Ireneo, Contra herejes Liv.2 ch.25

4. Verdadera y falsa gnosis


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4.1. La doctrina fundada en la verdad


25,1. Si alguno preguntase: "Entonces ¿qué? ¿al acaso se eligieron esos nombres, el número de los Apóstoles, (798) la actividad del Señor y la estructura de lo que sucedió?" (198) Les respondemos: de ninguna manera, sino según la gran sabiduría y el sumo cuidado con que Dios ha organizado y ordenado todas las cosas, tanto las de los tiempos antiguos como las que su Verbo llevó a cabo en los tiempos recientes. Todas ellas concuerdan no con la Treintena, sino con la estructura básica de la verdad. No tenemos que buscar a Dios a base de números, de sílabas y letras. Este método carece de base, debido a la multitud y variedad de esos datos, y porque una persona puede un día usar uno de ellos como prueba, y otra al día siguiente tomar el mismo como argumento contra la verdad, porque pueden transferirse de un significado a otro. Más bien, los números y hechos deben acomodarse al testimonio de la verdad. Porque la norma no se saca de los números, sino los números de la norma; ni Dios de los hechos, sino los hechos a partir de la acción divina: todo, en efecto, procede del único y mismo Dios.

25,2. Las cosas creadas son muchas y variadas, y en el conjunto de la obra aparecen adecuadas y en armonía, aunque muchas veces tomando una por una puedan ser contrarias a otras y no ajustadas entre sí; sucede como con el sonido de la lira, que produce una melodía a partir de sonidos diversos y contrarios. Por eso, quien ame la verdad no debe atender tanto a la diferencia de cada uno de los sonidos, ni por ello sospechar que uno lo ha producido un artista y otro un autor diverso, de los cuales el primero hubiese producido los tonos más agudos, y otro los más bajos, e incluso un tercero los intermedios; (799) sino que uno y el mismo lo ha hecho para, mediante la unidad armoniosa, mostrar su sabiduría en la justicia y la bondad de toda la obra. Quienes escuchan la melodía deben rendir gloria y alabanza al artista, admirando la agudeza de unas notas y la profundidad de otras, así como deleitarse en los tonos intermedios (199). Ciertamente se preguntarán si unas cosas son figuras de otras, y entonces deberán todo referirlo a uno, preguntando la causa por la que es así, pero sin transformar la doctrina ni errar acerca del Autor, ni renegar de la fe en el único Dios que hizo todas las cosas, ni blasfemar contra nuestro Creador.

4.2. Pequeñez del ser humano ante el Creador

25,3. Si alguien no halla la causa de todas las cosas que busca, piense que el ser humano es infinitamente menor que su Creador; que ha recibido la gracia sólo en parte (
1Co 13,9); que no es igual o semejante a su Hacedor; y que no puede tener la experiencia o el conocimiento como Dios. El que hoy existe como un ser hecho y empezó un día a existir, siempre será más pequeño que aquel que no fue creado y que siempre permanece siendo igual a su ser; por lo mismo tampoco puede ser igual que aquel que lo creó, en cuanto a la ciencia o a la profundización en las causas de todas las cosas. ¡Oh, ser humano! tú no eres increado, ni has existido desde siempre con Dios, como su propio Verbo; sino que, habiendo empezado a existir como su hechura, poco a poco aprenderás de su Verbo la Economía del Dios que te hizo.

25,4. Así pues, mantente en el nivel que corresponde a tu ciencia, y no quieras ir más allá del mismo Dios, sino conocer a fondo los bienes, porque él no puede ser sobrepasado; y por lo mismo tampoco preguntes qué hay más allá del Demiurgo, porque nunca lo hallarás: en efecto, tu Artesano no tiene límites. Ni pienses -como si lo hubieses medido todo en cuanto a su profundidad, anchura y altura- en otro Padre que esté sobre él: no podrá captarlo tu mente, sino que, pensando contra tu naturaleza, te volverás necio. Y si continúas en lo mismo, tarde o temprano caerás en la locura de creerte superior y mejor que tu Hacedor, soñando que te has elevado más allá de su reino.

