Audiencias 2005-2013 23057

Miércoles 23 de mayo de 2007: Viaje apostólico a Brasil

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Queridos hermanos y hermanas:

En esta audiencia general quisiera recordar el viaje apostólico que realicé a Brasil del 9 al 14 de este mes. Después de dos años de pontificado, finalmente he tenido la alegría de visitar América Latina, a la que tanto quiero, y donde vive, de hecho, una gran parte de los católicos del mundo. La meta fue Brasil, pero quise abrazar a todo el gran subcontinente latinoamericano, pues el acontecimiento eclesial que me impulsó a ir allá fue la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe.

Deseo renovar mi profunda gratitud a los queridos hermanos obispos, en particular a los de São Paulo y Aparecida, por la acogida recibida. Doy las gracias al presidente de Brasil y a las demás autoridades civiles por su cordial y generosa colaboración. Con gran afecto, agradezco al pueblo brasileño la cordialidad con que me acogió —fue verdaderamente grande y conmovedora— y la atención que prestó a mis palabras.

Mi viaje tuvo ante todo el valor de un acto de alabanza a Dios por las "maravillas" obradas en los pueblos de América Latina, por la fe que ha animado su vida y su cultura durante más de quinientos años.

En este sentido, fue una peregrinación que tuvo su momento culminante en el santuario de la Virgen Aparecida, Patrona principal de Brasil. El tema de la relación entre fe y cultura fue siempre muy importante para mis venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo II. Quise retomarlo confirmando a la Iglesia que está en América Latina y el Caribe en el camino de una fe que se ha hecho y se hace historia vivida, piedad popular, arte, en diálogo con las ricas tradiciones precolombinas así como con las múltiples influencias europeas y de otros continentes.

Ciertamente el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del continente latinoamericano: no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables —por lo demás condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca— no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos.

Así, en ese continente el Evangelio ha llegado a ser el elemento fundamental de una síntesis dinámica que, con diversos matices según las naciones, expresa de todas formas la identidad de los pueblos latinoamericanos. Hoy, en la época de la globalización, esta identidad católica sigue presentándose como la respuesta más adecuada, con tal de que esté animada por una seria formación espiritual y por los principios de la doctrina social de la Iglesia.

Brasil es un gran país que conserva valores cristianos profundamente arraigados, pero también vive enormes problemas sociales y económicos. Para contribuir a su solución, la Iglesia debe movilizar a todas las fuerzas espirituales y morales de sus comunidades, buscando convergencias oportunas con las demás energías sanas del país.

Ciertamente, entre los elementos positivos hay que indicar la creatividad y la fecundidad de esa Iglesia, en la que nacen continuamente nuevos Movimientos y nuevos institutos de vida consagrada. También es de alabar la entrega generosa de tantos fieles laicos, muy activos en las diferentes iniciativas promovidas por la Iglesia.

Brasil es también un país que puede proponer al mundo el testimonio de un nuevo modelo de desarrollo: la cultura cristiana puede impulsar una "reconciliación" entre los hombres y la creación, a partir de la recuperación de la dignidad personal en la relación con Dios Padre.

En este sentido, un ejemplo elocuente es la "Hacienda de la Esperanza", una red de comunidades de recuperación para jóvenes que quieren salir del túnel tenebroso de la droga. En la que visité, que me impresionó profundamente y llevo fuertemente grabada en mi corazón, es significativa la presencia de un monasterio de religiosas Clarisas. Esto me pareció emblemático para el mundo de hoy, que necesita una "recuperación" ciertamente psicológica y social, pero sobre todo profundamente espiritual.

También fue emblemática la canonización, celebrada con alegría, del primer santo nativo del país: fray Antonio de Santa Ana Galvão. Este sacerdote franciscano del siglo XVIII, muy devoto de la Virgen María, apóstol de la Eucaristía y de la Confesión, fue llamado ya en vida "hombre de paz y de caridad". Su testimonio es una ulterior confirmación de que la santidad es la verdadera revolución, que puede promover la auténtica reforma de la Iglesia y de la sociedad.

