Audiencias 2005-2013 27059

Miércoles 27 de mayo de 2009: San Teodoro el Estudita

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Queridos hermanos y hermanas:

El santo del que voy a hablar hoy, san Teodoro el Estudita, nos hace remontarnos al centro del período medieval bizantino, un período más bien turbulento desde el punto de vista religioso y político. San Teodoro nació en el año 759 en una familia noble y piadosa: su madre, Teoctista, y uno de sus tíos, Platón, abad del monasterio de Sakkudion, en Bitinia, son venerados como santos. Fue precisamente su tío quien lo orientó hacia la vida monástica, que abrazó a la edad de 22 años. Fue ordenado sacerdote por el patriarca Tarasio, pero después rompió la comunión con él por la debilidad que mostró en el caso del matrimonio adúltero del emperador Constantino VI. La consecuencia fue el destierro de san Teodoro a Tesalónica, en el año 796. La reconciliación con la autoridad imperial se produjo en el año sucesivo bajo la emperatriz Irene, cuya benevolencia impulsó a san Teodoro y su tío Platón a trasladarse al monasterio urbano de Studios, junto con la mayor parte de la comunidad de los monjes de Sakkudion, para evitar las incursiones de los sarracenos. Así comenzó la importante "reforma estudita".

La vida personal de san Teodoro, sin embargo, siguió siendo muy agitada. Con su acostumbrada energía, se convirtió en jefe de la resistencia contra la iconoclasia de León V el Armenio, que se opuso nuevamente a la existencia de imágenes e iconos en la Iglesia. La procesión de iconos organizada por los monjes de Studios desencadenó la reacción de la policía. Entre los años 815 y 821, san Teodoro fue flagelado, encarcelado y desterrado a varios lugares de Asia Menor. Al final pudo regresar a Constantinopla, pero no a su monasterio. Entonces se estableció con sus monjes en la otra parte del Bósforo. Al parecer, murió en Prinkipo el 11 de noviembre del año 826, día en el que lo recuerda el calendario bizantino.

En la historia de la Iglesia san Teodoro se distinguió por ser uno de los grandes reformadores de la vida monástica y también como defensor de las imágenes sagradas durante la segunda fase de la iconoclasia, junto al patriarca de Constantinopla, san Nicéforo. San Teodoro había comprendido que la cuestión de la veneración de los iconos afectaba a la verdad misma de la Encarnación. En sus tres libros Antirretikoi (Refutaciones), san Teodoro compara las relaciones eternas en el seno de la Trinidad, en donde la existencia de cada Persona divina no destruye la unidad, con las relaciones entre las dos naturalezas en Cristo, que no comprometen en él la única Persona del Logos. Y argumenta: abolir la veneración del icono de Cristo significaría cancelar su misma obra redentora, pues, al asumir la naturaleza humana, la Palabra eterna invisible se hizo visible en la carne humana y así santificó todo el cosmos visible. Los iconos, santificados por la bendición litúrgica y por las oraciones de los fieles, nos unen con la Persona de Cristo, con sus santos y, a través de ellos, con el Padre celestial, y testimonian la entrada de la realidad divina en nuestro cosmos visible y material.

San Teodoro y sus monjes, testigos de valentía en el tiempo de las persecuciones iconoclastas, están inseparablemente unidos a la reforma de la vida cenobítica en el mundo bizantino. Su importancia se impone incluso por una circunstancia exterior: el número. Mientras los monasterios de la época tenían al máximo treinta o cuarenta monjes, por la Vida de Teodoro sabemos que los monjes estuditas eran más de mil. San Teodoro mismo nos informa que en su monasterio había unos trescientos monjes; por tanto, se ve el entusiasmo de la fe que nació en el contexto de este hombre realmente informado y formado por la fe misma.

Ahora bien, más que el número, influyó sobre todo el nuevo espíritu que imprimió el fundador a la vida cenobítica. En sus escritos insiste en la urgencia de un regreso consciente a la enseñanza de los Padres, especialmente de san Basilio, primer legislador de la vida monástica, y de san Doroteo de Gaza, famoso padre espiritual del desierto palestino. La contribución característica de san Teodoro consiste en su insistencia en la necesidad del orden y de la sumisión por parte de los monjes. Durante las persecuciones, estos se habían dispersado, acostumbrándose a vivir cada uno según su propio criterio. Cuando se pudo restablecer la vida común, resultó necesario esforzarse a fondo para hacer que el monasterio volviera a constituir una auténtica comunidad orgánica, una verdadera familia o, como dice él, un verdadero "Cuerpo de Cristo". En esa comunidad se realiza concretamente la realidad de la Iglesia en su conjunto.

