Africae munus ES 91

B. Diálogo interreligioso

1. Las religiones tradicionales africanas


92 La Iglesia convive cotidianamente con los seguidores de las religiones tradicionales africanas. Estas religiones, que hacen referencia a los antepasados y a una forma de mediación entre el hombre y la Inmanencia, son el terreno cultural y espiritual del que provienen la mayoría de los cristianos conversos, y con el que mantienen un contacto diario. Conviene elegir entre los convertidos algunos bien informados, con el fin de que puedan ser guías para la Iglesia en el conocimiento cada vez más profundo y preciso de las tradiciones, la cultura y las religiones tradicionales. Será así más fácil conocer los verdaderos puntos de ruptura. Además, se llegará también a la necesaria distinción entre lo cultural y lo cultual, descartando los elementos mágicos, causa de división y ruina en la familia y en la sociedad. En este sentido, el Concilio Vaticano II ha precisado que la Iglesia «exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socioculturales que se encuentran en ellos»[146]. Con el fin de que los tesoros de la vida sacramental y de la espiritualidad de la Iglesia se puedan descubrir en toda su profundidad y se transmitan mejor en la catequesis, la Iglesia podría examinar, con un estudio teológico, ciertos elementos de las culturas tradicionales africanas que son conformes con las enseñanzas de Cristo.

[146] Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas,
NAE 2; cf. Propositio 13.


93 Puesto que se apoya en las religiones tradicionales, se percibe hoy un cierto recrudecer de la hechicería. Renacen los temores y se crean lazos de sujeción paralizante. Las preocupaciones sobre la salud, el bienestar, los niños, el clima, la protección contra los malos espíritus, llevan en ocasiones a recurrir a prácticas tradicionales de las religiones africanas que están en desacuerdo con la enseñanza cristiana. El problema de la «doble pertenencia» al cristianismo y a estas religiones sigue siendo un desafío. Para la Iglesia en África, es necesario guiar a las personas a descubrir la plenitud de los valores del Evangelio, mediante la catequesis y una profunda inculturación. Conviene determinar cuál es el significado profundo de las prácticas de brujería, identificando las implicaciones teológicas, sociales y pastorales que conlleva este flagelo.


2. El Islam


94 Los Padres sinodales han subrayado la complejidad de la realidad musulmana en el continente africano. En algunos países, hay un buen entendimiento entre cristianos y musulmanes; en otros, los cristianos no son más que ciudadanos de segunda clase, y los católicos extranjeros, religiosos o laicos, tiene dificultades para obtener visados y permisos de residencia; hay países donde no se distingue suficientemente entre los elementos religiosos y políticos; y otros, en fin, en los que se produce agresividad. Exhorto a la Iglesia a perseverar en cualquier situación en la estima de los «musulmanes, que adoran un Dios único, vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres»[147]. Si todos nosotros, creyentes en Dios, deseamos servir a la reconciliación, la justicia y la paz, hemos de trabajar juntos para impedir toda forma de discriminación, intolerancia y fundamentalismo confesional. En su obra social, la Iglesia no hace distinción alguna por la religión. Ayuda a los necesitados, sean cristianos, musulmanes o animistas. Da testimonio así del amor de Dios, el Creador de todos, y anima a los seguidores de otras religiones a una actitud respetuosa y a una reciprocidad en la estima. Animo a toda la Iglesia a buscar, mediante un diálogo paciente con los musulmanes, el reconocimiento jurídico y práctico de la libertad religiosa, de modo que todo ciudadano disfrute en África, no sólo del derecho a elegir libremente su religión[148] y a practicar su culto, sino también del derecho a la libertad de conciencia[149]. La libertad religiosa es el camino de la paz[150].

[147] Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas,
NAE 3.
[148] Cf. Mensaje final, 41.
[149] Cf. Propositio 12.
[150] Cf. Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la Paz 2011: AAS 103 (2011), 46-58.


