Audiencias 2005-2013 17069

Miércoles 17 de junio de 2009: San Cirilo y san Metodio

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero hablar de san Cirilo y san Metodio, hermanos en la sangre y en la fe, llamados apóstoles de los eslavos. San Cirilo nació en Tesalónica; era el más joven de los siete hijos de León, magistrado imperial en los años 826-827. De niño aprendió la lengua eslava. A los catorce años fue enviado a Constantinopla para educarse y fue compañero del joven emperador Miguel III. En aquellos años fue introducido en las diferentes materias universitarias, entre ellas la dialéctica, teniendo como maestro a Focio. Después de rechazar un matrimonio brillante, decidió recibir las órdenes sagradas y se convirtió en "bibliotecario" en el patriarcado. Más tarde, deseando retirarse a la soledad, se escondió en un monasterio, pero pronto fue descubierto y le encomendaron la enseñanza de las ciencias sagradas y profanas, tarea que desempeñó tan bien que se ganó el apelativo de "filósofo".

Mientras tanto, su hermano Miguel (nacido en torno al año 815), tras una carrera administrativa en Macedonia, hacia el año 850 abandonó el mundo para retirarse a la vida monástica en el monte Olimpo, en Bitinia, donde recibió el nombre de Metodio (el nombre monástico debía comenzar por la misma letra del de bautismo) y se convirtió en egúmeno (abad) del monasterio de Polychron.

También san Cirilo, atraído por el ejemplo de su hermano, decidió dejar la enseñanza para dedicarse a meditar y rezar en el monte Olimpo. Ahora bien, algunos años más tarde (en torno al 861), el gobierno imperial le encargó una misión entre los cázaros del mar de Azov, que pidieron que se les enviara un literato que supiera discutir con los judíos y los sarracenos. San Cirilo, acompañado por su hermano san Metodio, vivió largo tiempo en Crimea, donde aprendió el hebreo. Allí buscó también el cuerpo del Papa Clemente I, que había sido desterrado a ese lugar. Encontró su tumba y, cuando emprendió el regreso, juntamente con su hermano, llevó las preciosas reliquias. Al llegar a Constantinopla, los dos hermanos fueron enviados a Moravia por el emperador Miguel III, a quien el príncipe de Moravia, Ratislao, había hecho una petición precisa: "Nuestro pueblo —le había dicho—, desde que renunció al paganismo, observa la ley cristiana; pero no tenemos un maestro capaz de explicarnos la verdadera fe en nuestro idioma". La misión tuvo muy pronto un éxito insólito. Al traducir la liturgia a la lengua eslava, los dos hermanos se ganaron una gran simpatía entre el pueblo.

Esto, sin embargo, suscitó la hostilidad contra ellos por parte del clero franco, que había llegado precedentemente a Moravia y consideraba el territorio como perteneciente a su propia jurisdicción eclesial. Para justificarse, en el año 867 los dos hermanos viajaron a Roma. Durante el viaje se detuvieron en Venecia, donde tuvo lugar una acalorada discusión con los que defendían la así llamada "herejía trilingüe": estos consideraban que había sólo tres idiomas en los que se podía alabar lícitamente a Dios: hebreo, griego y latín.

Obviamente los dos hermanos se opusieron a esto con fuerza. En Roma, san Cirilo y san Metodio fueron recibidos por el Papa Adriano II, que les salió al encuentro en procesión para acoger dignamente las reliquias de san Clemente. El Papa también había comprendido la gran importancia de su excepcional misión. De hecho, desde la mitad del primer milenio los eslavos se habían asentado en gran número en los territorios situados entre las dos partes del Imperio romano, la oriental y la occidental, que experimentaban tensiones entre sí. El Papa intuyó que los pueblos eslavos podían desempeñar el papel de puente, contribuyendo así a conservar la unión entre los cristianos de ambas partes del Imperio. Por eso, no dudó en aprobar la misión de los dos hermanos en la Gran Moravia, acogiendo y aprobando el uso de la lengua eslava en la liturgia. Los libros eslavos fueron colocados en el altar de Santa María de Phatmé (Santa María la Mayor) y se celebró la liturgia en lengua eslava en las basílicas de San Pedro, San Andrés y San Pablo.

