Audiencias 2005-2013 7058

Miércoles 7 de mayo de 2008: La acción del Espíritu Santo al servicio de la unidad

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Palabras del Santo Padre al Patriarca Karekin II


Con gran alegría saludo hoy a Su Santidad el Catholicós Karekin II, Patriarca supremo de todos los armenios, y a la distinguida delegación que lo acompaña. Santidad, rezo para que la luz del Espíritu Santo ilumine su peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, los importantes encuentros que celebrará aquí y, en particular, nuestras conversaciones personales.

Pido a todos los presentes que recen para que Dios bendiga esta visita.

Santidad, le doy las gracias por su compromiso personal para hacer que crezca la amistad entre la Iglesia apostólica armenia y la Iglesia católica. En el año 2000, poco después de su elección, usted vino a Roma para reunirse con el Papa Juan Pablo II y, un año después, lo recibió en la santa Echmiadzin. Con motivo de su funeral, vino usted de nuevo a Roma, junto con numerosos líderes eclesiales de Oriente y de Occidente. Estoy seguro de que este espíritu de amistad se profundizará aún más en los próximos días.

En una hornacina exterior de la basílica de San Pedro se encuentra una bella estatua de san Gregorio el Iluminador, fundador de la Iglesia armenia. Nos recuerda las duras persecuciones que han sufrido los cristianos armenios, en particular, durante el siglo pasado. Los numerosos mártires de Armenia son un signo de la fuerza del Espíritu Santo, que actúa en tiempos de oscuridad, y una prenda de esperanza para los cristianos de todas las partes del mundo.

Santidad, queridos obispos y queridos amigos, junto con vosotros imploro a Dios todopoderoso, por intercesión de san Gregorio el Iluminador, que nos ayude a crecer en la unidad, en el único y santo vínculo de la fe, la esperanza, y el amor cristianos.
* * *


La acción del Espíritu Santo al servicio de la unidad

Queridos hermanos y hermanas:

Como veis, se encuentra entre nosotros esta mañana Su Santidad Karekin II, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios, acompañado por una distinguida delegación. Expreso de nuevo mi alegría por haberlo podido acoger esta mañana: su presencia reaviva en nosotros la esperanza de la unidad plena de todos los cristianos. Aprovecho la oportunidad para darle las gracias también por la amable acogida que dispensó recientemente en Armenia a mi cardenal secretario de Estado. Para mí es un placer recordar la inolvidable visita que el Catholicós hizo a Roma en el año 2000, poco después de su elección. Durante su encuentro con él, mi querido predecesor Juan Pablo II le entregó una insigne reliquia de san Gregorio el Iluminador y a continuación viajó a Armenia para devolverle la visita.

Es conocido el compromiso de la Iglesia apostólica armenia en favor del diálogo ecuménico y estoy seguro de que también esta visita del venerado Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios contribuirá a intensificar las relaciones de amistad fraterna que unen a nuestras Iglesias. Estos días de preparación inmediata para la solemnidad de Pentecostés nos impulsan a reavivar la esperanza en la ayuda del Espíritu Santo para avanzar por el camino del ecumenismo. Tenemos la certeza de que el Señor Jesús no nos abandona nunca en la búsqueda de la unidad, dado que su Espíritu actúa incansablemente para apoyar nuestros esfuerzos orientados a superar toda división y a volver a coser todo desgarro en el tejido vivo de la Iglesia.

Esto es precisamente lo que Jesús prometió a los discípulos en los últimos días de su misión terrena, como acabamos de escuchar en el pasaje del Evangelio: les aseguró la asistencia del Espíritu Santo, que él mandaría para que siguiera haciéndoles experimentar su presencia (cf.
Jn 14,16-17). Esta promesa se hizo realidad cuando, tras la resurrección, Jesús entró en el Cenáculo, saludó a los discípulos con las palabras: "La paz esté con vosotros" y, soplando sobre ellos, les dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22). Les autorizaba a perdonar los pecados. Por tanto, el Espíritu Santo se presenta como fuerza del perdón de los pecados, de renovación de nuestro corazón y de nuestra vida; así renueva la tierra y crea unidad donde había división.

