Audiencias 2005-2013 10098

Miércoles 10 de septiembre de 2008: La concepción paulina del apostolado

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Queridos hermanos y hermanas:

El miércoles pasado hablé del gran viraje que se produjo en la vida de san Pablo tras su encuentro con Cristo resucitado. Jesús entró en su vida y lo convirtió de perseguidor en apóstol. Ese encuentro marcó el inicio de su misión: san Pablo no podía seguir viviendo como antes; desde entonces era consciente de que el Señor le había dado el encargo de anunciar su Evangelio en calidad de apóstol. Hoy quiero hablaros precisamente de esa nueva condición de vida de san Pablo, es decir, de su ser apóstol de Cristo.

Normalmente, siguiendo a los Evangelios, identificamos a los Doce con el título de Apóstoles, para indicar a aquellos que eran compañeros de vida y oyentes de las enseñanzas de Jesús. Pero también san Pablo se siente verdadero apóstol y, por tanto, parece claro que el concepto paulino de apostolado no se restringe al grupo de los Doce. Obviamente, san Pablo sabe distinguir su caso personal del de "los apóstoles anteriores" a él (
Ga 1,17): a ellos les reconoce un lugar totalmente especial en la vida de la Iglesia. Sin embargo, como todos saben, también san Pablo se considera a sí mismo como apóstol en sentido estricto. Es un hecho que, en el tiempo de los orígenes cristianos, nadie recorrió tantos kilómetros como él, por tierra y por mar, con la única finalidad de anunciar el Evangelio.

Por tanto, san Pablo tenía un concepto de apostolado que rebasaba el vinculado sólo al grupo de los Doce y transmitido sobre todo por san Lucas en los Hechos de los Apóstoles (cf. Ac 1,2 Ac 1,26 Ac 6,2). En efecto, en la primera carta a los Corintios hace una clara distinción entre "los Doce" y "todos los apóstoles", mencionados como dos grupos distintos de beneficiarios de las apariciones del Resucitado (cf. 1Co 15,5 1Co 15,7). En ese mismo texto él se llama a sí mismo humildemente "el último de los apóstoles", comparándose incluso con un aborto y afirmando textualmente: "Indigno del nombre de apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo" (1Co 15,9-10).

La metáfora del aborto expresa una humildad extrema; se la vuelve a encontrar también en la carta a los Romanos de san Ignacio de Antioquía: "Soy el último de todos, soy un aborto; pero me será concedido ser algo, si alcanzo a Dios" (9, 2). Lo que el obispo de Antioquía dirá en relación con su inminente martirio, previendo que cambiaría completamente su condición de indignidad, san Pablo lo dice en relación con su propio compromiso apostólico: en él se manifiesta la fecundidad de la gracia de Dios, que sabe transformar un hombre cualquiera en un apóstol espléndido. De perseguidor a fundador de Iglesias: esto hizo Dios en uno que, desde el punto de vista evangélico, habría podido considerarse un desecho.

¿Qué es, por tanto, según la concepción de san Pablo, lo que los convierte a él y a los demás en apóstoles? En sus cartas aparecen tres características principales que constituyen al apóstol. La primera es "haber visto al Señor" (cf. 1Co 9,1), es decir, haber tenido con él un encuentro decisivo para la propia vida. Análogamente, en la carta a los Gálatas (cf. Ga 1,15-16), dirá que fue llamado, casi seleccionado, por gracia de Dios con la revelación de su Hijo con vistas al alegre anuncio a los paganos. En definitiva, es el Señor el que constituye a uno en apóstol, no la propia presunción. El apóstol no se hace a sí mismo; es el Señor quien lo hace; por tanto, necesita referirse constantemente al Señor. San Pablo dice claramente que es "apóstol por vocación" (Rm 1,1), es decir, "no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre" (Ga 1,1). Esta es la primera característica: haber visto al Señor, haber sido llamado por él.

