Africae munus ES 128

VIII. Los laicos

128 La Iglesia se hace presente y activa en la vida del mundo a través de sus miembros laicos. Ellos tienen un gran papel que desempeñar en la Iglesia y en la sociedad. Para que puedan cumplir bien esta función, conviene que se organicen en las diócesis escuelas o centros de formación bíblica, espiritual, litúrgica y pastoral. Deseo de todo corazón que se dote a los laicos con responsabilidades en el orden político, económico y social, de un conocimiento sólido de la Doctrina Social de la Iglesia, que ofrece principios de acción conformes al Evangelio. En efecto, los fieles laicos son «enviados de Cristo» (2Co 5,20) en el ámbito público en el corazón del mundo[179]. Su testimonio cristiano sólo será creíble si son profesionales competentes y honestos.

[179] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), CL 15 CL 17: AAS 81 (1989), 413-416. 418-421.


129 Los laicos, hombres y mujeres, están llamados ante todo a la santidad, y a vivir esta santidad en el mundo. Queridos fieles, cultivad con esmero la vida interior y la relación con Dios, de modo que el Espíritu Santo os ilumine en cada circunstancia. Para que la persona humana y el bien común permanezca efectivamente en el centro de la acción humana, política, económica o social, uniros profundamente a Cristo para conocerlo y amarlo, consagrando tiempo a Dios en la oración y recibiendo los sacramentos. Dejaos iluminar e instruir por Él y su Palabra.


130 Quisiera volver sobre la peculiaridad de la vida profesional del cristiano. En pocas palabras, se trata de testimoniar a Cristo en el mundo, mostrando mediante el ejemplo que el trabajo puede ser un lugar de realización personal muy positivo, en vez de ser por encima de todo un medio de lucro. El trabajo le permite participar en la obra de la creación y estar al servicio de sus hermanos y hermanas. Al hacerlo así, será «sal de la tierra» y «luz del mundo», como nos pide el Señor. En su vida diaria, pondrá en práctica la opción preferencial por los pobres, independientemente de su posición en la sociedad, según el espíritu de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12), para ver en ellos el rostro concreto de Jesús, que le llama a servir (cf. Mt 25,31-46).


131 Puede ser útil organizarse en asociaciones para seguir formando vuestra conciencia cristiana y ayudaros mutuamente en la lucha por la justicia y la paz. Las pequeñasComunidades Eclesiales Vivas (CEV) o las Small Christian Communities (SCC), así como las «nuevas comunidades»[180] son instituciones útiles para mantener la llama viva de vuestro bautismo. Contribuid también con vuestra competencia a la animación de las universidades católicas que no dejan de desarrollarse a partir de las recomendaciones de la Exhortación apostólica Ecclesia in Africa[181]. Asimismo, quisiera animaros a tener una presencia activa y valiente en el mundo de la política, la cultura, las artes, los medios de comunicación y las diversas asociaciones. Que sea una presencia sin complejos ni miedos, sino orgullosa y consciente de la preciosa contribución que puede aportar al bien común.

[180] Propositio 37.


CAPÍTULO II: Principales campos de apostolado


132 El Señor nos ha confiado una misión particular y nunca nos deja sin los medios necesarios para cumplirla. No sólo ha concedido a cada uno dones personales para la edificación de su Cuerpo, que es la Iglesia, sino que ha confiado también a toda la comunidad eclesial unos dones particulares para que pueda continuar su misión. El don por excelencia es el Espíritu Santo. Gracias a él formamos un solo cuerpo y «sólo con la fuerza del Espíritu Santo podemos percibir lo que es recto y después ponerlo en práctica»[182]. Los medios son necesarios para nuestra acción, pero se vuelven insuficientes si Dios mismo no nos dispone a colaborar en su obra de reconciliación a través de «nuestras capacidades de pensar, hablar, sentir, actuar»[183]. Gracias al Espíritu Santo nos convertimos verdaderamente en «sal de la tierra» y «luz del mundo» (Mt 5,13 Mt 5,14).

