San Atanasio ES 69


LA VERDADERA SABIDURÍA


Antonio tenía un grado muy alto de sabiduría práctica. Lo admirable era que, aunque no tuvo educación formal, poseía ingenio y comprensión despiertos. Un ejemplo: Una vez llegaron donde él dos filósofos griegos, pensando que podían divertirse con Antonio. Cuando él, que por ese entonces vivía en la Montana Exterior, catalogo a los hombres por su apariencia, salió donde ellos y les dijo por medio de un intérprete: "¿Por qué filósofos, se dieron tanta molestia en venir donde un hombre loco? Cuando ellos le contestaron que no era loco sino muy sabio, él les dijo: "Si ustedes vinieron donde un loco, su molestia no tiene sentido; pero si piensan que soy sabio, entonces háganse lo que yo soy, porque hay que imitar lo bueno. En verdad, si yo hubiera ido donde ustedes, los habría imitado; a la inversa, ahora que ustedes vinieron donde mi, conviértanse en lo que soy: yo soy cristiano." Ellos se fueron, admirados de él, vieron que los demonios temían a Antonio.

También otros de la misma clase fueron a su encuentro en la Montana Exterior y pensaron que podían burlarse de él porque no tenía educación. Antonio les dijo: "Bien, que dicen ustedes: ¿qué es primero, el sentido o la letra? ¿Y cuál es el origen de cuál?: ¿El sentido de la letra o la letra del sentido? Cuando ellos expresaron que el sentido es primero y origen de la letra, Antonio dijo: "Por eso quien tiene una mente sana no necesita las letras. Esto asombro a ellos y a los circunstantes. Se fueron admirados de ver tal sabiduría en un hombre iletrado. Porque no tenía las maneras groseras de quien ha vivido y envejecido en la montana, sino que era un hombre de gracia y cortesía. Su hablar estaba sosegado con la sabiduría divina (Col 4,6), de modo que nadie le tenía mala voluntad, sino que todos se alegraban de haber ido en su busca.

Y por cierto, después de éstos vinieron otros todavía. Eran de aquellos que de entre los paganos tienen reputación de sabios. Le pidieron que planteara una controversia sobre nuestra fe en Cristo. Cuando trataban de argüir con sofismas a partir de la predicación de la divina Cruz con el fin de burlarse, Antonio guardo silencio por un momento y, compadeciéndose primero de su ignorancia, dijo luego a través de un intérprete que hacia una excelente traducción de sus palabras: "Qué es mejor: ¿confesar la Cruz o atribuir adulterio o pederastias a sus mal llamados dioses? Pues mantener lo que mantenemos es signo de Espíritu viril y denota desprecio de la muerte, mientras que lo que ustedes pretenden habla solo de sus pasiones desenfrenadas. Otra vez, qué es mejor: ¿decir que la Palabra de Dios inmutable quedo la misma al tomar el cuerpo humano para la salvación y bien de la humanidad, de modo que al compartir el nacimiento humano pudo hacer a los hombres participes de la naturaleza divina y Espiritual (2P 1,4), o colocar lo divino en un mismo nivel que los seres insensibles y adorar por eso a bestias y reptiles e imágenes de hombres? Precisamente eso son los objetos adorados por sus hombres sabios. ¿Con qué derecho vienen a rebajarnos porque afirmamos que Cristo pereció como hombre, siendo que ustedes hacen provenir el alma del cielo, diciendo que se extravió y cayó desde la bóveda del cielo al cuerpo? ¡Y ojal que fuera solo el cuerpo humano, y que no se cambiara o migrara en el de bestia y serpientes! Nuestra fe declara que Cristo vino para la salvación de las almas, pero ustedes erróneamente teorizan acerca de un alma increada. Creemos en el poder de la Providencia y en su amor por los hombres y que esa venida por tanto no era imposible para Dios; pero ustedes llamando al alma imagen de la Inteligencia, le impulsan caídas y fabrican mitos sobre su posibilidad de cambios. Como consecuencia, hacen a la inteligencia misma mutable a causa del alma. Porque en cuanto era imagen debe ser aquello a cuya imagen es. Pero si ustedes piensan semejantes cosas acerca de la Inteligencia, recuerden que blasfeman del Padre de la Inteligencia.

