Balmes Jaime - El criterio - § III: Algunas reglas para juzgar de la conducta de los hombres



Capítulo VIII: De la autoridad humana en general

§ I: Dos condiciones necesarias para que sea valedero un testimonio

No siempre nos es dable adquirir por nosotros mismos el conocimiento de la existencia de un ser, y entonces nos es preciso valernos del testimonio ajeno. Para que éste no nos induzca a error son necesarias dos condiciones: primera, que el testigo no sea engañado; segunda, que no nos quiera engañar. Es evidente que faltando cualquiera de estos dos extremos su testimonio no sirve para encontrar la verdad. Poco nos importa que quien habla la conozca si sus palabras nos expresan el error, y la veracidad y buena fe tampoco nos aprovechan si quien las posee está engañado.

§ II: Examen y aplicaciones de la primera condición

Conocemos si el testigo ha sido engañado o no atendiendo a los medios de que ha podido disponer para alcanzar la verdad; y en estos medios comprendo también su capacidad y demás cualidades personales, que le hacen más o menos apto para el efecto.

Al referírsenos algún hecho, cuando el narrador no es testigo ocular, a veces la buena educación no permite preguntar quién lo ha contado, pero la buena lógica prescribe atender siempre a esta circunstancia y no prestar ligeramente asenso sin haberla tenido presente.

Atravieso un país que me es desconocido y oigo la siguiente proposición: «Este año es el de mejor cosecha que de mucho tiempo acá se ha visto en esta comarca.» Lo primero que debo hacer es parar la atención en la persona que así lo dice. ¿Es un hombre anciano, rico propietario de la tierra, establecido en sus mismas posesiones, aficionado a recoger noticias y formar estados comparativos? No puedo dudar que quien habla debe de saberlo muy bien, pues que su interés, profesión, inclinaciones particulares y larga experiencia le proporcionan cuantos medios son deseables para formar juicio acertado. ¿Es un hijo del mismo propietario, que sólo se llega a las posesiones de su padre para divertirse o sacar dinero, que, distraído por la vida de las ciudades, se cuida muy poco de lo que pasa en los campos? Bien podrá saberlo por habérselo oído a su padre; pero si esta última circunstancia falta, el testimonio es muy poco seguro. ¿Es un viajero que recorre de vez en cuando aquel país por negocios que nada tienen que ver con la agricultura? Su palabra merece poca fe, porque son escasos los medios que ha tenido para cerciorarse de lo que afirma; su proposición podrá ser echada a la ventura.

En una reunión se cuenta que el ingeniero N. acaba de idear una nueva máquina para tal o cual producto y que su invención lleva ventaja a cuantas se han conocido hasta ahora. El testigo es ocular. ¿Quién lo refiere? Es un caballero de la misma profesión, muy acreditado en ella, que ha viajado mucho para ponerse al nivel de los últimos adelantos en maquinaria, comisionado repetidas veces, ya por el Gobierno, ya por Sociedades de fabricantes, para comparar diferentes sistemas de construcción y elaboración: el juez es competente; no es fácil haya sido engañado por un charlatán cualquiera. El testigo es un fabricante que tiene invertidos grandes capitales en maquinaria y se propone invertir muchos más; posee algunos conocientos en el ramo, pues que su interés propio le llama la atención hacia este punto, y cuenta con bastantes años de experiencia. El testimonio no es despreciable, ha perdido mucho de las cualidades del primero. No conoce por principios la mecánica, habrá visto algunos establecimientos, mas no los necesarios para poder comparar la invención con los demás sistemas conocidos; el maquinista sabía que las arcas no estaban vacías, tenía un interés en que se formase alto concepto de la invención; hay, pues, bastante peligro de que el mérito sea exagerado; hasta padrá ser muy mediano, y quizá nulo.