Por desgracia, en Roma san Cirilo enfermó gravemente. Al sentir que se acercaba su muerte, quiso consagrarse totalmente a Dios como monje en uno de los monasterios griegos de la ciudad (probablemente en Santa Práxedes) y tomó el nombre monástico de Cirilo (su nombre de bautismo era Constantino). Luego pidió con insistencia a su hermano Metodio, que mientras tanto había sido consagrado obispo, que no abandonara la misión en Moravia y regresara a aquellas poblaciones. Y dirigió a Dios esta invocación: "Señor, Dios mío..., escucha mi oración y conserva fiel a ti el rebaño que me habías encomendado... Líbralos de la herejía de las tres lenguas, reúnelos a todos en la unidad, y haz que el pueblo que has elegido viva concorde en la auténtica fe y en la recta confesión". Fallecióel14defebrero del año 869.

Fiel al compromiso asumido con su hermano, al año siguiente, 870, san Metodio regresó a Moravia y a Panonia (hoy Hungría), donde afrontó nuevamente la violenta animadversión de los misioneros francos, que lo encarcelaron. No se desalentó y cuando, en el año 873, fue liberado se dedicó activamente a la organización de la Iglesia, cuidando la formación de un grupo de discípulos. Gracias a estos discípulos se superó la crisis que se había desencadenado tras la muerte de san Metodio, que tuvo lugar el 6 de abril del año 885: algunos de estos discípulos, perseguidos y encarcelados, fueron vendidos como esclavos y llevados a Venecia, donde fueron rescatados por un funcionario de Constantinopla, quien les permitió regresar a los países de los eslavos balcánicos. Acogidos en Bulgaria, pudieron continuar la misión comenzada por san Metodio, difundiendo el Evangelio en la "tierra de la Rus'". Así, Dios, en su misteriosa providencia, se servía de la persecución para salvar la obra de los santos hermanos. De ella queda también la documentación literaria. Basta pensar en obras como el Evangeliario (perícopas litúrgicas del Nuevo Testamento), el Salterio, varios textos litúrgicos en lengua eslava, en los que trabajaron los dos hermanos. Tras la muerte de san Cirilo, se debe a san Metodio y a sus discípulos, entre otras cosas, la traducción de toda la Sagrada Escritura, el Nomocanon y el Libro de los Padres.

Resumiendo brevemente el perfil espiritual de los dos hermanos, hay que constatar ante todo la pasión con la que san Cirilo se acercó a los escritos de san Gregorio Nacianceno, aprendiendo de él el valor del idioma en la transmisión de la Revelación. San Gregorio había expresado el deseo de que Cristo hablara a través de él: "Soy servidor del Verbo, por eso me pongo al servicio de la Palabra". Queriendo imitar a san Gregorio en este servicio, san Cirilo pidió a Cristo que hablara en eslavo por medio de él. Introduce su obra de traducción con la invocación solemne: "Escuchad, eslavos todos, escuchad la Palabra que procede de Dios, la Palabra que alimenta las almas, la Palabra que lleva al conocimiento de Dios".

En realidad, ya algunos años antes de que el príncipe de Moravia pidiera al emperador Miguel iii el envío de misioneros a su tierra, parece que san Cirilo y su hermano san Metodio, rodeados por un grupo de discípulos, estaban trabajando en el proyecto de recoger los dogmas cristianos en libros escritos en lengua eslava. Entonces se constató con claridad la necesidad de contar con nuevos signos gráficos, que fueran más adecuados a la lengua hablada: nació así el alfabeto glagolítico que, modificado posteriormente, fue designado con el nombre de "cirílico" en honor a su inspirador. Fue un hecho decisivo para el desarrollo de la civilización eslava en general. San Cirilo y san Metodio estaban convencidos de que los diferentes pueblos no podían considerar que habían recibido plenamente la Revelación hasta que no la hubieran escuchado en su propio idioma y leído en los caracteres propios de su alfabeto.