Después, en la fiesta de Pentecostés, el Espíritu Santo se manifiesta mediante otros signos: un viento impetuoso, lenguas de fuego, y los Apóstoles hablando todas las lenguas. Este es un signo de que la dispersión de Babilonia, fruto de la soberbia que separa a los hombres, ha quedado superada por el Espíritu, que es caridad y da unidad en la diversidad. Desde el primer momento de su existencia la Iglesia habla todas las lenguas —gracias a la fuerza del Espíritu Santo y a las lenguas de fuego— y vive en todas las culturas, no destruye nada de los diversos dones, de los diferentes carismas, sino que lo reúne todo en una nueva y gran unidad que reconcilia: la unidad y la variedad.

El Espíritu Santo, que es la caridad eterna, el vínculo de la unidad en la Trinidad, une con su fuerza en la caridad divina a los hombres dispersos, creando así la grande y multiforme comunidad de la Iglesia en todo el mundo. En los días que pasaron entre la Ascensión del Señor y el domingo de Pentecostés, los discípulos estaban reunidos con María en el Cenáculo para orar. Sabían que por sí solos no podían crear, organizar la Iglesia: la Iglesia debe nacer y organizarse por iniciativa divina; no es una criatura nuestra, sino un don de Dios. Sólo así crea también unidad, una unidad que debe crecer. La Iglesia en todo tiempo —y de modo especial en estos nueve días entre la Ascensión y Pentecostés— se une espiritualmente en el Cenáculo con los apóstoles y con María para implorar incesantemente la efusión del Espíritu Santo. Así, impulsada por su viento impetuoso, será capaz de anunciar el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra.

Precisamente por eso, a pesar de las dificultades y las divisiones, los cristianos no pueden resignarse ni caer en el desaliento. El Señor nos pide perseverar en la oración para mantener viva la llama de la fe, de la caridad y de la esperanza, de las que se alimenta el anhelo de unidad plena. Ut unum sint!, dice el Señor. En nuestro corazón resuena siempre esta invitación de Cristo; una invitación que renové en mi reciente viaje apostólico a Estados Unidos, donde puse de relieve la centralidad de la oración en el movimiento ecuménico.

En este tiempo de globalización, y al mismo tiempo de fragmentación, "sin oración las estructuras, las instituciones y los programas ecuménicos quedarían despojados de su corazón y de su alma" (Encuentro ecuménico en la iglesia de San José, Nueva York, 18 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 15). Demos gracias al Señor por las metas alcanzadas en el diálogo ecuménico por la acción del Espíritu Santo; seamos dóciles al escuchar su voz, para que nuestro corazón, lleno de esperanza, recorra sin pausa el camino que lleva a la comunión plena de todos los discípulos de Cristo.

San Pablo, en la carta a los Gálatas, recuerda que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5,22-23). Estos son los dones del Espíritu Santo que invocamos también hoy para todos los cristianos, a fin de que en el servicio común y generoso al Evangelio sean en el mundo signo del amor de Dios a la humanidad. Dirijamos, con confianza, la mirada a María, santuario del Espíritu Santo, y por su intercesión pidamos: "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor". Amén.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española venidos de España, México y otros países latinoamericanos. Exhorto a todos a orar incesantemente por el progreso ecuménico, pues la plegaria es el corazón del camino hacia la unidad entre los cristianos. Muchas gracias por vuestra visita.

(A los fieles procedentes de Portugal y Brasil)
Amados peregrinos de lengua portuguesa, os saludo y doy la bienvenida a todos en este mes de mayo, que tradicionalmente invita al pueblo cristiano a multiplicar sus gestos diarios de veneración e imitación de Nuestra Señora. Mostraos agradecidos, no regateéis a Dios el tiempo que le debéis. Rezad el rosario todos los días. Dejad que la Virgen Madre posea vuestro corazón: confiadle todo lo que sois y todo lo que tenéis. Y Dios será todo en todos... Esto es lo que más deseo al impartiros mi bendición apostólica, que extiendo a vuestros familiares.

