MORADAS QUINTAS 1


CONTIENEN CUATRO CAPITULOS



Capítulo 1


Comienza a tratar cómo en la oración se une el alma con Dios. Dice en que se conocerá no ser engaño.



1 ¡Oh hermanas!, ¿cómo os podría yo decir la riqueza y tesoros y deleites que hay en las quintas moradas? Creo fuera mejor no decir nada de las que faltan, pues no se ha de saber decir ni el entendimiento lo sabe entender ni las comparaciones pueden servir de declararlo, porque son muy bajas las cosas de la tierra para este fin. Enviad, Señor mío, del cielo luz para que yo pueda dar alguna a estas vuestras siervas, pues sois servido de que gocen algunas de ellas tan ordinariamente de estos goces, porque no sean engañadas, transfigurándose el demonio en ángel de luz, pues todos sus deseos se emplean en desear contentaros.
2 Y aunque dije «algunas», bien pocas hay que no entren en esta morada que ahora diré.
Hay más y menos, y a esta causa digo que son las más las que entran en ellas. En algunas cosas de las que aquí diré que hay en este aposento, bien creo que son pocas; mas, aunque no sea sino llegar a la puerta, es harta misericordia la que las hace Dios, porque, puesto que son muchos los llamados, pocos son los escogidos.
Así digo ahora que, aunque todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación (porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos padres nuestros del Monte Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos), pocas nos disponemos para que nos la descubra el Señor. Porque cuanto a lo exterior vamos bien para llegar a lo que es menester; en las virtudes para llegar aquí, hemos menester mucho, mucho, y no nos descuidar poco ni mucho. Por eso, hermanas mías, alto a pedir al Señor, que pues en alguna manera podemos gozar del cielo en la tierra, que nos dé su favor para que no quede por nuestra culpa, y nos muestre el camino, y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mismas; que esto querría yo dar a entender, si el Señor es servido que sepa.
3 Dije «fuerzas en el alma», porque entendáis que no hacen falta las del cuerpo a quien Dios nuestro Señor no las da; no imposibilita a ninguno para comprar sus riquezas; con que dé cada uno lo que tuviere, se contenta. Bendito sea tan gran Dios. Mas mirad, hijas, que para esto que tratamos no quiere que os quedéis con nada; poco o mucho, todo lo quiere para sí, y conforme a lo que entendiéreis de vos que habéis dado, se os darán mayores o menores mercedes. No hay mejor prueba para entender si llega a unión o si no nuestra oración. No penséis que es cosa soñada, como la pasada; digo «soñada» porque así parece está el alma como adormecida, que ni bien parece está dormida, ni se siente despierta. Aquí con estar todas dormidas y bien dormidas a las cosas del mundo y a nosotras mismas -porque en hecho de verdad se queda como sin sentido aquello poco que dura, que ni hay poder pensar aunque quieran-, aquí no es menester con artificio suspender el pensamiento;
4 hasta el amar, si lo hace, no entiende cómo, ni qué es lo que ama, ni qué querría; en fin, como quien de todo punto ha muerto al mundo para vivir más en Dios, que así es una muerte sabrosa, un arrancamiento del alma de todas las operaciones que puede tener estando en el cuerpo, deleitosa, porque aunque de verdad parece se aparta el alma de él para mejor estar en Dios, de manera que aun no sé yo si le queda vida para resolgar (ahora lo estaba pensando y paréceme que no; al menos, si lo hace, no se entiende si lo hace); todo su entendimiento se querría emplear en entender algo de lo que siente y, como no llegan sus fuerzas a esto, quédase espantado de manera que, si no se pierde del todo, no menea pie ni mano, como acá decimos de una persona que está tan desmayada que nos parece está muerta.
¡Oh secretos de Dios, que no me hartaría de procurar dar a entenderlos si pensase acertar en algo!, y así diré mil desatinos por si alguna vez atinase para que alabemos mucho al Señor.
