Agustin - Confesiones 711

Capítulo VII: De las graves penas que le causaba a Agustín el averiguar la causa y principio del mal


711 Ya Vos, Señor, me habíais librado de aquellas cadenas, cuando me ocupaba en buscar el origen del mal y no hallaba salida a mis dificultades. Pero no permitíais Vos que por mas olas de varios pensamientos que me combatiesen, fuesen poderosas para apartarme de aquella fe con que creía vuestra existencia, y que sois una sustancia inconmutable; creía la providencia con que tenéis cuidado de los hombres y los juzgáis, y que en Jesucristo vuestro Hijo y Señor nuestro, y en las Santas Escrituras, que aprueba y recomienda la autoridad de vuestra Iglesia católica, habíais dispuesto a los hombres el camino de la salud por donde han de llegar a conseguir aquella vida dichosa que ha de haber después de nuestra muerte.

Salvas estas verdades y fijadas en mi alma inalterablemente, buscaba con ansia cual sea el principio y origen que tiene el mal. ¡Y qué tormentos y dolores como de parto sufrió mi corazón para salir de esta duda, y qué gemidos le costó, Dios mío! Vos lo estabais oyendo sin saberlo yo. Cuando en el mayor silencio buscaba esta causa del mal con más fino ahincó, aquel silencioso tormento que deshacía mi corazón era una voz muy grande que llegaba a vuestra misericordia. Solo Vos, y no hombre alguno, sabíais lo que yo estaba padeciendo. Porque de estas ansias mías, ¿cuánto era lo que por mí boca venía a descubrirse a mis amigos mas íntimos y familiares? ¿Por ventura llegaba a sus oídos todo aquel gran tumulto de mi alma, para cuya explicación no había tiempo ni lengua que bastase? Pero todo llegaba a vuestros oídos, y lo que gimiendo bramaba mi corazón, y todos mis deseos os eran muy patentes, pero la luz que había de aclarar mis ojos me faltaba, porque ella estaba dentro de mi alma y no andaba por fuera. Ni ella ocupa algún lugar; y yo la buscaba entre aquellas cosas que le ocupan, y así no hallaba lugar alguno para mí descanso; ni estas cosas corpóreas me detenían tanto, que pudiese decir: Estoy bien, esto me basta, ni dejaban que me apartase de ellas para volver adonde me fuese bastantemente bien. Porque yo era superior a todas estas cosas, aunque inferior a Vos, y solo Vos pudierais ser mí verdadero gozo, si yo estuviera sujeto y subordinado a Vos, que las cosas inferiores que criasteis, las sujetasteis a mí. Y éste era aquel igual y bien regalado temperamento que yo había de haber tenido en mis acciones y la región media que convenía a mí salud para permanecer como hecho a imagen vuestra, por manera que perseverando en serviros y obedeceros a Vos, dominase yo a mí cuerpo y él me obedeciese a mí. Pero en castigo del pecado con que me sublevé contra Vos soberbiamente y os hice guerra, corriendo contra mí legitimo Señor, escudado solamente de mí orgullo y osadia, todas las criaturas que me eran inferiores se habían levantado también contra mí y se habían puesto sobre mí, oprimiéndome tan fuerte y pesadamente, que por parte ninguna me permitían algún desahogo, ni tomar aliento. Si abría los ojos, no descubría por todas partes sino esas mismas criaturas, que amontonadas y de tropel se entraban por mis ojos; si me ponía a examinar y pensar lo que había visto, no se me presentaban a la imaginación y al pensamiento sino imágenes corpóreas; y si quería retirarme y apartarme de ellas, se me volvían a poner delante, como si me dijeran: ¿Adonde piensas ir, indigno y sucio?

Estos sentimientos provenían de mis llagas, con las cuales Vos quisisteis humillar al soberbio, poniéndole como a un hombre todo llagado; creciendo la hinchazón de mí soberbia, me separaba de Vos, y llego la inflamación a apoderarse tanto de mí rostro, que ya me tenía con los ojos cerrados.