A san Metodio corresponde el mérito de haber permitido que la obra emprendida por su hermano no quedara bruscamente interrumpida. Mientras san Cirilo, el "filósofo", tendía a la contemplación, él se inclinaba más bien a la vida activa. Gracias a ello pudo poner los cimientos de la sucesiva afirmación de lo que podríamos llamar la "idea cirilo-metodiana", que acompañó en los diferentes períodos históricos a los pueblos eslavos, favoreciendo su desarrollo cultural, nacional y religioso. Lo reconoció ya el Papa Pío XI con la carta apostólica Quod sanctum Cyrillum, en la que definía a los dos hermanos: "hijos de Oriente, bizantinos de patria, griegos de origen, romanos por su misión, eslavos por los frutos apostólicos" (AAS 19 [1927] 93-96). Después, el papel histórico que desempeñaron fue proclamado oficialmente por el Papa Juan Pablo II, que, con la carta apostólica Egregiae virtutis viri, los declaró copatronos de Europa junto con san Benito (AAS 73 [1981] 258-262).

En efecto, san Cirilo y san Metodio constituyen un ejemplo clásico de lo que hoy se indica con el término "inculturación": cada pueblo debe hacer que penetre en su propia cultura el mensaje revelado y expresar la verdad salvífica con su lenguaje propio. Esto supone un trabajo de "traducción" muy arduo, pues exige encontrar términos adecuados para volver a proponer, sin traicionarla, la riqueza de la Palabra revelada. En este sentido, los dos santos hermanos han dejado un testimonio muy significativo, que la Iglesia sigue mirando también hoy para inspirarse y orientarse.

Saludos

(En inglés)

Saludo a los distintos responsables religiosos presentes hoy, que se han reunido en Roma para una Conferencia internacional sobre el diálogo interreligioso. Alabo esta iniciativa organizada por la Conferencia episcopal italiana en colaboración con el Ministerio de Asuntos exteriores de Italia. Confío en que tratarán de llamar la atención de los responsables políticos mundiales sobre la importancia de las religiones en el tejido social de toda sociedad y sobre el grave deber de garantizar que sus deliberaciones y políticas sostengan y promuevan el bien común.

(En español)

Saludo a los fieles de lengua española, en particular a los peregrinos de la diócesis de Albacete, con su obispo monseñor Ciriaco Benavente, y a los peregrinos de la archidiócesis de Tarragona, con su obispo monseñor Jaume Pujol. Os invito a considerar el modelo evangelizador de san Cirilo y san Metodio, que no escatimaron esfuerzos para dar a conocer a Cristo a sus contemporáneos, haciendo que el mensaje revelado impregnara la cultura de cada pueblo. Muchas gracias.

(En italiano)

El próximo viernes celebraremos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, jornada de santificación sacerdotal e inicio del Año sacerdotal, que he convocado con ocasión del 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars. Queridos jóvenes, os saludo con afecto y entre vosotros saludo en particular a los numerosos muchachos de los oratorios de la diócesis de Foligno, acompañados por su pastor, monseñor Gualtiero Sigismondi. Queridos amigos, la riqueza del Corazón de Cristo os sostenga siempre. A vosotros, queridos enfermos, os ayude a poneros en las manos de la Providencia divina; y a vosotros, queridos recién casados, os anime a vivir vuestra unión cristiana con entrega recíproca.


Con alegría deseo presentar ahora a la delegación siro-católica: el Patriarca de la Iglesia de Antioquía de los siro-católicos, Su Beatitud Mar Ignace Youssef III Younan, acompañado, en esta su primera visita oficial, por los patriarcas eméritos, los obispos y los fieles procedentes de Oriente Medio y de diversas partes del mundo, donde residen los siro-católicos, que mantienen un vínculo vivo con la tradición oriental cristiana y con el Obispo de Roma. Saludo con afecto al venerado Patriarca Youssef, al que ya he concedido la "comunión eclesiástica" que, de acuerdo con los sagrados cánones, me había solicitado al ser elegido, y dicha comunión encontrará significado público en la divina liturgia en rito siro-antioqueno, que se tendrá mañana en la basílica de Santa María la Mayor, a la que asistirá como representante mío el señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales. Al mismo tiempo que le aseguro mi oración a usted, venerado hermano, y a cuantos lo acompañan, manifiesto mi solicitud y consideración a todas las Iglesias orientales católicas, animándolas a proseguir la misión eclesial para edificar por doquier la unidad y la paz, aun entre mil dificultades.



