Agustin - Confesiones 1028

Capítulo XIX: Como vuelve a acordarse la memoria de lo que había perdido ella misma


1028 Pero ¿qué diremos cuando es la misma memoria la que ha perdido alguna cosa, como sucede cuando olvidamos algo y lo buscamos para acordarnos de ello? Porque últimamente, ¿dónde lo buscamos sino en la misma memoria? Y si buscándolo allí se nos ofrece y presenta una cosa por otra, la desechamos hasta que se nos ocurra lo que buscamos; entonces decimos inmediatamente: Esto es, helo aquí; lo que no diríamos si no la conociéramos, ni tampoco la conociéramos, si no nos acordáramos de ella. Pero es cierto que la teníamos antes olvidada, tal vez no del todo, sino en parte; con la que aun estaba en la memoria, buscábamos la otra parte que faltaba, porque sintiendo en sí la memoria que no tenía juntas y cabales todas las especies que ella acostumbraba usar y manejar a un mismo tiempo, como truncada y defectuosa en la costumbre que tenía, estaba pidiendo que se le reintegrase lo que la faltaba.

Semejante a esto es lo que sucede cuando vemos una persona conocida, o que sin verla se nos ofrece a la memoria, pero no nos podemos acordar de como se llama y nos ponemos a pensar en su nombre: cualquier nombre distinto que se nos ofrezca no se une bien con la idea que tenemos de aquella persona, porque no estamos acostumbrados a juntar aquella persona con aquel nombre; y por eso los desechamos todos, hasta que se nos presenta aquel que nuestro pensamiento acostumbraba juntar con aquella persona, y entonces descansa y cesa de buscarle, teniendo ya cabal y completa noticia de aquel nombre.

Pero este nombre olvidado que se nos recuerda, ¿de dónde viene o sale sino de la misma memoria? Porque, aun cuando alguno nos lo recuerde, de nuestra memoria proviene que le reconozcamos: no le oímos como un nombre nuevo, que entonces aprendamos, sino que nos acordamos del que habíamos oído otras veces; aprobamos que éste, que entonces se nos dice, es el nombre que aquella persona tiene, pero si enteramente se borra de la memoria, aunque otro nos lo quiera recordar, y nos sugiera aquel nombre, no nos acordamos de él absolutamente: no olvidamos enteramente lo que mediante el aviso de otro nos recuerda haberlo olvidado; es imposible que buscáramos una cosa que habíamos perdido si enteramente la hubiéramos olvidado.


Capítulo XX: Para desear la bienaventuranza, como todos los hombres la desean, es necesario que la conozcan


1029 Supuesto lo que acabo de decir, ¿de qué medios me valgo para buscaros, Señor? Porque buscaros, Dios mío, es buscar mí felicidad y bienaventuranza: debo buscaros para que mi alma viva, porque Vos sois la vida de mi alma (119), así como ella es la que da vida a mí cuerpo. ¿Cómo, pues, busco la vida bienaventurada? Porque ésta no la puedo conseguir hasta que me halle en tal estado que pueda y deba decir con verdad mi corazón: Esto me basta. Pues ¿cómo la busco? Acaso por medio de reminiscencia, que es lo mismo que volviéndome a acordar de ella, como cosa que tenía olvidada, pero acordándome todavía de que la había olvidado, o ¿es por medio de un deseo y apetito de saber una cosa para mí desconocida e ignorada, ya por no haberla sabido nunca, ya por haberla olvidado absolutamente? Pero esa vida bienaventurada, ¿no es la que todos quieren y que ninguno hay que absolutamente no la quiera? Pues, ¿dónde la han conocido para que así la quieran? ¿Dónde la han visto, pues, para amarla tanto?

Es que la tenemos dentro de nosotros mismos, aunque ignoramos como. También hay un cierto modo de tenerla, que hace verdaderamente bienaventurado a cualquiera que la tiene de aquel modo: otros hay que son bienaventurados por la esperanza de serlo. Es verdad que este modo de tener la bienaventuranza es muy inferior al otro con que la poseen los que real y verdaderamente son bienaventurados, pero no obstante, están mejor que aquellos otros primeros, que ni en la realidad ni en la esperanza son bienaventurados, los cuales no lo son de alguno de esos modos; de lo contrario no desearan tanto el ser bienaventurados como es certísimo que lo desean.

No sé cómo han llegado a conocer la bienaventuranza, de la cual tienen no sé qué noticia, que deseo averiguar si reside en la memoria, pues si residiese en ella, se inferiría de esto que en algún tiempo ya habíamos sido todos bienaventurados. No trato ni examino ahora si esto se debe entender de todos los hombres, y de cada uno en particular, o si la dicha bienaventuranza la tuvimos solamente en aquel hombre que peco el primero, en el cual todos pecamos y morimos, y de quien todos nacimos cargados de miserias. Solamente quiero averiguar ahora si la idea y noticia que tenemos de bienaventuranza reside en nuestra memoria, porque no la amaríamos si no la conociéramos.

