Agustin - Confesiones 928

Capítulo XII: De como lloro la muerte de su madre


928 Al mismo tiempo que yo cerraba sus ojos al cadáver, se iba apoderando de mi corazón una tristeza grande, que iba a resolverse en lágrimas; pero mis ojos, obedeciendo al violento imperio del alma absorbían toda la corriente de su llanto, de modo que pareciesen enjutos; y en esta repugnancia que hacia el desahogo del llanto, tenía que vencer y que padecer mucho. El joven Adeodato, luego que mi madre dio el ultimo aliento, comenzó a llorar a gritos, pero a persuasión de todos nosotros se sosegó y calló. A este modo también era lo que yo experimentaba, pues aquel primer movimiento, que con pueril flaqueza me quería hacer prorrumpir en llantos y gemidos, a la voz y precepto de mi alma, como de sujeto mas prudente y juicioso, se reprimía y callaba. Porque no pensábamos por conveniente acompañar con lamentos, gemidos y sollozos la muerte de mi madre, por ser éstas unas demostraciones con que por lo común suele llorarse la infeliz y desgraciada suerte de los que han muerto, o con que al parecer se significa que se han consumido enteramente o aniquilado. Pero mi madre, ni había muerto, de modo que se le pudiese temer algún infeliz destino, ni había muerto de todo punto, lo cual teníamos por verdad muy cierta, ya atendiendo a la pureza de sus costumbres y método de vida, ya a su fe no fingida, sino muy verdadera, ya también por otras muchas razones que nos lo aseguraban.

929 Pues ¿qué era, Señor, aquello que tan gravemente sentía en lo interior de mi alma, sino la herida reciente que en ella había causado el haberse disuelto repentinamente aquella costumbre de vivir en su compañía, que me era tan sumamente amable y deliciosa? Es cierto que me complacía mucho lo que mi madre había testificado de mí, aun en esta su ultima enfermedad, en la cual como halagándome por los obsequios que yo le hacía y lo que la cuidaba, me llamaba hijo piadoso; traía también a la memoria con grande afecto y ternura que jamás había oído de mí boca palabra ni voz alguna que le fuese molesta ni injuriosa. Pero a la verdad, Dios mío y mí Creador, ¿qué importaba todo esto, ni como era comparable el reconocimiento y respeto que yo le tuve con los cuidados y servicios que le debía? Así, viendo yo que quedaba desamparado de tan grande consuelo como de ella recibía, mi alma estaba traspasada del dolor y pena, y parece que mi vida se despedazaba, pues la mía y la suya no hacían más que una sola (111).

(111) Con esta misma expresión explico el amor extremado que tenía a aquel amigo que se le murió en Tagaste, de quien hablo en el libro IV, capítulo VI; pero aunque retracta aquella expresión, y le parece demasiada hablando del amor de su amigo, no la retracta ni modera hablando del que tenía a su santa madre.



930 Después que a nuestras persuasiones, como he dicho, reprimió las lágrimas y clamores Adeodato, cogió Evodio un salterio y comenzó a cantar aquel salmo: Vuestra misericordia, Señor, y vuestra justicia cantaré en vuestra presencia; y le respondíamos todos los que estábamos en la casa. Al ruido de nuestras voces acudió gran número de personas fieles y piadosas de uno y otro sexo; y mientras que los que tienen esto a su cargo, disponían todas las cosas que según costumbre se requerían para el entierro, yo, en un lugar retirado, donde podía estar sin menoscabo de mí decoro en compañía de algunos que no tuvieron por conveniente el dejarme solo, trataba y conversaba de aquellas materias que me parecían oportunas y propias de aquella ocasión. Esta disputa e indagación de la verdad servía como de lenitivo a mí dolor y tormento, que solamente a Vos era notorio, pues los demás que me acompañaban y oían atentamente nuestras conferencias, no solamente ignoraban mí pena y sentimiento, sino que juzgaban que estaba sin pesadumbre ni dolor alguno. Pero bien llegaban a vuestros oídos las interiores voces de mi alma, con que yo me reprendía a mí mismo la debilidad y poca fortaleza de mí afecto, aunque los circunstantes no pudiesen oírlas. También delante de Vos comprimía el ímpetu de mí tristeza, la que cesando por brevísimo tiempo, volvía a prevalecer y apoderarse de mí corazón, aunque no tanto que me hiciese prorrumpir en lágrimas ni se advirtiese alguna mutación en mí semblante; pero yo bien sabia cuan gravemente oprimido estaba mi corazón y acongojado. Y como por otra parte me desazonaba mucho el que hiciesen en mí tan fuerte y poderosa impresión estos sucesos humanos, que forzosa y necesariamente han de acaecer, ya por el orden que vuestra providencia tiene establecido, ya por ser propios de nuestra condición y naturaleza, con otro nuevo dolor sentía mí dolor primero y me afligía con duplicada tristeza.