Otra convicción de fondo de san Teodoro era que, con respecto a los seglares, los monjes asumen el compromiso de observar los deberes cristianos con mayor rigor e intensidad. Por eso pronuncian una profesión especial, que pertenece a los hagiasmata (consagraciones), y es casi un "nuevo bautismo", del que es símbolo la toma de hábito. A diferencia de los seglares, es característico de los monjes el compromiso de pobreza, castidad y obediencia.

Dirigiéndose a los monjes, san Teodoro habla de manera concreta, en ocasiones casi pintoresca, de la pobreza, pero en el seguimiento de Cristo la pobreza es desde los inicios un elemento esencial del monaquismo e indica también un camino para todos nosotros. La renuncia a la propiedad privada, estar desprendido de las cosas materiales, así como la sobriedad y la sencillez, sólo valen de forma radical para los monjes, pero el espíritu de esta renuncia es igual para todos.

No debemos depender de la propiedad material; debemos aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad. Sólo así puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo. Por tanto, en este sentido, el signo radical de los monjes pobres también indica fundamentalmente un camino para todos nosotros. Cuando explica las tentaciones contra la castidad, san Teodoro no oculta sus propias experiencias y demuestra el camino de lucha interior para lograr el dominio de sí mismos y así el respeto del propio cuerpo y del cuerpo del otro como templo de Dios.

Pero las principales renuncias para él son las que exige la obediencia, pues cada uno de los monjes tiene su manera de vivir, y la integración en la gran comunidad de trescientos monjes implica realmente una nueva forma de vida, que él califica como el "martirio de la sumisión". También en esto los monjes dan un ejemplo de cuán necesaria es la obediencia para nosotros mismos, pues tras el pecado original el hombre tiende a hacer su propia voluntad: el primer principio es la vida del mundo, y todo los demás queda sometido a la propia voluntad. Pero de este modo, si cada quien sólo se sigue a sí mismo, el tejido social no puede funcionar.

Sólo aprendiendo a integrarse en la libertad común, compartiendo y sometiéndose a ella, aprendiendo la legalidad, es decir, la sumisión y la obediencia a las reglas del bien común y de la vida común, puede sanar un sociedad, así como el yo mismo de la soberbia que quiere ocupar el centro del mundo. De este modo san Teodoro ayuda con aguda introspección a sus monjes, y en definitiva también a nosotros, a comprender la verdadera vida, a resistir a la tentación de poner la propia voluntad como regla suprema de vida y a conservar la verdadera identidad personal -que es siempre una identidad junto con los demás-, así como la paz del corazón.

Para san Teodoro el Estudita, junto a la obediencia y la humildad, una virtud importante es la philergia, es decir, el amor al trabajo, en el que ve un criterio para comprobar la calidad de la devoción personal: quien es fervoroso en los compromisos materiales, quien trabaja con asiduidad -argumenta-, lo es también en los espirituales. Por eso, no admite que bajo el pretexto de la oración y de la contemplación, el monje se dispense del trabajo, incluido el trabajo manual, que en realidad, según él y según toda la tradición monástica, es un medio para encontrar a Dios. San Teodoro no tiene miedo de hablar del trabajo como del "sacrificio del monje", de su "liturgia", incluso de una especie de misa por la que la vida monástica se convierte en vida angélica. Y precisamente así el mundo del trabajo se debe humanizar y el hombre, a través del trabajo, se hace más hombre, más cercano a Dios. Merece la pena destacar una consecuencia de esta singular concepción: precisamente por ser fruto de una forma de "liturgia", el dinero que se obtiene del trabajo común no debe servir para la comodidad de los monjes, sino que debe destinarse a ayudar a los pobres. Así todos podemos ver la necesidad de que el fruto del trabajo es un bien para todos.

Obviamente, el trabajo de los "estuditas" no era sólo manual: tuvieron gran importancia en el desarrollo religioso-cultural de la civilización bizantina como calígrafos, pintores, poetas, educadores de los jóvenes, maestros de escuelas y bibliotecarios.