Oímos este nombre bienaventuranza y todos confesamos que amamos y apetecemos lo que aquella palabra significa, porque lo que nos deleita y enamora, no es el material sonido de aquella palabra, pues si un griego la oye nombrar en latín, no le mueve ni deleita aquella voz, porque suponemos que no entiende lo que significa, pero nosotros, que la entendemos, nos deleitamos y aficionamos a ella, como el griego también se aficionaría si la oyera nombrar en su propio idioma: la cosa significada en dicho nombre no es griega ni latina, pero griegos y latinos, y todos los hombres del mundo, de cualquiera nación que sean, suspiran por ella y desean alcanzarla. Luego de todos los hombres es conocida y a todos les es notoria, de modo que si pudiera preguntarse a todos de una vez, y con una misma voz, si querían ser bienaventurados, sin detenerse a pensarlo y sin dudar en ello, todos responderían que sí; esto no sucedería si no estuviera en su memoria la cosa que corresponde por significado a este nombre bienaventuranza.

(119) Es muy verdadera esta sentencia y muy frecuente en San Agustín, que dice muchas veces que Dios es la vida de nuestra alma, como nuestra alma es la vida de nuestro cuerpo; y así como faltando el alma al cuerpo, muere éste, así faltando Dios al alma, se muere ésta. Véase el sermon XIII de San Agustín, De Martyribus.



Capítulo XXI: Del modo en que la bienaventuranza está en nuestra memoria


1030 ¿Por ventura está en nuestra memoria la bienaventuranza así como lo está la ciudad de Cartago en la del que alguna vez la ha visto? No por cierto, porque la vida bienaventurada no se ve con los ojos, pues no es cuerpo. ¿Acaso la tenemos en nuestra memoria como tenemos los números? Tampoco es de este modo, porque el que tiene conocimiento de los números no desea ya ni solicita alcanzarlos.

¿Acaso nos acordamos de la bienaventuranza como nos sucede con la elocuencia? Tampoco, pues aunque al oír ese nombre, es cierto que se acuerdan de la elocuencia aun aquellos que no son elocuentes, y muchos que desean serlo (de donde se infiere claramente que tenían noticia y conocimiento de lo que es elocuencia), pero les ha venido esa noticia por los sentidos corporales, viendo u oyendo a otros que eran elocuentes, de lo que provino el aficionarse a la elocuencia y darse a conseguirla (aunque es verdad que, si no tu vieran interiormente noticia, no tendrían ese gusto y afición, y faltándoles la afición y el gusto a la elocuencia, tampoco tendrían deseo de alcanzarla); pero la vida bienaventurada no la hemos experimentado en hombre alguno por informe de los sentidos.

¿Sera por ventura del modo con que nos acordamos de la alegría? Puede que sea así, porque así como estando triste puedo acordarme y me acuerdo de mí alegría pasada, así aunque esté en la mayor infelicidad y miseria puedo acordarme de la vida feliz y bienaventurada. Además de esto se parecen también en que tampoco ninguno de mis sentidos corporales percibe jamás mí gozo o alegría, pues ni la vi, ni la oí, ni la olí, ni la gusté, ni la palpé; solamente la senti o experimenté en mi alma cuando tuve aquella alegría: su especie y noticia quedo impresa en mi memoria, para poder acordarme de dicha alegría, unas veces para aborrecerla y otras para desearla, según la diversidad de objetos de que recuerde haberme alegrado. Si ahora me acuerdo de alguna alegría que tuve causada de objetos torpes, la detesto y abomino; y si, por el contrario, me acuerdo de la que tuve nacida de cosas buenas y honestas, deseo volver a tenerla o continuarla, no obstante que acaso ya no existan ni estén presentes aquellas cosas u acciones, y por eso no me acompaña la tristeza cuando hago memoria de esta alegría pasada.

1031 Pues ¿dónde y cuándo experimento yo mismo mi vida bienaventurada, para que me acuerde de ella, y la ame y la desee? Ni en esto soy yo solo, o tengo pocos que me acompañen, sino que todos deseamos ser bienaventurados, lo cual no apeteceríamos con una voluntad tan firme y determinada si no la conociéramos con certeza y no tuviéramos de ella cierta y segura noticia.

Pero ¿en qué consiste, que si a dos hombres se les preguntase si querían seguir la carrera de la milicia, es muy posible que el uno respondiera que si y el otro que no, y que si a entrambos se les preguntase si querían ser bienaventurados, sea también muy posible que uno y otro respondiesen al punto y sin poner duda en ello que lo querían y estaban deseando, y que no por otro fin sino el de ser felices y bienaventurados tomaban dos partidos tan opuestos como querer el uno seguir la milicia y el otro no seguirla?

