Agustin - Confesiones 1064

Capítulo XXXVIII (130): Como la virtud tiene también peligro por la vanagloria


1064 En esta misma especie de tentación hay también otro mal, todavía más disimulado y oculto, en que caen aquellos hombres vanos que están muy preciados de sí mismos, aunque sus cosas no agraden, antes bien desagraden a los otros, ni ellos tampoco intentan agradarles.

Pero éstos, Señor, que se agradan a sí mismos, os desagradan mucho a Vos, porque se glorían no solo de las cosas malas como si fueran buenas, sino también de las que son buenas y dones vuestros, como si solo fuesen bienes suyos, o porque de tal manera los reconocen dones vuestros, que los juzgan debidos a sus méritos, y cuando los atribuyen únicamente a vuestra gracia, no se alegran amigablemente de que otros también los tengan, antes por eso mismo les tienen envidia.

Ya veis, Señor, cuanto tiembla mi alma a vista de todos estos y otros semejantes peligros y dificultades de que se ve rodeada y, por tanto, más bien creo y soy de sentir que Vos me curéis mis heridas y llagas, que el que entre tantos peligros deje yo de recibirlas y tenerlas.

(130) Siguiendo el ejemplo y fundamentos del padre J. M. de la Congregación de San Mauro, de los caps. XXXVII y XXXVIII, de otras ediciones, hemos formado uno solo, porque así lo pide la conexión de la materia.



Capítulo XXXIX: Epilogo de lo que ha tratado en este libro


1065 Mientras que yo, Dios mío y Verdad eterna, me he ocupado en referiros todo cuanto he podido llegar a conocer de estas cosas inferiores, y he consultado con Vos, ¿cuándo ni dónde me dejasteis solo, o no anduvisteis conmigo, enseñándome lo que tengo de evitar y lo que tengo de apetecer? Registré primeramente las cosas exteriores de que consta el universo, según y como pude valerme de mis sentidos, después consideré la vida que mí cuerpo recibe de mi alma, y los sentidos mismos con que obra.

De allí entré a contemplar los senos de mi memoria, la vastísima capacidad que tienen, lo llenos que están de innumerable multitud de especies y los modos admirables con que allí se colocan y conservan. Consideré todo esto y quedé atónito y espantado; no pude entender sin Vos ninguna cosa de aquéllas, pero hallé y conocí que ninguna de ellas era lo que Vos; ni aun yo mismo, que descubrí y conocí todas aquellas cosas, imágenes y especies, y las fui recorriendo todas y procuré distinguirlas y apreciarlas según la estimación y dignidad que corresponde a cada una de ellas; ya recibiendo alguna de estas especies por medio de los sentidos, y examinándolas y reconociéndolas después; ya reflexionando algunas otras cosas que están como mezcladas conmigo, y examinando también el numero, naturaleza y propiedades de los mismos sentidos que me daban noticia de ellas, y finalmente, aprovechándome de aquel tesoro de mi memoria, y usando diferentemente de sus grandes riquezas, manifestando unas, reservando otras y descubriendo las que estaban ocultas y guardadas, conocí que ni yo mismo, que hacia todas estas operaciones, o por mejor decir, ni la misma virtud y potencia con que las hacía, somos lo que Vos, que tenéis otro ser muy superior, porque Vos sois aquella luz permanente, con quien iba yo a consultar todas aquellas cosas, para saber si verdaderamente existían, qué ser y naturaleza era la suya, y qué precio y estimación debía hacerse de ellas, y oía lo que Vos me enseñabais y lo que me mandabais.

Esto mismo lo hago también ahora muchas veces; y esto es lo que me deleita, y así, cuando puedo eximirme de las ocupaciones que me son precisas y necesarias, me refugio a este deleite. Porque en ninguna de estas cosas, que he estado recorriendo y consultando con Vos, hallo un lugar seguro para mi alma sino en Vos, que sois el único donde caben y pueden reunirse todos los afectos de mí voluntad, que han estado esparcidos por las criaturas, de modo que ninguno de ellos se aparte jamás de Vos.