La segunda característica es "haber sido enviado". El término griego apóstolos significa precisamente "enviado, mandado", es decir, embajador y portador de un mensaje. Por consiguiente, debe actuar como encargado y representante de quien lo ha mandado. Por eso san Pablo se define "apóstol de Jesucristo" (1Co 1,1 2Co 1,1), o sea, delegado suyo, puesto totalmente a su servicio, hasta el punto de llamarse también "siervo de Jesucristo" (Rm 1,1). Una vez más destaca inmediatamente la idea de una iniciativa ajena, la de Dios en Jesucristo, a la que se está plenamente obligado; pero sobre todo se subraya el hecho de que se ha recibido una misión que cumplir en su nombre, poniendo absolutamente en segundo plano cualquier interés personal.

El tercer requisito es el ejercicio del "anuncio del Evangelio", con la consiguiente fundación de Iglesias. Por tanto, el título de "apóstol" no es y no puede ser honorífico; compromete concreta y dramáticamente toda la existencia de la persona que lo lleva. En la primera carta a los Corintios, san Pablo exclama: "¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?" (1Co 9,1). Análogamente, en la segunda carta a los Corintios afirma: "Vosotros sois nuestra carta (...), una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo" (2Co 3,2-3).

No sorprende, por consiguiente, que san Juan Crisóstomo hable de san Pablo como de "un alma de diamante" (Panegíricos, 1, 8), y siga diciendo: "Del mismo modo que el fuego, aplicándose a materiales distintos, se refuerza aún más..., así la palabra de san Pablo ganaba para su causa a todos aquellos con los que entraba en relación; y aquellos que le hacían la guerra, conquistados por sus discursos, se convertían en alimento para este fuego espiritual" (ib., 7, 11). Esto explica por qué san Pablo define a los apóstoles como "colaboradores de Dios" (1Co 3,9 2Co 6,1), cuya gracia actúa con ellos.

Un elemento típico del verdadero apóstol, claramente destacado por san Pablo, es una especie de identificación entre Evangelio y evangelizador, ambos destinados a la misma suerte. De hecho, nadie ha puesto de relieve mejor que san Pablo cómo el anuncio de la cruz de Cristo se presenta como "escándalo y necedad" (1Co 1,23), y muchos reaccionan ante él con incomprensión y rechazo. Eso sucedía en aquel tiempo, y no debe extrañar que suceda también hoy.

Así pues, en esta situación, de aparecer como "escándalo y necedad", participa también el apóstol y san Pablo lo sabe: es la experiencia de su vida. A los Corintios les escribe, con cierta ironía: "Pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Nosotros, necios por seguir a Cristo; vosotros, sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas vosotros, fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros, despreciados. Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados, y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos" (1Co 4,9-13). Es un autorretrato de la vida apostólica de san Pablo: en todos estos sufrimientos prevalece la alegría de ser portador de la bendición de Dios y de la gracia del Evangelio.

Por otro lado, san Pablo comparte con la filosofía estoica de su tiempo la idea de una tenaz constancia en todas las dificultades que se le presentan, pero él supera la perspectiva meramente humanística, basándose en el componente del amor a Dios y a Cristo: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Como dice la Escritura: "Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero". Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8,35-39). Esta es la certeza, la alegría profunda que guía al apóstol san Pablo en todas estas vicisitudes: nada puede separarnos del amor de Dios. Y este amor es la verdadera riqueza de la vida humana.

