realmente él insiste mucho en que es un verdadero apóstol, habiendo sido llamado por el Resucitado-, o incluso "el primero después del Único".

Ciertamente, después de Jesús, él es el personaje de los orígenes del que tenemos más información, pues no sólo contamos con los relatos de san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino también con un grupo de cartas que provienen directamente de su mano y que, sin intermediarios, nos revelan su personalidad y su pensamiento. San Lucas nos informa de que su nombre original era Saulo (cf. Ac 7,58 Ac 8,1 etc.), en hebreo Saúl (cf. Ac 9,14 Ac 9,17 Ac 22,7 Ac 22,13 Ac 26,14), como el rey Saúl (cf. Ac 13,21), y era un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso está situada entre Anatolia y Siria. Muy pronto había ido a Jerusalén para estudiar a fondo la Ley mosaica a los pies del gran rabino Gamaliel (cf. Ac 22,3). Había aprendido también un trabajo manual y rudo, la fabricación de tiendas (cf. Ac 18,3), que más tarde le permitiría proveer él mismo a su propio sustento sin ser una carga para las Iglesias (cf. Ac 20,34 1Co 4,12 2Co 12,13-14).

Para él fue decisivo conocer a la comunidad de quienes se declaraban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo "camino", como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía el perdón de los pecados. Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, más aún, escandaloso, y por eso sintió el deber de perseguir a los discípulos de Cristo incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue "alcanzado por Cristo Jesús" (Ph 3,12).

Mientras san Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles -la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando radicalmente toda su vida-, él en sus cartas va a lo esencial y no habla sólo de una visión (cf. 1Co 9,1), sino también de una iluminación (cf. 2Co 4,6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con el Resucitado (cf. Ga 1,15-16). De hecho, se definirá explícitamente "apóstol por vocación" (cf. Rm 1,1 1Co 1,1) o "apóstol por voluntad de Dios" (2Co 1,1 Ep 1,1 Col 1,1), como para subrayar que su conversión no fue resultado de pensamientos o reflexiones, sino fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible. A partir de entonces, todo lo que antes tenía valor para él se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y basura (cf. Ph 3,7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Desde entonces su vida fue la de un apóstol deseoso de "hacerse todo a todos" (1Co 9,22) sin reservas.

De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de nuestra vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, por la comunión con Cristo y con su palabra. A su luz, cualquier otro valor se recupera y a la vez se purifica de posibles escorias.

Otra lección fundamental que nos da san Pablo es la dimensión universal que caracteriza a su apostolado. Sintiendo agudamente el problema del acceso de los gentiles, o sea, de los paganos, a Dios, que en Jesucristo crucificado y resucitado ofrece la salvación a todos los hombres sin excepción, se dedicó a dar a conocer este Evangelio, literalmente "buena nueva", es decir, el anuncio de gracia destinado a reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás. Desde el primer momento había comprendido que esta realidad no estaba destinada sólo a los judíos, a un grupo determinado de hombres, sino que tenía un valor universal y afectaba a todos, porque Dios es el Dios de todos.

El punto de partida de sus viajes fue la Iglesia de Antioquía de Siria, donde por primera vez se anunció el Evangelio a los griegos y donde se acuñó también la denominación de "cristianos" (cf. Ac 11,20 Ac 11,26), es decir, creyentes en Cristo. Desde allí en un primer momento se dirigió a Chipre; luego, en diferentes ocasiones, a las regiones de Asia Menor (Pisidia, Licaonia, Galacia); y después a las de Europa (Macedonia, Grecia). Más importantes fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar Berea, Atenas y Mileto.

En el apostolado de san Pablo no faltaron dificultades, que afrontó con valentía por amor a Cristo. Él mismo recuerda que tuvo que soportar "trabajos..., cárceles..., azotes; muchas veces peligros de muerte. Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias" (2Co 11,23-28).

En un pasaje de la carta a los Romanos (cf. Rm 15,24 Rm 15,28) se refleja su propósito de llegar hasta España, el extremo de Occidente, para anunciar el Evangelio por doquier hasta los confines de la tierra entonces conocida. ¿Cómo no admirar a un hombre así? ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un Apóstol de esta talla? Es evidente que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, a veces desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto ante la que ningún límite podía considerarse insuperable. Para san Pablo, como sabemos, esta razón es Jesucristo, de quien escribe: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que (...) murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Co 5,14-15), por nosotros, por todos.