"Y referente a la Cruz, qué dicen ustedes que es mejor: ¿soportar la cruz, cuando hombres malvados echan mano de la traición, y no vacilar ante la muerte de ninguna manera o forma, o fabricar fabulas sobre las andananzas de Isis u Osiris, las conspiraciones de Tifón, la expulsión de Cronos, con sus hijos devorados y parricidios? Si, ¡aquí tenemos su sabiduría!

¿Y por qué mientras se ríen de la Cruz, no se maravillan de la Resurrección? Porque los mismos que nos trasmitieron un suceso, escribieron también sobre el otro. ¿O por qué mientras se acuerdan de la Cruz, no tiene nada que decir sobre los muertos devueltos a la vida, los ciegos que recuperaron la vista, los paralíticos que fueron sanados y los leprosos que fueron limpiados, el caminar sobre el mar, y los demás signos y milagros que muestran a Cristo no como hombre sino como Dios? En todo caso me parece que ustedes se engañan a sí mismos y que no tienen ninguna familiaridad real con nuestras Escrituras. Pero léanlas y vean que cuanto Cristo hizo prueba que era Dios que habitaba con nosotros para la salvación de los hombres.

Pero háblennos también ustedes sobre sus propias enseñanzas. Aunque ¿que pueden decir de las cosas insensibles sino insensateces y barbaridades? Pero si, como oigo, quieren decir que entre ustedes tales cosas se hablan en sentido figurado, y así convierten el rapto de Coré en alegoría de la tierra; la cojera de Hefestos, del sol; a Hera, del aire; a Apolo, del sol; a Artemisa, de la luna; y a Poseidón, del mar: aun así no adoran ustedes a Dios mismo, sino que sirven a la creatura en lugar del Dios que creo todo. Pues si ustedes han compuesto tales historias porque la creación es hermosa, no debían haber ido más allá de admirarla, y no hacer dioses de las creaturas para no dar a las cosas hechas el honor del Hacedor. En ese caso, ya seria tiempo que dieran el honor al debido arquitecto, a la casa construida por él, o el honor debido al general, a los soldados. Ahora, ¿qué tienen que decir a todo esto? Así sabremos si la Cruz tiene algo que sirva para burlase de ella."

Ellos estaban desconcertados y le daban vueltas al asunto de una y otra forma. Antonio sonrió y dijo, de nuevo a través de un intérprete: "Solo con ver las cosas ya se tiene la prueba de todo lo que he dicho. Pero dado que ustedes, por supuesto, confían absolutamente en las demostraciones, y es éste un arte en que ustedes son maestros, y ya que nos exigen no adorar a Dios sin argumentos demostrativos, díganme esto primero. ¿Cómo se origina el conocimiento preciso de las cosas, en especial el conociendo de Dios? ¿Es por una demostración verbal o por un acto de fe? Y qué viene primero: ¿el acto de fe o la demostración verbal?" Cuando replicaron que el acto de fe precede y que esto constituye un conocimiento exacto, Antonio, dijo: "¡Bien respondido! La fe surge de la disposición del alma, mientras la dialéctica vine de la habilidad de los que la idean. De acuerdo a esto, los que poseen una fe activa no necesitan argumentos de palabras, y probablemente los encuentran incluso superfluos. Pues lo que aprendemos por la fe, tratan ustedes de construirlo con argumentaciones, y a menudo ni siquiera pueden expresar lo que nosotros percibimos. La conclusión es que una fe activa es mejor y más fuerte que sus argumentos sofistas.

