Audiencias 2005-2013 21037

Miércoles 21 de marzo de 2007: San Justino

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Queridos hermanos y hermanas:

En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia primitiva. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los Padres apologistas del siglo II. Con la palabra "apologista" se designa a los antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adecuada a la cultura de su tiempo. Así, los apologistas buscan dos finalidades: una, estrictamente apologética, o sea, defender el cristianismo naciente (apologhía, en griego, significa precisamente "defensa"); y otra, "misionera", o sea, proponer, exponer los contenidos de la fe con un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles para los contemporáneos.

San Justino nació, alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; durante mucho tiempo buscó la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón, un misterioso personaje, un anciano con el que se encontró en la playa del mar, primero lo confundió, demostrándole la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le explicó que tenía que acudir a los antiguos profetas para encontrar el camino de Dios y la "verdadera filosofía". Al despedirse, el anciano lo exhortó a la oración, para que se le abrieran las puertas de la luz.

Este relato constituye el episodio crucial de la vida de san Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, que consideraba como la verdadera filosofía, pues en ella había encontrado la verdad y, por tanto, el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y decapitado en torno al año 165, en el reinado de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien san Justino había dirigido una de sus Apologías.

Las dos Apologías y el Diálogo con el judío Trifón son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, san Justino quiere ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el Logos, es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Todo hombre, como criatura racional, participa del Logos, lleva en sí una "semilla" y puede vislumbrar la verdad. Así, el mismo Logos, que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como en "semillas de verdad", en la filosofía griega. Ahora, concluye san Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del Logos en su totalidad, "todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos" (2 Apol. XIII, 4). De este modo, san Justino, aunque critica las contradicciones de la filosofía griega, orienta con decisión hacia el Logos cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular "pretensión" de verdad y de universalidad de la religión cristiana.

Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo del mismo modo que una figura se orienta hacia la realidad que significa, también la filosofía griega tiende a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega, son los dos caminos que llevan a Cristo, al Logos.Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un bien propio. Por eso, mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II definió a san Justino "un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento": pues san Justino, "conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado "la única filosofía segura y provechosa" (Diálogo con Trifón VIII, 1)" (Fides et ratio
FR 38).

En conjunto, la figura y la obra de san Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, más bien que por la religión de los paganos. De hecho, los primeros cristianos no quisieron aceptar nada de la religión pagana. La consideraban idolatría, hasta el punto de que por eso fueron acusados de "impiedad" y de "ateísmo". En particular, san Justino, especialmente en su primera Apología, hizo una crítica implacable de la religión pagana y de sus mitos, que consideraba como "desviaciones" diabólicas en el camino de la verdad.

Sin embargo, la filosofía constituyó el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente en el ámbito de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos. "Nuestra filosofía": así, de un modo muy explícito, llegó a definir la nueva religión otro apologista contemporáneo de san Justino, el obispo Melitón de Sardes (Historia Eclesiástica, IV, 26, 7).

De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del Logos, sino que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que este, según la filosofía griega, carecía de consistencia en la verdad. Por eso, el ocaso de la religión pagana resultaba inevitable: era la consecuencia lógica del alejamiento de la religión de la verdad del ser, al reducirse a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres.

San Justino, y con él los demás apologistas, firmaron la clara toma de posición de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas después de san Justino, Tertuliano definió esa misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que sigue siendo siempre válida: "Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit", "Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre" (De virgin. vel., I, 1).

A este respecto, conviene observar que el término consuetudo, que utiliza Tertuliano para referirse a la religión pagana, en los idiomas modernos se puede traducir con las expresiones "moda cultural", "moda del momento".