Una mujer de veracidad probada, pero de imaginación ardiente y viva, y además muy crédula en asuntos de carácter extraordinario y misterioso, refiere, con el tono de la mayor certeza y con el lenguaje y ademán de una impresión reciente, que en la noche anterior ha oído en su casa un ruido espantoso; que, habiéndose levantado, ha visto el resplandor de algunas luces en partes del edificio en las que no habita nadie, y que repetidas veces han resonado con toda claridad voces desconocidas, ya cual gemidos de dolor, ya cual aullidos de desesperación, ya cual aterradoras amenazas. La testigo habrá sido engañada. Es probable que, estando profundamente dormida, algún gato que andaría ocupado en sus ordinarias tareas de hurto o caza habrá derribado algún trasto con estrepitoso fracaso. La buena señora, que quizá conciliaría difícilmente el sueño, agitada por espectros y fantasmas, despierta al retumbante ruido; levántase, despavorida; corre presurosa de una a otra parte; ve en los aposentos desiertos alguna luz, por la sencilla razón de que nadie cuidó de cerrar las ventanas, y por ellas penetran los rayos de la luna; por fin llegan a sus oídos las voces misteriosas, que no debieron de ser más que los silbidos del viento, los crujidos de alguna puerta mal segura y tal vez el remoto maúllo del malandrín, que, salido por la buhardilla, se va a trabar refriegas por la vecindad, sin pensar que sus maldades tienen en congojosa cuita a su dueña y bienhechora.

Así discurría un buen pensador, sin decidirse por esto a creer o dejar de creer, pero inclinándose algo más a lo segundo que a lo primero, cuando he aquí que llega a la reunión el marido de la señora espantada. Es hombre que frisa en los cincuenta, que ha tenido tiempo de perder el miedo en largos años de carrera militar, no escasea en conocimientos y, retirado ahora, vive entregado a sus negocios y a sus libros, dejando que su mujer delire a mansalva. La vista de los circunstantes se dirige, naturalmente, al recién llegado, y todos desean saber de su boca la impresión que le causara la medrosa aventura. «En verdad, señores -dice-, que no sé qué diablos teníamos esta noche en casa. Ocupado en despachar unos papeles que me corrían prisa no me había acostado todavía cuando he aquí que a eso de las doce oigo un estrépito tal que me creí que la casa se nos venía encima. Lo que es, gato no podía ser, porque era imposible que hiciese tal estrépito, y, además, esta mañana nada se ha encontrado ni dislocado ni roto. Eso de las luces yo no las he visto, pero que resonaron unas voces tan tremehundas que casi casi me habrían metido el miedo en el cuerpo es positivo. Veremos si la zambra se repite; yo me temo que se nos ha querido jugar una treta. Desearía sorprender a los actores representando su papel.» Desde entonces la cuestión cambia de aspecto; lo que antes era improbable ha pasado a ser creíble; el hecho será verdadero, sólo falta aclarar su naturaleza.

§ III: Examen y aplicaciones de la segunda condición

Si conviene precaverse contra el engaño que inocentemente puede haber sufrido el narrador, no importa menos estar en guardia contra la falta de veracidad. Para este efecto será bien informarse de la opinión que en este punto disfruta la persona y, sobre todo, examinar si alguna pasión o interés la impelen a mentir. ¿Qué caso puede hacerse de quien pinta prodigiosos hechos de armas de los cuales espera grados, empleos y condecoraciones? Está bien claro el partido que tomará el especulador, si no está dominado por principios de rígida moral y caballerosa delicadeza. Así, quien refiere acontecimientos en cuya verdad o apariencia tiene grande interés, es testigo sospechoso; prestarle crédito sobre su palabra fuera proceder muy de ligero.

Cuando tratamos de calcular la probabilidad de un suceso que no sabemos sino por el testimonio de otros, es preciso atender simultáneamente a las dos condiciones explicadas: conocimiento y veracidad. Pero como en muchos casos a más del testimonio tenemos algunos datos para conjeturar sobre la probabilidad de lo que se nos cuenta, es necesario hacerlos entar en combinación para decidirnos con menos peligro de errar. Por lo común, hay muchas cosas a que atender, en lo cual enseñarán más los ejemplos que las reglas.