Como se ve, san Pablo se había entregado al Evangelio con toda su existencia; podríamos decir las veinticuatro horas del día. Y cumplía su ministerio con fidelidad y con alegría, "para salvar a toda costa a alguno" (1Co 9,22). Y con respecto a las Iglesias, aun sabiendo que tenía con ellas una relación de paternidad (cf. 1Co 4,15), e incluso de maternidad (cf. Ga 4,19), asumía una actitud de completo servicio, declarando admirablemente: "No es que pretendamos dominar sobre vuestra fe, sino que contribuimos a vuestro gozo" (2Co 1,24). La misión de todos los apóstoles de Cristo, en todos los tiempos, consiste en ser colaboradores de la verdadera alegría.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular, a los "Pueri cantores" de la escolanía de la catedral de Burgos, a los Amigos del Hogar de Minusválidos, de La Guardia, a los fieles de la parroquia de Santa María de Mataró y a los miembros del colegio San Francisco de Asís, de Santiago de Chile. Que Dios os bendiga.

(A los fieles polacos)
Que la celebración del aniversario de las apariciones de la Virgen de Lourdes recuerde una vez más a Europa y al mundo entero su llamada a la oración, a la penitencia y a la conversión.

(En italiano)
Me dirijo finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Anteayer celebramos la fiesta litúrgica de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María y dentro de algunos días celebraremos la memoria litúrgica del Nombre de María. El concilio Vaticano II dice que la Virgen nos precede en el camino de la fe porque "creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor" (Lc 1,45).

Para vosotros, jóvenes, pido a la Virgen santísima el don de una fe cada vez más madura; para vosotros, enfermos, una fe cada vez más fuerte; y para vosotros, recién casados, una fe cada vez más profunda.
* * *


Queridos hermanos y hermanas, el viernes próximo emprenderé mi primer viaje pastoral a Francia como Sucesor de Pedro. En la víspera de mi llegada, deseo dirigir mi cordial saludo al pueblo francés y a todos los habitantes de esa querida nación. Voy a vosotros como mensajero de paz y de fraternidad. Vuestro país no me es desconocido. En varias ocasiones he tenido la alegría de ir allí y de apreciar su generosa tradición de acogida y tolerancia, así como la solidez de su fe cristiana y su elevada cultura humana y espiritual. Esta vez, la ocasión de mi visita es la celebración del 150° aniversario de las apariciones de la Virgen María en Lourdes. Después de visitar París, la capital de vuestra nación, será una gran alegría para mí unirme a la multitud de peregrinos que siguen las etapas del camino del jubileo, tras santa Bernardita, hasta la gruta de Massabielle. Mi oración se hará intensa a los pies de Nuestra Señora por las intenciones de toda la Iglesia, especialmente por los enfermos, por las personas más marginadas, pero también por la paz en el mundo. Que María sea para todos vosotros, en particular para los jóvenes, la Madre siempre disponible a las necesidades de sus hijos, una luz de esperanza que ilumine y guíe vuestro camino. Queridos amigos de Francia, os invito a uniros a mi oración para que este viaje dé frutos abundantes. En la espera feliz de estar próximamente entre vosotros, invoco sobre cada uno, sobre vuestras familias y sobre vuestras comunidades la protección materna de la Virgen María, Nuestra Señora de Lourdes. ¡Que Dios os bendiga!



Miércoles 17 de septiembre de 2008: Viaje apostólico a Francia

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Queridos hermanos y hermanas:

El encuentro de hoy me brinda la oportunidad de repasar los diversos momentos de la visita pastoral que realicé en los días pasados a Francia; visita que culminó con la peregrinación a Lourdes, con ocasión del 150° aniversario de las apariciones de la Virgen a santa Bernardita. A la vez que doy fervientes gracias al Señor que me concedió esta posibilidad tan providencial, expreso nuevamente mi más vivo agradecimiento al arzobispo de París, al obispo de Tarbes y Lourdes, a sus respectivos colaboradores y a todos aquellos que de diversas formas cooperaron al éxito de mi peregrinación. También doy cordialmente las gracias al presidente de la República y a las demás autoridades que me acogieron con tanta cortesía.