Aunque llevó a cabo una vastísima actividad exterior, san Teodoro no se dejaba distraer de lo que consideraba íntimamente vinculado a su función de superior: ser el padre espiritual de sus monjes. Conocía el influjo decisivo que habían tenido en su vida tanto su buena madre como su santo tío, Platón, al que da el significativo título de "padre". Por ello, impartía a los monjes dirección espiritual. Cada día, refiere el biógrafo, tras la oración de la tarde, se ponía ante el iconostasio para escuchar a todos. También aconsejaba espiritualmente a muchas personas que no eran del monasterio. Su Testamento espiritual y sus Cartas subrayan su carácter abierto y afectuoso, y muestran cómo de su paternidad surgieron verdaderas amistades espirituales en el ámbito monástico y fuera de él.

La Regla, conocida con el nombre de Hypotyposis, codificada poco después de la muerte de san Teodoro, fue adoptada, con alguna modificación, en el Monte Athos, cuando en el año 962 san Atanasio Athonita fundó allí la Gran Lavra, y en la Rus' de Kiev, cuando al inicio del segundo milenio san Teodosio la introdujo en la Lavra de las Grutas. La Regla, comprendida en su significado genuino, es sumamente actual. Existen hoy numerosas corrientes que amenazan la unidad de la fe común y llevan hacia una especie de peligroso individualismo espiritual y de soberbia espiritual. Es necesario esforzarse por defender y hacer que crezca la perfecta unidad del Cuerpo de Cristo, en la que pueden estar en armonía la paz del orden y las relaciones personales sinceras en el Espíritu.

Quizá conviene, al final, retomar algunos de los elementos principales de la doctrina espiritual de san Teodoro. Amor al Señor encarnado y a su visibilidad en la liturgia y en los iconos. Fidelidad al bautismo y esfuerzo por vivir en la comunión del Cuerpo de Cristo, entendida también como comunión de los cristianos entre sí. Espíritu de pobreza, de sobriedad, de renuncia; castidad, dominio de sí, humildad y obediencia contra la primacía de la propia voluntad, que destruye el tejido social y la paz de las almas. Amor al trabajo material y espiritual. Amistad espiritual nacida en la purificación de la propia conciencia, de la propia alma, de la propia vida. Tratemos deseguir estas enseñanzas, que realmente nos muestran el camino de la verdadera vida.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los antiguos alumnos del Colegio de la Inmaculada Concepción, de Barcelona, acompañados por el señor cardenal Lluís Martínez Sistach, a los fieles de las parroquias de la Sagrada Familia y San Pedro, de Santiago de Chile, así como a los demás grupos procedentes de España, México y otros países latinoamericanos. Que vuestra peregrinación al sepulcro de los Apóstoles aumente vuestra fe y vuestro amor a la Iglesia. Muchas gracias.

(A los peregrinos de lengua portuguesa)

Nuestro encuentro tiene lugar en la novena de Pentecostés, que quiere recrear sentimientos de fraterna benevolencia y humilde adoración en los corazones y las comunidades, como arcilla en las manos de Dios a la espera del soplo vivificador del Espíritu Santo. Que él venga sobre todos vosotros.


(En lengua polaca)

Ayer en Polonia habéis celebrado el día de la Madre. Refiriéndome a esta feliz conmemoración, doy gracias a Dios con vosotros por el santo don que el corazón y el amor de toda madre representan para sus hijos, para su familia y para cada uno de nosotros. A María, Madre afectuosísima, en el mes dedicado a ella, encomiendo a todas las madres, sus alegrías y sus tristezas.

(A los eslovacos)

Hermanos y hermanas, el domingo próximo celebraremos la solemnidad de Pentecostés. Pidamos a Dios que mande los dones de su Espíritu para que podamos ser testigos valientes de nuestra fe.

(En italiano)

(A los miembros de la fundación San Mateo, en memoria del cardenal Van Thuan)
Os agradezco la actividad que lleváis a cabo generosamente para difundir la doctrina social de la Iglesia y sobre todo para hacer que se sienta la cercanía de la Iglesia a los que son pobres material y espiritualmente.

Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La Iglesia recordó ayer a san Felipe Neri, que se distinguió por su alegría y su dedicación a los pobres y a los enfermos, y especialmente a la juventud. Queridos jóvenes, aprended de este santo a vivir con sencillez evangélica y con alegría por la vida. Queridos enfermos, que san Felipe Neri os ayude a hacer de vuestro sufrimiento una ofrenda al Padre celestial, en unión con Jesús crucificado. Y vosotros, queridos recién casados, sostenidos por su intercesión, sed constructores de familias iluminadas por la sabiduría evangélica.



