Agustin - Confesiones 305

Capítulo 1II: De lo mucho que le disgustaba la conducta de los estudiantes de Cartago


305 Entretanto, vuestra misericordia, fiel siempre conmigo, andaba como volando alrededor de mí, aunque a lo lejos, porque estando yo entregado a tantas maldades y siguiendo los impulsos de mí sacrílega curiosidad, que, alejándome de Vos, me conducía y llevaba a cometer innumerables bajezas y perfidias, que eran otros tantos viles y engañosos sacrificios, en que ofrecía mis malas operaciones en obsequio de los demonios, Vos, Señor, infinitamente misericordioso, disponíais que en todos mis desordenes hallase mí castigo.

También me acuerdo de que en un día de fiesta y dentro de las paredes de vuestro templo, me atreví a desear desordenadamente un objeto y tratar allí un asunto que me había de producir frutos de muerte. Por eso me castigasteis con graves penas; pero fueron nada respecto de mí culpa, Dios mío, misericordia mía, amparo mío y defensa contra los terribles males en que anduve soberbiamente confiado y orgulloso, apartándome lejos de Vos, siguiendo mis caminos y no los vuestros, y amando una fugitiva libertad que no alcanzaba.

306 También aquellos estudios en que me empleaba y tenían nombre de buenos y honestos se dirigían y ordenaban a que luciese en los tribunales y sobresaliese en los pleitos y alegatos, consiguiendo tanto mayores elogios cuanto inventase y usase mayores engaños. ¡Tan ciegos son los hombres, que llegan a gloriarse de su misma ceguedad!

Ya era yo el primero y principal en la clase de retorica, de lo cual estaba soberbiamente gozoso e hinchadamente vano, aunque mucho mas quieto y moderado que otros (como Vos, Señor, lo sabéis), y enteramente apartado de las pesadas burlas y chascos que hacían aquellos estudiantes traviesos y revoltosos, que llamaban eversores o trastornadores (nombre infausto y diabólico que se ha hecho ya como insignia y distintivo de urbanidad), entre los cuales vivía yo con una especie de vergüenza porque no era como ellos. Yo me mezclaba y andaba con ellos y me complacía su amistad, aunque siempre tenía oposición y horror a sus desordenadas travesuras, esto es, a los engaños y chascos con que descaradamente perseguían e insultaban la cortedad y vergüenza de los forasteros y desconocidos, para inquietarlos y descomponerlos sin motivo ni interés alguno más que hacer burla de ellos, y fomentar con estos chascos y burlas sus mal intencionadas alegrías. Nada hay que se parezca más a lo que hacen los demonios que lo que hacían aquellos. Y así, ¿qué nombre les convenía mejor que el de trastornadores? Pero antes eran trastornados ellos, burlándolos y engañándolos ocultamente los falaces y malignos espíritus, en su misma intención de burlarse de los otros y engañarlos.


Capítulo 1V: Como se encendió en amor a la filosofía, leyendo el tratado de Cicerón que se intitula Hortensio


307 En compañía de éstos estudiaba entonces, siendo aun de poca edad, los libros que trataban de la elocuencia, en la cual deseaba yo sobresalir por un fin tan reprensible y vano como era el deseo de la vanagloria y aplausos de la vanidad humana.

Siguiendo el orden acostumbrado en mí estudio, había llegado a un libro de Cicerón, cuyo lenguaje casi todos admiran, aunque no tanto su ánimo y espíritu. Aquel libro contiene una exhortación del mismo Cicerón a la filosofía, y se intitula el Hortensio. Este libro troco mis afectos y me mudo de tal modo, que me hizo dirigir a Vos, Señor, mis suplicas y ruegos, y que mis intenciones y deseos fuesen muy otros de lo que antes eran. Luego al punto se me hicieron despreciables mis vanas esperanzas y con increíble ardor de mi corazón deseaba la inmortal sabiduría, y desde entonces comencé a levantarme para volver a Vos. Porque no leía aquel libro para ejercitarme en hablar bien (como juzgarían todos los que supiesen que para este fin estaba yo estudiando a expensas de mi madre, teniendo ya entonces diecinueve años, y habiendo más de dos que mi padre había muerto); no lo leía, pues, ni lo estudiaba para ejercitarme y perfeccionarme en la elocuencia, ni me había él persuadido a seguir lo bien que hablaba, sino lo bueno que decía.