931 Llegose el tiempo de llevar el cadáver y no lloré en todo el camino, ni a la ida ni a la vuelta, pues ni aun en aquellas preces y oraciones que os hicimos, mientras se os ofrecía por su alma el sacrificio de nuestra redención, estando ya puesto el cadáver junto a la sepultura antes que se enterrase, como allí se acostumbra hacer, ni en aquellas preces me enternecí ni lloré. Sin embargo, estuve todo el día poseído interiormente de una gran tristeza; y del modo que me permitía la turbación de mi alma, os suplicaba que sanaseis mí dolor; pero Vos no lo hacíais, y era, según creo, para que a lo menos por esta experiencia mía aprendiese y tuviese en la memoria la gran fuerza que tienen los lazos de toda costumbre contra todas las reflexiones que pueda hacer un alma que ya esta desengañada y no se alimenta de la falsedad y mentira.

Entonces me pareció que también me convendría tomar baños, porque había oído decir que en latín se llamaban balnea, del nombre griego Balanion, para significar que expelen y echan fuera del alma toda aflicción y tristeza. Pero también debo confesar a vuestra infinita misericordia, con la que sois Padre mío y de todos los huérfanos, que después de haberme bañado, me hallé del mismo modo que antes, porque el calor del baño no pudo hacer que expeliera por el sudor la amargura y tristeza de mi alma.

Dormí después un rato y, cuando desperté, conocí que mí pena y sentimiento en parte se me habían mitigado. Entonces, estando solo en mí lecho, se me acordaron aquellos versos tan verdaderos de vuestro siervo Ambrosio, en que hablando con Vos, dice:

Divino Creador del universo, que los cielos regís de polo a polo, engalanando el día con el terso y hermoso resplandor que el Sol da solo; y que la noche, para fin diverso, vestís de luto con gustoso dolo de los sentidos, que al trabajo adverso habilita los miembros fatigados, por medio del descanso y el reposo, para que por el sueno confortados vuelvan a su ejercicio laborioso: asimismo las almas angustiadas con cuidados, disgustos, sutilezas, mediante el sueno, miran aliviadas sus penas, aflicciones y tristezas, etc.

932 Pero desde estas consideraciones volvía a recaer poco a poco en los antecedentes y pasados sentimientos, acordándome de aquella vuestra sierva, de su vida y conducta fiel, tan piadosamente ordenada a Vos, como santamente halagüeña y suave para mí; y no pudiendo reprimir el sentimiento de verme privado de ella repentinamente, me dio gana de llorar delante de Vos por ella y por mí; tomando motivos para llorar de su proceder y el mío. Así solté el dique a mis lágrimas, que hasta entonces tenía represadas, dejándolas correr cuanto quisiesen, hasta que nadase y descansase mi corazón en ellas; como efectivamente descanso por ser Vos el único testigo que había de mí llanto, no habiendo allí persona humana que diese a mis lágrimas alguna interpretación vana y siniestra.

Ahora, Señor, también os lo confieso por escrito; léalo el que quisiese e interprételo como gustare. Si le pareciere que hice mal y pequé por haber llorado a mi madre por un corto espacio de tiempo, a una madre muerta allí a mis ojos y que por muchos años me había llorado a mí para que viviese a los vuestros, le pido que no se ria de mí llanto; antes bien, si tiene bastante caridad, llore él también por mis pecados delante de Vos, Dios mío, que sois el Padre de todos aquellos fieles que son hermanos de vuestro Hijo Jesucristo.


Capítulo XIII: Ora Agustín a Dios por su difunta madre


933 Pero ahora que ya estoy sano de aquella herida que penetro en mi corazón y en que pudiera reprenderse por excesivo mí carnal afecto, os ofrezco, Dios mío, por aquella sierva vuestra otro muy diferente género de lágrimas, que dimanan del temor que padece mí espíritu, considerando los peligros de cualquier alma que contrae la culpa y muerte de Adán. Pues aunque mi madre fue vivificada en Cristo, y también mientras vivió en este mundo tuvo una conducta tan justificada, que su fe y sus costumbres dan motivo de que se alabe y bendiga vuestra santo nombre, con todo eso no me atreveré a asegurar que desde que le disteis la vida de la gracia en el Bautismo, no se le escapase de su boca siquiera una palabra que por vuestros mandamientos estuviese prohibida. Y sabemos que la Verdad por esencia, que es vuestro unigénito Hijo, dejo dicho en su Evangelio que si alguno injuriase a su hermano diciéndole que es un fatuo, se hacía digno del infierno. Así, ¡desventurado el hombre, por mas laudable que haya sido su vida, si Vos le juzgarais sin misericordia!