5 Dije que no era cosa soñada, porque en la morada que queda dicha, hasta que la experiencia es mucha, queda el alma dudosa de qué fue aquello: si se le antojó, si estaba dormida, si fue dado de Dios, si se transfiguró el demonio en ángel de luz. Queda con mil sospechas, y es bien que las tenga, porque, como dije, aun el mismo natural nos puede engañar allí alguna vez; porque, aunque no hay tanto lugar para entrar las cosas emponzoñosas, unas lagartijillas sí, que como son agudas por doquiera se meten; y aunque no hacen daño, en especial si no hacen caso de ellas, como dije, porque son pensamientillos que proceden de la imaginación y de lo que queda dicho, importunan muchas veces. Aquí, por agudas que son las lagartijas, no pueden entrar en esta morada; porque ni hay imaginación, ni memoria, ni entendimiento que pueda impedir este bien. Y osaré afirmar que, si verdaderamente es unión de Dios, que no puede entrar el demonio ni hacer ningún daño; porque está su Majestad tan junto y unido con la esencia del alma, que no osará llegar, ni aun debe entender este secreto. Y está claro, pues dicen que no entiende nuestro pensamiento, menos entenderá cosa tan secreta, que aun no la fía Dios de nuestro pensamiento. ¡Oh gran bien, estado adonde este maldito no nos hace mal! Así queda el alma con tan grandes ganancias por obrar Dios en ella, sin que nadie le estorbe, ni nosotros mismos. ¿Qué no dará quien es tan amigo de dar y puede dar todo lo que quiere?
6 Parece que os dejo confusas en decir si es unión de Dios, y que hay otras uniones. Y ¡cómo si las hay! Aunque sean en cosas vanas, cuando se aman mucho, también los transportará el demonio; mas no con la manera que Dios ni con el deleite y satisfacción del alma y paz y gozo. Es sobre todos los gozos de la tierra y sobre todos los deleites y sobre todos los contentos y más, que no tiene que ver adonde se engendran estos contentos o los de la tierra, que es muy diferente su sentir como lo tendréis experimentado. Dije yo una vez, que es como si fuesen en esta grosería del cuerpo o en los tuétanos, y atiné bien, que no sé cómo lo decir mejor.
7 Paréceme que aún no os veo satisfechas, porque os parecerá que os podéis engañar, que esto interior es cosa recia de examinar; y aunque para quien ha pasado por ello basta lo dicho, porque es grande la diferencia, quiéroos decir una señal clara por donde no os podréis engañar ni dudar si fue de Dios, que su Majestad me la ha traído hoy a la memoria y, a mi parecer, es la cierta.
Siempre en cosas dificultosas, aunque me parece que lo entiendo y que digo verdad, voy con este lenguaje de que «me parece»; porque si me engañare, estoy muy aparejada a creer lo que dijeren los que tienen letras muchas; porque, aunque no hayan pasado por estas cosas, tienen un no sé qué grandes letrados que, como Dios los tiene para luz de su Iglesia, cuando es una verdad, dásela para que se admita; y si no son derramados sino siervos de Dios, nunca se espantan de sus grandezas, que tienen bien entendido que puede mucho más y más. Y, en fin, aunque algunas cosas no tan declaradas, otras deben hallar escritas, por donde ven que pueden pasar éstas.
8 De esto tengo grandísima experiencia, y también la tengo de unos medio letrados espantadizos, porque me cuestan muy caro. Al menos creo que quien no creyere que puede Dios mucho más, que ha tenido por bien y tiene algunas veces comunicarlo a sus criaturas, que tiene bien cerrada la puerta para recibirlas. Por eso, hermanas, nunca os acaezca, sino creed de Dios mucho más y más, y no pongáis los ojos en si son ruines o buenos a quien las hace, que su Majestad lo sabe, como os lo he dicho; no hay para qué nos meter en esto, sino con simpleza de corazón y humildad servir a su Majestad y alabarle por sus obras y maravillas.
9 Pues tornando a la señal que digo es la verdadera, ya veis esta alma que la ha hecho Dios boba del todo para imprimir mejor en ella la verdadera sabiduría, que ni ve, ni oye ni entiende en el tiempo que está así, que siempre es breve, y aun harto más breve le parece a ella de lo que debe de ser. Fija Dios a sí mismo en lo interior de aquel alma de manera que, cuando torna en sí, en ninguna manera pueda dudar que estuvo en Dios y Dios en ella. Con tanta firmeza le queda esta verdad que, aunque pase años sin tornarle Dios a hacer aquella merced, ni se le olvida ni puede dudar que estuvo; aun dejemos por los efectos con que queda, que éstos diré después; esto es lo que hace mucho al caso.