308 ¡Con cuanto ardor, Dios mío, deseaba volver a tomar vuelo y elevarme sobre estas cosas terrenas hasta llegar a Vos! Yo no conocía lo que ejecutabais conmigo por medio de semejantes afectos y deseos, porque en Vos esta la sabiduría, en cuyo amor me encendió tanto aquel libro, persuadiéndome lo que en griego se llama filosofía, que es lo mismo que amor de la sabiduría. Muchos hay que engañan por medio de la filosofía, coloreando y desfigurando sus errores con la grandeza y dulzura de tan decoroso nombre, y casi todos los que en aquellos tiempos y en los anteriores habían hecho engaños semejantes, están notados y descubiertos claramente en aquel libro. Allí también se halla aquel saludable aviso y amonestación de vuestro divino Espíritu, hecha a los hombres por boca de un siervo vuestro justo y santo: "Estad atentos y cuidadosos para que ninguno os engañe por la filosofía y vana falacia, fundada en doctrina de los hombres, y conforme a los principios de la mundana ciencia, y no según la de Jesucristo, en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad".

Por lo que a mí toca, bien sabéis, luz de mi corazón, que aun no tenía noticia de estas palabras del Apóstol y lo que únicamente me deleitaba en aquella exhortación era que me encendía en deseos, no de esta o aquella determinada secta de filósofos, sino a que amase y buscase, consiguiese y abrazase fuertemente la sabiduría, tal cual ella era en sí misma, y solamente una cosa me templaba aquel ardor y deseos, y era el no encontrar allí el nombre de Jesucristo. Porque este nombre, por misericordia vuestra, Señor, este nombre de vuestro Hijo y mí Salvador, aun siendo yo niño de pecho, lo había bebido y mamado con la leche de mi madre, y lo conservaba grabado profundamente en mi corazón, y todo cuanto estuviese escrito sin este nombre, por muy erudito, elegante y verdadero que fuese, no me robaba enteramente el afecto.


Capítulo V: Le desagradaron las Sagradas Escrituras por parecerle que tenían un estilo humilde y llano


309 Determíneme, pues, a dedicarme a la lección de las Sagradas Escrituras, para ver qué tales eran. Y conocí desde luego que eran una cosa que no la entendían los soberbios y era superior a la capacidad de los muchachos; que era humilde en el estilo, sublime en la doctrina y cubierta por lo común y llena de misterios; y yo entonces no era tal que pudiese entrar en ella, ni bajar mí cerviz para acomodarme a su narración y estilo. Cuando las comencé a leer hice otro juicio muy diferente del que refiero ahora, porque entonces me pareció que no merecía compararse la Escritura con la dignidad y excelencia de los escritos de Cicerón. Porque mi hinchazón y vanidad rehusaba acomodarse a la sencillez de aquel estilo, y por otra parte no alcanzaba mi perspicacia a penetrar lo que interiormente contenía. Pero la Sagrada Escritura es tal, que se deja ver sublime y elevada a los ojos de los que son humildes y pequeños, y yo me desdeñaba de ser pequeño y me tenía por grande, siendo solamente hinchado.


Capítulo VI: Del modo con que los maniqueos le engañaron


310 De aquí nació que vine a dar en manos de unos hombres tan soberbios como extravagantes (25), y además de eso, carnales y habladores, en cuyas lenguas estaban ocultos los lazos del demonio, y cuyas palabras eran como una liga confeccionada, en que se mezclaban las silabas de vuestro nombre, del de mi Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, abogado y consolador de nuestras almas. Estos nombres los tenían siempre en la boca, pero era solamente en cuanto al sonido de las palabras, pues el corazón lo tenían vacio de la verdad. Pero ellos repetían frecuentemente estas voces: Verdad, verdad, y me la recomendaban mucho y nunca se encontraba en ellos; antes por el contrario, me decían muchas falsedades, no solamente hablando de Vos (26), que sois la misma verdad, sino también hablando de los elementos del universo, que son obra de vuestras manos. Yo debiera, oh Padre mío, infinitamente bueno y hermosura de todas las criaturas, haber dejado por vuestro amor a todos los filósofos, aunque hayan hablado bien y enseñado doctrinas verdaderas acerca de los tales elementos.

¡Oh verdad, verdad, cuan entrañablemente y de lo íntimo de mi alma suspiraba por Vos, aun en aquel tiempo cuando ellos me hablaban de Vos frecuentemente y de diversos modos, ya solo de palabra, ya también en sus libros, que eran muchos y grandes!

Éstos eran los platos en que estando yo muy hambriento de Vos, me ministraban ellos el manjar de su doctrina, proponiéndome en lugar de Vos el sol y la luna, hermosas obras vuestras; pero finalmente obras vuestras; no Vos mismo, ni aun las mejores y más principales de vuestras obras. Porque vuestras criaturas espirituales son mucho más excelentes que todas estas corpóreas, por mas resplandecientes y celestiales que sean.