Tal vez porque unos hombres tienen su alegría y gozo en una cosa y otros la tienen en otra, por eso concuerdan todos en responder que quieren ser bienaventurados, como convendrían también si se les preguntase si querían vivir alegres y contentos, porque este mismo contento y alegría es lo que ellos llaman vida bienaventurada. Aunque esta alegría la consiguen unos por un camino y otros la alcanzan por otro, es uno mismo el fin a donde todos conspiran y desean llegar, que es a vivir alegres y contentos.

Ésta es una cosa tan común, que nadie puede decir con verdad que no la haya experimentado en sí mismo: por eso cuando se oye el nombre de la vida bienaventurada, se reconoce al instante por aquella especie de alegría que se halla en la memoria.


Capítulo XXII: En qué consista la vida bienaventurada, y donde se ha de buscar


1032 No quiera ni permita, Señor, vuestra misericordia, que en el corazón de este humilde siervo vuestro, que delante de Vos descubre los secretos de su alma, tenga entrada jamás ese vano pensamiento de juzgarme bienaventurado con cualquier género de gozo y alegría que haya tenido. Porque hay otro verdadero gozo que no se concede a los impíos y malos, sino solamente a aquellos que os sirven voluntariamente, de los cuales Vos sois el gozo: ésa es la vida bienaventurada, una alegría ordenada a Vos, dimanada de Vos y poseída por amor de Vos; ésa misma es, y no hay otra verdadera. Aquéllos que juzgan que hay otra distinta de ésa, siguen otra muy diferente alegría, pero no esa misma que es la verdadera; y solo alguna aparente semejanza de la verdadera alegría es la que siguen, y de la cual no se aparta su voluntad.


Capítulo XXIII: Prosigue explicando qué cosa sea la vida bienaventurada, y donde se halla


1033 Luego no es cierto que todos desean ser bienaventurados, porque aquellos que no quieren la alegría que Vos comunicáis, que es la única vida bienaventurada, sin duda no quieren la que lo es cierta y verdadera, o bien deberá decirse que la quieren y desean todos, pero como la carne tiene unos deseos contrarios al espíritu, y éste los tiene también opuestos a la carne, no pudiendo uno y otro hacer lo que entrambos quieren, vienen a dar y caer en lo que pueden, y con ello se contentan; y es porque aquello que no pueden, no lo quieren tanto como es necesario para que lo puedan.

Si les pregunto a todos si quieren mas gozar de esta alegría que proviene de la verdad, que de otra que provenga de la mentira, responderían todos que mas quieren la alegría que nace de la verdad, y que desean ser felices y bienaventurados, porque la vida bienaventurada es alegría y gozo que nace de la verdad, que es lo mismo que decir, alegría que nace de Vos, que sois la verdad suma, mí luz, mi Dios, vida y salud de mi alma. Todos, pues, quieren esta vida bienaventurada; esta vida, digo, que únicamente es la bienaventurada, todos la quieren: todos, vuelvo a decir, quieren y desean el gozo y alegría de la verdad, pues aunque he tratado a muchos que quisieran engañar a otros, a ninguno he visto que deseara ser engañado.

¿Dónde, pues, conocieron esta vida bienaventurada, sino allí mismo donde también conocieron la verdad? A ésta la aman también, supuesto que no quieren ser engañados, y amando la vida bienaventurada, que no es otra cosa sino alegría de la verdad, han de amar precisamente también a ésta, y no pudieran amarla si no tuvieran alguna noticia de ella en su memoria.

¿Por qué, pues, no hacen de ella su gozo y alegría? ¿Por qué no son felices y bienaventurados? Porque la adhesión que tienen a otras cosas es más fuerte y eficaz para hacerlos miserables e infelices, que aquel leve y escaso conocimiento que tuvieron de la verdad para hacerlos felices y bienaventurados. Y esto nace de que todavía hay poca luz en los hombres: dense, pues, prisa a caminar adelante, para que no acaben de hallarse sin luz enteramente.

1034 Amando todos la vida bienaventurada, que no es otra cosa sino la alegría que se tiene de la verdad, ¿por qué causa la verdad engendra odio en los hombres, y aun vuestro Hijo Jesucristo se hizo enemigo de ellos porque se la predicaba? La causa de esto no puede ser otra sino que de tal modo se ama la verdad, que aun aquellos que aman otra cosa muy distinta quisieran que fuese la verdad aquello que aman; y como por otra parte no quieren ser engañados, tampoco quieren verse convencidos de que lo son. Así, pues, aquella misma cosa que tienen por verdad, y como a tal la aman, es el motivo de que aborrezcan la verdad. Aman la verdad en cuanto resplandece o ilumina, pero la aborrecen en cuanto los acusa y reprende, y como ellos no quieren ser engañados, pero quieren engañar a otros, aman la verdad cuando ella se descubre o manifiesta a sí misma, pero la aborrecen cuando los descubre o los manifiesta a ellos. Así, pues, la correspondencia que tendrían de la verdad será que a los que no quieren que los descubra y manifieste, los manifestara y descubrirá, aunque ellos no quieran, sin que la misma verdad se descubra y manifieste a ellos. Así es también puntualmente el espíritu del hombre que quiere ocultar su ceguedad, sus achaques, su fealdad, sus indecencias, y no quiere que a él se le oculte cosa alguna; pero sucede al contrario, que él queda descubierto para la verdad, y la verdad queda oculta para él; no obstante este estado de miseria en que se halla, mas quiere gozar y alegrarse de bienes sólidos y verdaderos, que de aparentes y falsos. Luego será verdaderamente bienaventurado si, libre de toda molestia, no hallase ya alegría sino en la Verdad suprema, de quien participaron su verdad todas las otras cosas verdaderas.


