Agustin - Confesiones 415

Capítulo X: Como la bondad de todas las criaturas es muy limitada y transitoria, e incapaz de dar quietud y descanso a los deseos del alma


415 Dios de las virtudes, convertidnos a Vos, mostradnos vuestro rostro, y seremos salvos. Porque a cualquier parte que se vuelva el corazón del hombre ha de tener que padecer dolores, si no es que se vuelva hacia Vos, aunque se abrace con las criaturas más hermosas que están fuera de Vos y fuera de él. Ellas no tuvieran ser alguno si no le hubieran recibido de Vos: ya nacen, ya mueren; nacen como que comienzan a ser, crecen para perfeccionarse y, después de perfectas, envejecen y acaban; pero no (38) todas las criaturas se envejecen, y todas se acaban. De modo que cuando nacen y caminan a ser, cuanto más aceleradamente crecen para lograr el lleno de su ser, tanta más prisa se dan para no ser. Éste es el modo propio de su ser y naturaleza. Solamente les habéis dado que sean partes de unas cosas, que no existen todas a un tiempo y de una vez, sino que faltando unas y sucediendo otras, forman el universo y el todo, de quien ellas son partes. Así se forman también nuestra conversación y plática cuando la tenemos boca a boca o de palabra, porque el todo de nuestra conversación nunca llegaría a tener su ser propio, si después que una palabra se pronuncio en cuanto a todas las silabas que la componen, no cesara y dejara de ser para que otra palabra le suceda.

Alabeos por estas cosas mi alma, Dios mío, Creador de todas ellas, pero no sea de modo que por los sentidos del cuerpo se quede con apego y algún amor a ellas. Porque van estas cosas caminando sin parar hacia el no ser y despedazan al alma con pestilentes deseos de existir siempre y descansar en las mismas cosas que ama. Pero en estas cosas transeúntes y sucesivas no tiene el alma en donde parar y descansar, porque ellas, como no paran, huyen; ¿y quién es capaz de seguirlas con los sentidos corporales ni de retenerlas aun cuando están más presentes?

Los sentidos del cuerpo son tardos y perezosos como les corresponde ser a unos sentidos corpóreos, y eso es modo y propiedad de su naturaleza. Son suficientes, hábiles y proporcionados para lo que fueron creados; pero no son suficientes para detener las cosas transitorias que van corriendo desde el principio que les corresponde hasta el fin que les está señalado. Porque en vuestra eterna palabra por quien fueron creados, están oyendo que se les manda y dice: Desde aquí comenzaréis, y llegaréis hasta allí.

(38) En las ediciones interiores a las del padre J. M. se lee de otro modo este pasaje, pues dice: Etenim omnia senescunt, et omnia intereunt; pero en la citada edición, que es conforme a los mss., se añade la negación: Et non omnia senescunt, et omnia intereunt. Seguimos esta lección, ya por ser mas conforme a los mss., ya porque nos parece mas absoluta y universalmente verdadera. La cual sentencia puede entenderse de dos modos: el uno es aplicando la negación a la primera parte de la sentencia, y no a la segunda, haciendo entonces este sentido: No todas las cosas se envejecen (porque muchas acaban antes de envejecerse), pero todas acaban. El otro es aplicando la negación a toda la sentencia, y entendiéndola de las criaturas espirituales, rompía. gr., de los ángeles y del alma racional, que no se envejecen ni acaban, y también de los cielos, aunque materiales y corpóreos.



Capítulo XI: Que todas las cosas creadas son mudables, y solo Dios es inmutable


416 No quieras, alma mía, hacerte vana siguiendo la vanidad, cuyo ruidoso tumulto hará ensordecer los oídos de tu corazón. Oye también al mismo Verbo eterno, que clama y te da voces para que vuelvas a él, donde está el lugar de tu quietud inalterable, en que nunca el amor se verá dejado ni despedido, si él mismo no deja y se despide primero. Atiende a la mudanza de todas las criaturas, que unas dejan de ser para que en su lugar sucedan otras, y así conste de todas sus partes sucesivamente este inferior universo. ¿Por ventura, dice el Verbo divino, yo me ausento y me mudo a alguna otra parte? Pues fija allí, alma mía, tu mansión y entrega allí cuanto tienes (pues de allí lo tienes), siquiera después de verte fatigada con tan repetidos engaños. Vuelve a dar a la Verdad todo cuanto posees, pues de ella lo has recibido, y así lo tendrás mas asegurado sin pérdida alguna; antes cobrara nuevos verdores y reflorecerá lo que esté seco y marchito, se curaran todas tus enfermedades y cuanto hayas perdido y disipado se reformara, se renovara y se volverá a unir estrechamente contigo; y en lugar de arrastrarte tras de sí todo lo caduco y hacerte bajar hacia la nada, adonde ello camina, todo será estable, firme y permanecerá contigo estando unida tu a Dios, que siempre permanece y eternamente es estable.