10 Pues diréisme: ¿cómo lo vio o cómo lo entendió si no ve ni entiende? No digo que lo vio entonces, sino que lo ve después claro; y no porque es visión, sino una certidumbre que queda en el alma que sólo Dios la pueda poner. Yo sé de una persona que no había llegado a su noticia que estaba Dios en todas las cosas por presencia y potencia y esencia, y de una merced que le hizo Dios de esta suerte lo vino a creer de manera que, aunque un medio letrado de los que tengo dichos a quien preguntó cómo estaba Dios en nosotros (él lo sabía tan poco como ella antes que Dios se lo diese a entender) le dijo que no estaba más de por gracia, ella tenía ya tan fija la verdad, que no le creyó y preguntó a otros que le dijeron la verdad con que se consoló mucho.
11 No os habéis de engañar pareciéndoos que esta certidumbre queda en forma corporal, como el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo está en el Santísimo Sacramento, aunque no le vemos, porque acá no queda así, sino de sola la divinidad. Pues ¿cómo lo que no vimos se nos queda con esa certidumbre? Eso no lo sé yo, son obras suyas; mas sé que digo verdad, y quien no quedare con esta certidumbre, no diría yo que es unión de toda el alma con Dios, sino de alguna potencia, y otras muchas maneras de mercedes que hace Dios al alma.
Hemos de dejar en todas estas cosas de buscar razones para ver cómo fue; pues no llega nuestro entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Basta ver que es todopoderoso el que lo hace; y pues no somos ninguna parte por diligencias que hagamos para alcanzarlo, sino que es Dios el que lo hace, no lo queramos ser para entenderlo.
12 Ahora me acuerdo sobre esto que digo de que no somos parte, de lo que habéis oído que dice la esposa en los Cantares, llevóme el rey a la bodega del vino, o metióme, creo que dice . Y no dice que ella se fue; y dice también que andaba buscando a su Amado por una parte y por otra. Esta entiendo yo es la bodega adonde nos quiere meter el Señor cuando quiere y como quiere; mas, por diligencias que nosotros hagamos, no podemos entrar. Su Majestad nos ha de meter y entrar él en el centro de nuestra alma; y, para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más parte de la voluntad que del todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las potencias y sentidos, que todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma sin ninguna, como entró a sus discípulos, cuando dijo: pax vobis, y salió del sepulcro sin levantar la piedra.
Adelante veréis cómo su Majestad quiere que le goce el alma en su mismo centro, aun más que aquí mucho en la postrera morada.
13 ¡Oh hijas, qué mucho veremos si no queremos ver más de nuestra bajeza y miseria, y entender que no somos dignas de ser siervas de un Señor tan grande, que no podemos alcanzar sus maravillas! Sea por siempre alabado, amén.



Capítulo 2


Prosigue en lo mismo. Declara la oración de unión por una comparación delicada. Dice los efectos con que queda el alma. Es muy de notar.



1 Pareceros ha que ya está todo dicho lo que hay que ver en esta morada, y falta mucho, porque, como dije, hay más y menos cuanto a lo que es unión. No creo sabré decir más; mas cuando el alma a quien Dios hace estas mercedes se dispone, hay muchas cosas que decir de lo que el Señor obra en ellas. Algunas diré, y de la manera que queda. Para darlo mejor a entender, me quiero aprovechar de una comparación que es buena para este fin; y también para que veamos cómo, aunque en esta obra que hace el Señor no podemos hacer nada, mas para que su Majestad nos haga esta merced podemos hacer mucho disponiéndonos.