Capítulo XXIV: Se alegra Agustín de haber hallado a Dios dentro de su memoria


1035 Mirad, Señor, cuanto me he detenido recorriendo la anchurosa extensión de mi memoria, solo para buscaros, y no he podido hallaros fuera de ella: no he hallado de Vos cosa alguna que no estuviese en mi memoria, desde el instante que tuve conocimiento de Vos, pues jamás os he olvidado desde que os he conocido. En donde hallé la verdad, allí mismo hallé a mi Dios, que es la Verdad misma, que nunca olvidé desde que la conocí. Y así, Dios mío, desde que tuve conocimiento de Vos permanecéis en mi memoria, y en ella misma os hallo cuando hago mención de Vos, y me deleito en Vos. Éstas son mis santas delicias, que os habéis dignado concededme por vuestra misericordia, atendiendo a mí pobreza.


Capítulo XXV: En qué grado de la memoria se halla a Dios


1036 Pero ¿en qué parte de mi memoria estáis, Señor?, ¿qué lugar tenéis en ella?, ¿cuál es la morada que habéis fabricado para Vos allí?, ¿cuál es el santuario que en ella edificasteis para Vos? Vos, Señor, concedisteis a mi memoria la honrosa dignidad de que Vos estéis y permanezcáis en ella, pero lo que ahora considero es en qué parte de mi memoria estáis.

Porque, para acordarme de Vos, subí, como tengo dicho (120), más arriba de todos aquellos grados en que mi memoria conviene con la de los irracionales, porque no os hallaba en aquella parte de mi memoria donde están las imágenes de las cosas corpóreas. Subí, pues, a otro grado superior de mi memoria, donde tengo depositadas las afecciones o pasiones de mi alma, y tampoco allí os hallé. Pasé más adelante y entré a buscaros en el mismo seno donde reside mi alma, que es el lugar que ella tiene para si dentro de mi memoria, porque también mi alma se acuerda de sí misma, y tampoco Vos estabais en aquel seno, porque así como Vos no sois alguna imagen corpórea, ni pasión o afección alguna de las que suele en sí experimentar el alma, como sucede cuando nos alegramos, nos entristecemos, deseamos, tememos, nos acordamos, nos olvidamos, y todas las otras afecciones semejantes, así tampoco sois lo que es nuestra alma, sino una sustancia muy distinta y superior a ella, como que sois el Señor y Dios de mi alma, fuera de que todas estas cosas que he dicho, son varias y mudables, y Vos permanecéis sobre todo lo creado eternamente invariable, y sin poder padecer variedad ni mutación alguna; pero no obstante, desde que os conocí os habéis dignado habitar en mi memoria.

Mas ¿para qué ando buscando el lugar propio que tenéis en ella, como si allí hubiera lugares distintos o separados? Vos ciertamente estáis de asiento en ella, porque yo me acuerdo de Vos desde que os conocí, y os hallo en mi memoria cuando me acuerdo de Vos.

(120) En el capítulo XVII de este libro.



Capítulo XXVI: Donde se halla a Dios


1037 Pero ¿dónde os hallé para poder conoceros? Porque antes que os conociera no estabais en mi memoria. ¿Dónde, pues, os hallé para conoceros, sino en Vos mismo y más arriba de mí? Pero de ningún modo hay en esto espacios ni lugares y, no obstante eso, es verdad que ya nos apartamos de Vos, ya nos acercamos a Vos, sin que en esto intervenga algún lugar. En todas partes estáis, Verdad eterna, presidiendo a todos los que os consultan y se aconsejan de Vos, y a todos les respondéis a un tiempo, aunque os pregunten cosas muy diferentes. Bien claramente les respondéis a todas, pero no todos oyen vuestras respuestas claramente. Todos os consultan y preguntan su inclinación y voluntad, pero no a todos respondéis conforme a su voluntad e inclinación. El mejor de todos vuestros siervos es aquél que no atiende tanto a oír de Vos lo que él desea y quiere, como a querer y ejecutar lo que de Vos oyere.