"Los cristianos, por eso, poseemos el misterio, no basándonos en la razón de la sabiduría griega (1Co 1,17), sino fundado en el poder de una fe que Dios nos ha garantido por medio de Jesucristo. Por lo que hace a la verdad de la explicación dada, noten como nosotros, iletrados, creemos en Dios, reconociendo su Providencia a partir de sus obras. Y en cuanto a que nuestra fe es algo efectivo, noten que nos apoyamos en nuestra fe en Cristo, mientras que ustedes lo hacen basados en disputas o palabras sofisticas; sus ídolos fantasmas están pasando de moda, pero nuestra fe se difunde en todas partes. Ustedes con todos sus silogismos y sofisma no convierten a nadie del cristianismo al paganismo, pero nosotros, enseñando la fe en Cristo, estamos despojando a sus dioses del miedo que inspiraban, de modo que todos reconocen a Cristo como Dios e Hijo de Dios. Ustedes en toda su elegante retórica, no impiden la enseñanza de Cristo, pero nosotros, con solo mencionar el nombre de Cristo crucificado, expulsamos a los demonios que ustedes veneran como dioses. Donde aparece el signo de la Cruz, allí la magia y la hechicería son impotentes y sin efecto.

"En verdad, dígannos, ¿dónde quedaron sus oráculos? ¿Donde los encantamientos de los egipcios? ¿Donde sus ilusiones y fantasmas de los magos? ¿Cuándo terminaron estas cosas y perdieron su significado? ¿No fue acaso cuando llego la Cruz de Cristo? Por eso, ¿es ella la que merece desprecio y no más bien lo que ella ha echado abajo, demostrando su impotencia? También es notable el hecho de que la religión de ustedes jamás fue perseguida; al contrario en todas partes goza de honor entre los hombres. Pero los seguidores de Cristo son perseguidos, y sin embargo es nuestra causa la que florece y prevalece, no la suya. Su religión, con toda la tranquilidad y protección que goza, está muriéndose, mientras la fe y enseñanza de Cristo, despreciadas por ustedes a menudo perseguidas por los gobernantes, han llenado el mundo. ¿En qué tiempo resplandeció tan brillantemente el conocimiento de Dios? ¿O en qué tiempo aparecieron la continencia y la virtud de la virginidad? ¿O cuando fue despreciada la muerte como cuando llego la Cruz de Cristo? Y nadie duda de esto al ver a los mártires que desprecian la muerte por causa de Cristo, o al ver a las vírgenes de la Iglesia que por causa de Cristo guardan sus cuerpos puros y sin mancilla.

"Estas pruebas bastan para demostrar que la fe en Cristo es la única religión verdadera. Pero aquí están ustedes, los que buscan conclusiones basadas en el razonamiento, ustedes que no tienen fe. Nosotros no buscamos pruebas, tal como dice nuestro maestro, con palabras persuasivas de sabiduría humana (1Co 2,4), sino que persuadimos a los hombres por la fe, fe que precede tangiblemente todo razonamiento basado en argumentos. Vean, aquí hay algunos que son atormentados por los demonios." Estos eran gente que habían venido a verlo y que sufrían a causa de los demonios; haciéndolos adelantarse, dijo: "O bien, sánenlos con sus silogismos, o cualquier magia que deseen, invocando a sus ídolos; o bien, si no pueden, dejen de luchar contra nosotros y vean el poder de la Cruz de Cristo." Después de decir esto, invoco a Cristo e hizo sobre los enfermos la señal de la Cruz, repitiendo la acción por segunda y tercera vez. De inmediato las personas se levantaron completamente sanas, vueltas a su mente y dando gracias al Señor. Los mal llamados filósofos estaban asombrados y realmente atónitos por la sagacidad del hombre y por el milagro realizado. Pero Antonio les dijo: " ¿Por qué se maravillan de esto? No somos nosotros sino Cristo quien hace esto a través de los que creen en El. Crean ustedes también y verán que no es palabrería la que tenemos, sino fe que por la caridad obrada por Cristo (Ga 5,6); si ustedes también hacen suyo esto, no necesitaran ya andar buscando argumentos de la razón, sino que hallaran que la fe en Cristo es suficiente." Así hablo Antonio. Cuando partieron, lo admiraron, lo abrazaron y reconocieron que los había ayudado.

