Audiencias 2005-2013 29049

Miércoles 29 de abril de 2009: San Germán de Constantinopla

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Queridos hermanos y hermanas:

El patriarca san Germán de Constantinopla, del que quiero hablar hoy, no pertenece a las figuras más representativas del mundo cristiano oriental de lengua griega y, sin embargo, su nombre aparece con cierta solemnidad en la lista de los grandes defensores de las imágenes sagradas, redactada en el segundo concilio de Nicea, séptimo ecuménico (787). La Iglesia griega celebra su fiesta en la liturgia del 12 de mayo. San Germán desempeñó un papel significativo en la compleja historia de la lucha por las imágenes, durante la llamada crisis iconoclasta: supo resistir muy bien a las presiones de un emperador iconoclasta, es decir, adversario de las imágenes, como fue León III.

Durante el patriarcado de san Germán (715-730), la capital del imperio bizantino, Constantinopla, sufrió un peligrosísimo asedio por parte de los sarracenos. En aquella ocasión (717-718) se organizó una solemne procesión en la ciudad con la ostensión de la imagen de la Madre de Dios, la Theotokos, y de la reliquia de la santa cruz, para invocar de lo alto la defensa de la ciudad. De hecho, Constantinopla fue librada del asedio. Los adversarios decidieron desistir para siempre de la idea de establecer su capital en la ciudad símbolo del Imperio cristiano y el agradecimiento por la ayuda divina fue muy grande en el pueblo.

El patriarca san Germán, tras aquel acontecimiento, se convenció de que la intervención de Dios debía considerarse una aprobación evidente de la piedad mostrada por el pueblo hacia las santas imágenes. En cambio, fue de parecer completamente distinto el emperador León III, que precisamente ese año (717) fue entronizado como emperador indiscutido en la capital, en la que reinó hasta el año 741. Después de la liberación de Constantinopla y de una nueva serie de victorias, el emperador cristiano comenzó a manifestar cada vez más abiertamente la convicción de que la consolidación del Imperio debía comenzar precisamente por una reforma de las manifestaciones de la fe, con particular referencia al riesgo de idolatría al que, a su parecer, el pueblo estaba expuesto a causa del culto excesivo a las imágenes.

De nada valió que el patriarca san Germán recordara la tradición de la Iglesia y la eficacia efectiva de algunas imágenes, que eran reconocidas unánimemente como "milagrosas". El emperador se mantuvo siempre inamovible en la aplicación de su proyecto restaurador, que preveía la eliminación de las imágenes. Y cuando el 7 de enero del año 730, en una reunión pública, tomó abiertamente postura contra el culto a las imágenes, san Germán no quiso en absoluto plegarse a la voluntad del emperador en cuestiones que él consideraba decisivas para la fe ortodoxa, a la cual según él pertenecía precisamente el culto, el amor a las imágenes. Como consecuencia de eso, san Germán se vio forzado a dimitir como patriarca, auto-condenándose al exilio en un monasterio donde murió olvidado por todos. Su nombre volvió a aparecer precisamente en el segundo concilio de Nicea (787), cuando los padres ortodoxos decidieron a favor de las imágenes, reconociendo los méritos de san Germán.

El patriarca san Germán cuidaba con esmero las celebraciones litúrgicas y, durante cierto tiempo, fue considerado también el instaurador de la fiesta del Akátistos. Como es sabido, el Akátistos es un antiguo y famoso himno compuesto en ámbito bizantino y dedicado a la Theotokos, la Madre de Dios. A pesar de que desde el punto de vista teológico no se puede calificar a san Germán como un gran pensador, algunas de sus obras tuvieron cierta resonancia sobre todo por ciertas intuiciones suyas sobre la mariología.

De él se han conservado varias homilías de tema mariano, y algunas de ellas han marcado profundamente la piedad de enteras generaciones de fieles, tanto en Oriente como en Occidente. Sus espléndidas Homilías sobre la Presentación de María en el templo son testimonios aún vivos de la tradición no escrita de las Iglesias cristianas. Generaciones de monjas, de monjes y de miembros de numerosísimos institutos de vida consagrada siguen encontrando aún hoy en esos textos tesoros preciosísimos de espiritualidad.

Siguen suscitando admiración algunos textos mariológicos de san Germán que forman parte de las homilías pronunciadas In SS. Deiparae dormitionem, festividad correspondiente a nuestra fiesta de la Asunción. Entre estos textos el Papa Pío XII utilizó uno que engarzó como una perla en la constitución apostólica Munificentissimus Deus (1950), con la que declaró dogma de fe la Asunción de María. El Papa Pío XII citó este texto en esa constitución, presentándolo como uno de los argumentos en favor de la fe permanente de la Iglesia en la Asunción corporal de María al cielo.

