San Atanasio ES 65


LA PERSECUCIÓN DEL EMPERADOR MAXIMINO.

66 Después de esto, la persecución de Maximino (en el año 311), que irrumpió en esa época, se abatió sobre la Iglesia. Cuando los santos mártires fueron llevados a Alejandría, él también dejo su celda y los siguió, diciendo: "vayamos también nosotros a tomar parte en el combate si somos llamados, o a ver a los combatientes." Tenía el gran deseo de sufrir el martirio, pero como no quería entregarse a sí mismo, servía a los confesores de la fe en las minas y en las prisiones. Se afanaba en el tribunal, estimulando el celo de los mártires cuando los llamaban, y recibiéndolos y escoltándolos cuando iban a su martirio, quedando junto a ellos hasta que expiraban. Por eso el juez, viendo su intrepidez y la de sus compañeros y su celo en estas cosas, dio orden de que ningún monje apareciera en el tribunal o estuviera en la ciudad. Todos los demás pensaron conveniente esconderse ese día, pero Antonio se preocupo tan poco de ello que lavo sus ropas y al día siguiente se coloco al frente de todos, en un lugar prominente, a vista y presencia del prefecto. Mientras todos se admiraban y el prefecto mismo lo veía al acercarse con todos los funcionarios, el estaba ahí de pie, sin miedo, mostrando el Espíritu anhelante característico de nosotros los cristianos. Como lo expresé antes, oraba para que también él pudiera ser martirizado, y por eso se apenaba por no haberlo sido.


Pero el Señor cuidaba de él para nuestro bien y para el bien de otros, a fin de que pudiera ser maestro de la vida ascética que él mismo había aprendido en las Escrituras. De hecho, muchos, solo con ver su actitud, se convirtieron en celosos seguidores de su modo de vida. De nuevo, por eso, continuo con su costumbre, de ir al servicio de los confesores de la fe y, como si estuviera encadenado con ellos (
He 13,3), se agoto en su afán por ellos.

Cuando finalmente la persecución ceso y el obispo Pedro, de santa memoria, hubo sufrido el martirio, se fue y volvió a su celda solitaria, y ahí fue mártir cotidiano en su conciencia, luchando siempre las batallas de la fe. Practico una vida ascética llena de celo y más intensa. Ayunaba continuamente, su vestidura era de pelo la interior y de cuero la exterior, y la conservo hasta el día de su muerte. Nunca baño su cuerpo para lavarse, ni tampoco lavo sus pies ni se permitió meterlos en el agua sin necesidad. Nadie vio su cuerpo desnudo hasta que murió y fue sepultado.

Vuelto a la soledad, determino un periodo de tiempo durante el cual no saldría ni recibiría a nadie. Entonces un oficial militar, un cierto Martiniano, llego a importunar a Antonio: tenía una hija a la molestaba el demonio. Como persistía ante él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y orara a Dios por su hija, Antonio no quiso salir sino que, usando una mirilla le dijo: "Hombre ¿por qué haces todo ese ruido conmigo? Soy un hombre tal como tú. Si crees en Cristo a quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se te conceder." Ese hombre se fue y creyendo e invocando a Cristo, y su hija fue librada del demonio. Muchas otras cosas hizo también el Señor a través de él, según la palabra: "Pidan y se les dará" (Lc 11,9). Muchísima gente que sufría, dormía simplemente fuera de su celda, ya que él no quería abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y su sincera oración.

HUIDA A LA MONTANA INTERIOR

67 Cuando se vio acosado por muchos e impedido de retirarse como eran su propósito y su deseo, e inquieto por lo que el Señor estaba obrando a través de él, pues podía transformarse en presunción, o alguien podía estimarlos más de lo que convenía, reflexiono y se fue hacia la Alta Tebaida, a un pueblo en el que era desconocido. Recibió pan de los hermanos y se sentó a la orilla del rio, esperando ver un barco que pasara en el que pudiera embarcarse y partir. Mientras estaba así aguardando, se oyó una voz desde arriba: "Antonio, ¿a dónde vas y porque?"