[181] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), : AAS 88 (1996), 62-63.
[182] Meditación al inicio de la Segunda Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos (5 octubre 2009): AAS 101 (2009), 920.
[183] Ibíd.


I. La Iglesia como presencia de Cristo


133 «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»[184]. En cuanto comunidad de discípulos de Cristo, podemos hacer visible y comunicar el amor de Dios. «El amor es una luz –en el fondo la única– que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar»[185]. Esta realidad se manifiesta en la Iglesia universal, diocesana, parroquial, en las CEV/SCC[186], en los movimientos y asociaciones, y hasta en la familia cristiana, «llamada a ser una “iglesia doméstica”, un lugar de fe, de oración y de solicitud amorosa por el bien verdadero y duradero de cada uno de sus miembros»[187], una comunidad donde se viven los gestos de paz.[188] Las CEV/SCC, los movimientos y las asociaciones pueden ser, en el seno de las parroquias, lugares propicios para acoger y vivir el don de la reconciliación ofrecido por Cristo, nuestra paz. Cada miembro de la comunidad debe convertirse en custodio del otro: este es uno de los significados del gesto de la paz en la celebración de la Eucaristía.[189]

[184] Conc. Ecum. Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
LG 1.
[185] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), : AAS 98 (2006), 250.
[186] Cf. Propositio 35.
[187] Homilía en Nazaret (14 mayo 2009): AAS 101 (2009), 480.
[188] Cf. Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), 49: AAS 99 (2007), 143.
[189] Cf. Propositio 36.


II. El mundo de la educación

134 Las escuelas católicas son instrumentos preciosos para aprender a tejer en la sociedad, desde la infancia, lazos de paz y armonía para la educación en los valores africanos asumidos de los del Evangelio. Animo a los Obispos y los Institutos de personas consagradas a trabajar para que los niños en edad escolar puedan asistir a la escuela: es una cuestión de justicia hacia todo niño y, además, el futuro de África depende de ello. Que los cristianos, en particular los jóvenes, se dediquen a las ciencias de la educación con vistas a transmitir un saber imbuido de la verdad, un saber hacer y un saber ser animados por una conciencia cristiana formada a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Se debería poner también atención para asegurar una remuneración justa al personal de las instituciones educativas de la Iglesia y al conjunto del personal de las estructuras eclesiales para fortalecer la credibilidad de la Iglesia.


135 En el contexto actual de gran mezcla de poblaciones, culturas y religiones, el papel de las universidades e instituciones académicas católicas es esencial para la búsqueda paciente, rigurosa y humilde de la luz que viene de la Verdad. Solo una verdad que trascienda la medida humana, condicionada por limitaciones, da serenidad a las personas y reconcilia a las sociedades entre sí. En este sentido, es oportuno crear nuevas universidades católicas donde no existan todavía. Queridos hermanos y hermanas comprometidos en las universidades e instituciones académicas católicas, a vosotros os corresponde, por una parte, educar la inteligencia y el espíritu de las jóvenes generaciones a la luz del Evangelio y, por otra, ayudar a las sociedades africanas a comprender mejor los desafíos que hoy afronta África, ofreciendo la luz necesaria mediante vuestras investigaciones y análisis.


136 La misión confiada por la Exhortación apostólica Ecclesia in Africa a las instituciones universitarias católicas conserva todo su valor. Mi beato Predecesor ha escrito: «Las Universidades e Institutos Superiores católicos en África tienen un papel importante en la proclamación de la Palabra salvífica de Dios. Son un signo del crecimiento de la Iglesia cuando incorporan en sus investigaciones las verdades y las experiencias de la fe y ayudan a interiorizarlas. Estos centros de estudio están así al servicio de la Iglesia, ofreciéndole personal bien preparado; estudiando importantes cuestiones teológicas y sociales; desarrollando la teología africana; promoviendo el trabajo de inculturación [...]; publicando libros y difundiendo el pensamiento católico; emprendiendo las investigaciones que les encargan los Obispos y contribuyendo a un estudio científico de las culturas […] Los centros culturales católicos ofrecen a la Iglesia singulares posibilidades de presencia y acción en el campo de los cambios culturales. En efecto, éstos son unos foros públicos que permiten, mediante el diálogo creativo, una amplia difusión de convicciones cristianas sobre el hombre, la mujer, la familia, el trabajo, la economía, la sociedad, la política, la vida internacional y el ambiente. Son así un lugar de escucha, de respeto y tolerancia»[190]. Los Obispos han de velar para que estos centros universitarios conserven su naturaleza católica, asumiendo siempre orientaciones fieles a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.

