Audiencias 2005-2013 28019

Miércoles 28 de enero de 2009: Escritura y Tradición - La estructura de la Iglesia

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Queridos hermanos y hermanas:

Las últimas cartas del epistolario paulino, de las que quiero hablar hoy, se llaman cartas pastorales, porque se enviaron a algunas figuras de pastores de la Iglesia: dos a Timoteo y una a Tito, estrechos colaboradores de san Pablo. En Timoteo el Apóstol veía casi un alter ego; de hecho, le encomendó misiones importantes (en Macedonia: cf.
Ac 19,22 en Tesalónica: cf. 1Th 3,6-7 en Corinto: cf. 1Co 4,17 1Co 16,10-11), y después escribió de él un elogio halagador: "Pues a nadie tengo de tan iguales sentimientos que se preocupe sinceramente de vuestros intereses" (Ph 2,20).

Según la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, del siglo IV, Timoteo fue después el primer obispo de Éfeso (cf. 3, 4). En cuanto a Tito, también él debió ser muy querido por el Apóstol, que lo define explícitamente "lleno de celo..., mi compañero y colaborador" (2Co 8,17 2Co 8,23); más aún, "mi verdadero hijo en la fe común" (Tt 1,4). A Tito le habían encargado un par de misiones muy delicadas en la Iglesia de Corinto, cuyo resultado reconfortó a san Pablo (cf. 2Co 7,6-7 2Co 7,13 2Co 8,6). Seguidamente, por cuanto sabemos, Tito alcanzó a san Pablo en Nicópolis, en el Epiro, en Grecia (cf. Tt 3,12), y después fue enviado por él a Dalmacia (cf. 2Tm 4,10). Según la carta dirigida a él, después fue obispo de Creta (cf. Tt 1,5).

Las cartas dirigidas a estos dos pastores ocupan un lugar muy particular dentro del Nuevo Testamento. La mayoría de los exegetas es hoy del parecer que estas cartas no habrían sido escritas por san Pablo mismo, sino que su origen estaría en la "escuela de san Pablo", y reflejaría su herencia para una nueva generación, tal vez integrando algún breve escrito o palabra del Apóstol mismo. Por ejemplo, algunas palabras de la segunda carta a Timoteo parecen tan auténticas que sólo podrían venir del corazón y de los labios del Apóstol.

Sin duda la situación eclesial que emerge de estas cartas es diversa de la de los años centrales de la vida de san Pablo. Él ahora, retrospectivamente, se define a sí mismo "heraldo, apóstol y maestro" de los paganos en la fe y en la verdad (cf. 1Tm 2,7 2Tm 1,11); se presenta como uno que ha obtenido misericordia, porque Jesucristo -así escribe- "quiso manifestar primeramente en mí toda su paciencia para que yo sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna" (1Tm 1,16). Por tanto, lo esencial es que realmente en san Pablo, perseguidor convertido por la presencia del Resucitado, se manifiesta la magnanimidad del Señor para aliento nuestro, a fin de inducirnos a esperar y a confiar en la misericordia del Señor que, a pesar de nuestra pequeñez, puede hacer cosas grandes.

Los nuevos contextos culturales que aquí se presuponen van más allá de los años centrales de la vida de san Pablo. En efecto, se hace alusión a la aparición de enseñanzas que se pueden considerar totalmente equivocadas o falsas (cf. 1Tm 4,1-2 2Tm 3,1-5), como las de quienes pretendían que el matrimonio no era bueno (cf. 1Tm 4,3). Vemos cuán moderna es esta preocupación, porque también hoy se lee a veces la Escritura como objeto de curiosidad histórica y no como palabra del Espíritu Santo, en la que podemos escuchar la voz misma del Señor y conocer su presencia en la historia. Podríamos decir que, con este breve elenco de errores presentes en las tres cartas, aparecen anticipados algunos esbozos de la orientación errónea sucesiva que conocemos con el nombre de gnosticismo (cf. 1Tm 2,5-6 2Tm 3,6-8).

A estas doctrinas se enfrenta el autor con dos llamadas de fondo. Una consiste en la referencia a una lectura espiritual de la Sagrada Escritura (cf. 2Tm 3,14-17), es decir, a una lectura que la considera realmente como "inspirada" y procedente del Espíritu Santo, de modo que ella nos puede "instruir para la salvación". Se lee la Escritura correctamente poniéndose en diálogo con el Espíritu Santo, para sacar de ella luz "para enseñar, convencer, corregir y educar en la justicia" (2Tm 3,16). En este sentido añade la carta: "Así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (2Tm 3,17). La otra llamada consiste en la referencia al buen "depósito" (parathéke): es una palabra especial de las cartas pastorales con la que se indica la tradición de la fe apostólica que hay que conservar con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Así pues, este "depósito" se ha de considerar como la suma de la Tradición apostólica y como criterio de fidelidad al anuncio del Evangelio. Y aquí debemos tener presente que en las cartas pastorales, como en todo el Nuevo Testamento, el término "Escrituras" significa explícitamente el Antiguo Testamento, porque los escritos del Nuevo Testamento o aún no existían o todavía no formaban parte de un canon de las Escrituras. Por tanto, la Tradición del anuncio apostólico, este "depósito", es la clave de lectura para entender la Escritura, el Nuevo testamento.