417 ¿Para qué, pervirtiendo el orden que debe haber entre el cuerpo y el espíritu, sigues tu a tu carne? Ella es la que convertida y reducida a buen orden te debe seguir a ti. Cuanto por medio de ella sientes y percibes, es una parte no mas, y estas aun ignorante del todo que se compone de estas partes; y no obstante eso, te deleitan. Si tus sentidos corporales estuvieran dispuestos y proporcionados para sentir y percibir el todo, si para que se contentasen con parte del universo no tuvieran tan tasados los limites que juntamente se les han señalado y puesto para tu pena y castigo, tú mismo quisieras que pasara lo que existe de presente, para recibir mayor complacencia con todas las cosas juntas. Porque con uno de los sentidos del cuerpo oyes lo que hablamos, y por cierto que no quieres tu que las silabas se paren y detengan, sino que pasen y vuelen, para que llegando las otras que se siguen puedas oírlas todas. Lo mismo sucede en todas aquellas cosas que son compuestas de partes que no existen todas a un tiempo, en las cuales mas deleitaría el todo, si fuera posible sentirle o percibirle de una vez, que cada parte de por sí. Pero muchísimo mejor que estas cosas es el que las hizo todas y este mismo es nuestro Dios, que no pasa ni se aparta, ni cosa alguna hay que le suceda.


Capítulo XII: Que no es malo el amar las criaturas, con tal que en ellas amemos a Dios


418 Si te agradan los cuerpos, toma de ellos motivo para alabar a Dios, y haz que el amor que les tienes, vuelva y llegue hasta su Creador; no sea que en las cosas que te agradan a ti le desagrades tú a Él.

Si te agradan las almas, amalas en Dios, porque aun ellas son mudables, y solo fijas en Él tienen firmeza y estabilidad, y de otra suerte faltarían y perecerían. Amalas, pues, en Él, y lleva contigo hacia Él cuantas pudieres, y diles: Amemos a este Señor, amemos a Éste, que hizo todas estas criaturas, y no está lejos de ellas. Porque no las hizo, y se fue, antes bien el mismo ser que les dio, le conservan estando ellas en Él.

Ve ahí donde Él esta, en el alma a quien gusta la verdad. Está en lo íntimo del corazón; pero nuestro corazón se ha extraviado y alejado de Él. Pues volved a entrar en vuestro corazón, prevaricadores, y unidos estrechamente a vuestro Creador. Permaneced en Él, y seréis permanentes. Descansad en Él, y gozaréis de un verdadero descanso.

¿Adónde vais por esos derrumbaderos escabrosos?, ¿adónde vais aparar? El bien que buscáis y amáis proviene de Él; pero ¿qué bondad hay comparada con la suya? Este bien es suave y dulce, pero justamente se volverá amargo, porque injustamente se aman dejando a Dios las criaturas que dimanan de Él.

¿Para qué insistir todavía en andar por caminos difíciles y penosos? No está el descanso en donde lo buscáis. Buscad lo que deseáis, pero sabed que no está donde lo buscáis. Buscáis la vida bienaventurada en la región de la muerte, y raro esta allí, porque ¿cómo es posible que haya vida bienaventurada donde siquiera no hay vida?

