Audiencias 2005-2013 8079

Miércoles 8 de julio de 2009: Criterios morales para los proyectos políticos y económicos

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Queridos hermanos y hermanas:

Mi nueva encíclica, Caritas in veritate, que ayer fue presentada oficialmente, en su visión fundamental se inspira en un pasaje de la carta de san Pablo a los Efesios, en el que el Apóstol habla de obrar según la verdad en la caridad: "Obrando según la verdad en la caridad —lo acabamos de escuchar—, crezcamos en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo" (
Ep 4,15). La caridad en la verdad es, por tanto, la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de toda persona y de la humanidad entera. Por eso, en torno al principio caritas in veritate, gira toda la doctrina social de la Iglesia. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un valor humano y humanizador. La caridad en la verdad "es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores" ().

Ya en la introducción, la encíclica alude a dos criterios fundamentales: la justicia y el bien común. La justicia es parte integrante del amor "con obras y según la verdad" (1Jn 3,18) al que exhorta el apóstol san Juan (cf. ). Y "amar a alguien es querer su bien y obrar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien vinculado a la vida social de las personas... Se ama al prójimo tanto más eficazmente cuanto más se trabaja" por el bien común. Por tanto, son dos los criterios operativos, la justicia y el bien común; gracias a este último, la caridad adquiere una dimensión social. Todo cristiano —dice la encíclica— está llamado a esta caridad, y añade: "Este es el camino institucional... de la caridad" (cf. ).

Como otros documentos del Magisterio, también esta encíclica retoma, continúa y profundiza el análisis y la reflexión de la Iglesia sobre temas sociales de vital interés para la humanidad de nuestro siglo. De modo especial, enlaza con lo que escribió Pablo VI, hace más de cuarenta años, en la Populorum progressio, piedra miliar de la enseñanza social de la Iglesia, en la que el gran Pontífice traza algunas líneas decisivas, y siempre actuales, para el desarrollo integral del hombre y del mundo moderno. La situación mundial, como lo demuestra ampliamente la crónica de los últimos meses, sigue presentando problemas considerables y el "escándalo" de desigualdades clamorosas, que persisten a pesar de los compromisos asumidos en el pasado. Por una parte, se registran signos de graves desequilibrios sociales y económicos; por otra, desde muchas partes se piden reformas, que no pueden demorarse más tiempo, para colmar la brecha en el desarrollo de los pueblos. Con ese fin, el fenómeno de la globalización puede constituir una oportunidad real, pero para esto es importante que se emprenda una profunda renovación moral y cultural y un discernimiento responsable sobre las decisiones que es preciso tomar con vistas al bien común. Es posible un futuro mejor para todos si se funda en el redescubrimiento de los valores éticos fundamentales. Es decir, hace falta un nuevo proyecto económico que vuelva a planear el desarrollo de forma global, basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como criatura de Dios.

Ciertamente, la encíclica no pretende ofrecer soluciones técnicas a las amplios problemas sociales del mundo actual, pues esto no es competencia del Magisterio de la Iglesia (cf. ). Sin embargo, recuerda los grandes principios que resultan indispensables para construir el desarrollo humano de los próximos años. Entre estos, en primer lugar, la atención a la vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso; el respeto del derecho a la libertad religiosa, siempre unido íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que lo considere artífice absoluto de su propio destino. Una confianza ilimitada en las potencialidades de la tecnología resultaría al final ilusoria. Tanto en la política como en la economía hacen falta hombres rectos, que estén sinceramente atentos al bien común. En particular, teniendo presentes las emergencias mundiales, es urgente llamar la atención de la opinión pública hacia el drama del hambre y de la seguridad alimentaria, que afecta a una parte considerable de la humanidad. Un drama de tales dimensiones interpela a nuestra conciencia: es necesario afrontarlo con decisión, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres.

Estoy seguro de que este camino solidario que lleva al desarrollo de los países más pobres ayudará ciertamente a elaborar un proyecto de solución de la crisis global actual. No cabe duda de que se debe volver a valorar atentamente el papel y el poder político de los Estados, en una época en la que existen de hecho limitaciones a su soberanía a causa del nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional.