C. Convertirse en «sal de la tierra» y «luz del mundo»

95 La misión evangelizadora de la Iglesia en África se nutre de varias fuentes, la Escritura, la Tradición y la vida sacramental. Como han subrayado muchos Padres sinodales, el ministerio de la Iglesia se apoya eficazmente en el Catecismo de la Iglesia Católica. Además, elCompendio de la Doctrina Social de la Iglesia es una guía para la misión de la Iglesia como «Madre y Educadora» en el mundo y la sociedad y, por eso, un instrumento pastoral de primer orden[151]. Un cristiano que acude a la fuente genuina, Cristo, es transformado por Él en «luz del mundo» (Mt 5,14), y transmite a Aquel que es «la luz del mundo» (Jn 8,12). Su conocimiento debe estar animado por la caridad. En efecto, el saber, «si quiere ser sabiduría capaz de orientar al hombre a la luz de los primeros principios y de su fin último, ha de ser “sazonado” con la “sal” de la caridad»[152].

[151] Cf. Propositio 18.
[152] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), : AAS 101 (2009), 665.


96 Para llevar a cabo la tarea que estamos llamados a cumplir, hagamos nuestra la exhortación de san Pablo: «Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiadas del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu» (Ep 6,14-18).



SEGUNDA PARTE

ACTUAR BAJO LA ACCIÓN TRANSFORMADORA DEL ESPÍRITU SANTO


97 Las orientaciones de la misión que he mencionado sólo se convierten en realidad si la Iglesia actúa, por un lado, bajo la guía del Espíritu Santo y, por otro, como un solo cuerpo, por utilizar la imagen de san Pablo, que presenta estas dos condiciones de forma articulada. En efecto, en un África marcada por los contrastes, la Iglesia debe indicar claramente el camino hacia Cristo. Ha de mostrar cómo se vive, en fidelidad a Jesucristo, la unidad en la diversidad, tal como enseña el Apóstol: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común» (1Co 12,4-7). Al exhortar a todos los miembros de la familia eclesial a ser «la sal de la tierra» y «la luz del mundo» (Mt 5,13 Mt 5,14), deseo insistir en ese «ser» que, por el Espíritu, debería actuar con vistas al bien común. Nunca se puede ser cristiano aisladamente. Los dones que el Señor concede a cada uno –a obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas, catequistas, laicos– han de contribuir a la armonía, la comunión y la paz en la Iglesia misma y en la sociedad.


98 Conocemos bien el episodio del paralítico que trajeron a Jesús para que lo sanara (cf. Mc 2,1-12). Este hombre simboliza hoy para nosotros todos nuestros hermanos y hermanas de África y de otras partes, paralizados de diferentes maneras y, por desgracia, sumidos a menudo en una profunda postración. Ante los desafíos que he mencionado muy brevemente siguiendo las comunicaciones de los Padres sinodales, meditemos sobre la actitud de los que llevaban al paralítico. Éste no podía acceder a Jesús si no era con la ayuda de cuatro personas de fe, que desafiaron la barrera física de la multitud haciendo gala de solidaridad y de absoluta confianza en Jesús. Cristo, nos dice el Evangelio, «vio la fe que tenían». A continuación, remueve el obstáculo espiritual diciendo al paralítico: «Tus pecados te son perdonados». Le libera de lo que impide a este hombre levantarse. Este ejemplo nos obliga a crecer en la fe y a dar muestra también nosotros de solidaridad y creatividad para ayudar a quienes llevan pesadas cargas, abriéndolos así a la plenitud de la vida en Cristo (cf. Mt 11,28). Ante los obstáculos físicos y espirituales que se nos presentan, movilicemos las energías espirituales y materiales de todo el cuerpo, de la Iglesia, seguros de que Cristo actuará por el Espíritu Santo en cada uno de sus miembros.