Miércoles 3 de junio de 2009: Rabano Mauro

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Queridos hermanos y hermanas:


Hoy voy a hablar de un personaje del Occidente latino verdaderamente extraordinario: el monje Rabano Mauro. Junto a hombres como san Isidoro de Sevilla, san Beda el Venerable y san Ambrosio Auperto, de los que ya he hablado en catequesis precedentes, durante los siglos de la alta Edad Media supo mantener el contacto con la gran cultura de los antiguos sabios y de los Padres cristianos.

Rabano Mauro, recordado con frecuencia como "praeceptor Germaniae", tuvo una fecundidad extraordinaria. Con su capacidad de trabajo totalmente excepcional fue quizá el que más contribuyó a mantener viva la cultura teológica, exegética y espiritual a la que recurrirían los siglos sucesivos. A él hacen referencia grandes personajes pertenecientes al mundo de los monjes, como san Pedro Damián, san Pedro el Venerable y san Bernardo de Claraval, así como un número cada vez mayor de "clerici" del clero secular, que en los siglos XII y XIII promovieron uno de los florecimientos más hermosos y fecundos del pensamiento humano.

Rabano nació en Maguncia, alrededor del año 780; al entrar, muy joven, en el monasterio se le añadió el nombre de Mauro, precisamente en referencia al joven Mauro que, según el Libro segundo de los diálogos de san Gregorio Magno, siendo niño, lo habían entregado sus padres, nobles romanos, al abad Benito de Nursia. El ingreso precoz de Rabano como "puer oblatus" en el mundo monástico benedictino, y los frutos que obtuvo para su crecimiento humano, cultural y espiritual, abrieron posibilidades interesantísimas no sólo para la vida de los monjes y de la Iglesia, sino también para toda la sociedad de su tiempo, tradicionalmente llamada "carolingia".

Hablando de ellos, o quizá de sí mismo, Rabano Mauro escribe: "Hay algunos que han tenido la suerte de haber sido introducidos en el conocimiento de las Escrituras desde su más tierna infancia ("a cunabulis suis") y se han alimentado tan bien de la comida que les ha ofrecido la santa Iglesia que pueden ser promovidos, con la educación adecuada, a las más altas órdenes sagradas" (PL 107, COL 419 BC).

La extraordinaria cultura por la que se distinguía Rabano Mauro llamó muy pronto la atención de los grandes de su tiempo. Se convirtió en consejero de príncipes. Se esforzó por garantizar la unidad del Imperio y, en un nivel cultural más amplio, a quien le preguntaba nunca negó una respuesta ponderada, que se inspiraba preferentemente en la Biblia y en los textos de los santos Padres. A pesar de que fue elegido primero abad del famoso monasterio de Fulda y después arzobispo de su ciudad natal, Maguncia, prosiguió sus estudios, demostrando con el ejemplo de su vida que se puede estar al mismo tiempo a disposición de los demás, sin privarse por ello de un tiempo oportuno de reflexión, estudio y meditación.

Así, Rabano Mauro fue exegeta, filósofo, poeta, pastor y hombre de Dios. Las diócesis de Fulda, Maguncia, Limburgo y Breslavia lo veneran como santo o beato. Sus obras ocupan seis volúmenes de la Patrología Latina de Migne. Probablemente fue él quien compuso uno de los himnos más bellos y conocidos de la Iglesia latina, el "Veni Creator Spiritus", síntesis extraordinaria de pneumatología cristiana. El primer compromiso teológico de Rabano se expresó, de hecho, en forma de poesía y tuvo como tema el misterio de la santa cruz, en una obra titulada "De laudibus sanctae crucis", concebida para presentar no sólo contenidos conceptuales, sino también estímulos más exquisitamente artísticos, utilizando tanto la forma poética como la forma pictórica dentro del mismo códice manuscrito.

Por ejemplo, proponiendo iconográficamente entre las líneas de su escrito la imagen de Cristo crucificado, escribe: "Esta es la imagen del Salvador que, con la posición de sus miembros, hace sagrada para nosotros la salubérrima, dulcísima y amadísima forma de la cruz, para que creyendo en su nombre y obedeciendo sus mandamientos podamos obtener la vida eterna gracias a su Pasión. Por eso, cada vez que elevamos la mirada a la cruz, recordamos a Aquel que sufrió por nosotros para arrancarnos del poder de las tinieblas, aceptando la muerte para hacernos herederos de la vida eterna" (Lib. 1, Fig. 1:PL 107 COL 151 C).