Pero mí sed y mí hambre no eran tampoco de aquellas criaturas perfectas y superiores, sino de Vos mismo, de Vos, Verdad eterna, en que no puede haber mudanza alguna, ni la oscuridad más leve y momentánea. No obstante, en los platos de sus libros me presentaban unas ficciones brillantes y especiosas, respecto de las cuales sería mejor amar a este sol (que a lo menos descubre a nuestra vista un verdadero ser), que amar aquellos fantasmas falsos con el alma engañada por los ojos.

Y con todo eso, juzgando yo que aquello que me proponían eráis Vos, y teniéndolo por verdad, me alimentaba de ello, aunque no con ansia y apetito, porque en mí paladar no perciba el sabor y gusto de lo que Vos sois: como no eráis Vos aquellas vanas ficciones, no me nutria con ellas ni medraba, antes bien me enflaquecía mas y consumía.

Una comida sonada es muy parecida a las comidas verdaderas de que se alimentan los que están despiertos y, no obstante ser tan parecidas, no se alimentan ni mantienen con aquel manjar sonado los que están dormidos; pero aquellos otros manjares intelectuales de que voy hablando, ni siquiera se parecían a Vos de modo alguno, como después me lo habéis manifestado Vos mismo, porque aquellos eran unos cuerpos fingidos y fantásticos, respecto de los cuales son mucho más ciertos y verdaderos entes todos estos cuerpos celestiales y terrenos que vemos con los ojos corporales, y que los ven igualmente que nosotros los brutos y las aves, los cuales tienen más cierto y verdadero ser en sí mismos, que en aquellas imágenes que en nuestra imaginación formamos de ellos. Y aun tienen mas certeza y realidad aquellas imágenes que en nuestra fantasía formamos de los cuerpos, que los otros fantasmas enormes e infinitos, que con ocasión de aquéllas imaginábamos y fingíamos nosotros, pues absolutamente son nada y no tienen ser alguno en toda la naturaleza, de cuyos fantasmas vanos y fingidos me apacentaba yo entonces, o por mejor decir, no me apacentaba.

Pero Vos, oh amor mío, a quien acudo desfallecido para tener fortaleza, ni sois estos cuerpos tan hermosos que vemos en los cielos, ni los otros que no vemos allí ni los descubrimos, porque Vos sois el que los ha creado a todos ellos, y aun no son ellos las cosas más excelentes y perfectas que habéis creado. Pues ¡cuán lejos estáis de ser aquellos fantasmas que imaginaba yo mismo, y que eran solamente fantasmas de unos cuerpos que no hay ni tienen ser en todo el universo!, respecto de los cuales tienen más verdadero ser y mas cierta realidad las imágenes que formamos de aquellos cuerpos que hay verdaderamente en el mundo; pero también los cuerpos tienen más cierto ser y realidad en sí mismos que los fantasmas o ideas que en nuestra imaginación formamos de ellos. No obstante eso, ni Vos sois esos cuerpos tan reales y verdaderos, ni tampoco sois el alma que da la vida a los cuerpos, en lo cual es mejor, más noble y cierto que los cuerpos mismos. Pero Vos sois la vida de las almas, vida de las vidas, que vivís por Vos mismo y sin mudanza alguna, ¡oh vida de mi alma!

(25) Éstos eran los maniqueos, cuyo jefe fue un persa, que antes se llamaba Urbico o Cubrico y después tomo el nombre de Manés: cuyo nombre daba a entender su locura (pues Manés en griego quiere decir furioso); pero sus discípulos, como dice San Agustín en el libro de las Herejías, herejía 46, duplicando la n de su nombre, le llamaron maniqueo, para que significase el que vertia manna: Mannichoeum, quasi manna fundentem.
Cayó Agustín en manos de los maniqueos el año de 374 y estuvo enredado en sus errores por espacio de nueve años, como él mismo repite en varias partes. Pero a los veintiocho años de su edad, que era el año de 383, fue cuando le acabo de disgustar su doctrina, y los dejo y desprecio.
(26) El primero y principal error de los maniqueos era acerca de la naturaleza divina. Lo primero que enseña Manés era que había dos principios entre sí contrarios y coeternos, y que eran dos sustancias: una del bien y otra del mal. 2.º Que cuando ambas sustancias pelearon entre sí, se mezclo el mal con el bien. 3.º Que de esta mezcla fue de donde Dios, o la naturaleza del bien, fabrico y formo el mundo. 4.º Que esta luz corporal, que se extiende infinitamente, mezclándose en todas las cosas luminosas y lucidas (entre las cuales también cuentan a nuestras almas), es la misma sustancia y naturaleza de Dios. De donde se sigue que ya nuestras almas, ya las demás cosas lucidas y luminosas, eran trozos de la sustancia divina.
De los elementos enseñaba también varias extravagancias fabulosas. Lo primero, que los elementos eran dobles, cinco buenos y cinco malos. 2.º Que los cinco primeros fueron producidos por la naturaleza del bien y los cinco segundos por la del mal. 3.º Que de aquellos buenos habían dimanado las virtudes santas y de estos otros malos los principios de las tinieblas. 4.º Que los elementos malos eran éstos: El humo, las tinieblas, el fuego, el agua y el viento, a los cuales se oponían los cinco buenos, de este modo: al humo el aire, a las tinieblas la luz, al fuego malo el fuego bueno, al agua mala el agua buena, al viento malo el viento bueno. 5.º Que para pelear con los elementos malos, fueron enviados desde el reino y sustancia de Dios los elementos buenos, y en aquella pelea se mezclaron los unos con los otros. 6.º Que en el elemento del humo nacieron los animales de dos pies y, entre ellos, también los hombres: en las tinieblas los que andan arrastrando; en el fuego los cuadrúpedos; en las aguas los animales que nadan; y en el viento los que vuelan.