Miércoles 24 de junio de 2009: Año sacerdotal

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Queridos hermanos y hermanas:

El pasado viernes 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación de los sacerdotes, tuve la alegría de inaugurar el Año sacerdotal, convocado con ocasión del 150° aniversario del "nacimiento para el cielo" del cura de Ars, san Juan Bautista María Vianney. Y al entrar en la basílica vaticana para la celebración de las Vísperas, casi como primer gesto simbólico, visité la capilla del Coro para venerar la reliquia de este santo pastor de almas: su corazón. ¿Por qué un Año sacerdotal? ¿Por qué precisamente en recuerdo del santo cura de Ars, que aparentemente no hizo nada extraordinario?

La divina Providencia ha hecho que su figura se uniera a la de san Pablo. De hecho, mientras está concluyendo el Año paulino, dedicado al Apóstol de los gentiles, modelo de extraordinario evangelizador que realizó diversos viajes misioneros para difundir el Evangelio, este nuevo año jubilar nos invita a mirar a un pobre campesino que llegó a ser un humilde párroco y desempeñó su servicio pastoral en una pequeña aldea. Aunque los dos santos se diferencian mucho por las trayectorias de vida que los caracterizaron —el primero pasó de región en región para anunciar el Evangelio; el segundo acogió a miles y miles de fieles permaneciendo siempre en su pequeña parroquia—, hay algo fundamental que los une: su identificación total con su propio ministerio, su comunión con Cristo que hacía decir a san Pablo: "Estoy crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (
Ga 2,19-20). Y san Juan María Vianney solía repetir: "Si tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal, como el vino mezclado con agua".

Por tanto, como escribí en la carta enviada a los sacerdotes para esta ocasión, este Año sacerdotal tiene como finalidad favorecer la tensión de todo presbítero hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio, y ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos a todo el pueblo de Dios, a redescubrir y fortalecer más la conciencia del extraordinario e indispensable don de gracia que el ministerio ordenado representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido.

No cabe duda de que han cambiado las condiciones históricas y sociales en las cuales se encontró el cura de Ars y es justo preguntarse cómo pueden los sacerdotes imitarlo en la identificación con su ministerio en las actuales sociedades globalizadas. En un mundo en el que la visión común de la vida comprende cada vez menos lo sagrado, en cuyo lugar lo "funcional" se convierte en la única categoría decisiva, la concepción católica del sacerdocio podría correr el riesgo de perder su consideración natural, a veces incluso dentro de la conciencia eclesial. Con frecuencia, tanto en los ambientes teológicos como también en la práctica pastoral concreta y de formación del clero, se confrontan, y a veces se oponen, dos concepciones distintas del sacerdocio.

A este respecto, hace algunos años subrayé que existen, "por una parte, una concepción social-funcional que define la esencia del sacerdocio con el concepto de "servicio": el servicio a la comunidad, en la realización de una función... Por otra parte, está la concepción sacramental-ontológica, que naturalmente no niega el carácter de servicio del sacerdocio, pero lo ve anclado en el ser del ministro y considera que este ser está determinado por un don concedido por el Señor a través de la mediación de la Iglesia, cuyo nombre es sacramento" (J. Ratzinger, Ministerio y vida del sacerdote, en Elementi di Teologia fondamentale. Saggio su fede e ministero, Brescia 2005, p. 165). También la derivación terminológica de la palabra "sacerdocio" hacia el sentido de "servicio, ministerio, encargo", es signo de esa diversa concepción. A la primera, es decir, a la ontológico-sacramental está vinculado el primado de la Eucaristía, en el binomio "sacerdocio-sacrificio", mientras que a la segunda correspondería el primado de la Palabra y del servicio del anuncio.

Bien mirado, no se trata de dos concepciones contrapuestas, y la tensión que existe entre ellas debe resolverse desde dentro. Así el decreto Presbyterorum ordinis del concilio Vaticano II afirma: "Por la predicación apostólica del Evangelio se convoca y se reúne el pueblo de Dios, de manera que todos (...) se ofrezcan a sí mismos como "sacrificio vivo, santo, agradable a Dios" (Rm 12,1). Por medio del ministerio de los presbíteros se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único mediador. Este se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, hasta que el Señor venga" (PO 2).