Un general da parte de una brillante victoria que acaba de conseguir; el enemigo, por supuesto, era superior en fuerzas, ocupaba posiciones muy ventajosas, pero ha sido arrollado en todas direcciones y sólo una precipitada fuga le ha librado de dejar en manos del vencedor numerosos prisioneros. La pérdida del general ha sido insignificante en comparación de la del enemigo; algunas compañías que, llevadas de su ardor, se habían adelantado en demasía, viéronse envueltas por cuadruplicadas fuerzas y tuvieron algunos momentos de conflicto; pero, merced a la bizarría de los jefes y acertadas disposiciones del general, pudiéronse replegar con el mayor orden, sin más resultado que extraviarse un reducido número de soldados.

¿Qué concepto formaremos de la acción? Para que se vea cuánta circunspección es necesaria si se desea acertar en los juicios, y con la mira de ofrecer ejemplos que sirvan de norma en otros casos, detallaremos las muchas circunstancias a que es preciso atender.

¿Es conocido el general? ¿Tiene reputación de veraz y modesto, o pasa plaza de fanfarrón? ¿Cuáles son sus dotes militares? ¿Qué subalternos le auxilian? ¿Sus tropas gozan fama de valor y disciplina? ¿Se han distinguido en otras acciones, o están desacreditadas por frecuentes derrotas? ¿Con qué enemigo ha tenido que habérselas? ¿Cuál era el objeto de la expedición del general? ¿Lo ha conseguido o no? En el parte hay una cláusula que dice: «Sé de positivo que la plaza N puede todavía sostenerse algunos días. Así no he creído necesario precipitar las operaciones, mayormente cuando la situación del soldado, rendido de hambre, y fatiga, reclamaba imperiosamente algún descanso. El convoy queda seguro en la ciudad M, adonde me he replegado, abandonando al enemigo unas posiciones que me eran inútiles y dejándole que se cebase en una porción de víveres que en el ardor de la refriega cayeron en su poder a causa de un desorden momentáneo que se debió al miedo de los bagajeros.» El negocio presenta mal aspecto; a pesar de todos los rodeos, se conoce que el vencedor ha perdido una parte del convoy y no ha podido pasar con lo restante.

¿Qué trofeos nos presenta en testimonio de su victoria? No ha cogido prisioneros y él confiesa algunos extraviados; aquellas compañías demasiado adelantadas sufrieron algunos momentos de conflicto y fueron envueltas por fuerzas cuadruplicadas; todo esto significa que hubo en aquella parte un «sálvese quien pueda» y que el enemigo no dejó de hacer presa.

¿Cuáles son las noticias que vienen del lugar donde se ha replegado el general? Es probable que las cartas serán tristes y que traerán descripciones aflictivas sobre el desorden en que entró la tropa y la disminución del convoy.

¿Qué dicen los partidarios del enemigo? ¡Ah! Esto acaba de aclarar el misterio; se han echado las campanas a vuelo en el punto P y han entrado muchos prisioneros; los enemigos se han presentado orgullosos en presencia de la plaza sitiada, cuyos apuros son cada día mayores.

¿Qué está haciendo el general vencedor? Se mantiene en inacción y se añade que ha pedido refuerzos; la brillante victoria habrá sido, pues, una insigne derrota.

§ IV: Una observación sobre el interés en engañar

Casos hay en que por interesado que parezca el narrador en faltar a la verdad no es probable que lo haya hecho, porque, descubierta en breve la mentira, sin recurso para paliarla, se convertiría contra él de una manera ignominiosa.