En este sentido, Escritura y Tradición, Escritura y anuncio apostólico como claves de lectura, se unen y casi se funden, para formar juntas el "fundamento firme puesto por Dios" (2Tm 2,19). El anuncio apostólico, es decir la Tradición, es necesario para introducirse en la comprensión de la Escritura y captar en ella la voz de Cristo. En efecto, hace falta estar "adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza" (Tt 1,9). En la base de todo está precisamente la fe en la revelación histórica de la bondad de Dios, el cual en Jesucristo ha manifestado concretamente su "amor a los hombres", un amor al que el texto original griego califica significativamente como filantropía (Tt 3,4 cf. 2Tm 1,9-10); Dios ama a la humanidad.

En conjunto, se ve bien que la comunidad cristiana va configurándose en términos muy claros, según una identidad que no sólo se aleja de interpretaciones incongruentes, sino que sobre todo afirma su propio arraigo en los puntos esenciales de la fe, que aquí es sinónimo de "verdad" (1Tm 2,4 1Tm 2,7 1Tm 4,3 1Tm 6,5 2Tm 2,15 2Tm 2,18 2Tm 2,25 2Tm 3,7-8 2Tm 4,4 Tt 1,1 Tt 1,14). En la fe aparece la verdad esencial de quiénes somos, quién es Dios, cómo debemos vivir. Y de esta verdad (la verdad de la fe) la Iglesia se define "columna y apoyo" (1Tm 3,15).

En todo caso, es una comunidad abierta, de dimensión universal, que reza por todos los hombres, de cualquier clase y condición, para que lleguen al conocimiento de la verdad: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad", porque "Jesús se ha dado a sí mismo en rescate por todos" (1Tm 2,4-6). Por tanto, el sentido de la universalidad, aunque las comunidades sean aún pequeñas, es fuerte y determinante para estas cartas. Además, esta comunidad cristiana "no injuria a nadie" y "muestra una perfecta mansedumbre con todos los hombres" (Tt 3,2). Este es un primer componente importante de estas cartas: la universalidad y la fe como verdad, como clave de lectura de la Sagrada Escritura, del Antiguo Testamento; así se delinea una unidad de anuncio y de Escritura, y una fe viva abierta a todos y testigo del amor de Dios a todos.

Otro componente típico de estas cartas es su reflexión sobre la estructura ministerial de la Iglesia. Ellas son las que por primera vez presentan la triple subdivisión de obispos, presbíteros y diáconos (cf. 1Tm 3,1-13 1Tm 4,13 2Tm 1,6 Tt 1,5-9). En las cartas pastorales podemos constatar la confluencia de dos estructuras ministeriales distintas y así la constitución de la forma definitiva del ministerio de la Iglesia. En las cartas paulinas de los años centrales de su vida, san Pablo habla de "obispos" (Ph 1,1), y de "diáconos": esta es la estructura típica de la Iglesia que se formó en esa época en el mundo pagano. Por tanto, prevalece la figura del apóstol mismo y por eso sólo poco a poco se desarrollan los demás ministerios.

Si, como he dicho, en las Iglesias formadas en el mundo pagano tenemos obispos y diáconos, y no presbíteros, en las Iglesias formadas en el mundo judeo-cristiano los presbíteros son la estructura dominante. En las cartas pastorales, al final las dos estructuras se unen: aparece ahora el "obispo" (cf. 1Tm 3,2 Tt 1,7), siempre en singular, acompañado del artículo definido: "el obispo". Y junto al "obispo" encontramos a los presbíteros y los diáconos. También aquí es determinante la figura del apóstol, pero las tres cartas, como ya he dicho, no se dirigen a comunidades, sino a personas: Timoteo y Tito, los cuales por una parte aparecen como obispos, y por otra comienzan a estar en el lugar del Apóstol.

Así se evidencia en los orígenes la realidad que más tarde se llamará "sucesión apostólica". San Pablo dice a Timoteo con un tono muy solemne: "No descuides el carisma que hay en ti y que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros" (1Tm 4,14). Podemos decir que en estas palabras aparece inicialmente también el carácter sacramental del ministerio. Y así tenemos lo esencial de la estructura católica: Escritura y Tradición, Escritura y anuncio, forman un conjunto, pero a esta estructura, por así decir doctrinal, debe añadirse la estructura personal, los sucesores de los Apóstoles, como testigos del anuncio apostólico.

Por último, es importante señalar que en estas cartas la Iglesia se comprende a sí misma en términos muy humanos, en analogía con la casa y la familia. Particularmente en 1 Tm 3, 2-7 se leen instrucciones muy detalladas sobre el obispo, como estas: debe ser "irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? Además, (...) es necesario que tenga buena fama entre los de fuera". Conviene notar aquí sobre todo la importante aptitud para la enseñanza (cf. también 1Tm 5,17), de la que se encuentran ecos también en otros pasajes (cf. 1Tm 6,2 2Tm 3,10 Tt 2,1), y además una característica personal especial, la de la "paternidad". En efecto, al obispo se lo considera padre de la comunidad cristiana (cf. también 1Tm 3,15). Por lo demás, la idea de la Iglesia como "casa de Dios" hunde sus raíces en el Antiguo Testamento (cf. Nb 12,7) y se encuentra formulada nuevamente en Hb 3, 2.6, mientras en otro lugar se lee que todos los cristianos ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de la casa de Dios (cf. Ep 2,19).