En la catedral de São Paulo me encontré con los obispos de Brasil, la Conferencia episcopal más numerosa del mundo. Testimoniarles el apoyo del Sucesor de Pedro era uno de los objetivos principales de mi misión, pues conozco los grandes desafíos que el anuncio del Evangelio tiene que afrontar en ese país. Alenté a mis hermanos a proseguir y reforzar el compromiso de la nueva evangelización, exhortándolos a desarrollar de forma capilar y metódica la difusión de la palabra de Dios, para que la religiosidad innata y generalizada de las poblaciones se haga más profunda y se transforme en fe madura y en adhesión personal y comunitaria al Dios de Jesucristo. Los animé a recuperar por doquier el estilo de la primitiva comunidad cristiana, descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles: asidua en la catequesis, en la vida sacramental y en la caridad operante.
Conozco la entrega de estos fieles servidores del Evangelio, que lo quieren presentar sin cortapisas ni confusiones, custodiando el depósito de la fe con discernimiento; y conozco también su preocupación constante por promover el desarrollo social, principalmente mediante la formación de los laicos, llamados a asumir responsabilidades en el campo de la política y la economía. Doy gracias a Dios por haberme permitido profundizar en la comunión con los obispos brasileños, que siguen estando siempre presentes en mi oración.

Otro momento destacado del viaje fue, sin duda, el encuentro con los jóvenes, no sólo esperanza para el futuro, sino también fuerza vital para el presente de la Iglesia y de la sociedad. Por eso, la vigilia que animaron en São Paulo de Brasil fue una fiesta de esperanza, iluminada por las palabras que Cristo dirigió al "joven rico", que le había preguntado: "Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" (
Mt 19,16). Jesús le indicó, ante todo, "los mandamientos" como el camino de la vida, y después lo invitó a dejarlo todo para seguirle.

Hoy la Iglesia sigue haciendo lo mismo: ante todo vuelve a proponer los mandamientos, auténtico camino de educación de la libertad para el bien personal y social, y sobre todo propone el "primer mandamiento", el del amor, pues sin amor incluso los mandamientos no pueden dar pleno sentido a la vida y proporcionar la verdadera felicidad. Sólo quien encuentra en Jesús el amor de Dios y emprende este camino para recorrerlo entre los hombres, se convierte en su discípulo y su misionero. Invité a los jóvenes a ser apóstoles de sus coetáneos y, por eso, a cuidar siempre su formación humana y espiritual; a tener gran estima del matrimonio y del camino que conduce a él, con castidad y responsabilidad; a estar abiertos también a la llamada a la vida consagrada por el reino de Dios. En síntesis, los animé a aprovechar la gran "riqueza" de su juventud, para ser el rostro joven de la Iglesia.

La cumbre del viaje fue la inauguración de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, en el santuario de Nuestra Señora Aparecida. El tema de esta grande e importante asamblea, que se concluirá a finales de mes, es "Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida. "Yo soy el camino, la verdad y la vida"". El binomio "discípulos y misioneros" corresponde a lo que el evangelio de san Marcos dice sobre la llamada de los Apóstoles: "(Jesús) instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14-15).

Por tanto, la palabra "discípulos" hace referencia a la dimensión formativa y al seguimiento, a la comunión y a la amistad con Jesús; el término "misionero" expresa el fruto del discipulado, es decir, el testimonio y la comunicación de la experiencia vivida, de la verdad y del amor conocidos y asimilados. Ser discípulos y misioneros implica un vínculo íntimo con la palabra de Dios, con la Eucaristía y con los demás sacramentos, vivir en la Iglesia en escucha obediente de sus enseñanzas. Renovar con alegría la voluntad de ser discípulos de Jesús, de "estar con él", es la condición fundamental para ser misioneros "recomenzando desde Cristo", según la consigna del Papa Juan Pablo II a toda la Iglesia tras el jubileo del año 2000.

Mi venerado predecesor siempre insistió en una evangelización "nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión", como afirmó precisamente hablando a la asamblea del Celam, el 9 de marzo de 1983, en Haití (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1983, p. 24). Con mi viaje apostólico, he querido exhortar a proseguir por este camino, ofreciendo como perspectiva de unificación la de la encíclica Deus caritas est, una perspectiva inseparablemente teológica y social, que se resume en esta expresión: es el amor quien da la vida. "La presencia de Dios, la amistad con el Hijo de Dios encarnado, la luz de su Palabra, son siempre condiciones fundamentales para la presencia y eficiencia de la justicia y del amor en nuestras sociedades" (Discurso inaugural de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, n. 4).