[190] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), :AAS 88 (1996), 62-63.


137 Para contribuir de una manera decidida y cualificada a la sociedad africana, es indispensable ofrecer a los estudiantes una formación en la Doctrina Social de la Iglesia. Esto ayudará así a la Iglesia en África a preparar con serenidad una pastoral que llegue al ser del africano y lo reconcilie consigo mismo en la adhesión a Cristo. Corresponde a los obispos también apoyar una pastoral de la inteligencia y la razón que cree el hábito de un diálogo racional y de un análisis crítico en la sociedad y en la Iglesia. Como dije en Yaundé: «Tal vez este siglo permita, con la gracia de Dios, un renacer en vuestro continente, aunque ciertamente de una forma diversa y nueva, de la prestigiosa Escuela de Alejandría. ¿Por qué no esperar que pueda ofrecer a los africanos de hoy y a la Iglesia universal grandes teólogos y maestros espirituales que contribuyan a la santificación de los habitantes de este continente y de toda la Iglesia?»[191].

[191] Discurso a los miembros del Consejo especial para África del Sínodo de los Obispos (Yaundé, 19 marzo 2009): AAS 101 (2009), 312.


138 Conviene que los Obispos apoyen las capellanías en las universidades e instituciones educativas de la Iglesia, y las creen en las estructuras educativas públicas. La capilla será como su corazón. Permitirá a los estudiantes encontrar a Dios y ponerse bajo su mirada. Y dará también la posibilidad al capellán, que será cuidadosamente escogido por sus virtudes sacerdotales, de ejercer su ministerio pastoral de enseñanza y santificación.



III. El mundo de la salud

139 La Iglesia de todas la épocas se ha preocupado por la salud. Sigue el ejemplo de Cristo mismo quien, tras haber proclamado la Palabra y curado a los enfermos, dio a sus discípulos la autoridad para «curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10,1 cf. Mt 14,35 Mc 1,32 Mc 1,34 Mc 6,13 Mc 6,55). La Iglesia manifiesta a los que sufren esta misma preocupación por los enfermos a través de sus instituciones sanitarias. Como han señalado los Padres sinodales, la Iglesia está firmemente comprometida en la lucha contra las dolencias, enfermedades y las grandes pandemias[192].

[192] Cf. Mensaje final, 31.


140 Que las instituciones sanitarias de la Iglesia y todas las personas que a diverso título trabajan en ellas, se esfuercen en ver en cada enfermo un miembro sufriente del Cuerpo de Cristo. Son muchas las dificultades que surgen en vuestro camino: el número creciente de enfermos, la falta de medios materiales y financieros, la deserción de organismos que durante mucho tiempo os han ayudado y que os abandonan; todo esto os provoca a veces la impresión de un trabajo sin resultados tangibles. Queridos operadores sanitarios, sed portadores de la compasión de Jesús a quienes sufren. Sed pacientes, sed fuertes y tened ánimo. En lo que respecta a las pandemias, los medios financieros y materiales son indispensables, pero insistid también sin descanso en informar y educar a la población y, sobre todo, a los jóvenes[193].

[193] Cf. ibíd.


141 Es preciso que las instituciones sanitarias se regulen según las normas éticas de la Iglesia, asegurando los servicios de acuerdo con su enseñanza y exclusivamente en favor de la vida. Que no se conviertan en una fuente de enriquecimiento para los privados. La gestión de los fondos concedidos ha de ser transparente y servir sobre todo al bien del enfermo. Cada institución sanitaria, en fin, debe contar con una capilla. Su presencia recordará al personal (dirección, gestores, médicos, enfermeras...) y al enfermo que sólo Dios es el Señor de la vida y de la muerte. Conviene asimismo multiplicar, en la medida de lo posible, pequeños dispensarios que aseguren en las cercanías una atención de primeros auxilios.



