Aeterna Dei sapientia ES 54

Vasta resonancia de sus obras admirables

54 Las obras verdaderamente insignes desarrolladas por San León, como salvaguarda de la autoridad de la Iglesia de Roma, no fueron hechas en vano. Gracias al prestigio de su persona, la «ciudad del Apóstol Pedro» fue alabada y venerada no solamente por los obispos de Occidente, presentes en los Concilios reunidos en Roma, sino por más de quinientos miembros del Episcopado oriental reunidos en Calcedonia [48], y por los emperadores de Constantinopla [49]. Antes, antes aun del célebre Concilio, Teodoreto, obispo de Ciro, había tributado en el año 449 al Obispo de Roma y a su escogida grey estos elevados elogios: «Vosotros tenéis el primer puesto en todo, por razón de las prerrogativas que adornan vuestra sede. Las otras ciudades, en efecto, se glorían por su grandeza o por el número de sus habitantes... El Dador de todo bien los ha concedido con sobreabundancia a vuestra ciudad. Puesto que ella es la más grande y la más ilustre de todas las ciudades, gobierna el mundo, es rica en población..., posee, además, los sepulcros de Pedro y Pablo, padres comunes y maestros de la verdad, que iluminan las almas de los fieles. Estas dos santas luminarias tuvieron su origen en Oriente y difundieron sus rayos por todas partes; pero por su espontánea voluntad pasaron el final de su vida en Occidente, y desde allí ahora iluminan al mundo. Ellos hicieron noble a vuestra sede; este es el culmen de vuestros bienes. Pero su Dios también ahora hace ilustre su sede, puesto que en ella ha puesto a vuestra santidad, que difunde los rayos de la verdadera fe» [50].

[48] Mansi, Concil. ampliss, collect., VI, p. 913.
[49] Ep. 100, 3, Marciani imper. ad Leonem, episc. Romae, PL 54, 972; Ep. 77, 1, Pulcheriae aug. ad Leonem, episc. Romae, PL 54, 907.
[50] Ep. 52, 1, Theodoreti episc, ad Leonem, episc. Romae, PL 54, 847.


57 Las eximias alabanzas que los representantes de la Iglesia de Oriente tributaron a León, no fueron menos con motivo de su muerte. Pues la liturgia bizantina, en la fiesta del 18 de febrero, a él dedicada, lo exalta como «jefe de la ortodoxia, doctor adornado de piedad y majestad, estrella del universo, ornato de los ortodoxos, lira del Espíritu Santo» [51]. También son significativos los elogios que al gran Pontífice tributa el Menologio Gelasiano: «Nuestro Padre León, admirable por sus muchas virtudes, la continencia y la pureza, consagrado obispo de la gran Roma, hizo muchas otras cosas dignas de su virtud; pero brilla su obra sobre todo por lo que respecta a la verdadera fe» [52].

[51] ???a?a ta? ???? e??a?t?? III, Roma, 1896, pág. 612.
[52] Migne, PG 117, 319.


Súplica por el retorno de los hermanos separados

59 Deseamos repetir, venerables hermanos, que el coro de alabanzas a la santidad del Sumo Pontífice San León Magno, en la antigüedad fue concorde lo mismo en Oriente que en Occidente. ¡Vuelva él a escuchar el aplauso de todos los representantes de la ciencia eclesiástica de las iglesias que no están en comunión con Roma!

60 Superando de esta forma la dolorosa diversidad de opiniones sobre la doctrina y la actividad pastoral del inmortal Pontífice, brillará con amplia luz la doctrina que ellos profesan: «No hay más que un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Jesucristo» [53].

[53]
1Tm 2,5.