San Germán escribe: "¿Podía suceder, santísima Madre de Dios, que el cielo y la tierra se sintieran honrados por tu presencia, y tú, con tu partida, dejaras a los hombres privados de tu protección? No. Es imposible pensar eso. De hecho, como cuando estabas en el mundo no te sentías extraña a las realidades del cielo, así tampoco después de haber emigrado de este mundo te has sentido alejada de la posibilidad de comunicar en espíritu con los hombres. (...) No has abandonado a aquellos a los que has garantizado la salvación, pues (...) tu espíritu vive eternamente, y tu carne no sufrió la corrupción del sepulcro. Tú, oh Madre, estás cerca de todos y a todos proteges y, aunque nuestros ojos no puedan verte, con todo sabemos, oh santísima, que tú vives en medio de todos nosotros y que te haces presente de las formas más diversas... Tú (María), como está escrito, apareces en belleza, y tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto, todo casa de Dios, de forma que, también por esto, es preciso que sea inmune de resolverse en polvo. Es inmutable, pues lo que en él era humano fue asumido hasta convertirse en incorruptible; y debe permanecer vivo y gloriosísimo, incólume y dotado de la plenitud de la vida. De hecho era imposible que quedara encerrada en el sepulcro de los muertos aquella que se había convertido en vaso de Dios y templo vivo de la santísima divinidad del Unigénito. Por otra parte, nosotros creemos con certeza que tú sigues caminando con nosotros" (PG 98, col. 344 B 346 B, passim).

Se ha dicho que para los bizantinos el decoro de la forma retórica en la predicación, y más aún en los himnos o composiciones poéticas que llaman troparios, es tan importante en la celebración litúrgica como la belleza del edificio sagrado en el que esta tiene lugar. Según esa tradición, el patriarca san Germán es uno de los que han contribuido en mayor medida a tener viva esta convicción, es decir, que la belleza de la palabra, del lenguaje, debe coincidir con la belleza del edificio y de la música.

Para concluir, quiero citar las palabras inspiradas con las que san Germán califica a la Iglesia al inicio de esta pequeña obra de arte: "La Iglesia es templo de Dios, espacio sagrado, casa de oración, convocación de pueblo, cuerpo de Cristo. (...) Es el cielo en la tierra, donde Dios trascendente habita como en su casa y pasea por ella, pero es también imagen realizada (antitypos) de la crucifixión, de la tumba y de la resurrección. (...) La Iglesia es la casa de Dios en la que se celebra el sacrificio místico vivificante y, al mismo tiempo, la parte más íntima del santuario y gruta santa. Dentro de ella se encuentran el sepulcro y la mesa, alimentos para el alma y garantías de vida. En ella se encuentran, por último, las verdaderas perlas preciosas que son los dogmas divinos de la enseñanza impartida directamente por el Señor a sus discípulos" (PG 98, col. 384B385A).

Al final queda la pregunta: ¿qué nos dice hoy este santo, bastante distante de nosotros cronológica y también culturalmente? Creo que fundamentalmente tres cosas. La primera: en cierto modo Dios es visible en el mundo, en la Iglesia, y debemos aprender a percibirlo. Dios ha creado al hombre a su imagen, pero esta imagen ha sido cubierta de la gran suciedad del pecado, a consecuencia de la cual casi ya no se veía a Dios en ella. Así el Hijo de Dios se hizo verdadero hombre, imagen perfecta de Dios; así en Cristo podemos contemplar también el rostro de Dios y aprender a ser verdaderos hombres, verdaderas imágenes de Dios. Cristo nos invita a imitarlo, a ser semejantes a él, para que en cada hombre se refleje de nuevo el rostro de Dios, la imagen de Dios.

A decir verdad, en el Decálogo Dios había prohibido hacer imágenes de él, pero esto fue por las tentaciones de idolatría a las que el creyente podía estar expuesto en un contexto de paganismo. Sin embargo, desde que Dios se hizo visible en Cristo mediante la encarnación, es legítimo reproducir el rostro de Cristo. Las imágenes santas nos enseñan a ver a Dios en la figuración del rostro de Cristo. Por consiguiente, después de la encarnación del Hijo de Dios resulta posible ver a Dios en las imágenes de Cristo y también en el rostro de los santos, en el rostro de todos los hombres en los que resplandece la santidad de Dios.

La segunda es la belleza y la dignidad de la liturgia. Celebrar la liturgia conscientes de la presencia de Dios, con la dignidad y la belleza que permite ver en cierto modo su esplendor, es tarea de todo cristiano formado en su fe.

La tercera es amar a la Iglesia. Precisamente a propósito de la Iglesia, los hombres tendemos a ver sobre todo sus pecados, lo negativo; pero, con la ayuda de la fe, que nos hace capaces de ver de forma auténtica, podemos también redescubrir en ella, hoy y siempre, la belleza divina. Dios se hace presente en la Iglesia; se nos ofrece en la sagrada Eucaristía y permanece presente para la adoración. En la Iglesia Dios habla con nosotros, en la Iglesia "Dios pasea con nosotros", como dice san Germán. En la Iglesia recibimos el perdón de Dios y aprendemos a perdonar.

Pidamos a Dios que nos enseñe a ver en la Iglesia su presencia, su belleza, a ver su presencia en el mundo, y que nos ayude a reflejar también nosotros su luz.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los peregrinos de la diócesis de Chascomús, con su obispo, monseñor Carlos Humberto Malfa. Que los esfuerzos de nuestros antepasados en la fe por transmitir, profundizar y enaltecer la verdad cristiana nos impulsen también hoy a dar realce y brillantez a los misterios divinos que profesamos. Muchas gracias.