Por otro lado, no debe faltar la participación responsable de los ciudadanos en la política nacional e internacional, también gracias a un compromiso renovado de las asociaciones de trabajadores llamados a instaurar nuevas sinergias a nivel local e internacional. Los medios de comunicación social desempeñan, también en este campo, un papel destacado para el fortalecimiento del diálogo entre culturas y tradiciones diversas.

Así pues, si se quiere programar un desarrollo no viciado por las disfunciones y distorsiones hoy ampliamente presentes, se impone por parte de todos una seria reflexión sobre el sentido mismo de la economía y sobre sus finalidades. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo pide la crisis cultural y moral del hombre que emerge con evidencia en todas las partes del mundo. La economía necesita la ética para su correcto funcionamiento; necesita recuperar la importante contribución del principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la economía de mercado, que no puede tener como única regla el lucro. Pero esto sólo es posible gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores, y presupone una formación de las conciencias que dé fuerza a los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y económicos.

Con razón, desde muchas partes se apela al hecho de que los derechos presuponen deberes correspondientes, sin los cuales los derechos corren el riesgo de transformarse en arbitrariedad. Se repite cada vez más que toda la humanidad debe adoptar un estilo de vida diferente, en el que los deberes de cada uno respecto al medio ambiente vayan unidos a los deberes relativos a la persona considerada en sí misma y en relación con los demás. La humanidad es una sola familia y el diálogo fecundo entre fe y razón no puede menos de enriquecerla, haciendo más eficaz la obra de la caridad en lo social y constituyendo el marco apropiado para incentivar la colaboración entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz en el mundo. Como criterios-guía para esta interacción fraterna, en la encíclica indico los principios de subsidiariedad y solidaridad, en estrecha conexión entre sí.

Por último, ante los problemas tan vastos y profundos del mundo de hoy, he señalado la necesidad de una Autoridad política mundial regulada por el derecho, que se atenga a los mencionados principios de subsidiariedad y solidaridad y que esté firmemente orientada a la realización del bien común, en el respeto de las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad.

El Evangelio nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre: no sólo con bienes materiales se puede satisfacer la profunda sed de su corazón. El horizonte del hombre es indudablemente más alto y más vasto; por eso todo programa de desarrollo debe tener presente, junto al crecimiento material, el crecimiento espiritual de la persona humana, dotada precisamente de alma y cuerpo. Este es el desarrollo integral al que se refiere constantemente la doctrina social de la Iglesia, un desarrollo cuyo criterio orientador es la fuerza propulsora de la "caridad en la verdad".

Queridos hermanos y hermanas, oremos para que también esta encíclica ayude a la humanidad a sentirse una única familia comprometida en la realización de un mundo de justicia y de paz. Oremos para que los creyentes que actúan en los sectores de la economía y de la política descubran cuán importante es su testimonio evangélico coherente en el servicio que prestan a la sociedad. En particular, os invito a rezar por los jefes de Estado y de Gobierno del G8 que se reúnen estos días en L'Aquila. Que de esta importante cumbre mundial surjan decisiones y orientaciones útiles para el verdadero progreso de todos los pueblos, especialmente de los más pobres. Encomendemos estas intenciones a la intercesión materna de María, Madre de la Iglesia y de la humanidad.



Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los seminaristas de Lugo, acompañados por su obispo, monseñor Alfonso Carrasco Rouco; a los jóvenes de la parroquia de Illescas, de Toledo; a los miembros de la corporación musical Santa Cecilia, de Ibagué; a los participantes en el curso internacional de formadores del Regnum Christi, así como a los demás grupos procedentes de España, México, Argentina, Colombia y otros países latinoamericanos. Os invito a intensificar vuestro conocimiento de la doctrina social de la Iglesia, para que seáis, con vuestra palabra y ejemplo personal, sal de la tierra y luz del mundo. Muchas gracias.

(En lengua eslovena a los jóvenes de la parroquia de San Pedro en Crnomelj)

Vuestro santo patrono sufrió el martirio por Cristo en este lugar. Que su ejemplo y su intercesión os impulsen a conservar la fidelidad al Señor en su Iglesia.

(En eslovaco)

Hermanos y hermanas, ha llegado el tiempo de las vacaciones. Aprovechad este período para descansar y para renovar las fuerzas del cuerpo y del espíritu. De buen grado os imparto la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos que están en la patria.