(A los polacos)
A imagen del buen Pastor que da la vida por sus ovejas, él vigilaba por el orden moral y protegía los derechos de la Iglesia. Invito a vuestras familias, a las parroquias y a cada uno de vosotros a mantener el respeto de los mandamientos y el cuidado por la Iglesia. Que Cristo sea el fundamento de vuestra vida.

(En italiano)

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, en este mes de mayo, que acabamos de comenzar y que la tradición popular dedica a María, aprended de ella a cumplir siempre la voluntad de Dios. Al contemplar a la Madre de Cristo crucificado, vosotros, queridos enfermos, reconoced el valor salvífico de toda cruz; y vosotros, queridos recién casados, encomendaos a la protección de la santísima Virgen, para crear en vuestra familia el clima de oración y serenidad que reinaba en la casa de Nazaret.





Miércoles 14 de mayo de 2008: Dionisio Areopagita

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Queridos hermanos y hermanas:

En el curso de las catequesis sobre los Padres de la Iglesia, quiero hablar hoy de una figura muy misteriosa: un teólogo del siglo VI, cuyo nombre se desconoce, y que escribió bajo el seudónimo de Dionisio Areopagita. Con este seudónimo aludía al pasaje de la Escritura que acabamos de escuchar, es decir, el episodio narrado por san Lucas en el capítulo XVII de los Hechos de los Apóstoles, donde se cuenta que Pablo predicó en Atenas, en el Areópago, dirigiéndose a una élite del gran mundo intelectual griego, pero al final la mayoría de los que le escuchaban no se mostró interesada, y se alejó burlándose de él; sin embargo, unos cuantos, pocos, como nos dice san Lucas, se acercaron a san Pablo abriéndose a la fe. El evangelista nos revela dos nombres: Dionisio, miembro del Areópago, y una mujer llamada Damaris.

Si el autor de estos libros escogió cinco siglos después el seudónimo de Dionisio Areopagita, quiere decir que tenía la intención de poner la sabiduría griega al servicio del Evangelio, promover el encuentro entre la cultura y la inteligencia griega y el anuncio de Cristo; quería hacer lo que pretendía aquel Dionisio, es decir, que el pensamiento griego se encontrara con el anuncio de san Pablo; siendo griego, quería hacerse discípulo de san Pablo y de este modo discípulo de Cristo.

¿Por qué ocultó su nombre, escogiendo este seudónimo? En parte, ya hemos respondido: quería expresar esa intención fundamental de su pensamiento. Pero hay dos hipótesis sobre este anonimato y sobre su seudónimo. Según la primera, se trataba de una falsificación voluntaria, a través de la cual, fechando sus obras en el primer siglo, en tiempos de san Pablo, quería dar a su producción literaria una autoridad casi apostólica.

Pero hay otra hipótesis mejor, pues la anterior me parece poco creíble: lo hizo así por humildad. No quería dar gloria a su nombre, no quería erigir un monumento a sí mismo con sus obras, sino realmente servir al Evangelio, crear una teología eclesial, no individual, basada en sí mismo. En realidad logró elaborar una teología que ciertamente podemos fechar en el siglo VI, pero no la podemos atribuir a una de las figuras de esa época; no es una teología "individualizada"; se trata de una teología que expresa un pensamiento y un lenguaje común.

En un tiempo de acérrimas polémicas tras el Concilio de Calcedonia, él, por el contrario, en su séptima Carta, dice: "No quisiera hacer polémica; hablo simplemente de la verdad, busco la verdad". Y la luz de la verdad por sí misma hace que caigan los errores y que resplandezca lo que es bueno. Con este principio purificó el pensamiento griego y lo puso en relación con el Evangelio. Este principio, que afirma en su séptima Carta, también es expresión de un auténtico espíritu de diálogo: no hay que buscar las cosas que separan, sino la verdad en la Verdad misma; esta, después, resplandece, y hace que caigan los errores.