Este método de combinar todas las artes, la inteligencia, el corazón y los sentidos, que procedía de Oriente, sería desarrollado ampliamente en Occidente, consiguiendo metas inalcanzables en los códices miniados de la Biblia y en otras obras de fe y de arte, que florecieron en Europa hasta la invención de la imprenta e incluso después. En todo caso, demuestra que Rabano Mauro tenía una conciencia extraordinaria de la necesidad de involucrar en la experiencia de fe no sólo la mente y el corazón, sino también los sentidos a través de los otros aspectos del gusto estético y de la sensibilidad humana que llevan al hombre a disfrutar de la verdad con todo su ser, "espíritu, alma y cuerpo".

Esto es importante: la fe no es sólo pensamiento, sino que implica a todo el ser. Dado que Dios se hizo hombre en carne y hueso, y entró en el mundo sensible, nosotros tenemos que tratar de encontrar a Dios con todas las dimensiones de nuestro ser. Así, la realidad de Dios, a través de la fe, penetra en nuestro ser y lo transforma. Por eso, Rabano Mauro concentró su atención sobre todo en la liturgia, como síntesis de todas las dimensiones de nuestra percepción de la realidad. Esta intuición de Rabano Mauro lo hace extraordinariamente actual.

Son famosos también sus "Carmina", propuestos para ser utilizados sobre todo en las celebraciones litúrgicas. De hecho, es lógico el interés de Rabano por la liturgia, teniendo en cuenta que era ante todo un monje. Sin embargo, no se dedicó al arte de la poesía como fin en sí misma, sino que utilizó el arte y cualquier otro tipo de conocimiento para profundizar en la Palabra de Dios. Por ello, con gran empeño y rigor trató de introducir a sus contemporáneos, sobre todo a los ministros (obispos, presbíteros y diáconos), en la comprensión del significado profundamente teológico y espiritual de todos los elementos de la celebración litúrgica.

Así, trató de comprender y presentar a los demás los significados teológicos escondidos en los ritos, recurriendo a la Biblia y a la tradición de los Padres. Por honradez y para dar mayor peso a sus explicaciones, no dudaba en citar las fuentes patrísticas a las que debía su saber. Se servía de ellas con libertad y discernimiento atento, continuando el desarrollo del pensamiento patrístico. Por ejemplo, al final de su "Epistola prima" dirigida a un corepíscopo de la diócesis de Maguncia, después de responder a las peticiones de aclaración sobre el comportamiento que se debe tener en el ejercicio de la responsabilidad pastoral, prosigue:"Te hemos escrito todo esto tal como lo hemos deducido de las Sagradas Escrituras y de los cánones de los Padres. Ahora bien, tú, santísimo hombre, toma tus decisiones como mejor te parezca, caso por caso, tratando de moderar tu evaluación de tal manera que se garantice en todo la discreción, pues esta es la madre de todas las virtudes" (Epistulae, I: PL 112, COL 1510 C). Así se ve la continuidad de la fe cristiana, que tiene sus inicios en la Palabra de Dios, la cual siempre está viva, se desarrolla y se expresa de nuevas maneras, siempre en coherencia con toda la construcción, con todo el edificio de la fe.

Dado que la Palabra de Dios es parte integrante de la celebración litúrgica, Rabano Mauro se dedicó a ella con el máximo empeño durante toda su vida. Redactó explicaciones exegéticas apropiadas casi para todos los libros bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, con una finalidad claramente pastoral, que justificaba con palabras como estas:"He escrito esto (...) sintetizando explicaciones y propuestas de otros muchos para prestar un servicio al pobre lector que no puede tener a su disposición muchos libros, pero también para ayudar a quienes en muchos temas no logran profundizar en la comprensión de los significados descubiertos por los Padres" (Commentariorum in Matthaeum praefatio:PL 107, COL 727 D). De hecho, al comentar los textos bíblicos recurría ampliamente a los Padres antiguos, con predilección especial por san Jerónimo, san Ambrosio, san Agustín y san Gregorio Magno.

Su notable sensibilidad pastoral lo llevó después a afrontar uno de los problemas que más preocupaban a los fieles y a los ministros sagrados de su tiempo: el de la Penitencia. Compiló "Penitenciarios" —así los llamaba— en los que, según la sensibilidad de la época, se enumeraban los pecados y las penas correspondientes, utilizando en la medida de lo posible motivaciones tomadas de la Biblia, de las decisiones de los concilios, y de las Decretales de los Papas. De esos textos se sirvieron también los "carolingios" en su intento de reforma de la Iglesia y de la sociedad. Esta misma finalidad pastoral tenían obras como "De disciplina ecclesiastica" y "De institutione clericorum" en los que, recurriendo sobre todo a san Agustín, Rabano explicaba a personas sencillas y al clero de su diócesis los elementos fundamentales de la fe cristiana: eran una especie de pequeños catecismos.