61 En lo que a Nos respecta, como sucesor de San León en la sede episcopal de San Pedro, lo mismo que profesamos con él la fe en el origen divino del mandato de la universal evangelización y de la salvación confiado por Cristo a los Apóstoles y a sus sucesores, de la misma forma, a la par con él, tenemos el vivo deseo de ver a todos los pueblos entrar en el camino de la verdad, de la caridad y de la paz. Y es justamente con el fin de hacer a la Iglesia más idónea para cumplir en los tiempos presentes su excelsa misión por lo que Nos hemos propuesto convocar el II Concilio Ecuménico Vaticano, con la confianza de que la imponente reunión de la jerarquía católica no solamente reforzará los vínculos de la unidad en la fe, en el culto y en el gobierno, que son prerrogativas de la Iglesia verdadera [54], sino que atraerá, además, la atención de innumerables creyentes en Cristo y les invitará a acogerse junto al «Gran Pastor de la grey» [55], que ha confiado a Pedro y a sus sucesores su perenne custodia [56]. Nuestro cálido llamamiento a la unidad quiere ser el eco de aquél, muchas más veces lanzado por San León en el siglo V, suplicando lo que pidió a los fieles de toda la Iglesia San Ireneo, que la Providencia Divina había llamado de Asia a regir la sede de Lyón y a ilustrarla con su martirio. Pues, después de haber reconocido la ininterrumpida sucesión de los obispos de Roma, herederos del poder mismo de los Príncipes de los Apóstoles [57], concluía exhortando: «Con esta Iglesia, a causa de su preeminente superioridad, debe estar de acuerdo toda la Iglesia, todos los fieles del universo; por la comunión con ella, todos los fieles (todas las cabezas de la Iglesia) han conservado la tradición apostólica» [58].

[54] Cfr. Conc. Vat. I, Sess. III, .cap. 3 de fide.
[55]
He 13,20.
[56] Cfr. Jn 21,15-17.
[57] Cfr. Advers. haeres. 1. III, c. 2, m. 2, PG 7, 848.
[58] Ibid.


65 Pero nuestra llamada a la unidad quiere ser, sobre todo, el eco de la oración dirigida por nuestro salvador a su Padre divino en la Ultima Cena: «Que todos seamos una sola cosa, como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti, también ellos sean una sola cosa» [59]. Ninguna duda hay sobre la acogida de esta oración, así como fue acogido el sacrificio cruento del Gólgota. ¿Acaso el Señor no afirmó que su Padre siempre le escucha? [60]. Por esto nosotros creemos que la Iglesia, por la cual Él ha orado y se ha inmolado en la Cruz, y a la cual ha prometido Su presencia perenne ha sido siempre, y es, una, santa, católica y apostólica, así como fue instituida.

67 Sin embargo, como en el pasado, también debemos constatar con dolor que en el presente la unidad de la Iglesia no corresponde, de hecho, a la comunión de todos los creyentes en una sola profesión de fe y en una misma práctica de cultos y obediencia. Pero es motivo de ánimo y de dulce esperanza el espectáculo de los generosos y crecientes esfuerzos que por diversas partes se hacen, con el fin de restaurar la unidad, también visible, de todos los cristianos, para que dignamente respondan a la intención, al mandato y al deseo del Salvador. Conscientes de que la unidad es el aliento del Espíritu Santo en tantas almas de buena voluntad, no podrá plenamente y sólidamente realizarse hasta que no se haga, según la profecía del mismo Cristo, «un solo rebaño y un solo pastor» [61], Nos pedimos a nuestro mediador y abogado cerca del Padre [62] que conceda a todos los cristianos la gracia de reconocer las notas de su Iglesia verdadera, para llegar a ser sus hijos devotos. ¡Que se digne el Señor hacer levantar pronto la aurora de aquel día bendito de la universal reconciliación, en que un inmenso coro de amor jubiloso se eleve de la única familia de los redimidos cantando, agradeciendo a la misericordia divina, con el salmista, el «ecce quam bonum et quam jucundum, habitare frates in unum» [63].

[59]
Jn 17,21.
[60] Cfr. Jn 11,42.


69 El abrazo de paz entre los hijos del mismo Padre celestial, igualmente coherederos del mismo reino de la gloria, señalará la celebración del triunfo del cuerpo místico de Cristo.


Exhortación final

70 Venerables hermanos, el XV centenario de la muerte de San León Magno encuentra a la Iglesia en dolorosa situación, semejante a la que conoció en el siglo V. ¡Cuántos trabajos afligen en estos tiempos a la Iglesia, y repercuten en nuestro corazón paterno, como claramente predijo el Divino Redentor! Vemos que en muchas partes la «fe del Evangelio» [64] está en peligro, y no faltan tentativas que pretenden apartar, la mayor parte de las veces en vano, gracias a Dios, a los obispos, sacerdotes y fieles del centro de la unidad católica, de la Sede Romana. Pues bien: con el fin de conjurar tan graves peligros invocamos confiados sobre la Iglesia militante el patrocinio del Santo Pontífice, que tanto trabajó, escribió y sufrió por la causa de la unidad católica. Y a cuantos gimen pacientemente por la verdad y la justicia recordamos las confortadoras palabras que San León dirigió al clero, a las autoridades y al pueblo de Constantinopla: «Perseverad en el espíritu de la verdad católica y por medio nuestro recibid la exhortación apostólica. Porque a vosotros, Cristo, os dio la gracia no solamente de creer en El, sino también de padecer por Él (Ph 1,29)» [65].