Por tanto, a pesar de que la teología de este autor no es "personal", sino realmente eclesial, podemos situarla en el siglo VI. ¿Por qué? El espíritu griego, que puso al servicio del Evangelio, lo encontró en los libros de Proclo, fallecido en el año 485 en Atenas: este autor pertenecía al platonismo tardío, una corriente de pensamiento que había transformado la filosofía de Platón en una especie de religión, cuya finalidad consistía fundamentalmente en crear una gran apología del politeísmo griego y volver, tras el éxito del cristianismo, a la antigua religión griega. Quería demostrar que, en realidad, las divinidades eran las fuerzas que actuaban en el cosmos. La consecuencia era que debía considerarse más verdadero el politeísmo que el monoteísmo, con un solo Dios creador.

Proclo presentaba un gran sistema cósmico de divinidades, de fuerzas misteriosas, según el cual, en este cosmos deificado, el hombre podía encontrar el acceso a la divinidad. Ahora bien, hacía una distinción entre las sendas de los sencillos —los cuales no eran capaces de elevarse a las cumbres de la verdad, sino que les bastaban ciertos ritos—, y los caminos de los sabios, que por el contrario debían purificarse para llegar a la luz pura.

Como se puede ver, este pensamiento es profundamente anticristiano. Es una reacción tardía contra la victoria del cristianismo. Un uso anticristiano de Platón, mientras ya se realizaba una lectura cristiana del gran filósofo. Es interesante constatar cómo este seudo-Dionisio se atrevió a servirse precisamente de este pensamiento para mostrar la verdad de Cristo; para transformar este universo politeísta en un cosmos creado por Dios, en la armonía del cosmos de Dios, donde todas las fuerzas alaban a Dios, y mostrar esta gran armonía, esta sinfonía del cosmos, que va desde los serafines, los ángeles y los arcángeles, hasta el hombre y todas las criaturas, que juntas reflejan la belleza de Dios y alaban a Dios.

Así transformó la imagen politeísta en un elogio del Creador y de su criatura. De este modo, podemos descubrir las características esenciales de su pensamiento: ante todo, es una alabanza cósmica. Toda la creación habla de Dios, es un elogio de Dios. Siendo la criatura una alabanza de Dios, la teología del seudo-Dionisio se convierte en una teología litúrgica: a Dios se le encuentra sobre todo alabándolo, no sólo reflexionando; y la liturgia no es algo construido por nosotros, algo inventado para hacer una experiencia religiosa durante cierto período de tiempo; consiste en cantar con el coro de las criaturas y entrar en la realidad cósmica misma. Así la liturgia, aparentemente sólo eclesiástica, se ensancha y amplía, nos une en el lenguaje de todas las criaturas. El seudo-Dionisio nos dice: no se puede hablar de Dios de manera abstracta; hablar de Dios es siempre —lo dice con una palabra griega—, «hymnein», cantar himnos para Dios con el gran canto de las criaturas, que se refleja y concreta en la alabanza litúrgica.

Sin embargo, aunque su teología sea cósmica, eclesial y litúrgica, también es profundamente personal. Creó la primera gran teología mística. Más aún, la palabra "mística" adquiere con él un nuevo significado. Hasta esa época para los cristianos esta palabra equivalía a la palabra "sacramental", es decir, lo que pertenece al «mysterion», al sacramento. Con él, la palabra "mística" se hace más personal, más íntima: expresa el camino del alma hacia Dios.

Y, ¿cómo encontrar a Dios? Aquí observamos nuevamente un elemento importante en su diálogo entre la filosofía griega y el cristianismo, en particular, la fe bíblica. Aparentemente lo que dice Platón y lo que dice la gran filosofía sobre Dios es mucho más elevado, mucho más verdadero; la Biblia parece bastante "bárbara", simple, pre-crítica, se diría hoy; pero él constata que precisamente esto es necesario para que de este modo podamos comprender que los conceptos más elevados sobre Dios no llegan nunca hasta su auténtica grandeza; son siempre impropios.