(A los peregrinos polacos)
En el Año paulino habéis venido a los lugares vinculados a su actividad apostólica y a su martirio, para aprender de él la fe y la entrega a Cristo. Que Dios os bendiga en este camino espiritual.

(En lengua eslovaca)
Hermanos y hermanas, os deseo que la basílica menor de San Nicolás en Trnava sea lugar de oración, en el que se fortalezca vuestra unión con la Iglesia de Roma.

(A los peregrinos eslovenos)
Queridos amigos, habéis venido a Roma para que, inspirados por el ejemplo de los apóstoles san Pedro y san Pablo, se fortalezcan vuestra fe y vuestra fidelidad a Cristo resucitado y a su Iglesia. Que él sea la fuente de vuestra alegría y de vuestra esperanza. Os acompaña mi bendición.

(En lengua italiana)
Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La liturgia celebra hoy a santa Catalina de Siena, virgen dominica y doctora de la Iglesia, así como copatrona de Italia, juntamente con san Francisco de Asís. Queridos jóvenes, especialmente vosotros, acólitos de la parroquia de San Antonio y San Aníbal María, de Roma, enamoraos de Cristo, como hizo santa Catalina, para seguirlo con ardor y fidelidad. Vosotros, queridos enfermos, sumergid vuestros sufrimientos en el misterio de amor de la Sangre del Redentor, como lo contempló con especial devoción la gran santa de Siena. Y vosotros, queridos recién casados, con vuestro amor recíproco y fiel sed signo elocuente del amor de Cristo a la Iglesia.





Miércoles 6 de mayo de 2009: San Juan Damasceno

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero hablar de san Juan Damasceno, un personaje destacado en la historia de la teología bizantina, un gran doctor en la historia de la Iglesia universal. Es, sobre todo, un testigo ocular del paso de la cultura griega y siriaca, compartida por la parte oriental del Imperio bizantino, a la cultura del islam, que se abrió espacio con sus conquistas militares en el territorio reconocido habitualmente como Oriente Medio o Próximo. Juan, nacido en una familia cristiana rica, aún joven asumió el cargo —quizá ocupado también por su padre— de responsable económico del califato. Sin embargo, muy pronto, insatisfecho de la vida de la corte, escogió la vocación monástica, entrando en el monasterio de San Sabas, situado cerca de Jerusalén. Era alrededor del año 700. Sin alejarse nunca del monasterio, se dedicó con todas sus fuerzas a la ascesis y a la actividad literaria, aunque no desdeñó la actividad pastoral, de la que dan testimonio sobre todo sus numerosas Homilías. Su memoria litúrgica se celebra el 4 de diciembre. El Papa León XIII lo proclamó doctor de la Iglesia universal en 1890.

En Oriente se recuerdan de él sobre todo los tres Discursos contra quienes calumnian las imágenes santas, que fueron condenados, después de su muerte, por el concilio iconoclasta de Hieria (754). Sin embargo, estos discursos fueron también el motivo principal de su rehabilitación y canonización por parte de los Padres ortodoxos convocados al segundo concilio de Nicea (787), séptimo ecuménico. En estos textos se pueden encontrar los primeros intentos teológicos importantes de legitimación de la veneración de las imágenes sagradas, uniéndolas al misterio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María.

San Juan Damasceno fue, además, uno de los primeros en distinguir, en el culto público y privado de los cristianos, entre la adoración (latreia) y la veneración (proskynesis): la primera sólo puede dirigirse a Dios, sumamente espiritual; la segunda, en cambio, puede utilizar una imagen para dirigirse a aquel que es representado en esa imagen. Obviamente, el santo no puede en ningún caso ser identificado con la materia de la que está compuesta la imagen. Esta distinción se reveló en seguida muy importante para responder de modo cristiano a aquellos que pretendían como universal y perenne la observancia de la severa prohibición del Antiguo Testamento de utilizar las imágenes en el culto. Esta era la gran discusión también en el mundo islámico, que acepta esta tradición judía de la exclusión total de imágenes en el culto. En cambio los cristianos, en este contexto, han discutido sobre el problema y han encontrado la justificación para la veneración de las imágenes.