Mas como no escudriñáis con todo ese rigor nuestros pecados, confiadamente esperamos hallara en vuestra piedad algún lugar el perdón. Y a la verdad, Señor, cualquiera que delante de Vos contara y alegara sus verdaderos méritos, ¿qué hacía sino contar lo que Vos le habíais dado, pues todos son dones vuestros? ¡Oh, si los hombres acertasen a conocer que son hombres!, ¡y el que se alaba y gloria, se alabase y gloriase en el Señor!

934 Yo, pues, ¡oh alabanza mía, vida mía, Dios de mi corazón!, dejando ahora aparte todas las buenas obras de mi madre, por las cuales os doy muchas gracias con gran gusto mío, os pido ahora el perdón de sus pecados. Concedédmelo, Señor, por los méritos de Jesucristo, que murió pendiente del árbol de la cruz, que fue el remedio universal de todas nuestras llagas, y ahora, sentado a vuestra diestra, no cesa de interceder por nosotros. Yo sé que ella ejercito las obras de misericordia y que perdono muy de corazón a todos los que la habían ofendido, pues Vos, Señor, perdonad también a ella sus deudas, si contrajo algunas en tantos años como vivió después que fue lavada en el agua saludable del Bautismo. Perdonadla, Señor, perdonadla, os ruego, y no entréis con ella a juicio. Sobresalga, Señor, vuestra misericordia sobre vuestra justicia, ya que no puede faltar la verdad de vuestras palabras, y Vos habéis prometido tener misericordia con los que han sido misericordiosos. Si ellos lo fueron, a vuestra misericordia deben el haberlo sido y, como dice vuestro apóstol Pablo: Tendréis misericordia de los mismos con quienes antes habéis sido misericordioso y daréis vuestra misericordia a aquellos con quienes queráis usarla.

935 Yo bien creo que ya Vos habréis ejecutado lo mismo que os suplico; pero llevad a bien, Señor, que yo os explique estos deseos de mí voluntad, cuando os ruego por una madre tan cristiana, que estando ya próximo el día de su muerte, no penso siquiera en que su cuerpo se enterrase con aparato suntuoso, ni en que fuese antes embalsamado, ni deseo que le colocasen en un sepulcro distinguido y separado, ni cuido de que le llevasen al que en su patria tenía prevenido. Nada de esto nos mando, sino únicamente que nos acordásemos de ella en el sacrificio del altar, al cual todos los días asistia y cooperaba indispensablemente. Sabía que en él se ofrecía y sacrificaba aquella Victima santa, con cuya sangre se borro la cédula del decreto que había contra nosotros y quedo vencido nuestro mortal enemigo, que es el que se ocupa en hacer el computo de nuestros pecados, el que por mas solicito que anduvo buscando algún defecto que oponer contra la santidad de Aquél por quien le vencimos, no hallo imperfección alguna que fiscalizar.

¿Quién podrá volverle la inocente sangre que derramo por nosotros?, ¿quién podrá restituirle el infinito precio con que nos compro y se hizo Señor de nosotros, para que intente arrancarnos de su poder y dominio? Pues a este Sacramento, que contiene el precio de nuestra redención, es al que mi madre y sierva vuestra tenía atada estrechamente su alma con el lazo de la fe. Nadie, pues, Dios mío, nadie rompa ese lazo separándola de vuestra protección. No se interponga a estorbarla el dragón infernal con sus violencias ni con sus astucias; es verdad que ella no responderá que no debe cosa alguna, tiene que satisfacer a vuestra justicia, temiendo ser convencida de lo contrario y venir a manos de su acusador astuto y malicioso; pero responderá que sus deudas se las ha perdonado aquel Señor a quien nadie puede restituir lo que pago por nosotros sin deberlo.

936 Descanse eternamente en paz con su marido, que fue el único que tuvo, pues ni después de él conoció a otro, habiéndole servido de manera que al mismo tiempo que mereció mucho para con Vos por su paciencia, logro también ganarle para Vos.