En realidad, estas imágenes nos hacen comprender que Dios está por encima de todos los conceptos; en la sencillez de las imágenes encontramos más verdad que en los grandes conceptos. El rostro de Dios es nuestra incapacidad para expresar realmente lo que él es. De este modo el seudo-Dionisio habla de una "teología negativa". Es más fácil decir lo que no es Dios, que expresar lo que es realmente. Sólo a través de estas imágenes podemos adivinar su verdadero rostro y, por otra parte, este rostro de Dios es muy concreto: es Jesucristo. Y aunque Dionisio, siguiendo a Proclo, nos muestra la armonía de los coros celestiales, de manera que parece que todos dependen de todos, no deja de ser verdad que nuestro camino hacia Dios queda muy lejos de él; el seudo-Dionisio demuestra que, al final, el camino hacia Dios es Dios mismo, el cual se hace cercano a nosotros en Jesucristo.

Así, una teología grande y misteriosa se hace también muy concreta, tanto en la interpretación de la liturgia como en la reflexión sobre Jesucristo: con todo ello, este Dionisio Areopagita ejerció una gran influencia en toda la teología medieval, en toda la teología mística de Oriente y de Occidente. En cierto sentido, en el siglo XIII fue redescubierto sobre todo por san Buenaventura, el gran teólogo franciscano, que en esta teología mística encontró el instrumento conceptual para interpretar la herencia tan sencilla y profunda de san Francisco: el "Poverello", al igual que Dionisio, nos dice en definitiva que el amor ve más que la razón. Donde está la luz del amor, las tinieblas de la razón se disipan; el amor ve, el amor es ojo y la experiencia nos da mucho más que la reflexión.

San Buenaventura vio en san Francisco lo que significa esta experiencia: es la experiencia de un camino muy humilde, muy realista, día tras día; es seguir a Cristo, aceptando su cruz. En esta pobreza y en esta humildad, en la humildad que se vive también en la eclesialidad, se hace una experiencia de Dios más elevada que la que se alcanza a través de la reflexión: en ella, realmente tocamos el corazón de Dios.

Hoy Dionisio Areopagita tiene una nueva actualidad: se presenta como un gran mediador en el diálogo moderno entre el cristianismo y las teologías místicas de Asia, cuya característica consiste en la convicción de que no se puede decir quién es Dios; de él sólo se puede hablar de forma negativa; de Dios sólo se puede hablar con el "no", y sólo es posible llegar a él entrando en esta experiencia del "no". Aquí se ve una cercanía entre el pensamiento del Areopagita y el de las religiones asiáticas; puede ser hoy un mediador, como lo fue entre el espíritu griego y el Evangelio.

De este modo se ve que el diálogo no acepta la superficialidad. Precisamente cuando uno entra en la profundidad del encuentro con Cristo, se abre también un amplio espacio para el diálogo. Cuando uno encuentra la luz de la verdad, se da cuenta de que es una luz para todos; desaparecen las polémicas y resulta posible entenderse unos a otros o al menos hablar unos con otros, acercarse. El camino del diálogo consiste precisamente en estar cerca de Dios en Cristo, en la profundidad del encuentro con él, en la experiencia de la verdad, que nos abre a la luz y nos ayuda a salir al encuentro de los demás: la luz de la verdad, la luz del amor.

En fin de cuentas, nos dice: tomad cada día el camino de la experiencia, de la experiencia humilde de la fe. Entonces, el corazón se hace grande y también puede ver e iluminar a la razón para que vea la belleza de Dios. Pidamos al Señor que nos ayude a poner también hoy al servicio del Evangelio la sabiduría de nuestro tiempo, redescubriendo la belleza de la fe, el encuentro con Dios en Cristo.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los peregrinos y grupos parroquiales venidos de Costa Rica, España, México, Perú y otros países latinoamericanos. Que la visita a las tumbas de los Apóstoles acreciente en vosotros los deseos de conocer más a Cristo y renueve vuestros propósitos de llevar una vida cristiana cada vez más coherente y generosa. Que Dios os bendiga.

(En lengua croata)
Que la cercanía y la paz de Cristo sean seguridad y alegría para vuestra vida.