San Juan Damasceno escribe: "En otros tiempos Dios no había sido representado nunca en una imagen, al ser incorpóreo y no tener rostro. Pero dado que ahora Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres, yo represento lo que es visible en Dios. Yo no venero la materia, sino al creador de la materia, que se hizo materia por mí y se dignó habitar en la materia y realizar mi salvación a través de la materia. Por ello, nunca cesaré de venerar la materia a través de la cual me ha llegado la salvación. Pero de ningún modo la venero como si fuera Dios. ¿Cómo podría ser Dios aquello que ha recibido la existencia a partir del no ser? (...) Yo venero y respeto también todo el resto de la materia que me ha procurado la salvación, en cuanto que está llena de energías y de gracias santas. ¿No es materia el madero de la cruz tres veces bendita? (...) ¿Y no son materia la tinta y el libro santísimo de los Evangelios? ¿No es materia el altar salvífico que nos proporciona el pan de vida? (...) Y antes que nada, ¿no son materia la carne y la sangre de mi Señor? O se debe suprimir el carácter sagrado de todo esto, o se debe conceder a la tradición de la Iglesia la veneración de las imágenes de Dios y la de los amigos de Dios que son santificados por el nombre que llevan, y que por esta razón habita en ellos la gracia del Espíritu Santo. Por tanto, no se ofenda a la materia, la cual no es despreciable, porque nada de lo que Dios ha hecho es despreciable" (Contra imaginum calumniatores, I, 16, ed. Kotter, pp. 89-90).

Vemos que, a causa de la encarnación, la materia aparece como divinizada, es considerada morada de Dios. Se trata de una nueva visión del mundo y de las realidades materiales. Dios se ha hecho carne y la carne se ha convertido realmente en morada de Dios, cuya gloria resplandece en el rostro humano de Cristo. Por consiguiente, las invitaciones del Doctor oriental siguen siendo de gran actualidad, teniendo en cuenta la grandísima dignidad que la materia recibió en la Encarnación, pues por la fe pudo convertirse en signo y sacramento eficaz del encuentro del hombre con Dios.

Así pues, san Juan Damasceno es testigo privilegiado del culto de las imágenes, que ha sido uno de los aspectos característicos de la teología y de la espiritualidad oriental hasta hoy. Sin embargo, es una forma de culto que pertenece simplemente a la fe cristiana, a la fe en el Dios que se hizo carne y se hizo visible. La doctrina de san Juan Damasceno se inserta así en la tradición de la Iglesia universal, cuya doctrina sacramental prevé que elementos materiales tomados de la naturaleza puedan ser instrumentos de la gracia en virtud de la invocación (epíclesis)del Espíritu Santo, acompañada por la confesión de la fe verdadera.

En unión con estas ideas de fondo san Juan Damasceno pone también la veneración de las reliquias de los santos, basándose en la convicción de que los santos cristianos, al haber sido hechos partícipes de la resurrección de Cristo, no pueden ser considerados simplemente "muertos". Enumerando, por ejemplo, aquellos cuyas reliquias o imágenes son dignas de veneración, san Juan precisa en su tercer discurso en defensa de las imágenes: "Ante todo (veneramos) a aquellos en quienes ha habitado Dios, el único santo, que mora en los santos (cf.
Is 57,15), como la santa Madre de Dios y todos los santos. Estos son los que, en la medida de lo posible, se han hecho semejantes a Dios con su voluntad y por la inhabitación y la ayuda de Dios, son llamados realmente dioses (cf. Ps 82,6), no por naturaleza, sino por contingencia, como el hierro al rojo vivo es llamado fuego, no por naturaleza sino por contingencia y por participación del fuego. De hecho dice: "Seréis santos, porque yo soy santo" (Lv 19,2)" (III 33, col. 1352A).

Por eso, después de una serie de referencias de este tipo, san Juan Damasceno, podía deducir serenamente: "Dios, que es bueno y superior a toda bondad, no se contentó con la contemplación de sí mismo, sino que quiso que hubiera seres beneficiados por él que pudieran llegar a ser partícipes de su bondad; por ello, creó de la nada todas las cosas, visibles e invisibles, incluido el hombre, realidad visible e invisible. Y lo creó pensándolo y realizándolo como un ser capaz de pensamiento (ennoema ergon) enriquecido por la palabra (logo[i] sympleroumenon)y orientado hacia el espíritu (pneumati teleioumenon)" (II, 2: PG 94, col. 865A). Y para aclarar aún más su pensamiento, añade: "Es necesario asombrarse (thaumazein) de todas las obras de la providencia (tes pronoias erga), alabarlas todas y aceptarlas todas, superando la tentación de señalar en ellas aspectos que a muchos parecen injustos o inicuos (adika); admitiendo, en cambio, que el proyecto de Dios (pronoia) va más allá de la capacidad de conocer y comprender (agnoston kai akatalepton) del hombre, mientras que, por el contrario, sólo él conoce nuestros pensamientos, nuestras acciones e incluso nuestro futuro" (II, 29: PG 94, col. 964C). Por lo demás, ya Platón decía que toda filosofía comienza con el asombro: también nuestra fe comienza con el asombro ante la creación, ante la belleza de Dios que se hace visible.

El optimismo de la contemplación natural (physikè theoria), de ver en la creación visible lo bueno, lo bello y lo verdadero, este optimismo cristiano no es un optimismo ingenuo: tiene en cuenta la herida infligida a la naturaleza humana por una libertad de elección querida por Dios y utilizada mal por el hombre, con todas las consecuencias de disonancia generalizada que han derivado de ella. De ahí la exigencia, percibida claramente por el teólogo de Damasco, de que la naturaleza en la que se refleja la bondad y la belleza de Dios, heridas por nuestra culpa, "fuese reforzada y renovada" por la venida del Hijo de Dios en la carne, después de que de muchas formas y en diversas ocasiones Dios mismo hubiera intentado demostrar que había creado al hombre no sólo para que tuviera el "ser", sino también el "bienestar" (cf. La fede ortodossa, II, 1: PG 94, col. 981).