Inspirad Vos, Dios mío y mi Señor, inspirad a vuestros siervos que miro como a hermanos, inspirad a vuestros hijos que venero como a señores míos, a quienes sirvo con mis palabras, con mi corazón, con mis escritos, que todos los que leyeren estas mis Confesiones hagan en vuestros altares conmemoración de Mónica vuestra sierva, y juntamente de Patricio su esposo, por medio de los cuales me disteis el ser y me introdujisteis a esta vida, sin saber yo como. A todos, pues, les ruego que con un afecto de piadosa caridad se acuerden de los que fueron mis padres en esta luz y vida transitoria, y mis hermanos en el seno de la Iglesia católica, madre de todos los fieles, siendo Vos el Padre de todos, y que espero serán también mis conciudadanos en la Jerusalén eterna, por lo cual suspira incesantemente vuestro pueblo, mientras dura su peregrinación en esta vida, hasta que vuelva a la deseada patria. Así tendré yo el consuelo de haber procurado a mi madre las oraciones de muchos, y de que por medio de mis Confesiones logre mas abundantemente que por mis oraciones solas, la ultima cosa que me pidió y encargo.

LIBRO X

1000 Muestra por qué grados fue subiendo al conocimiento de Dios; que se halla a Dios en la memoria, cuya capacidad y virtud describe hermosamente; que solo en Dios está la verdadera bienaventuranza que todos apetecen, aunque no todos la buscan por los medios legítimos. Después describe el estado presente de su alma y los males de las tres concupiscencias

Capítulo 1: Que en solo Dios halla un alma su esperanza y alegría


1001 Conozcaos yo, Padre mío, conozcaos yo como Vos me conocéis. Vos, Dios mío, que sois la virtud y fortaleza de mi alma, entrad en ella, ajustadla tanto a Vos, que la tengáis, poseáis y llenéis toda, y ella quede a vuestros ojos sin arruga ni mancha. Así lo espero y deseo, y esto me da aliento y confianza de hallaros; esta esperanza es la que me alegra, cuando es legítima y verdadera mí alegría. Todas las demás cosas de esta vida tanto menos deberían llorarse, cuanto más se suele llorar el no tenerlas; y por otra parte, tanto más se deberían llorar, cuanto menos se suele llorar el gozarlas. Ésta es una confesión de la verdad que Vos amáis; y como el que sigue la verdad llega a conseguir la luz, yo quiero seguirla y practicarla, ya sea en la confesión que os hago en lo oculto de mi corazón, ya sea en la que hago públicamente con mí pluma delante de todo el mundo.


Capítulo 1I: Siendo claras y manifiestas respecto de Dios las cosas más ocultas, qué viene a ser lo que hace el hombre en confesarse a Dios


1002 Aunque no quisiese yo confesarme, ni descubrirme a Vos, ¿qué cosa puede haber en mí que os sea oculta, Señor, a cuyos ojos están patentes y claros los más profundos y escondidos senos de nuestra conciencia? En tal caso, en lugar de ocultarme a vuestra vista, os alejaría a Vos de la mía. Pero ahora que mis gemidos y llantos testifican que verdaderamente me desagrado a mí mismo, Vos, Señor, os dignáis descubriros resplandeciente a mi alma; Vos sois toda mí complacencia, Vos sois el objeto de mí amor y de mis deseos; para que avergonzándome de mí mismo, me desprecie y deje a mí, y os escoja solo a Vos, de modo que ya no piense tener gusto en Vos ni en mí que no provenga de Vos.

Es certísimo, pues, que Vos, Señor, me conocéis claramente tal como soy; pero ya he dicho antes el provecho que espero sacar de confesarme a Vos. Así, no lo ejecuto con palabras ni voces formadas en mí boca, sino con palabras interiores de mi alma y clamores de mí pensamiento, que llegan a vuestros oídos. Si soy malo, no es otra cosa el confesarlo a Vos, que desagradarme de mí mismo; y si soy bueno, no es otra cosa el confesarlo a Vos que no atribuirme a mí mismo esa bondad, porque Vos sois el que dais vuestra bendición al justo, haciendo Vos mismo que lo sea el que antes era pecador y malo. Así, Dios mío, estas Confesiones que hago delante de Vos, las hago al mismo tiempo callando y no callando, porque si calla el ruido de la voz exterior, no calla mi corazón, ni cesa de clamar. Ni yo hablo ni comunico a los hombres alguna cosa buena que Vos antes no la hayáis oído de mí; ni tampoco pudiera ser que Vos la oyerais de mí si Vos mismo no me la hubierais dicho o inspirado.