De hecho, el Apóstol dio el testimonio supremo con su sangre bajo el emperador Nerón aquí, en Roma, donde conservamos y veneramos sus restos mortales. San Clemente Romano, mi predecesor en esta Sede apostólica en los últimos años del siglo I, escribió: "Por la envidia y rivalidad mostró Pablo el galardón de la paciencia. (...) Después de haber enseñado a todo el mundo la justicia y de haber llegado hasta el límite de Occidente, sufrió el martirio ante los gobernantes; salió así de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos el más alto dechado de perseverancia".

Que el Señor nos ayude a poner en práctica la exhortación que nos dejó el apóstol en sus cartas: "Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo" (1Co 11,1).

Saludos

Me es grato saludar a los visitantes de lengua española, en particular a los sacerdotes latinoamericanos del curso de espiritualidad y animación misionera, al grupo de Alianza de amor con el Sagrado Corazón de Jesús, a la peregrinación de la parroquia Santa Teresa del Niño Jesús, de Barcelona, y a la Adoración nocturna de Villacarrillo, Jaén. Saludo también a los demás grupos parroquiales y asociaciones, así como a los peregrinos de México y del Perú. Os invito a seguir las enseñanzas de san Pablo: que el amor de Cristo nos impulse siempre a vivir no ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó. Que el Señor os bendiga a todos.
En polaco saludó a los miembros del coro de la Academia teológica de Cracovia y los exhortó a llevar a la práctica la recomendación de san Pablo: no vivir para sí, sino para aquel que murió y resucitó por nosotros.

(A un grupo de peregrinos eslovacos)
En estos días se nos invita a reflexionar más intensamente en el compromiso misionero de la Iglesia. También vosotros estáis llamados a evangelizar en el ambiente donde vivís.

(En croata)
Saludo con alegría a los peregrinos croatas, de modo particular a los fieles de la parroquia San Jorge de Gornja Stubica. Al visitar las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, fortaleced vuestra fe, el amor a la Iglesia y la decisión de seguir el camino de la santidad de vida.

(En italiano)

(A un grupo de peregrinos procedentes de Santa Maria di Castellabate)
Queridos amigos, os exhorto a vivir con entusiasmo vuestra vocación cristiana. La Virgen santísima, tan venerada en vuestra comunidad, os guíe y sostenga en vuestros propósitos de fidelidad al evangelio.

Me dirijo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Ayer la liturgia nos hizo recordar al obispo san Antonio María Claret, que trabajó con gran celo por la salvación de las almas. Que su glorioso testimonio evangélico os sostenga a vosotros, queridos jóvenes, en vuestro compromiso de fidelidad diaria a Cristo; os estimule a vosotros, queridos enfermos, a seguir siempre a Jesús por el camino de la prueba y el sufrimiento; y os ayude a vosotros, queridos recién casados, a hacer de vuestra familia el lugar del encuentro con Dios y los hermanos.



Miércoles 8 de noviembre de 2006: Pablo - La centralidad de Cristo

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Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis anterior, hace quince días, traté de trazar las líneas esenciales de la biografía del apóstol san Pablo. Vimos cómo el encuentro con Cristo en el camino de Damasco revolucionó literalmente su vida. Cristo se convirtió en su razón de ser y en el motivo profundo de todo su trabajo apostólico. En sus cartas, después del nombre de Dios, que aparece más de 500 veces, el nombre mencionado con más frecuencia es el de Cristo (380 veces). Por consiguiente, es importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo puede influir en la vida de una persona y, por tanto, también en nuestra propia vida. En realidad, Jesucristo es el culmen de la historia de la salvación y, por tanto, el verdadero punto que marca la diferencia también en el diálogo con las demás religiones.

Al ver a san Pablo, podríamos formular así la pregunta de fondo: ¿Cómo se produce el encuentro de un ser humano con Cristo? ¿En qué consiste la relación que se deriva de él? La respuesta que da san Pablo se puede dividir en dos momentos.

En primer lugar, san Pablo nos ayuda a comprender el valor fundamental e insustituible de la fe. En la carta a los Romanos escribe: "Pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley" (
Rm 3,28). Y también en la carta a los Gálatas: "El hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo; por eso nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado" (Rm 2,16).