Con asombro apasionado san Juan explica: "Era necesario que la naturaleza fuese reforzada y renovada, y que se indicara y enseñara concretamente el camino de la virtud (didachthenai aretes hodòn), que aleja de la corrupción y lleva a la vida eterna. (...) Así apareció en el horizonte de la historia el gran mar del amor de Dios por el hombre (philanthropias pelagos)". Es una hermosa afirmación. Vemos, por una parte, la belleza de la creación; y, por otra, la destrucción causada por la culpa humana. Pero vemos en el Hijo de Dios, que desciende para renovar la naturaleza, el mar del amor de Dios por el hombre. San Juan Damasceno prosigue: "Él mismo, el Creador y Señor, luchó por su criatura trasmitiéndole con el ejemplo su enseñanza. (...) Así, el Hijo de Dios, aun subsistiendo en la forma de Dios, descendió de los cielos y bajó (...) hasta sus siervos (...), realizando la cosa más nueva de todas, la única cosa verdaderamente nueva bajo el sol, a través de la cual se manifestó de hecho el poder infinito de Dios" (III 1, PG 94, col. 981C984B).

Podemos imaginar el consuelo y la alegría que difundían en el corazón de los fieles estas palabras llenas de imágenes tan fascinantes. También nosotros las escuchamos hoy, compartiendo los mismos sentimientos de los cristianos de entonces: Dios quiere morar en nosotros, quiere renovar la naturaleza también a través de nuestra conversión, quiere hacernos partícipes de su divinidad. Que el Señor nos ayude a hacer que estas palabras sean sustancia de nuestra vida.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los participantes en el xxii curso de actualización sacerdotal organizado por el Pontificio Colegio Español de San José de Roma, así como a los demás grupos procedentes de España, México, Ecuador, Argentina y otros países latinoamericanos. Que, animados por la intercesión y la presencia alentadora de los santos, demos testimonio del Evangelio de palabra y con la propia vida. Muchas gracias.

(En portugués)

Que esta peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo fortalezca en vuestro corazón el sentir y el vivir en la Iglesia bajo la tierna mirada de la Virgen Madre. Aprended a leer como ella los signos de Dios en la historia y en vuestra vida, para que seáis constructores de una humanidad nueva.

(A los peregrinos polacos)

Pasado mañana se celebra la solemnidad del principal patrono de Polonia y, de modo particular, de Cracovia, san Estanislao, obispo y mártir. Recordándolo, permanezcamos fieles a los valores que nos indicó con su ejemplo. Encomendando a vuestra oración mi viaje a Tierra Santa, os bendigo de corazón.

(En lengua checa)

Hoy se celebra la fiesta de san Juan Sarkánder. Este sacerdote supo vivir del misterio pascual. El Salvador fue para él fuerza incluso en el martirio. También vosotros sacad fuerza de la cruz de Cristo y de la Resurrección. Os bendigo de corazón.

(En eslovaco)

Queridos hermanos y hermanas, el domingo pasado celebramos la Jornada de oración por las vocaciones. Pedid a Cristo, buen Pastor, que mande siempre nuevos obreros a su mies. De corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.

(En lengua italiana)

(A las religiosas de diversas congregaciones)
Queridas hermanas, os aseguro mi oración para que el Espíritu del Resucitado os ayude a discernir los signos de los tiempos, a fin de que deis testimonio del Evangelio con fidelidad y alegría.

(A un grupo de médicos católicos)
Queridos amigos, vuestra obra, que se pone al servicio del ser humano desde su concepción hasta su término natural, sea siempre testimonio elocuente de solidaridad humana y cristiana. Por tanto, proseguid con generosidad vuestro valioso servicio a la vida, valor fundamental en el que se reflejan la sabiduría y el amor de Dios. Que vuestro trabajo se enriquezca cada día con un profundo espíritu de fe y se vea animado por la fidelidad y la coherencia con los principios que deben inspirar la actividad de todo médico.


"Quiero dirigirme, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.Hace pocos días comenzó el mes de mayo, que el pueblo cristiano dedica de modo especial a la Madre del Señor. Queridos jóvenes, os invito a entrar en la escuela de María para aprender a amar a Dios sobre todas las cosas y estar siempre dispuestos a cumplir su voluntad. Que la contemplación de la Virgen de los Dolores os ayude a vosotros, queridos enfermos, a mirar con fe el misterio del dolor, descubriendo el valor salvífico oculto en toda cruz. Y a vosotros, queridos recién casados, os encomiendo a la protección materna de la Virgen, para que en vuestra familia viváis el clima de oración y amor de la casa de Nazaret.