La experiencia nos enseña que no hay que fiar de ciertas relaciones militares que no pueden ser contradichas luego con toda claridad y con presencia de datos positivos que produzcan evidencia. Las mayores o menores fuerzas del enemigo, el orden o la dispersión con que tal o cual parte de su ejército emprendió la retirada, el número de muertos o heridos, lo más o menos favorable de algunas posiciones, atendida la situación de los combatientes, lo más o menos intransitable de los caminos y otras cosas por este tenor, ¿cómo las puede aclarar bien el público? Cada cual refiere las cosas a su modo, según sus noticias, intereses o deseos, y los mismos que saben la verdad son quizá los primeros en obscurecerla haciendo circular las más insignes falsedades. Los que llegan a desembarazarse del enredo y a ver claro en el negocio o callan o se hallan impugnados por mil y mil a quienes importa sostener la ilusión, y la mancha que cae sobre los embaucadores nunca es tan ignominiosa que no consienta algún disfraz. Pero suponed que un general que está sitiando una plaza, y nada puede contra ella, tiene la imprudencia de enviar un pomposo parte al Gobierno, anunciándole que la ha tomado por asalto y están en su poder los restos de la guarnición que no han perecido en la refriega; a pocos días sabrá el Gobierno, sabrá el público, sabrá el mismo Ejército que el general ha mentido de una manera escandalosa, y la burla y la afrenta que caerán sobre el impostor le harán pagar cara su gloria de momento.

De aquí es que en semejantes casos el buen sentido del público suele preguntar si el parte es oficial, y si lo es, por más que no haga caso de las circunstancias con que se procura realzar el hecho, no obstante, presta crédito a la existencia de él. Hasta es de notar que cuando en gravísimos apuros se miente de una manera escandalosa, con la mira de alentar por algunas horas más y dar lugar al tiempo, rara vez se inventa un parte nombrando personas; se apela a las fórmulas de «sabemos de positivo; un testigo de vista acaba de referirnos», y otras semejantes; se suponen oficios recibidos que se imprimirán luego, se ordenan regocijos públicos, etc.; pero siempre se suele dejar un camino abierto para que la mentira no choque demasiado de frente con el buen sentido; se tiene cuidado en no comprometer el nombre de personas determinadas; en una palabra: hasta reinando la mayor desfachatez se guardan siempre algunas consideraciones a la conciencia pública.

Para dejar, pues, de prestar crédito a una no basta objetar que el narrador está interesado en faltar a la verdad; es necesario considerar si las circunstancias de la mentira son tan desgraciadas que poco después haya de ser descubierta en toda su desnudez, sin que le quede al engañador la excusa de que se había equivocado o lo habían mal informado. En estos casos por poca que sea la categoría de la persona, por poca estimación de sí misma que se le pueda suponer, mayormente cuando el asunto pasa en público es prudente darle crédito, si de esto no puede resultar ningún daño. Será dable salir engañado, pero la probabilidad está en contra, y en grado muy superior.

§ V: Dificultades para alcanzar la verdad en mediando mucha distancia de lugar o tiempo

Si es tan difícil encontrar, la verdad cuando los sucesos son contemporáneos y se realizan en no propio país, ¿qué diremos de lo que pasa a larga distancia de lugar o tiempo o de uno y otro? ¿Cómo será posible sacar en limpio la verdad de manera de viajeros o historiadores? Por más desconsolador que sea, es preciso confesarlo: quien haya observado de qué modo se abulta, y se exagera, y se disminuye, y se desfigura, y se trastorna de arriba abajo lo mismo que estamos viendo con nuestros ojos, ha de sentirse por necesidad muy descorazonado al abrir un libro de historia o de viajes o al leer los periódicos, particularmente los extranjeros.

Quien vive en el mismo tiempo y país de los acontecimientos tiene muchos medios para evitar el error: o ve las cosas por sí mismo o lee y oye muy diferentes relaciones que puede comparar entre sí, y como está en datos sobre los antecedentes de las personas y de las cosas, como trata continuamente con hombres de opuestos intereses y opiniones, como sigue de cerca el curso de la totalidad de los sucesos, no le es imposible, a fuerza de trabajos y discreción, el aclarar en algunos puntos la verdad. Pero ¿que será del desgraciado lector que mora allá en lejanos países y quizá a larga distancia de siglos y no tiene otro guía que el periódico u obra que, por casualidad, encuentra en un gabinete de lectura o en una biblioteca o que habrá adquirido por haber visto recomendados en alguna parte aquellos escritos u oído elogios de quien presumía entenderlos?