Capítulo XXVII: Como la hermosura de Dios arrebata hacia si al hombre


1038 Tarde os amé, Dios mío, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé. Vos estabais dentro de mi alma y yo distraído fuera, y allí mismo os buscaba; y perdiendo la hermosura de mi alma, me dejaba llevar de estas hermosas criaturas exteriores que Vos habéis creado. De lo que infiero que Vos estabais conmigo y yo no estaba con Vos; y me alejaban y tenían muy apartado de Vos aquellas mismas cosas que no tuvieran ser si no estuvieran en Vos. Pero Vos me llamasteis y disteis tales voces a mi alma, que cedió a vuestras voces mí sordera. Brillo tanto vuestra luz, fue tan grande vuestro resplandor, que ahuyento mí ceguedad. Hicisteis que llegase hasta mí vuestra fragancia, y tomando aliento respiré con ella, y suspiro y anhelo ya por Vos. Me disteis a gustar vuestra dulzura, y ha excitado en mi alma un hambre y sed muy viva. En fin, Señor, me tocasteis y me encendí en deseos de abrazaros.


Capítulo XXVIII: De las miserias de esta vida


1039 Cuando total y perfectamente esté yo unido a Vos no habrá ya para mí de ningún modo trabajo ni dolor alguno, y mi vida será totalmente viva, porque toda estará llena de Vos. Pero ahora me soy gravoso a mí mismo, porque no estoy lleno de Vos, pues a los que Vos llenáis, les quitáis su pesadez.

Mis pasadas alegrías dignas de llorarse, luchan con mis presentes tristezas dignas de alegría; y no sé en esta lucha quién lleva la victoria. ¡Ay de mí, Señor, tened misericordia de mí! Batallan, digo, mis tristezas malas con mis alegrías buenas y no sé quién saldrá con la victoria. ¡Ay de mí, Señor, tened misericordia de mí! Mirad, Señor, que no oculto mis llagas. Vos sois el médico, yo soy el enfermo: Vos sois misericordioso, yo lleno de miseria. ¿Por ventura podréis Vos olvidar que la vida del hombre sobre la tierra es una tentación continua?

¿Quién hay que ame las molestias y trabajos? Vos, Señor, mandáis que las suframos, no que las amemos. Ninguno ama aquello que sufre y tolera, aunque tenga amor a tolerarlo y sufrirlo. Pues aunque alguno se alegre de que tolera y sufre, pero no obstante, mas quiere que no haya que sufrir y tolerar. Cuando padezco cosas adversas, deseo las prosperas, y cuando estoy en posesión de las prosperas, estoy temiendo las adversas. ¿Qué medio puede hallarse entre estos dos contrarios, donde la vida humana deje de ser probada y combatida de semejantes afectos? Arriesgadas son las prosperidades del siglo de una y dos maneras: ya por el temor de la adversidad, ya por la corrupción de la alegría. Arriesgadas son también las adversidades del siglo de una, dos y tres maneras: ya por el deseo de la prosperidad, ya porque la adversidad misma es áspera y penosa, ya porque en ella peligra la paciencia. Pues siendo esto así, ¿cómo podrá dudarse que la vida del hombre sobre la tierra sea una tentación continuada sin intermisión alguna?


Capítulo XXIX: Que toda nuestra esperanza ha de ponerse en Dios


1040 Toda mí esperanza, Dios y Señor mío, se funda únicamente en vuestra grandísima misericordia. Dadme lo que me mandáis y mandadme lo que quisiereis. Nos mandasteis ser continentes (121), pero yo sé, dice el Sabio, que ninguno puede serlo, si Dios no le concede esta virtud, y también es un don de la Sabiduría increada el conocer de quién proviene esta dadiva. Porque la continencia es la virtud que nos reúne y nos reduce a ser una cosa sola, de cuya unidad habíamos degenerado haciéndonos de uno muchos y dividiendo nuestro corazón en multitud de cosas; y menos, Señor, os ama el que juntamente con Vos ama alguna otra cosa, que no la ama por Vos. ¡Oh amor, que siempre ardéis y nunca os apagáis! ¡Oh Dios mío, caridad infinita, encended mi corazón! Nos mandáis la templanza o continencia, pues (122) dadnos lo que mandáis y mandad lo que queréis.

(121) Aquí no se toma la continencia por la castidad, que hace que el hombre se abstenga de toda delectación venérea, sino mas generalmente por aquella virtud que es, según Santo Tomas (2.ª, 2.ª, q. 155, a. 1 c.), por la cual resiste el hombre a todos los deseos malos y desordenados. Lo cual todavía no es virtud perfecta, sino como un principio e incoación de las virtudes, y por eso es propia de los que comienzan a servir a Dios.
(122) San Agustín refiere en el libro De dono perseverantiae que leyendo en Roma un obispo en presencia de Pelagio estas mismas palabras de San Agustín: Da quod jubes, et jube quod vis, y admirándolas como un excelente modo de pedir a Dios, Pelagio se altero tanto contra el obispo, que estuvo cerca de perderle el respeto. Pero ello es cierto que contienen un método fácil, pronto, sólido y cristiano de hacer oración a Dios en cualquiera dificultad que hallemos en la observancia de la ley diciendo con humildad y fervor: Dadme, Señor, lo que me mandáis y mandadme lo que queréis. Porque hemos de estar en que nosotros somos suficientes por nosotros mismos para lo malo, pero para lo bueno y para cumplir los preceptos de Dios, no somos suficientes por nosotros mismos sin la gracia de Dios que lo íntima. Así como puede cualquiera cerrar sus ojos cuando quiere y dejar de ver; pero aun con ellos abiertos no podrá ver si no le ayuda y le acompaña la luz, como dice el mismo Santo doctor en el libro De gestis Pelagii.