(En italiano)

Como de costumbre, mi pensamiento se dirige por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, sé que muchos de vosotros aprovecháis el verano para vivir una experiencia significativa de espiritualidad y servicio: os animo en esto y os señalo el ejemplo de un coetáneo vuestro, el beato Piergiorgio Frassati. A vosotros, queridos enfermos, os deseo que encontréis consuelo en las palabras del apóstol san Pablo, que la liturgia del domingo pasado nos ha vuelto a proponer: "Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2Co 12,9). Y vosotros, queridos recién casados, sabed cultivar siempre, con la oración y el amor recíproco, la relación conyugal que habéis sellado con el sacramento del matrimonio".




Palacio pontificio de Castelgandolfo

Miércoles 5 de agosto de 2009: San Juan María Vianney, cura de Ars

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Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy quiero recorrer de nuevo la vida del santo cura de Ars subrayando algunos de sus rasgos, que pueden servir de ejemplo también para los sacerdotes de nuestra época, ciertamente diferente de aquella en la que él vivió, pero en varios aspectos marcada por los mismos desafíos humanos y espirituales fundamentales. Precisamente ayer se cumplieron 150 años de su nacimiento para el cielo: a las dos de la mañana del 4 de agosto de 1859 san Juan Bautista María Vianney, terminado el curso de su existencia terrena, fue al encuentro del Padre celestial para recibir en herencia el reino preparado desde la creación del mundo para los que siguen fielmente sus enseñanzas (cf.
Mt 25,34). ¡Qué gran fiesta debió de haber en el paraíso al llegar un pastor tan celoso! ¡Qué acogida debe de haberle reservado la multitud de los hijos reconciliados con el Padre gracias a su obra de párroco y confesor! He querido tomar este aniversario como punto de partida para la convocatoria del Año sacerdotal que, como es sabido, tiene por tema: "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote". De la santidad depende la credibilidad del testimonio y, en definitiva, la eficacia misma de la misión de todo sacerdote.

Juan María Vianney nació en la pequeña aldea de Dardilly el 8 de mayo de 1786, en el seno de una familia campesina, pobre en bienes materiales, pero rica en humanidad y fe. Bautizado, de acuerdo con una buena costumbre de esa época, el mismo día de su nacimiento, consagró los años de su niñez y de su adolescencia a trabajar en el campo y a apacentar animales, hasta el punto de que, a los diecisiete años, aún era analfabeto. No obstante, se sabía de memoria las oraciones que le había enseñado su piadosa madre y se alimentaba del sentido religioso que se respiraba en su casa.

Los biógrafos refieren que, desde los primeros años de su juventud, trató de conformarse a la voluntad de Dios incluso en las ocupaciones más humildes. Albergaba en su corazón el deseo de ser sacerdote, pero no le resultó fácil realizarlo. Llegó a la ordenación presbiteral después de no pocas vicisitudes e incomprensiones, gracias a la ayuda de prudentes sacerdotes, que no se detuvieron a considerar sus límites humanos, sino que supieron mirar más allá, intuyendo el horizonte de santidad que se perfilaba en aquel joven realmente singular. Así, el 23 de junio de 1815, fue ordenado diácono y, el 13 de agosto siguiente, sacerdote. Por fin, a la edad de 29 años, después de numerosas incertidumbres, no pocos fracasos y muchas lágrimas, pudo subir al altar del Señor y realizar el sueño de su vida.

El santo cura de Ars manifestó siempre una altísima consideración del don recibido. Afirmaba: "¡Oh, qué cosa tan grande es el sacerdocio! No se comprenderá bien más que en el cielo... Si se entendiera en la tierra, se moriría, no de susto, sino de amor" (Abbé Monnin, Esprit du Curé d'Ars, p. 113). Además, de niño había confiado a su madre: "Si fuera sacerdote, querría conquistar muchas almas" (Abbé Monnin, Procès de l'ordinaire, p. 1064). Y así sucedió. En el servicio pastoral, tan sencillo como extraordinariamente fecundo, este anónimo párroco de una aldea perdida del sur de Francia logró identificarse tanto con su ministerio que se convirtió, también de un modo visible y reconocible universalmente, en alter Christus, imagen del buen Pastor que, a diferencia del mercenario, da la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,11). A ejemplo del buen Pastor, dio su vida en los decenios de su servicio sacerdotal. Su existencia fue una catequesis viviente, que cobraba una eficacia muy particular cuando la gente lo veía celebrar la misa, detenerse en adoración ante el sagrario o pasar muchas horas en el confesonario.