Capítulo 1II: Del fruto que sacaba de confesar a Dios el estado presente de su alma, a distinción de lo que antes había sido


1003 ¿Qué me importa a mí que oigan o no los hombres las Confesiones mías, como si ellos hubieran de sanar todas las dolencias de mi alma, siendo ellos tan cuidadosos para saber la vida ajena como desidiosos para enmendar la suya? ¿Para qué desean oír de mí lo que soy, no queriendo escuchar de Vos lo que son ellos? Mas cuando me oigan hablar de mí mismo, ¿de dónde saben ellos si yo les digo la verdad, siendo así que ninguno de los hombres puede saber lo que pasa en el interior de cada uno, sino el espíritu humano que está en el hombre mismo? Pero si os oyeran hablar de ellos mismos, no pudieran decir nunca: el Señor nos engaña, o esto es mentira.

Porque oír ellos lo que decís de ellos mismos, ¿qué otra cosa es sino conocerse a si propios? ¿Y quién es el que habiendo llegado a este conocimiento, se atrevió a decir: es falso esto que conozco, sino mintiendo él mismo?

Mas como es propio de la caridad hacer que todos los que ella une de modo que tengan un solo corazón se crean todas las cosas mutuamente unos a otros, yo, Señor, también os hago mí confesión, de tal modo que pueda llegar a noticia de los hombres, aunque no pueda hacerles demostración de que os confieso realmente la verdad, porque estoy seguro que me creerán todos aquellos a quienes la caridad anima y les abre los oídos.

1004 No obstante, Dios mío y médico soberano de mi alma, dignaos declararme qué fruto puedo sacar de hacer esto. Ya veo que las confesiones de mis males pasados, que vos me perdonasteis y los borrasteis para comunicarme vuestra bienaventuranza, dando a mi alma nuevo ser con la fe y gracia de vuestro santo Bautismo, cuando se leen o se oyen, han de excitar precisamente el corazón humano, para que no se deje oprimir del letargo de la desesperación, ni diga "No puedo ya ser otro". Ellas servirán para despertarle de tan peligroso sueno y hacerle vigilante en el amor de vuestra misericordia y en la dulzura de vuestra gracia, que es la que da a los flacos el poder y robustez que necesitan, como también la luz que es necesaria para que reconozcan su flaqueza. Aun los buenos se deleitan con saber los males pasados, de los que ya se han librado ellos, pero no se deleitan porque son males, sino porque de tal modo lo fueron que ya no lo son.

¿Cual, pues, será el provecho, Dios y Señor mío, a cuya presencia se confiesa todos los días mi alma, quedando mas quieta y segura con la esperanza de vuestra misericordia que con su inocencia, cual, digo, será el provecho que puedo prometerme de hacer ante Vos estas Confesiones por escrito, por lo que toca a dar noticia a los hombres de lo que soy al presente, no de lo que antes de ahora he sido? Porque ya he visto el fruto que corresponde a confesar lo que fui, y ya hice antes conmemoración de él.

Lo que soy ahora en este mismo tiempo en que estoy escribiendo mis Confesiones hay muchos que lo desean saber, ya de los que me conocieron antes, ya también de los que no me conocieron, sino que a mí mismo o a otros han oído hablar de mí, aunque ni los unos ni los otros pueden aplicar sus oídos a las voces interiores de mi corazón, donde se halla realmente la verdad de lo que soy. Quieren, pues, oírme confesar lo que soy verdaderamente en mí interior, adonde no pueden aplicar sus ojos, ni sus oídos, ni su entendimiento; con todo eso ellos lo quieren, y están dispuestos a creerme; pero ¿acaso eso es bastante para que tengan un conocimiento cierto y seguro de lo que yo soy interiormente? La caridad que los hace tan buenos como ellos son es la que les persuade que yo no miento en estas Confesiones que hago de mí mismo, y ella es la que hace que den crédito a mis palabras.


Capítulo 1V: Del grande fruto que esperaba hacer en los fieles con los libros de sus

Confesiones

1005 Pero ¿qué fruto esperan sacar de mis Confesiones éstos que las desean?, ¿será acaso que quieren alegrarse conmigo y darme parabienes, cuando sepan lo que por vuestra gracia he adelantado para acercarme a Vos y orar por mí, cuando me oigan confesar cuanto me estorbe para eso mismo el peso de mí corrupción? A estos tales yo me descubriré desde luego, porque ya no es pequeño fruto, Dios y Señor mío, que muchos os den gracias por los beneficios que me habéis hecho, y sean muchos también los que os supliquen y hagan oración por mí.