Capítulo VIII: Como la divina Misericordia socorrió entre estas ansias a Agustín


712 Pero aunque Vos, Señor, eternamente permanecéis, vuestro enojo no permanece eternamente contra nosotros, pues tuvisteis compasión de mí, que soy tierra y ceniza y fue del agrado vuestro el reformar mis deformaciones, y así, con interiores estímulos me inquietabais para que no sosegase hasta tener conocimiento de Vos, por medio de la vista de mi alma. Se iba disminuyendo mi hinchazón, con el medicamento que ocultamente me aplicaba vuestra divina mano; y la turbada y oscurecida vista de mi alma se iba aclarando y sanando de día en día con el fuerte colirio de los saludables dolores que interiormente pasaba.


Capítulo 1X: Como en los libros platónicos hallo Agustín establecida la divinidad del Verbo eterno, pero no hallo cosa alguna de lo perteneciente a su encarnación


713 Primeramente queriendo Vos hacerme conocer cuánto resistís a los soberbios, y cuan segura tienen vuestra gracia los humildes, y con cuanta misericordia mostrasteis a los hombres el camino de la humildad, pues se hizo hombre vuestro divino Verbo y habito entre los hombres, dispusisteis que por medio de un hombre lleno de una soberbia intolerable viniesen a mis manos (66) unos libros de los platónicos, traducidos de la lengua griega a la latina.

En estos libros hallé (no con las mismas palabras con que yo lo refiero, pero si las mismas cosas y sentencias puntualísimamente) apoyado con muchas pruebas y gran multitud de razones, que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y Dios era el Verbo: Éste estaba desde el principio con Dios. Que todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él nada se hizo. Lo que se hizo en Él es vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. Que aunque el alma del hombre dé testimonio de la luz, no obstante, ella misma no es la luz, sino que el Verbo de Dios, que es Dios, es la verdadera luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Y que Él estaba en este mundo y el mundo fue hecho por Él, y el mundo no le conoció.

Pero que Él vino a los suyos, y los suyos no le recibieron, y que a todos los que creyendo en su nombre le recibieron, les concedió la potestad de hacerse hijos de Dios; esto no lo leí ni encontré en aquellos libros.

Leí también allí que Dios Verbo no nació de la carne ni de la sangre, ni por voluntad de varón ni voluntad de la carne, sino que nació de Dios. Pero que el Verbo se hizo carne y que habito entre nosotros no lo leí allí.

(66) Estos libros vinieron a sus manos en el año 385, de los cuales dice después que estaban traducidos por Victorino, célebre profesor de Roma. En otra parte dice que estos libros le trocaron enteramente, y que eran como preciosos bálsamos de la Arabia, de los cuales cayendo algunas gotas sobre las centellas que tenía él en el corazón, acabaron de encenderle y abrasarle.

Antepuso San Agustín los platónicos a los demás filósofos, porque disputando de la Santísima Trinidad, y especialmente del Verbo divino, no se apartaron mucho de la verdad cristiana, como el Santo dice en el libro X de La Ciudad de Dios, capítulos 1 y 19; añadiendo que, mudando solamente algunas cosas, fácilmente se podían concordar con las verdades cristianas.



714 Hallé también esparcido por aquellos libros, dicho de varios modos y repetidas veces, que teniendo el Hijo la misma forma del Padre, nada le usurpa en juzgarse igual a Dios, porque naturalmente lo es. Pero que se anonado a sí mismo, tomando la forma de siervo hecho semejante a los hombres, y fue reputado y tenido por hombre que se humillo a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, y que por todo esto Dios le resucito de entre los muertos, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se arrodillen todas las criaturas en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre; esto no se contenía en aquellos libros.