"Ser justificados" significa ser hechos justos, es decir, ser acogidos por la justicia misericordiosa de Dios y entrar en comunión con él; en consecuencia, poder entablar una relación mucho más auténtica con todos nuestros hermanos: y esto sobre la base de un perdón total de nuestros pecados. Pues bien, san Pablo dice con toda claridad que esta condición de vida no depende de nuestras posibles buenas obras, sino solamente de la gracia de Dios: "Somos justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús" (Rm 3,24).

Con estas palabras, san Pablo expresa el contenido fundamental de su conversión, el nuevo rumbo que tomó su vida como resultado de su encuentro con Cristo resucitado. San Pablo, antes de la conversión, no era un hombre alejado de Dios y de su ley. Al contrario, era observante, con una observancia fiel que rayaba en el fanatismo. Sin embargo, a la luz del encuentro con Cristo comprendió que con ello sólo había buscado construirse a sí mismo, su propia justicia, y que con toda esa justicia sólo había vivido para sí mismo. Comprendió que su vida necesitaba absolutamente una nueva orientación. Y esta nueva orientación la expresa así: "La vida, que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,20).

Así pues, san Pablo ya no vive para sí mismo, para su propia justicia. Vive de Cristo y con Cristo: dándose a sí mismo; ya no buscándose y construyéndose a sí mismo. Esta es la nueva justicia, la nueva orientación que nos da el Señor, que nos da la fe. Ante la cruz de Cristo, expresión máxima de su entrega, ya nadie puede gloriarse de sí mismo, de su propia justicia, conseguida por sí mismo y para sí mismo.

En otro pasaje, san Pablo, haciéndose eco del profeta Jeremías, aclara su pensamiento: "El que se gloríe, gloríese en el Señor" (1Co 1,31 Jr 9,22 s); o también: "En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!" (Ga 6,14).

Al reflexionar sobre lo que quiere decir justificación no por las obras sino por la fe, hemos llegado al segundo elemento que define la identidad cristiana descrita por san Pablo en su vida. Esta identidad cristiana consta precisamente de dos elementos: no buscarse a sí mismo, sino revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la vida de Cristo hasta sumergirse en él y compartir tanto su muerte como su vida.

Es lo que escribe san Pablo en la carta a los Romanos: "Hemos sido bautizados en su muerte. Hemos sido sepultados con él. Somos una misma cosa con él. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (cf. Rm 6,3 Rm 6,4 Rm 6,5 Rm 6,11). Precisamente esta última expresión es sintomática, pues para san Pablo no basta decir que los cristianos son bautizados o creyentes; para él es igualmente importante decir que ellos "están en Cristo Jesús" (cf. también Rm 8,1 Rm 8,2 Rm 8,39; Rm 12,5 Rm 16,3 Rm 16,7 Rm 16,10; 1Co 1,2, etc.).

En otras ocasiones invierte los términos y escribe que "Cristo está en nosotros/vosotros" (Rm 8,10 2Co 13,5) o "en mí" (Ga 2,20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de san Pablo, completa su reflexión sobre la fe, pues la fe, aunque nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y él. Pero, según san Pablo, la vida del cristiano tiene también un componente que podríamos llamar "místico", puesto que implica ensimismarnos en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el Apóstol llega incluso a calificar nuestros sufrimientos como los "sufrimientos de Cristo en nosotros" (2Co 1,5), de manera que "llevamos siempre en nuestro cuerpo por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo" (2Co 4,10).

Todo esto debemos aplicarlo a nuestra vida cotidiana siguiendo el ejemplo de san Pablo, que vivió siempre con este gran horizonte espiritual. Por una parte, la fe debe mantenernos en una actitud constante de humildad ante Dios, más aún, de adoración y alabanza en relación con él. En efecto, lo que somos como cristianos se lo debemos sólo a él y a su gracia. Por tanto, dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario que a nada ni nadie rindamos el homenaje que le rendimos a él.
Ningún ídolo debe contaminar nuestro universo espiritual; de lo contrario, en vez de gozar de la libertad alcanzada, volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante. Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que "estamos en él" tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría.

En definitiva, debemos exclamar con san Pablo: "Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8,31). Y la respuesta es que nada ni nadie "podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8,39). Por tanto, nuestra vida cristiana se apoya en la roca más estable y segura que pueda imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Ph 4,13).