No se desoriento sino que, habiendo escuchado a menudo tales llamadas, contesto: "Ya que las multitudes no me permiten estar solo, quiero irme a la Alta Tebaida, porque son muchas las molestias a las que estoy sujeto aquí, y sobre todo porque me piden cosas más allá de mi poder." "Si subes a la Tebaida," dijo la voz, "o si, como también pensaste, bajas a la Bucolia, tendrás más, si, el doble más de molestias que soportar. Pero si realmente quieres estar contigo mismo, entonces vete al desierto interior."

Pero, dijo Antonio, ¿quién me mostrara el camino? Yo no lo conozco. De repente le llamaron la atención unos sarracenos que estaban por tomar aquella ruta. Acercándose, Antonio les pidió ir con ellos al desierto. Ellos le dieron la bienvenida como por orden de la Providencia. Y viajo con ellos tres días y tres noches y llego a una montana muy alta. Al pie de la montana había agua, clara como el cristal, dulce y muy fresca. Extendiéndose desde allí había una llanura y unos cuantos datileros.

Antonio, como inspirado por Dios, quedo encantado por el lugar, porque esto fue lo que quiso decir Quien hablo con él a la orilla del Rio. Comenzó por conseguir algunos panes de sus compañeros de viaje y se quedo solo en la montana, sin ninguna compañía. En adelante, miro este lugar como si hubiera encontrado su propio hogar. En cuanto a los sarracenos, notando el entusiasmo de Antonio, hicieron del lugar un punto de sus travesías, y estaban contentos de llevarle pan. También los datileros le daban un pequeño y frugal cambio de dieta. M s tarde, los hermanos, se las ingeniaron para mandarle pan. Antonio, sin embargo, viendo que el pan les causaba molestias porque tenían que aumentar el trabajo que ya soportaban, y queriendo mostrar consideración a los monjes en esto, reflexiono sobre el asunto y pidió a algunos de sus visitantes que les trajeran un azadón y un hacha y algo de grano.

Cuando se lo trajeron, se fue al terreno cerca de la montana, y encontrando un pedazo adecuado, con abundante provisión de agua de la vertiente, lo cultivó y sembró. Así lo hizo cada año y les suministraba su pan. Estaba feliz de que con eso no tenía que molestar a nadie, y con todo trataba de no ser carga para otros. Pero más tarde, viendo que de nuevo llegaba gente a verlo, comenzó también a cultivar algunas hortalizas, a fin de que sus visitantes tuvieran algo más para restaurar sus fuerzas después del viaje tan cansado y pesado.

Al comienzo, los animales del desierto que venían a beber agua le dañaban los sembrados de la huerta. Entonces atrapo a uno de los animales, lo retuvo suavemente y les dijo a todos: " ¿Por qué me hacen perjuicio si yo no les haga nada a ninguno de ustedes? ¡Váyanse, y en el nombre del Señor no se acerquen otra vez a estas cosas!" Y desde ese entonces, como atemorizados por sus ordenes, no se acercaron al lugar.

Una vez los monjes le pidieron que regresara donde ellos y pasara algún tiempo visitándolos a ellos y sus establecimientos. Hizo el viaje con los monjes que vinieron a su encuentro. Un camello había cargado con pan y agua, ya que en todo ese desierto no hay agua, y la única agua potable estaba en la montana de donde habían salido y en donde estaba su celda. Yendo de camino se acabo el agua, y estaban todos en peligro cuando el calor es más intenso. Anduvieron buscando y volvieron sin encontrar agua. Ahora estaban demasiado débiles para poder caminar siquiera. Se echaron al suelo y dejaron que el camello se fuera, entregándose a la desesperación.

Entonces el anciano, viendo el peligro en que todos estaban, se lleno de aflicción. Suspirando profundamente, se aparto un poco de ellos. Entonces se arrodillo, extendió sus manos y oro. Y de repente el Señor hizo brotar una fuente donde estaba orando, de modo que todos pudieron beber y refrescarse. Llenaron sus odres y se pusieron a buscar el camello hasta que lo encontraron, sucedió que el cordel se había enredado en una piedra y había quedado sujeto. Lo llevaron a abrevar y, cargándolo con los odres, concluyeron su viaje sin más deterioros ni accidentes.