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Mensaje con ocasión de la peregrinación a Tierra Santa


Mis queridos amigos:

Este viernes dejaré Roma para emprender mi visita apostólica a Jordania, Israel y los Territorios Palestinos. Esta mañana quiero aprovechar la oportunidad para saludar, a través de estas estaciones de radio y televisión, a todos los pueblos de esas tierras. Tengo un gran deseo de estar con vosotros y compartir con vosotros vuestras aspiraciones y esperanzas, así como vuestras penas y dificultades. Llegaré a vosotros como peregrino de paz. Mi primera intención es visitar los lugares santificados por la vida de Jesús y orar en ellos por el don de la paz y la unidad para vuestras familias, y para todos aquellos que habitan en Tierra Santa y en Oriente Medio. Entre los numerosos encuentros religiosos y civiles que tendrán lugar durante la semana, habrá reuniones con representantes de las comunidades musulmana y judía, que han dado grandes pasos en el diálogo y en el intercambio cultural. De manera especial, saludo cordialmente a los católicos de la región y os pido que os unáis a mí en la oración para que la visita dé mucho fruto para la vida espiritual y cívica de todos los que viven en Tierra Santa. Alabemos todos a Dios por su bondad. Seamos todos personas de esperanza. Mantengámonos todos firmes en nuestro deseo y en nuestros esfuerzos por la paz.



Miércoles 20 de mayo de 2009: El viaje apostólico a Tierra Santa

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy voy a hablar del viaje apostólico que realicé del 8 al 15 de mayo a Tierra Santa, y por el que no dejo de dar gracias al Señor, pues se ha revelado un gran don para el Sucesor de Pedro y para toda la Iglesia. Deseo expresar de nuevo mi profundo agradecimiento a Su Beatitud el patriarca Fouad Twal, a los obispos de los diferentes ritos, a los sacerdotes y a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Doy las gracias al rey y a la reina de Jordania, al presidente de Israel y al presidente de la Autoridad nacional palestina, con sus respectivos gobiernos, a todas las autoridades y a cuantos han colaborado de diferentes maneras en la preparación y en el éxito de la visita.

Se trató, ante todo, de una peregrinación; más aún, de la peregrinación por excelencia a los manantiales de la fe y, al mismo tiempo, de una visita pastoral a la Iglesia que vive en Tierra Santa: una comunidad de singular importancia, pues representa una presencia viva en los lugares donde tuvo su origen.

La primera etapa, del 8 al 11 de mayo por la mañana, fue Jordania, en cuyo territorio se encuentran dos santos lugares principales: el monte Nebo, desde el cual Moisés contempló la Tierra prometida y donde murió sin entrar en ella; y Betania "al otro lado del Jordán", donde, según el cuarto Evangelio, al inicio bautizaba san Juan. El memorial de Moisés en el monte Nebo es un lugar de fuerte significado simbólico: habla de nuestra condición de peregrinos entre un "ya" y un "todavía no", entre una promesa tan grande y hermosa que nos sostiene en el camino y un cumplimento que nos supera, y que supera también este mundo.

La Iglesia vive en sí misma esta "índole escatológica" y "peregrina": ya está unida a Cristo, su esposo, pero la fiesta de bodas por ahora sólo se pregusta, en espera de su vuelta gloriosa al final de los tiempos (cf. Lumen gentium
LG 48-50). En Betania tuve la alegría de bendecir las primeras piedras de dos iglesias que se edificarán en el lugar donde san Juan bautizaba. Este hecho es signo de la apertura y del respeto del reino hachemita por la libertad religiosa y la tradición cristiana, y esto merece gran aprecio. Manifesté este justo reconocimiento, unido al profundo respeto por la comunidad musulmana, a los jefes religiosos, al Cuerpo diplomático y a los rectores de las universidades, reunidos en la mezquita Al-Hussein bin-Talal, que mandó construir el rey Abadalá II en memoria de su padre, el famoso rey Hussein, quien acogió al Papa Pablo VI en su histórica peregrinación de 1964. ¡Cuán importante es que los cristianos y los musulmanes convivan pacíficamente respetándose los unos a los otros! Gracias a Dios y al compromiso de los gobernantes, esto sucede en Jordania. Por eso, he rezado para que sea así también en otros lugares, pensando sobre todo en los cristianos que viven una situación difícil en el vecino Irak.

En Jordania vive una importante comunidad cristiana, que ha crecido con los refugiados palestinos e iraquíes. Se trata de una presencia significativa y apreciada en la sociedad, entre otras cosas por sus obras educativas y de asistencia, atentas a la persona independientemente de su pertenencia étnica o religiosa. Un magnífico ejemplo es el centro de rehabilitación Regina pacis en Ammán, que acoge a numerosas personas discapacitadas. Al visitarlo, llevé una palabra de esperanza, pero también la recibí yo, como testimonio avalado por el sufrimiento y la comunión humana.

Además, como signo del compromiso de la Iglesia en el ámbito de la cultura, bendije la primera piedra de la Universidad de Madaba, del Patriarcado latino de Jerusalén. Experimenté una gran alegría al dar inicio a esta nueva institución científica y cultural, porque manifiesta de modo tangible que la Iglesia promueve la búsqueda de la verdad y del bien común, y ofrece un espacio abierto y de calidad a cuantos quieren dedicarse a esa búsqueda, premisa indispensable para un diálogo verdadero y fructuoso entre civilizaciones.