También se dice allí que antes de todos los tiempos, y sobre todos los tiempos, es y permanece inconmutablemente vuestro unigénito Hijo, coeterno a Vos, y que de su plenitud reciben las almas lo que las hace bienaventuradas, y también que participando de aquella infinita sabiduría que en sí misma es permanente y eterna, se renuevan ellas y se hacen sabias. Mas que padeció Él muerte temporal por los pecadores, y que no perdonasteis a vuestro Hijo único, sino que le entregasteis a la muerte por todos nosotros, no se refiere allí. Porque estos misterios de la humildad de Jesucristo los escondisteis y ocultasteis a los sabios, y los revelasteis y descubristeis a los pequeñuelos, para que los que padecen trabajos y se ven agobiados con pesadas cargas, vengan a buscar a Jesús, y él los alivie y conforte, porque es manso y humilde de corazón. Así, a los que imitan su blandura y mansedumbre, los guía a la justicia y santidad, y les enseña a seguir los caminos que él anduvo; y viendo con ojos compasivos nuestra humildad, nuestros trabajos y fatigas, nos perdona todos nuestros pecados. Pero aquellos que, soberbios y engreídos por parecerles que poseen la mas sublime doctrina, no atienden al Maestro que les dice: Aprended de Mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas; aunque conocen a Dios, no le glorifican como corresponde a Dios, ni le dan gracias, sino que se desvanecen con sus propios pensamientos y su necio corazón se cubre de tinieblas; por manera que diciendo ellos que son sabios, se hacen conocidamente fatuos.

715 Encontré allí también que la gloria debida solamente a Dios incorruptible estaba trasladada y atribuida a los ídolos y vanos simulacros, hechos a semejanza del hombre corruptible, y de aves, de cuadrúpedos y de serpientes. Esto era puntualmente apetecer aquel manjar de Egipto por el cual dejo y perdió Esaú su mayorazgo, es decir, que aquel pueblo que habíais escogido y privilegiado como a primogénito, teniendo su corazón y voluntad puestos en las cosas de Egipto, honro en lugar de Vos y dio adoración y culto a la cabeza de un animal cuadrúpedo, abatiendo su alma, que es imagen vuestra, delante de la imagen y figura de un becerro que se apacienta de hierba.

Este manjar (67) de idolatría hallé en aquellos libros, pero no quise alimentarme de él. Porque Vos, Señor, fuisteis servido de quitar el oprobio de Jacob, haciendo que el hermano que era mayor sirviese al menor; y también llamasteis a los gentiles para que fuesen vuestro pueblo y heredad, como antes los judíos. Y como yo era de los gentiles que Vos habíais llamado y habían venido al conocimiento vuestro, en aquella leyenda no hice más que coger (68) el oro que Vos mandasteis a vuestro pueblo quitar a los de Egipto, porque aquel otro en cualquiera parte que estuviera, siempre era vuestro. Que también dijisteis a los atenienses, por boca de vuestro Apóstol, que en Vos vivimos, nos movemos y existimos, como ya lo habían dicho antes algunos de sus sabios; y los libros de que hablo también eran de allí (69). Pero al leerlos yo, no hice caso ni puse mí atención en los ídolos de los egipcios, a cuyo culto hacían servir aquellos autores el oro que es tan vuestro, dando a la mentira de un simulacro la adoración debida al Dios verdadero, y adorando y sirviendo a la criatura en lugar del Creador.

(67) Con esta alegoría explica la doctrina de los platónicos acerca de la multitud de dioses, en lo cual, como Esaú, vendieron y perdieron la primogenitura o primacía de la sabiduría, imitando a los israelitas, que dieron adoración a un becerro. Pues este manjar es el que dice que no quiso comerlo, sino que lo desecho. Véase el libro 8 de La Ciudad de Dios, capítulos 12 y 18, y en el libro 10, el capítulo I.
(68) Quiere decir que se dedico a coger de los libros de los filósofos lo que tenían de bueno y provechoso para convencer su espíritu, y hacer que adelantase más y más en el conocimiento de Dios y de la verdad.
(69) Eran de allí, esto es, de la Grecia.



Capítulo X: Como las verdades divinas se le iban ya descubriendo mas claramente


716 Todo esto sirvió de amonestarme que volviese hacia mí mis reflexiones y pensamientos, y guiándome Vos, entré hasta lo mas íntimo de mi alma; y pude hacerlo así porque Vos os dignasteis darme auxilio y favor. Entré y con los ojos de mi alma (tales cuales son) vi sobre mí entendimiento y sobre mi alma misma una luz inconmutable; no ésta vulgar y visible a todos los ojos corporales ni semejante a ella, o que siendo de su misma especie y naturaleza, se distinguiese en ser mayor, como sucedería si esta luz corporal fuese aumentando mas y mas su claridad y resplandor, y extendiéndose tanto, que ocupase con su grandeza el universo. No era así aquella luz de este género, sino otra cosa muy distinta y superior infinitamente a todo lo que vemos. Ni tampoco estaba sobre mí entendimiento, al modo que el aceite esta sobre el agua o el cielo sobre la tierra, sino que estaba superior a mí, como el Creador respecto a sus criaturas, porque ella misma es la que me creo, y yo estaba debajo, como que soy hechura suya. El que conoce la verdad, conoce esta soberana luz; y el que la conoce, conoce la eternidad. La caridad es quien la conoce.