Así pues, afrontemos nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, sostenidos por estos grandes sentimientos que san Pablo nos ofrece. Si los vivimos, podremos comprender cuánta verdad encierra lo que el mismo Apóstol escribe: "Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día", es decir, hasta el día definitivo (2Tm 1,12) de nuestro encuentro con Cristo juez, Salvador del mundo y nuestro.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las Siervas de María Ministras de los Enfermos, al grupo de la Fundación Casa Museu, de Mallorca, España; a la "Scuola Italiana" de Chile, así como a los demás participantes de España, México y otros países latinoamericanos. Muchas gracias por vuestra atención.

(En polaco)
Junto con san Pablo agradecemos hoy a Dios la gracia de la fe, el don de la justificación y la vida en Cristo muerto y resucitado. Estos son los tres elementos básicos de la visión del cristianismo que nos dejó el Apóstol de las gentes. A su protección os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos. ¡Que Dios os bendiga!

(En esloveno)
Dirijo un cordial saludo a las Religiosas de María de la Medalla Milagrosa. Me alegro con vosotras por el 80° aniversario de vuestra congregación. Os deseo que prosigáis con alegría y fervor en el servicio a los enfermos y a cuantos necesitan vuestra ayuda. Que os acompañe mi bendición.

(A los fieles croatas)
Observando el ejemplo de la vida del apóstol san Pablo, reconocemos también nosotros el amor y la misericordia de Dios, y le damos gracias con una vida santa y el cumplimiento fiel de su voluntad.

(En italiano)
Os saludo a vosotros, que participáis en el encuentro organizado por los padres mercedarios y deseo que estas jornadas de estudio susciten en todos un nuevo entusiasmo por anunciar a Cristo a los hermanos. Os saludo también a vosotros, representantes de la asociación "Artesanos cristianos del mundo del trabajo", y os animo a servir cada vez más con alegría al prójimo.
* * *


Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, proyectad vuestro futuro con plena fidelidad al Evangelio, según la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Vosotros, queridos enfermos, ofreced vuestro sufrimiento al Señor, a fin de que él extienda su acción salvífica en el mundo. Y vosotros, queridos recién casados, en el camino que habéis emprendido dejaos guiar siempre por una fe viva, para crecer en el fervor espiritual y en el amor.



Miércoles 15 de noviembre de 2006: Pablo - El Espíritu en nuestros corazones

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, al igual que en las dos catequesis anteriores, volvemos a hablar de san Pablo y de su pensamiento. Nos encontramos ante un gigante no sólo por su apostolado concreto, sino también por su doctrina teológica, extraordinariamente profunda y estimulante. Después de haber meditado, la vez pasada, en lo que escribió san Pablo sobre el puesto central que ocupa Jesucristo en nuestra vida de fe, hoy veremos lo que nos dice sobre el Espíritu Santo y su presencia en nosotros, pues también en esto el Apóstol tiene algo muy importante que enseñarnos.

Ya conocemos lo que nos dice san Lucas sobre el Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles al describir el acontecimiento de Pentecostés. El Espíritu en Pentecostés impulsa con fuerza a asumir el compromiso de la misión para testimoniar el Evangelio por los caminos del mundo. De hecho, el libro de los Hechos de los Apóstoles narra una serie de misiones realizadas por los Apóstoles, primero en Samaría, después en la franja de la costa de Palestina, y luego en Siria.

Sobre todo se narran los tres grandes viajes misioneros realizados por san Pablo, como ya recordé en un anterior encuentro del miércoles.

Ahora bien, san Pablo, en sus cartas nos habla del Espíritu también desde otra perspectiva. No se limita a ilustrar la dimensión dinámica y operativa de la tercera Persona de la santísima Trinidad, sino que analiza también su presencia en la vida del cristiano, cuya identidad queda marcada por él. Es decir, san Pablo reflexiona sobre el Espíritu mostrando su influjo no solamente sobre el actuar del cristiano sino también sobre su ser. En efecto, dice que el Espíritu de Dios habita en nosotros (cf.
Rm 8,9 1Co 3,16) y que "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo" (Ga 4,6).

Por tanto, para san Pablo el Espíritu nos penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. A este propósito escribe estas importantes palabras: "La ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. (...) Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!" (Rm 8,2 Rm 8,15), dado que somos hijos, podemos llamar "Padre" a Dios.