IV. El mundo de la información y de la comunicación

142 La Exhortación apostólica Ecclesia in Africa consideraba que los medios modernos no son solamente instrumentos de comunicación, sino también un mundo que se ha de evangelizar[194]. Deben ofrecer una comunicación auténtica, que es una prioridad en África, pues son un importante instrumento para la evangelización y el desarrollo del continente[195]. «Los medios pueden ofrecer una valiosa ayuda al aumento de la comunión en la familia humana y al ethos de la sociedad, cuando se convierten en instrumentos que promueven la participación universal en la búsqueda común de lo que es justo»[196].

[194] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), :AAS 88 (1996), 72-73.
[195] Cf. Propositio 56.
[196] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), : AAS 101 (2009), 705.


143 Todos sabemos que las nuevas tecnologías de la información pueden llegar a ser potentes instrumentos de cohesión y de paz o, por el contrario, promotores eficaces de destrucción y división. Pueden ayudar o perjudicar en el plano moral, propagar tanto lo verdadero como lo falso, proponer lo bello o lo indecoroso. La masa de noticias o de anti-noticias, así como del gran volumen de imágenes, pueden ser interesantes, pero pueden llevar también a una fuerte manipulación. La información puede convertirse muy fácilmente en desinformación, y la formación en deformación. Los medios pueden promover una humanización auténtica, pero pueden comportar al mismo tiempo una deshumanización.


144 Los medios evitarán este escollo si «se organizan y se orientan bajo la luz de una imagen de la persona y el bien común que refleje sus valores universales. El mero hecho de que los medios de comunicación social multipliquen las posibilidades de interconexión y de circulación de ideas no favorece la libertad ni globaliza el desarrollo y la democracia para todos. Para alcanzar estos objetivos se necesita que los medios de comunicación estén centrados en la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos, que estén expresamente animados por la caridad y se pongan al servicio de la verdad, del bien y de la fraternidad natural y sobrenatural»[197].

[197] Ibíd., : AAS 101 (2009), 704-705.


145 La Iglesia debe estar más presente en los medios, no solamente para hacer de ellos un instrumento de difusión del Evangelio, sino también una herramienta para formar a los pueblos africanos en la reconciliación en la verdad, en la promoción de la justicia y la paz. Para ello, una sólida formación ética y de respeto a la verdad ayudará a los periodistas a evitar la atracción del sensacionalismo, así como la tentación de la manipulación de la información y del dinero fácil. Que los periodistas cristianos no tengan miedo de manifestar su fe. Que se sientan ufanos de ella. Es bueno también animar la presencia y la actividad de fieles laicos competentes en el mundo de las comunicaciones públicas y privadas. Como la levadura en la masa, seguirán dando testimonio de la aportación positiva y constructiva que la enseñanza de Cristo y de su Iglesia ofrece al mundo.


146 Además, la opción tomada por la Primera Asamblea especial para África de considerar la comunicación como uno de los ejes principales de la evangelización se ha mostrado fructífera para el desarrollo de los medios católicos. Convendrá también, tal vez, coordinar las estructuras existentes, como ya se hace en ciertos lugares. La mejora en este sentido del uso de los medios contribuirá a una mayor promoción de los valores defendidos por el Sínodo: la paz, la justicia y la reconciliación en África[198], y permitirá a este continente participar en el desarrollo actual del mundo.

[198] Cf. Propositio 56.


CAPÍTULO III: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar»

(Jn 5,8)


I. Jesús en la piscina de Betesda

147 Queridos hermanos en el Episcopado, queridos hijos e hijas de África, después de haber repasado las principales acciones y algunos medios propuestos por la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos para cumplir la misión de la Iglesia, quisiera volver sobre ciertos puntos ya abordados precedentemente de manera general.