(En italiano)
La liturgia de hoy recuerda al apóstol san Matías, incluido entre los Doce para dar testimonio de la resurrección del Señor. Que su ejemplo os sostenga, queridos jóvenes, en la constante búsqueda de Cristo; que os anime a vosotros, queridos enfermos, a ofrecer vuestros sufrimientos a fin de que el reino de Dios se difunda en todo el mundo; y que os ayude a vosotros, queridos recién casados, a ser testigos del amor de Cristo en vuestra familia.
* * *


Mi pensamiento va, en este momento, a las poblaciones chinas de Sichuan y de las provincias limítrofes, fuertemente afectadas por el terremoto, que ha causado graves pérdidas de vidas humanas, numerosísimos dispersos y daños incalculables. Os invito a uniros a mí en la ferviente plegaria por todos los que han perdido la vida. Estoy espiritualmente cercano a las personas probadas por tan devastadora calamidad: para ellas imploramos de Dios alivio en el sufrimiento. Que el Señor ayude a todos los que están trabajando para salir al paso de las necesidades inmediatas de socorro.





Miércoles 21 de mayo de 2008: Romano el Meloda

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Queridos hermanos y hermanas:

En la serie de catequesis sobre los Padres de la Iglesia, quiero hablar hoy de una figura poco conocida: Romano el Meloda, que nació en torno al año 490 en Emesa (hoy Homs), en Siria. Teólogo, poeta y compositor, pertenece al gran grupo de teólogos que transformó la teología en poesía. Pensamos en su compatriota, san Efrén de Siria, que vivió doscientos años antes que él. Y pensamos también en teólogos de Occidente, como san Ambrosio, cuyos himnos todavía hoy forman parte de nuestra liturgia y siguen tocando el corazón; o en un teólogo, un pensador muy profundo, como santo Tomás, que nos ha dejado los himnos de la fiesta del Corpus Christi de mañana; pensamos en san Juan de la Cruz y en otros muchos. La fe es amor y por ello crea poesía y crea música. La fe es alegría y por ello crea belleza.

Romano el Meloda es uno de estos, un poeta y compositor teólogo. Aprendió los primeros elementos de la cultura griega y siríaca en su ciudad natal, se trasladó a Berito (Beirut), perfeccionando allí su formación clásica y sus conocimientos retóricos. Ordenado diácono permanente (en torno al año 515), fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después se fue a Constantinopla, hacia fines del reino de Anastasio I (alrededor del año 518), y allí se estableció en el monasterio anexo a la iglesia de la Theotókos, Madre de Dios.

Allí tuvo lugar un episodio clave en su vida: el Sinaxario nos informa sobre la aparición de la Madre de Dios en sueños y sobre el don del carisma poético. En efecto, María le pidió que se tragara una hoja enrollada. Al despertar, a la mañana siguiente -era la fiesta de la Navidad-, Romano se puso a declamar desde el ambón: "Hoy la Virgen da a luz al Trascendente" (Himno sobre la Navidad I, Proemio). De este modo, se convirtió en predicador-cantor hasta su muerte (acontecida después del año 555).

Romano ha pasado a la historia como uno de los más representativos autores de himnos litúrgicos. Para los fieles, la homilía era entonces prácticamente la única oportunidad de enseñanza catequética. Así, Romano se presenta como un testigo eminente del sentimiento religioso de su época y también de un modo vivo y original de catequesis. A través de sus composiciones podemos darnos cuenta de la creatividad de esta forma de catequesis, de la creatividad del pensamiento teológico, de la estética y de la himnografía sagrada de aquella época.

El lugar en el que Romano predicaba era un santuario de las afueras de Constantinopla: subía al ambón, colocado en el centro de la iglesia, y se dirigía a la comunidad recurriendo a una escenografía bastante compleja: montaba representaciones en las paredes o ponía iconos sobre el ambón y también utilizaba el recurso del diálogo. Pronunciaba homilías métricas cantadas, llamadas kontákia. Al parecer, el término kontákion, "pequeña vara", hace referencia al pequeño palo redondo en torno al cual se envolvía el rollo de un manuscrito litúrgico o de otro tipo. Los kontákia que se han conservado con el nombre de Romano son ochenta y nueve, pero la tradición le atribuye mil.