419 Bajo acá nosotros el que es nuestra misma vida y tomó sobre si nuestra muerte, y la mató con la superabundancia de su vida que esencialmente le es propia. A grandes voces clamó diciéndonos que dejando este destierro nos volvamos a Él, acompañándole hasta aquel inaccesible trono, desde donde vino a buscarnos, descendiendo primeramente al seno virginal de Maria Señora Nuestra, donde se desposo con la naturaleza humana, para que nuestra carne moral pudiese conseguir la inmortalidad; y de allí, como esposo que sale de su tálamo, se esforzó alegremente con ánimo gigante para correr su camino. No se retardo ni detuvo en su carrera, antes la corrió toda, clamando con sus palabras, con sus obras, con su vida, con su muerte, con su bajada al infierno y con su ascensión al cielo, que nos volvamos a Él. Y se aparto de nuestra vista para que volvamos sobre nosotros, entremos en nuestro corazón y le hallemos; pues aunque se fue, siempre está aquí con nosotros. No quiso estar largo tiempo con nosotros descubiertamente, pero no nos ha dejado. Volviose a aquella parte de donde nunca se retiro, pues desde allí creo el mundo, que fue hecho por Él, y en el mundo estaba, cuando vino al mundo a salvar a los pecadores, al cual bendice y confiesa mi alma, y Él la sana de los pecados con que le ha ofendido.

¿Hasta cuándo, hijos de los hombres, habéis de tener el corazón empedernido y pesado? ¿Es posible que aun después de haber dejado la vida a vosotros no queráis ascender y vivir con quien es la vida vuestra? Pero ¿adónde subís, cuando soberbios os levantáis para poner vuestras bocas en el cielo? Bajad para que subáis, y subid tanto que lleguéis a Dios, porque verdaderamente caísteis, subiendo contra Él.

Diles estas cosas, alma mía, para que lloren en este valle de lágrimas, y de este modo los lleves contigo a Dios: díselas movida de su divino Espíritu, ardiendo tu en el fuego de su amor y caridad.


Capítulo XIII: De donde nace el amor


420 Todas estas cosas las ignoraba yo entonces, y amaba estas hermosuras inferiores de acá abajo, y me iba a lo profundo, diciendo a mis amigos: "¿Amamos por ventura algún objeto a no ser que sea hermoso? Pero ¿qué es ser hermoso?, ¿y en qué consiste la hermosura?, ¿qué es lo que nos atrae y aficiona a las cosas que amamos? Porque si no hubiera en ellas gracia y hermosura, de ninguna manera nos moverían a su amor".

Yo advertía y veía en los mismos cuerpos que alguno de ellos era como un todo perfecto, y por eso era hermoso, y que otro, por tanto, era decente y agradable porque se acomodaba a alguna otra cosa, a la cual era muy apto y conveniente; como una parte del cuerpo es conveniente a su todo, y como el calzado al pie, y otras cosas a este modo. Esta consideración que broto en mi alma naciendo de lo íntimo de mi corazón me obligo a escribir los libros De lo Hermoso y De lo Conveniente, que me parece fueron dos o tres. Vos, Dios mío, lo sabéis, que yo no me acuerdo, porque ni los tengo ni sé cómo se me han perdido.


Capítulo XIV: Como dedico los libros De lo Hermoso y De lo Conveniente a Hierio, orador romano, y del motivo por que amaba a dicho Hierio


421 Pero ¿qué fue, oh mi Señor y mi Dios, qué fue lo que me movió a dedicar aquellos libros a Hierio, orador de la ciudad de Roma, a quien no conocía de vista, sino que le amaba por la fama de su doctrina, que era grande, y porque había oído algunos dichos suyos que me habían agradado? Y me agradaba mucho más porque agradaba a otros muchos que le alababan sobremanera, admirándose de que un hombre sirio de nación, después de haberse hecho docto en la elocuencia griega, hubiese salido tan admirable orador en la latina, además de su vastísima erudición en todas las materias concernientes al estudio de la sabiduría.

Si es alabado algún hombre, se le ama aunque esté ausente. ¿Por ventura aquel amor, saliendo de la boca del que alaba, se introduce al corazón del que oye la alabanza? No por cierto, sino que de un amante se enciende otro. De aquí nace ser amado el que es alabado, cuando se cree que las alabanzas no nacen de un corazón falaz y doloso, esto es, cuando le alaba quien le ama.