148 El Evangelio de san Juan, nos presenta en el capítulo 5 una escena junto a la piscina de Betesda que impresiona. Bajo los soportales «estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos», que esperaban el movimiento del agua (Jn 5,3), es decir, la ocasión de ser curados. Se encontraba también entre ellos «un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo» (Jn 5,5), pero que no tenía a nadie que le ayudara a meterse en la piscina. Y aquí entra Jesús en su vida. Todo cambia cuando le dice: «levántate, toma tu camilla y echa a andar» (Jn 5,8). «Y al momento, dice el evangelista, el hombre quedó sano» (Jn 5,9). Ya no necesitaba el agua de la piscina.


149 La acogida de Jesús ofrece a África una curación más eficaz y más profunda que cualquier otra. Como el apóstol Pedro declaró en los Hechos de los Apóstoles (Ac 3,6), repito que no es oro o plata lo que África necesita en primer lugar; desea ponerse en pie como el hombre de la piscina de Betesda; desea tener confianza en sí misma, en su dignidad de pueblo amado por su Dios. Este encuentro con Jesús, pues, es lo que la Iglesia debe ofrecer a los corazones afligidos y heridos, anhelantes de reconciliación y de paz, sedientos de justicia. Debemos ofrecer y anunciar la Palabra de Cristo que sana, libera y reconcilia.


II. Palabra de Dios y Sacramentos

A. La Sagrada Escritura


150 Según san Jerónimo, «quien no conoce las Escrituras no conoce a Cristo»[199]. La lectura y meditación de la Palabra de Dios no sólo nos proporciona la «excelencia del conocimiento de Cristo» (Ph 3,8), sino que también nos arraiga más profundamente en Cristo y orienta nuestro servicio de reconciliación, justicia y paz. La celebración de la Eucaristía, cuya primera parte es la liturgia de la Palabra, constituye la fuente y la cima. Así, pues, recomiendo que se promueva el apostolado bíblico en toda comunidad cristiana, en la familia y en los movimientos eclesiales.

[199] Commentariorum in Isaiam prophetam, Prologus: PL 24, 17.


151 Que todo fiel de Cristo adquiera el hábito de la lectura cotidiana de la Biblia. Una lectura atenta de la reciente Exhortación apostólica Verbum Domini ofrecerá indicaciones pastorales útiles. Se procurará iniciar a los fieles en la venerable y fructífera tradición de lalectio divina. La Palabra de Dios puede ayudar a conocer a Jesucristo y suscitar conversiones que lleven a la reconciliación, ya que ella juzga «los deseos e intenciones del corazón» (He 4,12). Los Padres sinodales han animado a las comunidades cristianas parroquiales, las CEV/SCC, las familias y las asociaciones y movimientos eclesiales, a tener momentos para compartir la Palabra de Dios[200]. Así se convertirán cada vez más en ámbitos en los que la Palabra de Dios, que edifica la comunidad de los discípulos de Cristo, se lee juntos, se meditada y se celebra. Esta Palabra regenera sin cesar la comunión fraterna (cf. 1P 1,22-25).

[200] Cf. Propositio 46.


B. La Eucaristía

152 Para edificar una sociedad reconciliada, justa y pacífica, el medio más eficaz es una vida de íntima comunión con Dios y con los demás. En efecto, alrededor de la mesa del Señor se congregan hombres y mujeres de diferente origen, cultura, raza, lengua y etnia. Forman una sola y misma unidad gracias al Cuerpo y a la Sangre de Cristo. A través de Cristo-Eucaristía, se hacen consanguíneos y, por tanto, auténticamente hermanos y hermanas, gracias a la Palabra, al Cuerpo y a la Sangre del mismo Jesucristo. Este vínculo de fraternidad es más fuerte que el de nuestras familias humanas, de nuestras tribus. «Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29). El ejemplo de Jesús los hace capaces de amarse, de dar la vida unos por otros, pues el amor con el que cada uno es amado se debe comunicar con obras y en verdad[201]. Es indispensable, por tanto, celebrar en comunidad el domingo, Día del Señor, así como también las fiestas de precepto.