¡Oh, eterna Verdad, y verdadera caridad, y amada eternidad! Vos sois, Dios mío, por quien de día y de noche suspiro. Desde el primer momento en que os conocí, me elevasteis a que conociese con vuestra luz que había infinito que ver y que yo todavía no estaba capaz de verlo. Y fueron tan claros y activos los rayos de la luz con que iluminasteis mi alma, que deslumbrada la flaqueza de mí vista, no pudo resistir la vehemencia de luz tan excesiva: todo me estremecí de amor y espanto; hallé que estaba yo muy lejos de Vos y muy desemejante, y como que oía vuestra voz allá desde lo alto, que me decía: Yo soy manjar de los que son ya grandes y robustos: crece, y entonces te serviré de alimento. Pero no me mudaras en tu sustancia propia, como le sucede al manjar de que se alimenta tu cuerpo, sino al contrario, tu te mudaras en mí. Entonces eché de ver que para mí enseñanza y en pena de mí maldad habíais dejado que mi alma se disipase y consumiese inútilmente como la araña, y hablando conmigo mismo dije: ¿juzgaras ya por ventura que la verdad es nada y que no tiene existencia porque no está esparcida ni se difunde por lugares y espacios finitos ni infinitos? Y Vos, Señor, como desde muy lejos disteis una voz, diciendo: Antes bien al contrario. Yo soy el que existo. Habiendo oído esto, como se suelen oír en el alma las hablas interiores, quedé certificado sin tener de qué dudar, de modo que primero dudaria si yo estaba vivo, que dudase de la existencia de aquella verdad que se ve y conoce por las criaturas.


Capítulo XI: Como las criaturas en cierto modo son y no son


717 Y mirando todas las demás cosas que están debajo de Vos, vi que absolutamente no se pudiera afirmar, ni que de todo punto tenían ser, ni que de todo punto dejaban de tenerle. Que tienen ser verdadero porque Vos las habéis creado; que no lo tienen porque no tienen el ser que tenéis Vos, y solo existe y tiene ser, verdaderamente, lo que siempre permanece inconmutable. Así mí bien consiste en estar unido con mi Dios, pues sien Él no permanezco, menos podré permanecer en mí mismo. Pero Dios da nuevo ser a todas las cosas, permaneciendo él mismo sin novedad alguna; y como no tiene necesidad de mí ni de mis bienes, le reconozco por mi Señor y mi Dios.


Capítulo XII: Que todas las cosas que son o existen son buenas


718 También me hicisteis conocer, Señor, que todas las cosas que se corrompen son buenas, porque no pudieran corromperse si no tuvieran alguna bondad, ni tampoco pudieran si su bondad fuera suma, pues si fueran sumamente buenas, serian incorruptibles, y si no tuvieran alguna bondad no hubiera en ellas cosa alguna que se pudiera corromper.

Porque es certísimo que la corrupción causa algún daño, y si no disminuyera algún bien, no lo causaría. Luego o se ha de decir que la corrupción no causa daño alguno, lo cual es falso e imposible, o se ha de confesar que todas las cosas que se corrompen se privan de algún bien con la corrupción, lo cual es certísimo y evidente.