Oremos al Señor y a san Pablo para que también nosotros, como cristianos, nos caractericemos cada vez más, en relación con la sociedad en la que vivimos, como miembros de la "familia de Dios". Y oremos también para que los pastores de la Iglesia tengan sentimientos cada vez más paternos, a la vez tiernos y firmes, en la formación de la casa de Dios, de la comunidad, de la Iglesia.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros de la Hermandad del Rocío, de Bruselas, así como a los demás grupos venidos de España, México, Chile y otros países latinoamericanos. Invito a todos a renovar cada día el espíritu de ser miembros gozosos de la "familia de Dios" en la Iglesia. Muchas gracias.

(A los peregrinos polacos de la "Comunidad Reina de la paz", que ofreció un bellísimo tríptico eucarístico destinado a la capilla de la cuarta estación del vía crucis en Jerusalén)

Este será un lugar de oración continua por la paz en Tierra Santa y en todo el mundo. Pido a Dios que escuche esta oración y colme de su paz el corazón de los hombres. Que Dios os bendiga.

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Antes de los saludos a los peregrinos italianos, tengo aún tres comunicados que hacer.

El primero:

He recibido con alegría la noticia de la elección del metropolita Kiril como nuevo Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. Invoco sobre él la luz del Espíritu Santo para un generoso servicio a la Iglesia ortodoxa rusa, encomendándolo a la especial protección de la Madre de Dios.

El segundo:

En la homilía pronunciada con ocasión de la solemne inauguración de mi pontificado dije que es tarea "explícita" del pastor "la llamada a la unidad" y, comentando las palabras evangélicas relativas a la pesca milagrosa, dije: "Aunque eran tantos peces, no se rompió la red"; y proseguí tras estas palabras evangélicas: "Ay de mí, Señor amado; ahora la red se ha roto, quisiéramos decir doloridos". Y continué: "Pero no, ¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no defrauda y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que tú prometiste. (...) No permitas, Señor, que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la unidad" (Homilía del domingo 24 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 7).

Precisamente para cumplir este servicio a la unidad, que califica de modo específico mi ministerio de Sucesor de Pedro, decidí hace días conceder el levantamiento de la excomunión en que habían incurrido los cuatro obispos ordenados en 1988 por monseñor Lefebvre sin mandato pontificio. He realizado este acto de misericordia paterna, porque repetidamente estos prelados me han manifestado su vivo sufrimiento por la situación en la que se encontraban. Espero que a este gesto mío le siga el solícito empeño por su parte de dar los pasos ulteriores necesarios para llegar a la plena comunión con la Iglesia, dando así testimonio de fidelidad verdadera y de verdadero reconocimiento del magisterio y de la autoridad del Papa y del concilio Vaticano II

El tercero:

En estos días, en los que recordamos el Holocausto, me vuelven a la memoria las imágenes recogidas en mis repetidas visitas a Auschwitz, uno de los campos de concentración en los que se consumó la brutal matanza de millones de judíos, víctimas inocentes de un ciego odio racial y religioso. A la vez que renuevo con afecto la expresión de mi plena e indiscutible solidaridad con nuestros hermanos destinatarios de la Primera Alianza, espero que la memoria del Holocausto impulse a la humanidad a reflexionar sobre el imprevisible poder del mal cuando conquista el corazón del hombre. Que el Holocausto sea para todos advertencia contra el olvido, la negación o el reduccionismo, porque la violencia hecha contra un solo ser humano es violencia contra todos. Ningún hombre es una isla, escribió un conocido poeta. Que el Holocausto enseñe, tanto a las personas mayores como a las nuevas generaciones, que sólo el fatigoso camino de la escucha y del diálogo, del amor y del perdón, conduce a los pueblos, las culturas y las religiones del mundo a la anhelada meta de la fraternidad y de la paz en la verdad. ¡Que la violencia nunca más humille la dignidad del hombre!

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Saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la memoria litúrgica de santo Tomás de Aquino, patrono de las escuelas católicas. Que su ejemplo os impulse a vosotros, queridos jóvenes, y especialmente a vosotros, estudiantes de la Asociación Erasmus, a seguir a Jesús como auténtico maestro de vida y santidad. Que la intercesión de este santo doctor de la Iglesia os obtenga a vosotros, queridos enfermos, la serenidad y la paz que se alcanzan en el misterio de la cruz; y a vosotros, queridos recién casados, la sabiduría del corazón para que cumpláis con generosidad vuestra misión.



Miércoles 4 de febrero de 2009: El martirio de san Pablo

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Queridos hermanos y hermanas:

La serie de nuestras catequesis sobre la figura de san Pablo ha llegado a su conclusión: hoy queremos hablar del final de su vida terrena. La antigua tradición cristiana testifica unánimemente que la muerte de san Pablo tuvo lugar como consecuencia del martirio sufrido aquí en Roma. Los escritos del Nuevo Testamento no recogen el hecho. Los Hechos de los Apóstoles terminan su relato aludiendo a la condición de prisionero del Apóstol, que sin embargo podía recibir a todos aquellos que lo visitaban (cf.
Ac 28,30-31). Sólo en la segunda carta a Timoteo encontramos estas palabras suyas premonitorias: "Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación, y ha llegado el momento de desplegar las velas" (2Tm 4,6 cf. Ph 2,17). Aquí se usan dos imágenes: la cultual del sacrificio, que ya había utilizado en la carta a los Filipenses, interpretando el martirio como parte del sacrificio de Cristo; y la marinera, de soltar las amarras: dos imágenes que, juntas, aluden discretamente al acontecimiento de la muerte, y de una muerte cruenta.