El centro de toda su vida era, por consiguiente, la Eucaristía, que celebraba y adoraba con devoción y respeto. Otra característica fundamental de esta extraordinaria figura sacerdotal era el ministerio asiduo de las confesiones. En la práctica del sacramento de la Penitencia reconocía el cumplimiento lógico y natural del apostolado sacerdotal, en obediencia al mandato de Cristo: "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,23).

Así pues, san Juan María Vianney se distinguió como óptimo e incansable confesor y maestro espiritual. Pasando, "con un solo movimiento interior, del altar al confesonario", donde transcurría gran parte de la jornada, intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus feligreses redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la Presencia eucarística (cf. Carta a los sacerdotes para el Año sacerdotal).

Los métodos pastorales de san Juan María Vianney podrían parecer poco adecuados en las actuales condiciones sociales y culturales. De hecho, ¿cómo podría imitarlo un sacerdote hoy, en un mundo tan cambiado? Es verdad que los tiempos cambian y que muchos carismas son típicos de la persona y, por tanto, irrepetibles; sin embargo, hay un estilo de vida y un anhelo de fondo que todos estamos llamados a cultivar. Mirándolo bien, lo que hizo santo al cura de Ars fue su humilde fidelidad a la misión a la que Dios lo había llamado; fue su constante abandono, lleno de confianza, en manos de la divina Providencia.

Logró tocar el corazón de la gente no gracias a sus dotes humanas, ni basándose exclusivamente en un esfuerzo de voluntad, por loable que fuera; conquistó las almas, incluso las más refractarias, comunicándoles lo que vivía íntimamente, es decir, su amistad con Cristo. Estaba "enamorado" de Cristo, y el verdadero secreto de su éxito pastoral fue el amor que sentía por el Misterio eucarístico anunciado, celebrado y vivido, que se transformó en amor por la grey de Cristo, los cristianos, y por todas las personas que buscan a Dios.

Su testimonio nos recuerda, queridos hermanos y hermanas, que para todo bautizado, y con mayor razón para el sacerdote, la Eucaristía "no es simplemente un acontecimiento con dos protagonistas, un diálogo entre Dios y yo. La Comunión eucarística tiende a una transformación total de la propia vida. Con fuerza abre de par en par todo el yo del hombre y crea un nuevo nosotros" (Joseph Ratzinger, La Comunione nella Chiesa, p. 80).

Así pues, lejos de reducir la figura de san Juan María Vianney a un ejemplo, aunque sea admirable, de la espiritualidad católica del siglo XIX, es necesario, al contrario, percibir la fuerza profética, de suma actualidad, que distingue su personalidad humana y sacerdotal. En la Francia posrevolucionaria que experimentaba una especie de "dictadura del racionalismo" orientada a borrar la presencia misma de los sacerdotes y de la Iglesia en la sociedad, él vivió primero -en los años de su juventud- una heroica clandestinidad recorriendo kilómetros durante la noche para participar en la santa misa. Luego, ya como sacerdote, se caracterizó por una singular y fecunda creatividad pastoral, capaz de mostrar que el racionalismo, entonces dominante, en realidad no podía satisfacer las auténticas necesidades del hombre y, por lo tanto, en definitiva no se podía vivir.

Queridos hermanos y hermanas, a los 150 años de la muerte del santo cura de Ars, los desafíos de la sociedad actual no son menos arduos; al contrario, tal vez resultan todavía más complejos. Si entonces existía la "dictadura del racionalismo", en la época actual reina en muchos ambientes una especie de "dictadura del relativismo". Ambas parecen respuestas inadecuadas a la justa exigencia del hombre de usar plenamente su propia razón como elemento distintivo y constitutivo de la propia identidad. El racionalismo fue inadecuado porque no tuvo en cuenta las limitaciones humanas y pretendió poner la sola razón como medida de todas las cosas, transformándola en una diosa; el relativismo contemporáneo mortifica la razón, porque de hecho llega a afirmar que el ser humano no puede conocer nada con certeza más allá del campo científico positivo. Sin embargo, hoy, como entonces, el hombre "que mendiga significado y realización" busca continuamente respuestas exhaustivas a los interrogantes de fondo que no deja de plantearse.