También algunas veces hacéis que en lo interior de mi alma prorrumpa en un afecto de amor muy extraordinario (131), que me lleva a una incomprensible dulzura, la cual, si enteramente se me comunicara, sería una cosa que no puedo comprenderla, pero sé que sería muy superior a todo lo de esta vida. Con el peso de mis miserias vuelvo a dar en estas cosas terrenas, donde mis ocupaciones acostumbradas por todas partes me rodean, quedando como sumergido en ellas y como aprisionado; mucho lo siento y lloro, pero también lo que me estorban y detienen es mucho. ¡Tanto es lo que nos agobia la pesada carga de una costumbre! Como en este último estado puedo permanecer, pero no quiero, y en aquel otro quiero perseverar, pero no puedo, vengo a ser infeliz en uno y otro.

(131) Éste es uno de los varios pasajes que en esta misma obra se pueden alegar en prueba de que favoreció Dios a San Agustín y Santa Mónica, comunicándoles algunas veces en esta vida la unión íntima de Su Majestad. Así, la descripción que en otras partes y aquí hace el Santo de este singular favor es admirable y le da a conocer por cosa sobrenatural. Lo que el Santo doctor dice, puede servir para enmendar los términos e ideas con que los místicos modernos explican la unión íntima con Dios, pues según la doctrina de San Agustín, no es más que un sentimiento extraordinario de amor de Dios y un exceso de dulzura, que si llegara a toda su perfección, sería una cosa que infinitamente sobrepujara a todo cuanto hay delicioso en esta vida. San Pablo, que lo había experimentado y que fue arrebatado al tercer cielo, no nos dijo más que San Agustín en este punto, como dice el padre J. M.



Capítulo XL: Como busco a Dios dentro de sí mismo y en todas las demás cosas


1066 Por eso consideré todas las dolencias de mis pecados en los tres géneros de concupiscencias que he referido e invoqué vuestra mano poderosa para que sanase las dolencias de mi alma. Como puse mis ojos en vuestros divinos resplandores, teniendo todavía el corazón herido y llagado, no pude resistir tan grande golpe de luz, y como deslumbrado, dije: ¿Quién será capaz de ver tan excesiva luz? Por lo que a mí toca, yo me veo infelizmente arrojado de vuestra presencia.

Vos sois la verdad suma y superior a todas las cosas; mas yo con una especie de avaricia no quería privarme de Vos, sino que juntamente con Vos quería poseer la mentira y falsedad, así como ninguno hay que de tal modo quiera ser mentiroso, que ni él mismo conozca lo que es verdadero. Por eso os pedí yo, Verdad eterna, por no ser Vos poseído de un alma juntamente con la mentira.


Capítulo XLI: Como algunos han recurrido infelizmente a los demonios, para que sirvieran de medianeros a fin de convertirse los hombres a Dios


1067 ¿Quién había yo de hallar que pudiese reconciliarme con Vos? ¿Había de acudir a los ángeles? ¿Y con qué oraciones, con qué sacrificios había de atraerlos? Muchos pecadores, deseando volver a Vos, y no pudiendo lograrlo por si solos, se valieron (132) (según he oído decir) de semejantes medios; pero vencidos del deseo de tener apariciones o visiones curiosas, se hicieron dignos de engañosas ilusiones. Como os buscaban llenos de orgullo y presentaban con arrogancia su pecho, en lugar de herírsele con humildad, por eso solamente pudieron atraer a si (por medio de alguna imagen o semejanza) a las rebeldes aéreas potestades, esto es, los demonios, compañeros de su soberbia, que los engañaron con la magia cuando ellos buscaban un medianero que les iluminase y purificase; y entre ellos no había sino el demonio, que se transformaba en ángel de luz. Lo que ayudo mucho a que los hombres soberbios y camales cayesen en semejante desvario de solicitar al demonio para su medianero fue que, siendo ellos mortales y pecadores, y deseando (aunque soberbiamente) reconciliarse con Vos, que sois inmortal e impecable, les pareció que aquel maligno espíritu sería el más oportuno, por la ventaja de no tener cuerpo formado de carne como ellos.

Pero es menester que el mediador entre Dios y los hombres tuviese algo en que fuese semejante a Dios, y algo también que fuese semejante a los hombres, porque si en todo fuera semejante a los hombres, estaría muy apartado de Dios, y si en todo fuera semejante a Dios, estaría muy lejos de los hombres, y así no podría ser medianero.

Aquel, pues, mediador falso, por el cual, conforme a vuestros ocultos juicios, merecen ser engañados los soberbios, tiene una cosa por donde es semejante a los hombres, que es el pecado, y quiere dar a entender que tiene otra cosa por donde sea semejante a Dios, jactándose de ser inmortal, por cuanto no está vestido de la mortalidad de nuestra carne. Pero siendo como es la muerte, la paga y estipendio del pecado, en el cual es semejante a los hombres, también lo es en estar juntamente con ellos condenado a muerte.