La visita comenzó en París, donde me encontré idealmente con todo el pueblo francés, rindiendo homenaje así a una amada nación en la que la Iglesia, ya desde el siglo II, ha desarrollado un papel civilizador fundamental. Es interesante que, precisamente en este contexto, haya madurado la exigencia de una sana distinción entre la esfera política y la religiosa, según el célebre dicho de Jesús: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (
Mc 12,17). Si en las monedas romanas estaba impresa la imagen del César y por eso a él se le debían dar, en el corazón del hombre está la huella del Creador, único Señor de nuestra vida. Por tanto, la auténtica laicidad no es prescindir de la dimensión espiritual, sino reconocer que precisamente esta dimensión, radicalmente, es garante de nuestra libertad y de la autonomía de las realidades terrenas, gracias a los dictados de la Sabiduría creadora que la conciencia humana sabe acoger y realizar.

En esta perspectiva se sitúa la amplia reflexión sobre el tema: "Los orígenes de la teología occidental y las raíces de la cultura europea", que desarrollé en el encuentro con el mundo de la cultura, en un lugar elegido por su valor simbólico. Se trata del Collège des Bernardins, que el recordado cardenal Jean-Marie Lustiger quiso revalorizar como centro de diálogo cultural, un edificio del siglo XII, construido por los cistercienses, donde han estudiado los jóvenes. Por tanto, allí se halla presente esta teología monástica que ha originado nuestra cultura occidental.

El punto de partida de mi discurso fue una reflexión sobre el monaquismo, cuya finalidad era buscar a Dios, quaerere Deum. En la época de crisis profunda de la civilización antigua, los monjes, orientados por la luz de la fe, eligieron el camino real: el camino de la escucha de la Palabra de Dios. Así pues, ellos fueron los grandes cultivadores de la sagrada Escritura, y los monasterios se convirtieron en escuelas de sabiduría y escuelas "dominici servitii", "del servicio del Señor", como los llamaba san Benito. Así, la búsqueda de Dios llevaba a los monjes, por su naturaleza, a una cultura de la palabra. Quaerere Deum, buscar a Dios: lo buscaban a la luz de su Palabra y, por tanto, debían conocer cada vez más profundamente esta Palabra. Era necesario penetrar en el secreto de la lengua, comprenderla en su estructura. Para buscar a Dios, que se nos ha revelado en la sagrada Escritura, eran muy importantes las ciencias profanas, que ayudan a profundizar en los secretos de las lenguas. En consecuencia, se desarrollaba en los monasterios la eruditio que permitiría la formación de la cultura. Precisamente por esto, quaerere Deum, buscar a Dios, estar en camino hacia Dios, sigue siendo hoy como ayer el camino real y el fundamento de toda verdadera cultura.

También la arquitectura es expresión artística de la búsqueda de Dios y no cabe duda de que la catedral de Notre Dame en París constituye un ejemplo de valor universal. Dentro de ese magnífico templo, donde tuve la alegría de presidir la celebración de las Vísperas de la Bienaventurada Virgen María, exhorté a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los seminaristas, provenientes de todas partes de Francia, a dar prioridad a la escucha religiosa de la Palabra divina, mirando a la Virgen María como modelo sublime.

En el atrio de Notre Dame saludé después a los jóvenes, que habían acudido en gran número y con gran entusiasmo. A ellos, que estaban a punto de comenzar una larga vigilia de oración, les entregué dos tesoros de la fe cristiana: el Espíritu Santo y la cruz. El Espíritu abre la inteligencia humana a horizontes que la superan y le hace comprender la belleza y la verdad del amor de Dios revelado precisamente en la cruz. Un amor del que nada podrá separarnos jamás, y que se experimenta entregando la propia vida a ejemplo de Cristo.

Después hice una breve visita al Instituto de Francia, sede de las cinco Academias nacionales: al ser yo miembro de una de las Academias, vi con gran alegría a mis colegas. Después, mi visita culminó con la celebración eucarística en la explanada de los Inválidos. Haciéndome eco de las palabras del apóstol san Pablo a los Corintios, invité a los fieles de París y de toda Francia a buscar al Dios vivo, que nos ha mostrado su verdadero rostro en Jesús presente en la Eucaristía, impulsándonos a amar a nuestros hermanos como él nos ha amado a nosotros.