CAPÍTULO I: Los miembros de la Iglesia


99 Queridos hijos e hijas de la Iglesia, especialmente vosotros, queridos fieles de África, el amor de Dios os ha colmado de toda clase de bendiciones y hecho capaces de actuar como la sal de la tierra. Todos vosotros, como miembros de la Iglesia, debéis ser consciente de que la paz y la justicia son fruto ante todo de la reconciliación del ser humano consigo mismo y con Dios. Que sólo Cristo es el único y verdadero «Príncipe de la Paz». Su nacimiento es prenda de la paz mesiánica, como anunciaron los profetas (cf. Is 9,5-6 Is 57,19 Mi 5,4 Ep 2,14-17). Esta paz no viene de los hombres sino de Dios. Es el don mesiánico por excelencia. Esta paz lleva a la justicia del Reino, que se ha de buscar a tiempo y a destiempo en todo lo que se hace (cf. Mt 6,33), de modo que en todas las circunstancias se dé gloria a Dios (cf. Mt 5,16). Ahora bien, sabemos que el justo es fiel a la ley de Dios, pues se ha convertido (cf. Lc 15,7 Lc 18,14). Cristo ha traído esta nueva fidelidad para hacernos «irreprochables e inocentes» (Ph 2,15).



I. Los obispos

100 Queridos hermanos en el Episcopado, la santidad a la que está llamado el obispo exige el ejercicio de las virtudes –las virtudes teologales en primer lugar– y de los consejos evangélicos[153]. Vuestra santidad personal debe repercutir en beneficio de los que han sido confiados a vuestro cuidado pastoral, y a los que debéis servir. La vida de oración fecundará desde dentro vuestro apostolado. Un obispo debe ser amante de Cristo. Vuestra distinción y autoridad moral que sustentan el ejercicio de vuestra potestad jurídica, sólo pueden venir de vuestra santidad de vida.

[153] Cf. Congregación para los Obispos, Directorio para el Ministerio pastoral de los Obispos (22 febrero 2004), .


101 Como decía san Cipriano a mediados del siglo III en Cartago, «la Iglesia se apoya sobre los obispos, y todos sus actos son gobernados por ellos mismos, que la presiden»[154]. La comunión, la unidad y la cooperación con el presbiterium será el antídoto a los gérmenes de división y que os ayudará a poneros todos juntos a la escucha del Espíritu Santo. Él os guiará por el sendero justo (cf. Ps 22,3). Amad y respetad a vuestros sacerdotes. Son los colaboradores preciosos de vuestro ministerio episcopal. Imitad a Cristo. Él creó a su alrededor un ambiente de amistad, de amor fraterno y de comunión, tomado de las entrañas del misterio trinitario. «Os invito a seguir solícitos para ayudar a vuestros sacerdotes a vivir en íntima unión con Cristo. Su vida espiritual es el fundamento de su vida apostólica. Exhortadles con dulzura a la oración cotidiana y a la celebración digna de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación, como lo hacía san Francisco de Sales con sus sacerdotes [...] Los sacerdotes necesitan vuestro afecto, vuestro aliento y vuestra solicitud»[155].

[154] Epistula 33, 1: PL 4, 297.
[155] Discurso a los Obispos de Francia (Lourdes, 14 septiembre 2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26 septiembre 2008), 7.


102 Estad unidos al Sucesor de Pedro, con vuestros sacerdotes y todos vuestros fieles. No gastéis energías humanas y pastorales en la búsqueda vana de responder a cuestiones que no son de vuestra directa competencia, o en derroteros de un nacionalismo que puede ofuscar. Seguir a este ídolo, así como absolutizar la cultura africana, es más fácil que seguir las exigencias de Cristo. Estos ídolos son señuelos. Más aún, son una tentación de creer que el reino de la felicidad eterna en la tierra puede llegar sólo como fruto del esfuerzo humano.


103 Vuestro primer deber es llevar a todos la Buena Nueva de salvación y ofrecer a los fieles una catequesis que contribuya a un conocimiento más profundo de Jesucristo. Poned cuidado en dar a los laicos una verdadera conciencia de su misión en la Iglesia, y animadles a llevarla a cabo con sentido de responsabilidad, teniendo siempre en cuenta el bien común. Los programas de formación permanente de los laicos, especialmente para los líderes políticos y económicos, deberán insistir en la conversión como condición necesaria para transformar el mundo. Conviene comenzar siempre con la oración, siguiendo luego con la catequesis, que llevará a actuaciones concretas. La creación de estructuras vendrá posteriormente, si realmente es necesario, pues éstas nunca podrán reemplazar el poder de la oración.