Tenían muy presente esta "sed de verdad", que arde en el corazón de todo hombre, los padres del concilio ecuménico Vaticano ii cuando afirmaron que corresponde a los sacerdotes, "como educadores en la fe", formar "una auténtica comunidad cristiana" capaz de preparar "a todos los hombres el camino hacia Cristo" y ejercer "una auténtica maternidad" respecto a ellos, indicando o allanando a los no creyentes "el camino hacia Cristo y su Iglesia", y siendo para los fieles "estímulo, alimento y fortaleza para el combate espiritual" (cf. Presbyterorum ordinis PO 6).

La enseñanza que al respecto sigue transmitiéndonos el santo cura de Ars es que en la raíz de ese compromiso pastoral el sacerdote debe poner una íntima unión personal con Cristo, que es preciso cultivar y acrecentar día tras día. Sólo enamorado de Cristo, el sacerdote podrá enseñar a todos esta unión, esta amistad íntima con el divino Maestro; podrá tocar el corazón de las personas y abrirlo al amor misericordioso del Señor. Sólo así, por tanto, podrá infundir entusiasmo y vitalidad espiritual a las comunidades que el Señor le confía.

Oremos para que, por intercesión de san Juan María Vianney, Dios conceda a su Iglesia el don de santos sacerdotes, y para que aumente en los fieles el deseo de sostener y colaborar con su ministerio. Encomendemos esta intención a María, a la que precisamente hoy invocamos como Virgen de las Nieves.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En particular, a los grupos de la pastoral juvenil de Toledo, Valencia y Sigüenza-Guadalajara. En este Año Sacerdotal, invito a todos a acompañar a los ministros del Señor con la oración, la solidaridad espiritual y la colaboración, para que sean fieles a su vocación y vivan gozosamente su misión en la Iglesia, siguiendo en todo a Cristo, Buen Pastor, a ejemplo de San Juan María Vianney. Que la Virgen María interceda para que el Pueblo de Dios se enriquezca con santos y abnegados sacerdotes. Muchas gracias

(En italiano)

Mi pensamiento se dirige a los enfermos, a los recién casados y a los jóvenes; en particular a los participantes en el V Encuentro internacional de los jóvenes hacia Asís. Hoy, memoria litúrgica de la Dedicación de la basílica de Santa María la Mayor, la liturgia nos invita a dirigir la mirada a María, Madre de Cristo. Contempladla siempre a ella, queridos jóvenes, imitándola en seguir fielmente la voluntad de Dios; recurrid a ella con confianza, queridos enfermos, para experimentar en el momento de la prueba la eficacia de su protección; y vosotros, queridos recién casados, encomendad a ella vuestra familia, para que esté siempre sostenida por su intercesión maternal




Palacio pontificio de Castelgandolfo

Miércoles 12 de agosto de 2009: María, Madre de todos los sacerdotes

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Queridos hermanos y hermanas:

Es inminente la celebración de la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen, el sábado próximo, y estamos en el contexto del Año sacerdotal; por eso deseo hablar del nexo entre la Virgen y el sacerdocio. Es un nexo profundamente enraizado en el misterio de la Encarnación. Cuando Dios decidió hacerse hombre en su Hijo, necesitaba el "sí" libre de una criatura suya. Dios no actúa contra nuestra libertad. Y sucede algo realmente extraordinario: Dios se hace dependiente de la libertad, del "sí" de una criatura suya; espera este "sí". San Bernardo de Claraval, en una de sus homilías, explicó de modo dramático este momento decisivo de la historia universal, donde el cielo, la tierra y Dios mismo esperan lo que dirá esta criatura.

El "sí" de María es, por consiguiente, la puerta por la que Dios pudo entrar en el mundo, hacerse hombre. Así María está real y profundamente involucrada en el misterio de la Encarnación, de nuestra salvación. Y la Encarnación, el hacerse hombre del Hijo, desde el inicio estaba orientada al don de sí mismo, a entregarse con mucho amor en la cruz a fin de convertirse en pan para la vida del mundo. De este modo sacrificio, sacerdocio y Encarnación van unidos, y María se encuentra en el centro de este misterio.