Cuando llego a las celdas exteriores, todos le dieron una cordial bienvenida, mirándolo como a un padre. El, por su parte, como trayéndoles provisiones de su montana, los entretenía con su narraciones y les comunicaba su experiencia práctica. Y de nuevo hubo alegría en las montanas y anhelos de progreso, y el consuelo que viene de una fe común (
Rm 1,12). También se alegro de contemplar el celo de los monjes y al ver a su hermana que había envejecido en su vida de virginidad, siendo ella misma guía espiritual de otras vírgenes.

Después de algunos días volvió a su montana. Desde entonces muchos fueron a visitarlo, entre ellos muchos llenos de aflicción, que arriesgaban el viaje hasta él. Para todos los monjes que llegaban donde él, tenía siempre el mismo consejo: poner su confianza el Señor y amarlo, guardarse a sí mismo de los malos pensamientos y de los placeres de la carne, y no ser seducido por el estomago lleno, como está escrito en los Proverbios (Pr 24,15). Debían huir de la vanagloria y orar continuamente; cantar salmos antes y después del sueño; guardar en el corazón los mandamientos impuestos en las Escrituras y recordar los hechos de los santos, de modo que el alma, al recordar los mandamientos, pueda inflamarse ante el ejemplo de su celo. Les aconsejaba sobre todo recordar siempre la palabra del apóstol: "Que el sol no se ponga sobre tu ira" (Ep 4,26), y a considerar estas palabras como dichas de todos los mandamientos: el sol no debe ponerse no solo sobre la ira sino sobre ningún otro pecado.

Es enteramente necesario que el sol no condene por ningún pecado de día, ni la luna por ninguna falta o incluso pensamiento nocturno. Para asegurarnos de esto, es bueno escuchar y guardar lo que dice el apóstol: "Júzguense y pruébense ustedes mismos" (2Co 13,5). Por eso cada uno debe hacer diariamente un examen de lo que ha hecho de día y de noche; si ha pecado, deje de pecar; si no ha pecado, no se jacte por ello. Persevere más bien en la práctica de lo bueno y no deje de estar en guardia. No juzgue a su prójimo ni se declare justo él mismo, como dice el santo apóstol Pablo, "Hasta que venga el Señor y saque a luz lo que está escondido" (1Co 4,5 Rm 2,16). A menudo no tenemos conciencia de lo que hacemos; nosotros no lo sabemos, pero el Señor conoce todo. Por eso dejémosle el juicio a Él, compadezcámonos mutuamente y "llevemos los unos las cargas de los otros" (Ga 6,2). Juzguémonos a nosotros mismo y, si vemos que hemos disminuido, esforcémonos con toda seriedad para reparar nuestra deficiencia. Que esta observación sea nuestra salvaguardia con el pecado: anotemos nuestras acciones e impulsos del alma como si tuviéramos que dar un informe a otro; pueden estar seguros que de pura vergüenza de que esto se sepa, dejaremos de pecar y de seguir teniendo pensamientos pecaminosos. ¿A quién le gusta que lo vean pecando? ¿Quién habiendo pecado, no preferiría mentir, esperando escapar así a que lo descubran? Tal como no quisiéramos abandonarnos al placer a vista de otros, así también si tuviéramos que escribir nuestros pensamientos para decírselos a otro, nos guardaríamos muchos de los malos pensamientos, de vergüenza de que alguien los supiera. Que ese informe escrito sea, pues, como los ojos de nuestros hermanos ascetas, de modo que al avergonzarnos al escribir como si nos estuvieran viendo, jamás nos demos al mal. Moldeándonos de esta manera, seremos capaces de llevar a nuestro cuerpo a obedecernos (1Co 9,27), para agradar al Señor y pisotear las maquinaciones del enemigo.

MILAGROS Y VISIONES

68 Estos eran los consejos a los visitantes. Con los que sufrían se unía en simpatía y oración, y a menudo y en muchos y variados casos, el Señor escucho su oración. Pero nunca se jacto cuando fue escuchado, ni se quejo cuando no lo fue. Siempre dio gracias al Señor, y animaba a los sufrientes a tener paciencia y a darse cuenta de que la curación no era prerrogativa suya ni de nadie, sino solo de Dios, que la obra cuando quiere y a quienes El quiere. Los que sufrían se satisfacían con recibir las palabras del anciano como curación, pues aprendían a tener paciencia y a soporta el sufrimiento. Y los que eran sanados, aprendían a dar gracias no a Antonio sino solo a Dios.