(132) Estos tales fueron Pitágoras, Apolonio Tianeo, Porfirio, Proclo, Pselo, Máximo el Cínico, Juliano Apostata y otros muchos, que siguiendo la doctrina de los caldeos y egipcios, creían que todos los entes sublunares habían sido puestos por el Creador del universo al cuidado de las potestades celestiales, que gobernaban a su gusto el principio, la duración y el fin de todas estas cosas de acá abajo; y que por medio de algunos sacrificios que se les ofrecían se hacían visibles y servían a los hombres de escala para elevarse y llegar hasta Dios.



Capítulo XLII: Carácter del verdadero mediador entre Dios y los hombres


1068 El verdadero mediador es Aquél que por vuestra inescrutable misericordia os dignasteis manifestar a los humildes y le enviasteis para que con su ejemplo aprendiesen la verdadera humildad. Este mediador entre Dios y los hombres es el Hombre Jesucristo, que se manifestó mediando entre los pecadores y mortales, y entre el que esencialmente es justo e inmortal; conviniendo en lo mortal con los hombres, y en la justicia y santidad con Dios, para que, supuesto que la vida y la paz eterna es la paga y estipendio de la santidad y justicia, lograse con la justicia y santidad, en que convenía con Dios, que cesase la sentencia de muerte fulminada contra los pecadores e impíos, a quienes justifico, y cuya muerte quiso padecer como ellos. Este mismo medianero fue anunciado y revelado a los santos y patriarcas antiguos, para que ellos se salvasen, teniendo fe en la muerte que había de padecer, así como nosotros nos salvamos, teniendo fe en la muerte que efectivamente padeció. Éste, pues, en cuanto es hombre, en tanto es medianero, porque, en cuanto es Verbo divino, no media entre Dios y el hombre, sino que es igual a Dios, y tan Dios, que con el Padre y el Espíritu Santo es un mismo Dios.

1069 ¡Oh eterno y amantísimo Padre!, ¡qué grande fue el exceso de vuestro amor para con los hombres, pues no perdonasteis a vuestro unigénito Hijo, sino que le entregasteis a que muriese por nosotros pecadores!, ¡qué grande fue el amor que nos mostrasteis, pues llego a tal extremo, que aquel mismo Señor, que en tenerse por igual a Vos no os usurpara cosa alguna, se sujetase a padecer por nosotros la ignominiosa muerte de cruz! Así Él había sido el único libre entre los muertos, que tuvo potestad de morir y también la tuvo de resucitar. Él mismo fue el vencedor (133) y la victima que se ofreció a Vos por nosotros, y por eso fue vencedor, porque fue víctima. Se hizo para con Vos sacerdote, y sacrificio por nosotros; y por eso fue el sacerdote, porque Él mismo fue el sacrificio. Y finalmente, de siervos que éramos, nos hizo vuestros hijos el que, siendo Hijo vuestro, se hizo nuestro siervo.

Con razón, pues, Dios mío, tengo grande y firmísima esperanza de que sanaréis todas mis dolencias, por este mismo Señor, que está sentado a vuestra diestra y os ruega incesantemente por nosotros, que si no desesperaría de mí salud. Verdaderamente son muchas y grandes mis dolencias, muchas son y grandes; pero mayor, mas copiosa y eficaz es vuestra medicina. Si el divino Verbo no se hubiera hecho hombre, ni habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgar que estaba muy ajeno de unirse con la humana naturaleza, y desesperar enteramente de nuestra salvación.

(133) En estas palabras vencedor y victima alude el Santo a la etimología que tienen algunos del verbo vencer; pero en el latín se conoce mejor la alusión y hermosura que causa la cercanía de las voces victor y victima.

Por esto se entenderá mejor lo que añade San Agustín diciendo que Cristo Señor Nuestro fue sacerdote y sacrificio, porque uno y otro son derivados de sacrum facere, que significa consagrar alguna cosa a la Divinidad. Pero en castellano (ni en otro idioma fuera del latino) tampoco se conocen esta y otras alusiones que usa el Santo, porque distan casi tanto entre sí los sonidos de las voces como los significados.