Concluyo la presentación de este gran "hombre de Iglesia" citando algunas palabras suyas en las que se refleja su convicción de fondo: "Quien descuida la contemplación ("qui vacare Deo negligit"), se priva de la visión de la luz de Dios; quien se deja llevar de modo indiscreto por las preocupaciones y permite que sus pensamientos se vean arrollados por el tumulto de las cosas del mundo, se condena a la imposibilidad absoluta de penetrar en los secretos del Dios invisible" (Lib. I: PL 112, COL 1263 A).

Creo que Rabano Mauro nos dirige hoy estas palabras: en el trabajo, con sus ritmos frenéticos, y en los tiempos de vacaciones, debemos reservar momentos para Dios. Abrirle nuestra vida dirigiéndole un pensamiento, una reflexión, una breve oración; y, sobre todo, no debemos olvidar el domingo como el día del Señor, el día de la liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de Dios, dejándolo entrar en nuestro ser. Sólo así nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros del movimiento "Familias en Alianza", así como a los de El Salvador, España, Ecuador, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a que, a ejemplo de Rabano Mauro, las preocupaciones de este mundo nunca los aparten del amor de Dios. Muchas gracias.

(En italiano)

Dirijo ahora un afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, el próximo domingo celebraremos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Os deseo que la contemplación del misterio trinitario os introduzca cada vez más en el amor divino. Queridos enfermos, gracias al bautismo está presente la Santísima Trinidad en vuestra vida. Que esto os sirva de apoyo para cumplir en toda circunstancia la voluntad del Señor. Y vosotros, queridos recién casados, inspiraos siempre en la comunión trinitaria para formar una familia cristiana en la que podáis experimentar, en el amor recíproco, la alegría de la oración y de la acogida de la vida.





Miércoles 10 de junio de 2009: Juan Escoto Eriúgena

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Queridos hermanos y hermanas:


Hoy voy a hablar de un pensador notable del Occidente cristiano: Juan Escoto Eriúgena, cuyos orígenes sin embargo son oscuros. Ciertamente, procedía de Irlanda, donde nació a inicios del siglo IX, pero no sabemos cuándo salió de su isla, atravesando el canal de la Mancha, para entrar a formar parte plenamente del mundo cultural que estaba renaciendo en torno a los carolingios y, de modo particular, en torno a Carlos el Calvo, en la Francia del siglo IX. Del mismo modo que no se conoce la fecha exacta de su nacimiento, también ignoramos el año de su muerte que, según los estudiosos, debería haber acaecido alrededor del año 870.

Juan Escoto Eriúgena tenía una cultura patrística, tanto griega como latina, de primera mano: conocía directamente los escritos de los Padres latinos y griegos. Conocía bien, entre otras, las obras de san Agustín, san Ambrosio, san Gregorio Magno, grandes Padres del Occidente cristiano, pero también conocía a fondo el pensamiento de Orígenes, san Gregorio de Nisa, san Juan Crisóstomo y los demás Padres cristianos de Oriente no menos grandes. Era un hombre excepcional, que dominaba en ese tiempo la lengua griega. Prestó atención muy especial a san Máximo el Confesor y, sobre todo, a Dionisio el Areopagita. Bajo este seudónimo se oculta un escritor eclesiástico del siglo V, de Siria, pero Juan Escoto Eriúgena, como todos en la Edad Media, estaba convencido de que este autor se identificaba con un discípulo directo de san Pablo, del que se habla en los Hechos de los Apóstoles (cf.
Ac 17,34).

Escoto Eriúgena, convencido de esta apostolicidad de los escritos de Dionisio, lo definió "autor divino" por excelencia. Por eso, los escritos de Dionisio fueron una fuente eminente de su pensamiento. Juan Escoto tradujo al latín sus obras. Los grandes teólogos medievales, como san Buenaventura, conocieron las obras de Dionisio a través de esta traducción. Se dedicó durante toda su vida a profundizar y desarrollar su pensamiento, bebiendo en esos escritos, hasta el punto de que aún hoy alguna vez resulta difícil distinguir dónde se halla el pensamiento de Escoto Eriúgena y dónde en cambio no hace más que volver a presentar el pensamiento del Pseudo Dionisio.