Había, por ejemplo, un hombre llamado Frontón, oriundo de Palatium. Tenía una horrible enfermedad: Se mordía continuamente la lengua y su vista se le iba acortando. Llego hasta la montana y le pidió a Antonio que rogara por él. Oro y luego Antonio le dijo a Frontón "Vete, vas a ser sanado." Pero el insistió y se quedo durante días, mientras Antonio seguía diciéndole: "No te vas a sanar mientras te quedes aquí y cuando llegues a Egipto veras en ti el milagro." El hombre se convenció por fin y se fue, al llegar a la vista de Egipto desapareció su enfermedad. Sano según las instrucciones que Antonio había recibido del Señor mientras oraba.

Una niña de Busiris en Tripoli padecía de una enfermedad terrible y repugnante: una supuración de ojos, nariz y oídos se transformaba en gusanos cuando caía al suelo. Además su cuerpo estaba paralizado y sus ojos eran defectuosos. Sus padres supieron de Antonio por algunos monjes que iban a verlo, y teniendo fe en el Señor que sano a la mujer que padecía hemorragia (
Mt 9,20), les pidieron que pudieran ir con su hija. Ellos consintieron. Los padres y la niña quedaron al pie de la montana con Pafnucio, el confesor y monje. Los demás subieron, y cuando se disponían a hablarle de la niña, el se les adelanto y les dijo todo sobre el sufrimiento de la niña y de cómo había hecho el viaje con ellos. Entonces cuando le preguntaron si esa gente podía subir, no se los permitió y sino que dijo: "Vayan y, si no ha muerto, la encontrar n sana. No es ciertamente mérito mío que ella haya querido venir donde un infeliz como yo; no, en verdad; su curación es obra del Salvador que muestra su misericordia en todo lugar a los que lo invocan. En este caso el Señor ha escuchado su oración, y su amor por los hombres me ha revelado que curar la enfermedad de la niña donde ella esta." En todo caso el milagro se realizo: cuando bajaron, encontraron a los padres felices y a la niña en perfecta salud.

Sucedió que cuando los hermanos estaban en viaje hacia él, se les acabo el agua durante el viaje; uno murió y el otro estaba a punto de morir. Ya no tenía fuerzas para andar, sino que yacía en el suelo esperando también la muerte. Antonio, sentado en la montana, llamo a dos monjes que estaban casualmente sentados allí, y los apremio a apresurarse: "Tomen un jarro de agua y corran abajo por el camino a Egipto; venían dos, uno acaba de morir y el otro también morir a menos que ustedes se apuren. Recién me fue revelado esto en la oración." Los monjes fueron y hallaron a uno muerto y lo enterraron. Al otro lo hicieron revivir con agua y lo llevaron hasta el anciano. La distancia era de un día de viaje. Ahora si alguien pregunta porque no hablo antes de que muriera el otro, su pregunta es injustificada. El decreto de muerte no paso por Antonio sino por Dios, que la determino para uno, mientras que revelaba la condición del otro. En cuanto a Antonio, lo único admirable es que, mientras estaba en la montana con su corazón tranquilo, el Señor les mostro cosas remotas.

En otra ocasión en que estaba sentado en la montana y mirando hacia arriba, vio en el aire a alguien llevado hacia lo alto entre gran regocijo entre otros que le salían al encuentro. Admirándose de tan gran multitud y pensando que felices eran, oro para saber qué era eso. De repente una voz se dirigió a él diciéndole que era el alma de un monje Ammón de Nitria, que vivió la vida ascética hasta edad avanzada. Ahora bien, la distancia entre Nitria a la montana donde estaba Antonio, era de trece días de viaje. Los que estaban con Antonio, viendo al anciano tan extasiado, le preguntaron qué significaba y el les conto que Ammón acababa de morir.