En Romano, cada kontákion se compone de estrofas, por lo general de dieciocho a veinticuatro, con el mismo número de sílabas, estructuradas según el modelo de la primera estrofa (irmo); también los acentos rítmicos de los versos de todas las estrofas siguen el modelo del irmo. Cada estrofa concluye con un estribillo (efimnio), por lo general idéntico, para crear la unidad poética. Además, las iniciales de cada estrofa indican el nombre del autor (acróstico), precedido frecuentemente por el adjetivo "humilde". El himno se concluye con una oración que hace referencia a los hechos celebrados o evocados. Al terminar la lectura bíblica, Romano cantaba el Proemio, casi siempre en forma de oración o súplica. Así anunciaba el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se debía repetir en coro al final de cada estrofa, declamada por él rítmicamente en voz alta.

Un ejemplo significativo es el kontákion con motivo del Viernes de Pasión: se trata de un diálogo entre María y su Hijo, que tiene lugar en el camino de la cruz. María dice: "¿A dónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida? / Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado, / y nunca habría podido imaginar que llegarían a este grado de locura los impíos, / poniéndote las manos encima contra toda justicia". Jesús responde: "¿Por qué lloras, Madre mía? (...). ¿No debería padecer? ¿No debería morir? / Entonces, ¿cómo podría salvar a Adán?". El Hijo de María consuela a su Madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación: "Depón, por tanto, Madre; depón tu dolor: / no está bien que gimas, pues fuiste llamada "llena de gracia"" (María al pie de la cruz, 1-2; 4-5).

Asimismo, en el himno sobre el sacrificio de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice: "Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras, / al conocer tu voluntad, me dirá: / "Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado? / (...) Tú, oh anciano, déjame a mi hijo, / y cuando lo quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí"" (El sacrificio de Abraham, 7).

Romano no usa el griego bizantino solemne de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quiero citar un ejemplo del modo vivo y muy personal como habla del Señor Jesús: lo llama "fuente que no quema y luz contra las tinieblas", y dice: "Yo me atrevo a tenerte en mis manos como una lámpara, / pues quien lleva un candil entre los hombres es iluminado sin quemarse. / Ilumíname, por tanto, tú que eres Luz inextinguible" (La Presentación o Fiesta del encuentro, 8). La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia que existía entre sus palabras y su vida. En una oración dice: "Haz clara mi lengua, Salvador mío, abre mi boca / y, después de llenarla, traspasa mi corazón para que mi actuar / sea coherente con mis palabras" (Misión de los Apóstoles, 2).

Examinemos ahora algunos de sus temas principales. Un tema fundamental de su predicación es la unidad de la acción de Dios en la historia, la unidad entre la creación y la historia de la salvación, la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Otro tema importante es la pneumatología, es decir, la doctrina sobre el Espíritu Santo. En la fiesta de Pentecostés subraya la continuidad que existe entre Cristo, que ha ascendido al cielo, y los Apóstoles, es decir, la Iglesia, y exalta su acción misionera en el mundo: "Con la fuerza divina han conquistado a todos los hombres; / han tomado la cruz de Cristo como una pluma, / han utilizado las palabras como redes y con ellas han pescado al mundo, / han usado el Verbo como anzuelo agudo; / para ellos ha servido de cebo / la carne del Soberano del universo" (Pentecostés, 2; 18).

Naturalmente, otro tema central es la cristología. No entra en el problema de los conceptos difíciles de la teología, tan debatidos en aquel tiempo, y que rasgaron la unidad, no sólo entre los teólogos, sino también entre los cristianos en la Iglesia. Predica una cristología sencilla, pero fundamental: la cristología de los grandes Concilios. Pero sobre todo está cerca de la piedad popular —de hecho, los conceptos de los Concilios han surgido de la piedad popular y del conocimiento del corazón cristiano—; así, Romano subraya que Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y al ser verdadero hombre-Dios es una sola persona, la síntesis entre creación y Creador: en sus palabras humanas escuchamos la voz del Verbo mismo de Dios. "Cristo era hombre —dice—, pero también Dios; / sin embargo, no estaba dividido en dos: es Uno, hijo de un Padre que es Uno solo" (La Pasión, 19).