311 Pues ¿dónde estabais entonces para mí? ¡Cuan lejos estabais de mí, Dios mío! Mas yo era el que andaba alejado de Vos, y que me veía, como el hijo prodigo, privado aun de las bellotas con que alimentaba a los cerdos. Porque, a la verdad, ¡cuanto mejores eran las fabulas de los gramáticos y poetas que estas ilusiones y trampas engañosas! Pues los versos y composiciones poéticas, y aun la representación de Medea volando por esos aires, son ciertamente más útiles y conducentes que la doctrina de aquellos impostores, que ponían y enseñaban haber cinco elementos, los que decían estar colocados en cinco cuevas o cavernas tenebrosas. Todo lo cual, además de ser fingido y no tener ser alguno, es tan perjudicial, que da la muerte a quien lo llega a creer. Pero los versos y poesías los traslado a verdaderos principios y hago que me sirvan de pasto verdadero, y si cantaba o refería en verso la fabula de Medea, que volaba por los aires, no era afirmándolo como verdadero, ni tampoco lo creía aunque se lo oyese referir a otro; pero aquellas doctrinas confieso que llegué a creerlas.

¡Pobre infeliz de mí!, ¡por qué grados fui cayendo hasta dar en el profundo abismo en que me veía! Porque yo, Dios mío (a quien confieso todas mis miserias, pues tuvisteis piedad de mí antes que yo pensase confesároslas), con mucha fatiga y ansia, por hallarme tan falto de la verdad, os buscaba, Dios mío, con los ojos y demás sentidos de mí cuerpo, y no con la potencia intelectiva, en que Vos quisisteis que me distinguiese y aventajase a los irracionales, siendo así que Vos estabais mas dentro de mí que lo mas interior que hay en mí mismo, y más elevado y superior que lo mas elevado y sumo de mi alma.

De este modo vine a dar con aquella mujer (27) atrevida y sin prudencia, de quien hace un enigma Salomón, y la propone sentada en su silla a la puerta de su casa, diciendo a los pasajeros: Comed gustosamente de los panes ocultos y guardados, y bebed el agua hurtada, que es más dulce. Ésta, pues, me engaño fácilmente, porque me hallo vagueando fuera de mí, esto es, ocupado en las cosas exteriores y que se ven y perciben por los sentidos corporales, que eran únicamente las que yo meditaba en mí interior.

(27) En este enigma entiende aquí San Agustín la secta maniquea, en que cayó engañado por las razones que refiere en este capítulo y en el siguiente, y por otras que se pueden ver en Tillemont, tomo 13, capítulo VIII.



Capítulo VII: Como se dejo llevar de la doctrina de los maniqueos


312 No sabía ni conocía yo que hubiese alguna otra cosa que verdaderamente existiese fuera de las corpóreas y sensibles, y así me parecía que obraba como hombre de entendimiento y de ingenio agudo conformándome con aquellos necios que me engañaban, preguntándome de donde procedía lo malo, si tenía Dios forma corpórea, y si tenía también cabellos y unas, si se habían de tener por justos los que tenían muchas mujeres a un tiempo, y los que quitaban la vida a otros hombres y sacrificaban animales.

Como yo estaba ignorarte de la verdad acerca de estas cosas, me hallaba no poco embarazado y perturbado con tales preguntas, y por los mismos medios y con los mismos pasos con que me apartaba de la verdad me parecía que la iba alcanzando, por no haber llegado todavía a conocer que no es otra cosa el mal sino privación del bien, hasta llegar al mayor mal, que es la nada y privación de todo bien. Pero ¿cómo lo había yo de conocer, si mí conocimiento por los sentidos no pasaba de las cosas corpóreas, y con el interior conocimiento del alma no pasaba de los fantasmas o especies de mí fantasía?