(198) San Ireneo propone claramente la preocupación de los gnósticos, oculta bajo su sistema: si este mundo inferior no es imagen del mundo superior, entonces todo sucede al acaso y resulta ininteligible. Su rechazo de la libertad humana (que esconde el escándalo por el mal) también implica el repudio de la historia. En el fondo ellos quieren escapar del mal sintiéndose ya salvados, liberarse de la responsabilidad en este mundo (y por eso teorizan que en él ya todo está determinado), y en consecuencia de toda ley moral. San Ireneo recurre, en cambio, a la sabiduría de Dios que guía la historia, y a su plan salvífico (Economía) en favor del hombre.

(199) Ver de nuevo esta comparación con la melodía en III, 20,7: San Ireneo impulsa a los gnósticos a contemplar la armonía de todas las obras del único Creador. Ellos, en cambio, atendiendo sólo a las diferencias entre los seres y (sobre todo) de los sucesos del mundo, los proyectan en causas diversas, y así originan multitud de dioses (muchos de ellos opuestos). Esta maravillosa armonía de Dios nos descubre su proyecto salvífico en la historia (sus Economías): uno en su voluntad, múltiple en su aplicación a través del tiempo.


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4.3. Más vale el amor del ignorante que el orgullo del sabio


(800) 26,1. Pues es mejor y más provechoso para uno ser ignorante o de poca ciencia, si se acerca a Dios por la caridad hacia su prójimo, que imaginarse saber mucho y ser perito en muchas cosas hasta blasfemar de Dios inventando a otro Dios y Padre. Por eso Pablo exclamó: "La ciencia infla, la caridad edifica" (
1Co 8,1). No es que condenara el verdadero conocimiento de Dios, porque si así lo hiciera se condenaría a sí mismo; sino que, sabiendo que algunos, con ocasión de la ciencia, se enorgullecían hasta apartarse del amor de Dios, y sin embargo se tenían a sí mismos por perfectos, inventaban a un Demiurgo imperfecto como producto de su ciencia; por eso dijo: "La ciencia infla, la caridad edifica".

Pues no hay mayor soberbia que la de tenerse a sí mismo por mejor y más perfecto que aquel que lo ha plasmado (Ps 119,73 Jb 10,8), le dio el aliento de vida (Gn 2,7) y le ha dado el ser mismo. Por eso, como arriba dije, es mejor que alguien carezca de ciencia de modo que no conozca ninguna de las causas de la creación, si cree en Dios y permanece en el amor (Jn 15,9-10); y no que por el orgullo de la ciencia se aparte del amor que da vida al ser humano. Mejor que buscar la ciencia es no conocer otra cosa sino a Jesucristo el Hijo de Dios crucificado por nosotros (1Co 2,2), en vez de investigar cuestiones sutiles hasta caer en la impiedad y en la vana palabrería.

26,2. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si alguien -entusiasmado por sus esfuerzos, al escuchar del Señor: "Aun los cabellos de vuestra cabeza están contados" (Mt 10,30), dejándose llevar por la curiosidad quisiera investigar cuántos cabellos tiene cada hombre (801) y el motivo por el cual uno tiene tantos y otro tantos, ya que no todos tienen el mismo número- hallara que unos tienen miles de cabellos más que otros porque unos tienen cabeza grande y otros chica, unos tienen pelo espeso, otros ralo, y otros más casi no tienen? ¿Y si en seguida, soñando en haber logrado descubrir el número, de ese hecho quisiera sacar una prueba del sistema que ha fraguado? O si alguien -oyendo del Señor: "¿Acaso no se venden dos pájaros por un as? Y sin embargo ninguno de ellos cae por tierra sin que vuestro Padre lo quiera" (Mt 10,29)- pretendiera contar cuántos pájaros se cazan en cada región, y la causa por la cual ayer fueron tantos, anteayer tantos y hoy tantos más; si luego esgrimiera ese número como argumento, ¿ese individuo no se estaría trastornando él mismo y volviendo locos a los que le hacen caso? ¡Son tantas las personas que están siempre dispuestas a creerles, cuando imaginan haber encontrado un maestro que sabe más que los otros!