Este era bien conocido, pues venia ahí a menudo y muchos milagros fueron logrados por su intermedio. El que sigue es un ejemplo: "Una vez tenía que atravesar el rio Licus en la estación de las crecidas; le pidió a Teodoro que se le adelantara para que no se vieran desnudos uno a otro mientras cruzaban el rio a nado. Entonces cuando Teodoro se fue, el se sentía todavía avergonzado por tener que verse desnudo él mismo. Mientras estaba así desconcertado y reflexionando, fue de repente transportado a la otra orilla. Teodoro, también un hombre piadoso, salió del agua, y al ver al otro lado al que había llegado antes que él y sin haberse mojado se aferro a sus pies, insistiendo que no lo iba a soltar hasta que se lo dijera. Notando la determinación de Teodoro, especialmente, después de lo que le dijo, él insistió a su vez para que no se lo dijera a nadie hasta su muerte, y así le revelo que fue llevado y depositado en la orilla, que no había caminado sobre el agua, ya que solo esto es posible al Señor y a quienes El se lo permite, como lo hizo en el caso del apóstol Pedro (Mt 14,29). Teodoro relato esto después de la muerte de Ammón.


Los monjes a los que Antonio les hablo sobre la muerte de Ammón, se anotaron el día, y cuando, un mes después, los hermanos volvieron desde Nitria, preguntaron y supieron que Ammón se había dormido en el mismo día y hora en que Antonio vio su alma llevada hacia lo alto. Y tanto ellos como los otros quedaron asombrados ante la pureza del alma de Antonio, que podía saber de inmediato lo que había pasado trece días antes y que era capaz de ver el alma llevada hacia lo alto.

En otra ocasión, el conde Arquelao lo encontró en la montana Exterior y le pidió solamente que rezara por Policracia, la admirable virgen de Laodicea, portadora de Cristo. Sufría mucho del estomago y del costado a causa de su excesiva austeridad, y su cuerpo estaba reducido a gran debilidad. Antonio oro y el conde anoto el día en que hizo oración. Cuando volvió a Laodicea, encontró sana a la virgen. Preguntando cuando se vio libre de su debilidad, saco el papel donde había anotado la hora de la oración. Cuando le contestaron, inmediatamente mostro su anotación en el papel, y todos se asombraron al reconocer que el Señor la había sanado de su dolencia en el mismo momento en que Antonio estaba orando e invocando la bondad del Salvador en su ayuda.

En cuanto a sus visitantes, con frecuencia predecía su venida, días y a veces un mes antes, indicando la razón de su visita. Algunos venían solo a verlo, otros a causa de sus enfermedades, y otros, atormentados por los demonios. Y nadie consideraba el viaje demasiado molesto o que fuera tiempo perdido; cada uno volvía sintiendo que había recibido ayuda. Aunque Antonio tenía estos poderes de palabra y visión, sin embargo suplicaba que nadie lo admirara por esta razón, sino más bien admirara al Señor, porque El nos escucha a nosotros, que solo somos hombres, a fin de conocerlo lo mejor que podamos.

En otra ocasión había bajado de nuevo para visitar las celdas exteriores. Cuando fue invitado a subir a un barco y orar con los monjes, solo él percibió un olor horrible y sumamente penetrante. La tribulación dijo que había pescado y alimento salado a bordo y que el olor venia de eso, pero él insistió que el olor era diferente. Mientras estaba hablando, un joven que tenía un demonio y había subido a bordo poco antes como polizón, de repente soltó un chillido. Reprendido en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, el demonio se fue y el hombre volvió a la normalidad; todos entonces se dieron cuenta de que el hedor venia del demonio.

Otra vez un hombre de rango fue donde él, poseído de un demonio. En este caso el demonio era tan terrible que el poseso no estaba consciente de que iba hacia Antonio. Incluso llegaba a devorar sus propios excrementos. El hombre que lo llevo donde Antonio le rogo que orara por él. Sintiendo compasión por el joven, Antonio oró y pasó con él toda la noche. Hacia el amanecer el joven de repente se lanzo sobre Antonio y le dio un empujón. Sus compañeros se enojaron ante eso, pero Antonio dijo: "No se enojen con el joven, porque no es él el responsable sino el demonio que está en él. Al ser increpado y mandado irse a lugares desiertos, se volvió furioso e hizo esto. Den gracias al Señor, porque el atacarme de este modo es una señal de la partida del demonio." Y en cuanto Antonio dijo esto, el joven volvió a la normalidad. Vuelto en si se dio cuenta donde estaba, abrazo al anciano y dio gracias a Dios.