422 Así amaba yo entonces a los hombres, gobernándome por el juicio de los otros hombres: no por el vuestro, Dios mío, en el cual nadie se engaña. Pero ¿por qué este amor no era como el que se tiene al que en el circo se distingue en manejar y correr caballos, o al que en el anfiteatro sobresale en luchar con las fieras (39), siendo uno y otro famoso y celebrado por las aclamaciones del pueblo, sino que muy de otro modo, y mucho más seria y gravemente era alabado por mí y amado aquel orador, y del mismo modo que quisiera yo que me alabaran a mí? Pues es muy cierto que no quisiera yo ser alabado y amado como lo son los cómicos, aunque yo mismo los alababa y amaba; antes por el contrario, mas quisiera ser eternamente ignorado y desconocido, que ser famoso y celebrado de aquel modo, y antes eligiera ser aborrecido de todos que ser amado como ellos.

¿Dónde se distribuyen estos pesos que inclinan y llevan a tan varios y diferentes amores a una misma alma? ¿Qué viene a ser lo que yo amo en otro hombre, que por otra parte lo aborrezco en mí (que si no lo aborreciera, no lo detestaría y desecharía de mí), no obstante que el otro es hombre como yo? Mengua seria el decir que al modo que se ama un buen caballo, sin que el mismo que le ama quiera ser caballo, aunque pudiera, así se ame también al comediante, porque éste es hombre, y de nuestra misma especie.

Pues ¿cómo amo en el hombre lo que aborrezco yo ser, siendo yo también hombre? Insondable, profundo es el mismo hombre, cuyos cabellos tenéis Vos, Señor, contados, sin que uno tan solo se os escape; y si no es fácil contar sus cabellos, mucho menos las afecciones y movimientos de su corazón.

(39) De los tres más comunes géneros de diversiones o juegos públicos que tenían y usaban los romanos y que se comprenden en el nombre común y general de espectáculos, hace aquí mención San Agustín. Primero habla de los que corrían caballos, que se hacía en el circo, y por eso también se llamaban circenses estos juegos; luego nombra a los que peleaban con diferentes fieras, lo cual era en el que llamaban anfiteatro y, finalmente, a los histriones o representantes que hacían sus representaciones en el teatro. Todos estos sitios eran entre sí muy divertidos, así como los fines a que servían y los sujetos que en ellos se empleaban. Lo que hace mas al caso por ahora para mejor inteligencia del Santo es que todos ellos los ejecutaban personas viles e infames entre los romanos, porque los dos primeros los ejecutaban solamente los esclavos, los gladiadores y los reos condenados a muerte. El espectáculo del anfiteatro o lucha con las fieras se daba al pueblo romano -dice el padre J. M.- para acostumbrar y familiarizar con la sangre los ojos de los espectadores, y hacerlos así crueles y feroces, inspirando en los jóvenes una grande emulación y deseo de hacer otro tanto como aquellos que eran aplaudidos y alabados cuando triunfaban de aquellas fieras. Dice que eran todos infames entre los romanos, porque los histriones o representantes no lo eran entre los griegos, antes bien eran entre ellos muy distinguidos y honrados, porque representaban las acciones y hazañas (fingidas o verdaderas) de sus héroes y sus dioses; y como dice el mismo San Agustín, era sentencia de los griegos: Que si aquellos dioses debían ser adorados, aquellos hombres debían ser honrados. Si dii tales colendi sunt, profecto etiam tales homines honorandi sunt (Lib. II, De Civ. Dei, cap. XIII.).



423 Mas aquel orador era tal que yo le amaba, queriendo ser como él era, en lo que andaba perdido por mí soberbia y me dejaba llevar del viento de la vanagloria, mientras que Vos ocultisimamente me gobernabais sin conocerlo yo.

¿Y de donde sé y os confieso con tanta certidumbre que el amor que yo tenía a aquel hombre más se fundaba y nacía del amor que le tenían los que le elogiaban, que de las mismas prendas porque era celebrado? Porque si en lugar de elogiarle le hubieran vituperado aquellos mismos sujetos y refirieran aquellas mismas cosas con menosprecio y vilipendio suyo, no me hubieran movido ni excitado a amarle; no obstante que las cosas que se contaban de él eran las mismas y el sujeto también era el mismo, y solo hubiera sido diferente el afecto de los que las referían.

Mirad, Señor, en lo que viene a caer un alma vacilante que todavía no está firme en el sólido cimiento de la verdad. Según soplaren los aires de las lenguas, afectos y opiniones de los hombres, así ella es llevada y traída, arrojada y rechazada, oscureciéndosele de tal suerte la luz, que no se ve la verdad, siendo así que la tenemos presente y delante de nosotros.