Y si se privaran enteramente de toda su bondad, absolutamente dejarían de ser, porque si todavía existieran sin bondad alguna, quedarían incapaces de ser corrompidas, y por consiguiente, mucho mejores que antes, pues permanecerían incorruptibles. ¿Y qué desatino mas monstruoso se puede imaginar que el decir que perdiendo aquellas cosas toda la bondad que tenían se habían hecho mejores de lo que antes eran? Conque es evidente que si se privaran enteramente de toda su bondad, absolutamente dejarían de ser: luego, mientras que tienen ser, tienen alguna bondad, y así es cierto que todas las cosas que son, son buenas. Lo cual prueba convincentemente que el mal, cuyo principio andaba yo buscando, no es alguna sustancia, porque si lo fuera, algún bien seria. Pues o había de ser una sustancia incorruptible, y esto era un bien muy grande, o sustancia corruptible, la cual, si no tuviera alguna bondad, no pudiera corromperse.

Así llegué a conocer claramente, y Vos me lo manifestasteis, que todas las cosas que Vos hicisteis son buenas, y que no hay sustancia alguna en todo el mundo que Vos no la hayáis creado. Y por lo mismo que no hicisteis todas las criaturas iguales en bondad, por eso mismo son todas y tienen su propio y distinto ser: cada una de por si tiene su particular bondad y, miradas todas juntas, son muy buenas, porque nuestro Dios y Señor hizo todas las cosas, no buenas solamente, sino en grado superlativo muy buenas.


Capítulo XIII: Como todas las criaturas dan alabanzas a Dios


719 Por tanto, Dios mío, no es posible algún mal que os perjudique a Vos ni os haga el más leve daño, ni tampoco hay mal alguno que lo sea respecto de todo el universo, porque fuera de él no hay cosa alguna que pueda introducirse a perturbarle o a destruir el orden que Vos habéis determinado y establecido en él. Es verdad que algunas de sus partes no son convenientes a algunas otras, y por eso se tienen por malas y nocivas, pero esas mismas son convenientes y provechosas a otras, y son verdaderamente buenas en sí mismas. Todas las criaturas que entre sí son opuestas y desconvenientes, convienen mucho a la parte inferior del universo, que llamamos tierra, la cual tiene también su cielo oscurecido con nubes y alborotado con vientos, y es lo que ha menester y le conviene.

Bien lejos me hallaba yo de decir como antes: mejor seria que no hubiese estas cosas, porque aun dado caso que solo viese en el mundo estas criaturas desconvenientes entre sí y contrarias, desearía, sí, que las hubiese mejores, pero aun por solas aquéllas debería en tal caso daros alabanzas, porque claramente muestran que merecéis ser alabado; hasta los dragones y serpientes de la tierra, y todos los abismos y profundidades del agua; el fuego, el granizo, la nieve, el hielo y los aires tempestuosos, que no hacen más que obedecer vuestro mandato; los montes y todos los collados; los arboles fructíferos y todos los cedros; los animales feroces y las reses mansas; los que andan arrastrando por la tierra y los que vuelan por los aires; los reyes de la tierra y todos los pueblos, los príncipes y todos los jueces de la tierra, los jóvenes y vírgenes, y los ancianos juntamente con los de poca edad, alaban y bendicen vuestro nombre.

Al ver que no solamente os alaban todas estas criaturas terrenas, sino también las del cielo, pues se ocupan en alabaros desde las alturas todos vuestros ángeles, todas las virtudes, el Sol y la Luna, todas las estrellas y la luz, los cielos de los cielos y las aguas que están sobre los cielos, todos, todos alaban vuestro nombre, ya no deseaba que hubiese otras mejores criaturas, porque las contemplaba todas de una vez; y aunque juzgaba con mas prudente juicio que las cosas superiores tenían mayor bondad que las inferiores, pero también conocía que juntas ellas todas eran mejores que las superiores solas.


Capítulo XIV: Que al hombre cuerdo ninguna cosa desagrada de cuantas Dios ha creado