Luego me dirigí a Lourdes, donde inmediatamente me uní a miles de fieles en el "Camino del Jubileo", que recorre los lugares de la vida de santa Bernardita: la iglesia parroquial con la pila bautismal donde fue bautizada; el "Cachot" donde vivió de niña en gran pobreza; la gruta de Massabielle, donde la Virgen se le apareció dieciocho veces. Por la tarde participé en la tradicional procesión de las antorchas, estupenda manifestación de fe en Dios y de devoción a su Madre y nuestra Madre. Lourdes es verdaderamente un lugar de luz, de oración, de esperanza y de conversión, fundadas sobre la roca del amor de Dios, que tuvo su revelación culminante en la cruz gloriosa de Cristo.

Por una feliz coincidencia, el domingo pasado la liturgia conmemoraba la Exaltación de la Santa Cruz, signo de esperanza por excelencia, porque es el testimonio supremo del amor. En Lourdes, en la escuela de María, primera y perfecta discípula de Cristo crucificado, los peregrinos aprenden a considerar las cruces de su propia vida a la luz de la cruz gloriosa de Cristo. Al aparecerse a Bernardita, en la gruta de Massabielle, el primer gesto que hizo María fue precisamente la señal de la cruz, en silencio y sin palabras. Y Bernardita la imitó haciendo a su vez la señal de la cruz, aunque temblándole la mano. Así la Virgen dio una primera iniciación en la esencia del cristianismo: la señal de la cruz es la síntesis de nuestra fe y, haciéndola con corazón atento, entramos en el misterio pleno de nuestra salvación. En ese gesto de la Virgen se encierra todo el mensaje de Lourdes. Dios nos ha amado tanto que se ha entregado a sí mismo por nosotros: este es el mensaje de la cruz, "misterio de muerte y de gloria". La cruz nos recuerda que no existe verdadero amor sin sufrimiento, que no se puede dar la vida sin dolor. Muchos aprenden esta verdad en Lourdes, que es una escuela de fe y de esperanza, porque es también escuela de caridad y de servicio a los hermanos. En este contexto de fe y de oración se celebró el importante encuentro con el Episcopado francés: fue un momento de intensa comunión espiritual, en el que encomendamos juntos a la Virgen las esperanzas y las preocupaciones pastorales comunes.

La etapa sucesiva fue la procesión eucarística con miles de fieles, entre los cuales, como siempre, había muchos enfermos. Ante el santísimo Sacramento, nuestra comunión espiritual con María se hizo aún más intensa y profunda, porque ella nos da ojos y corazón capaces de contemplar a su Hijo divino en la sagrada Eucaristía. Era conmovedor el silencio de esas miles de personas ante el Señor; no un silencio vacío, sino lleno de oración y de conciencia de la presencia del Señor, que nos amó hasta subir a la cruz por nosotros.

Por último, la jornada del lunes 15 de septiembre, memoria litúrgica de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, estuvo dedicada de forma especial a los enfermos. Tras una breve visita a la capilla del Hospital, donde Bernardita recibió la primera Comunión, en el atrio de la basílica del Rosario presidí la celebración de la santa misa, durante la cual administré el sacramento de la Unción de los enfermos. Con los enfermos y con cuantos los atienden, quise meditar sobre las lágrimas de María derramadas al pie de la cruz, y sobre su sonrisa, que ilumina la mañana de Pascua.

