Audiencias 2005-2013 31017

Miércoles 31 de enero de 2007: Bernabé, Silas y Apolo

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Queridos hermanos y hermanas:

Prosiguiendo nuestro viaje entre los protagonistas de los orígenes cristianos, hoy dedicamos nuestra atención a otros colaboradores de san Pablo. Tenemos que reconocer que el Apóstol es un ejemplo elocuente de hombre abierto a la colaboración: en la Iglesia no quiere hacerlo todo él solo, sino que se sirve de numerosos y diversos compañeros. No podemos detenernos a considerar todos estos valiosos ayudantes, pues son muchos. Baste recordar, entre otros, a Epafras (cf.
Col 1,7 Col 4,12 Phm 23), Epafrodito (cf. Ph 2,25 Ph 4,18), Tíquico (cf. Ac 20,4 Ep 6,21 Col 4,7 2Tm 4,12 Tt 3,12), Urbano (cf. Rm 16,9), Gayo y Aristarco (cf. Ac 19,29 Ac 20,4 Ac 27,2 Col 4,10). Y mujeres como Febe (cf. Rm 16,1), Trifena y Trifosa (cf. Rm 16,12), Pérside, la madre de Rufo, de quien san Pablo dice que "es también mi madre" (cf. Rm 16,12-13), sin olvidar a esposos como Prisca y Áquila (cf. Rm 16,3 1Co 16,19 2Tm 4,19). Hoy, entre todo este conjunto de colaboradores y colaboradoras de san Pablo, centramos nuestra atención en tres de estas personas que desempeñaron un papel particularmente significativo en la evangelización de los orígenes: Bernabé, Silas y Apolo.

"Bernabé", que significa "hijo de la exhortación" (Ac 4,36) o "hijo del consuelo", es el sobrenombre de un judío levita oriundo de Chipre. Habiéndose establecido en Jerusalén, fue uno de los primeros en abrazar el cristianismo, tras la resurrección del Señor. Con gran generosidad vendió un campo de su propiedad y entregó el dinero a los Apóstoles para las necesidades de la Iglesia (cf. Ac 4,37). Se hizo garante de la conversión de Saulo ante la comunidad cristiana de Jerusalén, que todavía desconfiaba de su antiguo perseguidor (cf. Ac 9,27). Enviado a Antioquía de Siria, fue a buscar a Pablo, en Tarso, donde se había retirado, y con él pasó un año entero, dedicándose a la evangelización de esa importante ciudad, en cuya Iglesia Bernabé era conocido como profeta y doctor (cf. Ac 13,1).

Así, Bernabé, en el momento de las primeras conversiones de los paganos, comprendió que había llegado la hora de Saulo, el cual se había retirado a Tarso, su ciudad. Fue a buscarlo allí. En ese momento importante, en cierta forma, devolvió a Pablo a la Iglesia; en este sentido, le entregó una vez más al Apóstol de las gentes. La Iglesia de Antioquía envió a Bernabé en misión, junto a Pablo, realizando lo que se suele llamar el primer viaje misionero del Apóstol. En realidad, fue un viaje misionero de Bernabé, pues él era el verdadero responsable, al que Pablo se sumó como colaborador, recorriendo las regiones de Chipre y Anatolia centro-sur, en la actual Turquía, con las ciudades de Atalía, Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (cf. Ac 13-14). Junto a Pablo, acudió después al así llamado concilio de Jerusalén, donde, después de un profundo examen de la cuestión, los Apóstoles con los ancianos decidieron separar de la identidad cristiana la práctica de la circuncisión (cf. Ac 15,1-35). Sólo así, al final, permitieron oficialmente que fuera posible la Iglesia de los paganos, una Iglesia sin circuncisión: somos hijos de Abraham solamente por la fe en Cristo.

Los dos, Pablo y Bernabé, se enfrentaron más tarde, al inicio del segundo viaje misionero, porque Bernabé quería tomar como compañero a Juan Marcos, mientras que Pablo no quería, dado que el joven se había separado de ellos durante el viaje anterior (cf. Ac 13,13 Ac 15,36-40). Por tanto, también entre los santos existen contrastes, discordias, controversias. Esto me parece muy consolador, pues vemos que los santos no "han caído del cielo". Son hombres como nosotros, incluso con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón.

De este modo, Pablo, que había sido más bien duro y severo con Marcos, al final se vuelve a encontrar con él. En las últimas cartas de san Pablo, a Filemón y en la segunda a Timoteo, Marcos aparece precisamente como "mi colaborador". Por consiguiente, lo que nos hace santos no es el no habernos equivocado nunca, sino la capacidad de perdón y reconciliación. Y todos podemos aprender este camino de santidad.