1070 Confieso que, aterrado de mis culpas y oprimido del peso de mis miserias, había pensado en mí interior, muchas veces, y formado intención de dejarlo todo y huir a una soledad; pero Vos me lo estorbasteis y me animasteis diciéndome: Jesucristo murió por todos, para que los que viven, no vivan ya para sí mismos, sino para aquél que murió por ellos. Pues, Señor, en Vos pongo todo el cuidado de mí salud, para vivir y emplearme en contemplar las maravillas de vuestra santa ley. Vos sabéis mis ignorancias y conocéis mis dolencias, pues enseñadme y sanadme. Este vuestro único Hijo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, me redimió con su sangre. Pues no me inquieten los soberbios con sus calumnias, porque me ocupo en meditar el precio de mi rescate, porque le como y bebo, y porque le distribuyo, y porque reconociendo mí pobreza y necesidad, deseo saciarme de Él entre aquellos que ya le están comiendo y saciándose de Él, y alaban eternamente al Señor los que le buscan.

LIBRO XI

1100

Capítulo 1: Fin de las Confesiones, alabar a Dios.


1101 1. ¿Por ventura, Señor, siendo vuestra la eternidad, ignoráis las cosas que os digo, o veis en el tiempo lo que se ejecuta en el tiempo? ¿Por qué, pues, os hago relación de tantas cosas? No ciertamente para que por mí las sepáis, sino que despiero hacia Vos mí afecto y el de los que esto leyeren; para que todos digamos: Grande es el Señor, y en gran manera digno de alabanza (Ps 95,4). Ya lo dije, y ahora lo digo: Por amor de vuestro amor hago esto.

Porque también oramos, no obstante que dice la Verdad: Sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad, antes que se lo pidáis (Mt 6,8).

Manifestamos, pues, nuestro afecto para con Vos, confesándoos nuestras miserias y vuestras misericordias para con nosotros, a fin de que, librándonos del todo, pues lo habéis comenzado, dejemos de ser miserables en nosotros, y seamos bienaventurados en Vos, puesto que nos llamasteis para que seamos pobres de espíritu, y mansos, y llorosos, y hambrientos y sedientos de justicia, y misericordiosos, y limpios de corazón, y pacíficos (Mt 5,39).

Ya veis que os he contado muchas cosas, las que he podido y querido, porque Vos primero quisisteis que os confesara a Vos, Señor Dios mío, porque sois bueno, porque vuestra misericordia permanece para siempre (Ps 117,1).


Capítulo 2: Implora el favor divino para entender la sagrada Escritura.


1102 2. Pero ¿cuándo seré capaz de contar, con la pluma por lengua, todas vuestras exhortaciones, y todos vuestros terrores, y las consolaciones y direcciones, con que me habéis conducido a predicar vuestra palabra y dispensar vuestro Sacramento a vuestro pueblo?

Mas aunque fuese capaz de contar estas cosas por su orden, cuéstanme caros los instantes del tiempo, y de muy atrás ardo en deseo de meditar vuestra Ley y acerca de ella confesaros mí ciencia y mí ignorancia, las primicias de vuestra ilustración, y los residuos de mis tinieblas, hasta que la flaqueza sea devorada por la fortaleza. Y no quiero que se me deslicen en otra cosa las horas que hallo libres de las necesidades de reparar el cuerpo y de ejercitar el espíritu, y del servicio que a los hombres debemos, y del que no les debemos, y, sin embargo, se lo prestamos.

1103 3. Señor Dios mío, estad atento a mí oración (Ps 60,2), y escuche vuestra misericordia mí deseo, que no arde sólo para mí, sino quiere ser útil a la fraterna caridad; y Vos veis en mi corazón que así es. Sacrifíqueos yo la servidumbre de mí inteligencia y de mí lengua. Y dadme lo que he de ofreceros, porque soy pobre y mendigo (Ps 65,20), mas Vos sois rico para todos los que os invocan (Rm 10,12), Vos, que, exento de cuidados, cuidáis de nosotros. Circuncidad de toda temeridad y de toda mentira mis labios (Ex 6,12), interiores y exteriores. Sean vuestras Escrituras mis castas delicias: no me engañe yo en ellas, ni engañe a nadie con ellas. Señor, atended y compadeceos: Señor Dios mío, luz de los ciegos, fortaleza de los débiles y, a la vez, luz de los que ven y fortaleza de los fuertes: atended a mi alma, y oídla, que clama desde lo profundo (Ps 129,2). Porque si vuestros oídos no están también en lo profundo, ¿a dónde iremos?, ¿a quién clamaremos?