Son numerosas las historias, por lo demás todas concordes, que los monjes han trasmitido sobre muchas otras cosas semejantes que él obro. Y ellas, sin embargo, no parecen tan maravillosas como otras aun más maravillosas. Una vez, por ejemplo, a la hora nona, cuando se puso de pie para orar antes de comer, se sintió transportado en Espíritu y, extraño es decirlo, se vio a sí mismo y se hallara fuera de sí mismo y como si otros seres lo llevaran en los aires. Entonces vio también otros seres terribles y abominables en el aire, que le impedían el paso. Como sus guías ofrecieron resistencia, los otros preguntaron con qué pretexto quería evadir su responsabilidad ante ellos. Y cuando comenzaron ellos mismos a tomarles cuentas desde su nacimiento, intervinieron los guías de Antonio: "Todo lo que date desde su nacimiento, el Señor lo borro; pueden pedirle cuentas desde cuando comenzó a ser monje y se consagro a Dios. Entonces comenzaron a presentar acusaciones falsas y como no pudieron probarlas, tuvieron que dejarle libre el paso. Inmediatamente se vio así mismo acercándose -a lo menos, así le pareció - y juntándose consigo mismo, y así volvió Antonio a la realidad.

Entonces, olvidándose de comer, paso todo el resto del día y toda la noche suspirando y orando. Estaba asombrado de ver contra cuantos enemigos debemos luchar y qué trabajos tiene uno para poder abrirse paso por los aires. Recordó que esto es lo que dice el apóstol: "De acuerdo al príncipe de las potencias del aire" (Ep 2,2). Ahí está precisamente el poder del enemigo, que pelea y trata de detener a los que intentan pasar. Por eso el mismo apóstol da también su especial advertencia: "Tomen la armadura de Dios que los haga capases de resistir en el día malo" (Ep 6,13), y "no teniendo nada malo que decir de nosotros el enemigo, pueda ser dejado en vergüenza" (Tt 2,8). Y los que hemos aprendido esto, recordemos lo que el mismo apóstol dice: "No sé si fue llevado con cuerpo o sin él, Dios lo sabe" (2Co 2,12). Pero Pablo fue llevado al tercer cielo y escucho "palabras inefables" (2Co 12,2-4), y volvió, mientras que Antonio se vio a sí mismo entrando en los aires y luchando hasta que quedo libre.

En otra ocasión tuvo este favor de Dios. Cuando solo en la montana y reflexionando, no podía encontrar alguna solución, la Providencia se la revelaba en respuesta a su oración; el santo varón era, con palabras de la Escritura, "Ensenado por Dios" (Is 54,13 Jn 6,45 1Jn 4,9). Así favorecido, tuvo una vez una discusión con unos visitantes sobre la vida del alma y qué lugar tendría después de la vida. A la noche siguiente le llego un llamado desde lo alto: "¡Antonio, sal fuera y mira!" El salió, pues distinguía los llamados que debía escuchar, y mirando hacia lo alto vio una enorme figura, espantosa y repugnante, de pie, que alcanzaba las nubes, y además vio ciertos seres que subían como con alas. La primera figura extendía sus manos, y algunos de los seres eran detenidos por ella, mientras otros volaban sobre ella y, habiéndola sobrepasado, seguían ascendiendo sin mayor molestia. Contra ella el monstruo hacia rechinar sus dientes, pero se alegraba por los otros que habían caído. En ese momento una voz se dirigió a Antonio: "¡Comprende la visión!" (Da 9,23). Se abrió su entendimiento (Lc 24,45) y se dio cuenta que ese era el paso de las almas y de que el monstruo que allí estaba era el enemigo, en envidioso de los creyentes. Sujetaba a los que le correspondían y no los dejaba pasar, pero a los que no había podido dominar, tenía que dejarlo pasar fuera de su alcance.


Habiéndolo visto esto y tomándolo como advertencia, lucho aun más para adelantar cada día lo que le esperaba.

No tenía ninguna inclinación a hablar a cerca de estas cosas a la gente. Pero cuando había pasado largo tiempo en oración y estado absorto en toda esa maravilla, y sus compañeros insistían y lo importunaban para que hablara, estaba forzado a hacerlo. Como padre no podía guardar un secreto ante sus hijos. Sentía que su propia conciencia era limpia y que contarles esto Podría servirles de ayuda. Conocerían el buen fruto de la vida ascética, y que a menudo las visiones son concedidas como compensación por las privaciones.