A la materna intercesión de la Virgen María, venerada con el título de Nuestra Señora de Guadalupe como patrona de toda América Latina, y al nuevo santo brasileño, fray Antonio de Santa Ana Galvão, encomiendo los frutos de este inolvidable viaje apostólico.


Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España, México, El Salvador, Guatemala y otros países latinoamericanos. Deseo a todos que la estancia en Roma les ayude a reforzar la fe transmitida por los apóstoles Pedro y Pablo, que aquí dieron su vida por Cristo. Muchas gracias por vuestra visita.

(A los polacos)
Recordando el viaje apostólico a Brasil, os doy las gracias una vez más por vuestras oraciones. Conservo en la memoria muchos de los encuentros de este viaje. Encomiendo los frutos de mi peregrinación a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de toda América, y al nuevo santo brasileño, Antonio Galvão. A todos deseo una fructuosa estancia en Roma.

(En checo)
Una cordial bienvenida a los peregrinos y colaboradores de la Obra Don Bosco de Praga. La próxima solemnidad de Pentecostés se inserta en el misterio de Dios que, cercano al hombre, lo ama y le ofrece la salvación por medio de su Espíritu.

(A los fieles eslovacos)
Pidamos a Dios que mande los dones de su Espíritu, para que podamos ser testigos valientes de nuestra fe".

(En italiano)

(A los sacerdotes del Colegio San Pablo)
Queridos sacerdotes, al regresar a vuestros respectivos países, haced que fructifique la experiencia cultural, pastoral y de comunión sacerdotal que habéis adquirido durante estos años.

(A los participantes en el tercer Congreso mundial de los medios de comunicación búlgaros)
Que vuestro servicio en las comunicaciones sociales contribuya a hacer que el rico patrimonio cultural y espiritual de Bulgaria sea conocido y apreciado mejor en Europa.

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Como preparación para la solemnidad de Pentecostés, que celebraremos el próximo domingo, os exhorto, queridos jóvenes, a invocar constantemente al Espíritu Santo, para que os convierta en testigos intrépidos del Resucitado. Que el Espíritu de Dios os ayude, queridos enfermos, a acoger con fe el peso del dolor y a ofrecerlo por la salvación de todos los hombres. Que a vosotros, queridos recién casados, os conceda la gracia de anunciar con alegría y convicción el evangelio de la vida y construir vuestra familia sobre el sólido cimiento del Evangelio.





Miércoles 30 de mayo de 2007: Tertuliano

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Queridos hermanos y hermanas:

Con la catequesis de hoy retomamos el hilo de las catequesis abandonado con motivo del viaje a Brasil y seguimos hablando de las grandes personalidades de la Iglesia antigua: también para nosotros hoy son maestros de fe y testigos de la perenne actualidad de la fe cristiana.

Hoy hablamos de un africano, Tertuliano, que entre fines del siglo II e inicios del III inaugura la literatura cristiana en latín. Con él comienza una teología en ese idioma. Su obra ha dado frutos decisivos, que sería imperdonable subestimar. Ejerce su influencia en varios niveles: desde el lenguaje y la recuperación de la cultura clásica, hasta el descubrimiento de un "alma cristiana" común en el mundo y la formulación de nuevas propuestas de convivencia humana.

No conocemos exactamente las fechas de su nacimiento y de su muerte. Sin embargo, sabemos que en Cartago, a fines del siglo II, recibió de padres y maestros paganos una sólida formación retórica, filosófica, jurídica e histórica. Luego se convirtió al cristianismo, al parecer, atraído por el ejemplo de los mártires cristianos. Comenzó a publicar sus escritos más famosos en el año 197. Pero una búsqueda demasiado individual de la verdad y su carácter intransigente —era muy riguroso— lo llevaron poco a poco a abandonar la comunión con la Iglesia y a unirse a la secta del montanismo. Sin embargo, la originalidad de su pensamiento y la incisiva eficacia de su lenguaje los sitúan en un lugar destacado dentro de la literatura cristiana antigua.