MEDICO DE ALMAS


Tal es la historia de Antonio. No deberíamos ser escépticos porque sea a través de un hombre que han sucedido estos grandes milagros. Pues es la promesa del Salvador: "Si tienen fe aunque sea como un grano de mostaza, le dirán a ese monte: ¡Muévete de aquí!, y se mover; nada les ser imposible" (Mt 17,20). Y también: "En verdad, les digo: Todo lo que le pidan al Padre en mi nombre, El se los dar... Pidan y recibirán" (Jn 16,23ss.). Él es quien dice a sus discípulos y a todos los que creen en Él: "Sanen a los enfermos..., echen fuera a los demonios; gratis lo recibieron, gratis tienen que darlo" (Mt 8,10).

Antonio, pues, sanaba no dando órdenes sino orando e invocando el nombre de Cristo, de modo de que para todo era claro que no era él quien actuaba sino el Señor quien mostraba su amor por los hombres sanando a los que sufrían, por intermedio de Antonio. Antonio se ocupaba solo de la oración y de la práctica de la ascesis, por esta razón llevaba su vida montañesa, feliz en la contemplación de las cosas divinas, y apenado de que tantos lo perturbaban y lo forzaban a salir a la Montana Exterior.

Los jueces, por ejemplo, le rogaban que bajara de la montana, ya que para ellos era imposible ir para allá a causa del séquito de gente envueltas en pleito. Le pidieron que fuera a ellos para que pudieran verlo. El trato de librarse del viaje y les rogo que lo excusaran de hacerlo. Ellos insistieron, sin embargo, incluso le mandaron procesados con escoltas de soldados, para que en consideración a ellos se decidiera a bajar. Bajo tal presión, y viéndolos lamentarse, fue a la Montana Exterior. De nuevo la molestia que se tomo no fue en vano, pues ayudo a muchos y su llegada fue verdadero beneficio. Ayudo a los jueces aconsejándoles que dieran a la justicia precedencia a todo lo demás, que temieran a Dios y que recordarán que "serian juzgados con la medida con que juzgaran" (Mt 7,12). Pero amaba su vida montañesa por encima de todo.

Una vez importunado por personas que necesitaban su ayuda y solicitado por el comandante militar que envió mensajeros a pedirle que bajara, fue y hablo algunas palabras acerca de la salvación y a favor de los que lo necesitaban, y luego se dio prisa para irse. Cuando el duque, como lo llaman, le rogo que se quedará, le contesto que no podía pasar más tiempo con ellos, y los satisfizo con esta hermosa comparación: "Tal como un pez muere cuando está un tiempo en tierra seca, así también los monjes se pierden cuando holgazanean y pasan mucho tiempo entre ustedes. Por eso tenemos que volver a la montana, como el pez al agua. De otro modo, si nos entretenemos podemos perder de vista la vida interior. El comandante al escucharle esto y muchas otras cosas más, dijo admirado que era verdaderamente siervo de Dios, pues, ¿de dónde podía un hombre ordinario tener una inteligencia tan extraordinaria si no fuera amado por Dios?

Había una vez un comandante -Balacio era su nombre-, que era como los partidario de los execrables arrianos perseguía duramente a los cristianos. En su barbarie llegaba a azotar a las vírgenes y desnudar y azotar a los monjes. Entonces Antonio le envió una carta diciéndole lo siguiente: "Veo que el juicio de Dios se te acerca; deja, pues, de perseguir a los cristianos para que no te sorprenda el juicio; ahora está a punto de caer sobre ti." Pero Balacio se echo a reír, tiro la carta al suelo y la escupió, maltrato a los mensajeros y les ordeno que llevaran este mensaje a Antonio: "Veo que estas muy preocupados por los monjes, vendré también por ti." No habían pasado cinco días cuando el juicio de Dios cayó sobre él. Balacio y Nestorio, prefecto de Egipto, habían salido a la primera estación fuera de Alejandría, llamada Chereu; ambos iban a caballo. Los caballos pertenecían a Balacio y eran los más mansos que tenía. No habían llegado todavía al lugar, cuando los caballos, como acostumbraban a hacerlo, comenzaron a retozar uno contra otro, y de repente el más manso de los dos, que cabalgaba Nestorio, mordió a Balacio, lo echo abajo y lo ataco. Le rasgo el muslo tan malamente con sus dientes, que tuvieron que llevarlo de vuelta a la ciudad, donde murió después de tres días. Todos se admiraron de que lo dicho por Antonio se cumpliera tan rápidamente.