2 Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría la seda, que sólo él pudo hacer semejante invención; y cómo de una simiente, que dicen que es a manera de granos de pimienta, pequeños -que yo nunca la he visto, sino oído, y así si algo fuere torcido no es mía la culpa-, con el calor, en comenzando a haber hoja en los morales, comienza esta simiente a vivir; que hasta que hay este mantenimiento de que se sustentan, se está muerta; y con hojas de moral se crían, hasta que, después de grandes, les ponen unas ramillas y allí con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran; y acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capucho una mariposica blanca muy graciosa. Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer, ni con qué razones pudiéramos sacar que una cosa tan sin razón como es un gusano y una abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho y con tanta industria, y el pobre gusanillo pierda la vida en la demanda? Para un rato de meditación basta esto, hermanas, aunque no os diga más, que en ello podéis considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. Pues, ¿qué será si supiésemos la propiedad de todas las cosas? De gran provecho es ocuparnos en pensar estas grandezas y regalarnos en ser esposas de Rey tan sabio y poderoso.
3 Tornemos a lo que decía. Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con la calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia, así de acontinuar las confesiones como con buenas lecciones y sermones, que es el remedio que un alma que está muerta en su descuido y pecados y metida en ocasiones puede tener. Entonces comienza a vivir, y vase sustentando en esto y en buenas meditaciones, hasta que está crecida, que es lo que a mi me hace al caso, que estotro poco importa.
4 Pues, crecido este gusano, que es lo que en los principios queda dicho de esto que he escrito, comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí, que es Cristo. En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno, o que nuestra vida es Cristo. En que esto sea o no, poco va para mi propósito.
5 Pues veis aquí, hijas, lo que podemos con el favor de Dios hacer: que su Majestad mismo sea nuestra morada, como lo es en esta oración de unión, labrándola nosotras. Parece que quiero decir que podemos quitar y poner en Dios, pues digo que él es la morada y la podemos nosotras fabricar para meternos en ella. Y ¡cómo si podemos!, no quitar de Dios ni poner, sino quitar de nosotros y poner, como hacen estos gusanitos; que no habremos acabado de hacer en esto todo lo que podemos, cuando este trabajillo, que no es nada, junte Dios con su grandeza y le dé tan gran valor que el mismo Señor sea el premio de esta obra. Y así como ha sido el que ha puesto la mayor costa, así quiere juntar nuestros trabajillos con los grandes que padeció su Majestad, y que todo sea una cosa.
6 Pues ¡ea, hijas mías!, prisa a hacer esta labor y tejer este capuchillo, quitando nuestro amor propio y nuestra voluntad, el estar asidas a ninguna cosa de la tierra, poniendo obras de penitencia, oración, mortificación, obediencia, todo lo demás que sabéis; que ¡así obrásemos como sabemos y somos enseñadas de lo que hemos de hacer! ¡Muera, muera este gusano como lo hace en acabando de hacer para lo que fue criado!, y veréis cómo vemos a Dios y nos vemos tan metidas en su grandeza como lo está este gusanillo en este capucho. Mirad que digo «ver a Dios», como dejo dicho que se da a sentir en esta manera de unión.
7 Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he dicho todo lo demás, que, cuando está en esta oración, bien muerto está al mundo, sale una mariposita blanca. ¡Oh grandeza de Dios, y cuál sale un alma de aquí, de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta con él, que, a mi parecer, nunca llega a media hora! Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí; porque, mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca, que la misma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien (de dónde le pudo venir, quise decir, que bien sabe que no le merece); vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer, y de morir por El mil muertes. Luego le comienza a tener de padecer grandes trabajos sin poder hacer otra cosa. Los deseos de penitencia grandísimos, el de soledad, el de que todos conociesen a Dios, y de aquí le viene una pena grande de ver que es ofendido. Y aunque en la morada que viene se tratará más de estas cosas en particular, porque aunque casi lo que hay en esta morada y en la que viene después es todo uno, es muy diferente la fuerza de los efectos; porque, como he dicho, si después que Dios llega a un alma aquí se esfuerza a ir adelante, verá grandes cosas.