Por lo que se refiere a la mariología, agradecido a la Virgen por el don del carisma poético, Romano la recuerda al final de casi todos los himnos y le dedica sus kontákia más hermosos: Natividad, Anunciación, Maternidad divina, Nueva Eva.

Por último, las enseñanzas morales están relacionadas con el juicio final (cf. Las diez vírgenes [II]). Nos lleva hacia ese momento de la verdad de nuestra vida, la comparecencia ante el Juez justo, y por ello exhorta a la conversión haciendo penitencia y ayuno. De modo positivo, el cristiano debe practicar la caridad, la limosna. En dos himnos, Las Bodas de Caná y Las diez vírgenes, pone de relieve el primado de la caridad sobre la continencia. La caridad es la más grande de las virtudes: "Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta, / pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto. / Las otras brillaron con las lámparas del amor a la humanidad, / por eso las invitó el esposo" (Las diez vírgenes, 1).

Los cantos de Romano el Meloda están impregnados de humanidad palpitante, de ardor de fe y de profunda humildad. Este gran poeta y compositor nos recuerda todo el tesoro de la cultura cristiana, nacida de la fe, nacida del corazón que se ha encontrado con Cristo, con el Hijo de Dios. De este contacto del corazón con la Verdad, que es Amor, ha nacido la cultura, toda la gran cultura cristiana. Y si la fe sigue viva, esta herencia cultural no muere, sino que sigue viva y presente. Los iconos siguen hablando hoy al corazón de los creyentes; no son cosas del pasado. Las catedrales no son monumentos medievales, sino casas de vida, donde nos sentimos "en casa": en ellas encontramos a Dios y nos encontramos los unos con los otros. Tampoco la gran música —el canto gregoriano, o Bach o Mozart— es algo del pasado, sino que vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe.

Si la fe es viva, la cultura cristiana no se convierte en algo "pasado", sino que sigue viva y presente. Y si la fe es viva, también hoy podemos responder al imperativo que siempre se repite en los Salmos: "Cantad al Señor un cántico nuevo".

Creatividad, innovación, cántico nuevo, cultura nueva y presencia de toda la herencia cultural en la vitalidad de la fe no se excluyen, sino que son una sola realidad: son presencia de la belleza de Dios y de la alegría de ser hijos suyos.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a la peregrinación diocesana de Mondoñedo-Ferrol, con su obispo, y a las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación, así como a los grupos de España, Venezuela, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a inspirarse en Romano el Meloda para impulsar la comunicación de la fe precisamente en nuestra civilización de la imagen. Muchas gracias por vuestra visita.

(A los estudiantes de la capellanía universitaria de la Colegiata de Santa Ana de Cracovia)
Gracias a vuestra ayuda hace dos años pude encontrarme con la juventud polaca en el parque Blonie de Cracovia. Conservo en el corazón el grato recuerdo de aquel encuentro. Mañana se celebra la solemnidad del Corpus Christi. Que el Señor Jesús, presente en la Eucaristía, os bendiga a todos.

(En eslovaco)
Que la Virgen os acompañe en la búsqueda de la verdadera paz.

(En italiano)

Me dirijo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, deseándoos a cada uno que sirváis siempre a Dios con alegría y que améis al prójimo con espíritu evangélico.

Deseo recordar que mañana, solemnidad del Corpus Christi, a las 19.00 horas, en el atrio de la basílica de San Juan de Letrán presidiré la misa, a la que seguirá la tradicional procesión hasta Santa María la Mayor. Invito a todos a participar en esta solemne celebración, para manifestar juntos la fe en Cristo, presente en la Eucaristía.





Audiencias 2005-2013 7058