[201] Cf. Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), 82: AAS 99 (2007), 168-169; Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), : AAS 98 (2006), 228-229.


153 No es mi intención hacer aquí una exposición teológica sobre la Eucaristía. La he esbozado a grandes líneas en la Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis. Exhorto aquí a toda la Iglesia en África a cuidar muy particularmente la celebración de la Eucaristía, memorial del Sacrificio de Cristo Jesús, signo de unidad y vínculo de caridad, banquete pascual y prenda de la vida eterna. La Eucaristía se ha de celebrar con dignidad y belleza, siguiendo las normas establecidas. La adoración eucarística, personal y comunitaria, permite profundizar este gran misterio. En este sentido, se podría celebrar un congreso eucarístico continental. Ayudaría a sostener el trabajo de los cristianos en su esfuerzo por testimoniar valores fundamentales de comunión en todas las sociedades africanas[202].

[202] Cf. Propositio 8.


154 Para que se respete el misterio eucarístico, los Padres sinodales recuerdan que las iglesias y capillas son lugares sagrados, que se han de reservar únicamente a las celebraciones litúrgicas, evitando en cuanto sea posible que se conviertan en simples espacios culturales o de socialización. Conviene promover su función primordial de ser lugar privilegiado de encuentro entre Dios y su pueblo, entre Dios y su criatura fiel. Conviene, además, velar para que la arquitectura de estos edificios de culto sea digna del misterio que se celebra en ellos y conforme a la legislación eclesiástica y al estilo local. Estas construcciones deben realizarse bajo la responsabilidad de los obispos, después de haber oído el consejo de personas competentes en liturgia y arquitectura. Que, al franquear el umbral, pueda decirse: «Realmente el Señor está en este lugar […], no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo» (Gn 28,16-17). Y también lograrán su cometido si son una ayuda a la comunidad, regenerada en la Eucaristía y en los demás sacramentos, para prolongar la celebración en la vida social, perpetuando el ejemplo de Cristo mismo (cf. Jn 13,15)[203]. Esta «coherencia eucarística»[204] interpela a toda conciencia cristiana (cf. 1Co 11,17-34).

[203] Cf. Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), 51: AAS 99 (2007), 144.
[204] Ibíd., 83: AAS 99 (2007), 169.


C. La reconciliación

155 Para ayudar a las sociedades africanas a sanar las heridas de la división y el odio, los Padres sinodales han invitado a la Iglesia a recordar que ella misma lleva en seno las mismas heridas y amarguras. Por tanto, necesita que el Señor la cure para dar un testimonio creíble de que el Sacramento de la Reconciliación cuida y sana los corazones heridos. Este Sacramento renueva los lazos rotos entre la persona humana y Dios, y restaura los vínculos en la sociedad. Educa así nuestros corazones y espíritus para que aprendamos a vivir «en espíritu de unión, con compasión, amor fraternal, misericordia, espíritu de humildad» (cf. 1P 3,8).


156 Recuerdo la importancia de la confesión individual, que no puede ser reemplazada por ningún otro acto de reconciliación o alguna otra paraliturgia. Animo, pues, a todos los fieles de la Iglesia, sacerdotes, personas consagradas y laicos, a poner de nuevo el sacramento de la Penitencia en su verdadero lugar, en su doble dimensión personal y comunitaria[205]. Las comunidades que no tienen sacerdote, por las distancias u otras razones, pueden vivir el carácter eclesial de la penitencia y la reconciliación mediante formas no sacramentales. También los cristianos en situación irregular pueden unirse así al camino penitencial de la Iglesia. Como han indicado los Padres sinodales, la forma no sacramental puede ser considerada como un medio de preparación de los fieles para una recepción fructífera del sacramento[206], pero no puede convertirse en una norma habitual ni mucho menos sustituir al sacramento mismo. Exhorto de todo corazón a los sacerdotes a vivir personalmente este sacramento, y a estar verdaderamente disponibles para su celebración.

[205] Cf. Propositio 5.
[206] Cf. Propositio 6; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Reconciliatio et Poenitentia (2 diciembre 1984),
RP 23: AAS 77 (1985), 233-235.