Son famosos sobre todo sus escritos de carácter apologético, que manifiestan dos objetivos principales: confutar las gravísimas acusaciones que los paganos dirigían contra la nueva religión; y, de manera más positiva y misionera, comunicar el mensaje del Evangelio en diálogo con la cultura de su tiempo. Su obra más conocida, el Apologético, denuncia el comportamiento injusto de las autoridades políticas con respecto a la Iglesia; explica y defiende las enseñanzas y las costumbres de los cristianos; presenta las diferencias entre la nueva religión y las principales corrientes filosóficas de la época; manifiesta el triunfo del Espíritu, que opone a la violencia de los perseguidores la sangre, el sufrimiento y la paciencia de los mártires: «Aunque sea refinada —escribe el autor africano—, vuestra crueldad no sirve de nada; más aún, para nuestra comunidad constituye una invitación. Después de cada uno de vuestros golpes de hacha, nos hacemos más numerosos: la sangre de los cristianos es semilla eficaz (semen est sanguis christianorum)» (Apologético 50, 13). Al final el martirio y el sufrimiento por la verdad salen victoriosos, y son más eficaces que la crueldad y la violencia de los regímenes totalitarios.

Pero Tertuliano, como todo buen apologista, experimenta al mismo tiempo la necesidad de comunicar positivamente la esencia del cristianismo. Por eso, adopta el método especulativo para ilustrar los fundamentos racionales del dogma cristiano. Los profundiza de manera sistemática, comenzando por la descripción del «Dios de los cristianos». «Aquel a quien adoramos es un Dios único», atestigua el apologista. Y prosigue, utilizando las antítesis y paradojas características de su lenguaje: «Es invisible, aunque se le vea; inalcanzable, aunque esté presente a través de la gracia; inconcebible, aunque los sentidos humanos lo puedan concebir; por eso es verdadero y grande» (ib., 17, 1-2).

Tertuliano, además, da un paso enorme en el desarrollo del dogma trinitario; nos dejó en latín el lenguaje adecuado para expresar este gran misterio, introduciendo los términos: «una sustancia» y «tres personas». También desarrolló mucho el lenguaje correcto para expresar el misterio de Cristo, Hijo de Dios y verdadero hombre. El autor africano habla también del Espíritu Santo, demostrando su carácter personal y divino: «Creemos que, según su promesa, Jesucristo envió por medio del Padre al Espíritu Santo, el Paráclito, el santificador de la fe de quienes creen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu» (ib., 2, 1). Asimismo, sus obras contienen numerosos textos sobre la Iglesia, a la que Tertuliano siempre reconoce como "madre". Incluso después de su adhesión al montanismo, no olvidó que la Iglesia es la Madre de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. También habla de la conducta moral de los cristianos y de la vida futura.

Sus escritos son importantes también para descubrir tendencias vivas en las comunidades cristianas sobre María santísima, sobre los sacramentos de la Eucaristía, el Matrimonio y la Reconciliación, sobre el primado de Pedro, sobre la oración... En aquellos años de persecución, en los que los cristianos parecían una minoría perdida, el apologista los exhorta en especial a la esperanza, que —según sus escritos— no es solamente una virtud, sino también una modalidad que afecta a todos los aspectos de la existencia cristiana.

Tenemos la esperanza de que el futuro será nuestro porque el futuro es de Dios. Así, la resurrección del Señor se presenta como el fundamento de nuestra resurrección futura, y representa el objeto principal de la confianza de los cristianos: «La carne resucitará —afirma categóricamente Tertuliano—: toda la carne, precisamente la carne, y la carne toda entera. Dondequiera que se encuentre, está en consigna ante Dios, en virtud del fidelísimo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, que restituirá Dios al hombre y el hombre a Dios» (La resurrección de los muertos, 63, 1).

Desde el punto de vista humano, se puede hablar sin duda del drama de Tertuliano. Con el paso del tiempo, se hizo cada vez más exigente con los cristianos. Pretendía de ellos en todas las circunstancias, sobre todo en las persecuciones, un comportamiento heroico. Rígido en sus posiciones, no ahorraba duras críticas y acabó inevitablemente por aislarse. Por lo demás, todavía hoy siguen abiertas muchas cuestiones, no sólo sobre el pensamiento teológico y filosófico de Tertuliano, sino también sobre su actitud ante las instituciones políticas y la sociedad pagana.