Tres son los conductos por los cuales solemos adquirir conocimiento de lo que pasa en tiempos y lugares distantes: los periódicos, las relaciones de los viajeros y las historias. Diré cuatro palabras sobre cada uno de ellos(8).



Capítulo IX: Los periódicos

§ I: Una ilusión

Creen algunos que, con respecto a los países donde está en vigor la libertad de imprenta, no es muy difícil encontrar la verdad, porque teniendo todo linaje de intereses y opiniones, algún periódico que les sirve de órgano, los unos desvanecen los errores de los otras, brotando del cotejo la luz de la verdad. «Entre todos lo saben todo y lo dicen todo; no se necesita más que paciencia en leer, cuidado en comparar, tino en discernir y prudencia en juzgar.» Así discurren algunos. Yo creo que esto es pura ilusión, y lo primero que asiento es que, ni con respecto a las personas ni a las cosas, los periódicos no lo dicen todo, ni con mucho, ni aun aquello que saben bien los redactores, hasta en los países más libres.

§ II: Los periódicos no lo dicen todo sobre las personas

Estamos presenciando a cada paso que los partidarios de lo que se llama una notabilidad la ensalzan con destemplados elogios, mientras sus adversarios la regalan a manos llenas los dictados de ignorante, estúpido, inhumano, sanguinario, tigre, traidor, monstruo y otras lindezas por este estilo. El saber, los talentos, la honradez, la amabilidad, la generosidad y otras cualidades que le atribuían al héroe los escritores de su devoción, quedan en verdad algo ajadas con los cumplimientos de sus enemigos; pero al fin, ¿qué sacáis en limpio de esta barahúnda? ¿Qué pensará el extranjero que ha de decidirse por uno de los extremos o adoptar un justo medio a manera de árbitro arbitrador? El resultado es andar a tientas y verse precisado o a suspender el juicio o a caer en crasos errores. La carrera pública del hombre en cuestión no siempre está señalada por actos bien caracterizados, y, además, lo que haya en ellos de bueno o malo no siempre es bien claro si debe atribuirse a él o a sus subalternos.

Lo curioso es que, a veces, entre tanta contienda, la opinión pública en ciertos círculos, y quizá en todo el país, está fijada sobre el personaje; de suerte que no parece sino que se miente de común acuerdo. En efecto; hablad con los hombres que no carecen de noticias, quizá con los mismos que le han declarado más cruda guerra: «Lo que es talento -oiréis- nadie se lo niega; sabe mucho y no tiene malas intenciones; pero ¿qué quiere usted?..., se ha metido en eso y es preciso desbancarle; yo soy el primero en respetarle como a persona privada, y ojalá que nos hubiese escuchado a nosotros; nos hubiera servido mucho y habría representado un papel brillante.» ¿Veis a esa otro tan honrado, tan inteligente, tan activo y enérgico, que, al decir de ciertos periódicos, él, y sólo él, puede apartar la patria del borde del abismo? Escuchad a los que le conocen de cerca y tal vez a sus más ardientes defensores: «Que es un infeliz ya lo sabemos; pero, al fin, es el hombre que nos conviene, y de alguien nos hemos de valer. Se le acusa de impuros manejos; esto ¿quién lo ignora? En el Banco A tiene puestos tales fondos, y ahora va a hacer otro tanto en el Banco B. En verdad que roba de una manera demasiado escandalosa; pero, mire usted, esto es ya tan común..., y, además, cuando le acusan nuestros adversarios no es menester que uno le deje en las astas del toro. ¿No sabe usted la historia de ese hombre? Pues yo le voy a contar a usted su vida y milagros...» Y se nos refieren sus aventuras, sus altos y bajos, y sus maldades o miserias, o necedades y desde entonces ya no padecéis ilusiones y juzgáis en adelante con seguridad y acierto.