Entonces nos preguntamos: "¿Qué significa propiamente para los sacerdotes evangelizar? ¿En qué consiste el así llamado primado del anuncio?". Jesús habla del anuncio del reino de Dios como de la verdadera finalidad de su venida al mundo y su anuncio no es sólo un "discurso". Incluye, al mismo tiempo, su mismo actuar: los signos y los milagros que realiza indican que el Reino viene al mundo como realidad presente, que coincide en último término con su misma persona. En este sentido, es preciso recordar que, también en el primado del anuncio, la palabra y el signo son inseparables. La predicación cristiana no proclama "palabras", sino la Palabra, y el anuncio coincide con la persona misma de Cristo, ontológicamente abierta a la relación con el Padre y obediente a su voluntad.

Por tanto, un auténtico servicio a la Palabra requiere por parte del sacerdote que tienda a una profunda abnegación de sí mismo, hasta decir con el Apóstol: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí". El presbítero no puede considerarse "dueño" de la palabra, sino servidor. Él no es la palabra, sino que, como proclamaba san Juan Bautista, cuya Natividad celebramos precisamente hoy, es "voz" de la Palabra: "Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas" (Mc 1,3).

Ahora bien, para el sacerdote ser "voz" de la Palabra no constituye únicamente un aspecto funcional. Al contrario, supone un sustancial "perderse" en Cristo, participando en su misterio de muerte y de resurrección con todo su ser: inteligencia, libertad, voluntad y ofrecimiento de su cuerpo, como sacrificio vivo (cf. Rm 12,1-2). Sólo la participación en el sacrificio de Cristo, en su kénosis, hace auténtico el anuncio. Y este es el camino que debe recorrer con Cristo para llegar a decir al Padre juntamente con él: "No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Mc 14,36). Por tanto, el anuncio conlleva siempre también el sacrificio de sí, condición para que el anuncio sea auténtico y eficaz.

Alter Christus, el sacerdote está profundamente unido al Verbo del Padre, que al encarnarse tomó la forma de siervo, se convirtió en siervo (cf. Ph 2,5-11). El sacerdote es siervo de Cristo, en el sentido de que su existencia, configurada ontológicamente con Cristo, asume un carácter esencialmente relacional: está al servicio de los hombres en Cristo, por Cristo y con Cristo. Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación, madurando, en esta aceptación progresiva de la voluntad de Cristo, en la oración, en el "estar unido de corazón" a él. Por tanto, esta es la condición imprescindible de todo anuncio, que conlleva la participación en el ofrecimiento sacramental de la Eucaristía y la obediencia dócil a la Iglesia.

El santo cura de Ars repetía a menudo con lágrimas en los ojos: "¡Da miedo ser sacerdote!". Y añadía: "¡Es digno de compasión un sacerdote que celebra la misa de forma rutinaria! ¡Qué desgraciado es un sacerdote sin vida interior!". Que el Año sacerdotal impulse a todos los sacerdotes a identificarse totalmente con Jesús crucificado y resucitado, para que, imitando a san Juan Bautista, estemos dispuestos a "disminuir" para que él crezca; para que, siguiendo el ejemplo del cura de Ars, sientan de forma constante y profunda la responsabilidad de su misión, que es signo y presencia de la misericordia infinita de Dios. Encomendemos a la Virgen, Madre de la Iglesia, el Año sacerdotal recién comenzado y a todos los sacerdotes del mundo.

Saludos

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española aquí presentes. En particular, a los peregrinos de la arquidiócesis de Tulancingo, con su arzobispo, monseñor Domingo Díaz Martínez, y de la diócesis de Alcalá de Henares, con su obispo, monseñor Juan Antonio Reig Pla, así como a los demás grupos venidos de España, Honduras, México y otros países latinoamericanos. Os aliento para que en este Año sacerdotal encomendéis de un modo especial a todos vuestros sacerdotes.

(En polaco)

Hoy celebramos la fiesta de la Natividad de san Juan Bautista, el profeta que preparó el camino al Hijo de Dios, anunciando su presencia entre los hombres. Con su martirio dio el más bello testimonio posible de Cristo. Su mensaje de conversión sigue siendo también actual para nosotros.