8 ¡Oh!, pues ver el desasosiego de esta mariposita con no haber estado más quieta y sosegada en su vida, es cosa para alabar a Dios. Y es que no sabe adónde posar y hacer su asiento, que, como le ha tenido tal, todo lo que ve en la tierra le descontenta, en especial cuando son muchas las veces que la da Dios de este vino; casi de cada una queda con nuevas ganancias. Ya no tiene en nada las obras que hacía siendo gusano, que era poco a poco tejer el capucho; hanle nacido alas, ¿cómo se ha de contentar, pudiendo volar, de andar paso a paso? Todo se le hace poco cuanto puede hacer por Dios, según son sus deseos. No tiene en mucho lo que pasaron los santos, entendiendo ya por experiencia cómo ayuda el Señor y transforma un alma, que no parece ella ni su figura. Porque la flaqueza que antes le parecía tener para hacer penitencia, ya la halla fuerte; el atamiento con deudos o amigos o hacienda -que ni le bastaban actos ni determinaciones ni quererse apartar, que entonces le parecía se hallaba más junta-, ya se ve de manera que le pesa estar obligada a lo que para no ir contra Dios es menester hacer. Todo le cansa, porque ha probado que el verdadero descanso no le pueden dar las criaturas.
9 Parece que me alargo, y mucho más podría decir, y a quien Dios hubiere hecho esta merced verá que quedo corta; y así no hay que espantar que esta mariposilla busque asiento de nuevo, así como se halla nueva de las cosas de la tierra. Pues ¿adónde irá la pobrecica? Que tornar adonde salió no puede que, como está dicho, no es en nuestra mano, aunque más hagamos, hasta que es Dios servido de tornarnos a hacer esta merced.
¡Oh Señor, y qué nuevos trabajos comienzan a esta alma! ¿Quién dijera tal después de merced tan subida? En fin fin, de una manera o de otra ha de haber cruz mientras vivimos; y quien dijere que después que llegó aquí siempre está con descanso y regalo, diría yo que nunca llegó, sino que por ventura fue algún gusto, si entró en la morada pasada y ayudado de flaqueza natural, y aún, por ventura, del demonio, que le da paz para hacerle después mucha mayor guerra.
10 No quiero decir que no tienen paz los que llegan aquí, que sí tienen y muy grande; porque los mismos trabajos son de tanto valor y de tan buena raíz que, con serlo muy grandes, de ellos mismos sale la paz y el contento. Del mismo descontento que dan las cosas del mundo nace un deseo de salir de él tan penoso que, si algún alivio tiene, es pensar que quiere Dios viva en este destierro, y aun no basta, porque aún el alma con todas estas ganancias no está tan rendida en la voluntad de Dios, como se verá adelante, aunque no deja de conformarse; mas es con un gran sentimiento, que no puede más, porque no le han dado más, y con muchas lágrimas. Cada vez que tiene oración, es ésta su pena. En alguna manera quizá procede de la muy grande que le da ver que es ofendido Dios y poco estimado en este mundo, y de las muchas almas que se pierden, así de herejes como de moros; aunque las que más le lastiman son las de los cristianos que, aunque ve es grande la misericordia de Dios -que por mal que vivan se pueden enmendar y salvarse- teme que se condenan muchos.
11 ¡Oh grandeza de Dios!, que pocos años antes estaba esta alma, y aun quizá días, que no se acordaba sino de sí; ¿quién la ha metido en tan penosos cuidados? Que, aunque queramos tener muchos años de meditación, tan penosamente como ahora esta alma lo siente no lo podremos sentir. Pues, ¡válgame Dios!, si muchos días y años yo me procuro ejercitar en el gran mal que es ser Dios ofendido y pensar que estos que se condenan son hijos suyos y hermanos míos, y los peligros en que vivimos, cuán bien nos está salir de esta miserable vida, ¿no bastará? Que no, hijas, no es la pena que se siente aquí como las de acá; que eso bien podríamos con el favor del Señor tenerla pensando mucho esto; mas no llega a lo íntimo de las entrañas, como aquí, que parece desmenuza un alma y la muele, sin procurarlo ella y aun a veces sin quererlo. Pues ¿qué es esto? ¿De dónde procede? Yo os lo diré.
12 ¿No habéis oído -que ya aquí lo he dicho otra vez aunque no a este propósito- de la esposa que la metió Dios a la bodega del vino y ordenó en ella la caridad? Pues esto es; que como aquel alma ya se entrega en sus manos y el gran amor la tiene tan rendida que no sabe ni quiere más de que haga Dios lo que quisiere de ella (que jamás hará Dios, a lo que yo pienso, esta merced sino a alma que ya toma muy por suya), quiere que sin que ella entienda cómo, salga de allí sellada con su sello. Porque verdaderamente el alma allí no hace más que la cera cuando imprime otro el sello, que la cera no se le imprime a sí, sólo está dispuesta, digo blanda; y aun para esta disposición tampoco se ablanda ella, sino que se está queda y lo consiente. ¡Oh bondad de Dios, que todo ha de ser a vuestra costa! Sólo queréis nuestra voluntad y que no haya impedimento en la cera.