Para mí era una gran cosa que un hombre como aquél llegase a tener noticia de aquellos libros y de mis ocupaciones y estudios. Y si él los diera por buenos y los aprobara, me encendería mucho más en su amor; como al contrario si los reprobara, sería una herida mortal para un corazón tan vano como el mío y tan falto de aquella solidez que no se halla sino en Vos.

Entretanto yo me deleitaba en repasar dentro de mi alma aquellos tratados de lo Hermoso y Conveniente, que le había dedicado y remitido, y teniéndolos muy presentes en mi memoria para contemplarlos, los admiraba a mis solas sin que ninguno me acompañase a alabarlos.


Capítulo XV: Por estar oscurecido su entendimiento con las ideas o imaginaciones corpóreas, no podía alcanzar a conocer las criaturas espirituales


424 Mas como yo, ¡oh Dios mío todopoderoso!, único autor de todas las maravillas, como yo no veía aun en el arte de vuestra sabiduría el principio y fundamento de todo aquel grande asunto, iba corriendo mí ánimo las formas corpóreas y definía lo Hermoso, distinguiéndolo de lo Conveniente, diciendo: Que aquello era lo que por sí mismo agradaba; y estotro era lo que solamente agradaba por el respeto que tenía a alguna otra cosa, lo cual confirmaba con varios ejemplos tomados de cosas corporales. Pasé de aquí a considerar la naturaleza de nuestra alma; pero la falsa opinión de que estaba preocupado acerca de las criaturas y cosas espirituales no me dejaba conocer claramente la verdad. Veniaseme a los ojos con bastante ímpetu la fuerza de la verdad; y yo apartaba mí vacilante pensamiento de todo lo incorpóreo, empleándole en considerar lineamientos, colores y cosas corpulentas y abultadas. Y no pudiendo hallar en mi alma semejantes cosas, me parecía que no me era posible ver ni conocer a mi alma.

Y como yo amase en la virtud la paz y aborreciese en el vicio la discordia, notaba en aquélla una especie de unidad, y en estotro una cierta división. Y en aquella unidad me parecía que consistía el alma racional y la naturaleza de la verdad y la del sumo bien. Y en esta división pensaba yo, desventurado de mí, que consistía no sé qué sustancia de vida irracional, y la naturaleza del sumo mal, que no solamente era sustancia, sino también verdadera vida, pero no creada por

Vos, Dios mío, que habéis creado todas las cosas. A la primera la llamaba unidad, como que era un solo espíritu sin distinción de sexo; y a la segunda la llamaba cualidad, porque la subdividía en ira e intemperancia, atribuyendo a aquélla los delitos y a estotra los vicios, sin saber en esto lo que me hablaba. Porque ni sabía ni había llegado a comprender que el mal no es sustancia alguna, ni nuestra alma puede ser el bien sumo e inconmutable.

425 Así, pues, como es cierto que el cometerse unos delitos proviene de que el principio de los movimientos del alma está viciado y prorrumpe en sus acciones sin guardar orden ni moderación, y que otros delitos provienen de la inmoderada inclinación a los deleites sensuales, así también, estando viciada la parte superior y racional del hombre, suceden los errores y falsas opiniones, que afean y manchan lo mejor y más puro de su vida; y de este modo se hallaba entonces mí entendimiento, ignorando yo que mi alma tenía necesidad de ser ilustrada por otra luz superior para ser participante de la verdad, y que ella por sí misma no era la naturaleza de la verdad. Vos, Señor mío y mi Dios, sois esta luz que ilustrara mí entendimiento, y con vuestra luz se desharán sus tinieblas, pues nada tenemos sino lo que hemos recibido y participado de vuestra plenitud. Vos sois la verdadera luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, porque ni en Vos puede haber la más leve mutación ni la más instantánea oscuridad.

426 Entretanto yo me esforzaba por llegar a Vos; mas como Vos resistís a los soberbios, era repelido de Vos para que solo percibiese las amarguras de lo que causaba mí muerte.