El primer testimonio explícito sobre el final de san Pablo nos viene de la mitad de los años 90 del siglo I y, por tanto, poco más de treinta años después de su muerte efectiva. Se trata precisamente de la carta que la Iglesia de Roma, con su obispo Clemente I, escribió a la Iglesia de Corinto. En ese texto epistolar se invita a tener ante los ojos el ejemplo de los Apóstoles e, inmediatamente después de mencionar el martirio de Pedro, se lee así: "Por los celos y la discordia, san Pablo se vio obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia. Arrestado siete veces, exiliado, lapidado, fue el heraldo de Cristo en Oriente y en Occidente; y, por su fe, consiguió una gloria pura. Tras haber predicado la justicia en todo el mundo y tras haber llegado hasta el extremo de Occidente, sufrió el martirio ante los gobernantes; así partió de este mundo y llegó al lugar santo, convertido así en el mayor modelo de paciencia" (1 Clem 5, 2). La paciencia de la que habla es expresión de su comunión con la pasión de Cristo, de la generosidad y constancia con la que aceptó un largo camino de sufrimiento, hasta poder decir: "Llevo en mi cuerpo las señales de Jesús" (Ga 6,17). En el texto de san Clemente hemos escuchado que san Pablo habría llegado "hasta el extremo de Occidente". Se discute si esto alude a un viaje a España que san Pablo habría realizado. No existe certeza sobre esto, pero es verdad que san Pablo en su carta a los Romanos expresa su intención de ir a España (cf. Rm 15,24).

En cambio, es muy interesante, en la carta de Clemente, la sucesión de los nombres de Pedro y Pablo, aunque están invertidos en el testimonio de Eusebio de Cesarea, en el sigloIV, el cual, hablando del emperador Nerón, escribe: "Durante su reinado Pablo fue decapitado precisamente en Roma, y Pedro fue allí crucificado. El relato está confirmado por el nombre de Pedro y de Pablo, que aún hoy se conserva en sus sepulcros en esa ciudad" (Hist. eccl. 2, 25, 5). Eusebio después continúa refiriendo la declaración anterior de un presbítero romano llamado Gayo, que se remonta a los inicios del siglo II: "Yo te puedo mostrar los trofeos de los apóstoles: si vas al Vaticano o a la vía Ostiense, allí encontrarás los trofeos de los fundadores de la Iglesia" (ib. 2, 25, 6-7). Los "trofeos" son los monumentos sepulcrales, y se trata de las mismas sepulturas de san Pedro y de san Pablo que aún hoy veneramos, tras dos milenios, en los mismos lugares: aquí, en el Vaticano, por lo que respecta a san Pedro; y en la basílica de San Pablo extramuros, en la vía Ostiense, por lo que atañe al Apóstol de los gentiles.

Es interesante notar que los dos grandes Apóstoles son mencionados juntos. Aunque ninguna fuente antigua habla de un ministerio simultáneo suyo en Roma, la sucesiva conciencia cristiana, sobre la base de su sepultura común en la capital del imperio, los asociará también como fundadores de la Iglesia de Roma. En efecto, en san Ireneo de Lyon, a finales del siglo II, a propósito de la sucesión apostólica en las distintas Iglesias, se lee: "Dado que sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias, tomaremos la Iglesia grandísima y antiquísima y de todos conocida, la Iglesia fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo" (Adv. haer. 3, 3, 2).

Dejemos aparte la figura de san Pedro y concentrémonos en la de san Pablo. Su martirio se narra por primera vez en los Hechos de Pablo, escritos hacia finales del siglo II, los cuales refieren que Nerón lo condenó a muerte por decapitación, ejecutada inmediatamente después (cf. 9, 5). La fecha de la muerte varía ya en las fuentes antiguas, que la sitúan entre la persecución desencadenada por Nerón mismo tras el incendio de Roma en julio del año 64 y el último año de su reinado, es decir, el 68 (cf. san Jerónimo, De viris ill. 5, 8). El cálculo depende mucho de la cronología de la llegada de san Pablo a Roma, un debate en el que no podemos entrar aquí. Tradiciones sucesivas precisarán otros dos elementos. Uno, el más legendario, es que el martirio tuvo lugar en las Acquae Salviae, en la vía Laurentina, con un triple rebote de la cabeza, cada uno de los cuales causó la salida de un chorro de agua, por lo que el lugar desde entonces hasta ahora se ha llamado "Tre Fontane" (AC de Pedro y Pablo del Pseudo Marcelo, del siglo V).

El otro, en consonancia con el antiguo testimonio, ya mencionado, del presbítero Gayo, es que su sepultura tuvo lugar no sólo "fuera de la ciudad..., en la segunda milla de la vía Ostiense", sino más precisamente "en la hacienda de Lucina", que era una matrona cristiana (Pasión de Pablo del Pseudo Abdías, del siglo VI). Aquí, en el siglo IV, el emperador Constantino erigió una primera iglesia, después muy ampliada entre los siglos IV y V por los emperadores Valentiniano II, Teodosio y Arcadio. Después del incendio de 1800, se erigió aquí la actual basílica de San Pablo extramuros.

En todo caso, la figura de san Pablo se destaca más allá de su vida terrena y de su muerte, pues dejó una extraordinaria herencia espiritual. También él, como verdadero discípulo de Jesús, se convirtió en signo de contradicción. Mientras que entre los llamados "ebionitas" —una corriente judeocristiana— era considerado como apóstata de la ley de Moisés, ya en el libro de los Hechos de los Apóstoles aparece una gran veneración hacia el apóstol san Pablo. Ahora quiero prescindir de la literatura apócrifa, como los Hechos de Pablo y Tecla y un epistolario apócrifo entre el apóstol san Pablo y el filósofo Séneca. Es importante constatar sobre todo que muy pronto las cartas de san Pablo entraron en la liturgia, donde la estructura profeta-apóstol-Evangelio es determinante para la forma de la liturgia de la Palabra. Así, gracias a esta "presencia" en la liturgia de la Iglesia, el pensamiento del Apóstol se convirtió en seguida en alimento espiritual para los fieles de todos los tiempos.