Bueno es que mis hermanos amen en mí lo que Vos ensenáis que debe ser amado; y bueno es que sientan ver en mí lo que Vos ensenáis que debe ser sentido. Haga esto el que me ame como verdadero hermano suyo, no aquél que por falta de caridad y de fe me sea extraño y permanezca en la clase de los que llama David hijos ajenos, cuya boca se emplea en doctrinas vanas, y cuya diestra lo es para la maldad. Haga esto, vuelvo a decir, el que me mire con fraternal afecto, porque éste, cuando me aprueba, se alegra de mí bien y, cuando me reprueba, se entristece de mí mal, porque ya apruebe o ya repruebe mí conducta, siempre me ama. Pues a éstos quiero darme a conocer, para que respiren con alegría cuando sepan lo que hay en mí de bueno y suspiren con tristeza por lo que hubiere de malo.

Cuanto hay en mí de bueno, de Vos, Señor, dimano, de Vos tuvo el principio, todo ello es don vuestro; pero cuánto hay de malo, o son mis propios delitos, o son penas que les corresponden por vuestros justos juicios. Pues respiren mis hermanos por aquellos bienes y suspiren llorosos por estos males; tanto sus alegres himnos como sus tristes llantos suban hasta el trono de Vuestra Majestad como oloroso incienso que exhalan los corazones de mis hermanos, como otros tantos racionales incensarios llenos del fuego de la caridad. Y Vos, Señor, aplacado con esa fragancia de vuestro santo templo, habed piedad de mí, según es propio de vuestra grande misericordia, por la gloria de vuestro santo nombre, y no cesando jamás de conservar lo bueno que en mí habéis comenzado, perfeccionad también lo que todavía hubiere de imperfecto.

1006 Éste es, Señor, todo el fruto que pretendo sacar de estas mis Confesiones, no ya diciendo lo que he sido antes, sino lo que soy ahora. Lo confesaré no solamente en vuestra presencia con interior alegría mezclada de temor y con oculta tristeza acompañada de esperanza, sino también delante de todos los fieles hijos de los hombres, compañeros de mí gozo, participantes como yo de la humana y mortal naturaleza, conciudadanos míos de la celestial Jerusalén, a la cual se dirigen como peregrinos conmigo en la tierra, ya sean los que me preceden, ya los queme sigan, ya los que me acompañen durante el camino de mi vida. Éstos son vuestros siervos, y por eso mis hermanos: Vos, Señor, quisisteis que fuesen vuestros hijos y me habéis mandado que les sirva como a mis señores (112) si quiero vivir con Vos de vuestra misma vida.

Para que yo lo pudiese ejecutar no me bastaría que vuestra palabra solo hablando me lo mandase, si además no me hubiera precedido ejecutando lo mismo que había mandado. Pues también yo hago esto que me mandáis con mis hechos y con mis dichos. Esto hago bajo la protección de vuestras alas, y es cierto que lo haría con grandísimo peligro, a no estar mi alma debajo de la protección de vuestras alas y a no seros notoria mí flaqueza.

Es verdad que yo soy un parvulillo, pero mi Padre vive siempre y es eterno, y en él tengo el tutor que necesito. El mismo que me dio el ser es mí tutor; Vos, Señor, sois para mí todo esto y todos mis bienes juntos: Vos sois el Todopoderoso, que estáis siempre conmigo, aun antes que yo estuviese con Vos. A aquellos, pues, a quienes me mandáis que sirva en esto, me descubriré y les manifestaré, no ya lo que he sido antes, sino lo que ya soy (113), y lo que todavía soy; sin embargo, no me juzgo a mí mismo con el juicio más exacto, cabal y perfecto, bajo cuyo concepto se ha de entender lo que les voy a decir.

(112) Dice el Santo doctor que Dios le ha mandado que sirva a sus hermanos, aludiendo a lo que Su Majestad dijo por San Lucas (XXII, 26): El que sea el mayor entre vosotros, hágase como el menor; y el que fuere presidente y prelado, hágase y pórtese como el siervo y ministro de todos. Así San Agustín, aun siendo obispo, cumplia exactisimamente este precepto y no mandaba, sino que servía a sus clérigos, a sus frailes, a todos sus inferiores y súbditos.
(113) Lo que ya soy, esto es, lo que ya he adelantado en la virtud; y lo que soy, esto es, lo que todavía me falta para enmendar y perfeccionar. Esto mismo lo dice de otro modo al principio de este capítulo en aquellas palabras: lo que por vuestra gracia he adelantado para acercarme a

Vos, y... cuanto me estorbe el peso de mí corrupción. Pero los traductores no han explicado bien el quis jam sim, et quis adhuc sim del texto.