En todo caso, Bernabé, con Juan Marcos, se dirigió a Chipre (cf. Ac 15,39) alrededor del año 49. A partir de entonces se pierden sus huellas. Tertuliano le atribuye la carta a los Hebreos, lo cual es verosímil, pues, siendo de la tribu de Leví, Bernabé podía estar interesado en el tema del sacerdocio. Y la carta a los Hebreos nos interpreta de manera extraordinaria el sacerdocio de Jesús.

Silas, otro compañero de Pablo, es la forma griega de un nombre hebreo (quizá "sheal", "pedir", "invocar", que tiene la misma raíz del nombre "Saulo"), del que procede también la forma latinizada Silvano.El nombre Silas sólo está testimoniado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, mientras que Silvano sólo aparece en las cartas de san Pablo. Era un judío de Jerusalén, uno de los primeros en hacerse cristiano, y en aquella Iglesia gozaba de gran estima (cf. Ac 15,22), al ser considerado profeta (cf. Ac 15,32). Fue encargado de llevar "a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia" (Ac 15,23) las decisiones tomadas por el concilio de Jerusalén y de explicarlas. Evidentemente pensaban que era capaz de realizar una especie de mediación entre Jerusalén y Antioquía, entre judeocristianos y cristianos de origen pagano, y así servir a la unidad de la Iglesia en la diversidad de ritos y de orígenes.

Cuando Pablo se separó de Bernabé, tomó precisamente a Silas como nuevo compañero de viaje (cf. Ac 15,40). Con Pablo llegó a Macedonia (a las ciudades de Filipos, Tesalónica y Berea), donde se detuvo, mientras que Pablo continuó hacia Atenas y después a Corinto. Silas se unió a él en Corinto, donde colaboró en la predicación del Evangelio; de hecho, en la segunda carta dirigida por san Pablo a esa Iglesia se habla de "Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo" (2Co 1,19). De este modo se explica por qué aparece como coautor, junto a san Pablo y a Timoteo, de las dos cartas a los Tesalonicenses.

También esto me parece importante. San Pablo no actúa como un "solista", como un individuo aislado, sino junto con estos colaboradores en el "nosotros" de la Iglesia. Este "yo" de Pablo no es un "yo" aislado, sino un "yo" en el "nosotros" de la Iglesia, en el "nosotros" de la fe apostólica. Y Silvano es mencionado también al final de la primera carta de san Pedro, donde se lee: "Por medio de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente" (1P 5,12). Así vemos también la comunión de los Apóstoles. Silvano sirve a Pablo y sirve a Pedro, porque la Iglesia es una y el anuncio misionero es único.

El tercer compañero de san Pablo que hoy queremos recordar se llama Apolo, probable abreviación de Apolonio o Apolodoro. A pesar de su nombre de origen pagano, él era un judío fervoroso de Alejandría de Egipto. San Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, lo define "hombre elocuente, que dominaba las Escrituras, con fervor de espíritu" (Ac 18,24-25).

La entrada de Apolo en el escenario de la primera evangelización tuvo lugar en la ciudad de Éfeso: había viajado allí para predicar y allí tuvo la suerte de encontrarse con los esposos cristianos Priscila y Áquila (cf. Ac 18,26), que le ayudaron a conocer más completamente "el camino de Dios" (cf. Ac 18,26). De Éfeso pasó por Acaya hasta llegar a la ciudad de Corinto: allí llegó con el apoyo de una carta de los cristianos de Éfeso, los cuales pedían a los corintios que le dieran una buena acogida (cf. Ac 18,27). En Corinto, como escribe san Lucas, "con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes; pues refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo" (Ac 18,27-28), el Mesías.

Su éxito en aquella ciudad originó una situación problemática, pues algunos miembros de aquella Iglesia, fascinados por su manera de hablar, en su nombre se oponían a los demás (cf. 1Co 1,12 1Co 3,4-6 1Co 4,6). San Pablo, en la primera carta a los Corintios, expresa su aprecio por la obra de Apolo, pero reprocha a los corintios que desgarraban el Cuerpo de Cristo, separándose en facciones contrapuestas.

San Pablo saca una importante lección de lo sucedido: tanto yo como Apolo —dice—, no somos más que diakonoi, es decir, simples ministros, a través de los cuales habéis llegado a la fe (cf. 1Co 3,5). Cada uno tiene una tarea diferente en el campo del Señor: "Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento..., ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios" (1Co 3,6-9). Al regresar a Éfeso, Apolo resistió a la invitación de san Pablo a regresar inmediatamente a Corinto, retrasando el viaje a una fecha sucesiva, que ignoramos (cf. 1Co 16,12). No tenemos más noticias suyas, aunque algunos expertos piensan que posiblemente es el autor de la carta a los Hebreos, que Tertuliano atribuye a san Bernabé.