Es obvio que los Padres de la Iglesia y después todos los teólogos se han alimentado de las cartas de san Pablo y de su espiritualidad. Así, ha permanecido a lo largo de los siglos, hasta hoy, como verdadero maestro y apóstol de los gentiles. El primer comentario patrístico, que ha llegado hasta nosotros, sobre un escrito del Nuevo Testamento es el del gran teólogo alejandrino Orígenes, que comenta la carta de san Pablo a los Romanos. Por desgracia, este comentario sólo se conserva en parte. San Juan Crisóstomo, además de comentar sus cartas, escribió de él sus siete panegíricos memorables. San Agustín le deberá el paso decisivo de su propia conversión, y volverá a san Pablo durante toda su vida. De este diálogo permanente con el Apóstol deriva su gran teología católica y también la protestante de todos los tiempos. Santo Tomás de Aquino nos dejó un hermoso comentario a las cartas paulinas, que constituye el fruto más maduro de la exégesis medieval.

Un verdadero viraje se produjo en el siglo XVI con la Reforma protestante. El momento decisivo en la vida de Lutero fue el llamado "Turmerlebnis" (1517), en el que en un momento encontró una nueva interpretación de la doctrina paulina de la justificación. Una interpretación que lo liberó de los escrúpulos y de las ansias de su vida precedente y le dio una confianza nueva y radical en la bondad de Dios, que perdona todo sin condición. Desde ese momento, Lutero identificó el legalismo judeo-cristiano, condenado por el Apóstol, con el orden de vida de la Iglesia católica. Y, por eso, la Iglesia le pareció como expresión de la esclavitud de la ley, a la que opuso la libertad del Evangelio. El concilio de Trento, entre 1545 y 1563, interpretó profundamente la cuestión de la justificación y encontró en la línea de toda la tradición católica la síntesis entre ley y Evangelio, conforme al mensaje de la Sagrada Escritura leída en su totalidad y unidad.

En el siglo XIX, recogiendo la mejor herencia de la Ilustración, se produjo una revitalización del paulinismo, ahora sobre todo en el plano del trabajo científico desarrollado por la interpretación histórico-crítica de la Sagrada Escritura. Prescindimos aquí del hecho de que también en ese siglo, como luego en el XX, emergió una verdadera denigración de san Pablo. Pienso sobre todo en Nietzsche, que se burlaba de la teología de la humildad en san Pablo, oponiendo a ella su teología del hombre fuerte y poderoso.

Pero, prescindiendo de esto, vemos la corriente esencial de la nueva interpretación científica de la Sagrada Escritura y del nuevo paulinismo de ese siglo. En él se subrayó sobre todo como central en el pensamiento paulino el concepto de libertad: en él se vio el núcleo del pensamiento de san Pablo, como por otra parte ya había intuido Lutero. Ahora, sin embargo, el concepto de libertad se volvía a interpretar en el contexto del liberalismo moderno. Y además se subrayó fuertemente la diferencia entre el anuncio de san Pablo y el anuncio de Jesús. Y san Pablo apareció casi como un nuevo fundador del cristianismo.

Es cierto que en san Pablo la centralidad del reino de Dios, determinante para el anuncio de Jesús, se transforma en la centralidad de la cristología, cuyo punto determinante es el misterio pascual. Y del misterio pascual resultan los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, como presencia permanente de este misterio, del que crece el Cuerpo de Cristo, del que se construye la Iglesia. Pero, sin entrar ahora en detalles, yo diría que precisamente en la nueva centralidad de la cristología y del misterio pascual se realiza el reino de Dios, y se hace concreto, presente, operante el anuncio auténtico de Jesús. En las catequesis anteriores hemos visto que precisamente esta novedad paulina es la fidelidad más profunda al anuncio de Jesús. Con el progreso de la exégesis, sobre todo en los últimos doscientos años, han aumentado también las convergencias entre la exégesis católica y la protestante, realizando así un consenso notable precisamente en el punto que estaba en el origen de la mayor disensión histórica. Por tanto, es una gran esperanza para la causa del ecumenismo, tan central para el concilio Vaticano II.

Al final quiero aludir brevemente a los diversos movimientos religiosos, surgidos en la edad moderna en el seno de la Iglesia católica, que hacen referencia al nombre de san Pablo. Así sucedió en el siglo XVI con la "Congregación de San Pablo", llamada de los Barnabitas, en el siglo XIX con los "Misioneros de San Pablo" o Paulistas, y en el siglo XX con la poliédrica "Familia Paulina" fundada por el beato Santiago Alberione, por no hablar del instituto secular de la "Compañía de San Pablo".