Estas proporciones no las disfrutan por lo común los extranjeros, ni los nacionales que se contentan con la lectura de los periódicos, y así, creyendo que la comparación de los de opuestas opiniones les aclara suficientemente la verdad, se forman los más equivocados conceptos sobre los hombres y las cosas.

El temor de ser denunciados, de indisponerse con determinadas personas, el respeto debido a la vida privada, el decoro propio y otros motivos semejantes impiden a menudo a los periódicos el descender a ciertos pormenores y referir anécdotas que retratan al vivo al personaje a quien atacan, sucediendo a veces que con la misma exageración de los cargos, la destemplanza de las invectivas y la crueldad de las sátiras no le hacen, ni con mucho, el daño que se le podría hacer con la sencilla y sosegada exposición de algunos hechos particulares.

Los escritores distinguen casi siempre entre el hombre privado y el hombre público; esto es muy bueno en la mayor parte de los casos porque de otra suerte la polémica periodística, ya demasiado agria y descompuesta, se convirtiera bien pronto en un lodazal donde se revolverían inmundicias intolerables; pero esto no quita que la vida privada de un hombre, no sirva muy bien para conjeturar sobre su conducta en los destinos públicos. Quien en el trato ordinario no respeta la hacienda ajena, ¿creéis que procederá con pureza cuando maneje el erario de la nación? El hombre de mala fe, sin convicciones de ninguna clase, sin religión, sin moral, ¿creéis que será consecuente en los principios político que aparenta profesar, y que en sus palabras y promesas puede descansar tranquilo el Gobierno que se vale de sus servicios? El epicúreo por sistema que en su pueblo insultaba sin pudor el decoro público, siendo mal marido y mal padre, ¿creéis que renunciará a su libertinaje cuando se vea elevado a la magistratura y que de su corrupción y procacidad nada tendrán que temer la inocencia y la fortuna de los buenos, nada que esperar la insolencia y la injusticia de los malos? Y nada de esto dicen los periódicos, nada pueden decir, aunque les conste a los escritores sin ningún género de duda.

§ III: Los periódicos no lo dicen todo sobre las cosas

Hasta en política no es verdad que los periódicos lo digan todo. ¿Quién ignora cuánto distan, por lo común, las opiniones que se manifiestan en amistosa conversación de lo que se expresa por escrito? Cuando se escribe en público hay siempre algunas formalidades que cubrir y muchas consideraciones que guardar; no pocos dicen lo contrario de lo que piensan, y hasta los más rígidos en materia de veracidad se hallan a veces precisados, ya que no a decir lo que piensan, al menos a decir mucho menos de lo que piensan. Conviene no olvidar estas advertencias, si se quiere saber algo más en política de lo que anda por ese mundo como moneda falsa de muchos reconocida, pero recíprocamente aceptada, sin que por esto se equivoquen los inteligentes sobre su peso y ley(9).




Capítulo X: Relaciones de viaje

§ I: Dos partes muy diferentes en las relaciones de viajes

En esta clase de escritos deben distinguirse dos partes: las descripciones de objetos que ha visto o escenas que ha presenciado el viajero y las demás noticias y observaciones de que llena su obra. Por lo tocante a lo primero, conviene recordar lo que se ha dicho sobre la veracidad, añadiéndose dos advertencias: 1ª. Que la desconfianza de la fidelidad de los cuadros debe guardar alguna proporción con la distancia del lugar de la escena, por aquello: «De luengas tierras, luengas mentiras.» 2ª. Que los viajeros corren riesgo de exagerar, desfigurar y hasta fingir, haciendo formar ideas muy equivocadas sobre el país que describen por el vanidoso prurito de hacerse interesantes y de darse importancia contando peregrinas aventuras.

En cuanto a las demás noticias y observaciones no es dable reducir a reglas fijas el modo de distinguir la verdad del error, mayormente siendo imposible esta tarea en muchísimos casos. Pero será bien presentar reflexiones que llenen de algún modo el vacío de las reglas, inspirando prudente desconfianza y manteniendo en guardia a los inexpertos e incautos.