Pasemos ahora a la cruz. Jesús, antes de morir, ve a su Madre al pie de la cruz y ve al hijo amado; y este hijo amado ciertamente es una persona, un individuo muy importante; pero es más: es un ejemplo, una prefiguración de todos los discípulos amados, de todas las personas llamadas por el Señor a ser "discípulo amado" y, en consecuencia, de modo particular también de los sacerdotes.

Jesús dice a María: "Madre, ahí tienes a tu hijo" (
Jn 19,26). Es una especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado del hijo, del discípulo. Pero también dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,27). El Evangelio nos dice que desde ese momento san Juan, el hijo predilecto, acogió a la madre María "en su casa". Así dice la traducción italiana, pero el texto griego es mucho más profundo, mucho más rico. Podríamos traducir: acogió a María en lo íntimo de su vida, de su ser, «eis tà ìdia», en la profundidad de su ser.

Acoger a María significa introducirla en el dinamismo de toda la propia existencia —no es algo exterior— y en todo lo que constituye el horizonte del propio apostolado. Me parece que se comprende, por lo tanto, que la peculiar relación de maternidad que existe entre María y los presbíteros es la fuente primaria, el motivo fundamental de la predilección que alberga por cada uno de ellos. De hecho, son dos las razones de la predilección que María siente por ellos: porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo. Por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre.

El concilio Vaticano II invita a los sacerdotes a contemplar a María como el modelo perfecto de su propia existencia, invocándola como "Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles, Auxilio de los presbíteros en su ministerio". Y los presbíteros —prosigue el Concilio— "han de venerarla y amarla con devoción y culto filial" (cf. Presbyterorum ordinis PO 18).

El santo cura de Ars, en quien pensamos de modo particular este año, solía repetir: "Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir, de su santa Madre" (B. Nodet, Il pensiero e l'anima del Curato d'Ars, Turín 1967, p. 305). Esto vale para todo cristiano, para todos nosotros, pero de modo especial para los sacerdotes.

Queridos hermanos y hermanas, oremos para que María haga a todos los sacerdotes, en todos los problemas del mundo de hoy, conformes a la imagen de su Hijo Jesús, dispensadores del tesoro inestimable de su amor de Pastor bueno.

¡María, Madre de los sacerdotes, ruega por nosotros!

Saludos

(En lengua francesa)
En la inminencia de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, y en este Año sacerdotal, contemplemos a María como Madre de todos los sacerdotes. En la cruz Jesús proclamó su maternidad espiritual y universal. Al hacernos a todos el regalo de su Madre, Jesús quiso encomendarle de modo particular a los sacerdotes, sus discípulos, quienes están llamados en mayor medida a acogerla en su casa, es decir, a introducirla en el dinamismo de su existencia y en el horizonte de su apostolado. Oremos para que María ayude a los sacerdotes a conformarse a la imagen de su Hijo Jesús, dispensador de los tesoros inestimables de su amor de buen Pastor. ¡María, Madre de los sacerdotes, ruega por nosotros!

(En lengua inglesa)

Al acercarse la fiesta de la Asunción de la Virgen María en este Año del sacerdocio, mi catequesis de hoy se centra en María Madre de los sacerdotes, por quienes vela con especial afecto como hijos suyos. De hecho, su misión es semejante a la de ella: están llamados a llevar al mundo el amor salvador de Cristo. En la cruz Jesús invita a todos los creyentes, especialmente a sus discípulos más cercanos, a amar y venerar a María como su madre. Oremos para que todos los sacerdotes reserven a la santísima Virgen un lugar especial en su vida y busquen su ayuda diaria para dar testimonio del Evangelio de Jesús.

(En lengua alemana)
Jesucristo, al encarnarse, eligió una Madre cuyo "sí" a la voluntad de Dios le permitió hacerse hombre, le dio la carne y la sangre de hombre. Desde la cruz el Redentor nos dio a todos a María como Madre espiritual y su solicitud se dirige en especial a los sacerdotes, que a través de su vocación y consagración se hacen semejantes a su Hijo de un modo particular, y con toda su vida deben hacer que los hombres experimenten el amor de Cristo. La solemnidad de la Asunción de María al cielo, el próximo sábado, nos recuerda que la comunión entre los cristianos no acaba con la muerte, sino que se hace más intensa, porque los santos en el cielo están unidos a Dios de modo más estrecho y, por lo tanto, están todavía más cerca de él para interceder por nosotros. Que María, nuestra Madre celestial, nos acompañe con su bendición. A todos vosotros os deseo unas serenas vacaciones.