En una época como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión -así como en el diálogo interreligioso-, esta es una lección que no hay que olvidar. Con esta finalidad -y así concluyo- os vuelvo a citar las últimas palabras del misterioso anciano, con quien se encontró el filósofo Justino a la orilla del mar: "Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden comprender" (Diálogo con Trifón VII, 3).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos venidos de España y de América Latina, especialmente a las Religiosas del Sagrado Corazón, a los miembros del Colegio de Titulados mercantiles de Madrid, a los de la Consejería de Educación de la Junta de Galicia; así como a los fieles de Cádiz, Melilla, Alcoy, Sabadell y Getafe. En nuestra época, marcada por el relativismo en el debate sobre los valores, la religión, y también en el diálogo interreligioso, recordemos esta enseñanza de san Justino. Pidamos, pues, a Dios que ilumine nuestra mente para que comprendamos el gran don de la salvación y de la verdad recibidas de Cristo.

(En polaco)
Anteayer celebramos la solemnidad de san José. Como sabéis, es también mi patrono, por eso os agradezco cordialmente las oraciones que habéis hecho por mí. Ruego a san José que os sostenga y os proteja y, en particular, ayude a los padres de familia en su ardua misión. Aprendamos de él a ser fieles al amor de Dios y del prójimo.

(En italiano)

A los obispos de Cerdeña, que están realizando la visita "ad limina Apostolorum", acompañados de dos mil quinientos peregrinos de sus diócesis

Queridos amigos, en la reciente exhortación apostólica recordé el valor de la Eucaristía para la vida de la Iglesia y de todo cristiano. Os animo también a vosotros a sacar de esta admirable fuente la fuerza espiritual necesaria para manteneros fieles al Evangelio y testimoniar siempre y por doquier el amor de Dios. Y vosotros, queridos hermanos en el episcopado, "haciéndoos modelos de la grey" (1P 5,3), no os canséis de guiar a los fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral a una adhesión personal y comunitaria a Cristo, cada vez más generosa.
* **


Mi saludo va a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En el clima espiritual de la Cuaresma, tiempo de conversión y de reconciliación, os invito, queridos jóvenes, a seguir el ejemplo de Jesús, para ser fieles anunciadores de su mensaje salvífico. A vosotros, queridos enfermos, os animo a llevar vuestra cruz cotidiana, en íntima unión con Cristo nuestro Señor. Y finalmente, a vosotros, queridos recién casados, os exhorto a hacer de vuestras familias comunidades de ardiente testimonio cristiano.





Miércoles 28 de marzo de 2007: San Ireneo de Lyon

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Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Las noticias biográficas acerca de él provienen de su mismo testimonio, transmitido por Eusebio en el quinto libro de la "Historia eclesiástica".

San Ireneo nació con gran probabilidad, entre los años 135 y 140, en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía), donde en su juventud fue alumno del obispo san Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol san Juan. No sabemos cuándo se trasladó de Asia Menor a la Galia, pero el viaje debió de coincidir con los primeros pasos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a san Ireneo en el colegio de los presbíteros.

Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a san Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, que murió a causa de los malos tratos sufridos en la cárcel. De este modo, a su regreso, san Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el martirio.

San Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros "Contra las herejías" y "La exposición de la predicación apostólica", que se puede considerar también como el más antiguo "catecismo de la doctrina cristiana". En definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.

La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la "gnosis", una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban "gnósticos"— comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así formarían un cristianismo de élite, intelectualista.

Obviamente, este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos para muchos. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto al Dios bueno existía un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.

Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía; en efecto, se puede decir que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.

En el centro de su doctrina está la cuestión de la "regla de la fe" y de su transmisión. Para san Ireneo la "regla de la fe" coincide en la práctica con el Credo de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender qué quiere decir, cómo debemos leer el Evangelio mismo.

De hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles. Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.

Al aceptar esta fe transmitida públicamente por los Apóstoles a sus sucesores, los cristianos deben observar lo que dicen los obispos; deben considerar especialmente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del Colegio apostólico, san Pedro y san Pablo. Todas las Iglesias deben estar en armonía con la Iglesia de Roma, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia.