(En croata)

Queridos amigos, con san Juan Bautista reconozcamos al Señor en su humildad y demos testimonio de él a los demás con nuestra vida diaria.

(En italiano)

Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la fiesta de la Natividad de san Juan Bautista, enviado por Dios para dar testimonio de la luz y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. Queridos jóvenes, os deseo que en la amistad con Jesús halléis la fuerza necesaria para estar siempre a la altura de las responsabilidades que os esperan. A vosotros, queridos enfermos, os exhorto a considerar los sufrimientos y las pruebas diarias como oportunidad que Dios os ofrece para cooperar en la salvación de las almas. Y a vosotros, queridos recién casados, os invito a manifestar el amor del Señor en la fidelidad recíproca y en la acogida generosa de la vida.
* * *


(A la delegación guiada por la subsecretaria de la ONU y representante especial para los niños que viven en situaciones de conflicto armado)

Al expresarle a usted y a sus acompañantes mi profundo aprecio por su compromiso en defensa de la infancia víctima de la violencia y de las armas, pienso en todos los niños del mundo, en particular en los que están expuestos al miedo, al abandono, al hambre, a los abusos, a la enfermedad, a la muerte. El Papa está cerca de todas estas pequeñas víctimas y las recuerda siempre en la oración.

(En el 150° aniversario del nacimiento de la Cruz Roja)

El 24 de junio de hace 150 años nacía la idea de una gran movilización para la asistencia de las víctimas de las guerras, que posteriormente tomaría el nombre de Cruz Roja. En el transcurso de los años, los valores de universalidad, neutralidad, independencia del servicio, suscitaron la adhesión de millones de voluntarios en todas las partes del mundo, formando un importante baluarte de humanidad y solidaridad en tantos contextos de guerra y conflicto, así como en muchas otras emergencias. Deseando que la persona humana, en su dignidad y en su integridad esté siempre en el centro del compromiso humanitario de la Cruz Roja, animo especialmente a los jóvenes a comprometerse concretamente en esta benemérita institución. Aprovecho esta circunstancia para pedir la liberación de todas las personas secuestradas en zonas de conflicto y nuevamente la liberación de Eugenio Vagni, agente de la Cruz Roja en Filipinas.





Miércoles 1 de julio de 2009: Palabra y sacramento son las dos columnas del sacerdocio

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Queridos hermanos y hermanas:

Con la celebración de las primeras Vísperas de la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo en la basílica de San Pablo extramuros se clausuró, como sabéis, el 28 de junio, el Año paulino, en recuerdo del segundo milenio del nacimiento del Apóstol de los gentiles. Damos gracias al Señor por los frutos espirituales que esta importante iniciativa ha aportado a tantas comunidades cristianas. Como preciosa herencia del Año paulino, podemos recoger la invitación del Apóstol a profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo, para que sea él el corazón y el centro de nuestra existencia personal y comunitaria. Esta es, de hecho, la condición indispensable para una verdadera renovación espiritual y eclesial.

Como subrayé ya durante la primera celebración eucarística en la Capilla Sixtina después de mi elección como sucesor del apóstol san Pedro, es precisamente de la plena comunión con Cristo de donde "brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y de testimonio del Evangelio, y el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños" (Homilía, 20 de abril de 2005, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de abril de 2005, p. 7). Esto vale en primer lugar para los sacerdotes. Por eso demos gracias a la Providencia de Dios que nos ofrece ahora la posibilidad de celebrar el Año sacerdotal. Deseo de corazón que constituya para cada sacerdote una oportunidad de renovación interior y, en consecuencia, de firme revigorización en el compromiso de su misión.

Como durante el Año paulino nuestra referencia constante ha sido san Pablo, así en los próximos meses contemplaremos en primer lugar a san Juan María Vianney, el santo cura de Ars, recordando el 150° aniversario de su muerte. En la carta que escribí para esta ocasión a los sacerdotes, quise subrayar lo que más resplandece en la existencia de este humilde ministro del altar: "su total identificación con el propio ministerio". Solía decir que "un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina". Y casi sin poder percibir la grandeza del don y de la tarea confiados a una pobre criatura humana, suspiraba: "¡Oh, qué grande es el sacerdote!... Si se diese cuenta, moriría... Dios le obedece: pronuncia dos palabras y nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia".