Estos tres hombres brillan en el firmamento de los testigos del Evangelio por una característica común, además de por las características propias de cada uno. En común, además del origen judío, tienen la entrega a Jesucristo y al Evangelio, así como el hecho de que los tres fueron colaboradores del apóstol san Pablo. En esta misión evangelizadora original encontraron el sentido de su vida y de este modo se nos presentan como modelos luminosos de desinterés y generosidad.

Por último, pensemos una vez más en la frase de san Pablo: tanto Apolo como yo somos ministros de Jesús, cada uno a su manera, pues es Dios quien da el crecimiento. Esto vale también hoy para todos, tanto para el Papa como para los cardenales, los obispos, los sacerdotes y los laicos. Todos somos humildes ministros de Jesús. Servimos al Evangelio en la medida en que podemos, según nuestros dones, y pedimos a Dios que él haga crecer hoy su Evangelio, su Iglesia.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina —¡Bienvenidos!—, especialmente al grupo de jóvenes universitarios de Chile, así como a los demás visitantes venidos de España, Argentina y México. Estos tres colaboradores de san Pablo nos enseñan a seguir fielmente a Cristo y ser testigos de la salvación que ha traído para todos los hombres.

(En polaco)
Saludo a todos los polacos aquí presentes. Este viernes se celebra la fiesta de la Presentación del Señor y la Jornada mundial de la vida consagrada. La Virgen Madre, al ofrecer a Dios a su hijo Jesús, llevándolo al templo, nos invita a cada uno a ofrecer nuestra vida a Dios y a los hermanos. Demos gracias al Señor por todos los que ofrecen su vida a Cristo siguiendo el camino de los consejos evangélicos. Los encomiendo a todos a vuestra oración. Que Dios os bendiga.

(En italiano)
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los fieles de las diócesis de Liguria, que acompañan hoy a sus obispos en la visita ad limina Apostolorum. Queridos amigos, os invito a tomar cada vez mayor conciencia de vuestro papel en la Iglesia. La antorcha de la fe, que habéis recibido en el bautismo, hay que tenerla siempre encendida con la oración y la práctica de los sacramentos: esa antorcha debe resplandecer en vuestras palabras y en vuestro ejemplo, para que todos puedan recibir luz y calor espiritual. Esto conlleva que respondáis a los desafíos de hoy con una espiritualidad profunda y una audacia apostólica renovada, volviendo a proponer a los hombres y a las mujeres de nuestra época el mensaje salvífico de Cristo en su integridad.

Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy la liturgia hace memoria de san Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes, a los cuales anunció el Evangelio con incansable ardor. Que su ejemplo os anime, queridos muchachos, a vivir de modo auténtico la vocación cristiana; a vosotros, queridos enfermos, os ayude a ofrecer vuestros sufrimientos en unión con los de Cristo por la salvación de la humanidad; y a vosotros, queridos recién casados, os sostenga en el compromiso recíproco de construir vuestra familia fiel al amor de Dios y de los hermanos.




Miércoles 7 de febrero de 2007: Los esposos Priscila y Áquila

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Palabras del Papa en la basílica vaticana

Queridos hermanos y hermanas de las diócesis lombardas:

Os saludo ante todo a vosotros, queridos hermanos en el episcopado, que habéis venido a Roma para la visita "ad limina Apostolorum". Saludo asimismo a los fieles que os acompañan en este significativo momento de intensa comunión con el Sucesor de Pedro. La Iglesia que vive en Lombardía, aquí representada en todos sus sectores, tiene que seguir desempeñando un papel muy importante en la sociedad lombarda: anunciar y testimoniar el Evangelio en todos sus ámbitos, especialmente donde emergen los rasgos negativos de una cultura consumista y hedonista, del secularismo y del individualismo, donde se registran antiguas y nuevas formas de pobreza con señales preocupantes de malestar juvenil y fenómenos de violencia y criminalidad. Aunque parece que las instituciones y los diversos centros educativos atraviesan momentos de dificultad, no faltan, sin embargo, grandes recursos ideales y morales en vuestro pueblo, rico de nobles tradiciones familiares y religiosas. En el coloquio con vosotros, queridos hermanos en el episcopado, he constatado que la Iglesia en Lombardía es realmente una Iglesia viva, llena del dinamismo de la fe y también de espíritu misionero, capaz y decidida a transmitir la antorcha de la fe a las futuras generaciones y al mundo de nuestro tiempo. Os agradezco este dinamismo de la fe que tienen las diócesis de Lombardía.