DEVOCIÓN A LA IGLESIA

69 Era paciente por disposición y humilde de corazón. Siendo hombre de tanta fama, mostraba, sin embargo, el más profundo respeto a los ministros de la Iglesia, y exigía que a todo clérigo se le diera más honor que a él. No se avergonzaba de inclinar su cabeza ante obispos y sacerdotes. Incluso si algún di cono llegaba donde él a pedirle ayuda, conversaba con él lo que fuera provechoso, pero cuando llegaba la oración le pedía que presidiera, no teniendo vergüenza de aprender. De hecho, a menudo planteo cuestiones inquiriendo los puntos de vista de sus compañeros, y si sacaba provecho de lo que el otro decía, se lo agradecía.

Su rostro tenía un encanto grande e indescriptible. Y el Salvador le había dado este don por añadidura: si se hallaba presente en una reunión de monjes y alguno a quien no conocía deseaba verlo, ese tal en cuanto llegaba pasaba por alto a los demás, como atraído por sus ojos. No era ni su estatura ni su figura las que lo hacían destacar sobre los demás, sino su carácter sosegado y la pureza de su alma. Ella era imperturbable y así su apariencia externa era tranquila. El gozo de su alma se transparentaba en la alegría de su rostro, y por la forma de expresión de su cuerpo se sabía y se conocía la estabilidad de su alma, como lo dice la Escritura: "Un corazón contento alegra el rostro, uno triste deprime el Espíritu" (
Pr 15,13). También Jacob observo que Laban estaba tramando algo contra él y dijo a sus mujeres: "Veo que el padre de ustedes no me mira con buenos ojos" (Gn 31,5). También Samuel reconoció a David porque tenía los ojos que irradiaban alegría y dientes blancos como la leche (1S 16,12 Gn 49,12). Así también era reconocido Antonio: nunca estaba agitado, pues su alma estaba en paz, nunca estaba triste, porque había alegría en su alma.

En asuntos de fe, su devoción era sumamente admirable. Por ejemplo, nunca tuvo nada que hacer con los cismáticos melecianos, sabedor desde el comienzo de su maldad y apostasía. Tampoco tuvo ningún trato amistoso con los maniqueos ni con otros herejes, a excepción únicamente de las amonestaciones que les hacía para que volvieran a la verdadera fe. Pensaba y ensenaba que amistad y asociación con ellos perjudicaban y arruinaban su alma. También detestaba la herejía de los arrianos, y exhortaba a todos a no acercárseles ni a compartir su perversa creencia. Una vez, cuando uno de esos impíos arrianos llegaron donde él, los interrogo detalladamente; y al darse cuenta de su impía fe, los echo de la montana, diciendo que sus palabras era peores que veneno de serpientes.

Cuando en una ocasión los arrianos esparcieron la mentira de que compartía sus mismas opiniones, demostró que estaba enojado e irritado contra ellos. Respondiendo al llamado de los obispos y de todos los hermanos, bajo de la montana y entrando en Alejandría denuncio a los arrianos. Decía que su herejía era la peor de todas y precursora del anticristo. Ensenaba al pueblo que el Hijo de Dios no es una creatura ni vino al ser "de la no existencia," sino que "El es la eterna Palabra y Sabiduría de la substancia del Padre. Por eso es impío decir: 'hubo un tiempo en que no existía', pues la Palabra fue siempre coexistente con el Padre. Por eso, no se metan para nada con estos arrianos sumamente impíos; simplemente, 'no hay comunidad entre luz y tinieblas' (2Co 6,14). Ustedes deben recordar que son cristianos temerosos de Dios, pero ellos, al decir que el Hijo y la Palabra de Dios Padre es una creatura, no se diferencian de los paganos 'que adoran la creatura en lugar del Dios creador' (Rm 1,25). Estén seguros de que toda la creación está irritada contra ellos, porque cuentan entre las cosas creadas al Creador y Señor de todo, por quien todas las cosas fueron creadas" (Col 1,16).