Porque, a la verdad, ¿qué mayor soberbia que atreverme a decir con extremada locura que yo era naturalmente lo mismo que Vos sois? Yo me conocía mudable; tanto, que deseando ser sabio, deseaba mudarme de malo en bueno; y no obstante, más quería que a Vos os tuviesen por mudable, que el que a mí me juzgasen de otra naturaleza que la que Vos tenéis.

Por eso era repelido de Vos, que resistíais al vano orgullo y engreimiento mío; me ocupaba en imaginarlo todo con formas corpóreas; y no obstante ser yo de carne, reprendía y acusaba a la carne, y mí espíritu, que andaba vagueando, no acertaba a volverse a Vos, antes iba extraviándose mas y mas hacia las cosas que ni tienen ser en Vos, ni en mí, ni en cuerpo alguno, y que bien lejos de ser obras que producía vuestra verdad, eran fingidas por mí vana imaginación, a semejanza de las que veía en otros cuerpos.

Como ignorante y hablador que era, decía a vuestros pequeñuelos fieles y convecinos míos, de cuya virtud y fe estaba yo muy lejos: ¿En qué consiste que yerre un alma que ha creado Dios? Y no quería que a esto se me replicase diciendo: Y Dios, ¿cómo puede errar? Mas quería confesar que vuestra sustancia inconmutable erraba violentada, que el que la mía, siendo mudable, errase voluntariamente, confesando que erraba en pena y castigo suyo.

427 Tendría yo veintiséis o veintisiete años de edad cuando escribí aquellos libros, revolviendo en mí imaginación las ideas y fantasmas corporales que no cesaban de hacer ruido a los oídos de mi corazón, los que yo procuraba aplicar, ¡oh Verdad dulcísima!, y tener atentos al sonido de vuestra interior melodía, meditando en lo Hermoso y en lo Conveniente, pero deseando permanecer en esta atención para oírlos y alegrarme mucho por escuchar la voz del Esposo, no podía conseguirlo, porque las voces de mí error arrebataban hacia afuera, y con el peso de mí soberbia caía hacia lo más bajo. Porque Vos, Señor, no dabais a mí oído gozo ni alegría, ni se alegraban mis huesos, porque no eran humillados.


Capítulo XVI: Como entendió por sí mismo las categorías o predicamentos de Aristóteles, y los libros de las artes liberales


428 ¿Y de qué me servía que teniendo veinte años no cabales y viniendo a mis manos aquella obra de Aristóteles intitulada Las diez categorías o predicamentos (obra que el maestro de retorica que yo tuve en Cartago, y otros tenidos por doctos, citaban y alegraban con un tono enfático y misterioso, haciéndome con esto suspirar por dicha obra, como por una cosa muy excelente y divina), la leí yo a mis solas y la entendí perfectamente por mí mismo? Y habiendo conferenciado con otros, que apenas habían podido entender dichas categorías, como ellos confesaban, no obstante que se las habían explicado maestros muy eruditos, ya de palabra, ya por medio de muchas figuras y descripciones que para explicárselas hacían en la arena, nada me pudieron añadir de nuevo sobre lo que yo por mí mismo había comprendido solamente con leerlas.

Y a la verdad, me parecieron bastante claras dichas categorías, que se reducen a tratar de las sustancias, como es el hombre, y de las cosas que en ellas se contienen, como es la figura del hombre, qué cualidades tenga, cuanta sea su estatura y cuantos pies tenga de alto, cual sea su linaje y de quién sea hermano, en qué lugar esté, cuando nació, si está en pie o sentado, si calzado o armado, si hace algo o si padece, y generalmente todo lo que se comprende en estos nueve géneros o predicamentos de lo que he puesto algunas cosas por modo de ejemplo, y también en el primer género de la sustancia, donde son innumerables las cosas que se contienen.

429 Pues ¿de qué me aprovechaba esto, cuando verdaderamente me dañaba? Porque juzgando yo que todo cuanto existe y tiene ser debía estar comprendido necesariamente en aquellos diez predicamentos, también a Vos, Dios mío, que sois infinitamente simplicísimo e inconmutable, os quería comprender en ellos y procuraba entenderos de tal modo, como si fuerais Vos el sujeto en que se sustentaba vuestra grandeza y vuestra hermosura, y éstas estuviesen en Vos como en sujeto, al modo que están en el cuerpo, siendo Vos mismo vuestra grandeza y vuestra hermosura; lo que no sucede en el cuerpo, que no es grande ni hermoso en cuanto es cuerpo, pues aunque fuera menos grande y menos hermoso, no por eso dejaría de ser cuerpo.