Es amplio vuestro campo de acción. Por una parte, se trata de defender y promover la cultura de la vida humana y de la legalidad, y por otra, es necesaria una conversión personal y comunitaria a Cristo cada vez más coherente. En efecto, para crecer en la fidelidad al hombre, creado a imagen y semejanza del Creador, hay que penetrar más íntimamente con coherencia en el misterio de Cristo y difundir su mensaje de salvación. Debemos hacer todo lo posible por conocer cada vez mejor la figura de Jesús, para tener de él un conocimiento no sólo "de segunda mano", sino un conocimiento a través del encuentro con él en la oración, en la liturgia, en el amor al prójimo. Ciertamente, es un compromiso difícil, pero sirven de consuelo las palabras del Señor: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (
Mt 28,20). El Señor está con nosotros, también hoy, mañana y hasta el fin del mundo. Por tanto, intensificad vuestro testimonio evangélico para que en todo ambiente los cristianos, guiados por el Espíritu Santo que habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en su templo (cf. 1Co 3,16-17), sean signos vivos de la esperanza sobrenatural. Nuestro tiempo, con tantas angustias y problemas, necesita esperanza. Y nuestra esperanza viene precisamente de la promesa del Señor y de su presencia. Os animo, queridos obispos, a guiar con solicitud al pueblo lombardo en este camino, contando en todas las situaciones con la indefectible asistencia divina. Sigamos adelante, en esa dirección, con la ayuda del Señor.
* * *


Sala Pablo VI

Los esposos Priscila y Áquila


Queridos hermanos y hermanas:

Dando un nuevo paso en esta especie de galería de retratos de los primeros testigos de la fe cristiana, que comenzamos hace unas semanas, hoy tomamos en consideración a una pareja de esposos. Se trata de los cónyuges Priscila y Áquila, que se encuentran en la órbita de los numerosos colaboradores que gravitaban en torno al apóstol san Pablo, a quienes ya aludí brevemente el miércoles pasado. De acuerdo con las noticias que tenemos, esta pareja de esposos desempeñó un papel muy activo en el tiempo pospascual de los orígenes de la Iglesia.

Los nombres de Áquila y Priscila son latinos, pero tanto el hombre como la mujer eran de origen judío. Sin embargo, al menos Áquila procedía geográficamente de la diáspora de Anatolia del norte, que da al mar Negro, en la actual Turquía; mientras que Priscila, cuyo nombre se utiliza a veces abreviado en Prisca, era probablemente una judía procedente de Roma (cf. Ac 18,2).

En cualquier caso, habían llegado desde Roma a Corinto, donde san Pablo se encontró con ellos al inicio de los años cincuenta; allí se unió a ellos, dado que, como narra san Lucas, ejercían el mismo oficio de fabricantes de tiendas para uso doméstico; incluso fue acogido en su casa (cf. Ac 18,3).

El motivo de su traslado a Corinto fue la decisión del emperador Claudio de expulsar de Roma a los judíos que residían en la urbe. El historiador romano Suetonio, refiriéndose a este acontecimiento, nos dice que expulsó a los judíos porque "provocaban tumultos a causa de un cierto Cresto" (cf. Vidas de los doce Césares, Claudio, 25). Se ve que no conocía bien el nombre —en vez de Cristo escribe "Cresto"— y sólo tenía una idea muy confusa de lo que había sucedido.

En cualquier caso, había discordias dentro de la comunidad judía en torno a la cuestión de si Jesús era el Cristo. Y para el emperador estos problemas eran motivo suficiente para expulsar simplemente a todos los judíos de Roma. De ahí se deduce que estos dos esposos ya habían abrazado la fe cristiana en Roma, en los años cuarenta, y que ahora habían encontrado en san Pablo a alguien que no sólo compartía con ellos esta fe —que Jesús es el Cristo—, sino que además era apóstol, llamado personalmente por el Señor resucitado. Por tanto, el primer encuentro tiene lugar en Corinto, donde lo acogen en su casa y trabajan juntos en la fabricación de tiendas.

En un segundo momento, se trasladaron a Asia Menor, a Éfeso. Allí desempeñaron un papel decisivo para completar la formación cristiana del judío alejandrino Apolo, de quien hablamos el miércoles pasado. Dado que este sólo conocía someramente la fe cristiana, "al oírle Áquila y Priscila, lo tomaron consigo y le expusieron más exactamente el camino de Dios" (Ac 18,26). Cuando en Éfeso el apóstol san Pablo escribe su primera carta a los Corintios, además de sus saludos personales, envía explícitamente también los de "Áquila y Prisca, junto con la iglesia que se reúne en su casa" (1Co 16,19).

Así conocemos el papel importantísimo que desempeñó esta pareja de esposos en el ámbito de la Iglesia primitiva: acogían en su propia casa al grupo de los cristianos del lugar, cuando se reunían para escuchar la palabra de Dios y para celebrar la Eucaristía. Ese tipo de reunión es precisamente la que en griego se llama ekklesìa —en latín "ecclesia", en italiano "chiesa", en español "iglesia"—, que quiere decir convocación, asamblea, reunión.