Capítulo XXX: Confiesa Agustín el estado en que se hallaba en orden a las tentaciones libidinosas


1041 Vos, Señor, me mandáis que reprima la concupiscencia de la carne, la de los ojos y la ambición de los honores mundanos. Mandasteis que me abstuviese del acceso carnal, y aun me aconsejasteis otra mejor y más perfecta continencia que la que es propia del matrimonio y que Vos habéis permitido. Vos mismo me lo concedisteis, y se efectuó en mí eso que me aconsejasteis, aun antes de que yo fuese ordenado y hecho ministro y dispensador de vuestros Sacramentos. Pero aun viven en mi memoria (de la cual he hablado tan largamente) las imágenes de aquellas cosas torpes que mí mala costumbre dejo estampadas en ella, las cuales se me presentan, ya cuando estoy despierto, ya cuando dormido: cuando despierto se me ofrecen como flacas y sin fuerzas, pero entre sueños llegan no solo a causar deleite, sino también una especie de consentimiento y obra, que son muy semejantes a la obra y consentimiento verdaderos. Puede tanto en mi alma y en mí cuerpo aquella ilusión y engaño causado por las dichas imágenes, que me persuaden e inducen dormido aquellas visiones falsas a lo que no me indujeran ni persuadieran despierto los mismos objetos reales y verdaderos. ¿Por ventura, Dios y Señor, no soy yo el mismo entonces que cuando estoy despierto? Pues ¿cómo me diferencio tanto de mí mismo, desde el punto en que paso de despierto a dormido, hasta que vuelvo a pasar de dormido a despierto?

¿Dónde está entonces mí razón y entendimiento, que estando en vela resiste a semejantes sugestiones con tal fuerza que, aunque las mismas cosas reales y verdaderas se me pongan delante, no bastan a conmoverme?, ¿acaso se cierra también la razón al mismo tiempo que se cierran los ojos para dormir?, ¿acaso ella se duerme juntamente con los sentidos del cuerpo? Además, ¿en qué consiste que muchas veces aun entre sueños resistimos también a semejantes sugestiones, y acordándonos de nuestro propósito en orden a la castidad, perseveramos firmemente en él, y no damos consentimiento alguno a tales deleites halagüeños y engañosos? Con todo, hay en esto tan grande diferencia de nosotros a nosotros mismos, que cuando en el sueno ha sucedido al contrario, en despertando volvemos a tener quieta y sin remordimientos la conciencia; y en esta misma diferencia conocemos que no hicimos nosotros aquello que entre sueños se ejecuto en nosotros y, fuese como fuese, lo sentimos y desaprobamos.

1042 ¿Por ventura, Dios mío todopoderoso, no tiene fuerza y poder vuestra divina mano para curar perfectamente todas las enfermedades de mi alma y apagar también con vuestra gracia más especial y activa los movimientos impuros que padezco en sueños? Yo espero, Señor, que aumentaréis mas y mas en mí vuestras gracias y dones, para que mi alma, libre y enteramente desprendida de la pegajosa liga de toda concupiscencia, pueda seguir sin estorbo los movimientos y afectos que me llevan hacia Vos, y no sea rebelde a sí misma; antes bien, aun entre sueños, no solamente quede libre de ejecutar aquellas torpezas de corrupción que en fuerza de las imágenes animales llegan a hacer su propio efecto en la carne, sino que también esté muy lejos de consentirlas. Respecto de un Dios omnipotente, que podéis hacer mucho más de lo que nosotros podemos pedir ni pensar, no sería cosa muy grande ni dificultosa el hacer que atendido no solo este método de vida que sigo, sino también esta edad que tengo, ninguna de aquellas impurezas haga en mi alma entre sueños la mas leve impresión contraria a la castidad, que también con la más leve atención pudiera estorbarse o reprimirse.

Pero el estado en que me hallo por ahora en cuanto a este género de mal ya lo he confesado a Vos, Dios y todo mí bien, alegrándome (aunque con algún temor todavía) por el bien que ya me habéis concedido, llorando por lo que aun me falta y esperando que Vos perfeccionéis los buenos efectos que han obrado ya en mí vuestras misericordias, hasta concederme aquella paz cumplida y perfecta que ha de haber con todas las potencias y sentidos de mi alma y de mí cuerpo, cuando se verifique que la muerte quede tan cumplidamente vencida, que toda su guerra se mude en (123) victoria.