En verdad, precisamente considerando el binomio "identidad-misión", cada sacerdote puede advertir mejor la necesidad de la progresiva identificación con Cristo, que le garantiza la fidelidad y la fecundidad del testimonio evangélico. El título mismo del Año sacerdotal —"Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote"— pone de manifiesto que el don de la gracia divina precede a toda posible respuesta humana y realización pastoral, y así, en la vida del sacerdote, el anuncio misionero y el culto no se pueden separar nunca, como tampoco se deben separar la identidad ontológico-sacramental y la misión evangelizadora.

Por lo demás, podríamos decir que el fin de la misión de todo presbítero es "cultual": para que todos los hombres puedan ofrecerse a Dios como hostia viva, santa, agradable a él (cf.
Rm 12,1), que en la creación misma, en los hombres, se transforma en culto, en alabanza al Creador, recibiendo la caridad que están llamados a dispensarse abundantemente unos a otros. Lo constatamos claramente en los inicios del cristianismo. Por ejemplo, san Juan Crisóstomo decía que el sacramento del altar y el "sacramento del hermano" o, como dice, el "sacramento del pobre" constituyen dos aspectos del mismo misterio. El amor al prójimo, la atención a la justicia y a los pobres, no son solamente temas de una moral social, sino más bien expresión de una concepción sacramental de la moralidad cristiana, porque a través del ministerio de los presbíteros se realiza el sacrificio espiritual de todos los fieles, en unión con el de Cristo, único Mediador: sacrificio que los presbíteros ofrecen de forma incruenta y sacramental en espera de la nueva venida del Señor. Esta es la principal dimensión, esencialmente misionera y dinámica, de la identidad y del ministerio sacerdotal: a través del anuncio del Evangelio engendran en la fe a aquellos que aún no creen, para que puedan unir al sacrificio de Cristo su propio sacrificio, que se traduce en amor a Dios y al prójimo.

Queridos hermanos y hermanas, frente a tantas incertidumbres y cansancios también en el ejercicio del ministerio sacerdotal, es urgente recuperar un juicio claro e inequívoco sobre el primado absoluto de la gracia divina, recordando lo que escribe santo Tomás de Aquino: "El más pequeño don de la gracia supera el bien natural de todo el universo" (Summa Theologiae, I-II 113,9, ad 2). Por tanto, la misión de cada presbítero dependerá, también y sobre todo, de la conciencia de la realidad sacramental de su "nuevo ser". De la certeza de su propia identidad, no construida artificialmente sino dada y acogida gratuita y divinamente, depende el siempre renovado entusiasmo del sacerdote por su misión. También para los presbíteros vale lo que escribí en la encíclica Deus caritas est: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" ().

Habiendo recibido con su "consagración" un don de gracia tan extraordinario, los presbíteros se convierten en testigos permanentes de su encuentro con Cristo. Partiendo precisamente de esta conciencia interior, pueden realizar plenamente su "misión" mediante el anuncio de la Palabra y la administración de los sacramentos. Después del concilio Vaticano II, en muchas partes se tuvo la impresión de que en la misión de los sacerdotes en nuestro tiempo había algo más urgente; algunos creían que en primer lugar se debía construir una sociedad diversa. En cambio, la página evangélica que hemos escuchado al inicio llama la atención sobre los dos elementos esenciales del ministerio sacerdotal. Jesús envía, en aquel tiempo y hoy, a los Apóstoles a anunciar el Evangelio y les da el poder de expulsar a los espíritus malignos. Por tanto, "anuncio" y "poder", es decir, "Palabra" y "sacramento", son las dos columnas fundamentales del servicio sacerdotal, más allá de sus posibles múltiples configuraciones.

Cuando no se tiene en cuenta el "díptico" consagración-misión, resulta verdaderamente difícil comprender la identidad del presbítero y de su ministerio en la Iglesia. El presbítero no es sino un hombre convertido y renovado por el Espíritu, que vive de la relación personal con Cristo, haciendo constantemente suyos los criterios evangélicos. El presbítero no es sino un hombre de unidad y de verdad, consciente de sus propios límites y, al mismo tiempo, de la extraordinaria grandeza de la vocación recibida: ayudar a extender el reino de Dios hasta los últimos confines de la tierra.