Tampoco había llegado a conocer que Dios es un puro espíritu y que no tiene partes extensas a lo largo ni a lo ancho, ni cantidad corpórea, material y de bulto, porque ésta necesariamente ha de ser menor en una parte sola que en el todo. Y aunque se supusiese que dicha cantidad era infinita, sería menor contraída a un cierto y determinado espacio, que extendida por un espacio infinito, y así no estaría toda ella en todas partes, como lo esta el espíritu y como lo esta Dios. Y además de esto, ignoraba totalmente qué es lo que hay en nosotros por donde seamos semejantes a Dios, y por lo que pueda decir la Escritura con verdad que fuimos formados a imagen y semejanza de Dios.

313 Ni había llegado a conocer aquello en que consiste la justicia interior y verdadera, que no arregla sus juicios por la costumbre, sino por la ley rectísima dada y establecida por un Dios todopoderoso, para que se formasen las costumbres de todas las regiones y edades con arreglo a ella, que sabe acomodarse a todas las edades y regiónes, no obstante ser una misma en todas partes y tiempos, y no tener diversidad alguna en esta parte respecto de la otra, ni ser de diverso modo en este que en otro tiempo. Con arreglo a esta justicia fueron justos Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David y todos los demás que han sido alabados por boca del mismo Dios, aunque los tenga por inicuos la multitud de los ignorantes, que juzgan de todo por principios humanos y miden las costumbres de todo el mundo por el nivel de las suyas y de su tiempo. Esta ignorancia es semejante a la de un hombre que no entendiendo palabra en materia de armaduras, ni sabiendo cual de ellas corresponde a cada parte del cuerpo, quisiese cubrir la cabeza con las grebas, que es la armadura que corresponde a las piernas, y a éstas quisiese calzarles el morrión o celada, que es para la cabeza, y luego murmurase y se quejase de que ni lo uno ni lo otro se ajustaba ni le sentaba bien. O como si un mercader, en un día en que había ley para que se guardase fiesta desde el mediodía adelante, se diese por ofendido porque no se le permitía vender por la tarde, permitiéndosele vender por la mañana; o como si uno se admirara de ver que en una misma casa se le permitía a un criado inferior coger algunas cosas en la mano, que no se le permitía a otro mas principal, rompía. gr., al copero, que esta destinado a ministrar la bebida; o como si uno afeara que se ejecutase detrás de los pesebres lo que no se permitía hacer delante de la mesa; o se indignase porque siendo una la habitación y una la familia, no se daba a todos y en todas partes un mismo trato y una misma cosa.

Así vienen a ser éstos que se irritan cuando oyen decir que en aquellos siglos les fue licita a los justos alguna cosa que a los de nuestro tiempo les está prohibida, y porque a aquellos mando Dios una cosa y a éstos otra, según la diversidad de motivos que ocurrían en diversos tiempos; no obstante que los unos y los otros obraban arreglados a una misma rectitud y justicia. Por ellos mismos están continuamente experimentando que en el cuerpo de un mismo hombre corresponde y viene bien a una parte lo que a otra no le corresponde, que en un mismo día es lícito hacer esta o aquella cosa un poco antes, que de allí a una hora ya no es lícito hacerla, que en una misma casa se permite o se manda hacer alguna cosa en un lugar determinado, que justamente se prohíbe o se castiga que se ejecute en otro.

¿Por ventura se podrá decir por esto que la justicia es mudable y varia? Los tiempos, a quienes ella preside sin mudanza, son los que se varían y se mudan, porque no pueden venir todos juntos, sino sucesivamente unos tras otros, porque esto pide esencialmente el ser y naturaleza de los tiempos.

Pero los hombres, cuya vida sobre la tierra es tan corta, como por una parte no pueden enlazar sensiblemente las causas y motivos que reglaron las costumbres de los primeros siglos, y las de las otras naciones que ellos no han tratado ni experimentado, con las que están experimentando y viviendo todos los días, y por otra parte pueden fácilmente ver en un mismo cuerpo, en un mismo día y en una misma casa qué es lo que corresponde a cada uno de los miembros, a cada uno de los instantes y a cada uno de los sitios y personas de una casa; de ahí es que acusan y reprenden aquella diversidad de costumbres, y se conforman con esta otra diversidad de acciones.