En verdad, el trabajo teológico de Juan Escoto no tuvo mucha suerte. No sólo el final de la era carolingia hizo que se olvidaran sus obras, sino que, además, una censura por parte de la autoridad eclesiástica ensombreció su figura. En realidad, Juan Escoto representa un platonismo radical, que a veces parece acercarse a una visión panteísta, aunque su intención personal subjetiva fue siempre ortodoxa.

De Juan Escoto Eriúgena se conservan varias obras, entre las cuales merece la pena recordar, en particular, el tratado "Sobre la división de la naturaleza" y las "Exposiciones sobre la jerarquía celeste de san Dionisio". En ellas desarrolla reflexiones teológicas y espirituales estimulantes, que podrían sugerir interesantes puntos de profundización incluso para los teólogos contemporáneos. Me refiero, por ejemplo, a lo que escribe sobre el deber de realizar un discernimiento adecuado sobre lo que se presenta como auctoritas vera, o sobre el compromiso de seguir buscando la verdad hasta que se alcance una experiencia de ella en la adoración silenciosa de Dios.

Nuestro autor dice: "Salus nostra ex fide inchoat", "Nuestra salvación comienza con la fe". Es decir, no podemos hablar de Dios partiendo de nuestras propias ocurrencias, sino de lo que dice Dios de sí mismo en las Sagradas Escrituras. Sin embargo, dado que Dios sólo dice la verdad, Escoto Eriúgena está convencido de que la autoridad y la razón nunca pueden oponerse; está convencido de que la verdadera religión y la verdadera filosofía coinciden.

Desde esta perspectiva escribe: "Cualquier tipo de autoridad que no sea confirmada por una verdadera razón debería considerarse débil... Porque no existe verdadera autoridad si no es la que coincide con la verdad descubierta en virtud de la razón, aunque se tratara de una autoridad recomendada y transmitida para utilidad de las futuras generaciones por los Santos Padres" (I, PL 122, COL 513bc). Por consiguiente, advierte: "Ninguna autoridad te debe atemorizar o distraer de lo que te hace comprender la persuasión obtenida gracias a una recta contemplación racional. En efecto, la autoridad auténtica no contradice nunca la recta razón, ni esta puede contradecir una verdadera autoridad. Ambas proceden sin duda alguna de la misma fuente, que es la sabiduría divina" (I,PL 122, COL 511b). Aquí vemos una valiente afirmación del valor de la razón, fundada en la certeza de que la verdadera autoridad es razonable, porque Dios es la razón creadora.

Según Escoto Eriúgena, también a la Escritura es necesario acercarse utilizando el mismo criterio de discernimiento, pues la Escritura —sostiene el teólogo irlandés, presentando una reflexión ya presente en san Juan Crisóstomo—, aunque procede de Dios, no sería necesaria si el hombre no hubiera pecado. Por tanto, se debería deducir que Dios nos dio la Escritura con una finalidad pedagógica y por condescendencia, para que el hombre pudiera recordar todo lo que había sido grabado en su corazón desde el momento de su creación "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26) y que la caída original le había hecho olvidar.

Juan Escoto escribe en las Expositiones: "No es que el hombre haya sido creado para la Escritura, de la cual no hubiera tenido necesidad si no hubiera pecado, sino que, más bien, es la Escritura, tejida de doctrina y de símbolos, la que ha sido dada para el hombre. Gracias a ella nuestra naturaleza racional puede ser introducida en los secretos de la auténtica y pura contemplación de Dios" (II, PL 122, COL 146c). La palabra de la Sagrada Escritura purifica nuestra razón un poco ciega y nos ayuda a volver al recuerdo de lo que nosotros, como imagen de Dios, llevamos en nuestro corazón, lamentablemente herido por el pecado.

De aquí derivan algunas consecuencias hermenéuticas, sobre el modo de interpretar la Escritura, que pueden indicar también hoy el camino real para una lectura correcta de la Sagrada Escritura. Se trata de descubrir el sentido oculto en el texto sagrado y esto supone un ejercicio interior particular, gracias al cual la razón se abre al camino seguro que lleva a la verdad. Ese ejercicio consiste en cultivar una disponibilidad constante a la conversión. Para llegar a comprender en profundidad el texto es necesario progresar simultáneamente en la conversión del corazón y en el análisis conceptual de la página bíblica, sea de carácter cósmico, histórico o doctrinal. Porque sólo se puede llegar a una comprensión exacta gracias a la constante purificación tanto del ojo del corazón como del ojo de la mente.