(123) Da motivo a esta versión el leer aquí San Agustín Cum absorpta fuerit mors in victoriam, y no en el sexto caso in victoria, conforme a la Vulgata.



Capítulo XXXI: Del estado en que se hallaba en orden a las tentaciones de la gula


1043 También el día nos ocasiona otro mal y daño, ¡y ojala que éste fuera único y solo! Porque todos los días reparamos por la comida y bebida las ruinas que cotidianamente padecen nuestros cuerpos, hasta que llegue el día en que Vos destruyáis, no solo las viandas, sino también al estomago que las destruye a ellas, que será cuando matéis mí hambre y necesidad enteramente con aquella soberana hartura y vistáis a este corruptible cuerpo de una incorruptibilidad perpetua y sempiterna. Pero al presente esta hambre y necesidad me es suave y deliciosa, y tengo que pelear contra este mismo deleite y suavidad, para no dejarme prender y cautivar de ella: esta guerra es cotidiana en los ayunos, pues ayunando con frecuencia para reducir mí cuerpo a la sujeción y servidumbre, sucede que esa misma molestia del ayuno hace después mas agradable y deleitoso el alimento.

El hambre y la sed son ciertos dolores que incomodan, abrasan y consumen como una calentura, y causarían la muerte a cualquiera, si no se les socorriese con la medicina de los alimentos; como ésta la tenemos tan a mano, por la abundancia de vuestros dones, con los cuales hacéis que la tierra, el mar, el cielo contribuyan y sirvan a nuestra necesidad y dolencia, esta especie de trabajo y calamidad se llama ya gusto y regalo.

1044 Vos, Señor, me habéis enseñado que debo usar de los alimentos del mismo modo que de los medicamentos, pero cuando he de pasar desde la molestia que ha causado en mí el hambre y necesidad a la quietud que causa la refacción, en este mismo paso tiene armados contra mí sus lazos el apetito. Porque este mismo pasar desde el hambre al alimento es deleite y gusto, y no hay otro medio por donde pasar a aquel extremo, al cual nos obliga la necesidad a que pasemos. Y siendo la salud la causa motiva de que comamos y bebamos, se le junta como criada o sierva la delectación peligrosa, y muchas veces quiere ella ir delante como principal, para que se haga por causa de la delectación lo que digo que hago o quiero hacer por conservar mí salud. Pero no tiene la una la moderación que tiene la otra, pues lo que para la salud es bastante es poco para el deleite. Muchas veces no se sabe con certeza si es el cuidado necesario de nuestro cuerpo el que pide el manjar para su socorro, o si es el deleitoso engaño de nuestro apetito el que lo solicita, aunque superfluo: la pobre infeliz alma se alegra con esta incertidumbre, y en ella misma tiene preparada o su defensa o su excusa, alegrándose de no saber con certeza cuanto sea lo bastante para el régimen y conservación de la salud, para que ésta sirva de pretexto, cuando realmente es cumplir el deleite y apetito.

Éstas son tentaciones cotidianas que procuro resistir todos los días, e invoco vuestra mano poderosa para que me saque a salvo: os refiero las dudas y congojas de mi alma, porque no sé todavía lo que debo practicar en esta materia.

1045 Oigo la voz de mi Dios que me impone este precepto: No se agraven ni entorpezcan vuestros corazones con los manjares ni con la embriaguez. El exceso del vino o la embriaguez está bien lejos de mí, y espero que me concederá vuestra misericordia que no se me acerque nunca. Por lo que toca al exceso en la comida (124), alguna vez, sin advertirlo, se me ha insinuado; Vos, Señor, usaréis conmigo de vuestra misericordia para que se aleje de mí todo lo que fuere exceso, porque ninguno puede tener templanza si Vos mismo no se la concedéis.

Muchas gracias y beneficios nos concedéis, porque os lo suplicamos: todo el bien que había en nosotros antes que os suplicásemos, de vuestra mano, Señor, lo habíamos recibido, y este mismo conocimiento también es dadiva vuestra. Es cierto que yo nunca fui apasionado por el vino, pero he conocido a algunos que, siendo antes muy dados al vino, Vos los hicisteis sobrios y templados: luego Vos también hicisteis que no fuesen destemplados en el beber vino los que nunca lo fueron, así como hicisteis que no lo fueran siempre aquellos que antes lo habían sido; Vos también hicisteis que los unos y los otros reconozcan quién fue el autor de aquel bien que se les hizo.