104 Queridos hermanos en el Episcopado, siguiendo a Cristo, Buen Pastor, sed buenos guías y servidores de la grey que se os ha confiado, ejemplares en vuestra vida y conducta. La buena administración de vuestras diócesis requiere vuestra presencia. Para que vuestro mensaje sea creíble, haced que vuestras diócesis sean modélicas, tanto en el comportamiento de las personas como en la transparencia y buena gestión financiera. No tengáis miedo de recurrir a la experiencia de los auditores contables para dar ejemplo también a los fieles y a la sociedad en su conjunto. Promoved el buen funcionamiento de los organismos de la iglesia diocesana y parroquial, según lo dispuesto por el derecho de la Iglesia. Como responsables de la Iglesia particular, os corresponde ante todo la búsqueda de la unidad, la justicia y la paz.


105 El Sínodo ha recordado que «la Iglesia es una comunión que comporta una solidaridad pastoral orgánica. Los obispos, en comunión con el Obispo de Roma, son los primeros promotores de comunión y colaboración en el apostolado de la Iglesia»[156]. Las Conferencias Episcopales nacionales y regionales tienen el cometido de consolidar esta comunión eclesial y de promover esta solidaridad pastoral.

[156] Propositio 3.


106 Para que la pastoral social de la Iglesia sea más visible, consistente y eficaz, el Sínodo ha sentido la necesidad de una acción más solidaria en todos los ámbitos. Convendría que las Conferencias Episcopales nacionales y regionales, así como la Asamblea de la Jerarquía Católica de Egipto (ahce), renueven su compromiso de solidaridad colegial[157]. Esto implica en concreto una participación tangible en las actividades de estas estructuras, tanto en lo que respecta al personal como a los recursos financieros. La Iglesia dará así testimonio de esa unidad, por la que Cristo ha suplicado (cf. Jn 17,20-21).

[157] Cf. Propositio 4.


107 También parece conveniente que los Obispos se comprometan ante todo a promover y sostener efectiva y afectivamente el Simposium de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECEAM) como una estructura continental de solidaridad y comunión eclesial[158]. Es oportuno, además, mantener buenas relaciones con la Confederación de las Conferencias de Superiores Mayores de África y Madagascar (CO.SMAM), las asociaciones de universidades católicas y otras estructuras eclesiales continentales.

[158] Cf. ibíd.


II. Los sacerdotes

108 Como estrechos e indispensables colaboradores del Obispo, los sacerdotes[159] tienen la responsabilidad de continuar la obra de la evangelización. La Segunda Asamblea del Sínodo para África se celebró durante el año sacerdotal, haciendo un llamamiento especial a la santidad. Queridos sacerdotes, recordad que vuestro testimonio de vida pacífica, por encima de los confines tribales y raciales, puede tocar los corazones[160]. La llamada a la santidad nos invita a ser pastores según el corazón de Dios[161], que apacientan la grey con justicia (cf. Ez 34,16). Ceder a la tentación de convertiros en guías políticos[162] o trabajadores sociales, traicionaría vuestra misión sacerdotal y frustraría a la sociedad, que espera de vosotros palabras y gestos proféticos. Ya lo decía san Cipriano: «Los que honran el sacerdocio divino [...] no deben ejercer su ministerio mas que en el sacrificio y el altar, y no asistir mas que a la oración»[163].

[159] Cf. Propositio 39.
[160] Cf. Mensaje final, 20.
[161] Cf. Propositio 39.
[162] Cf. Discurso a la Curia Romana (21 diciembre 2009): AAS 102 (2010), 35.
[163] Epistula 66, 1: PL 4, 398.