(En lengua española)
Agradezco vuestra visita y os saludo muy cordialmente, en particular a los jóvenes de la Comunidad misionera de Villaregia, venidos de Perú y México. Pido al Señor que la estancia en la sede de Pedro sea una ocasión para alentar el compromiso de ser verdaderos testigos del Evangelio en el mundo de hoy, como lo fueron los primeros Apóstoles, que nos transmitieron con su palabra y su ejemplo de vida el mensaje salvador de Jesucristo.

(En lengua polaca)
Saludo en particular a los jóvenes del movimiento "Luz y Vida", que realizan en Roma una tanda de ejercicios espirituales; nacieron por invitación del siervo de Dios Juan Pablo II. Que el tema de este año os consolide en vuestro carisma. A todos os pido que, en el Año sacerdotal, imploréis para vuestros pastores, por intercesión de la Madre de los sacerdotes, las gracias que necesitan.

(En lengua italiana)
Mi pensamiento se dirige a las numerosas poblaciones que en los días pasados han sido azotadas por la violencia del tifón en Filipinas, en Taiwan, en algunas provincias del sudeste de la República Popular China y en Japón, país este último probado también por un fuerte terremoto. Deseo manifestar mi cercanía espiritual a todos los que por ello se encuentran en situación de grave dificultad e invito a todos a orar por ellos y por quienes han perdido la vida. Espero que no les falte el alivio de la solidaridad y la ayuda del socorro material.


Ayer celebramos la memoria de santa Clara de Asís, que supo vivir con valentía y generosidad su adhesión a Cristo. Imitad su ejemplo de modo especial vosotros, queridos jóvenes, para que como ella podáis responder con fidelidad a la llamada del Señor. Os animo a vosotros, queridos enfermos, a que os unáis a Jesús doliente para cargar con fe vuestra cruz. Y vosotros, queridos recién casados, sed en vuestra familia apóstoles del Evangelio del amor.




Castelgandolfo

Miércoles 19 de agosto de 2009: San Juan Eudes y la formación del clero

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Queridos hermanos y hermanas:

Se celebra hoy la memoria litúrgica de san Juan Eudes, apóstol incansable de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María, quien vivió en Francia en el siglo XVII, un siglo marcado por fenómenos religiosos contrapuestos y también por graves problemas políticos. Es el tiempo de la guerra de los Treinta Años, que devastó no sólo gran parte de Europa central, sino también las almas. Mientras se difundía el desprecio hacia la fe cristiana por parte de algunas corrientes de pensamiento entonces dominantes, el Espíritu Santo suscitaba una renovación espiritual llena de fervor, con personalidades de alto nivel como De Bérulle, san Vicente de Paúl, san Luis María Grignon de Montfort y san Juan Eudes. Esta gran "escuela francesa" de santidad tuvo también entre sus frutos a san Juan María Vianney. Por un designio misterioso de la Providencia, mi venerado predecesor Pío xi proclamó santos al mismo tiempo, el 31 de mayo de 1925, a Juan Eudes y al cura de Ars, ofreciendo a la Iglesia y a todo el mundo dos ejemplos extraordinarios de santidad sacerdotal.

En el contexto del Año sacerdotal, quiero subrayar el celo apostólico de san Juan Eudes, dirigido especialmente a la formación del clero diocesano. Los santos son la verdadera interpretación de la Sagrada Escritura. Los santos han verificado, en la experiencia de la vida, la verdad del Evangelio; así nos introducen en el conocimiento y en la comprensión del Evangelio. El concilio de Trento, en 1563, había emanado normas para la erección de los seminarios diocesanos y para la formación de los sacerdotes, pues el Concilio era consciente de que toda la crisis de la reforma estaba condicionada también por una formación insuficiente de los sacerdotes, que no estaban preparados para el sacerdocio de modo adecuado, intelectual y espiritualmente, en el corazón y en el alma.

Esto sucedía en 1563; pero, dado que la aplicación y la realización de las normas se dilataban, tanto en Alemania como en Francia, san Juan Eudes vio las consecuencias de esta carencia. Movido por la clara conciencia de la gran necesidad de ayuda espiritual que experimentaban las almas precisamente a causa de la falta de preparación de gran parte del clero, el santo, que era párroco, instituyó una congregación dedicada de manera específica a la formación de los sacerdotes. En la ciudad universitaria de Caen, fundó su primer seminario, experiencia sumamente apreciada, que muy pronto se extendió a otras diócesis.