Capítulo V: Que el hombre no se conoce a sí mismo cabal y perfectamente


1007 Vos solamente, Señor, sois el que puede hacer juicio cabal de lo que soy, pues aunque es cierto que ninguno de los hombres puede llegar a saber lo que pasa en lo interior de otro hombre, sino el mismo espíritu que está en cada uno de ellos, hay, no obstante, algunas cosas en el hombre que aun el mismo espíritu que le anima no las sabe cabal y perfectamente. Solo Vos, Señor, que le habéis creado, conocéis todas sus cosas con ese cabal y perfectísimo conocimiento. Pero yo, aunque respecto de vuestra perspicacia me respete a mí mismo y conozca que soy tierra y ceniza, algunas sé y puedo afirmar de Vos que no las sé ni puedo afirmar de mí.

Es muy cierto que ahora no os vemos sino confusamente como por un espejo y en enigmas, no habiendo llegado todavía a veros cara a cara. Por eso mientras dura mí peregrinación en la tierra me veo mas cerca a mí mismo que no a Vos, y no obstante eso sé ciertamente de Vos que de ningún modo podéis padecer violencias ni daño alguno, cuando de mí mismo ignoro enteramente a qué tentaciones sabré resistir y a cuales no sabré. Tengo esperanza de salir con victoria, fundándola en que Vos sois fiel en vuestras promesas, y no permitís que seamos tentados más de lo que nuestras fuerzas pueden resistir; antes bien hacéis que saquemos provecho de la tentación, para que al fin salgamos victoriosos. Confesaré, pues, lo que sé de mí y confesaré también qué es lo que de mí no sé. Porque todo lo que sé de mí, lo sé mediante la luz que Vos me habéis comunicado para que lo sepa; y lo que no sé de mí, estaré sin saberlo hasta que estas tinieblas de mí ignorancia se conviertan en luz tan clara como la del mediodía con el resplandor de vuestra divina presencia.


Capítulo VI: Qué cosa es la que se ama cuando se ama a Dios; y como por las criaturas se llega a conocer al Creador


1008 Yo, Señor, sé con certeza que os amo, y no tengo duda en ello. Heristeis mi corazón con vuestra palabra y luego al punto os amé. Además de esto, también el cielo, la tierra y todas las criaturas que en ellos se contienen por todas partes me están diciendo que os ame; y no cesan de decirselo a todos los hombres, de modo que no puedan tener excusa si lo omiten.

Pero el más alto y seguro principio de ese amor es que Vos usáis con ellos vuestra misericordia, haciendo que os amen aquellos con quienes habéis determinado ser misericordioso. Concedéis por vuestra piedad que os tengan amor los que por misericordia vuestra teníais escogidos para que os amaran; sin lo cual serian inútiles las voces con que el cielo y la tierra se explican incesantemente en vuestras alabanzas, como si las dijeran a los sordos.

Pero ¿qué es lo que yo amo cuando os amo? No es hermosura corpórea, ni bondad transitoria, ni luz material agradable a estos ojos; no suaves melodías de cualesquiera canciones, no la gustosa fragancia de las flores, ungüento o aromas; no la dulzura del mana, o la miel, ni finalmente deleite alguno que pertenezca al tacto o a otros sentidos del cuerpo.

Nada de eso es lo que amo, cuando amo a mi Dios; y no obstante eso, amo una cierta luz, una cierta armonía, una cierta fragancia, un cierto manjar y un cierto deleite cuando amo a mi Dios, que es luz, melodía, fragancia, alimento y deleite de mi alma. Resplandece entonces en mi alma una luz que no ocupa lugar; se percibe un sonido que no lo arrebata el tiempo; se siente fragancia que no la esparce el aire; se recibe gusto de un manjar que no se consume comiéndose; y se posee estrechamente un bien tan delicioso, que por más que se goce y se sacie el deseo, nunca puede dejarse por fastidio. Pues todo esto es lo que amo cuando amo a mi Dios.