Fundamentalmente, permanece luminosa ante nosotros la figura de un apóstol y de un pensador cristiano sumamente fecundo y profundo, de cuya cercanía cada uno de nosotros puede sacar provecho. En uno de sus panegíricos, san Juan Crisóstomo hizo una original comparación entre san Pablo y Noé, expresándose así: san Pablo "no colocó juntos los ejes para fabricar un arca; más bien, en lugar de unir tablas de madera, compuso cartas y así no extrajo de las aguas a dos, tres o cinco miembros de su familia, sino a toda la ecumene que estaba a punto de perecer" (Paneg. 1, 5). Precisamente esto es lo que puede hacer aún y siempre el apóstol san Pablo. Por tanto, acudir a él, tanto a su ejemplo apostólico como a su doctrina, será un estímulo, si no una garantía, para la consolidación de la identidad cristiana de cada uno de nosotros y para el rejuvenecimiento de toda la Iglesia.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de las parroquias de San Marcos y San Rafael, de Jerez de la Frontera, y de San Francisco de Asís, de San Fernando. Que la figura siempre luminosa de san Pablo nos ayude también a nosotros a renovar nuestra vida cristiana. Muchas gracias.

(A los fieles polacos)
Me alegra que en el año dedicado a san Pablo lleguéis con gusto a Roma para conocer los lugares santificados por su presencia, su predicación y su martirio. Que esta peregrinación haga más profunda vuestra fe, de forma que, como para san Pablo, Cristo sea también para vosotros todo en vuestra vida.

(Llamamiento en favor de los fieles de Sri Lanka)
Sigue siendo fuente de preocupación la situación en Sri Lanka. Las noticias del agravamiento del conflicto y del número creciente de víctimas inocentes, me inducen a dirigir un apremiante llamamiento a los combatientes a fin de que respeten el derecho humanitario y la libertad de movimiento de la población, y hagan lo posible por garantizar la asistencia a los heridos y la seguridad a los civiles, permitiéndoles satisfacer sus urgentes necesidades alimentarias y médicas. Que la Virgen santísima de Madhu, muy venerada por los católicos y también por los que pertenecen a otras religiones, apresure el día de la paz y de la reconciliación en ese querido país.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)
Se celebra en estos días la memoria litúrgica de algunos mártires: san Blas, santa Águeda y san Pablo Miki y compañeros japoneses. Que la valentía de estos intrépidos testigos de Cristo os ayude, queridos jóvenes, a abrir el corazón al heroísmo de la santidad; a vosotros, queridos enfermos, os sostenga para que ofrezcáis el don precioso de la oración y del sufrimiento por la Iglesia; y a vosotros, queridos recién casados, os dé la fuerza de fundar vuestras familias en los valores cristianos perennes.





Miércoles 11 de febrero de 2009: La "Escala del paraíso" de san Juan Clímaco

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Queridos hermanos y hermanas:

Después de veinte catequesis dedicadas al apóstol san Pablo, quiero retomar hoy la presentación de los grandes escritores de la Iglesia de Oriente y Occidente en la Edad Media. Y propongo la figura de san Juan, llamado Clímaco, transliteración latina del término griego klímakos, que significa de la escala (klímax). Se trata del título de su obra principal, en la que describe la ascensión de la vida humana hacia Dios. Nació hacia el año 575; así pues, su vida se desarrolló en los años en que Bizancio, capital del Imperio romano de Oriente, sufrió la mayor crisis de su historia. De repente cambió el marco geográfico del Imperio y el torrente de las invasiones bárbaras hizo que se desplomaran todas sus estructuras. Sólo quedó la estructura de la Iglesia, que en esos tiempos difíciles continuó su acción misionera, humana y sociocultural, especialmente a través de la red de los monasterios, en los que actuaban grandes personalidades religiosas, como san Juan Clímaco.

Entre las montañas del Sinaí, donde Moisés se encontró con Dios y Elías oyó su voz, san Juan vivió y narró sus experiencias espirituales. Se han conservado noticias sobre él en una breve Vida (PG 88,596-608), escrita por el monje Daniel de Raithu: a los dieciséis años, Juan, monje en el monte Sinaí, se hizo discípulo del abad Martirio, un "anciano", es decir, un "sabio". Cuando tenía alrededor de veinte años, eligió vivir como eremita en una gruta al pie de un monte, en la localidad de Tola, a ocho kilómetros del actual monasterio de Santa Catalina. La soledad no le impidió encontrarse con personas deseosas de recibir dirección espiritual, ni visitar algunos monasterios cerca de Alejandría. De hecho, su retiro eremítico, lejos de ser una huida del mundo y de la realidad humana, lo impulsó a un amor ardiente a los demás (Vida 5) y a Dios (Vida 7).

Después de cuarenta años de vida eremítica vivida en el amor a Dios y al prójimo, durante los cuales lloró, oró, luchó contra los demonios, fue nombrado abad (egúmeno) del gran monasterio del monte Sinaí. Así volvió a la vida cenobítica, en el monasterio. Pero algunos años antes de su muerte, sintiendo la nostalgia de la vida eremítica, pasó a su hermano, monje en el mismo monasterio, el gobierno de la comunidad. Murió después del año 650. La vida de san Juan se desarrolla entre dos montes, el Sinaí y el Tabor, y verdaderamente se puede decir que de él irradió la luz que vio Moisés en el Sinaí y que contemplaron los tres apóstoles en el Tabor.

Como he dicho, se hizo famoso por su obra la Escala (klímax), llamada en Occidente Escala del Paraíso (PG 88,632-1164). Compuesta por las insistentes peticiones del abad del cercano monasterio de Raithu, en el Sinaí, la Escala es un tratado completo de vida espiritual, en el que san Juan describe el camino del monje desde la renuncia al mundo hasta la perfección del amor. Es un camino que —según este libro— se desarrolla a través de treinta peldaños, cada uno de los cuales está unido al siguiente. El camino se puede sintetizar en tres fases sucesivas: la primera consiste en la ruptura con el mundo con el fin de volver al estado de infancia evangélica. Lo esencial, por tanto, no es la ruptura, sino el nexo con lo que Jesús dijo, o sea, volver a la verdadera infancia en sentido espiritual, llegar a ser como niños.