A mí esta gran personalidad moral e intelectual, este hombre que dio una contribución tan grande al pensamiento cristiano, me hace reflexionar mucho. Se ve que al final le falta la sencillez, la humildad para integrarse en la Iglesia, para aceptar sus debilidades, para ser tolerante con los demás y consigo mismo. Cuando sólo se ve el propio pensamiento en su grandeza, al final se pierde precisamente esta grandeza. La característica esencial de un gran teólogo es la humildad para estar con la Iglesia, para aceptar sus debilidades y las propias, porque sólo Dios es totalmente santo. Nosotros, en cambio, siempre tenemos necesidad de perdón.

En definitiva, Tertuliano es un testigo interesante de los primeros tiempos de la Iglesia, cuando los cristianos se convirtieron en auténticos sujetos de «nueva cultura» en el encuentro entre herencia clásica y mensaje evangélico. Es suya la famosa afirmación, según la cual, nuestra alma es "naturaliter cristiana" (Apologético, 17, 6), con la que evoca la perenne continuidad entre los auténticos valores humanos y los cristianos; y también es suya la reflexión, inspirada directamente en el Evangelio, según la cual, «el cristiano no puede odiar ni siquiera a sus enemigos» (cf. Apologético, 37), pues la dimensión moral ineludible de la opción de fe propone la "no violencia" como regla de vida. Y es evidente la dramática actualidad de esta enseñanza, a la luz del intenso debate sobre las religiones.

En definitiva, los escritos de Tertuliano contienen numerosos temas que todavía hoy tenemos que afrontar. Nos impulsan a una fecunda búsqueda interior, a la que invito a todos los fieles, para que sepan expresar de manera cada vez más convincente la Regla de la fe, según la cual, como dice el mismo Tertuliano, «nosotros creemos que hay un solo Dios, y no hay ningún otro fuera del Creador del mundo: él lo ha hecho todo de la nada por medio de su Verbo, engendrado antes de todas las cosas» (La prescripción de los herejes 13, 1).

Saludos

Saludo a los peregrinos llegados de España, México y Chile. De modo especial a la Asociación de Caballeros y Damas de Nuestra Señora de Guadalupe, acompañados por el señor cardenal Antonio Cañizares Llovera, arzobispo de Toledo, y sus obispos auxiliares, así como a los obispos y fieles de las diócesis extremeñas, con ocasión del primer centenario de la declaración de Nuestra Señora de Guadalupe como patrona de Extremadura. Que la imagen de la santísima Virgen que hoy traéis a Roma, tan venerada en vuestro monasterio guadalupano, y réplica de la que el Papa san Gregorio Magno regaló a san Leandro de Sevilla, siga acompañando las celebraciones jubilares y bendiga a toda esa región española, que tuvo una participación tan activa en la obra de la evangelización de América.

(En portugués)

Mi saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, de modo especial a los brasileños de la ciudad Ana Rech, en Rio Grande do Sul, conocida también con el nombre de "Vila dos Presépios" (Villa de los Belenes), debido a la resonancia de este símbolo navideño en honor del Dios encarnado. Con su venida, nuestra pobre humanidad se hace morada de la santísima Trinidad. Que ella bendiga a vuestras familias y comunidades con el don de la unidad y de la vida plena, en la solidaridad y en la paz.

(A los peregrinos polacos presentes en Roma para la canonizacióndel religioso franciscano Simón de Lipnica)
Por su intercesión pedimos al Señor numerosas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas para la Iglesia en Polonia y en todo el mundo. ¡Que Dios os bendiga!

(En italiano)

(A los peregrinos de las diócesis de Pozzuoli y Cerreto Sannita-Telese-Santa'Agata de' Goti)
Queridos amigos, sacad constantemente de la Eucaristía la fuerza para ser testigos del Evangelio de la caridad, siguiendo el ejemplo y la intercesión de los santos que con su fidelidad a Cristo evangelizaron vuestras tierras". También saludó a los miembros capitulares del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, a los que deseó que esta importante asamblea sirva a todos de estímulo y aliento para ser signos cada vez más elocuentes del amor de Dios y misioneros de su paz.