Este camino arduo, exigente y entusiasmante, hecho de continuas conquistas y relativizaciones del saber humano, lleva a la criatura inteligente hasta el umbral del Misterio divino, donde todas las nociones muestran su debilidad e incapacidad, y por eso, con la sencilla fuerza libre y dulce de la verdad, obligan a ir continuamente más allá de todo lo conseguido. Así, el reconocimiento adorante y silencioso del Misterio, que desemboca en la comunión unificadora, se revela como el único camino de una relación con la verdad que sea a la vez la más íntima posible y la más escrupulosamente respetuosa de la alteridad.

Juan Escoto, utilizando también aquí un vocabulario arraigado en la tradición cristiana de lengua griega, llamó a esta experiencia, a la que tendemos, "theosis" o divinización, con afirmaciones tan atrevidas que en algunos suscitaron sospechas de panteísmo heterodoxo. Por lo demás, se experimenta una fuerte emoción al leer textos como el siguiente, donde, recurriendo a la antigua metáfora de la fusión del hierro, escribe: "Por tanto, del mismo modo que todo el hierro candente se licúa hasta el punto de que parece haber sólo fuego, pero siguen siendo distintas las sustancias de uno y otro, así se debe aceptar que, después del fin de este mundo, toda la naturaleza, tanto la corpórea como la incorpórea, sólo manifiesta a Dios, aunque permanezca íntegra de tal modo que a Dios se le pueda com-prender aunque siga siendo in-comprensible y la criatura misma sea transformada, con maravilla inefable, en Dios" (V, PL 122, COL 451b).

En realidad, todo el pensamiento teológico de Juan Escoto es la demostración más evidente del intento de expresar lo comprensible del Dios incomprensible, fundándose únicamente en el misterio del Verbo encarnado en Jesús de Nazaret. Las numerosas metáforas que utiliza para indicar esta realidad inefable demuestran que es consciente de que los términos con que hablamos de estas cosas son absolutamente inadecuados. Sin embargo, queda el encanto y el clima de auténtica experiencia mística que de vez en cuando se puede palpar en sus textos. Baste citar, como confirmación, una página del De divisione naturae que toca a fondo incluso el corazón de nosotros, los creyentes del siglo XXI: "No se debe desear otra cosa —escribe— sino la alegría de la verdad, que es Cristo, ni evitar otra cosa sino el estar alejados de él, pues esto se debería considerar como causa única de tristeza total y eterna. Si me quitas a Cristo, no me quedará ningún bien, y nada me asustará como estar lejos de él. El mayor tormento de una criatura racional es estar privado de él o lejos de él" (V, PL 122, COL 989a). Son palabras que podemos hacer nuestras, transformándolas en oración a Aquel que constituye también el anhelo de nuestro corazón.



Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los sacerdotes y fieles de la archidiócesis de Mérida-Badajoz, a los feligreses de distintas parroquias de España, así como a los grupos procedentes de México y otros países latinoamericanos. Siguiendo las enseñanzas de Juan Escoto, os invito a no desear otra cosa sino el encuentro con Cristo, fuente de la verdadera alegría, y a no tener más tristeza que estar alejados de él. Muchas gracias.

(En polaco)

Mañana se celebrará la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Este día nos recuerda el milagro de la presencia divina bajo las especies del pan y del vino en la Eucaristía. De modo particular adoraremos al Señor durante la santa misa y la procesión. Que la participación en esta liturgia reavive nuestra fe, para que, al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, experimentemos cada vez más plenamente su amor infinito.

(En eslovaco)

Hermanos y hermanas, Cristo es el camino que lleva al Padre, y en la Eucaristía se ofrece a cada uno de nosotros como manantial de vida divina. Bebamos de él con perseverancia.

(En italiano)

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La fiesta del "Corpus Christi" que celebraremos mañana nos brinda la ocasión para profundizar nuestra fe y nuestro amor a la Eucaristía. Queridos jóvenes, especialmente vosotros, queridos muchachos de Castellaneta, que habéis recibido hace poco la primera Comunión: el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo sea el alimento espiritual de cada día para avanzar por el camino de la santidad; para vosotros, queridos enfermos, sea apoyo y consuelo en la prueba y en el sufrimiento; y para vosotros, queridos recién casados, sea la razón profunda de vuestro amor, que se manifiesta en vuestra conducta diaria.








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