13 Pues veis aquí, hermanas, lo que nuestro Dios hace aquí para que esta alma ya se conozca por suya; da de lo que tiene, que es lo que tuvo su Hijo en esta vida; no os puede hacer mayor merced. ¿Quién más debía querer salir de esta vida? Y así Lo dijo su Majestad en la cena: con deseo he deseado.
Pues, ¿cómo, Señor, no se os puso delante la trabajosa muerte que habéis de morir, tan penosa y espantosa? No, porque el grande amor que tengo y deseo de que se salven las almas sobrepuja sin comparación a esas penas, y las muy grandísimas que he padecido y padezco, después que estoy en el mundo, son bastantes para no tener ésas en nada en su comparación.
14 Es así que muchas veces he considerado en esto, y sabiendo yo el tormento que pasa y ha pasado cierta alma que conozco de ver ofender a nuestro Señor, tan insufridero que se quisiera mucho más morir que sufrirla, y pensando si un alma con tan poquísima caridad comparada a la de Cristo, que se puede decir casi ninguna en esta comparación, sentía este tormento tan insufridero, ¿qué sería el sentimiento de nuestro Señor Jesucristo, y qué vida debía pasar, pues todas las cosas le eran presentes y estaba siempre viendo las grandes ofensas que se hacían a su Padre? Sin duda creo yo que fueron muy mayores que las de su sacratísima Pasión, porque entonces ya veía el fin de estos trabajos, y con esto y con el contento de ver nuestro remedio con su muerte y demostrar el amor que tenía a su Padre en padecer tanto por él, moderaría los dolores, como acaece acá a los que con fuerza de amor hacen grandes penitencias, que no las sienten casi, antes querrían hacer más y más, y todo se le hace poco. Pues, ¿qué sería a su Majestad, viéndose en tan gran ocasión para mostrar a su Padre cuán cumplidamente cumplía el obedecerle, y con el amor del prójimo? ¡Oh, gran deleite, padecer en hacer la voluntad de Dios! Mas en ver tan continuo tantas ofensas a su Majestad hechas, e ir tantas almas al infierno, téngolo por cosa tan recia, que creo, si no fuera más de hombre, un día de aquella pena bastaba para acabar muchas vidas, cuánto más una.



Capítulo 3


Continúa la misma materia. Dice de otra manera de unión que puede alcanzar el alma con el favor de Dios, y lo que importa para esto el amor del prójimo. Es de mucho provecho.



1 Pues tornemos a nuestra palomica y veamos algo de lo que Dios da en este estado. Siempre se entiende que ha de procurar ir adelante en el servicio de nuestro Señor y en el conocimiento propio; que si no hace más de recibir esta merced y, como cosa ya segura, descuidarse en su vida y torcer el camino del cielo, que son los mandamientos, acaecerle ha lo que a la que sale del gusano, que echa la simiente para que produzcan otras, y ella queda muerta para siempre. Digo que echa la simiente, porque tengo para mí que quiere Dios que no sea dada en balde una merced tan grande, sino que ya que no se aproveche de ella para sí, aproveche a otros. Porque, como queda con estos deseos y virtudes dichas, el tiempo que dura en el bien, siempre hace provecho a otras almas, y de su calor les pega calor; y aun cuando le tienen ya perdido, acaece quedar con esa gana de que se aprovechen otros, y gusta de dar a entender las mercedes que Dios hace a quien le ama y sirve.
2 Yo he conocido persona que le acaecía así, que, estando muy perdida, gustaba de que se aprovechasen otras con las mercedes que Dios le había hecho, y mostrarles el camino de oración a las que no le entendían, e hizo harto provecho, harto. Después la tornó el Señor a dar luz. Verdad es que aún no tenía los efectos que quedan dichos. Mas, ¡cuántos debe haber que los llama el Señor al apostolado, como a Judas, comunicando con ellos, y los llama para hacer reyes, como a Saúl, y después, por su culpa, se pierden! De donde sacaremos, hermanas, que para ir mereciendo más y más, y no perdiéndonos como éstos, la seguridad que podemos tener es la obediencia y no torcer de la ley de Dios; digo a quien hiciere semejantes mercedes y aun a todos.