Así lo que yo imaginaba de Vos, todo era falsedad: ficciones eran de mí miseria, no verdades solidas y correspondientes a vuestra suma felicidad. Se vio cumplido en mí lo que Vos habíais mandado, diciendo que la tierra produjese para mí cardos y espinas, y que no pudiese llegar a recibir y tomar mí propio sustento sino a costa de sudor y trabajo.

430 ¿Y de qué me servía tampoco que leyese y entendiese por mí mismo, y sin necesitar de maestro que me los explicasen, todos los libros de las artes que llaman liberales, cuantos pude haber a las manos, si me hallaba entonces delincuente esclavo de mis desordenados apetitos, y aunque me deleitaba en aquellos libros, ignoraba de donde provenía todo lo que tenían de verdadero y cierto? Porque yo tenía las espaldas vueltas a la luz y el rostro a las cosas donde la misma luz reverberaba, y así mí rostro, que miraba los objetos iluminados, se quedaba sin ser iluminado él mismo.

Bien sabéis, Señor, Dios mío, que sin dificultad y sin que hombre alguno me enseñase, entendí cuanto andaba escrito de retorica, de lógica, de geometría, de música y aritmética, porque la prontitud en el entender y la agudeza en el discernir son dadiva especial vuestra, aunque yo no os ofrecía por ello sacrificio de alabanzas. Y así no me servía de mí ingenio tanto para mí provecho como para mí daño, pues queriendo tener a mí disposición tan buena porción de las riquezas de mi alma y usar de ellas a mí arbitrio, no refería ni ordenaba a Vos aquel talento y fortaleza mía: antes apartándome de Vos, me fui, como el hijo prodigo, a una remota región a malgastar aquella hacienda mía en tan indignos empleos como me han dictado mis pasiones y apetitos. Porque ¿de qué me servía una cosa tan buena como los talentos que Vos me habíais dado, si yo no usaba bien de ella? Ni yo creía que aquellas artes y ciencias las aprendiesen otros con mucha dificultad, no obstante ser ingeniosos y aplicados, hasta que intenté explicárselas, y entonces conocí que el mas hábil y excelente en ellas era el que menos tardaba en entenderme cuando las explicaba.

431 Mas ¿de qué me servía todo esto cuando yo juzgaba que Vos, Señor, Dios mío y verdad eterna, eráis un cuerpo luminoso o infinito, y que yo era un pedazo de aquel cuerpo? ¡Extraña perversidad! Pero así era yo. No me avergüenzo, Dios mío, de confesar las misericordias que habéis obrado en mí, y de alabaros por ellas, pues no me avergoncé entonces de publicar a los hombres mis blasfemias y de ladrar contra Vos.

Pues ¿de qué me aprovechaba entonces un ingenio tan pronto para todas aquellas ciencias, y haber explicado tantos libros, y tan enredosos y dificultosos, sin que ningún hombre me enseñase a mí, ni me ayudase a entenderlos y explicarlos, si en la doctrina de la piedad y religión erraba tan feamente y con tan sacrílega torpeza? ¿O qué daño era para vuestros pequeñuelos su ingenio mucho mas tardo, una vez que no se apartaban lejos de Vos, para que en el nido de vuestra iglesia estuviesen seguros hasta echar plumas y criar alas de caridad con el alimento de la sana doctrina de la fe?

¡Oh Dios y Señor nuestro, esperemos en el abrigo y protección de vuestras alas, defendednos con ellas y sobrellevadnos! Vos llevaréis a los pequeñuelos y los sustentaréis sobre vuestras alas toda su vida hasta la vejez. Porque cuando Vos sois nuestra firmeza, entonces es firmeza verdadera, y estamos verdaderamente firmes; pero cuando solo hay firmeza nuestra, es enfermedad y flaqueza. Todo nuestro bien está en Vos siempre, y por eso el habernos apartado de Vos es habernos pervertido. Pues volvamos ya, Señor, a Vos, para que no nos acabemos de perder; vive en Vos sin defecto alguno todo nuestro bien, que sois Vos mismo, y no tememos que nos falte lugar a donde volver, por haber caído de él nosotros, pues con nuestra caída no se arruino nuestra casa, que es vuestra eternidad misma.