720 No están en su sano juicio los que se desagradan de alguna de vuestras criaturas, como yo no lo estaba cuando no me gustaban muchas de las cosas que Vos habéis creado. Y porque mi alma no se atrevía a descontentarse de Vos, Dios mío, no quería reconocer por obra vuestra la que me desagradaba. De aquí provino el seguir la sentencia de las dos sustancias, pero no se aquietaba mi alma con aquel sistema y hablaba cosas extrañas. Y retirándose de él, llego mi alma a formar allá a su modo un dios, que se extendía por infinitos espacios y ocupaba todos los lugares, y juzgaba que Vos eráis este dios, al cual había colocado en su corazón: así es como ella se había hecho segunda vez templo abominable a Vos de aquel ídolo suyo. Pero después que Vos curasteis mis delirios e ignorancias y me hicisteis cerrar los ojos de mí entendimiento para que no mirase ni atendiese a las quimeras vanas que interiormente vela, cesé algún tiempo de imaginar fantásticas ideas y se adormeció aquella mí locura. Al fin, desperté para pensar en Vos y vi que verdaderamente sois infinito, pero muy de otra suerte que yo me lo había figurado: esta vista o conocimiento no pertenecía a los ojos corporales.


Capítulo XV: Del modo con que se halla en las criaturas, ya la verdad, ya la falsedad


721 De aquí pasé a considerar las criaturas y vi que todas os debían a Vos el ser que tienen, y que en Vos, que sois infinito, están todas las cosas finitas y limitadas, pero no con aquel modo de limitación que tienen ocupando lugar, sino en cuanto Vos contenéis todas las cosas con la mano de vuestra eterna verdad, y todas participan de ella y son verdaderas, en cuanto existen y tienen ser; ni consiste en otra cosa la falsedad sino en juzgar que tiene ser aquello que no lo tiene. También vi que todas las cosas no solamente estaban colocadas en sus propios y convenientes lugares, sino también en los tiempos que a todas respectivamente les correspondían. Y finalmente, advertí que Vos, Señor, que solo sois el eterno, no comenzasteis la obra de vuestra creación después de pasados innumerables espacios de tiempos, porque antes bien, todos los tiempos que han pasado, y los que pasaran, ni hubieran podido pasar, ni hubieran podido venir, si Vos no hubierais hecho que llegaran y pasaran permaneciendo Vos eternamente.


Capítulo XVI: Que todas las criaturas son buenas, aunque algunas no son convenientes y acomodadas a otras


722 Después conocí claramente, y experimenté también, que no debía extrañarse que a un paladar enfermo le sea áspero y penoso el pan, que es delicioso y suave al que está sano, a la par que la luz, que a los ojos enfermos es aborrecible, a los sanos es amable. También vuestra justicia es un atributo que desagrada a los inicuos y malos, y así no es mucho que les desagraden la víbora y el gusano, que Vos creasteis buenos, y son útiles y convenientes a esta parte inferior del universo, a la cual convienen y pertenecen juntamente los mismos inicuos y pecadores, cuanto mas se alejan de vuestra semejanza, al paso que tanto mas pertenecen y se adaptan a la superior clase de vuestras criaturas cuanto mas semejantes se hicieren a Vos.

Busqué también entonces qué cosa era la maldad y no hallé que fuese sustancia alguna, sino un desorden de la voluntad que se aparta de la sustancia suma que sois Vos, Dios mío, y se ladea y une a las criaturas inferiores, que desecha y arroja todos sus bienes interiores y se muestra en lo exterior soberbia y orgullosa.


Capítulo XVII: De las cosas que nos impiden el conocer a Dios


723 Yo mismo me admiraba de que tan pronto hubiese podido amaros, en lugar de aquel fantasma que amaba antes teniéndole por Dios. Y no me detenía a gozar de aquel dios obra mía, sino que era arrebatado a Vos, con el poderoso atractivo de vuestra hermosura, pero luego era apartado de Vos por el peso y gravedad de mí miseria, y venía a caer gimiendo en estas cosas terrenas; este peso que así me precipitaba no era otra cosa sino la costumbre de seguir la carne y sangre. No obstante, os tenía presente en mi memoria, sin dudar de modo alguno que había y existía un sumo Bien, con quien debía unirme y estrecharme, al mismo tiempo que conocía que aun no estaba capaz de conseguirlo, porque este cuerpo corruptible comunica en cierto modo su pesadez al alma, por cuanto esta habitación terrena en que ella vive y obra, oprime y abate hacia lo terreno la potencia intelectiva, ocupándola con grande variedad de pensamientos. Estaba certísimo de que vuestras perfecciones y atributos, invisibles desde el principio del mundo, se descubren y manifiestan al entendimiento humano por medio de estas criaturas visibles que habéis hecho, por las cuales hasta se descubre vuestra sempiterna virtud y omnipotencia, y vuestra divinidad.