Vuestro es el día y vuestra es la noche (Ps 73,16); a vuestra voluntad vuelan los momentos: concedednos algún espacio para nuestras meditaciones sobre los secretos de vuestra Ley, y no cerréis sus puertas a los que llaman (Mt 7,7). Porque no en vano quisisteis se escribiesen los oscuros secretos de tantas páginas. ¿Acaso estos bosques sagrados no tienen sus ciervos (Ps 28,9), que en ellos se recojan y alberguen, que paseen y pasten, que descansen y rumien? Perfeccionadme, Señor, y reveládmelas (Ps 28,9). Mirad que vuestra voz (l. c.) es mí gozo; vuestra voz es sobre toda abundancia de deleites. Dadme lo que amo; pues amo, y este amor es don vuestro; no desamparéis vuestros dones, ni despreciéis a vuestra hierba sedienta.

Confiéseos yo todo cuanto en vuestros Libros hallare, y oiga la voz de vuestra alabanza (Ps 25,7), y beba de Vos, y considere las maravillas de vuestra Ley (Ps 118,18) desde el principio, en que creasteis el Cielo y la tierra (Gn 1,1), hasta el reino con Vos perpetuo de vuestra santa ciudad.

1104 4. Señor, apiadaos de mí, y escuchad mí deseo (Ps 26,7), pues pienso que no es deseo de la tierra, no de oro y plata y piedras preciosas, o de hermosos vestidos, o de honras y mandos, ni de deleites de carne, ni de las cosas necesarias al cuerpo y a esta vida de nuestra peregrinación, todo lo cual se nos da por añadidura a los que buscamos vuestro reino y vuestra justicia (Mt 6,33). Ved, Señor, de dónde proviene mí deseo: Los impíos me contaron sus deleites; mas no son como vuestra Ley, Señor (Ps 118,85). He aquí de dónde proviene mí deseo; vedlo, Padre; mirad, y vedlo, y aprobadlo. Sea tenido por bueno en presencia de vuestra misericordia que halle yo gracia delante de Vos (Ex 33,13), para que al llamar, se me abran las interioridades de vuestras palabras.

Lo pido por nuestro Señor Jesucristo, vuestro Hijo, el Varón de vuestra diestra, el Hijo del hombre que Vos fortalecisteis (Ps 79,18); el Mediador entre Vos y nosotros, por el cual nos buscasteis cuando no os buscábamos; pero nos buscasteis para que os buscásemos; vuestro Verbo, por el cual hicisteis todas las cosas, y a mí entre ellas; vuestro Unigénito, por el cual llamasteis a vuestra adopción al pueblo de los creyentes, y dentro de él, a mí. Os lo pido por Aquel que está sentado a vuestra diestra, y os ruega por nosotros (Rm 8,34), en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios. A Éste busco en vuestros Libros; de Él escribió Moisés. Él mismo lo dice; esto lo dice la Verdad (Jn 5,46).


Capítulo 3: Desea entender cómo hizo Dios el cielo y la tierra.


1105 5. Oiga yo y entienda cómo en el principio hicisteis Vos el cielo y la tierra (Gn 1,1). Esto escribió Moisés; lo escribió y se fue; pasó de aquí, de Vos a Vos; y ahora no está delante de mí. Porque si lo estuviera, asiríale yo y le preguntaría, y por Vos le suplicaría, que me declarase estas cosas; y prestaría los oídos de mí cuerpo a los sonidos que brotasen de su boca; y si hablase en lengua hebrea, en vano pulsaría mí sentido, y nada pasaría de ellos a tocar mí inteligencia; mas si hablase en latín, entendería lo que dijese. Pero ¿cómo sabría yo si decía verdad? Y supuesto que lo supiese, ¿acaso lo sabría por él? Dentro de mí, ciertamente, en la morada interior del pensamiento, la Verdad, que no es hebrea, ni griega, ni latina, ni bárbara, sería la que, sin órganos de boca y lengua, sin estrépito de sílabas, me diría: «¡Dice verdad!»; y yo al instante cerciorado, diría confiadamente a aquel hombre vuestro: «¡Dices verdad!»

Pues como a él no puedo preguntarle, os pregunto a Vos, oh Verdad, de la cual lleno dijo Moisés cosas verdaderas: a Vos, Dios mío, os ruego: Perdonad mis pecados, y Vos mismo, que concedisteis a aquel siervo vuestro decir estas cosas, concededme también a mí el entenderlas.