Así pues, en la casa de Áquila y Priscila se reúne la Iglesia, la convocación de Cristo, que celebra allí los sagrados misterios. De este modo, podemos ver cómo nace la realidad de la Iglesia en las casas de los creyentes. De hecho, hasta el siglo III los cristianos no tenían lugares propios de culto: estos fueron, en un primer momento, las sinagogas judías, hasta que se deshizo la originaria simbiosis entre Antiguo y Nuevo Testamento, y la Iglesia de la gentilidad se vio obligada a darse una identidad propia, siempre profundamente arraigada en el Antiguo Testamento. Luego, tras esa "ruptura", los cristianos se reúnen en las casas, que así se convierten en "Iglesia". Y por último, en el siglo III, surgen los auténticos edificios del culto cristiano. Pero aquí, en la primera mitad del siglo I, y en el siglo II, las casas de los cristianos se transforman en auténtica "iglesia". Como he dicho, juntos leen las sagradas Escrituras y se celebra la Eucaristía. Es lo que sucedía, por ejemplo, en Corinto, donde san Pablo menciona a un cierto "Gayo, que me hospeda a mí y a toda la comunidad" (Rm 16,23), o en Laodicea, donde la comunidad se reunía en la casa de una cierta Ninfas (cf. Col 4,15), o en Colosas, donde la reunión tenía lugar en la casa de un tal Arquipo (cf. Phm 2).

Al regresar posteriormente a Roma, Áquila y Priscila siguieron desempeñando esta función importantísima también en la capital del imperio. En efecto, san Pablo, en su carta a los Romanos, les envía este saludo particular: "Saludad a Prisca y Áquila, colaboradores míos en Cristo Jesús. Ellos expusieron su cabeza para salvarme. Y no sólo les estoy agradecido yo, sino también todas las Iglesias de la gentilidad; saludad también a la Iglesia que se reúne en su casa" (Rm 16,3-5).

¡Qué extraordinario elogio de esos dos cónyuges encierran esas palabras! Lo hace nada más y nada menos que el apóstol san Pablo, el cual define explícitamente a los dos como verdaderos e importantes colaboradores de su apostolado. La alusión al hecho de que habían arriesgado la vida por él se refiere probablemente a intervenciones en favor de él durante alguno de sus encarcelamientos, quizá en la misma Éfeso (cf. Ac 19,23 1Co 15,32 2Co 1,8-9). Y el hecho de que san Pablo, además de su gratitud personal manifieste la gratitud de todas las Iglesias de la gentilidad, aunque la expresión pueda parecer una hipérbole, da a entender cuán amplio era su radio de acción o por lo menos su influjo en beneficio del Evangelio.

La tradición hagiográfica posterior dio una importancia muy particular a Priscila, aunque queda el problema de una identificación suya con otra Priscila mártir. En todo caso, en Roma tenemos una iglesia dedicada a santa Prisca, en el Aventino, y también las catacumbas de Priscila, en la vía Salaria. De este modo, se perpetúa el recuerdo de una mujer que fue seguramente una persona activa y de gran valor en la historia del cristianismo romano. Ciertamente, a la gratitud de esas primeras Iglesias, de la que habla san Pablo, se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de fieles laicos, de familias, de esposos como Priscila y Áquila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación. No sólo pudo crecer gracias a los Apóstoles que lo anunciaban. Para arraigar en la tierra del pueblo, para desarrollarse ampliamente, era necesario el compromiso de estas familias, de estos esposos, de estas comunidades cristianas, de fieles laicos que ofrecieron el "humus" al crecimiento de la fe. Y sólo así crece siempre la Iglesia.

Esta pareja demuestra, en particular, la importancia de la acción de los esposos cristianos. Cuando están sostenidos por la fe y por una intensa espiritualidad, su compromiso valiente por la Iglesia y en la Iglesia resulta natural. La comunión diaria de su vida se prolonga y en cierto sentido se sublima al asumir una responsabilidad común en favor del Cuerpo místico de Cristo, aunque sólo sea de una pequeña parte de este. Así sucedió en la primera generación y así seguirá sucediendo.

De su ejemplo podemos sacar otra lección importante: toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia. No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el típico amor cristiano, hecho de altruismo y atención recíproca, sino más aún en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo. Por eso, en la carta a los Efesios, san Pablo compara la relación matrimonial con la comunión esponsal que existe entre Cristo y la Iglesia (cf. Ep 5,25-33). Más aún, podríamos decir que el Apóstol indirectamente configura la vida de la Iglesia con la de la familia. Y la Iglesia, en realidad, es la familia de Dios. Por eso, honramos a Áquila y Priscila como modelos de una vida conyugal responsablemente comprometida al servicio de toda la comunidad cristiana. Y vemos en ellos el modelo de la Iglesia, familia de Dios para todos los tiempos.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En especial, saludo a los peregrinos de la diócesis de Plasencia, con su obispo, mons. Amadeo Rodríguez Magro, así como a los demás grupos parroquiales de España y de Latinoamérica. Deseo saludar además al grupo de policías locales de Valencia, que colaboraron en el gran Encuentro mundial de las familias. ¡Muchas gracias! Os animo a todos a seguir el ejemplo de los primeros cristianos, y a ofrecer, en vuestra vida matrimonial y familiar, un testimonio coherente de amor a Cristo y de servicio a los demás. ¡Gracias por vuestra visita!