Queridos hermanos y hermanas, juntos demos gracias al Señor por este viaje apostólico lleno de tantos dones espirituales. Particularmente, alabémoslo porque María, al aparecerse a santa Bernardita, abrió en el mundo un espacio privilegiado para encontrar el amor divino que cura y salva. En Lourdes, la Virgen santísima invita a todos a considerar la tierra como lugar de nuestra peregrinación hacia la patria definitiva, que es el cielo. En realidad, todos somos peregrinos, tenemos necesidad de la Madre que nos guía; y, en Lourdes, su sonrisa nos invita a seguir adelante con gran confianza, conscientes de que Dios es bueno, de que Dios es amor.

Saludos

:Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, al capítulo de Caballeros del Corpus Christi, de Toledo, a los seminaristas de El Salvador y a los estudiantes de Salta. Saludo también a los peregrinos y grupos parroquiales venidos de Costa Rica, España, México, Paraguay, y de otros países latinoamericanos. Os invito a acudir con fe y devoción a la Virgen María para que ella os enseñe en vuestra vida a ser expresión de caridad y de servicio a los hermanos, siguiendo el ejemplo de Cristo en la cruz. Que Dios os bendiga.

Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, que la amistad con Jesús sea para vosotros fuente de gozo y motivo inspirador de todas vuestras opciones. Queridos enfermos, sacad de la oración consuelo y serenidad en los momentos de sufrimiento y de prueba. Queridos recién casados, que el contacto constante con el Señor os sirva de estímulo para corresponder a vuestra vocación familiar.



Miércoles 24 de septiembre de 2008: San Pablo y los Apóstoles

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero hablar sobre la relación entre san Pablo y los Apóstoles que lo habían precedido en el seguimiento de Jesús. Estas relaciones estuvieron siempre marcadas por un profundo respeto y por la franqueza que en san Pablo derivaba de la defensa de la verdad del Evangelio. Aunque era prácticamente contemporáneo de Jesús de Nazaret, nunca tuvo la oportunidad de encontrarse con él durante su vida pública. Por eso, tras quedar deslumbrado en el camino de Damasco, sintió la necesidad de consultar a los primeros discípulos del Maestro, que él había elegido para que llevaran su Evangelio hasta los confines del mundo.

En la carta a los Gálatas san Pablo elabora un importante informe sobre los contactos mantenidos con algunos de los Doce: ante todo con Pedro, que había sido elegido como Kephas, palabra aramea que significa roca, sobre la que se estaba edificando la Iglesia (cf.
Ga 1,18); con Santiago, "el hermano del Señor" (cf. Ga 1,19); y con Juan (cf. Ga 2,9): san Pablo no duda en reconocerlos como "las columnas" de la Iglesia. Particularmente significativo es el encuentro con Cefas (Pedro), que tuvo lugar en Jerusalén: san Pablo se quedó con él 15 días para "consultarlo" (cf. Ga 1,19), es decir, para informarse sobre la vida terrena del Resucitado, que lo había "atrapado" en el camino de Damasco y le estaba cambiando la vida de modo radical: de perseguidor de la Iglesia de Dios se había transformado en evangelizador de la fe en el Mesías crucificado e Hijo de Dios que en el pasado había intentado destruir (cf. Ga 1,23).

¿Qué tipo de información sobre Jesucristo obtuvo san Pablo en los tres años sucesivos al encuentro de Damasco? En la primera carta a los Corintios podemos encontrar dos pasajes que san Pablo había conocido en Jerusalén y que ya habían sido formulados como elementos centrales de la tradición cristiana, una tradición constitutiva. Él los transmite verbalmente tal como los había recibido, con una fórmula muy solemne: "Os transmito lo que a mi vez recibí". Insiste, por tanto, en la fidelidad a cuanto él mismo había recibido y que transmite fielmente a los nuevos cristianos. Son elementos constitutivos y conciernen a la Eucaristía y a la Resurrección; se trata de textos ya formulados en los años treinta. Así llegamos a la muerte, sepultura en el seno de la tierra y a la resurrección de Jesús (cf. 1Co 15,3-4).