Porque indagando cual era el principio y causa de que yo aprobase la hermosura de los cuerpos, ya sean los celestiales, ya los terrenos, y cual era la regla por donde me guiaba cuando hacia un juicio recto y cabal de las cosas mudables, y decía: Esto esta como debe ser, aquello no lo esta, indagando, pues, cual era la regla que me guiaba para formar aquel juicio, cuando juzgaba de aquel modo tan cabal y recto, hallé que el principio de juzgar con aquel acierto era la inconmutable y verdadera eternidad de la Verdad, que estaba sobre mí mente mudable.

Fui subiendo de grado en grado desde la consideración de los cuerpos a la del alma, que siente mediante el cuerpo; y desde ésta a su potencia o facultad interior, a la cual los sentidos corporales avisan y participan las cosas exteriores y todas aquellas percepciones hasta donde pueden llegar los irracionales; desde aquí fui subiendo todavía a la facultad o potencia intelectiva, a la cual se presenta lo que han suministrado los sentidos corporales para que haga juicio de ello. Ésta, hallándose también mudable en mí, se levanto algo mas para entender del modo que le es propio, aparto su pensamiento del modo con que acostumbra entender las demás cosas, desviándose de la multitud de fantasmas que se le oponían y estorbaban para llegar a saber qué luz era la que la alumbraba, cuando con toda certeza, y sin quedarle la menor duda, decía y vociferaba que el bien inconmutable se debe anteponer a todo lo mudable. ¿Y de donde le venía la idea que tenía del mismo Ser inconmutable? Pues si de algún modo no le conociera, absolutamente sería imposible que con tanta certidumbre le antepusiese todo lo mudable. Llego hasta lo que por sí mismo tiene ser, pero tan repentina y pasajeramente, como lo que se ve en un solo abrir y cerrar de ojos.

Entonces por medio de las cosas visibles que Vos habéis creado, vi con mí entendimiento vuestras perfecciones invisibles, pero no pude fijar en ellas mí atención, antes bien, deslumbrada la flaqueza de mí vista, y vuelto a mis acostumbrados modos de conocer y pensar, no llevaba conmigo sino la memoria, enamorada de lo que había descubierto y deseosa de aquel manjar delicioso cuya fragancia había percibido, pero que todavía no podía poseerlo ni gustarlo.


Capítulo XVIII: Que solamente Cristo Señor Nuestro es el camino que guía a la salud eterna


724 Buscaba entonces el camino de adquirir aquella robustez que es necesaria para gozar de Vos, y no podía hallarle hasta que me abrazase con Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres, ensalzado sobre todas las criaturas y verdadero Dios bendito y alabado por todos los siglos, el cual me estaba llamando y diciendo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Él es quien envolvió en carne aquel manjar, que por falta de fuerzas no podía yo comer, porque el Verbo eterno se hizo carne para que vuestra increada sabiduría, con que creasteis todas las cosas, pudiese ser alimento suavísimo y proporcionado a nuestra pequeñez e infancia. Pero como yo no era humilde, no me abrazaba con mi Señor Jesucristo, que se había humillado tanto, ni sabía yo qué virtud nos enseñaba vistiéndose de nuestra flaca y débil naturaleza.

Porque vuestro divino Verbo y verdad eterna, siendo infinitamente superior a la mas noble porción de vuestras criaturas, levanta hasta sí mismo a los que se le humillan y sujetan; y acá abajo, en la inferior porción del universo, se digno edificar para sí mismo una humilde casa de nuestro propio barro, para enseñar con el ejemplo de tan profundísima humildad que depusiesen su orgullo los que habían de ser sus súbditos y siervos, y que a fuer de humildes había de trasladarlos y ensalzarlos hasta sí mismo. Sanando en ellos la hinchazón de su soberbia, les inspiro su amor y caridad, para que la necia confianza en sí mismos no los apartase y llevase cada vez más lejos, antes bien reconociesen su bajeza, viendo a sus pies humillada la Divinidad, por haber participado del traje tosco de nuestra naturaleza, para que en sus apuros y trabajos se arrojasen a los pies de Su Majestad humanada, que al exaltarse gloriosa los levantara del polvo de la tierra a la mayor altura.