109 Al consagraros sobre todo a los que el Señor os confía para formarlos en las virtudes cristianas y guiarlos hacia la santidad, no sólo los ganaréis para Cristo, sino que los haréis también protagonistas de una sociedad africana renovada. Dada la complejidad de las situaciones que debéis afrontar, os invito a profundizar en la vida de oración y en la formación permanente: que ésta sea tanto espiritual como intelectual. Familiarizaros con las Escrituras, con la Palabra de Dios que meditáis cada día para explicársela a los fieles. Desarrollad también vuestro conocimiento del Catecismo y de los documentos del Magisterio, así como de la Doctrina Social de la Iglesia. De este modo podréis, por vuestra parte, formar a los miembros de la comunidad cristiana de los que sois responsables inmediatos, para que lleguen a ser auténticos discípulos y testigos de Cristo.


110 Vivid con sencillez, humildad y amor filial la obediencia al Obispo de vuestra diócesis. «Por respeto a quien nos amó, se ha de obedecer sin hipocresía alguna; porque no se engaña al obispo visible, sino que se miente al invisible. Pues en este caso no se habla de la carne, sino de Dios que conoce lo invisible»[164]. En el marco de la formación permanente, parece apropiado que se vuelvan a leer y meditar algunos documentos, como el Decreto conciliar sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, la Exhortación apostólica postsinodal, del Papa Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, de 1992, o el Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, de 1994 o, también, la Instrucción El Presbítero, pastor y guía de la Comunidad parroquial, de 2002.

[164] San Ignacio de Antioquía, Ad Magnesios, 3, 2: ed. F. X. Funk, 233.


111 Edificad las comunidades cristianas con el ejemplo, viviendo con verdad y alegría vuestros compromisos sacerdotales: el celibato en castidad y el desapego de los bienes materiales. Vividos con madurez y serenidad, estos signos son particularmente conformes al estilo de vida de Jesús, expresando «la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios»[165]. Dedicaros intensamente a poner en práctica la pastoral diocesana de la reconciliación, la justicia y la paz, especialmente mediante los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, la catequesis, la formación de los laicos y el acompañamiento de los responsables de la sociedad. Todo sacerdote debe sentirse feliz de servir a la Iglesia.

[165] Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), 24: AAS 99 (2007), 125.


112 Seguir a Cristo en el camino del sacerdocio requiere tomar decisiones. No siempre son fáciles de vivir. Las exigencias del Evangelio, formuladas durante siglos por la enseñanza del Magisterio, son radicales a los ojos del mundo. A veces es difícil seguirlas, pero no imposible. Cristo nos enseña que no podemos servir a dos señores a la vez (cf. Mt 6,24). Él se refiere ciertamente al dinero, ese tesoro temporal que puede ocupar nuestro corazón (cf. Lc 12,34), pero alude también a tantos otros bienes que poseemos: por ejemplo, nuestra vida, nuestra familia, nuestra educación, nuestras relaciones personales. Se trata de bienes preciosos y estupendos que son constitutivos de nuestra persona. Pero Cristo pide a quien llama que se abandone totalmente a la providencia. Le pide una decisión radical (cf. Mt 7,13-14), que a veces nos resulta difícil de comprender y vivir. Pero si Dios es nuestro verdadero tesoro –esa perla fina que se desea adquirir a toda costa, aunque haya que hacer grandes sacrificios (cf. Mt 13,45-46)–, entonces desearemos que nuestro corazón y nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestra mente, sean sólo para Él. Este acto de fe nos permitirá ver con otros ojos lo que nos parece importante, y vivir respecto a nuestro cuerpo, a nuestras relaciones humanas con la familia o los amigos, a la luz de la llamada de Dios y de sus exigencias al servicio de la Iglesia. Conviene reflexionar profundamente sobre esto. Y esta reflexión comenzará desde el seminario para continuarla a lo largo de toda la vida sacerdotal. Cristo, conociendo las fuerzas debilidades de nuestro corazón, nos dice, como para darnos ánimo: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura» (Mt 6,33).