157 Para alentar la reconciliación con espíritu comunitario, recomiendo vivamente, como han deseado los Padres sinodales, celebrar todos los años en cada país africano «un día o una semana de reconciliación, particularmente durante el Adviento o la Cuaresma»[207]. La SCEAM podrá contribuir a su realización y, de acuerdo con la Santa Sede, promover un Año de la reconciliación de alcance continental, para pedir a Dios un perdón especial por todos los males y ofensas que los seres humanos se han infligido en África unos a otros, y para que se reconcilien las personas y los grupos que han sido heridos en la Iglesia y en el conjunto de la sociedad[208]. Se trataría de un Año jubilar extraordinario «durante el cual la Iglesia en África y en las islas vecinas den gracias con la Iglesia universal y recen para recibir los dones del Espíritu Santo»[209], especialmente el don de la reconciliación, de la justicia y la paz.

[207] Propositio 8.
[208] Cf. ibíd.
[209] Ibíd.


158 Será útil seguir el consejo de los Padres sinodales para estas celebraciones: «Que se guarde y recuerde fielmente la memoria de los grandes testigos que han dado su vida al servicio del Evangelio y del bien común, o por la defensa de la verdad y de los derechos humanos».[210] A este propósito, los santos son las verdaderas estrellas de nuestra vida, los «que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía»[211].

[210] Propositio 9.
[211] Carta enc. Spe salvi (30 noviembre 2007), : AAS 99 (2007), 1025.


III. La nueva evangelización


159 Antes de concluir este documento, deseo volver de nuevo sobre la tarea de la Iglesia en África, que es la de esforzarse en la evangelización, en la missio ad gentes, así como en la nueva evangelización, para que la fisonomía del continente africano sea modelada cada vez más por la enseñanza siempre actual de Cristo, verdadera «luz del mundo» y auténtica «sal de la tierra».


A. Portadores de Cristo «Luz del mundo»

160 La obra urgente de la evangelización se lleva a cabo de manera diferente según las diversas situaciones de cada país. «En sentido estricto se habla de missio ad gentes dirigida a los que no conocen a Cristo. En sentido amplio se habla de “evangelización” para referirse al aspecto ordinario de la pastoral, y de “nueva evangelización” en relación a los que han abandonado la vida cristiana».[212] Solo la evangelización que está animada por la fuerza del Espíritu Santo se convierte en la «ley nueva del Evangelio» y da frutos espirituales[213]. El corazón de toda actividad evangelizadora es el anuncio de la persona de Jesús, el Verbo de Dios encarnado (cf. Jn 1,14), muerto y resucitado, siempre presente en la comunidad de los fieles, en su Iglesia (cf. Mt 28,20). Se trata de una tarea urgente, no solamente para África, sino para todo el mundo, puesto que la misión que Cristo redentor confió a su Iglesia todavía no se ha cumplido plenamente.

[212] Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 diciembre 2007), 12: AAS 100 (2008), 501.
[213] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II 106,1.


161 El «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1) es el camino seguro para encontrar a la persona del Señor Jesús. Escrutar las Escrituras nos permite descubrir cada vez más el verdadero rostro de Jesús, revelación de Dios Padre (cf. Jn 12,45), y su obra de salvación. «Redescubrir el puesto central de la Palabra divina en la vida cristiana nos hace reencontrar de nuevo así el sentido más profundo de lo que el Papa Juan Pablo II había pedido con vigor: continuar la missio ad gentes y emprender con todas las fuerzas la nueva evangelización»[214].

[214] Exhort. ap. postsinodal Verbum Domini (30 septiembre 210), 122: AAS 102 (2010), 785.