3 Paréceme que queda algo oscura, con cuanto he dicho, esta morada. Pues hay tanta ganancia de entrar en ella, bien será que no parezca quedan sin esperanza a los que el Señor no da cosas tan sobrenaturales; pues la verdadera unión se puede muy bien alcanzar, con el favor de nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos a procurarla, con no tener voluntad sino atada con lo que fuere la voluntad de Dios. ¡Oh, qué de ellos habrá que digamos esto y nos parezca que no queremos otra cosa y moriríamos por esta verdad, como creo ya he dicho! Pues yo os digo, y lo diré muchas veces, que cuando lo fuere, que habéis alcanzado esta merced del Señor y ninguna cosa se os dé de estotra unión regalada que queda dicha, que lo que hay de mayor precio en ella es por proceder de esta que ahora digo y por no poder llegar a lo que queda dicho, si no es muy cierta la unión de estar resignada nuestra voluntad en la de Dios. ¡Oh, qué unión ésta para desear! Venturosa el alma que la ha alcanzado, que vivirá en esta vida con descanso y en la otra también, porque ninguna cosa de los sucesos de la tierra la afligirá, si no fuere si se ve en algún peligro de perder a Dios o ver si es ofendido; ni enfermedad, ni pobreza, ni muertes, si no fuere de quien ha de hacer falta en la Iglesia de Dios; que ve bien esta alma que él sabe mejor lo que hace que ella lo que desea.
4 Habéis de notar que hay penas y penas; porque algunas penas hay producidas de presto de la naturaleza, y contentos lo mismo, y aun de caridad de apiadarse de los prójimos, como hizo nuestro Señor cuando resucitó a Lázaro; y no quitan éstas el estar unidas con la voluntad de Dios, ni tampoco turban el ánima con una pasión inquieta, desasosegada, que dura mucho. Estas penas pasan de presto; que, como dije de los gozos en la oración, parece que no llegan a lo hondo del alma, sino a estos sentidos y potencias. Andan por estas moradas pasadas, mas no entran en la que está por decir postrera, pues para esto es menester lo que queda dicho de suspensión de potencias, que poderoso es el Señor de enriquecer las almas por muchos caminos y llegarlas a estas moradas y no por el atajo que queda dicho.
5 Mas advertid mucho, hijas, que es necesario que muera el gusano, y más a vuestra costa; porque acullá ayuda mucho para morir el verse en vida tan nueva; acá es menester que, viviendo en ésta, le matemos nosotras. Yo os confieso que será a mucho o más trabajo, mas su precio se tiene; así será mayor el galardón, si salís con victoria. Mas de ser posible no hay que dudar, como lo sea la unión verdaderamente con la voluntad de Dios.
Esta es la unión que toda mi vida he deseado; ésta es la que pido siempre a nuestro Señor y la que está más clara y segura.
6 Mas ¡ay de nosotros, qué pocos debemos de llegar a ella, aunque a quien se guarda de ofender al Señor y ha entrado en religión le parezca que todo lo tiene hecho! ¡Oh!, que quedan unos gusanos que no se dan a entender hasta que, como el que royó la yedra a Jonás, nos han roído las virtudes, con un amor propio, una propia estimación, un juzgar los prójimos, aunque sea en pocas cosas, una falta de caridad con ellos, no los queriendo como a nosotros mismos; que, aunque arrastrando cumplimos con la obligación para no ser pecado, no llegamos con mucho a lo que ha de ser para estar del todo unidas con la voluntad de Dios.