San Juan comenta: "Un buen fundamento es el formado por tres bases y tres columnas: inocencia, ayuno y castidad. Todos los recién nacidos en Cristo (cf.
1Co 3,1) deben comenzar por estas cosas, tomando ejemplo de los recién nacidos físicamente" (1, 20; 636). Apartarse voluntariamente de las personas y los lugares queridos permite al alma entrar en comunión más profunda con Dios. Esta renuncia desemboca en la obediencia, un camino que lleva a la humildad a través de las humillaciones —que no faltarán nunca— por parte de los hermanos. San Juan comenta: "Dichoso aquel que ha mortificado su propia voluntad hasta el final y que ha confiado el cuidado de su persona a su maestro en el Señor, pues será colocado a la derecha del Crucificado" (4, 37; 704).

La segunda fase del camino es el combate espiritual contra las pasiones. Cada peldaño de la escala está unido a una pasión principal, que se define y diagnostica, indicando además la terapia y proponiendo la virtud correspondiente. El conjunto de estos peldaños constituye sin duda el más importante tratado de estrategia espiritual que poseemos. Sin embargo, la lucha contra las pasiones tiene un carácter positivo —no se ve como algo negativo— gracias a la imagen del "fuego" del Espíritu Santo: "Todos aquellos que emprenden esta hermosa lucha (cf. 1Tm 6,12), dura y ardua, (...), deben saber que han venido a arrojarse a un fuego, si verdaderamente desean que el fuego inmaterial habite en ellos" (1, 18; 636). El fuego del Espíritu Santo, que es el fuego del amor y de la verdad. Sólo la fuerza del Espíritu Santo garantiza la victoria. Pero, según san Juan Clímaco, es importante tomar conciencia de que las pasiones no son malas en sí mismas; lo llegan a ser por el mal uso que hace de ellas la libertad del hombre. Si se las purifica, las pasiones abren al hombre el camino hacia Dios con energías unificadas por la ascética y la gracia y, "si han recibido del Creador un orden y un principio (...), el límite de la virtud no tiene fin" (26/2, 37; 1068).

La última fase del camino es la perfección cristiana, que se desarrolla en los últimos siete peldaños de la Escala. Estos son los estadios más altos de la vida espiritual; los pueden alcanzar los "hesicastas", los solitarios, los que han llegado a la quietud y a la paz interior; pero esos estadios también son accesibles a los cenobitas más fervorosos. San Juan, siguiendo a los padres del desierto, de los tres primeros —sencillez, humildad y discernimiento— considera más importante el último, es decir, la capacidad de discernir. Todo comportamiento debe someterse al discernimiento, pues todo depende de las motivaciones profundas, que es necesario explorar. Aquí se entra en lo profundo de la persona y se trata de despertar en el eremita, en el cristiano, la sensibilidad espiritual y el "sentido del corazón", dones de Dios: "Como guía y regla de todo, después de Dios, debemos seguir nuestra conciencia" (26/1, 5; 1013). De esta forma se llega a la paz del alma, la hesychia, gracias a la cual el alma puede asomarse al abismo de los misterios divinos.

El estado de quietud, de paz interior, prepara al "hesicasta" a la oración, que en san Juan es doble: la "oración corporal" y la "oración del corazón". La primera es propia de quien necesita la ayuda de posturas del cuerpo: tender las manos, emitir gemidos, golpearse el pecho, etc. (15, 26; 900); la segunda es espontánea, porque es efecto del despertar de la sensibilidad espiritual, don de Dios a quien se dedica a la oración corporal. En san Juan toma el nombre de "oración de Jesús" (Iesoû euché), y está constituida únicamente por la invocación del nombre de Jesús, una invocación continua como la respiración: "El recuerdo de Jesús se debe fundir con tu respiración; entonces descubrirás la utilidad de la hesychia", de la paz interior (27/2, 26; 1112). Al final, la oración se hace algo muy sencillo: la palabra "Jesús" se funde sencillamente con nuestra respiración.

El último peldaño de la escala (30), lleno de la "sobria embriaguez del Espíritu" se dedica a la suprema "trinidad de las virtudes": la fe, la esperanza y sobre todo la caridad. San Juan también habla de la caridad como eros (amor humano), figura de la unión matrimonial del alma con Dios. Y elige una vez más la imagen del fuego para expresar el ardor, la luz, la purificación del amor a Dios. La fuerza del amor humano puede volver a ser orientada hacia Dios, como sobre un olivo silvestre puede injertarse un olivo bueno (cf. Rm 11,24) (15, 66; 893).

San Juan está convencido de que una experiencia intensa de este eros hace avanzar al alma más que la dura lucha contra las pasiones, porque es grande su poder. Por tanto, en nuestro camino prevalece lo positivo. Pero la caridad se ve también en relación estrecha con la esperanza: "La fuerza de la caridad es la esperanza: gracias a ella esperamos la recompensa de la caridad. (...) La esperanza es la puerta de la caridad. (...) La ausencia de la esperanza anula la caridad: a ella están vinculadas nuestras fatigas; por ella nos sostenemos en nuestros problemas; y gracias a ella nos envuelve la misericordia de Dios" (30, 16; 1157). La conclusión de la Escala contiene la síntesis de la obra con palabras que el autor pone en boca de Dios mismo: "Que esta escala te enseñe la disposición espiritual de las virtudes. Yo estoy en la cima de esta escala, como dijo aquel gran iniciado mío (san Pablo): "Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad" (1Co 13,13)" (30, 18; 1160).