III. Los misioneros

113 Los misioneros no africanos han de responder generosamente a la llamada del Señor con un ardiente celo apostólico, han venido a compartir la dicha de la Revelación. A su vez, hay misioneros africanos en otros continentes. ¿Cómo no rendirles en este momento un homenaje especial? Los misioneros venidos a África –sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos– han construido iglesias, escuelas y hospitales, y contribuido mucho a que las culturas africanas sean conocidas; pero han edificado sobre todo el cuerpo de Cristo y enriquecido la casa de Dios. Ellos han sabido compartir el sabor de «la sal» de la Palabra y hacer brillar la luz de los sacramentos. Y, por encima de todo, han dado a África lo más precioso que tenían: Cristo. Gracias a ellos, muchas culturas tradicionales fueron liberadas de los miedos ancestrales y los espíritus impuros (cf. Mt 10,1). De la buena semilla que han sembrado (cf. Mt 13,24) han surgido muchos santos africanos, que son aún hoy modelos en los que se han de inspirar mayormente. Es de desear que se renueve y promueva su culto. Su compromiso con la causa del Evangelio ha sido a veces heroico, y a precio incluso de sus vidas. Una vez más se ha verificado la afirmación de Tertuliano, según la cual «la sangre de los mártires es semilla de cristianos»[166]. Doy gracias al Señor por estos santos, signos de la vitalidad de la Iglesia en África.

[166] Cf. Apologeticum, 50, 13: PL 1, 603.


114 Animo a los pastores de las iglesias particulares a identificar aquellos siervos africanos del Evangelio que pueden ser canonizados según las normas de la Iglesia, no sólo para aumentar el número de los santos africanos, sino también para tener nuevos intercesores en el cielo, con el fin de que acompañen a la Iglesia en su peregrinación terrena e intercedan ante Dios por el continente africano. Encomiendo a Nuestra Señora de África y a los santos de este continente tan amado la Iglesia que peregrina en él.



IV. Los diáconos permanentes

115 Merece subrayarse la grandeza de la llamada recibida por los diáconos permanentes. Fieles a la misión recibida hace siglos, les invito a trabajar con humildad en estrecha colaboración con los obispos[167]. Les pido con afecto que prosigan ofreciendo lo que Cristo nos enseña en el Evangelio: la seriedad en el trabajo bien hecho[168], la fuerza moral en el respeto de los valores, la honestidad, la lealtad a la palabra dada, la alegría de aportar su parte en la edificación de la sociedad y de la Iglesia, la protección de la naturaleza, el sentido del bien común. Queridos diáconos, ayudad a la sociedad africana en todos sus componentes a mejorar la responsabilidad de los hombres como maridos y padres, a respetar a la mujer, que es igual al hombre en dignidad, y a cuidar de los niños abandonados a su propia suerte y sin educación.

[167] Cf. Congregación para la Educación Católica, Normas básicas de la formación de los diáconos permanentes (22 febrero 1998), 8; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes (22 febrero 1998), 6. 8. 48.
[168] Cf. Lineamenta, 89.


116 No dejéis de prestar una atención particular a los enfermos mentales o físicos,[169] a los más débiles y más pobres de vuestras comunidades. Que vuestra caridad sea creativa. En la pastoral parroquial, recordad que una sana espiritualidad permite al Espíritu de Cristo liberar al ser humano para que actúe con eficacia en la sociedad. Los obispos velarán por completar vuestra formación, para que ella contribuya al desempeño de vuestro carisma[170]. Como san Esteban, san Lorenzo y san Vicente, diáconos y mártires, esforzaos en reconocer y encontrar a Cristo en la Eucaristía y en los pobres. Este servicio del altar y de la caridad, os hará amar el encuentro con el Señor, presente en el altar y en los pobres. Entonces estaréis dispuestos a dar la vida por Él hasta la muerte.

[169] Cf. Propositio 50.
[170] Cf. Propositio 41.