314 Todas estas cosas las ignoraba yo entonces, o no las consideraba, y aunque por todas partes se están viendo a los ojos, yo no las veía. Pues aun cuando hacia versos, sabia muy bien que no debía ni podía poner cualesquiera pies en cualquier parte del verso, sino en tal y tal especie de verso, tal y tal pie determinado y en una misma especie de verso no podía poner en todas partes un pie mismo; y el arte de poesía, que daba estas reglas diferentes, no era diverso de sí mismo en un paraje y en otro, sino un solo y único arte que a un mismo tiempo contenía todas estas reglas diferentes.

Pero yo contemplaba que la justicia que había dado la regla a las acciones de los hombres justos y santos contenía mucho mejor y con mayor excelencia y sublimidad todos sus preceptos juntos y de una vez, aunque eran entre sí tan diferentes, sin variarse ella ni admitir mutación alguna, no obstante que en varios tiempos no lo mandaba todo junto, sino que distribuía y repartía en diversos tiempos lo que a cada uno era correspondiente y propio. Y yo, que estaba tan ciego que no veía estas cosas, me atrevía a reprender a aquellos antiguos y santos patriarcas, que no solamente usaban de las cosas que tenían presentes del modo que Dios les mandaba e inspiraba, sino que también anunciaban las cosas venideras según y cómo Dios se las revelaba.


Capítulo VIII: Explica contra los maniqueos qué pecados se deben detestar siempre


315 Pero ¿acaso podrá señalarse algún tiempo o lugar donde se tenga por malo o se dé por cosa injusta el amar a Dios de todo corazón, con toda el alma y con todas sus potencias, y el amar cada uno a su prójimo como a sí mismo? Por eso todas aquellas maldades que son contra la naturaleza, en todas partes y en todos tiempos son abominables y dignas de castigo, como lo fueron las de los habitantes de Sodoma. Y aunque todas las gentes del mundo se conformaran en cometer aquellas maldades, no por eso dejarían de ser reos del mismo delito y pena, atendiendo a la justicia y ley divina, por cuanto Dios no formo a los hombres para que usasen de si tan torpemente los unos de los otros. Y así se deshace y se rompe aquella íntima unión y sociedad que debemos tener entre nosotros y Dios, cuando se mancha con el uso perverso de la concupiscencia carnal aquella misma naturaleza que le tiene y reconoce por su Autor.

Pero aquellos delitos y maldades que solamente son contra las costumbres de los hombres en pueblos diferentes se deben evitar siguiendo la diferencia de costumbres de cada pueblo, para que lo que tengan entre sí ordenado y establecido por costumbre o por ley de la ciudad o de la nación no se quebrante por vicioso antojo de ningún ciudadano o extranjero. Porque verdaderamente es torpe y fea cualquiera parte de un cuerpo que no se conforma y conviene con su todo.

Pero cuando Dios manda alguna cosa que es contra la costumbre o estatuto de cualesquiera gentes o pueblos, sin duda se debe hacer aunque no se haya hecho allí jamás; y si antes se ejecutaba y se había ya interrumpido, se debe hacer y ejecutar de nuevo; y si no estaba mandado y establecido que se hiciese la tal cosa, se debe establecer y mandar que se haga. Porque si puede un rey mandar en la ciudad y territorio donde reina lo que ninguno de sus antecesores ni tampoco él mismo había mandado hasta entonces, y el obedecerle no es contra las leyes de la sociedad, antes bien lo seria el dejar de obedecerle, porque es deber y concierto universal de la sociedad humana el obedecer a sus reyes; Dios, que es Rey universal de todas las criaturas, ¿cuánto mas debe ser obedecido sin la más leve duda en todo cuanto mandare? Porque así como entre los magistrados y gobernadores de la sociedad humana hay uno superior a quien deben obedecer los subalternos, así Dios, como superior a todos, de todos debe ser obedecido.

316 También son detestables y dignos de castigo los delitos que se cometen contra el prójimo con deseo de hacerle algún daño, ya sea de palabra diciéndole alguna afrenta, ya de obra haciéndole algún agravio; y esto tanto si se hace por vengarse de él, como por conseguir algún exterior provecho o interés, como sucede al ladrón respecto del pasajero a quien roba; o por evitar algún mal que le ha de sobrevenir de otro a quien teme; o teniéndole envidia, como acontece en el que es infeliz respecto de otro dichoso, y en el que estando en prosperidad teme y le pesa de que otro se le iguale; o por solo el gusto y deleite que él saca del daño ajeno, como los que se deleitan en hacer burla de otros, o pegarles chascos.