§ II: Origen y formación de algunas relaciones de viajes

¿Cómo se hacen la mayor parte de los viajes? Pasando no más que por los lugares más famosos, deteniéndose algún tanto los puntos principales y atravesando el país intermedio tan rápidamente como es posible, pues a ello instigan tres causas poderosas: ahorrar tiempo, economizar dinero y disminuir la molestia. Si el país es culto, con buenos caminos, con canales, ríos y costas de pronta navegación, el viajero salta de una capital a otra disparándose como una flecha; dormitando con el mecimiento del coche o de la nave y asomando la cabeza por la portezuela para recrearse con la vista de algún bello paisaje o paseándose sobre cubierta contemplando las orillas del río, cuya corriente le arrebata. Resulta de ahí que todo el país intermedio queda completamente desconocido, en cuanto concierne a ideas, religión, usos y costumbres. Algo ve sobre la calidad del terreno y los trajes de los moradores, porque ambos objetos se le ofrecen a los ojos; pero, hasta en estas cosas, si el viajero no es cauto y pretende hablar en general, podrá dar a sus lectores las noticias más falsas y extravagantes. Si de aquí a algunos años logramos navegar por el Ebro desde Zaragoza a Tortosa, el viajero que pintase el terreno y los trajes de Aragón y Cataluña ateniéndose a lo que hubiese visto en la ribera del río, por cierto que les proporcionaría a sus lectores copia desbaratada.

Ahora reflexione el aficionado a relaciones de viajes el caso que debe hacer de las detalladas noticias sobre un país de muchos millares de leguas cuadradas descrito por un viajero que le ha observado de la susodicha manera. «El que lo ha visto de cerca lo dice; así será, sin asomo de duda»; de esta suerte hablas, ¡oh crédulo lector!, pensando que en recoger aquellas noticias ha puesto tu guía gran trabajo y cuidado, pues yo te diré lo que podría muy bien haber sucedido, y otra vez no te dejarás engañar con tanta facilidad.

Llegado el viajero a la capital, tal vez con escaso conocimiento de la lengua, y quizá con ninguno, habrá andado atolondrado y confuso algunos días en el laberinto de calles y plazas, desplegando a menudo el plano de la ciudad, preguntando a cada esquina y saliendo del paso del mejor modo posible para encontrar la oficina de pasaportes, la casa de la Embajada y los sujetos para quienes lleva carta de recomendación. Este tiempo no es muy a propósito para observar, y si a ratos toma coche para librarse de cansancio y evitar extravío, tanto peor para los apuntes de su cartera; todo desfila a sus ojos con mucha rapidez; como linterna mágica, las ilusiones de los cuadros; recogerá muy gratas sensaciones pero no muchas noticias. Viene en seguida la visita de los principales edificios, monumentos, bellezas y preciosidades, cuyo índice encuentra en la guía; y o la capital no ha de ser de las mayores o se le han pasado muchos días en la expresada tarea. La estación se adelanta, es preciso todavía visitar otras ciudades, acudir a los baños, presenciar tal o cual escena en un punto lejano; el viajero ha de tomar la posta y correr a ejecutar en otra parte lo que acaba de practicar allí. A los pocos meses de su partida del suelo natal está ya de vuelta, y ordena durante el invierno sus apuntes, y en la primavera se halla de venta un abultado tomo sobre el viaje. Agricultura, artes, comercio, ciencia, política, ideas populares, religión, usos, costumbres, carácter, todo lo ha observado de cerca el afortunado viajero; en su libro se halla la estadística universal del país; creedle sobre su palabra y podréis ahorraros el trabajo de salir de vuestro gabinete sin que ignoréis los más pequeños y delicados pormenores.