Con esos argumentos, resumidos aquí de manera muy breve, san Ireneo confuta desde sus fundamentos las pretensiones de los gnósticos, los "intelectuales": ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de unos pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los Apóstoles y, sobre todo, del Obispo de Roma. En particular, criticando el carácter "secreto" de la tradición gnóstica y constatando sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, san Ireneo se dedica a explicar el concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.

a) La Tradición apostólica es "pública", no privada o secreta. Para san Ireneo no cabe duda de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los Apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiera conocer la verdadera doctrina le basta con conocer "la Tradición que procede de los Apóstoles y la fe anunciada a los hombres": tradición y fe que "nos han llegado a través de la sucesión de los obispos" (Contra las herejías III, 3, 3-4). De este modo, sucesión de los obispos —principio personal— y Tradición apostólica —principio doctrinal— coinciden.

b) La Tradición apostólica es "única". En efecto, mientras el gnosticismo se subdivide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, san Ireneo llama precisamente regula fidei o veritatis. Por ser única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diversas culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas.

Hay un párrafo muy hermoso de san Ireneo en el libro Contra las herejías: "Habiendo recibido esta predicación y esta fe [de los Apóstoles], la Iglesia, aunque esparcida por el mundo entero, las conserva con esmero, como habitando en una sola mansión, y cree de manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón; y las predica, las enseña y las transmite con voz unánime, como si no poseyera más que una sola boca. Porque, aunque las lenguas del mundo difieren entre sí, el contenido de la Tradición es único e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Alemania, ni las que están en España, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, es decir, de Egipto y Libia, ni las que están fundadas en el centro del mundo, tienen otra fe u otra tradición" (I, 10, 1-2).

En ese momento —es decir, en el año 200—, se ve ya la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes de Alemania, España, Italia, Egipto y Libia, en la verdad común que nos reveló Cristo.

c) Por último, la Tradición apostólica es, como dice él en griego, la lengua en la que escribió su libro, "pneumatikÖ", es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, espíritu se dice pne²ma. No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la "vida" de la Iglesia; es lo que la mantiene siempre joven, es decir, fecunda con muchos carismas. La Iglesia y el Espíritu, para san Ireneo, son inseparables: "Esta fe", leemos en el tercer libro Contra las herejías, "que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un depósito valioso conservado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer al vaso mismo que lo contiene. (...) Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda gracia" (III, 24, 1).

Como se puede ver, san Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, porque esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, el cual hace que viva de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que se presente como debe ser, es decir, "pública", "única", "pneumática", "espiritual". A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia.

Más en general, según la doctrina de san Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente fundada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación del Espíritu. Esta doctrina es como un "camino real" para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para impulsar continuamente la acción misionera de la Iglesia, la fuerza de la verdad, que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los fieles de diversas parroquias y a los estudiantes llegados de España, así como a los militares de la Armada española. Saludo con afecto también a los visitantes de México y de otros países latinoamericanos. Os animo a adquirir una sólida formación en la fe de los Apóstoles, y a transmitirla fielmente a los demás con vuestras palabras y el ejemplo de vuestra vida. ¡Gracias por vuestra visita!

(En polaco)
En la preparación a los misterios de la Semana santa nos acompaña hoy san Ireneo de Lyon, que enseña a vivir estos misterios a la luz del Evangelio y en el espíritu de la Tradición, fundada en el testimonio de los Apóstoles. La Tradición es única y se transmite a las generaciones sucesivas gracias al Espíritu Santo. Que la contemplación del misterio de la Redención nos acerque a Cristo glorioso.

(A los peregrinos croatas)
Nos acercamos al domingo de Ramos y a la memoria de la entrada del Señor en Jerusalén. También él se acerca a nosotros y llama a la puerta de nuestra vida. Reconozcámoslo y acojámoslo para que nos haga partícipes de su victoria en la cruz. ¡Alabados sean Jesús y María!