26,3. Y si alguien nos preguntase si Dios conoce todas las cosas que ha hecho en el pasado y las que continúa creando, y si por su providencia cada uno de los seres ha recibido lo que le es propio, responderíamos que sí: nada de lo que ha sido o es hecho escapa a la ciencia de Dios; sino que cada uno de esos seres, por su providencia, recibe su naturaleza, organización, cantidad y medida, así como los caracteres que lo distinguen. En efecto, nada de lo que ha sido hecho en el pasado o es hecho ahora ha existido al acaso o por azar, sino con gran orden y armonía: porque existe un Verbo admirable y divino que puede discernir todas estas cosas y determinar sus causas. Pero supongamos que alguien, al escuchar nuestro testimonio sobre esta doctrina común, trata de contar las arenas del mar, las piedras de la tierra, las estrellas del cielo, y pretende precisar las causas del número que sueña haber descubierto: (802) ¿no lo juzgaría un loco y un irracional que en vano ha trabajado, cualquier persona que tenga un poco de sentido común? Pues mientras más se ocupe de investigar en estos asuntos tan singulares, si se imagina que ha superado a los demás en sus descubrimientos, juzga a los otros unos ignorantes e idiotas y los llama psíquicos porque no aceptan los resultados de su inútil búsqueda, más se tornará él un insensato y estúpido, como quedan aquellos a quienes fulmina un rayo. Porque en lugar de someterse a Dios, por la ciencia que sueña haber adquirido cambia al mismo Dios y lanza su doctrina por encima de la grandeza del Creador.


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4.4. Cómo usar la mente para buscar a Dios


27,1. Una mente sana y religiosa que ama la verdad, sin peligro alguno pone la capacidad que Dios concedió a los seres humanos al servicio de la ciencia, y con un constante estudio podrá progresar en su conocimiento de las cosas. Por éstas quiero decir aquellas que día tras día suceden ante nuestros ojos, y también aquellas que las palabras de la Escritura tratan en forma abierta. Por eso se deben interpretar las parábolas sin métodos ambiguos (200): quien de esta manera las entiende, no correrá peligro, y todos deben explicar las parábolas de modo semejante. Haciéndolo así, el cuerpo de la verdad permanecerá íntegro, siempre adecuado a los miembros y libre de distorsiones. En cambio, cuando se aplican cosas ocultas y que no están a la vista, a la interpretación de las parábolas, (803) como a cada uno se le antoja, desaparece toda regla de la verdad; pues cuantos fueren los expositores de las parábolas, otras tantas serán las verdades opuestas entre sí y provocarán doctrinas contradictorias, como sucede con las cuestiones de los filósofos paganos.

27,2. Procediendo de esta manera, el ser humano indagará siempre, pero jamás encontrará nada, pues comienza por rechazar el justo método de la búsqueda. Y cuando venga el Esposo, aquel que tenga su lámpara sin aceite no tendrá ninguna luz que le ilumine el camino; entonces recurrirá a las explicaciones de las parábolas que lo desviarán en medio de la oscuridad, apartándose de quien le puede ofrecer el camino hacia él mediante el regalo de una honesta predicación, y por ello quedará excluido de las nupcias (
Mt 25,1-12).

Todas las Escrituras, los profetas y el Evangelio, predican abiertamente y sin ambigüedades -a quienes puedan escuchar, aunque no todos crean-, que existe un solo y único Dios, el cual, excluyendo a cualquier otro Dios, por medio de su Verbo hizo todas las cosas, visibles e invisibles, del cielo y de la tierra, peces del mar y animales de la tierra, como hemos probado usando las mismas expresiones de las Escrituras. Toda la creación de la que formamos parte da testimonio, por medio de las cosas que extiende ante nuestros ojos, de que uno solo es el que las hizo y gobierna. Siendo así, se mostrarán necios quienes se ciegan ante una manifestación tan clara y se rehúsan a ver la luz de la predicación; sino que se encarcelan a sí mismos, de modo que mediante explicaciones tenebrosas de las parábolas, cada uno de ellos piensa haber encontrado a su propio Dios.

Acerca de la teoría de quienes opinan cosas contrarias al Padre nada dice la Escritura, ni en forma abierta, ni con sus palabras, ni en forma incontrovertida. Los mismos herejes dan testimonio de ello, cuando afirman que el Salvador las enseñó en secreto, no a todos sino a algunos discípulos capaces de entenderlo (Mt 19,11-12) y de interpretar su significado por medio de argumentos, enigmas y parábolas. Llegan incluso a decir que uno es el Dios del que se predica, y otro el Padre al que se refieren las parábolas y enigmas.

(804) 27,3. Pero ¿qué persona que ame la verdad no se da cuenta de que si las parábolas pueden tener tantas explicaciones, y a partir de ellas se busca a Dios abandonando lo que es cierto, indubitable y verdadero, se está optando por un modo de proceder irracional que arroja a la persona a graves peligros? ¿Y no es esto construir su casa no sobre la piedra firme, sólida y al abierto, sino sobre la incertidumbre de la arena movediza? De ahí que tales construcciones se derrumben fácilmente (Mt 7,24-27).