Capítulo 4: La naturaleza proclama a su Hacedor.


1106 6. Vemos que existen el cielo y la tierra: claman que han sido hechos, porque se mudan y varían. Pues lo que sin haber sido hecho existe, nada tiene en sí que antes no tuviera; que en eso consiste mudarse y variar.

Claman también que no se han hecho a sí mismos: «Por eso somos, porque hemos sido hechos: no éramos, pues, antes que fuésemos, para que pudiéramos hacernos a nosotros mismos.» Y la voz de los que lo dicen es la misma evidencia.

Vos, pues, los hicisteis, Señor; que sois hermoso, puesto que ellos son hermosos; que sois bueno, puesto que ellos son buenos; que sois, puesto que ellos son. No son ellos, con todo, tan hermosos, ni son tan buenos, ni de tal manera son, como Vos, su Creador; en cuya comparación ni son hermosos, ni son buenos, ni son.

Sabemos esto gracias a Vos; y nuestra ciencia, comparada con vuestra ciencia, es ignorancia.


Capítulo 5: Que el mundo fue hecho de la nada.


1107 7. Mas ¿cómo hicisteis el cielo y la tierra, y de qué máquina os servisteis para tan grande obra? Porque no la hicisteis como el hombre artífice, que de un cuerpo forma otro cuerpo al arbitrio del alma, poderosa a imprimirle de algún modo la forma que con la vista interior contempla dentro de sí -¿y de dónde podría hacerlo, sino porque Vos la hicisteis?- e imprime forma a lo que ya existía, y en sí tenía ser, como es, a la tierra, a la piedra, a la madera, al oro o a cualquier otra cosa de este género. ¿Y de dónde tendrían ser estas cosas, si Vos no las hubieseis creado? Vos disteis al artífice el cuerpo, Vos el alma que impera a los miembros, Vos la materia de que él hace alguna cosa, Vos el ingenio con que concibe el arte y ve dentro lo que ha de hacer fuera; Vos el sentido del cuerpo, con el cual, como intérprete, traslada del alma a la materia lo que hace, y da cuenta al alma de lo que está hecho; para que ella dentro consulte a la verdad que allí preside, si está bien hecho.

Todas estas cosas os alaban a Vos, creador de todas las cosas. Mas Vos, ¿cómo las hacéis?, ¿cómo hicisteis, oh Dios, el cielo y la tierra? Ciertamente que ni en el cielo ni en la tierra hicisteis el cielo y la tierra. Ni en el aire ni en las aguas, porque también estas cosas pertenecen al cielo y la tierra. Ni en el universo mundo hicisteis al universo mundo, porque no había dónde hacerle antes de hacerle para que fuera.

Ni en la mano teníais cosa alguna de donde hacer el cielo y la tierra. Porque ¿de dónde os viniera aquello que Vos no habíais hecho y de lo cual hicierais alguna cosa? Porque ¿qué cosa hay que sea, sino porque Vos sois? Vos, pues, lo dijisteis, y fueron hechos (
Ps 32,9); y en vuestro Verbo los hicisteis.


Capítulo 6: Que Dios no creó el mundo con palabra creada.


1108 8. Mas ¿cómo lo dijisteis? ¿Acaso de aquel modo que se hizo desde la nube una voz que dijo: Este es mi Hijo amado? (Mt 3,17). Aquella voz se hizo, y pasó; comenzó, y acabó; sonaron las sílabas, y pasaron; la segunda después de la primera, la tercera después de la segunda, y así por su orden, hasta la postrera después de las otras, y después de la postrera, el silencio. De donde es claro y patente que aquella voz se formó por el movimiento de una criatura, que siendo ella misma temporal, servía a vuestra voluntad eterna. Y estas palabras vuestras, formadas en el tiempo, fueron por el oído exterior transmitidas a la mente prudente, cuyo oído interior está atento a vuestro Verbo eterno. Y la mente comparó estas palabras que temporalmente sonaban, con vuestro Verbo, eterno en el silencio, y dijo: «Es cosa muy distinta, enteramente distinta. Estas palabras están muy por debajo de mí; ni siquiera están, puesto que huyen y pasan; mas el Verbo de mi Dios, por encima de mí permanece para siempre (Is 40,8)».