Saludo, finalmente, a los enfermos, a los recién casados y a los jóvenes, y entre estos de modo especial a los estudiantes del instituto "Bonghi" de Lucera. Manteniendo vivo el recuerdo de Pentecostés, que celebramos el domingo pasado, os exhorto, queridos jóvenes, a invocar constantemente al Espíritu Santo, para que seáis apóstoles intrépidos de Cristo entre vuestros coetáneos. Que el Espíritu Consolador os ayude, queridos enfermos, a aceptar con fe los sufrimientos y la enfermedad, ofreciéndolos a Dios por la salvación de todos los hombres. Y a vosotros, queridos recién casados, os conceda la alegría de construir vuestra familia sobre el sólido fundamento del Evangelio.




Miércoles 6 de junio de 2007: San Cipriano

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Queridos hermanos y hermanas:

En la serie de nuestras catequesis sobre grandes personalidades de la Iglesia antigua llegamos hoy a un excelente obispo africano del siglo III, san Cipriano, «el primer obispo que consiguió en África la corona del martirio». Como atestigua el diácono Poncio, su primer biógrafo, su fama está vinculada tanto a la producción literaria como a la actividad pastoral de los trece años que transcurren entre su conversión y su martirio (cf. Vida 19, 1; 1, 1).

Nacido en Cartago en el seno de una rica familia pagana, después de una juventud disipada, Cipriano se convierte al cristianismo a la edad de 35 años. Él mismo narra su itinerario espiritual: «Cuando me encontraba aún en una noche oscura —escribe algunos meses después de su bautismo—, me parecía sumamente difícil y arduo realizar lo que la misericordia de Dios me proponía... Estaban tan arraigados en mí los muchos errores de mi vida pasada, que no creía que podía liberarme de ellos; me arrastraban los vicios, tenía malos deseos... Pero luego, con la ayuda del agua regeneradora, quedó lavada la miseria de mi vida anterior; una luz de lo alto se difundió en mi corazón; un segundo nacimiento me restauró en un ser totalmente nuevo. De un modo maravilloso comenzó entonces a disiparse toda duda... Comprendí claramente que era terreno lo que antes vivía en mí, en la esclavitud de los vicios de la carne, y que, en cambio, era divino y celestial lo que el Espíritu Santo ya había generado en mí» (A Donato, 3-4).

Inmediatamente después de la conversión, Cipriano —no sin envidias y resistencias—fue elegido para el oficio sacerdotal y para la dignidad episcopal. En el breve período de su episcopado afrontó las dos primeras persecuciones decretadas por un edicto imperial, la de Decio (año 250) y la de Valeriano (años 257-258).

Después de la persecución especialmente cruel de Decio, san Cipriano tuvo que esforzarse denodadamente por restablecer la disciplina en la comunidad cristiana, pues muchos fieles habían renegado, o por lo menos no habían mantenido una conducta correcta ante la prueba. Eran los así llamados "lapsi", es decir, los "caídos", que deseaban ardientemente volver a formar parte de la comunidad. El debate sobre su readmisión llegó a dividir a los cristianos de Cartago en laxos y rigoristas.

A estas dificultades es preciso añadir una grave peste que asoló África y planteó interrogantes teológicos angustiosos tanto en el seno de la comunidad como frente a los paganos. Por último, conviene recordar la controversia entre san Cipriano y el obispo de Roma, Esteban, sobre la validez del bautismo administrado a los paganos por cristianos herejes.

En estas circunstancias realmente difíciles, san Cipriano mostró notables dotes de gobierno: fue severo, pero no inflexible con los lapsi, concediéndoles la posibilidad del perdón después de una penitencia ejemplar. Ante Roma fue firme defensor de las sanas tradiciones de la Iglesia africana. Fue muy bondadoso; estaba animado por el más auténtico espíritu evangélico, que lo impulsaba a exhortar a los cristianos a ayudar fraternalmente a los paganos durante la peste.

Supo practicar la justa medida al recordar a los fieles —demasiado temerosos de perder la vida y los bienes terrenos— que para ellos la verdadera vida y los verdaderos bienes no son los de este mundo.

Combatió con decisión las costumbres corrompidas y los pecados que devastaban la vida moral, sobre todo la avaricia. «Así pasaba sus jornadas —narra en este punto el diácono Poncio—, cuando he aquí que, por orden del procónsul, llegó repentinamente a su casa el jefe de la policía» (Vida, 15, 1). Ese día el santo obispo fue arrestado y, tras un breve interrogatorio, afrontó con valentía el martirio en medio de su pueblo.