Así pues, se ve claramente que el cristiano, incluso antes de actuar, ya posee una interioridad rica y fecunda, que le ha sido donada en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, una interioridad que lo sitúa en una relación objetiva y original de filiación con respecto a Dios. Nuestra gran dignidad consiste precisamente en que no sólo somos imagen, sino también hijos de Dios. Y esto es una invitación a vivir nuestra filiación, a tomar cada vez mayor conciencia de que somos hijos adoptivos en la gran familia de Dios. Es una invitación a transformar este don objetivo en una realidad subjetiva, decisiva para nuestro pensar, para nuestro actuar, para nuestro ser. Dios nos considera hijos suyos, pues nos ha elevado a una dignidad semejante, aunque no igual, a la de Jesús mismo, el único Hijo verdadero en sentido pleno. En él se nos da o se nos restituye la condición filial y la libertad confiada en relación con el Padre.

De este modo descubrimos que para el cristiano el Espíritu ya no es sólo el "Espíritu de Dios", como se dice normalmente en el Antiguo Testamento y como se sigue repitiendo en el lenguaje cristiano (cf. Gn 41,38 Ex 31,3 1Co 2,11-12 Ph 3,3 etc.). Y tampoco es sólo un "Espíritu Santo" entendido genéricamente, según la manera de expresarse del Antiguo Testamento (cf. Is 63,10-11 Ps 51,13), y del mismo judaísmo en sus escritos (cf. Qumrán, rabinismo). Es específica de la fe cristiana la convicción de que el Señor resucitado, el cual se ha convertido él mismo en "Espíritu que da vida" (1Co 15,45), nos da una participación original de este Espíritu.

Precisamente por este motivo san Pablo habla directamente del "Espíritu de Cristo" (Rm 8,9), del "Espíritu del Hijo" (Ga 4,6) o del "Espíritu de Jesucristo" (Ph 1,19). Es como si quisiera decir que no sólo Dios Padre es visible en el Hijo (cf. Jn 14,9), sino que también el Espíritu de Dios se manifiesta en la vida y en la acción del Señor crucificado y resucitado.

San Pablo nos enseña también otra cosa importante: dice que no puede haber auténtica oración sin la presencia del Espíritu en nosotros. En efecto, escribe: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene ?¡realmente no sabemos hablar con Dios!?; mas el Espíritu mismo intercede continuamente por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8,26-27). Es como decir que el Espíritu Santo, o sea, el Espíritu del Padre y del Hijo, es ya como el alma de nuestra alma, la parte más secreta de nuestro ser, de la que se eleva incesantemente hacia Dios un movimiento de oración, cuyos términos no podemos ni siquiera precisar.

En efecto, el Espíritu, siempre activo en nosotros, suple nuestras carencias y ofrece al Padre nuestra adoración, junto con nuestras aspiraciones más profundas. Obviamente esto exige un nivel de gran comunión vital con el Espíritu. Es una invitación a ser cada vez más sensibles, más atentos a esta presencia del Espíritu en nosotros, a transformarla en oración, a experimentar esta presencia y a aprender así a orar, a hablar con el Padre como hijos en el Espíritu Santo.

Hay, además, otro aspecto típico del Espíritu que nos enseña san Pablo: su relación con el amor. El Apóstol escribe: "La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5). En mi carta encíclica Deus caritas est cité una frase muy elocuente de san Agustín: "Ves la Trinidad si ves el amor" (), y luego expliqué: "El Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón (de los creyentes) con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como él los ha amado" (ib. ). El Espíritu nos sitúa en el mismo ritmo de la vida divina, que es vida de amor, haciéndonos participar personalmente en las relaciones que se dan entre el Padre y el Hijo.

De forma muy significativa, san Pablo, cuando enumera los diferentes frutos del Espíritu, menciona en primer lugar el amor: "El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz..." (Ga 5,22). Y, dado que por definición el amor une, el Espíritu es ante todo creador de comunión dentro de la comunidad cristiana, como decimos al inicio de la santa misa con una expresión de san Pablo: "La comunión del Espíritu Santo (es decir, la que él realiza) esté con todos vosotros" (2Co 13,13). Ahora bien, por otra parte, también es verdad que el Espíritu nos estimula a entablar relaciones de caridad con todos los hombres. De este modo, cuando amamos dejamos espacio al Espíritu, le permitimos expresarse en plenitud. Así se comprende por qué san Pablo une en la misma página de la carta a los Romanos estas dos exhortaciones: "Sed fervorosos en el Espíritu" y "No devolváis a nadie mal por mal" (Rm 12,11 Rm 12,17).