Capítulo XIX: De lo que sentía Agustín acerca de la Encarnación de Cristo Señor Nuestro


725 No pensaba yo entonces estas cosas, sino otras muy distintas; y así de Jesucristo mí Salvador había formado el gran concepto que correspondía a un hombre de sabiduría tan excelente y superior que ninguno se le pudiese igualar, y principalmente me parecía que por haber nacido maravillosamente de una madre virgen, para enseñarnos con su ejemplo a despreciar los bienes temporales por conseguir los inmortales y eternos, cuidando tan extraordinaria y divinamente de nosotros, por eso había merecido tan grande autoridad en todo el mundo su enseñanza y magisterio. Por lo demás, ni siquiera llegaba a sospechar que hubiese algún misterio en aquellas palabras: El Verbo se hizo carne. Solamente por las cosas que de su vida andaban escritas, esto es, que había comido y bebido, dormido y paseado, que se había alegrado, entristecido y predicado, sacaba yo que no se había unido al Verbo la carne sola, sino juntamente con el alma y entendimiento humano. Esto lo conoce cualquiera que sabe la inmutabilidad de vuestro divino Verbo, como yo lo sabía entonces cuanto me era posible, ni tenía acerca de esto la duda más leve. Porque mover unas veces voluntariamente los miembros corporales y otras no moverlos, querer al presente una cosa y luego no quererla, proferir unas veces sentencias maravillosas y otras guardar mucho silencio, son cosas éstas propias de un alma y entendimiento mudables. Pues si todo esto se hubiera escrito falsamente del Verbo encarnado, todas las demás cosas se pudiera sospechar también que no eran verdaderas, y no quedaría cosa alguna digna de fe en todo el Evangelio, que es donde estriba la salud del género humano.

Pero como no se puede dudar que es cierto todo lo que allí está escrito, reconocía yo y confesaba en Cristo todo aquello de que consta un hombre verdadero, esto es, no solamente el cuerpo humano, o cuerpo y alma sin la parte intelectiva, sino uno y otro, y todo lo que es el hombre; mas juzgaba yo que ese mismo hombre, solamente por cierta grande singular excelencia con que estaba en él la naturaleza humana, y por su mayor y mas perfecta participación de sabiduría, era preferido a todos los demás hombres, no por estar en él personalmente la Verdad eterna.

Al contrario, juzgaba Alipio que los católicos creían haberse Dios vestido de nuestra carne de tal modo que, además de la divinidad y de la carne, no hubiese en Cristo alma ni tampoco entendimiento humano. Y porque estaba convencido de que aquellas acciones que se refieren de Cristo no podían ejecutarse sino por alguna criatura viviente y racional, se detenía en abrazar la religión cristiana. Mas sabiendo después que esta doctrina que él juzgaba ser de los católicos era el error de los herejes sectarios de Apolinar (70), se alegro y conformo con la creencia y fe católica.

Pero yo confieso que hasta después de pasado algún tiempo, no supe la diferencia que hay entre la verdad católica y la falsedad de Fotino (71) acerca de la Encarnación de Cristo y de haberse tomado carne humana con el Verbo divino. Porque el desaprobar la doctrina de los herejes hace que resplandezca y sobresalga lo que enseña vuestra Iglesia y se sepa lo que es sana doctrina. Así es que conviene que haya herejías para que se descubran los probados y escogidos entre los que son flacos y vacilantes en la fe.

(70) Obispo que fue de Laodicea, en Siria, y se aparto de la Iglesia por los años de 376; contra cuyos errores escribieron casi todos los Santos Padres griegos y latinos de su tiempo. Enseñó que el Verbo tomó un cuerpo sin alma.
(71) Era obispo de Sirmio en el Ilirico y por los años 345 renovó la herejía de Sabelio y Paulo Samosateno, enseñando que Cristo era hombre puramente y no Dios.



Capítulo XX: Como el haber manejado los libros platónicos le hizo a la verdad mas instruido, pero también más soberbio


Agustin - Confesiones 711