V. Las personas consagradas

117 Por los votos de castidad, pobreza y obediencia, la vida de las personas consagradas se ha convertido en un testimonio profético. Pueden ser así ejemplo para la reconciliación, la justicia y la paz, incluso en circunstancias de gran tensión[171]. La vida de comunidad muestra que es posible vivir fraternamente estando unidos, aun cuando sea diferente el origen étnico o racial (cf. Ps 133,1). Ella puede y debe hacer ver y creer que hoy en día, en África, quienes siguen a Cristo Jesús encuentran en Él el secreto de la alegría de vivir juntos, en el amor mutuo y la comunión fraterna, consolidada cada día en la Eucaristía y la Liturgia de las Horas.

[171] Cf. Propositio 42.


118 Queridos consagrados, seguid viviendo vuestro carisma con un celo verdaderamente apostólico en los diversos campos indicados por vuestros fundadores. Así pondréis más cuidado en mantener encendida vuestra lámpara. Vuestros fundadores han querido seguir a Cristo de verdad, respondiendo a su llamada. Las diferentes obras en las que se ha plasmado, son joyas que adornan la Iglesia[172]. Conviene, pues, desarrollarlas siguiendo lo más fielmente posible el carisma de vuestros fundadores, sus ideales y proyectos. Quisiera subrayar aquí la parte importante de personas consagradas en la vida eclesial y misionera. Son una ayuda necesaria y preciosa para la actividad pastoral, pero también una manifestación de la naturaleza íntima de la vocación cristiana[173]. Por eso os invito, queridas personas consagradas, a permanecer en estrecha comunión con la Iglesia particular y su primer responsable, el obispo. Y os invito también a fortalecer vuestra comunión con el Obispo de Roma.

[172] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
LG 46.
[173] Cf. Id, Decr. Ad gentes divinitus, sobre la actividad misionera en la Iglesia, AGD 18.


119 África es la cuna de la vida contemplativa cristiana. Siempre presente en el norte de África, y particularmente en Egipto y Etiopía, ha echado raíces en el África subsahariana en el siglo pasado. Que el Señor bendiga a los hombres y mujeres que han decidido seguirlo sin condiciones. Su vida oculta es como la levadura en la masa. Su oración constante sostendrá el esfuerzo apostólico de los obispos, sacerdotes, de otras personas consagrada, de los catequistas y de toda la Iglesia.


120 Las reuniones de las distintas Conferencias Nacionales de Superiores Mayores y las de la CO.SMAM, permiten compartir las reflexiones y las fuerzas, no sólo para asegurar la finalidad de cada uno de los Institutos, preservando siempre su autonomía, su carácter y su espíritu propio, sino también para tratar cuestiones comunes en un clima de hermandad y solidaridad. Conviene cultivar un espíritu eclesial asegurando una sana coordinación y una adecuada cooperación con las Conferencias Episcopales.



VI. Los seminaristas

121 Los Padres sinodales han prestado una atención especial a los seminaristas. Sin descuidar la formación teológica y espiritual, obviamente prioritaria, se ha destacado la importancia del crecimiento psicológico y humano de cada candidato. Los futuros sacerdotes deben desarrollar en ellos una adecuada comprensión de sus propias culturas sin quedar atrapados dentro de sus confines étnicos y culturales[174]. Han de enraizarse igualmente en los valores evangélicos para reforzar su compromiso, en fidelidad y lealtad a Cristo. La fecundidad de su futura misión dependerá mucho de su profunda unión con Cristo, de la calidad de su vida de oración y vida interior, de los valores humanos, morales y espirituales que han asimilado durante su formación. Todo seminarista ha de llegar a ser un hombre de Dios, buscando y viviendo «la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre» (1Tm 6,11).

[174] Cf. Propositio 40.


122 «Los seminaristas han de aprender la vida comunitaria, de manera que la vida fraterna entre ellos se convierta más tarde en fuente de una auténtica experiencia del sacerdocio como íntima fraternidad sacerdotal»[175]. Los directores y formadores del seminario trabajarán juntos, siguiendo las instrucciones de los obispos, con el fin de asegurar una formación integral de los seminaristas a ellos confiados. En la selección de candidatos, será necesario un discernimiento minucioso y un acompañamiento esmerado, para que los admitidos al sacerdocio sean verdaderos discípulos de Cristo y auténticos servidores de la Iglesia. Se pondrá suma atención en iniciarles a la inmensa riqueza del patrimonio bíblico, teológico, espiritual, moral, litúrgico y jurídico de la Iglesia.