Tomemos ambos textos: las palabras de Jesús en la última Cena (cf. 1Co 11,23-25) son realmente para san Pablo centro de la vida de la Iglesia: la Iglesia se edifica a partir de este centro, llegando a ser así ella misma. Además de este centro eucarístico, del que vuelve a nacer siempre la Iglesia —también para toda la teología de san Pablo, para todo su pensamiento—, estas palabras tuvieron un notable impacto sobre la relación personal de san Pablo con Jesús. Por una parte, atestiguan que la Eucaristía ilumina la maldición de la cruz, convirtiéndola en bendición (cf. Ga 3,13-14); y por otra, explican el alcance de la misma muerte y resurrección de Jesús. En sus cartas el "por vosotros" de la institución se convierte en "por mí" (Ga 2,20) —personalizando, sabiendo que en ese "vosotros" él mismo era conocido y amado por Jesús— y, por otra parte, en "por todos" (2Co 5,14); este "por vosotros" se convierte en "por mí" y "por la Iglesia" (Ep 5,25), es decir, también "por todos" del sacrificio expiatorio de la cruz (cf. Rm 3,25). Por la Eucaristía y en la Eucaristía la Iglesia se edifica y se reconoce como "Cuerpo de Cristo" (1Co 12,27), alimentado cada día por la fuerza del Espíritu del Resucitado.

El otro texto, sobre la Resurrección, nos transmite de nuevo la misma fórmula de fidelidad. San Pablo escribe: "Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce" (1Co 15,3-5). También en esta tradición transmitida a san Pablo vuelve a aparecer la expresión "por nuestros pecados", que subraya la entrega de Jesús al Padre para liberarnos del pecado y de la muerte. De esta entrega san Pablo saca las expresiones más conmovedoras y fascinantes de nuestra relación con Cristo: "A quien no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5,21); "Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2Co 8,9). Vale la pena recordar el comentario con el que Martín Lutero, entonces monje agustino, acompañaba estas expresiones paradójicas de san Pablo: "Este es el grandioso misterio de la gracia divina hacia los pecadores: por un admirable intercambio, nuestros pecados ya no son nuestros, sino de Cristo; y la justicia de Cristo ya no es de Cristo, sino nuestra" (Comentario a los Salmos de 1513-1515). Y así somos salvados.

En el kerygma (anuncio) original, transmitido de boca a boca, merece señalarse el uso del verbo "ha resucitado", en lugar de "fue resucitado", que habría sido más lógico utilizar, en continuidad con el "murió" y "fue sepultado". La forma verbal "ha resucitado" se eligió para subrayar que la resurrección de Cristo influye hasta el presente de la existencia de los creyentes: podemos traducirlo por "ha resucitado y sigue vivo" en la Eucaristía y en la Iglesia. Así todas las Escrituras dan testimonio de la muerte y la resurrección de Cristo, porque —como escribió Hugo de San Víctor— "toda la divina Escritura constituye un único libro, y este único libro es Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo y tiene en Cristo su cumplimiento" (De arca Noe, 2, 8). Si san Ambrosio de Milán pudo decir que "en la Escritura leemos a Cristo", es porque la Iglesia de los orígenes leyó todas las Escrituras de Israel partiendo de Cristo y volviendo a él.

La enumeración de las apariciones del Resucitado a Cefas, a los Doce, a más de quinientos hermanos, y a Santiago se cierra con la referencia a la aparición personal que recibió san Pablo en el camino de Damasco: "Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo" (1Co 15,8). Dado que él había perseguido a la Iglesia de Dios, en esta confesión expresa su indignidad de ser considerado apóstol al mismo nivel que los que le han precedido: pero la gracia de Dios no fue estéril en él (cf. 1Co 15,10). Por tanto, la actuación prepotente de la gracia divina une a san Pablo con los primeros testigos de la resurrección de Cristo: "Tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (1Co 15,11). Es importante la identidad y la unicidad del anuncio del Evangelio: tanto ellos como yo predicamos la misma fe, el mismo Evangelio de Jesucristo muerto y resucitado, que se entrega en la santísima Eucaristía.