San Cipriano compuso numerosos tratados y cartas, siempre relacionados con su ministerio pastoral. Poco inclinado a la especulación teológica, escribía sobre todo para la edificación de la comunidad y para el buen comportamiento de los fieles. De hecho, la Iglesia es —con mucho— el tema que más trató. Distingue entre Iglesia visible, jerárquica, e Iglesia invisible, mística, pero afirma con fuerza que la Iglesia es una sola, fundada sobre Pedro. No se cansa de repetir que «quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia, se engaña si cree que se mantiene en la Iglesia» (La unidad de la Iglesia católica, 4). San Cipriano sabe bien, y lo formuló con palabras fuertes, que «fuera de la Iglesia no hay salvación» (Carta 4, 4 y 73, 21) y que «no puede tener a Dios como padre quien no tiene a la Iglesia como madre» (La unidad de la Iglesia católica, 4).

Una característica esencial de la Iglesia es la unidad, simbolizada por la túnica de Cristo sin costuras (cf. ib., 7):unidad de la que dice que tiene su fundamento en Pedro (cf. ib., 4) y su perfecta realización en la Eucaristía (cf. Carta 63, 13). «Hay un solo Dios y un solo Cristo —afirma san Cipriano—; una sola es su Iglesia, una sola fe, un solo pueblo cristiano, que se mantiene fuertemente unido con el cemento de la concordia; y no se puede separar lo que es uno por naturaleza» (La unidad de la Iglesia católica, 23).

Hemos hablado de su pensamiento sobre la Iglesia, pero no podemos dejar de referirnos a la enseñanza de san Cipriano sobre la oración. A mí me gusta especialmente su libro sobre el «Padre nuestro», que me ha ayudado mucho a comprender mejor y a rezar mejor la "oración del Señor". San Cipriano enseña que en el «Padre nuestro» se da al cristiano precisamente el modo correcto de orar, y subraya que esa oración está en plural, «para que quien reza no ore únicamente por sí mismo. Nuestra oración —escribe— es pública y comunitaria; y, cuando rezamos, no oramos por uno solo, sino por todo el pueblo, porque junto con todo el pueblo somos uno» (La oración del Señor, 8).

De esta forma, oración personal y litúrgica se presentan estrechamente unidas entre sí. Su unidad proviene del hecho de que responden a la misma palabra de Dios. El cristiano no dice «Padre mío», sino «Padre nuestro», incluso en lo más secreto de su recámara cerrada, porque sabe que en todo lugar, en toda circunstancia, es miembro de un mismo cuerpo.

«Oremos, pues, hermanos amadísimos —escribe el Obispo de Cartago—, como Dios, el Maestro, nos ha enseñado. Es oración confidencial e íntima orar a Dios con lo que es suyo, elevar hasta sus oídos la oración de Cristo. Que el Padre reconozca las palabras de su Hijo, cuando rezamos una oración: el que habita en lo más íntimo del alma debe estar presente también en la voz... Además, cuando se reza, hay que tener un modo de hablar y orar que, con disciplina, mantenga la calma y la reserva. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos ser gratos a los ojos divinos tanto con la postura del cuerpo como con el tono de la voz... Y cuando nos reunimos con los hermanos y celebramos los sacrificios divinos con el sacerdote de Dios, debemos recordar el temor reverencial y la disciplina, sin lanzar al viento nuestras oraciones con voz descompuesta, ni hacer con mucha palabrería una petición que más bien debemos elevar a Dios con moderación, porque Dios no escucha la voz sino el corazón (non vocis sed cordis auditor est)« (ib., 3-4). Se trata de palabras que siguen siendo válidas hoy y nos ayudan a celebrar bien la sagrada liturgia.

En definitiva, san Cipriano se sitúa en los orígenes de la fecunda tradición teológico-espiritual que ve en el «corazón» el lugar privilegiado de la oración. Según la Biblia y los santos Padres, el corazón es lo más íntimo del hombre, el lugar donde habita Dios. En él se realiza el encuentro en el que Dios habla al hombre y el hombre escucha a Dios; el hombre habla a Dios y Dios escucha al hombre. Todo ello a través de la única Palabra divina. Precisamente en este sentido, remitiéndose a san Cipriano, Esmaragdo, abad de San Miguel en el Mosa en los primeros años del siglo IX, atestigua que la oración «es obra del corazón, no de los labios, porque Dios no mira las palabras sino el corazón del que ora» (La diadema de los monjes, 1).