Éstas son las principales especies de la iniquidad, las cuales nacen del apetito desordenado de dominar, de la vana curiosidad y deseo de ver, o del apetito desordenado de los deleites sensuales, ya sea juntándose todos tres apetitos, ya dos de ellos, ya uno solo. Pues de este modo, dulcísimo y altísimo Dios mío, todos los desordenes de nuestra vida son transgresiones de vuestra divina ley, o contra los tres primeros preceptos, o contra los siete últimos de vuestro Decalogo, figurado y entendido en la Escritura por El salterio de diez cuerdas.

Pero ¿qué maldades de los hombres pueden llegar hasta Vos, que sois inviolable?, ¿ni qué ofensas pueden ellos efectivamente ejecutar contra Vos, a quien es imposible hacer mal o daño alguno? Pero ¡ah! que Vos castigáis los males que ejecutan contra sí mismos los hombres (pues aun pecando contra Vos, obran cruelmente y sin piedad contra sus almas, y esto es proceder engañosamente la maldad contra sí misma), ya sea viciando y pervirtiendo su propia naturaleza, que Vos creasteis y ordenasteis, ya sea usando inmoderadamente de las cosas licitas, o deseando ardientemente las que no son permitidas, para abusar de ellas contra el orden natural, ya se hagan reos por desmandarse contra Vos con interiores afectos o con palabras exteriores, tirando coces contra el aguijón, ya sea finalmente cuando rotos los lazos de la sociedad humana y traspasados sus límites, se alegran temerarios y atrevidos con las particulares alianzas o con las divisiones que ellos entre sí privadamente forman, según que el estado actual de las cosas les agrada o les disgusta.

Estas maldades ejecutan los hombres cuando os dejan a Vos, que sois fuente de la vida, único y verdadero Creador y Gobernador del universo; y por su propia soberbia y particular orgullo aman en las criaturas un bien aparente y falso. Así es constante que no se vuelve a Vos sino por medio de una humilde piedad, y Vos entonces nos sanáis de nuestras malas costumbres, y perdonáis sus pecados a los que humildemente los reconocen y confiesan, y oyendo Vos los gemidos y sollozos de los pecadores, que se ven aprisionados con los hierros de sus culpas, nos desatáis y dejáis libres de las cadenas que nosotros mismos nos habíamos forjado. Por el contrario, mientras nos sublevamos contra Vos por seguir la falsa libertad de nuestro desenfreno, con el deseo y ansia de conseguir mas, padecemos el castigo de perderlo todo, por amar nuestro bien particular más que a Vos mismo, que sois el bien universal de todos.


Capítulo 1X: De la diferencia que hay entre los pecados; y de la que hay también entre el juicio de Dios y el de los hombres


317 Pero entre tantas maldades y delitos de los hombres, entre la multitud de sus iniquidades, hay también que contar aquellas faltas que cometen los que comienzan a aprovechar en la virtud; las cuales son reprendidas y vituperadas por aquellos que juzgan rectamente, atendiendo a las reglas de la perfección, y son también alabadas de otros, atendiendo al fruto que esperan de ellas, como se alaba por lo común el trigo aun recién nacido y en verde.

Otras acciones hay que se parecen a los graves delitos y pecados, y realmente no son pecados ni delitos, porque ni son ofensas contra Vos, Dios y Señor mío, ni son contra el bien común y sociedad humana, como cuando se hace alguna prevención y acopio de las cosas propias de la estación del tiempo y necesarias para la vida y, por otra parte, no hay certeza de que sea este cuidado efecto de una codicia desordenada; o cuando se castiga con legitima potestad a los culpados, pero ignorándose si los jueces lo hacen movidos de un mal deseo de mortificarlos. Y así, muchas cosas que a los hombres les parecen vituperables y malas, Vos, Señor, las aprobáis y dais por buenas; y otras muchas, alabadas de los hombres, Vos las desaprobáis como culpables, porque muchas veces la exterior apariencia de la obra es muy distinta del ánimo e intención de quien la ejecuta y de lo que pedía la circunstancia oculta del tiempo en que se hizo o determino.

Pero cuando Vos mandáis de nuevo alguna cosa nunca usada, no obstante que en otro tiempo la hubieseis prohibido, y que no manifestéis la causa y motivo de mandarla entonces, y aunque finalmente sea contra los estatutos de la sociedad de algunos particulares, ¿quién duda de que se ha de hacer lo que mandáis, siendo cierto y constante que ninguna sociedad de hombres se debe tener por justa y buena sino aquella que os sirve y obedece? Pero dichosos aquellos que saben ciertamente que Vos habéis mandado alguna cosa, porque entonces vuestros siervos hacen todas las cosas, o para cumplir las obligaciones que tocan al tiempo presente, o para prevenir y anunciar lo que ha de suceder en lo futuro.