Por último, el Espíritu, según san Pablo, es una prenda generosa que el mismo Dios nos ha dado como anticipación y al mismo tiempo como garantía de nuestra herencia futura (cf. 2Co 1,22 2Co 5,5 Ep 1,13-14). Aprendamos así de san Pablo que la acción del Espíritu orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, la alegría, la comunión y la esperanza. Debemos hacer cada día esta experiencia, secundando las mociones interiores del Espíritu; en el discernimiento contamos con la guía iluminadora del Apóstol.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En especial a los fieles de diversas parroquias de México y a la delegación de la Academia militar de la Armada ecuatoriana, así como a los demás peregrinos de España y Latinoamérica. Os animo a ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, que infunde el amor en los corazones para que podáis identificaros cada vez más con Cristo nuestro Señor. ¡Muchas gracias por vuestra visita!

(En portugués)
A los peregrinos de lengua portuguesa, especialmente a los grupos venidos de Portugal y Brasil, un saludo fraterno en Cristo Señor. Por él recibimos el Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios y nos da el atrevimiento y la felicidad de llamarle "Padre". Sobre cada uno de vosotros, en los lugares y momentos más diversos de la vida, vela un Padre. En su nombre os bendigo a todos.

(En polaco)
Bendigo vuestros preparativos para el encuentro de los jóvenes el año próximo en honor de san Jacinto, patrono de las misiones. Con el espíritu de san Pablo apóstol, invoco sobre todos los presentes abundantes frutos del Espíritu: amor, paz, alegría y esperanza. ¡Alabado sea Jesucristo!".

(En eslovaco a los peregrinos procedentes de Skalica)
En los próximos días celebraremos la dedicación de las basílicas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Que la visita a estos templos profundice vuestro amor a la Iglesia, fundada en los Apóstoles.

(En esloveno)
Dirijo un cordial saludo a todos los eslovenos aquí presentes, especialmente a los que proceden de la parroquia de Bloke. Ojalá que, al llegar el frío del invierno a vuestra tierra, esta peregrinación aumente en vosotros el fuego del amor a Dios y al prójimo. De corazón os imparto la bendición apostólica.

(En croata)

Sigamos las mociones interiores del Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones, y manteniendo una fuerte comunión vital con él, como el apóstol san Pablo, demos gracias a nuestro Padre con las plegarias y las obras.

(En italiano)
Mi saludo va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Celebramos hoy la memoria del obispo san Alberto Magno, que se esforzó continuamente por promover la paz entre las poblaciones de su tiempo. Que su ejemplo os sirva de estímulo, queridos jóvenes, para ser agentes de justicia y artífices de reconciliación; para vosotros, queridos enfermos, sea un impulso a confiar en el Señor, que nunca nos abandona en el momento de la prueba; y a vosotros, recién casados, os aliente a hallar en el Evangelio la alegría de acoger y servir generosamente a la vida, don inmenso de Dios.



Miércoles 22 de noviembre de 2006: Pablo - La vida en la Iglesia

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Queridos hermanos y hermanas:

Concluimos hoy nuestros encuentros con el apóstol san Pablo, dedicándole una última reflexión. No podemos despedirnos de él sin considerar uno de los elementos decisivos de su actividad y uno de los temas más importantes de su pensamiento: la realidad de la Iglesia. Tenemos que constatar, ante todo, que su primer contacto con la persona de Jesús tuvo lugar a través del testimonio de la comunidad cristiana de Jerusalén. Fue un contacto turbulento. Al conocer al nuevo grupo de creyentes, se transformó inmediatamente en su fiero perseguidor. Lo reconoce él mismo tres veces en diferentes cartas: "He perseguido a la Iglesia de Dios", escribe (
1Co 15,9 Ga 1,13 Ph 3,6), presentando su comportamiento casi como el peor crimen.

La historia nos demuestra que normalmente se llega a Jesús pasando por la Iglesia. En cierto sentido, como decíamos, es lo que le sucedió también a san Pablo, el cual encontró a la Iglesia antes de encontrar a Jesús. Ahora bien, en su caso, este contacto fue contraproducente: no provocó la adhesión, sino más bien un rechazo violento.