¿Cómo ha podido adquirir tanta copia de noticias? Un Argos no bastara para ver y notar tanto en tan breve tiempo, y, además, ¿cómo habrá sabido lo que pasaba allí donde no ha estado, es decir, a centenares de leguas a derecha e izquierda de la carretera, canal o río por donde viajaba? Helo aquí. Cuando al dar los primeros rayos del sol a la portezuela del coche se habrá despertado y bostezando, y desperezándose habrá echado una ojeada sobre el país, que no se parece ya a lo que era el de anoche cruzando y arreglando las piernas, con el caballero de enfrente habrá trabado quizá la siguiente conversación:

-¿Usted conoce el país éste?
-Un poco.
-El pueblo aquél, ¿cómo se llama?
-Si mal no recuerdo es N.
-¿Los principales productos del país?
-N.
-¿La industria?
-N.
-¿Carácter?
-Flemático como el postillón.
-¿Riqueza?
-Como judíos.

Entretanto llega el coche al parador; el de las respuestas se marcha quizá sin despedirse, y sus informes, que se ignora de quién sean, figurarán cual datos positivos entre los apuntes del observador, que tendrá la humorada de afirmar que cuenta lo que ha visto.

Pero como estos recursos no son suficientes, y dejarían muy incompleta la descripción, recogerá cuidadosamente los trajes extraños, los edificios irregulares, las danzas grotescas que se le hayan ofrecido al paso, y heos aquí un cuadro de costumbres generales que nada dejará que desear. Sin embargo, aun hay otra mina que explotará el viajero y de donde sacará tal vez el principal tesoro. En los periódicos y en las guías encontrará en crecido número las noticias que ha meneste para formar su estadística; con los datos que de allí saque, puestos en orden diferente, intercalando alguna cosa de lo que ha visto u oído o conjeturado, resultará un todo, que se hará circular como fruto de los trabajos investigadores del viajero y en substancia no será más, en su mayor parte, que cuentos de un cualquiera y traducciones y plagios de periódicos y obras.

Para que no se extrañe la severidad con que trato a los autores de viajes, sin que por esto me proponga rebajar el mérito dondequiera que se halle, bastará recordar las necedades y disparates que han publicado algunos extranjeros que han viajado por España. Lo que a nosotros nos ha sucedido puede muy bien acontecer a otros pueblos, saliendo bien o mal parados, aplaudidos con exageración o criticados con injusticia, según el humor, las ideas y otras cualidades del ligero pintor que se empeñaba en sacar copia de originales que no había visto.

§ III: Modo de estudiar un país

La razón y la experiencia enseñan que para formar cabal concepto de una pequeña comarca y poderla describir tal como es, desde el aspecto material y el moral, es necesario estar familiarizado con la lengua, pasar allí larga temporada, abundar de relaciones, estar en trato continuo, sin cansarse de preguntar y observar. No creo que haya otro medio de adquirir noticias exactas y formar acertado juicio; lo demás es andarse en generalidades y llenar la cabeza de errores e inexactitudes. Hasta que se estudien los países de esta manera, hasta que se forme de esta suerte su estadística material y moral, no serán bien conocidos. Estarán pintados en los libros, como en los mapas muy pequeños que nos ofrecen a la vista dilatadas regiones: todo está cubierto de nombres, y de círculos, y de crucecitas, y de cordilleras de montañas, y de corrientes de ríos; pero medid con el compás las distancias y andaos por el mundo sin otra regla; a menudo creeréis estar muy cerca de una ciudad, de un río, de un monte que distan, sin embargo, nada menos que cien leguas.

En suma: ¿queréis adquirir noticias exactas sobre un país y formar de su estado concepto verdadero y cabal? Estudiadlo de la manera sobredicha o leed a quien hubiese estudiado de esta suerte: Y si no tuviereis proporción para ello, contentaos con cuatro cosas generales, que os sacarán airoso de una conversación con vuestros iguales en aquella clase de conocimientos; pero guardaos de asentar sobre estos datos un sistema filosófico, político o económico, y andad con tiento en lucir vuestra ciencia si os encontrarais con algún natural del país y no queréis exponeros a ser objeto de risa(10).


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