Así dio escarmiento a los duros. Pero en cuanto a los demás que acudían a él, sus intimas y cordiales conversaciones con ellos lo hacían olvidar sus litigios y hacían considerar felices a los que abandonaban la vida del mundo. De tal modo luchaba por la causa de los agraviados que se podía pensar qué el mismo y no los otros era la parte agraviada. Además tenía tal don para ayudar a todos, que muchos militares y hombres de gran influjo abandonaban su vida agravosa y se hacían monjes. Era como si Dios hubiera dado un médico a Egipto. ¿Quién acudió a él con dolor sin volver con alegría? ¿Quién llego llorando por sus muertos y no echo fuera inmediatamente su duelo? ¿Hubo alguno que llegara con ira y no la transformara en amistad? ¿Qué pobre o arruinado fue donde él, y al verlo y oírlo no desprecio la riqueza y se sintió consolado en su pobreza? ¿Qué monje negligente no gano nuevo fervor al visitarlo? ¿Qué joven, llegando a la montana y viendo a Antonio, no renuncio tempranamente al placer y comenzó a amar la castidad? ¿Quién se le acerco atormentado por un demonio y no fue librado? ¿Quién llego con un alma torturada y no encontró la paz del corazón?

Era algo único en la práctica ascética de Antonio que tuviera, como establecí antes, el don de discernimientos de Espíritus. Reconocía sus movimientos y sabía muy bien en qué dirección llevaba cada uno de ellos su esfuerzo y ataque. No solo que él mismo fue no fue engañado por ellos, sino que, alentando a otros que eran hostigados en sus pensamientos, les enseno como resguardarse de sus designios, describiendo la debilidad y ardides de Espíritus que practicaban la posesión. Así cada uno se marchaba como ungido por él y lleno de confianza para la lucha contra los designios del diablo y sus demonios.

¡Y cuantas jóvenes que tenían pretendientes pero vieron a Antonio solo de lejos, quedaron vírgenes por Cristo! La gente llegaba donde él también de tierras extrañas, y también ellos recibían ayuda como los demás, retornando como enviados en un camino por un padre. Y en verdad, y ahora que ya partió, todos, como huérfanos que han perdido a su padre, se consuelan y conforman solo con su recuerdo, guardando al mismo tiempo con cariño sus palabras de admonición y consejo.

MUERTE DE ANTONIO


Este es el lugar para que les cuente y ustedes oigan, ya que están deseosos de ello, como fue el fin de su vida, pues en esto fue modelo digno de imitar.

Según su costumbre, visitaba a los monjes en la Montana Exterior. Recibiendo una premonición de su muerte de parte de la Providencia, hablo a los hermanos: "Esta es la última visita que les hago y me admiraría si nos volvemos a ver en esta vida. Ya es tiempo de que muera, pues tengo casi ciento cinco años." Al oír esto, se pusieron a llorar, abrasando y besando al anciano. Pero él, como si estuviera por partir de una ciudad extranjera a la suya propia, charlaba gozosamente. Los exhortaba a "no relajarse en sus esfuerzos ni a desalentarse en las practica de la vida ascética, sino a vivir, como si tuvieran que morir cada día, y, como dije antes, a trabajar duro para guardar el alma limpia de pensamientos impuros, y a imitar a los pensamientos santos. No se acerquen a los cismáticos melecianos, pues ya conocen su enseñanza perversa e impía. No se metan para nada con los arrianos, pues su irreligión es clara para todos. Y si ven que los jueces los apoyan, no se dejen confundir: esto se acabar, es un fenómeno que es mortal y destinado a su fin en corto tiempo. Por eso, manténganse limpios de todo esto y observen la tradición de los Padres, y sobre todo, la fe ortodoxa en nuestro Señor Jesucristo, como lo aprendieron de las Escrituras y yo tan a menudo se los recordé."