También, Señor, tengo oída aquella palabra vuestra, en que decís: No sigas tus apetitos y apártate de tu propia voluntad. También oí por gracia vuestra otra palabra que fue muy de mi gusto, en que decís: Ni porque comamos tendremos de sobra, ni porque no comamos tendremos escasez. Que es lo mismo que decir: Ni lo uno me hará rico, ni lo otro me hará pobre. Otra voz oi también vuestra, en que decís: He aprendido a contentarme con cualquier estado en que me halle: sé vivir con abundancia y sé padecer pobreza. Todo lo puedo en Aquél que me conforma.

El que dijo esto es un soldado de la milicia del cielo, que ya no es polvo y ceniza como nosotros. Acordaos, pues, Señor, de que somos polvo, y que del polvo formasteis al hombre, y que habiéndose perdido, Vos le volvisteis a hallar. Ni el mismo que hablo aquella sentencia, inspirado de Vos (que porque hablaba así, me aficioné yo a él), podía cosa alguna por sí mismo, porque él también era polvo. Todo lo puedo, dice, pero lo puedo en Aquél que me conforta. Confortadme a mí, Señor, para que yo lo pueda todo como él. Dadme lo que mandáis y mandadme cuanto queráis. El Apóstol que decía esto reconoce y confiesa que cuanto tenía lo había recibido de Vos: y así cuando él se gloríe, se gloríe en el Señor.

Por otra parte oigo también al Sabio, que deseando conseguir este beneficio, os lo pide a Vos, diciendo: Apartad, Señor, de mí los destemplados deseos de comer y de beber. De donde se infiere, santísimo Dios mío, que cuando cumplimos vuestros mandamientos, Vos sois el que nos dais la gracia de cumplirlos.

(124) Esto es lo que propiamente significa la voz crapula en este pasaje de San Agustín, y en el de San Lucas, cap. XXI, 34, a que alude el Santo. Y deba distinguirse entre lo que es ebrietas y lo que es crapula, como el Santo las distingue, diciendo: que la primera esta lejos de él, y pide a Dios que no se le acerque; la segunda esta cerca, y pide a Dios que se la retire, aleje y aparte de él.



1046 Vos, Padre amabilísimo, me habéis enseñado que, para los que son puros y limpios, todos los manjares son puros y limpios, pero que sería malo para el hombre comer de cualquier cosa con escándalo de otros; que todas vuestras criaturas son buenas, y nada se debe desechar para alimento, siendo cosa que se pueda comer con acción de gracias: que no es la comida la que nos hace recomendables en vuestra presencia; que ninguno debe juzgar a su prójimo por la especie de manjar o bebida que toma; finalmente, que aquél que come de todo, no haga desprecio del que no come lo que él, y el que no come de todo, no juzgue ni condene al otro que usa de todo manjar indiferentemente.

De Vos, Señor, he aprendido todas estas doctrinas: por lo cual os alabo y doy repetidas gracias a Vos, Dios mío y Maestro mío, que, además de haberos dignado hacer que oyese vuestras palabras, ilustrasteis mi corazón para entenderlas. Libradme también de todas las tentaciones a que me veis expuesto.

Lo que yo temo no es la inmundicia del manjar, sino la del apetito. Sé que Vos disteis licencia a Noé, para que comiese de toda especie de animales que tuviesen carnes saludables y buenas; que Elías también se alimento de carne; que San Juan Bautista, que practico una abstinencia admirable, no incurrió en inmundicia ni mancho su alma por alimentarse de unos animalejos tan viles como son las langostas. Sé, por el contrario, que Esaú fue engañado por el destemplado apetito que tuvo de comer unas lentejas; que David se reprendió a sí mismo por el deseo que tuvo de beber un poco de agua, y que el demonio, queriendo tentar a nuestro Rey y Señor, no le propuso que comiese carne, sino, que comiese pan. Y finalmente, el pueblo de Israel, a quien Vos mismo guiabais por el desierto, si mereció ser sorprendido y reprobado, no fue porque deseo alimentarse de carne, sino porque llevado del deseo de este manjar, se quejo y murmuro de su Dios y Señor.

1047 Yo me hallo en medio de estas tentaciones, y todos los días tengo que pelear contra el apetito de comer y beber; esta materia no podía determinarme a dejarla enteramente de una vez, y no volver jamás a usarla, como lo pude hacer con el deleite carnal: así, pues, las riendas del apetito de comer y beber se han de gobernar de modo que ni se aflojen mucho ni se tiren demasiado. Pero, Señor, ¿quién será aquél que nunca exceda los precisos límites de la necesidad? Cualquiera que sea, ciertamente, es un hombre grande, y os debe dar gracias y engrandecer por ello vuestro nombre. Yo ciertamente no soy tal, porque solo soy un hombre pecador, aunque también alabo y engrandezco vuestro nombre, y sé que aquel Señor que triunfo del mundo os pide incesantemente el perdón de mis pecados, contándome entre los miembros débiles y flacos de su cuerpo místico, porque vuestros ojos los ven, aunque sean imperfectos, y a todos los tenéis escritos en vuestro Libro.



Agustin - Confesiones 1028