¡Sí! El sacerdote es un hombre todo del Señor, puesto que es Dios mismo quien lo llama y lo constituye en su servicio apostólico. Y precisamente por ser todo del Señor, es todo de los hombres, para los hombres. Durante este Año sacerdotal, que se prolongará hasta la próxima solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, oremos por todos los sacerdotes. Es preciso que en las diócesis, en las parroquias, en las comunidades religiosas —especialmente en las monásticas—, en las asociaciones y en los movimientos, en las diversas organizaciones pastorales presentes en todo el mundo, se multipliquen iniciativas de oración, en particular de adoración eucarística, por la santificación del clero y por las vocaciones sacerdotales, respondiendo a la invitación de Jesús a pedir "al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9,38).

La oración es el primer compromiso, el verdadero camino de santificación de los sacerdotes y el alma de la auténtica "pastoral vocacional". El escaso número de ordenaciones sacerdotales en algunos países no sólo no debe desanimar, sino que debe impulsar a multiplicar los espacios de silencio y de escucha de la Palabra, a cuidar mejor la dirección espiritual y el sacramento de la Confesión, para que muchos jóvenes puedan escuchar y seguir con prontitud la voz de Dios, que siempre sigue llamando y confirmando. Quien ora no tiene miedo; quien ora nunca está solo; quien ora se salva. Sin duda, san Juan María Vianney es modelo de una existencia hecha oración. Que María, la Madre de la Iglesia, ayude a todos los sacerdotes a seguir su ejemplo para ser, como él, testigos de Cristo y apóstoles del Evangelio.



Saludos

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española aquí presentes, en particular a los de la parroquia San Benito Abad, de Sevilla, acompañados por el señor cardenal Carlos Amigo Vallejo; a los seminaristas de Toledo y a los miembros del Instituto de Misioneras y Misioneros Identes, venidos a Roma para celebrar con gratitud al Señor el 50° aniversario de su fundación, así como a los demás grupos de España, México, El Salvador, Colombia y otros países latinoamericanos. Os invito a que acompañéis a los sacerdotes con vuestro afecto y vuestra oración.

(A los peregrinos de Polonia)

Juntamente con vosotros doy gracias a Dios por todos los beneficios que hemos recibido durante el Año paulino. Al mismo tiempo, por intercesión de san Juan María Vianney, pido que este Año sacerdotal sea tiempo de renovación y santificación del clero para gloria de Dios y para el bien de la Iglesia. Os invito a que nos sostengáis a los sacerdotes con vuestra oración y vuestros buenos consejos. Que Dios os bendiga.

(En lengua eslovaca)

Hermanos y hermanas, el domingo próximo Eslovaquia celebrará la fiesta de sus patronos, los santos hermanos Cirilo y Metodio, que son para nosotros ejemplo de la unidad en la fe. Permaneced fieles a este ejemplo sublime.

(En italiano)

Saludo a los representantes de la Consulta nacional anti-usura y, a la vez que les agradezco la importante y apreciada labora que realizan en favor de las víctimas de ese azote social, deseo que todos renueven su compromiso de contrarrestar eficazmente el fenómeno devastador de la usura y la extorsión, que constituye una humillante esclavitud. Es preciso que el Estado preste una ayuda adecuada y apoye a las familias necesitadas y con dificultades, que tienen la valentía de denunciar a los que se aprovechan de su situación, a menudo trágica.


Dirijo, por último, un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Muchos de vosotros, queridos amigos, tendréis en estos meses la posibilidad de pasar un período de vacaciones, y deseo que para todos sea sereno y provechoso. Pero también hay muchos que, por diversas razones, no podrán disfrutar de vacaciones. Os expreso, queridos hermanos y hermanas, mi afectuoso saludo, con el deseo de que no os falten la solidaridad y la cercanía de vuestros seres queridos. Por último, saludo a los jóvenes que en estos días están afrontando los exámenes, y aseguro a cada uno un recuerdo en la oración. Que sobre todos vele con su amor el Señor, al que ahora invocaremos con el canto del paternóster.






Audiencias 2005-2013 17069