La importancia que san Pablo confiere a la Tradición viva de la Iglesia, que transmite a sus comunidades, demuestra cuán equivocada es la idea de quienes afirman que fue san Pablo quien inventó el cristianismo: antes de proclamar el evangelio de Jesucristo, su Señor, se encontró con él en el camino de Damasco y lo frecuentó en la Iglesia, observando su vida en los Doce y en aquellos que lo habían seguido por los caminos de Galilea. En las próximas catequesis tendremos la oportunidad de profundizar en las contribuciones que san Pablo dio a la Iglesia de los orígenes; pero la misión que recibió del Resucitado en orden a la evangelización de los gentiles necesita ser confirmada y garantizada por aquellos que le dieron a él y a Bernabé la mano derecha como señal de aprobación de su apostolado y de su evangelización, así como de acogida en la única comunión de la Iglesia de Cristo (cf. Ga 2,9).

Se comprende entonces que la expresión: "Si conocimos a Cristo según la carne" (2Co 5,16) no significa que su existencia terrena tenga poca importancia para nuestra maduración en la fe, sino que desde el momento de la Resurrección cambia nuestra forma de relacionarnos con él. Él es, al mismo tiempo, el Hijo de Dios, "nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos", como recuerda san Pablo al principio de la carta a los Romanos (Rm 1,3-4).

Cuanto más tratamos de seguir las huellas de Jesús de Nazaret por los caminos de Galilea, tanto más podemos comprender que él asumió nuestra humanidad, compartiéndola en todo, excepto en el pecado. Nuestra fe no nace de un mito ni de una idea, sino del encuentro con el Resucitado, en la vida de la Iglesia.

Saludos

Saludo a los peregrinos y visitantes de España y Latinoamérica, en particular a los sacerdotes de San Juan de Puerto Rico, con el cardenal Luis Aponte y el arzobispo metropolitano Roberto González, así como a los alumnos del Colegio sacerdotal argentino en Roma, a los venidos de Paraná, con su arzobispo, mons. Mario Maulión y a los demás grupos de Puerto Rico, México, Panamá, El Salvador, Venezuela, Argentina y otros países latinoamericanos. Muchas gracias por vuestra visita.

(En portugués)

Aquí, en Roma, los apóstoles san Pedro y san Pablo derramaron su sangre, confesando su fe en el Señor Jesús. Las generaciones recogieron y transmitieron ese testimonio. Hoy es nuestra hora. Mostrad a todos la felicidad que hay en amar a Jesucristo. Aprended a seguirlo e imitarlo, como hizo la Virgen María.

(En polaco)
San Pablo enseña que nuestra fe no nace de un mito ni de una idea, sino del encuentro personal con el Resucitado. El Apóstol lo experimentó en el camino de Damasco. Nosotros lo vivimos gracias a la Palabra de Dios y a los sacramentos en la vida de la Iglesia. Os deseo que la experiencia de la presencia cercana del Señor esté siempre viva en vuestro corazón.

(En lengua checa)
La Iglesia en la República Checa festejará el próximo domingo la solemnidad de san Wenceslao, patrono principal de la nación checa. Por gracia de Dios, fue ejemplar en la práctica de la fe. Conservad vuestra herencia espiritual; transmitidla intacta a vuestros hijos. Os bendigo a vosotros y a vuestras familias.

(En italiano)
Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, sed siempre fieles al ideal evangélico y realizadlo en vuestras actividades diarias. Queridos enfermos, que cada día os sirva de apoyo en vuestros sufrimientos la gracia del Señor. Y a vosotros, queridos recién casados, os doy una bienvenida paterna, invitándoos a abrir vuestro corazón al amor divino para que vivifique vuestra vida familiar.





Audiencias 2005-2013 10098