El camino de santidad que recorrió y propuso a sus discípulos tenía como fundamento una sólida confianza en el amor que Dios reveló a la humanidad en el Corazón sacerdotal de Cristo y en el Corazón maternal de María. En aquel tiempo de crueldad, de pérdida de interioridad, se dirigió al corazón para comunicar al corazón una palabra de los Salmos muy bien interpretada por san Agustín. Quería hacer volver a las personas, a los hombres, y sobre todo a los futuros sacerdotes, al corazón, mostrando el Corazón sacerdotal de Cristo y el Corazón maternal de María. Todo sacerdote debe ser testigo y apóstol de este amor del Corazón de Cristo y de María.

También hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes den testimonio de la misericordia infinita de Dios con una vida totalmente "conquistada" por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación en los seminarios. El Papa Juan Pablo II, después del Sínodo de 1990, publicó la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, en la que retoma y actualiza las normas del concilio de Trento y subraya sobre todo la necesaria continuidad entre el momento inicial y el permanente de la formación; para él, como para nosotros, es un verdadero punto de partida para una auténtica reforma de la vida y del apostolado de los sacerdotes, e igualmente es el punto fundamental para que la "nueva evangelización" no sea sólo un eslogan atractivo, sino que se traduzca en realidad.

Los cimientos puestos en la formación del seminario constituyen el insustituible "humus spirituale" en el que se puede "aprender a Cristo", dejándose configurar progresivamente a él, único Sumo Sacerdote y Buen Pastor. Por lo tanto, el tiempo del seminario se debe ver como la actualización del momento en el que el Señor Jesús, después de llamar a los Apóstoles y antes de enviarlos a predicar, les pide que estén con él (cf.
Mc 3,14). Cuando san Marcos narra la vocación de los doce Apóstoles, nos dice que Jesús tenía un doble objetivo: el primero era que estuvieran con él; y el segundo, enviarlos a predicar. Pero yendo siempre con él, realmente anuncian a Cristo y llevan la realidad del Evangelio al mundo.

En este Año sacerdotal os invito a rezar, queridos hermanos y hermanas, por los sacerdotes y por quienes se preparan a recibir el don extraordinario del sacerdocio ministerial. Concluyo dirigiendo a todos la exhortación de san Juan Eudes, que dice así a los sacerdotes: "Entregaos a Jesús para entrar en la inmensidad de su gran Corazón, que contiene el Corazón de su santa Madre y de todos los santos, y para perderos en este abismo de amor, de caridad, de misericordia, de humildad, de pureza, de paciencia, de sumisión y de santidad" (Coeur admirable, III 2).

Con este espíritu, cantemos ahora juntos el Padre nuestro en latín.



Saludos

Celebramos hoy la fiesta de san Juan Eudes, apóstol incansable de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María y entregado totalmente a la formación del clero diocesano. La adecuada preparación del sacerdote es el punto de partida de una auténtica reforma de la vida y del apostolado de los presbíteros. Durante este Año sacerdotal, os invito a rezar por los sacerdotes para que configurándose cada vez más con Cristo, buen Pastor, sean testigos en el mundo de la infinita misericordia de Dios.

(En lengua polaca)
El mes de agosto es el tiempo de la siega. Demos gracias a Dios por el don del pan, tanto por la Eucaristía, alimento del alma, como por el pan de cada día, alimento del cuerpo. Que Dios bendiga la cosecha de este año y a todos los que trabajan en ella. Abramos todos nuestro corazón para compartir el pan con nuestros hermanos necesitados.

(A los peregrinos croatas)
Queridos amigos, de modo especial este año, orad en vuestras familias por vuestros sacerdotes, a fin de que sean imitadores fieles de nuestro Señor, y por las nuevas vocaciones sacerdotales de vuestra nación.

(En lengua italiana)
Saludo con afecto, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que la admirable figura de san Juan Eudes, a quien acabo de referirme, os ayude a cada uno a progresar cada vez más en el amor a Dios, que da plenitud de sentido a la juventud, al sufrimiento y a la vida familiar.

Gracias a todos por vuestra presencia. Que el Señor os bendiga.




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