(200) San Ireneo supone que Dios nos ha dado dos medios para conocer la verdad: la fe en su Palabra y la razón aplicada de manera justa. La no apertura a la inteligibilidad de la Escritura es, pues, signo de una mente enferma y nada religiosa. Por este motivo ellos tienen sus "Escrituras gnósticas" (como el "Evangelio de la verdad"), y luego pretenden leer como si fuesen del mismo estilo "mistérico" las Escrituras reveladas. Cierto que los pasajes de la Escritura con frecuencia pueden aceptar varias interpretaciones (siendo diversas las preguntas que se les hacen), pero siempre y todas ellas dentro del marco de la "Regla de la Verdad". De otra manera surgen doctrinas contradictorias que dan lugar a las múltiples herejías y a los grupos separados.


#228
4.5. Dios conoce muchas cosas que nosotros no alcanzamos


28,1. Teniendo, pues, la Regla misma de la verdad y un claro testimonio de Dios, no podemos abandonar el conocimiento cierto y verdadero sobre Dios, por cuestiones desviantes en otras y otras interpretaciones; sino que más bien, dirigiendo nuestra mente hacia esas cuestiones de la manera expuesta, conviene que nos ejercitemos en buscar los misterios y la Economía del único Dios que existe, en crecer en el amor hacia aquel que tanto ha hecho y sigue haciendo por nosotros, y en jamás separarnos de la convicción que nos hace confesar claramente que sólo hay un Dios y Padre verdadero que ha creado el mundo, que plasmó al ser humano, que dirige el desarrollo de sus creaturas y que llama a quienes caminan hacia él para que se eleven desde lo bajo hasta su altura. Como a un bebé concebido en el seno, lo hace nacer a la luz del sol; y como a grano de trigo que, una vez crecido en la espiga, lo recoge en el granero (Mt 3,12). Porque uno y el mismo es el Demiurgo que plasmó el seno y creó el sol, y uno y el mismo Señor el que hizo brotar el grano, crecer el trigo para que se multiplicara, y preparó el granero (201).

28,2. Aunque no podamos resolver todas las cuestiones que se plantean en la Escritura, no busquemos a otro Dios fuera del único que existe: sería la peor impiedad. Debemos abandonar esas cuestiones al Dios que nos hizo, (805) sabiendo perfectamente que las Escrituras son perfectas, pues fueron dictadas por el Verbo de Dios y por su Espíritu. A nosotros, por ser inferiores al Verbo y a su Espíritu y por vivir en el tiempo (202), nos hace falta su conocimiento de los misterios. Ni hay por qué admirarse de que necesitemos la revelación de las cosas espirituales y celestiales; incluso respecto de las cosas que tenemos bajo los pies -me refiero a las que existen en este mundo, con las que vivimos y que todos los días manejamos y vemos-, muchas de ellas han escapado a nuestro conocimiento, y por eso las confiamos a Dios; porque él necesariamente está sobre todas las cosas. Por ejemplo, ¿cómo podríamos nosotros conocer las causas por las cuales el Nilo se desborda?

Hablamos de muchas cosas, de las cuales unas nos convencen, otras no; pero todo lo que es seguro, cierto y firme está en manos de Dios. No sabemos dónde habitan las aves migratorias que nos visitan en verano y durante el otoño nos abandonan: cosas que suceden en nuestro mundo y escapan a nuestra ciencia. ¿Qué podemos controlar de las mareas altas y bajas, por tener dominio de sus causas? ¿Quién puede describir los mundos que quedan más allá del océano? ¿Quién puede explicar cómo se forman las lluvias, los rayos y truenos, los cúmulos de nubes, la neblina, los vientos y prodigios semejantes? ¿Alguien es capaz de descubrir los tesoros de la nieve y el granizo (Jb 38,22) y otros fenómenos parecidos? ¿Quién puede preparar las nubes y hacer brotar la niebla, quién conoce las causas del crecimiento y disminución en las fases de la luna, o el por qué la diferencia entre el agua, el metal, la piedra y los demás cuerpos? De todas estas cosas bien podemos hablar mucho e indagar sus causas; pero el único que conoce toda la verdad sobre ellas es el único Dios que las ha creado.