Si, pues, con palabras que sonaban y pasaban dijisteis que fuese hecho el cielo y la tierra, y así hicisteis el cielo y la tierra, había ya una criatura corporal por cuyos movimientos temporales fuese temporalmente pasando aquella voz. Pero ningún cuerpo había antes que el cielo y la tierra; o si lo había, ciertamente, sin voz transitoria lo habéis Vos formado, para de él formar la voz transitoria con la cual dijeseis que se hiciese el cielo y la tierra. Y fuese lo que fuese aquello de que la tal voz había de formarse, si por Vos no hubiera sido hecho, de ninguna manera existiría. ¿Con qué palabra, pues, dijisteis Vos que fuese hecho aquel cuerpo, de donde se formasen estas palabras creadoras?


Capítulo 7: Dios crea por su Verbo eterno.


1109 9. Nos llamáis, pues, a conocer vuestro Verbo, Dios con Vos Dios (Jn 1,1); el cual eternamente es dicho, y con Él eternamente se dicen todas las cosas. Porque no se termina lo que se decía, y se dice luego otra cosa, para que se puedan decir todas: de otra suerte habría ya en Él tiempo y mudanza, y no verdadera eternidad ni inmortalidad verdadera. Esto lo conozco, Dios mío, y os doy gracias; lo conozco, os lo confieso, y conmigo lo conoce y os alaba todo el que no es ingrato a la verdad cierta. Conocemos, Señor, conocemos, que en cuanto una cosa no es lo que era, y es lo que no era, en tanto muere y nace. Nada, pues, de vuestro Verbo pasa, nada empieza de nuevo, por cuanto es verdaderamente inmortal y eterno. Y así, en este Verbo, coeterno con Vos, decís, simultánea y sempiternamente, todo cuanto decís, y se hace cuanto decís que se haga; y no lo hacéis de otra manera, sino diciéndolo; y con todo, no todas las cosas que Vos hacéis diciéndolo se hacen símultánea y sempiternamente.


Capítulo 8: El Verbo es el Principio que nos habla.


1110 10. Y eso ¿por qué, os ruego, Señor Dios mío? De alguna manera lo veo, pero no sé cómo explicarlo; si no es que todo lo que comienza a ser y deja de ser, entonces comienza y entonces acaba, cuando en la Razón eterna -donde nada comienza ni acaba-, se conoce que debe comenzar o acabar.

Esta Razón es vuestro mismo Verbo, que es también el Principio, porque también habla a nosotros (). Así lo dijo por su carne en el Evangelio; y esto hizo sonar fuera en los oídos de los hombres, para que le creyesen e interiormente le buscasen, y le encontrasen en la Verdad eterna, donde a todos los discípulos enseña el Maestro bueno y único (
Mt 19,16 Mt 23,8). Allí siento yo, Señor, vuestra voz, que me dice que quien nos enseña, ése es el que habla para nosotros; pero el que no nos enseña, aunque hable, no habla para nosotros. Pues ¿quién nos enseña, sino la Verdad permanente? Porque aun cuando somos por la criatura mudable amonestados, somos conducidos a la Verdad permanente, en donde verdaderamente aprendemos, cuando asistimos, la oímos y en gran manera nos gozamos por la voz del Esposo (Jn 3,29), restituyéndonos allá de dónde venimos. Y por eso es Principio, porque si no permaneciese, cuando nos descaminásemos no tendríamos a dónde volver. Y cuando del error volvemos, ciertamente por el conocimiento volvemos. Pues para que tengamos conocimiento, Él nos enseña; porque es el Principio y nos habla.


Capítulo 9: El cielo y la tierra fueron hechos en el Verbo que nos habla.


1111 11. En este Principio, oh Dios, hicisteis el cielo y la tierra (Gn 1,1): en vuestro Verbo, en vuestro Hijo, en vuestro Poder, en vuestra Sabiduría, en vuestra Verdad: maravilloso Vos en el decir, maravilloso en el obrar.