Cuando los hermanos lo instaron a quedarse con ellos y morir allí, se rehusó a ello por muchas razones, según dijo, aunque sin indicar ninguna. Pero especialmente era por esto: los egipcios tienen la costumbre de honrar con ritos funerarios y envolver con sudarios de lino los cuerpos de los santos y particularmente el de los santos mártires; pero no los entierran sino que los colocan sobre divanes y los guardan en sus casas, pensando honrar al difunto de esta manera. Antonio a menudo pidió a los obispos que dieran instrucciones al pueblo sobre este asunto. Asimismo avergonzó a los laicos y reprobó a las mujeres, diciendo que "eso no era correcto ni reverente en absoluto. Los cuerpos de los patriarcas y los profetas se guardan en las tumbas hasta estos días; y el cuerpo del Señor fue depositado en una tumba y pusieron una piedra sobre él (Mt 27,60), hasta que resucito al tercer día." Al plantear así las cosas, demostraba que cometía error el que no daba sepultura a los cuerpos de los difuntos, por santos que fueran. Y en verdad, ¿qué hay más grande o más santo que el cuerpo del Señor? Como resultado, muchos que lo escucharon comenzaron desde entonces a sepultar a sus muertos, dieron gracias al Señor por la buena enseñanza recibida.

Sabiendo esto, Antonio tuvo miedo de que pudieran hacer lo mismo con su propio cuerpo. Por eso, despidiéndose de los monjes de la Montana Exterior, se apresuro hacia la Montana Interior, donde acostumbraba a vivir. Después de pocos meses cayó enfermo. Llamo o a los que lo acompañaban -había dos que llevaban la vida ascética desde hacia quince años y se preocupaban de él a causa de su avanzada edad-, y les dijo: "Me voy por el camino de mis padres, como dice la Escritura (1R 2,2 Jos 23,14), pues me veo llamado por el Señor. En cuanto a ustedes estén en guardia y no hagan tabla rasa de la vida ascética que han practicado tanto tiempo. Esfuércense para mantener su entusiasmo como si estuvieran recién comenzando. Ya conocen a los demonios y sus designios, conocen también su furia y también su incapacidad. Así, pues, no los teman; dejen más bien que Cristo sea el aliento de su vida y pongan su confianza en El. Vivan como si cada día tuvieran que morir, poniendo su atención en ustedes mismos y recordando todo lo que me han escuchado. No tengan ninguna comunión con los cismáticos y absolutamente nada con los herejes arrianos. Saben como yo mismo me cuidé de ellos a causa de su pertinaz herejía en contra de Cristo. Muestren ansia de mostrar su lealtad primero al Señor y luego a sus santos, para que después de su muerte los reciban en las moradas eternas (Lc 16,9), como a mis amigos familiares. Grábense este pensamiento, téngalo como propósito. Si ustedes tienen realmente preocupación por mí y me consideran su padre, no permitan que nadie lleve mi cuerpo a Egipto, no sea que me vayan a guardar en sus casas. Esta fue mi razón para venir acá, a la montana. Saben como siempre avergoncé a los que hacen eso y los intimé a dejar tal costumbre. Por eso, háganme ustedes mismos los funerales y sepulten mi cuerpo en tierra, y respeten de tal modo lo que les he dicho, que nadie sino solo ustedes sepa el lugar. En la resurrección de los muertos, el Salvador me lo devolver incorruptible. Distribuyan mi ropa. Al obispo Atanasio denle la túnica y el manto donde yazgo, que él mismo me lo dio pero que se ha gastado en mi poder; al obispo Serapión denle la otra túnica, y ustedes pueden quedarse con la camisa de pelo. Y ahora, hijos míos, Dios los bendiga. Antonio se va, y no esta más con ustedes."