Queridos hermanos, hagamos nuestro este «corazón que escucha» del que hablan la Biblia (cf.
1R 3,9) y los santos Padres; lo necesitamos mucho. Sólo así podremos experimentar con plenitud que Dios es nuestro Padre, y que la Iglesia, la santa Esposa de Cristo, es verdaderamente nuestra Madre.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a las Hijas de María Auxiliadora y al grupo de las Obras misionales pontificias. Saludo también a los demás peregrinos de España, México, El Salvador, Argentina y otros países latinoamericanos. Siguiendo las enseñanzas de san Cipriano, abramos nuestro corazón a la oración para experimentar plenamente que Dios es nuestro Padre y que la Iglesia, la santa Esposa de Cristo, es verdaderamente nuestra Madre.

(En polaco)
Mañana es la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Yendo en procesión detrás de Cristo, presente en la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre, recordamos a todos que él está con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Que este encuentro cambie vuestra vida. A vosotros, aquí presentes, y a todos los que participen mañana en la procesión, les imparto mi bendición.

(En croata)
Que la comunión del Cuerpo de Cristo conforme vuestra vida cada vez más a él, que nos amó hasta el extremo.

(En eslovaco)
Hermanos y hermanas, Cristo es el camino que lleva al Padre y en la Eucaristía se ofrece a cada uno de nosotros como manantial de vida divina. Acudamos a ella con perseverancia.

(En italinao)

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. El mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Contemplemos con frecuencia este Corazón, que es el manantial del amor divino.

Vosotros, queridos jóvenes, en la escuela del Corazón de Cristo aprended a asumir con seriedad las responsabilidades que os esperan. Vosotros, queridos enfermos, encontrad en esta fuente inagotable la serenidad para cumplir siempre la voluntad de Dios. Y vosotros, queridos recién casados, permaneced fieles al amor de Dios, que es fundamento y apoyo de vuestro amor conyugal.
Llamamiento del Papa al G-8

en favor de los pueblos de África


Hoy ha comenzado en Heiligendamm, Alemania, bajo la presidencia de la República federal de Alemania, la cumbre anual de jefes de Estado y de Gobierno del G-8, es decir, de los siete países más industrializados del mundo más la Federación Rusa. El pasado día 16 de diciembre escribí a la canciller Angela Merkel dándole gracias, en nombre de la Iglesia católica, por la decisión de conservar en el orden del día del G-8 el tema de la pobreza en el mundo, con atención especial a África. La doctora Merkel me respondió amablemente el pasado 2 de febrero, asegurándome el compromiso del G-8 por lograr los objetivos de desarrollo del milenio.

Quisiera dirigir ahora un nuevo llamamiento a los líderes reunidos en Heiligendamm, para que se cumplan las promesas de aumentar sustancialmente la ayuda al desarrollo, en favor de las poblaciones más necesitadas, sobre todo las del continente africano.

En este sentido, merece atención especial el segundo gran objetivo del milenio: «El logro de la educación primaria para todos; asegurar que todo muchacho y muchacha complete todo el itinerario de la escuela primaria dentro del año 2015». Este objetivo es parte integrante del logro de todos los demás objetivos del milenio; es garantía de la consolidación de los objetivos alcanzados, y es punto de partida de los procesos autónomos y sostenibles de desarrollo.

No hay que olvidar que, en el campo de la educación, la Iglesia católica siempre ha estado en la vanguardia, llegando, especialmente en los países más pobres, a donde las estructuras estatales a menudo no logran llegar. Otras Iglesias cristianas, grupos religiosos y organizaciones de la sociedad comparten ese compromiso educativo. Es una realidad que, aplicando el principio de subsidiariedad, los Gobiernos y las organizaciones internacionales deben reconocer, valorar y sostener, también mediante adecuadas ayudas financieras. Esperamos que se trabaje seriamente con vistas al logro de estos objetivos




Audiencias 2005-2013 23057