También en Ammán se realizaron dos solemnes celebraciones litúrgicas: las Vísperas en la catedral greco-melquita de San Jorge, y la santa misa en el Estadio internacional, que nos permitieron gustar juntos la belleza de encontrarse como pueblo de Dios peregrino, con la riqueza de sus diferentes tradiciones y unido en la única fe.

Al dejar Jordania, al final de la mañana del lunes 11, me dirigí a Israel donde, desde mi llegada, me presenté como peregrino de fe en la Tierra donde Jesús nació, vivió, murió y resucitó, y al mismo tiempo como peregrino de paz para implorar de Dios que, en el lugar donde él quiso hacerse hombre, todos los hombres vivan como hijos suyos, es decir, como hermanos. Naturalmente, este segundo aspecto de mi viaje se puso de relieve en los encuentros con las autoridades civiles: en la visita al presidente israelí y al presidente de la Autoridad palestina. En esa Tierra bendecida por Dios a veces parece imposible salir de la espiral de la violencia. Pero nada es imposible para Dios y para cuantos confían en él. Por esto, la fe en el único Dios, justo y misericordioso, que es el recurso más valioso de esos pueblos, debe liberar toda su carga de respeto, de reconciliación y colaboración. Expresé ese auspicio tanto al visitar al gran muftí y a los líderes de la comunidad islámica de Jerusalén, como al Gran Rabinado de Israel, y también durante el encuentro con las organizaciones comprometidas en el diálogo interreligioso, y, luego, en la reunión con los líderes religiosos de Galilea.

Jerusalén es la encrucijada de las tres grandes religiones monoteístas, y su nombre mismo, "ciudad de la paz", expresa el designio de Dios sobre la humanidad: hacer de ella una gran familia. Este designio, anunciado a Abraham, se realizó plenamente en Jesucristo, al que san Pablo llama "nuestra paz", pues con la fuerza de su Sacrificio derribó el muro de la enemistad (cf. Ep 2,14). Por tanto, todos los creyentes deben renunciar a los prejuicios y a la voluntad de dominio, y practicar concordes el mandamiento fundamental: amar a Dios con todo su ser y amar al prójimo como a nosotros mismos.

Esto es lo que los judíos, los cristianos y los musulmanes están llamados a testimoniar, para honrar con los hechos al Dios al que rezan con los labios. Y es exactamente lo que llevaba en el corazón, en oración, al visitar en Jerusalén el Muro occidental, o Muro de las Lamentaciones, y la Cúpula de la Roca, lugares simbólicos respectivamente del judaísmo y del islam. Un momento de intenso recogimiento fue, además, la visita al Mausoleo de Yad Vashem, erigido en Jerusalén en honor de las víctimas del Holocausto. Allí rezamos en silencio y meditamos en el misterio del "nombre": toda persona humana es sagrada, y su nombre está escrito en el corazón del Dios eterno. No se debe olvidar jamás la tremenda tragedia del Holocausto. Al contrario, es necesario que esté siempre en nuestra memoria como advertencia universal al respeto sagrado de la vida humana, que tiene siempre un valor infinito.

Como ya he mencionado, mi viaje tenía como objetivo prioritario la visita a las comunidades católicas de Tierra Santa y eso se realizó en varios momentos también en Jerusalén, en Belén y Nazaret. En el Cenáculo, con el pensamiento puesto en Cristo que lava los pies a los Apóstoles e instituye la Eucaristía, así como en el don del Espíritu Santo a la Iglesia el día de Pentecostés, me encontré, entre otros, con el custodio de Tierra Santa y medité sobre nuestra vocación a ser uno, a formar un solo cuerpo y un solo espíritu, a transformar el mundo con el manso poder del amor. Ciertamente, esta llamada experimenta en Tierra Santa dificultades particulares, por ello, con el corazón de Cristo, repetí a mis hermanos obispos sus mismas palabras: "No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32). Luego saludé brevemente a las religiosas y los religiosos de vida contemplativa, dándoles las gracias por el servicio que prestan, con su oración, a la Iglesia y a la causa de la paz.

Momentos culminantes de comunión con los fieles católicos fueron sobre todo las celebraciones eucarísticas. En el Valle de Josafat, en Jerusalén, meditamos en la resurrección de Cristo como fuerza de esperanza y de paz para esa ciudad y para el mundo entero. En Belén, en los Territorios palestinos, celebramos la misa ante la basílica de la Natividad con la participación de fieles procedentes de Gaza, a los que tuve la alegría de consolar personalmente, asegurándoles mi cercanía particular.

Belén, el lugar donde resonó el canto celestial de paz para todos los hombres, es símbolo de la distancia que nos sigue separando del cumplimento de aquel anuncio: precariedad, aislamiento, incertidumbre, pobreza. Todo ello ha impulsado a numerosos cristianos a marcharse lejos. Pero la Iglesia sigue su camino, sostenida por la fuerza de la fe y atestiguando su amor con obras concretas de servicio a los hermanos, como el Hospital infantil de Cáritas de Belén, apoyado por las diócesis de Alemania y Suiza, y la acción humanitaria en los campos de refugiados. En el que visité, aseguré a las familias recogidas allí la cercanía y el aliento de la Iglesia universal, invitando a todos a buscar la paz con métodos no violentos, siguiendo el ejemplo de san Francisco de Asís.