La adhesión de Pablo a la Iglesia se realizó por una intervención directa de Cristo, quien al revelársele en el camino de Damasco, se identificó con la Iglesia y le hizo comprender que perseguir a la Iglesia era perseguirlo a él, el Señor. En efecto, el Resucitado dijo a Pablo, el perseguidor de la Iglesia: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Ac 9,4). Al perseguir a la Iglesia, perseguía a Cristo. Entonces, Pablo se convirtió, al mismo tiempo, a Cristo y a la Iglesia. Así se comprende por qué la Iglesia estuvo tan presente en el pensamiento, en el corazón y en la actividad de san Pablo.

En primer lugar estuvo presente en cuanto que fundó literalmente varias Iglesias en las diversas ciudades a las que llegó como evangelizador. Cuando habla de su "preocupación por todas las Iglesias" (2Co 11,28), piensa en las diferentes comunidades cristianas constituidas sucesivamente en Galacia, Jonia, Macedonia y Acaya. Algunas de esas Iglesias también le dieron preocupaciones y disgustos, como sucedió por ejemplo con las Iglesias de Galacia, que se pasaron "a otro evangelio" (Ga 1,6), a lo que él se opuso con firmeza. Sin embargo, no se sentía unido de manera fría o burocrática, sino intensa y apasionada, a las comunidades que fundó.

Por ejemplo, define a los filipenses "hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona" (Ph 4,1). Otras veces compara a las diferentes comunidades con una carta de recomendación única en su género: "Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres" (2Co 3,2). En otras ocasiones les demuestra un verdadero sentimiento no sólo de paternidad, sino también de maternidad, como cuando se dirige a sus destinatarios llamándolos "hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4,19 cf. 1Co 4,14-15 1Th 2,7-8).

En sus cartas, san Pablo nos ilustra también su doctrina sobre la Iglesia en cuanto tal. Es muy conocida su original definición de la Iglesia como "cuerpo de Cristo", que no encontramos en otros autores cristianos del siglo I (cf. 1Co 12,27 Ep 4,12 Ep 5,30 Col 1,24). La raíz más profunda de esta sorprendente definición de la Iglesia la encontramos en el sacramento del Cuerpo de Cristo. Dice san Pablo: "Dado que hay un solo pan, nosotros, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo" (1Co 10,17). En la misma Eucaristía Cristo nos da su Cuerpo y nos convierte en su Cuerpo. En este sentido, san Pablo dice a los Gálatas: "Todos vosotros sois uno en Cristo" (Ga 3,28).

Con todo esto, san Pablo nos da a entender que no sólo existe una pertenencia de la Iglesia a Cristo, sino también una cierta forma de equiparación e identificación de la Iglesia con Cristo mismo. Por tanto, la grandeza y la nobleza de la Iglesia, es decir, de todos los que formamos parte de ella, deriva del hecho de que somos miembros de Cristo, como una extensión de su presencia personal en el mundo.

Y de aquí deriva, naturalmente, nuestro deber de vivir realmente en conformidad con Cristo. De aquí derivan también las exhortaciones de san Pablo a propósito de los diferentes carismas que animan y estructuran a la comunidad cristiana. Todos se remontan a un único manantial, que es el Espíritu del Padre y del Hijo, sabiendo que en la Iglesia nadie carece de un carisma, pues, como escribe el Apóstol, "a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1Co 12,7). Ahora bien, lo importante es que todos los carismas contribuyan juntos a la edificación de la comunidad y no se conviertan, por el contrario, en motivo de discordia. A este respecto, san Pablo se pregunta retóricamente: "¿Está dividido Cristo?" (1Co 1,13). Sabe bien y nos enseña que es necesario "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz: un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ep 4,3-4).

Obviamente, subrayar la exigencia de la unidad no significa decir que se debe uniformar o aplanar la vida eclesial según una manera única de actuar. En otro lugar, san Pablo invita a "no extinguir el Espíritu" (1Th 5,19), es decir, a dejar generosamente espacio al dinamismo imprevisible de las manifestaciones carismáticas del Espíritu, el cual es una fuente de energía y de vitalidad siempre nueva. Pero para san Pablo la edificación mutua es un criterio especialmente importante: "Que todo sea para edificación" (1Co 14,26). Todo debe ayudar a construir ordenadamente el tejido eclesial, no sólo sin estancamientos, sino también sin fugas ni desgarramientos.