En este punto, se impone una última pregunta: la Escala, obra escrita por un monje eremita que vivió hace mil cuatrocientos años, ¿puede decirnos algo a los hombres de hoy? El itinerario existencial de un hombre que vivió siempre en el monte Sinaí en un tiempo tan lejano, ¿puede ser de actualidad para nosotros? En un primer momento, parecería que la respuesta debiera ser "no", porque san Juan Clímaco está muy lejos de nosotros. Pero, si observamos un poco más de cerca, vemos que aquella vida monástica sólo es un gran símbolo de la vida bautismal, de la vida del cristiano. Muestra, por decirlo así, con letra grande lo que nosotros escribimos cada día con letra pequeña. Se trata de un símbolo profético que revela lo que es la vida del bautizado, en comunión con Cristo, con su muerte y su resurrección.

Para mí es particularmente importante el hecho de que el vértice de la "escala", los últimos peldaños, sean al mismo tiempo las virtudes fundamentales, iniciales, las más sencillas: la fe, la esperanza y la caridad. Esas virtudes no sólo son accesibles a los héroes morales, sino que son don de Dios para todos los bautizados: en ellas crece también nuestra vida. El inicio es también el final, el punto de partida es también el punto de llegada: todo el camino va hacia una realización cada vez más radical de la fe, la esperanza y la caridad. En estas virtudes está presente la ascensión. Fundamentalmente es la fe, porque esta virtud implica que yo renuncie a mi arrogancia, a mi pensamiento, a la pretensión de juzgar sólo por mí mismo, sin confiar en los demás.

Este camino hacia la humildad, hacia la infancia espiritual, es necesario: hace falta superar la actitud de arrogancia que lleva a decir: en mi tiempo, en el siglo XXI, yo sé mucho más de lo que sabían los que vivían entonces. Al contrario, es preciso confiar solamente en la Sagrada Escritura, en la Palabra del Señor, asomarse con humildad al horizonte de la fe, para entrar así en la enorme vastedad del mundo universal, del mundo de Dios. De esta forma crece nuestra alma, y crece la sensibilidad del corazón hacia Dios.

Con razón dice san Juan Clímaco que sólo la esperanza nos capacita para vivir la caridad; la esperanza, por la que trascendemos las cosas de cada día; no esperamos el éxito en nuestros días terrenos, sino que esperamos al final la revelación de Dios mismo. Sólo en esta extensión de nuestra alma, en esta autotrascendencia, nuestra vida se engrandece y podemos soportar los cansancios y las desilusiones de cada día; sólo así podemos ser buenos con los demás sin esperar recompensa. Sólo con Dios, la gran esperanza a la que tiendo, puedo dar cada día los pequeños pasos de mi vida, aprendiendo así la caridad. En la caridad se esconde el misterio de la oración, del conocimiento personal de Jesús: una oración sencilla, que tiende sólo a tocar el corazón del Maestro divino. Así se abre el propio corazón, se aprende de él su misma bondad, su amor.

Por tanto, usemos esta "escala" de la fe, de la esperanza y de la caridad; así llegaremos a la verdadera vida.

Saludos

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española aquí presentes. En particular, a los peregrinos de las diócesis de Plasencia y Alcalá de Henares, acompañados por monseñor Amadeo Rodríguez, obispo de Plasencia; a la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío, de Almonte; así como a los demás grupos venidos de España, México y otros países latinoamericanos. Aliento a todos a aprovechar la peregrinación a Roma para profundizar en la fe y sentir el gozo de pertenecer a la Iglesia. Que Dios os bendiga.

(En polaco)
Hoy, en la memoria de Nuestra Señora de Lourdes, celebramos la Jornada mundial del enfermo. Por eso, saludo en particular a todos los enfermos y a cuantos sufren, así como a todos los que cuidan de ellos. En la oración a la Virgen Inmaculada encomiendo a todos los que llevan la cruz del sufrimiento. Os conforte la bendición apostólica, que os imparto de todo corazón a vosotros, aquí presentes, a vuestros seres queridos y en especial a los que estáis enfermos.

(A los numerosos los obispos que habían venido a Roma para encuentros organizados por el Movimiento de los Focolares y la Comunidad de San Egidio)
Queridos hermanos en el episcopado, me alegra esta oportunidad que se os ofrece de confrontar experiencias eclesiales de diversas zonas del mundo, y espero que estos días de oración y reflexiones den frutos abundantes para vuestras comunidades.

Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. Os invito a vosotros, queridos jóvenes, a encomendaros siempre a la protección maternal de María, para que os ayude a conservar un corazón generoso, disponible y lleno de entusiasmo apostólico. Que la santísima Virgen de Lourdes, a cuya intercesión recurren con confianza numerosos enfermos en el cuerpo y en el espíritu, os dirija a vosotros, queridos hermanos y hermanas enfermos, su mirada de consuelo y esperanza, y os sostenga al llevar la cruz diaria en íntima unión con la cruz redentora de Cristo. Y que María os acompañe a vosotros, queridos recién casados, en vuestro camino, para que vuestras familias sean comunidades de intensa vida espiritual y de testimonio cristiano concreto.




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