(En polaco)
Doy la bienvenida a los polacos aquí presentes. Priscila y Áquila son modelo de una vida conyugal comprometida responsablemente en el servicio a toda la comunidad cristiana. Oremos, por su intercesión, a fin de que la santidad de las familias sea levadura del crecimiento de la Iglesia en el mundo. Os bendigo cordialmente a vosotros y a vuestras familias. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En croata)
Queridísimos hermanos, alabad y dad gracias a Dios con cantos, música y oraciones. De buen grado imparto a todos la bendición apostólica. ¡Alabados sean Jesús y María!

(En italiano)

A de los consiliarios diocesanos y parroquiales de la Acción católica italiana

Queridos amigos: frente a una preocupante "emergencia educativa", estáis llamados a transmitir la fe a las nuevas generaciones, favoreciendo el encuentro con Cristo de tantos muchachos y jóvenes. No os canséis de recordarles —puede ser difícil, pero al mismo tiempo es muy necesario y bello— que sólo el Evangelio puede satisfacer plenamente las expectativas del corazón humano y puede crear un verdadero humanismo.

Mi pensamiento va por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, sed por doquier testigos de no violencia —esto es importante precisamente hoy— y de paz, y con este generoso compromiso contribuiréis a construir un futuro mejor para todos. Vosotros, queridos enfermos, con vuestros sufrimientos sentíos "colaboradores" de Cristo, que hace suyo el dolor del mundo, y precisamente así nos da la vida y la alegría. Y vosotros, queridos recién casados, construid día a día vuestra felicidad, como exhorta el apóstol san Pablo, alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la oración, solícitos de las necesidades de los hermanos (cf. Rm 12,13).



Miércoles 14 de febrero de 2007: Las mujeres al servicio del Evangelio

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Palabras a los obispos de las diócesis de la región italiana de Las Marcas, durante la audiencia general

En el actual clima de pluralismo cultural y religioso, nos damos cuenta de que no todos conocen el mensaje de Jesús. Por tanto, todos los cristianos están llamados a un renovado y valiente compromiso de anuncio y testimonio del Evangelio. Llevemos a todos esta luz, que es luz para la vida personal y señal orientadora para la vida social.

Queridos hermanos en el episcopado, seguid realizando todos los esfuerzos posibles para que se promueva, tanto en las ciudades como en las localidades más pequeñas, la formación cristiana de base, a fin de que todas las categorías de fieles estén preparadas para recibir con fruto los sacramentos, alimento indispensable para el crecimiento en la fe, y de que con la práctica de los sacramentos no se descuide una instrucción religiosa sólida que resista, sin debilitarse, a los numerosos desafíos y estímulos de una sociedad ya ampliamente secularizada. Miremos al futuro con esperanza y trabajemos en la viña del Señor con celo y confianza.

Que la Virgen Madre de Dios y de la Iglesia guíe y proteja vuestros esfuerzos y vuestros proyectos pastorales. Dirijámonos ahora todos juntos a María con la oración que he preparado con vistas al encuentro de los jóvenes, que tendrá lugar en Loreto en el próximo mes de septiembre. Así pues, nos veremos en Las Marcas, en Loreto. Oremos juntos:


Oración del Papa a la Virgen de Loreto


María, Madre del sí, tú escuchaste a Jesús
y conoces el timbre de su voz
y el latido de su corazón.

Estrella de la mañana, háblanos de él
y descríbenos tu camino
para seguirlo por la senda de la fe.

María, que en Nazaret habitaste con Jesús,
imprime en nuestra vida tus sentimientos,
tu docilidad, tu silencio que escucha y hace florecer
la Palabra en opciones de auténtica libertad.

María, háblanos de Jesús, para que el frescor
de nuestra fe brille en nuestros ojos
y caliente el corazón de aquellos
con quienes nos encontremos,
como tú hiciste al visitar a Isabel,
que en su vejez se alegró contigo
por el don de la vida.

María, Virgen del Magníficat
ayúdanos a llevar la alegría al mundo
y, como en Caná, impulsa a todos los jóvenes
comprometidos en el servicio a los hermanos
a hacer sólo lo que Jesús les diga.