7 ¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad? Que seamos del todo perfectas, que para ser unos con él y con el Padre, como su Majestad le pidió, mirad qué nos falta para llegar a esto. Yo os digo que lo estoy escribiendo con harta pena de verme tan lejos, y todo por mi culpa; que no ha menester el Señor hacernos grandes regalos para esto, basta lo que nos ha dado en darnos a su Hijo que nos enseñase el camino. No penséis que está la cosa en si se muere mi padre o hermano, conformarme tanto con la voluntad de Dios que no lo sienta; y si hay trabajos y enfermedades, sufrirlos con contento. Bueno es, y a las veces consiste en discreción, porque no podemos más, y hacemos de la necesidad virtud. Cuántas cosas de éstas hacían los filósofos, o aunque no sea de éstas, de otras, de tener mucho saber. Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de su Majestad y del prójimo, es en lo que hemos de trabajar; guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con él. Mas ¡qué lejos estamos de hacer, como debemos a tan gran Dios, estas dos cosas, como tengo dicho! Plega a su Majestad nos dé gracia para que merezcamos llegar a este estado, que en nuestra mano está, si queremos.
8 La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que su Majestad nos tiene que, en pago del que tenemos al prójimo, hará que crezca el que tenemos a su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar.
9 Impórtanos mucho andar con gran advertencia cómo andamos en esto, que, si es con mucha perfección, todo lo tenemos hecho; porque creo yo que según es malo nuestro natural, que si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo. Pues tanto nos importa esto, hermanas, procuremos irnos entendiendo en cosas aun menudas, y no haciendo caso de unas muy grandes, que así por junto vienen en la oración, de parecer que haremos y aconteceremos por los prójimos y por sola un alma que se salve; porque, si no vienen después conformes las obras, no hay para qué creer que lo haremos. Así digo de la humildad también y de todas las virtudes. Son grandes los ardides del demonio, que por hacernos entender que tenemos una, no la teniendo, dará mil vueltas al infierno. Y tiene razón, porque es muy dañoso, que nunca estas virtudes fingidas vienen sin alguna vanagloria, como son de tal raíz, así como las que da Dios están libres de ella ni de soberbia.
10 Yo gusto algunas veces de ver unas almas que, cuando están en oración, les parece querrían ser abatidas y públicamente afrontadas por Dios, y después una falta pequeña encubrirían si pudiesen, o que si no la han hecho y se la cargan, Dios nos libre. Pues mírese mucho quien esto no sufre, para no hacer caso de lo que a solas determinó a su parecer; que en hecho de verdad no fue determinación de la voluntad, que cuando ésta hay verdadera es otra cosa; sino alguna imaginación, que en ésta hace el demonio sus saltos y engaños; y a mujeres o gente sin letras, podrá hacer muchos, porque no sabemos entender las diferencias de potencias e imaginación y otras mil cosas que hay interiores. ¡Oh hermanas, cómo se ve claro adónde está de veras el amor del prójimo en algunas de vosotras y en las que no está con esta perfección! Si entendiéseis lo que nos importa esta virtud no traeríais otro estudio.
11 Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma; no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello. Esta es la verdadera unión con su voluntad; y que si vieres loar mucho a una persona, te alegres más mucho que si te loasen a ti. Esto, a la verdad, fácil es; que si hay humildad, antes tendrá pena de verse loar. Mas esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa, y cuando viéremos alguna falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras y encubrirla.
12 Mucho he dicho en otras partes de esto, porque veo, hermanas, que si hubiese en ello quiebra, vamos perdidas. Plega el Señor nunca la haya, que, como esto sea, yo os digo que no dejéis de alcanzar de su Majestad la unión que queda dicha. Cuando os viéreis faltas en esto, aunque tengáis devoción y regalos, que os parezca habéis llegado ahí, y alguna suspensioncilla en la oración de quietud -que algunas luego les parecerá que está todo hecho-, creedme que no habéis llegado a unión, y pedid a nuestro Señor que os dé con perfección este amor del prójimo, y dejad hacer a su Majestad; que él os dará más que sepáis desear como vosotras os esforcéis y procuréis en todo lo que pudiéreis esto; y forzar vuestra voluntad para que se haga en todo la de las hermanas, aunque perdáis de vuestro derecho, y olvidar vuestro bien por el suyo, aunque más contradicción os haga el natural; y procurar tomar trabajo por quitarle al prójimo, cuando se ofreciere. No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho. Mirad lo que costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo, que por librarnos de la muerte, la murió tan penosa como muerte de cruz.




MORADAS QUINTAS 1