La tercera y última misa con el pueblo la celebré el jueves pasado en Nazaret, ciudad de la Sagrada Familia. Rezamos por todas las familias, para que se redescubran la belleza del matrimonio y de la vida familiar, el valor de la espiritualidad doméstica y de la educación, la atención a los niños, que tienen derecho a crecer en paz y serenidad. Además, en la basílica de la Anunciación, juntamente con todos los pastores, las personas consagradas, los movimientos eclesiales y los laicos comprometidos de Galilea, cantamos nuestra fe en el poder creador y transformador de Dios. Donde el Verbo se encarnó en el seno de la Virgen María brota un manantial inagotable de esperanza y de alegría, que no deja de animar el corazón de la Iglesia, peregrina en la historia.

Mi peregrinación concluyó el viernes pasado con la visita al Santo Sepulcro y con dos importantes encuentros ecuménicos en Jerusalén: en el Patriarcado greco-ortodoxo, donde se hallaban reunidas todas las representaciones eclesiales de Tierra Santa y, por último, en la Iglesia patriarcal armenia apostólica.

Me complace recapitular todo el itinerario que pude realizar precisamente con el signo de la resurrección de Cristo: a pesar de las vicisitudes que a lo largo de los siglos han marcado los santos lugares, y a pesar de las guerras, las destrucciones y desgraciadamente también los conflictos entre los cristianos, la Iglesia ha proseguido su misión, impulsada por el Espíritu del Señor resucitado. Está en camino hacia la unidad plena para que el mundo crea en el amor de Dios y experimente la alegría de su paz. De rodillas en el Calvario y en el Sepulcro de Jesús invoqué la fuerza del amor que brota del misterio pascual, la única fuerza capaz de renovar a los hombres y de orientar hacia su fin la historia y el cosmos. Os pido también a vosotros que recéis por este objetivo, mientras nos preparamos para la fiesta de la Ascensión, que en el Vaticano celebraremos mañana. Gracias por vuestra atención.

Saludos

Saludo a los fieles de lengua española, en particular, a los provenientes de Madrid, Barcelona y Valencia; al "Movimiento de vida ascendente" de la diócesis de Cartagena-Murcia; al grupo de discapacitados físicos y psíquicos de la asociación "Mensajeros de la paz" de Extremadura, así como a los demás peregrinos de España y otros países latinoamericanos. Os invito, ante la próxima solemnidad de la Ascensión del Señor, a exultar de gozo por la victoria de Cristo sobre la muerte, que anticipa y es ya nuestra victoria definitiva. Muchas gracias.

(En húngaro)

Queridos hermanos y hermanas, en la víspera de la solemnidad de la Ascensión recordemos que todos somos peregrinos de camino hacia la patria celestial, donde el Señor ha ido a prepararnos una morada.

(En lengua croata)

El Señor resucitado prometió que permanecería con nosotros hasta el fin del mundo. Dadle gracias amándoos unos a otros.
Llamamiento del Papa a los comunicadores


El domingo próximo, la Iglesia celebrará la Jornada mundial de las comunicaciones sociales. En mi mensaje de este año invito a todos los que usan las nuevas tecnologías de comunicación, y de modo especial a los jóvenes, a utilizarlas de modo positivo y a valorar las grandes potencialidades de estos medios para crear vínculos de amistad y solidaridad que puedan contribuir a un mundo mejor.

Las nuevas tecnologías han modificado radicalmente las maneras de difundir noticias e informaciones, así como el modo de comunicarse y relacionarse de las personas entre sí. Deseo animar a los que acceden al ciberespacio a estar atentos a mantener y promover una cultura de respeto, diálogo y auténtica amistad, en la que puedan florecer los valores de la verdad, la armonía y la comprensión.

Jóvenes, os hago un llamamiento en particular a vosotros: sed testigos de vuestra fe en el mundo digital. Emplead estas nuevas tecnologías para dar a conocer el Evangelio, de forma que la buena noticia del amor infinito de Dios por todos resuene de nuevos modos en nuestro mundo cada vez más tecnológico.

(En italiano)

Dirijo mi saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La solemnidad de la Ascensión, que celebraremos mañana en el Vaticano, como en otros países, mientras que en Italia se celebra el domingo próximo, nos invita a mirar a Jesús, el cual, antes de subir al cielo, dio a los Apóstoles el mandato de llevar su mensaje de salvación hasta los confines de la tierra. Queridos jóvenes, esforzaos por poner vuestras energías al servicio del Evangelio. Vosotros, queridos enfermos, vivid vuestros sufrimientos unidos al Señor, con la certeza de dar así una valiosa contribución al crecimiento de su reino en el mundo. Y vosotros queridos recién casados, haced que vuestras familias sean lugares en los que se aprenda a ser testigos gozosos del Evangelio de la esperanza.




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