1009 Pero ¿qué viene a ser esto? Yo pregunté a la tierra y respondió: No soy yo eso; y cuantas cosas se contienen en la tierra me respondieron lo mismo. Pregúntele al mar y a los abismos, y a todos los animales que viven en las aguas y respondieron: No somos tu Dios; búscale más arriba de nosotros. Pregunté al aire que respiramos y respondió todo él con los que le habitan: Anaxímenes (114) se engaña porque no soy tu Dios. Pregunté al cielo, Sol, Luna y estrellas, y me dijeron: Tampoco somos nosotros ese Dios que buscas. Entonces dije a todas las cosas que por todas partes rodean mis sentidos: Ya que todas vosotras me habéis dicho que no sois mi Dios, decidme por lo menos algo de él. Y con una gran voz clamaron todas: Él es el que nos ha hecho.

Estas preguntas que digo yo que hacía a todas las criaturas era solo mirarlas yo atentamente y contemplarlas, y las respuestas que digo me daban ellas es solo presentárseme todas con la hermosura y orden que tienen en sí mismas.

Después de esto, volviendo hacia mí la consideración, me pregunté a mí mismo: Tu ¿qué eres? Y me respondí: Soy hombre. Y bien claramente conozco que soy un todo compuesto de dos partes: cuerpo y alma, una de las cuales es visible y exterior, y la otra, invisible e interior. ¿Y de las dos es de las que debo valerme para buscar a mi Dios, después de haberle buscado recorriendo todas las criaturas corporales que hay desde la tierra al cielo, hasta donde pude enviar por mensajeros los rayos visuales de mis ojos? No hay duda en que la parte interior es la mejor y más principal, pues ella era a quien todos los sentidos corporales que habían ido por mensajeros referían las respuestas que daban las criaturas, y la que como superior juzgaba de lo que habían respondido cielo y tierra, y todas las cosas que hay en ellos, diciendo: Nosotras no somos Dios, pero somos obra suya. El hombre interior que hay en mí es el que recibió esta respuesta y conoció esta verdad, mediante el ministerio del hombre exterior. Es decir, que yo considero según la parte interior de que me compongo, yo mismo, en cuanto al alma, conocí estas cosas por medio de los sentidos de mí cuerpo. Pregunté por mi Dios a toda esta grande máquina del mundo y me respondió: Yo no soy Dios, pero soy hechura suya.

(114) Anaxímenes se engaña. Este filósofo, que florecía durante el cautiverio de los israelitas en Babilonia, enseñaba que el aire es infinito y que era el principio y causa de todas las cosas, aun de los mismos dioses. Fue discípulo de Anaximandro y maestro de Diógenes y de Anaxágoras, como dice el mismo Santo en el libro III De Civitate Dei, capítulo II.



1010 Esta hermosura y orden del universo, ¿no se presenta igualmente a todos los que tienen cabales sus sentidos? Pues ¿cómo a todos no les responde eso mismo?

Todos los animales, desde los más pequeños hasta los mayores, ven esta hermosa máquina del universo, pero no pueden hacerle aquellas preguntas, porque no tienen entendimiento, que como superior juzgue de las noticias y especies que traen los sentidos. Los hombres sí que pueden ejecutarlo, y por el conocimiento de estas criaturas visibles pueden subir a conocer las perfecciones invisibles de Dios, aunque sucede que, llevados del amor de estas cosas visibles, se sujetan a ellas como esclavos, y así no pueden juzgar de las criaturas, pues para eso habían de ser superiores a ellas. Ni estas cosas visibles responden a los que solamente les preguntan, sino a los que al mismo tiempo que preguntan, saben juzgar de sus respuestas. Ni ellas mudan su voz, esto es, su natural hermosura, ni respecto de uno que no hace más que verlas, ni respecto de otro, que además de esto se detiene a preguntarles; no es que a aquél parezcan de un modo y a éste de otro, sino que presentándose a entrambos con igual hermosura, hablan con el uno y son mudas para con el otro, o por mejor decir, a entrambos y a todos hablan, pero solamente las entienden los que saben cotejar aquella voz que perciben por los sentidos exteriores con la verdad que reside en su interior.

Esta verdad es la que me dice: No es tu Dios el cielo ni la tierra, ni todo lo demás que tiene cuerpo. La misma naturaleza de las cosas corporales, a cualquiera que tenga ojos para verlas, le está diciendo: Esto es una cantidad abultada; y ésta precisamente es menor en la parte que en el todo. De aquí se infiere que tu, alma mía, eres mejor que todo lo corpóreo, porque tu animas esa abultada cantidad de tu cuerpo y le das la vida que goza, lo que cuerpo ninguno puede hacer con otro cuerpo. Pero tu Dios esta tan lejos de ser corpóreo, que aun respecto de ti, que eres vida del cuerpo, es Dios tu vida.



Agustin - Confesiones 928