María, dirige tu mirada al ágora de los jóvenes,
para que sea el terreno fecundo de la Iglesia italiana.
Ora para que Jesús, muerto y resucitado,
renazca en nosotros
y nos transforme en una noche llena de luz,
llena de él.

María, Virgen de Loreto, puerta del cielo,
ayúdanos a elevar nuestra mirada a las alturas.
Queremos ver a Jesús, hablar con él
y anunciar a todos su amor.
* * *



Las mujeres al servicio del Evangelio


Queridos hermanos y hermanas:

Llegamos hoy al final de nuestro recorrido entre los testigos del cristianismo naciente que mencionan los escritos del Nuevo Testamento. Y usamos la última etapa de este primer recorrido para centrar nuestra atención en las numerosas figuras femeninas que desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio. No se puede olvidar su testimonio, como dijo el mismo Jesús sobre la mujer que le ungió la cabeza poco antes de la Pasión: "Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta buena nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que esta ha hecho para memoria suya" (
Mt 26,13 Mc 14,9).

El Señor quiere que estos testigos del Evangelio, estas figuras que dieron su contribución para que creciera la fe en él, sean conocidas y su recuerdo siga vivo en la Iglesia. Históricamente podemos distinguir el papel de las mujeres en el cristianismo primitivo, durante la vida terrena de Jesús y durante las vicisitudes de la primera generación cristiana.

Ciertamente, como sabemos, Jesús escogió entre sus discípulos a doce hombres como padres del nuevo Israel, "para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" (). Este hecho es evidente, pero, además de los Doce, columnas de la Iglesia, padres del nuevo pueblo de Dios, fueron escogidas también muchas mujeres en el grupo de los discípulos.

Sólo puedo mencionar brevemente a las que se encontraron en el camino de Jesús mismo, desde la profetisa Ana (cf. Lc 2,36-38) hasta la samaritana (cf. Jn 4,1-39), la mujer siro-fenicia (cf. Mc 7,24-30), la hemorroísa (cf. Mt 9,20-22) y la pecadora perdonada (cf. Lc 7,36-50). Y no hablaré de las protagonistas de algunas de sus eficaces parábolas, por ejemplo, la mujer que hace el pan (Mt 13,33), la que pierde la dracma (Lc 15,8-10) o la viuda que importuna al juez (Lc 18,1-8). Para nuestra reflexión son más significativas las mujeres que desempeñaron un papel activo en el marco de la misión de Jesús.

En primer lugar, pensamos naturalmente en la Virgen María, que con su fe y su obra maternal colaboró de manera única en nuestra Redención, hasta el punto de que Isabel pudo llamarla "bendita entre las mujeres" (Lc 1,42), añadiendo: "Bienaventurada la que ha creído" (Lc 1,45). Convertida en discípula de su Hijo, María manifestó en Caná una confianza total en él (cf. Jn 2,5) y lo siguió hasta el pie de la cruz, donde recibió de él una misión materna para todos sus discípulos de todos los tiempos, representados por san Juan (cf. Jn 19,25-27).

Además, encontramos a varias mujeres que de diferentes maneras giraron en torno a la figura de Jesús con funciones de responsabilidad. Constituyen un ejemplo elocuente las mujeres que seguían a Jesús para servirle con sus bienes. San Lucas menciona algunos nombres: María Magdalena, Juana, Susana y "otras muchas" (cf. Lc 8,2-3). Asimismo, los Evangelios nos informan de que las mujeres, a diferencia de los Doce, no abandonaron a Jesús en la hora de la pasión (cf. Mt 27,56 Mt 27,61 Mc 15,40). Entre estas destaca en particular la Magdalena, que no sólo estuvo presente en la Pasión, sino que se convirtió también en el primer testigo y heraldo del Resucitado (cf. Jn 20,1 Jn 20,11-18). Precisamente a María Magdalena santo Tomás de Aquino le da el singular calificativo de "apóstol de los Apóstoles" ("apostolorum apostola"), dedicándole un bello comentario: "Del mismo modo que una mujer había anunciado al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer fue la primera en anunciar a los Apóstoles palabras de vida" (Super Ioannem, ed. Cai, 2519).

En el ámbito de la Iglesia primitiva la presencia femenina tampoco fue secundaria. No insistimos en las cuatro hijas del "diácono" Felipe, cuyo nombre no se menciona, residentes en Cesarea Marítima, dotadas todas ellas, como dice san Lucas, del "don de profecía", es decir, de la facultad de hablar públicamente bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Ac 21,9). La brevedad de la noticia no permite sacar deducciones más precisas.

Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer. Toma como punto de partida el principio fundamental según el cual para los bautizados "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer". El motivo es que "todos somos uno en Cristo Jesús" (Ga 3,28), es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas (cf. 1Co 12,27-30).