162 La Iglesia en África, guiada por el Espíritu Santo, debe anunciar –viviéndolo– el misterio de la salvación a los que todavía no lo conocen. El Espíritu Santo, que los cristianos han recibido en el bautismo, es el fuego de amor que impulsa la acción evangelizadora. Los discípulos, después de Pentecostés, «llenos del Espíritu Santo» (Ac 2,4), salieron del Cenáculo, donde se encontraban encerrados por miedo, para proclamar la Buena Nueva de Jesucristo. El acontecimiento de Pentecostés nos permite comprender mejor la misión de los cristianos, «luz del mundo» y «sal de la tierra», en el continente africano. Es propio de la luz difundirse e iluminar a muchos hermanos y hermanas que están todavía en la oscuridad. Lamissio ad gentes compromete a todos los cristianos de África. Animados por el Espíritu, deben ser portadores de Jesucristo, «luz del mundo», en todo el continente, en todos los ámbitos de la vida personal, familiar y social. Los Padres sinodales han señalado «la urgencia y necesidad de la evangelización, que es la misión y la verdadera identidad de la Iglesia»[215].

[215] Propositio 34.


B. Testigos de Cristo resucitado

163 El Señor Jesús exhorta también hoy a los cristianos de África a predicar en su nombre «la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos» (Lc 24,47). Para ello, están llamados a ser testigos del Señor resucitado (cf. Lc 24,48). Los Padres sinodales han señalado que la evangelización «consiste esencialmente en dar testimonio de Cristo con el poder del Espíritu, a través de la vida, después por la palabra, en un espíritu de apertura a los demás, de respeto y de diálogo con ellos, ateniéndose a los valores del Evangelio»[216]. Por cuanto respecta a la Iglesia en África, este testimonio debe estar al servicio de la reconciliación, de la justicia y la paz.

[216] Ibíd.; cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), EN 21: AAS 68 (1976), 19-20.


164 El anuncio del Evangelio debe reencontrar el ardor de los comienzos de la evangelización del continente africano, atribuido al evangelista Marcos, seguido por una «pléyade innumerable de santos, mártires, confesores y vírgenes»[217]. Hay que acudir con gratitud a la escuela de tantos misioneros que, durante muchos siglos y con entusiasmo, han sacrificado sus vidas para llevar la Buena Nueva a sus hermanos y hermanas africanos. A lo largo de estos últimos años, la Iglesia ha conmemorado en diferentes países el centenario de la evangelización. Ella se ha comprometido a difundir el Evangelio a los que no conocen todavía el nombre de Jesucristo.

[217] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), : AAS88 (1996), 21.


165 Con el fin de que este esfuerzo sea cada vez más eficaz, la missio ad gentes debe ir a la par con la nueva evangelización. También en África, hay muchas situaciones que reclaman una nueva presentación del Evangelio, «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión»[218]. En particular, la nueva evangelización debe integrar la dimensión intelectual de la fe con la experiencia viva del encuentro con Jesucristo, que está presente y activo en la comunidad eclesial, porque el origen del ser cristiano no reside en una decisión ética o una gran idea, sino en el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. La catequesis, pues, debe integrar la parte teórica, constituida por nociones aprendidas de memoria, con la práctica vivida en el ámbito litúrgico, espiritual, eclesial, cultural y caritativo, para que la semilla de la Palabra de Dios, al caer sobre una tierra fértil, eche raíces profundas, crezca y madure.

[218] Id., Discurso a los Obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano (Puerto Príncipe, 9 marzo 1983): AAS 75 (1983), 778.


166 Para que eso suceda, es indispensable emplear los nuevos métodos que hoy están a nuestra disposición. Por cuanto respecta a los medios de comunicación social, de los que ya he hablado, no hay que olvidar lo que ya he subrayado recientemente en la Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini: «Insiste con fuerza santo Tomás de Aquino, mencionando a san Agustín: “También la letra del evangelio mata si falta la gracia interior de la fe que sana”»[219]. Conscientes de esta exigencia, hay que recordar siempre que no hay ningún medio que pueda ni deba sustituir al contacto personal, al anuncio verbal, así como al testimonio de una vida cristiana auténtica. Este contacto personal y este anuncio verbal deben expresar la fe viva que compromete y transforma la existencia, el amor de Dios que alcanza y toca a cada uno tal como es.

[219] N. 29: AAS 102 (2010), 708.



Africae munus ES 128