(En esloveno saludó a un grupo de profesores
y alumnos del liceo clásico diocesano de Sentvid)
En vuestra búsqueda del saber no olvidéis que la fuente de la verdadera sabiduría está en el Señor. Cristo resucitado es el principio y el fin, el alfa y la omega. Que os acompañe siempre su bendición

(En italiano)
Saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular, a los obispos de las diócesis de Sicilia, que en estos días realizan la visita "ad limina Apostolorum", y a los fieles que los acompañan. Queridos hermanos en el episcopado, quisiera repetiros lo que el apóstol san Pablo recomendaba a Timoteo: anunciad íntegramente la palabra de Dios, insistid a tiempo y a destiempo, amonestad, corregid, exhortad con magnanimidad y doctrina (cf.
2Tm 4,2). Sostened con vuestro ejemplo a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los fieles laicos de Sicilia, para que sigan dando testimonio de Cristo y de su Evangelio con nuevo impulso y fervor. Que ningún temor sorprenda y agite vuestro corazón, queridos hermanos y hermanas. Quien sigue a Cristo no se intimida ante las dificultades; quien confía en él camina seguro. Sed constructores de paz en la justicia y en el amor, ofreciendo luz a los hombres de nuestro tiempo, los cuales aun agobiados por los afanes de la vida diaria, sienten la llamada de las realidades eternas.

Pensando en la fiesta de la Anunciación, que celebramos hace pocos días, dirijo un afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el "sí" pronunciado por María os anime, queridos jóvenes, a responder con generosidad a la llamada de Dios. Que la humilde adhesión de la Virgen a la voluntad divina, tanto en Nazaret como en el Calvario, os ayude a vosotros, queridos enfermos, a uniros cada vez más profundamente al sacrificio redentor de Cristo. María, la primera en acoger al Verbo encarnado, os acompañe a vosotros, queridos recién casados, en el camino matrimonial y os ayude a crecer cada día en la fidelidad del amor.




Miércoles 4 de abril de 2007: El Triduo sacro

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Queridos hermanos y hermanas:

Mientras concluye el camino cuaresmal, que comenzó con el miércoles de Ceniza, la liturgia del Miércoles santo ya nos introduce en el clima dramático de los próximos días, impregnados del recuerdo de la pasión y muerte de Cristo. En efecto, en la liturgia de hoy el evangelista san Mateo propone a nuestra meditación el breve diálogo que tuvo lugar en el Cenáculo entre Jesús y Judas. "¿Acaso soy yo, Rabbí?", pregunta el traidor del divino Maestro, que había anunciado: "Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará". La respuesta del Señor es lapidaria: "Sí, tú lo has dicho" (cf.
Mt 26,14-25). Por su parte, san Juan concluye la narración del anuncio de la traición de Judas con pocas, pero significativas palabras: "Era de noche" (Jn 13,30).

Cuando el traidor abandona el Cenáculo, se intensifica la oscuridad en su corazón —es una noche interior—, el desconcierto se apodera del espíritu de los demás discípulos —también ellos van hacia la noche—, mientras las tinieblas del abandono y del odio se condensan alrededor del Hijo del Hombre, que se dispone a consumar su sacrificio en la cruz.

En los próximos días conmemoraremos el enfrentamiento supremo entre la Luz y las Tinieblas, entre la Vida y la Muerte. También nosotros debemos situarnos en este contexto, conscientes de nuestra "noche", de nuestras culpas y responsabilidades, si queremos revivir con provecho espiritual el Misterio pascual, si queremos llegar a la luz del corazón mediante este Misterio, que constituye el fulcro central de nuestra fe.

El inicio del Triduo pascual es el Jueves santo, mañana. Durante la misa Crismal, que puede considerarse el preludio del Triduo sacro, el pastor diocesano y sus colaboradores más cercanos, los presbíteros, rodeados por el pueblo de Dios, renuevan las promesas formuladas el día de la ordenación sacerdotal.

Se trata, año tras año, de un momento de intensa comunión eclesial, que pone de relieve el don del sacerdocio ministerial que Cristo dejó a su Iglesia en la víspera de su muerte en la cruz. Y para cada sacerdote es un momento conmovedor en esta víspera de la Pasión, en la que el Señor se nos entregó a sí mismo, nos dio el sacramento de la Eucaristía, nos dio el sacerdocio. Es un día que toca el corazón de todos nosotros.