El Apóstol admite como algo normal que en la comunidad cristiana la mujer pueda "profetizar" (1Co 11,5), es decir, hablar abiertamente bajo el influjo del Espíritu, a condición de que sea para la edificación de la comunidad y que se haga de modo digno. Por tanto, hay que relativizar la sucesiva y conocida exhortación: "Las mujeres cállense en las asambleas" (1Co 14,34).

Dejamos a los exegetas el consiguiente problema, muy discutido, sobre la relación entre la primera frase —las mujeres pueden profetizar en la asamblea—, y la otra —no pueden hablar—, es decir, la relación entre estas dos indicaciones, que aparentemente son contradictorias. No conviene discutirlo aquí. El miércoles pasado ya hablamos de Prisca o Priscila, esposa de Áquila, que en dos casos sorprendentemente es mencionada antes que su marido (cf. Ac 18,18 Rm 16,3); en cualquier caso, ambos son calificados explícitamente por san Pablo como sus "colaboradores" -sun-ergoús (Rm 16,3).

Hay otras observaciones que no conviene descuidar. Por ejemplo, es preciso constatar que san Pablo dirige también a una mujer de nombre "Apfia" la breve carta a Filemón (cf. Phm 1,2). Traducciones latinas y sirias del texto griego añaden al nombre "Apfia" el calificativo de "soror carissima" (ib.)y conviene notar que en la comunidad de Colosas debía ocupar un puesto importante; en todo caso, es la única mujer mencionada por san Pablo entre los destinatarios de una carta suya.

En otros pasajes, el Apóstol menciona a una cierta "Febe", a la que llama diákonos de la Iglesia en Cencreas, pequeña localidad portuaria al este de Corinto (cf. Rm 16,1-2). Aunque en aquel tiempo ese título todavía no tenía un valor ministerial específico de carácter jerárquico, demuestra que esa mujer ejercía verdaderamente un cargo de responsabilidad en favor de la comunidad cristiana. San Pablo pide que la reciban cordialmente y le ayuden "en cualquier cosa que necesite", y después añade: "pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo".

En el mismo contexto epistolar, el Apóstol, con gran delicadeza, recuerda otros nombres de mujeres: una cierta María, y después Trifena, Trifosa, Pérside, "muy querida", y Julia, de las que escribe abiertamente que "se han fatigado por vosotros" o "se han fatigado en el Señor" (Rm 16,6 Rm 16,12a Rm 16,12b Rm 16,15), subrayando así su intenso compromiso eclesial.

Asimismo, en la Iglesia de Filipos se distinguían dos mujeres llamadas Evodia y Síntique (Ph 4,2): el llamamiento que san Pablo hace a la concordia mutua da a entender que estas dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de esa comunidad.

En síntesis, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres. Por eso, como escribió mi venerado y querido predecesor Juan Pablo II en la carta apostólica Mulieris dignitatem, "la Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una. (...) La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del "genio" femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina" (MD 31).

Como se ve, el elogio se refiere a las mujeres en el transcurso de la historia de la Iglesia y se expresa en nombre de toda la comunidad eclesial. También nosotros nos unimos a este aprecio, dando gracias al Señor porque él guía a su Iglesia, de generación en generación, sirviéndose indistintamente de hombres y mujeres, que saben hacer fructificar su fe y su bautismo para el bien de todo el Cuerpo eclesial, para mayor gloria de Dios.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los niños de Irak atendidos en España por la asociación Mensajeros de la Paz, y a la delegación de profesionales paraguayos, así como a los demás visitantes latinoamericanos. Invito a todos a dar elocuente testimonio de la fe y a colaborar activamente en la construcción de la Iglesia, a ejemplo de las santas mujeres. Gracias por vuestra visita.

(A los jóvenes húngaros de Budapest)
Os animo a afianzar vuestra vida en la sólida roca de Cristo, para ser anunciadores valientes de su palabra a los hombres de nuestro tiempo. De buen grado os imparto a todos la bendición apostólica.

(En polaco)
Hoy la liturgia celebra la memoria de los santos hermanos, apóstoles de los eslavos, Cirilo, monje, y Metodio, obispo, patronos de Europa. Oremos a Dios, por su intercesión, a fin de que las naciones europeas, cada vez más conscientes de sus raíces cristianas, permanezcan unidas y se abran a Cristo y a su Evangelio.

(En italiano)
Os saludo a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados. Hoy celebramos la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, apóstoles y primeros difusores de la fe entre los pueblos eslavos. Que su testimonio os ayude, queridos jóvenes, a seguir con generosidad al Salvador del mundo; a vosotros, queridos enfermos, os animo a unir vuestros sufrimientos a los de Cristo crucificado; que para vosotros, queridos recién casados, sean ejemplo para hacer del Evangelio la regla fundamental de vuestra vida familiar.





Sala Pablo VI

Miércoles 21 de febrero de 2007: Miércoles de Ceniza


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