¿Quién lo entenderá? ¿Quién lo explicará? ¿Qué es aquello que relampaguea en mí interior, y hiere mi corazón sin herida? Y me horrorizo, y me enardezco: me horrorizo por cuanto le soy desemejante, me enardezco por cuanto le soy semejante. La Sabiduría, la misma Sabiduría es la que a intervalos me ilumina, rasgando mí nublado, que de nuevo me cubre cuando desfallezco ante la negrura y el cúmulo de mis penas. Porque hasta tal punto se debilitó en la indigencia mí vigor (Ps 30,11), que no soporto mí bien: hasta que Vos, Señor, que os hicisteis propicio a todas mis iniquidades, curéis también todos mis languores; porque Vos, además, redimiréis de la corrupción mi vida, y me coronaréis con miseración y misericordia, y hartaréis de bienes mí deseo, pues será renovada mi juventud como la del águila (Ps 102,35). Porque en esperanza hemos sido salvados, y con paciencia esperamos vuestras promesas (Rm 8,24). Óigaos conversar interiormente quien puede: yo, confiado, clamaré según vuestro oráculo: ¡Cuán engrandecidas son vuestras obras, Señor; todas las hicisteis con Sabiduría! (Ps 103,24). Esta sabiduría es el Principio; y en este Principio hicisteis el cielo y la tierra (Gn 1,1).


Capítulo 10: Carnalmente piensan los que preguntan: ¿Qué hacia Dios antes de hacer el cielo y la tierra?


1112 12. ¿No se ve que están llenos de su propia vetustez los que nos dicen: ¿Qué hacía Dios antes de hacer el cielo y la tierra? Porque si estaba ocioso, dicen, y nada hacía, ¿por qué no así también siempre después, como antes siempre, se abstuvo de obrar?

Porque si algún nuevo movimiento hubo en Dios y nueva voluntad para producir la criatura que nunca antes había producido, ¿cómo será ya la suya verdadera eternidad, donde nace una nueva voluntad que no era? Porque la voluntad de Dios no es creatura, sino anterior a la creatura; pues nada se crearía si no precediese la voluntad del Creador. La voluntad de Dios, pues, pertenece a su misma sustancia; y si en la divina sustancia nació alguna cosa que antes no era, no con verdad se llama eterna aquella sustancia. Mas si la voluntad de Dios de que la creatura existiese era sempiterna, ¿por qué no es también sempiterna la creatura?


Capítulo 11: Estos conciben la eternidad como tiempo.


1113 13. Los que esto dicen no os entienden todavía, oh Sabiduría de Dios, Luz de las inteligencias: no entienden todavía cómo se hacen las cosas que por Vos y en Vos se hacen; y se esfuerzan por conocer las cosas eternas, pero todavía su corazón revolotea por los movimientos de las cosas pasadas y futuras, y todavía es vano (Ps 5,10). ¿Quién le detendrá y le fijará, para que por un momento se pare, y por un momento perciba el resplandor de la eternidad siempre permanente; y le compare con los tiempos, nunca permanentes, y vea que es incomparable; y vea que el tiempo largo no se hace largo sino con el pasar de muchos movimientos, los cuales no pueden simultáneamente existir; mientras que en la eternidad nada pasa, sino todo está presente; y vea que todo pasado viene empujado por un futuro, y que todo futuro viene en pos de un pasado; y que todo pasado y futuro es creado y pasa por lo que siempre está presente? ¿Quién detendrá el corazón del hombre para que se pare y vea cómo estando ella inmóvil, gobierna los tiempos futuros y pasados, la eternidad ni futura ni pasada? ¿Acaso tiene poder para hacerlo mí mano? (Gn 31,29), o ¿la mano de mí boca, por medio de las palabras, hace cosa tan grande?


Capítulo 12: Ninguna cosa hacía Dios antes de crear el Cielo y la tierra.


1114 14. Ved aquí qué respondo al que dice: «¿Qué hacia Dios antes que hiciese el cielo y la tierra?»

Respondo, no lo que se dice haber respondido un sujeto, eludiendo con donaire la fuerza de la pregunta: «Preparaba infiernos, dijo, para los escrutadores de cosas sublimes.» Una cosa es entender y otra bromear.

Yo no respondo eso; de mejor gana respondería: «No sé lo que no sé», que no esa salida, con que queda burlado el que preguntó cosas sublimes y alabado el que dio falsa respuesta.

Mas digo que Vos, Dios nuestro, sois el Creador de toda creatura; y si con el nombre del cielo y la tierra se entiende toda creatura, osadamente digo: Antes que Dios hiciese el cielo y la tierra, no hacía cosa alguna. Porque si algo hacía, ¿qué hacia sino alguna creatura? Y ojalá que así supiese yo todo cuanto útilmente deseo saber, como sé que ninguna creatura se hacía antes que se hiciese alguna creatura!



Agustin - Confesiones 1064