En una de sus cartas san Pablo presenta a la Iglesia como esposa de Cristo (cf. Ep 5,21-33), utilizando una antigua metáfora profética, que consideraba al pueblo de Israel como la esposa del Dios de la alianza (cf. Os 2,4 Os 2,21 Is 54,5-8): así se pone de relieve la gran intimidad de las relaciones entre Cristo y su Iglesia, ya sea porque es objeto del más tierno amor por parte de su Señor, ya sea porque el amor debe ser recíproco, y por consiguiente, también nosotros, en cuanto miembros de la Iglesia, debemos demostrarle una fidelidad apasionada.

Así pues, en definitiva, está en juego una relación de comunión: la relación ?por decirlo así? vertical, entre Jesucristo y todos nosotros, pero también la horizontal, entre todos los que se distinguen en el mundo por "invocar el nombre de Jesucristo, Señor nuestro" (1Co 1,2). Esta es nuestra definición: formamos parte de los que invocan el nombre del Señor Jesucristo. De este modo se entiende cuán deseable es que se realice lo que el mismo san Pablo dice en su carta a los Corintios: "Por el contrario, si todos profetizan y entra un infiel o un no iniciado, será convencido por todos, juzgado por todos. Los secretos de su corazón quedarán al descubierto y, postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está verdaderamente entre vosotros" (1Co 14,24-25).

Así deberían ser nuestros encuentros litúrgicos. Si entrara un no cristiano en una de nuestras asambleas, al final debería poder decir: "Verdaderamente Dios está con vosotros". Pidamos al Señor que vivamos así, en comunión con Cristo y en comunión entre nosotros.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las religiosas de la Compañía de Santa Teresa, a las Siervas del Hogar de la Madre, a los antiguos alumnos del Colegio mayor San Pablo, y a los demás grupos venidos de España, México y otros países de Latinoamérica. Invito a todos a amar a la Iglesia y a vivir con gozo en su seno la plena comunión. Muchas gracias por vuestra presencia.

(Dolor del Santo Padre por el asesinato del ministro de Industria del Líbano, Pierre Gemayel)

He recibido con profundo dolor la noticia del asesinato del honorable Pierre Gemayel, ministro de Industria del Gobierno libanés. Además de condenar enérgicamente ese brutal atentado, aseguro mi oración y mi cercanía espiritual a la familia que está de luto y al amado pueblo libanés. Ante las fuerzas oscuras que buscan destruir el país, invito a todos los libaneses a no dejarse vencer por el odio, sino a fortalecer la unidad nacional, la justicia y la reconciliación, y a trabajar juntos para construir un futuro de paz. Por último, invito a los responsables de los países que se interesan por el destino de esa región a que contribuyan a una solución global y negociada de las diversas situaciones de injusticia que la caracterizan desde hace ya demasiados años.

(A un grupo de peregrinos acompañados del administrador apostólico de Atyrau, en Kazajstán, que al día siguiente recibiría la ordenación episcopal)
Sostenedlo con vuestras oraciones a él y a toda la comunidad de la Iglesia a cuyo servicio está. Os bendigo cordialmente a todos. ¡Alabado sea Jesucristo!

(A los fieles de las diócesis italianas de Abruzos y Molise)
Recordando con gratitud mi reciente viaje al santuario de Manoppello, deseo animaros a todos vosotros, queridos amigos, a proseguir los esfuerzos por hacer que el Evangelio sea el punto de referencia fundamental para todas vuestras comunidades. Ante la amplitud de la misión encomendada a vuestras Iglesias no os dejéis vencer por el cansancio o el desaliento. El Señor esté con vosotros y haga fecundos todos vuestros sinceros esfuerzos a su servicio.



Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. El domingo próximo, último del tiempo ordinario, celebraremos la solemnidad de Cristo, Rey del universo. Queridos jóvenes, poned a Jesús en el centro de vuestra vida y recibiréis de él luz y valentía en todas vuestras decisiones. Cristo, que hizo de la cruz su trono regio, os ayude a vosotros, queridos enfermos, a comprender el valor redentor del sufrimiento vivido en unión con él. Y a vosotros, queridos recién casados, recordando que precisamente hoy se cumple el 25° aniversario de la promulgación de la exhortación apostólica Familiaris consortio, que dio gran impulso a la pastoral familiar en la Iglesia, os deseo que recorráis vuestro camino matrimonial siempre unidos a Cristo.



Audiencias 2005-2013 25106