Luego se bendicen los óleos para la celebración de los sacramentos: el óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos, y el santo crisma. Por la tarde, al entrar en el Triduo pascual, la comunidad cristiana revive en la misa in Cena Domini lo que sucedió durante la última Cena. En el Cenáculo el Redentor quiso anticipar el sacrificio de su vida en el Sacramento del pan y del vino convertidos en su Cuerpo y en su Sangre: anticipa su muerte, entrega libremente su vida, ofrece el don definitivo de sí mismo a la humanidad.

Con el lavatorio de los pies se repite el gesto con el que él, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo (cf. Jn 13,1) y dejó a los discípulos, como su distintivo, este acto de humildad, el amor hasta la muerte. Después de la misa in Cena Domini, la liturgia invita a los fieles a permanecer en adoración del santísimo Sacramento, reviviendo la agonía de Jesús en Getsemaní. Y vemos cómo los discípulos se durmieron, dejando solo al Señor. También hoy, con frecuencia, nosotros, sus discípulos, dormimos. En esta noche sagrada de Getsemaní, queremos permanecer en vela; no queremos dejar solo al Señor en esta hora. Así podemos comprender mejor el misterio del Jueves santo, que abarca el triple sumo don del sacerdocio ministerial, de la Eucaristía y del mandamiento nuevo del amor ("agapé").

El Viernes santo, que conmemora los acontecimientos que van desde la condena a muerte hasta la crucifixión de Cristo, es un día de penitencia, de ayuno, de oración, de participación en la pasión del Señor. La asamblea cristiana, en la hora establecida, vuelve a recorrer, con la ayuda de la palabra de Dios y de los gestos litúrgicos, la historia de la infidelidad humana al designio divino, que sin embargo precisamente así se realiza, y vuelve a escuchar la narración conmovedora de la dolorosa pasión del Señor.

Luego dirige al Padre celestial una larga "oración de los fieles", que abarca todas las necesidades de la Iglesia y del mundo. Seguidamente, la comunidad adora la cruz y recibe la Comunión eucarística, consumiendo las especies sagradas conservadas desde la misa in Cena Domini del día anterior. San Juan Crisóstomo, comentando el Viernes santo, afirma: "Antes la cruz significaba desprecio, pero hoy es algo venerable; antes era símbolo de condena, y hoy es esperanza de salvación. Se ha convertido verdaderamente en manantial de infinitos bienes; nos ha librado del error, ha disipado nuestras tinieblas, nos ha reconciliado con Dios; de enemigos de Dios, nos ha hecho sus familiares; de extranjeros, nos ha hecho sus vecinos: esta cruz es la destrucción de la enemistad, el manantial de la paz, el cofre de nuestro tesoro" (De cruce et latrone I, 1, 4).

Para vivir de una manera más intensa la pasión del Redentor, la tradición cristiana ha dado vida a numerosas manifestaciones de religiosidad popular, entre las que se encuentran las conocidas procesiones del Viernes santo, con los sugerentes ritos que se repiten todos los años. Pero hay un ejercicio de piedad, el "vía crucis", que durante todo el año nos ofrece la posibilidad de imprimir cada vez más profundamente en nuestro espíritu el misterio de la cruz, de avanzar con Cristo por este camino, configurándonos así interiormente con él. Podríamos decir que el vía crucis, utilizando una expresión de san León Magno, nos enseña a "contemplar con los ojos del corazón a Jesús crucificado para reconocer en su carne nuestra propia carne" (Sermón 15 sobre la pasión del Señor). Precisamente en esto consiste la verdadera sabiduría del cristiano, que queremos aprender siguiendo el vía crucis del Viernes santo en el Coliseo.

El Sábado santo es el día en el que la liturgia calla, el día del gran silencio, en el que se invita a los cristianos a mantener un recogimiento interior, con frecuencia difícil de cultivar en nuestro tiempo, para prepararse mejor a la Vigilia pascual.En muchas comunidades se organizan retiros espirituales y encuentros de oración mariana, para unirse a la Madre del Redentor, que espera con trepidante confianza la resurrección de su Hijo crucificado.