LIBRO V

500 Habla del año 29 de su edad, en el cual, enseñando él retorica en Cartago y habiendo conocido la ignorancia de Fausto, que era obispo, el más célebre de los maniqueos, comenzó a desviarse de ellos. Después, en Roma fue castigado con una grave enfermedad: interrumpido por eso en la enseñanza de la retorica, paso después a enseñarla a Milán, donde por la humanidad y sermones de San Ambrosio fue poco a poco formando menor concepto de la doctrina católica

Capítulo 1: Excita a su espíritu para que alabe a Dios


501 Recibid, Señor, el sacrificio de mis Confesiones que os ofrece mí lengua, que Vos mismo habéis formado y movido para que confiese y bendiga vuestro santo nombre. Sanad todas las potencias y fuerzas de mi alma y cuerpo, para que digan y clamen: Señor, ¿quién hay semejante a Vos? Porque el que os refiere y confiesa lo que pasa en su interior, no os dice cosa alguna que no sepáis, pues por muy cerrado que esté el corazón humano, no impide que le penetren vuestros ojos; ni la dureza de los hombres puede resistir la fuerza de vuestra mano, antes bien cuando queréis, ya usando de misericordia, ya de justicia, deshacéis enteramente su dureza, ni hay criatura alguna que se esconda de vuestro calor.

Pues alabeos mi alma, Señor, de modo que os ame, y confiese a Vos vuestras misericordias, de modo que os alabe. Todas vuestras criaturas no cesan de tributaros alabanzas; los animales y demás criaturas corpóreas, ya que no os pueden alabar inmediatamente por sí mismas, os alaban por boca de los que las conocen y contemplan como hechuras vuestras, sirviendo ellas de escalones para que nuestra alma suba a descansar en Vos, estribando en estas cosas que hicisteis, para llegar a Vos, que sois el que las hizo maravillosamente, en quien tienen su seguro descanso, su propio sustento y su verdadera fortaleza.


Capítulo 1I: Que los pecadores no pueden huir de la presencia de Dios, y que debieran convertirse a Él


502 Por más que los hombres inicuos y perversos pretendan retirarse y huir de Vos, no pueden evitar que los vean vuestros ojos, que penetran y distinguen las más oscuras sombras. Aunque los pecadores sean feos en sí mismos, hacen que resalte más la hermosura de todo el universo. Pero ¿en qué pueden haceros daño, o en qué pueden menoscabar la pureza de vuestro imperio, que desde los altos cielos a los profundos abismos es justo y perfectísimo? ¿Y adonde se fueron cuando huyeron de vuestra presencia?, ¿adónde podrán irse que Vos no los halléis? Pero huyeron por no veros a Vos, que los estáis viendo a ellos, y ciegos vienen a tropezar con Vos, pues nunca perdéis de vista ni desamparáis cosa alguna de cuantas habéis creado. En Vos, Señor, vienen a tropezar los injustos para ser justamente castigados, habiendo huido de vuestra misericordia, tropezando en vuestra rectitud y cayendo en los rigores de vuestra justicia. No parece sino que ignoran que estáis en todas partes, por lo mismo que ningún lugar os puede cercar ni comprender, y que solo Vos estáis siempre presente aun a aquellos que se apartan muy lejos de Vos.

Conviértanse, pues, y vuelvan a buscaros, pues si ellos dejaron a su Creador, Vos no desamparáis a vuestras criaturas. Conque ellos se conviertan a Vos y vuelvan a buscaros, ya estáis dentro de su corazón, si se confiesan a Vos y se arrojan en vuestros brazos, y lloran en vuestro seno sus extravíos que les han sido tan trabajosos, Vos suavemente les enjugáis sus lágrimas, y esto hace que las derramen mas copiosas, y que tengan gusto en derramarlas, porque Vos, Señor, y no ninguno de los hombres que son de carne y sangre, sino Vos mismo, que sois Creador y Redentor, los reparáis y consoláis.

Pues ¿dónde estaba yo cuando os buscaba? Os tenía delante de mí y, habiéndome apartado de mí mismo y estando lejos y fuera de mí, a mí mismo no me hallaba, y mucho menos a Vos.



Agustin - Confesiones 415