[61] Ibid. Jn 10,16.
[62] Cfr. 1Tm 2,5 1Jn 2,1.
[63] Ps 132,1.
[64] Cfr. Ph 1,27.
[65] «State igitur in spiritu catholicae veritatis, et apostolicam cohortationem ministerio nostri oris accipite». Ep. 50, 2, ad Constantinopolitanos, PL 54, 843.


74 A todos los que viven en la unidad católica, Nos, que, indignamente, hacemos en la tierra las veces del Salvador Divino, hacemos nuestra su oración por sus discípulos y por todos los que creen en Él: «Padre Santo... Te pido porque lleguen a la perfecta unidad» [66], Pedimos para todos los hijos de la Iglesia la perfección de la unidad, la perfección que solamente la caridad, «que es vínculo de perfección» [67], puede dar. De la encendida caridad hacia Dios y del ejercicio siempre pronto, alegre y generoso de todas las obras de misericordia para con el prójimo, la Iglesia, «templo de Dios vivo» [68], se llena en todos y cada uno de sus hijos de belleza sobrenatural. Por tanto, con San León os exhortamos: «Ya que todos los fieles y cada uno en particular constituyen un solo y mismo templo de Dios, es preciso que sea perfecto en cada uno como debe serlo perfecto en sí mismo; porque, también, si la belleza no es igual en todos los miembros ni los merecimientos iguales en una tan gran variedad de partes, el vínculo de la caridad, sin embargo, produce la comunión en la belleza. A los que un santo amor une, si no participan de los mismos dones de la gracia, gozan, sin embargo, evidentemente de sus bienes, y a los que aman no puede serles extraño, porque es aumentar las propias riquezas encontrar el gozo en el progreso de los demás» [69].

[66] Cfr.
Jn 17,11 Jn 17,20 Jn 17,23.
[67] Col 3,14.
[68] Cfr. 2Co 6,16.
[69] «Cum igitur et omnes simul et singuli quique fidelium unum idemque Dei templum sint, sicut perfectum hoc in universis, ita perfectum debet esse in singulis: quia etsi non eadem est membrorum omnium pulchritudo, nec in tanta varietate partium meritorum potest esse parilitas, communionem tamen obtinet decoris connexio charitatis. In sancto enim amore consortes, etiamsi non iisdem utuntur gratiae beneficiis, gaudent tamen invicem bonis suis, et non potest ab eis extraneum esse quod diligunt, quia incremento ditescunt proprio, qui profectu laetantur alieno». Serm. 48, 1, de Quadrag., PL 54, 298-299.


77 Al final de nuestra encíclica permítasenos renovar el ardiente deseo, que llenaba el corazón de San León, de ver a todos los redimidos por la sangre de Cristo reunidos en la misma Iglesia militante, resistir unidos e intrépidos a las potencias del mal, que de tantas partes continúan amenazando la fe cristiana. Porque «el pueblo de Dios es poderoso, cuando los corazones de todos los fieles están acordes en la unidad de la santa obediencia y en las filas de la milicia cristiana hay una igual preparación en todas partes, y todas tienen la misma defensa» [70]. El príncipe de las tinieblas no prevalecerá si en la Iglesia de Cristo reina el amor: «Porque las obras del demonio son destruidas con mayor poder cuando los corazones de los hombres están encendidos en la caridad a Dios y al prójimo» [71].

[70] «Tunc fit potentissimus Dei populus, quando in unitatem sanctae oboedientiae omnium fidelium corda conveniunt, et in castris militiae christianae similis ex omni parte praeparatio, et eadem est ubique munitio». Ep. 88, 2, PL 54, 441-442.
[71] «Quia tunc opera diaboli potentius destruuntur, cum ad Dei proximique dilectionem hominum corda revocantur». Ep. 95, 2, ad Pulcheriam angust., PL 54, 943.


80 Sea la bendición apostólica confirmación de nuestras esperanzas y auspicio de las gracias divinas, que a todos vosotros, venerables hermanos, y a la grey confiada al celo ardiente de cada uno, de todo corazón impartimos.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de noviembre de 1961, IV año de nuestro pontificado.

JUAN PP. XXIII



* AAS 53 (1961) 785-803; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 945-964.







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