Por último, en la Vigilia pascual el velo de tristeza que envuelve a la Iglesia por la muerte y la sepultura del Señor será rasgado por el grito de victoria: ¡Cristo ha resucitado y ha vencido para siempre a la muerte! Entonces podremos comprender verdaderamente el misterio de la cruz. "Dios crea prodigios incluso en lo imposible —escribe un autor antiguo— para que sepamos que sólo él puede hacer lo que quiere. De su muerte procede nuestra vida, de sus llagas nuestra curación, de su caída nuestra resurrección, de su descenso nuestra elevación" (Anónimo Cuartodecimano).

Animados por una fe más sólida, en el corazón de la Vigilia pascual acogeremos a los recién bautizados y renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Así experimentaremos que la Iglesia está siempre viva, que siempre rejuvenece, que siempre es bella y santa, porque está fundada sobre Cristo que, tras haber resucitado, ya no muere nunca más.

Queridos hermanos y hermanas, el misterio pascual, que el Triduo sacro nos hará revivir, no es sólo recuerdo de una realidad pasada; es una realidad actual: también hoy Cristo vence con su amor al pecado y a la muerte. El mal, en todas sus formas, no tiene la última palabra. El triunfo final es de Cristo, de la verdad y del amor. Como nos recordará san Pablo en la Vigilia pascual, si con él estamos dispuestos a sufrir y morir, su vida se convierte en nuestra vida (cf. Rm 6,9). En esta certeza se basa y se edifica nuestra existencia cristiana.

Invocando la intercesión de María santísima, que siguió a Jesús por el camino de la pasión y de la cruz y lo abrazó antes de ser sepultado, os deseo a todos que participéis con fervor en el Triduo pascual para experimentar la alegría de la Pascua juntamente con todos vuestros seres queridos.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En especial al grupo de estudiantes universitarios del CEU, de Madrid, y de otros colegios de España. Sobre todo, saludo al numeroso grupo que participa en la UNIV 2007. Queridos jóvenes, os invito a celebrar estos días santos, conscientes de que Cristo ha dado su vida por cada uno de nosotros. Después del gesto humilde del lavatorio de los pies, él nos dice: "También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis", es decir, amar a los demás como él nos ha amado. ¡Feliz Pascua de resurrección para todos!

(En polaco)

En estos días hemos recordado el segundo aniversario de la muerte del amado Juan Pablo II. Os agradezco a todos la constante oración ante su tumba. Me alegro con vosotros por el progreso de su causa de beatificación. Que la enseñanza del Siervo de Dios cambie la vida de todos los polacos y la vida de todas las familias polacas. A todos os deseo una intensa experiencia espiritual durante esta Semana santa y durante las alegres fiestas pascuales.

(A un grupo de fieles croatas)
En estos días santos experimentad la grandeza del amor que nos ha demostrado el Hijo de Dios con la institución de la Eucaristía y el sacerdocio, con su dolorosa pasión, con su muerte en la cruz, y con su gloriosa resurrección. Con fe firme y amor fiel, dadle gracias.

(En italiano)
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, os saludo a vosotros, participantes en el encuentro internacional de la UNIV, organizado por la prelatura del Opus Dei. Queridos amigos, os deseo que estos días en Roma sean para todos ocasión de una intensa experiencia eclesial, a fin de que volváis a casa animados por el deseo de servir más generosamente a Cristo y a los hermanos. "Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra!", decía san Josemaría Escrivá, y añadía: "Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de aprender a realizar esta tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen" (Es Cristo que pasa, 182).

Saludo cordialmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Mañana entraremos en el Triduo sacro, que nos hará revivir los misterios centrales de nuestra salvación. Os invito a vosotros, queridos jóvenes, a mirar a la cruz a fin de encontrar en ella luz para caminar fielmente siguiendo las huellas del Redentor. Que para vosotros, queridos enfermos, la pasión del Señor, que culminó con el triunfo glorioso de la Pascua, constituya siempre, especialmente en los momentos de prueba, un manantial de esperanza y de consuelo. Y vosotros, queridos recién casados, disponed vuestro corazón a celebrar con intensa participación el misterio pascual, para que vuestra existencia se transforme cada día en una entrega recíproca, abierta al amor fecundo en bien.






Audiencias 2005-2013 21037