Todo el pueblo se alegraba al escuchar a semejante hombre anatemizar la herejía que luchaba contra Cristo. Toda la ciudad corría para ver a Antonio. También los paganos e incluso los mal llamados sacerdotes, iban a la Iglesia diciéndose: "Vamos a ver al varón de Dios," pues así lo llamaban todos. Además, también allí el Señor obro por su intermedio expulsiones de demonios y curaciones de enfermedades mentales. Muchos paganos querían tocar al anciano, confiando en que serian auxiliados, y en verdad hubo tantas conversiones en eso pocos días como no se las había visto en todo un año. Algunos pensaron que la multitud lo molestaba y por eso trataron de alejar a todos de él, pero él, sin incomodarse, dijo: "Toda esta gente no es más numerosa que los demonios contra los que tenemos que luchar en la montana."

Cuando se iba y lo estábamos despidiendo, al llegar a la puerta una mujer detrás de nosotros le gritaba: "¡Espera varón de Dios mi hija está siendo atormentada terriblemente por un demonio! ¡Espera, por favor, o me voy a morir corriendo!" El anciano la escucho, le rogamos que se detuviera y el accedió con gusto. Cuando la mujer se acerco, su hija era arrojada al suelo. Antonio oro, e invoco sobre ella el nombre de Cristo; la muchacha se levanto sana y el Espíritu impuro la dejo. La madre alabo a Dios y todos dieron gracias. y él también contento partió a la Montana, a su propio hogar.

Dando tal razón de sí mismo y contestando así a los que lo buscaban, volvió a la Montana Interior. Continuo observando sus antiguas practicas ascéticas, y a menudo, cuando estaba sentado o caminando con visitantes, se quedaba mudo, como está escrito en el libro de Daniel (Da 4,16). Después de un tiempo, retomaba lo que había estado diciendo a los hermanos que estaban con él, y los presentes se daban cuenta de que había tenido una visión. Pues a menudo cuando estaba en la montana veía cosas que sucedían en Egipto, como se las confeso al obispo Serapión, cuando este se encontraba en la Montana Interior y vio a Antonio en trance de visión.

En una ocasión, por ejemplo, mientras estaba sentado trabajando, tomo la apariencia de alguien que está en éxtasis, y se lamentaba continuamente por lo que veía. Después de algún tiempo volvió en sí, lamentándose y temblando, y se puso a orar postrado, quedando largo tiempo en esa posición. Y cuando se incorporo, el anciano estaba llorando. Entonces los que estaban con él se agitaron y alarmaron muchísimo, y le preguntaron qué pasaba; lo urgieron por tanto tiempo que lo obligaron a hablar. Suspirando profundamente, dijo: "Oh, hijos míos, sería mejor morir antes de que sucedieran estas cosas de la visión." Cuando ellos le hicieron más preguntas, dijo entre lágrimas: "La ira de Dios está a punto de golpear a la Iglesia, y ella está a punto de ser entregada a hombres que son como bestias insensibles. Pues vi la mesa de la casa del Señor y había mulas en torno rodeándolas por todas partes y dando coces con sus cascos a todo lo que había dentro, tal como el coceo de una mañana briosa que galopaba desenfrenada. Ustedes oyeron como me lamentaba; es que escuché una voz que decía: "Mi altar será profanado."

Así hablo el anciano. Y dos años después llego el asalto de los arrianos y el saqueo de las Iglesias, cuando se apoderaron a la fuerza de los vasos y los hicieron llevar por los paganos; cuando también forzaron a los paganos de sus tiendas para ir a sus reuniones y en su presencia hicieron lo que se les antojo sobre la sagrada mesa. Entonces todos nos dimos cuenta de que el coceo de mulas predicho por Antonio era lo que los arrianos están haciendo como bestias brutas.

Cuando tuvo esta visión, consoló a sus compañeros: "No se descorazonen, hijos míos, aunque el Señor ha estado enojado, nos restablecer después. Y la Iglesia se recobrar rápidamente la belleza que le es propia y resplandecer con su esplendor acostumbrado. Verán a los perseguidos restablecidos y a la irreligión retirándose de nuevo a sus propias guaridas, y a la verdadera fe afirmándose en todas partes con completa libertad. Pero tengan cuidado de no dejarse manchar con los arrianos. Toda su enseñanza no es de los Apóstoles sino de los demonios y de su padre, el diablo. Es estéril e irracional, y le falta inteligencia, tal como les falta el entendimiento a las mulas.


San Atanasio ES 65