28,3. Si aun entre las cosas creadas algunas son accesibles sólo al conocimiento de Dios, y otras también pueden caer bajo nuestra ciencia, (806) ¿qué dificultad hay si en las cuestiones de la Escritura, siendo éstas espirituales, averiguamos unas cosas con su gracia y otras las dejamos a Dios, de tal manera que no sólo en esta vida, sino también en la futura, Dios sea siempre el Maestro, y el ser humano deba siempre aprender de él? Como dice el Apóstol, cuando desaparezca todo lo parcial, permanecerán sólo la fe, la esperanza y la caridad (1Co 13,9-13) (203). La fe en nuestro Maestro sigue siendo firme en la confesión de un solo Dios verdadero y en el amor que siempre le tenemos por ser el único Padre; por eso esperamos recibir y aprender más de Dios, porque es bueno e infinitamente rico, su reino jamás se acaba y su doctrina no tiene término.

Por consiguiente, si por los motivos que acabamos de exponer dejamos a la ciencia de Dios ciertas cuestiones, mientras conservamos la fe, podemos vivir seguros y sin peligros. De este modo toda la Escritura que Dios nos ha dado nos parecerá congruente, concordarán las interpretaciones de las parábolas con expresiones claras, y escucharemos las diversas voces como una sola melodía que eleva himnos al Dios que hizo todas las cosas. Por ejemplo, si alguno pregunta: (807) ¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? Le diremos que ése es un problema de Dios. En cambio, cómo hizo él este mundo de modo perfecto y con un comienzo temporal, nos lo enseñan las Escrituras; en cambio nada nos dicen acerca de lo que hacía antes de esta obra. Luego toca sólo a Dios esta respuesta; pero no por ello quieras fantasear emanaciones tontas y sin sentido (2Tm 2,23) y blasfemas, de modo que por la pretensión de haber descubierto la producción de la materia te sientas con derecho de renegar del Dios que hizo todas las cosas.

28,4. Pensad, pues, los que inventáis estas doctrinas, en que el mismo y único Dios verdadero al que llamamos Padre es aquel a quien llamáis el Demiurgo. Las Escrituras reconocen sólo a éste como Dios; el Señor llamó Padre sólo a éste y no reconoció a ningún otro, como lo probaremos con sus mismas palabras. Luego, cuando llamáis a éste un fruto emanado de la ignorancia, que no conoce las realidades superiores, y todo lo demás que decís sobre él, considerad cuán grande es vuestra blasfemia contra el único Dios verdadero. Parecéis honestos y serios cuando aseguráis que creéis en Dios; pero, no pudiendo mostrar a ningún otro Dios, definís producto de la ignorancia y de la decadencia a ese mismo Dios en quien decís creer. Esto no es más que ceguera y necedad que os viene de que nada reserváis para Dios: queréis proclamar los nacimientos y emanaciones del mismo Dios, de su Pensamiento, del Verbo, de la Vida y de Cristo; y no lo aprendéis de ninguna otra fuente, sino de la actividad interior del ser humano.

Pero no entendéis que el hombre es un animal compuesto, y por esto se pueden hacer sobre él tales afirmaciones; pues, en efecto, como antes dijimos, hablamos del intelecto y la mente humana, porque de su intelecto viene su mente, de ésta el pensamiento y del pensamiento la palabra -¿qué tipo de palabra (o verbo)? Porque en la lengua griega, el verbo incluye la facultad de pensar, distinta del órgano (808) por medio del cual la palabra se pronuncia, pues unas veces el ser humano está callado y en reposo, otras veces habla y actúa-. Dios, en cambio, siendo todo Mente, todo Verbo, todo Espíritu, todo Luz, siempre existe idéntico e igual a sí mismo. Así como nos es útil saber de Dios tal como nos lo enseñan las Escrituras, así no es justo hacer derivar dentro de él esas actividades humanas ni introducir divisiones. Como la lengua es carnal, su velocidad no alcanza a seguir el proceso intelectual del hombre, porque éste es espiritual; por eso nuestro verbo interior queda como reprimido, porque no puede pronunciarse de un solo golpe -como ha sido concebido-, sino por partes, según la lengua es capaz de hacerlo.