[175] Ibíd.


123 Me he dirigido a los seminaristas con una Carta después del año sacerdotal, clausurado en junio de 2010[176]. He insistido allí en la identidad, la espiritualidad y el apostolado del sacerdote. Recomiendo vivamente a todos los seminaristas a leer y meditar este breve documento, que está dirigido a cada uno de ellos personalmente y que los formadores pondrán a su disposición. El seminario es un tiempo de preparación para el sacerdocio, un tiempo de estudio. Un tiempo de discernimiento, formación y maduración humana y espiritual. Que los seminaristas utilicen sensatamente este tiempo que se les ofrece para acumular reservas espirituales y humanas de las que podrán sacar provecho durante su vida sacerdotal.

[176] Cf. Carta a los seminaristas (18 octubre 2010): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26 septiembre 2008), 3-4.


124 Queridos seminaristas, sed apóstoles entre los jóvenes de vuestra generación, invitándolos a seguir a Cristo en la vida sacerdotal. No tengáis miedo. Hay muchas personas que os acompañan, y os sostienen con la oración (cf. Mt 9,37-38).



VII. Los catequistas

125 Los catequistas son agentes de pastoral valiosos en la misión de evangelizar. Su papel ha sido muy importante en la primera evangelización, el acompañamiento catecumenal, la animación y la ayuda a las comunidades. «Con toda naturalidad, llevaron a cabo una inculturación eficaz, que produjo excelentes frutos (cf. Mc 4,20). Fueron los catequistas quienes consiguieron que la “luz brille ante los hombres” (Mt 5,16), porque, viendo el bien que hacían, poblaciones enteras pudieron dar gloria a nuestro Padre que está en los cielos. Africanos que evangelizaron a africanos»[177]. Este papel importante en el pasado, sigue siendo crucial para el presente y el futuro de la Iglesia. Les doy las gracias por su amor a la Iglesia.

[177] Discurso a los miembros del Consejo especial para África del Sínodo de los Obispos(Yaundé, 19 marzo 2009): AAS 101 (2009), 311-312.


126 Exhorto a los Obispos y sacerdotes a cuidar de la formación humana, intelectual, doctrinal, moral, espiritual y pastoral de los catequistas, prestando mucha atención a sus condiciones de vida para salvaguardar su dignidad. Que no olviden sus legítimas necesidades materiales[178], porque, como el trabajador fiel en la viña del Señor, tienen derecho a una retribución justa (cf. Mt 20,1-16), en espera de aquella que el Señor les dará de manera equitativa, pues solo Él es justo y conoce su corazón.

[178] Cf. Propositio 44; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), : AAS 88 (1996), 57.


127 Queridos catequistas, recordad que, para muchas comunidades, sois el rostro concreto e inmediato del discípulo diligente y el modelo de vida cristiana. Os animo a proclamar, por ejemplo, que la vida familiar merece una gran consideración, que la educación cristiana prepara a los hijos a ser en la sociedad honestos y fiables en sus relaciones con los demás. Acoged a todos sin discriminación: ricos y pobres, indígenas y extranjeros, católicos y no católicos (cf. Jc 2,1). No hagáis acepción de personas (cf. Ac 10,34 Rm 2,11 Ga 2,6 Ep 6,9). Al asimilar vosotros mismos las Sagradas Escrituras y las enseñanzas del Magisterio, podréis ofrecer una catequesis sólida, animar los grupos de oración y proponer la lectio divina a las comunidades que cuidáis. Vuestra actuación será entonces coherente, constante y fuente de inspiración. Al evocar con reconocimiento el recuerdo glorioso de vuestros predecesores, os saludo y animo a trabajar hoy con la misma abnegación, el mismo ardor apostólico y la misma fe. Si tratáis de ser fieles a vuestra misión, contribuiréis no sólo a vuestra santificación personal, sino también a la construcción eficaz del Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia.




Africae munus ES 91