Después de decir esto y de que ellos lo hubieron besado, estiro sus pies; su rostro estaba transfigurado de alegría y sus ojos brillaban de regocijo como si viera a amigos que vinieran a su encuentro, y así falleció y fue a reunirse con sus padres. Ellos entonces, siguiendo las órdenes que les había dado, prepararon y envolvieron el cuerpo y lo enterraron ahí en la tierra. Y hasta el día de hoy, nadie, salvo esos dos, sabe donde está sepultado. En cuanto a los que recibieran las túnicas y el manto usado por el bienaventurado Antonio, cada uno guarda su regalo como un gran tesoro. Mirarlos es ver a Antonio y ponérselos es como revestirse de sus exhortaciones con alegría.

Este fue el fin de la vida de Antonio en el cuerpo, como antes tuvimos el comienzo de la vida ascética. Y aunque este sea un pobre relato comparado con la virtud del hombre, recíbanlo, sin embargo, y reflexionen en que caso de hombre fue Antonio, el varón de Dios. Desde su juventud hasta una edad avanzada conservo una devoción inalterable a la vida ascética. Nunca tomo la ancianidad como excusa para ceder al deseo de la alimentación abundante, ni cambio su forma de vestir por la debilidad de su cuerpo, ni tampoco lavo sus pies con agua. Y, sin embargo, su salud se mantuvo totalmente sin perjuicio. Por ejemplo, incluso sus ojos eran perfectamente normales, de modo que su vista era excelente; no había perdido un solo diente; solo se le habían gastado las encías por la gran edad del anciano. Mantuvo las manos y los pies sanos, y en total aparecía con mejores colores y más fuerte que los que usan una dieta diversificada, baños y variedad de vestidos.

El hecho de que llego a ser famoso en todas partes, de que encontró admiración universal y de que su pérdida fue sentida aun por gente que nunca lo vio, subraya su virtud y el amor que Dios le tenía. Antonio gano renombre no por sus escritos ni por sabiduría de palabras ni por ninguna otra cosa, sino solo por su servicio a Dios.

Y nadie puede negar que esto es don de Dios. ¿Cómo explicar, en efecto, que este hombre, que vivió escondido en la montana, fuera conocido en España y Galia, en Roma y África, sino por Dios, que en todas partes hace conocidos a los suyos, que, más aun, había dicho esto en los comienzos? Pues aunque hagan sus obras en secreto y deseen permanecer en la oscuridad, el Señor los muestra públicamente como lámparas a todo los hombres (Mt 5,16), y así, los que oyen hablar de ellos, pueden darse cuenta de que los mandamientos llevan a la perfección, y entonces cobran valor por la senda que conduce a la virtud.

EPILOGO


Ahora, pues, lean a los demás hermanos, para que también ellos aprendan como debe ser la vida de los monjes, y se convenzan de que nuestro Señor y Salvador Jesucristo glorifica a los que lo glorifican. El no solo conduce al Reino de los Cielos a quienes lo sirven hasta el fin, sino que, aunque se escondan y hagan lo posible por vivir fuera del mundo, hace que en todas partes se lo conozca y se hable de ellos, por su propia santidad y por la ayuda que dan a otros. Si la ocasión se les presenta, léanlo también a los paganos, para que al menos de este modo puedan aprender que nuestro Señor Jesucristo es Dios e Hijo de Dios, y que los cristianos que lo sirven fielmente y mantienen su fe ortodoxa en El, demuestran que los demonios, considerados dioses por los paganos, no son tales, sino que, más aun, los pisotean y ahuyentan por lo que son: engañadores y corruptores de hombres.

Por nuestro Señor Jesucristo, a quien la gloria por los siglos. Amén


San Atanasio ES 69