Capítulo X: Desvaríos de los maniqueos acerca de los frutos de la tierra


318 Siendo así que ignoraba yo estas cosas, me burlaba de aquellos santos antiguos que fueron vuestros siervos y vuestros profetas. ¿Y qué es lo que hacía con burlarme de ellos, sino daros motivo de que os burlarais de mí, pues vine poco a poco a dar insensiblemente en aquellas extravagancias y desvarios de creer que cuando los higos se arrancaban del árbol, ellos y la higuera, que era su madre, lloraban de sentimiento (28) lágrimas de leche? Pero que si algún santo de los maniqueos (29) comía aquel higo arrancado (suponiendo que él no hubiese cometido el delito de arrancarle, sino que le hubiese cortado o arrancado otro), y por medio de la digestión le mezclaba (30) con su propia sustancia, después, gimiendo y sollozando en su oración, despedía en el aliento y exhalaba de aquel higo no solo ángeles, sino también partículas del Dios sumo y verdadero, las cuales hubiesen estado siempre atadas a aquel higo si no se hubieran disuelto por los dientes y estomago de aquel varón santo y escogido.

Y yo, infeliz y miserable, creía que mayor misericordia debíamos usar con los frutos de la tierra que con los hombres para quienes se producían. Porque si alguno que estaba necesitado de alimentos los pedía, sería como condenar a muerte aquel fruto, si se le daba a alguno que no fuese maniqueo.

(28) Entre los innumerables desvarios de la doctrina de los maniqueos era uno el atribuir a las plantas vida sensitiva; y que así no se podía cortar o arrancar fruto, rama u hoja de algún árbol o planta sin que se les causase algún dolor o sentimiento, y que tampoco era lícito el arrancar las espinas o hierbas malas de una heredad, por lo cual abominaban la agricultura, con ser la más inocente de las artes, porque era rea de muchos homicidios y hacia muchas muertes. San Agustín en el libro De Haeresib., haer. 46.
(29) Se distinguían en dos clases los maniqueos: los unos se llamaban electos o santos, los otros auditores u oyentes. Los primeros eran aquellos que habían adelantado tanto en su locura, que pudieran ser ya maestros de ella y estaban firmes y constantes en su error. Los segundos eran los que, no hallándose todavía instruidos en aquella doctrina, estaban como vacilantes y dudosos en ella, y eran discípulos u oyentes de los otros, y como catecúmenos de aquella secta: en esta clase y orden estuvo San Agustín, sin haber pasado nunca a la otra clase de los efectos.
(30) Habiéndose mezclado entre sí el bien y el mal en aquella batalla que tuvieron, decían que era necesario limpiar y purificar el bien separándole del mal, con quien estaba mezclado. Y esta purificación y separación fingían ellos que se hacia de diversos modos: 1.º Por la virtud divina en todo el mundo y sus elementos. 2.º Por los ángeles de luz se purificaba la sustancia del bien que estaba mezclada y como atada en la sustancia del mal en los demonios. 3.º Por los electos, que comiendo, libertaban una parte de la sustancia buena y divina que estaba mezclada con la mala, y como atada a los manjares y bebidas, las cuales partículas de la sustancia divina, mediante la masticación y digestión hecha en el estomago del electo, se libertaban y desataban, y ellos exhalaban o respiraban aquellas partículas, que unas eran ángeles y otras eran almas. 4.º Esta purificación del bien no la podían hacer sino los electos. 5.º A los auditores u oyentes se les perdonaban aquellas muertes (que precisamente habían de hacer en las plantas, siendo labradores), porque daban de comer a los electos, que purificaban la divina sustancia. Y así los electos ni labraban los campos ni cogían los frutos, sino que era la obligación de los oyentes el traerles todo lo necesario. 6.º Pero esta purificación no la hacían comiendo carnes, porque decían que cuando mataron a aquel animal, huía de la carne la divinidad que había antes en ella, fuera de que aquella carne muerta, decían, no era digna de purificarse en el estomago de los electos, los que también se abstenían de todo vino y mosto, porque era la hiel del príncipe de las tinieblas. 7.º Decían, por último, de sus delirios, que todo cuanto de divina sustancia se purificaba en todo el universo lo recogían y juntaban los ángeles y lo ponían en dos naves, que eran el Sol y la Luna, y lo llevaban al reino de Dios, a quien pertenecía.

Todos esos desatinos me ha parecido conveniente declararlos, porque sirven para entender mejor algunos lugares del Santo en esta obra; de los mismos y de muchos más trata el Santo en el libro que intitulo: De los errores de los maniqueos.



Capítulo XI: Llanto y sueno de Santa Mónica acerca de la conversión de su hijo Agustín


Agustin - Confesiones 305