28,5. En cambio Dios, como es todo Mente y Verbo, habla lo que piensa y piensa lo que habla: su Pensamiento es su Verbo, su Verbo es su Mente, y su Mente no es otra cosa que el Padre mismo. Por eso quien habla de la Mente de Dios como un producto distinto, lo declara compuesto; como si uno fuera Dios, otro su Pensamiento principal. Lo mismo se diga cuando se habla del Verbo como de la tercera emisión a partir del Padre, motivo por el cual no conocería su grandeza: se marca una separación muy honda entre el Verbo y Dios. Sin embargo, de él dice el profeta: "¿Quién podrá declarar su origen?" (Is 53,8). Vosotros, en cambio, os ponéis a adivinar acerca de su origen a partir del Padre, y transferís el proceso de la palabra humana que la lengua emite a la emisión del Verbo de Dios: con esto sólo probáis que no conocéis ni las cosas humanas ni las divinas.

28,6. Llenos de orgullo sin razón, os atrevéis a decir que conocéis los inefables misterios de Dios, cuando el mismo Señor, siendo Hijo de Dios, declaró no saber ni el día ni la hora del juicio, sino sólo Dios, cuando dijo: "Acerca de aquel día y hora nadie los conoce, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt 24,36). Por lo tanto, si el Hijo no tuvo empacho de atribuir sólo al Padre el conocimiento de aquel día, y habló con verdad, (809) tampoco nosotros debemos avergonzarnos de reservar a Dios aquellas cuestiones que nos superan: en efecto, nadie está sobre su maestro (Mt 10,24). Así pues, si alguien nos pregunta: "¿Cómo el Padre emitió al Hijo?", le respondemos que esta producción, o generación, o pronunciación, o parto, o cualquier otro nombre con el que quiera llamarse este origen, es inefable (204). No la conocen ni Valentín, ni Marción, ni Saturnino, ni Basílides, ni los Angeles, ni los Poderes, ni las Potestades, sino sólo el Padre que lo engendró y el Hijo que de él nació. Siendo, pues, inefable esta generación, quienquiera se atreva a narrar las generaciones y emanaciones, no está en su mente cuando promete describir lo indescriptible.

Que la palabra (el verbo) procede del pensamiento y la mente, todas las personas lo saben. Luego no inventaron nada nuevo ni un misterio escondido aquellos a quienes se les ocurrieron tales emisiones, cuando simplemente transfirieron al Verbo Unigénito de Dios lo que todos entienden: lo llaman inefable e indescriptible, y sin embago, como si ellos hubiesen sido las comadronas que lo atendieron, hablan de su primera generación, explican su emisión y anuncian su nacimiento, asemejándolo a la palabra que los seres humanos pronuncian.

28,7. Si hablando sobre la naturaleza de la materia decimos que Dios la ha producido, en nada erramos: pues de la Escritura hemos aprendido que Dios tiene el primado sobre todas las cosas. Pero ni la Escritura nos ha explicado de dónde o cómo la produjo, ni nosotros debemos inventarlo haciendo infinitas conjeturas sobre Dios a partir de nuestras opiniones, sino que hemos de reservar este conocimiento a Dios.

Lo mismo se diga acerca del motivo por el cual, habiendo hecho Dios todas las cosas, muchas de las creaturas se negaron a someterse a Dios y se separaron de él; en cambio otras, las más, perseveraron y aún perseveran sujetas al Dios que las hizo. (810) Cuál sea la naturaleza de las que pecaron, y cuál la de aquellas que perseveran, lo dejamos a la ciencia de Dios y de su Verbo, al cual Dios le dijo: "Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies" (Ps 110,2). Nosotros aún caminamos sobre la tierra, no estamos sentados junto al trono de Dios. El Espíritu del Salvador que está en él "escudriña todas las cosas, hasta las profundidades de Dios" (1Co 2,10), en cambio entre nosotros "hay diversidad de gracias, ministerios y operaciones" (1Co 12,4-6) y, mientras estamos sobre la tierra, como Pablo dice, "conocemos parcialmente y parcialmente profetizamos" (1Co 13,9). Y como conocemos parcialmente, sobre todas estas cuestiones debemos ponernos en las manos de aquel que nos concede también parcialmente su gracia.

El Señor dijo claramente que el fuego está preparado para los transgresores, y lo enseña el resto de las Escrituras, así como también enseñan que Dios todo lo sabe de antemano, y por eso desde el principio preparó este fuego eterno para quienes habrían de hacerse transgresores. Pero ni la Escritura ni el Apóstol ni el Señor enseñaron el motivo preciso por el cual esos seres fueron transgresores. Por eso debemos dejar a la ciencia de Dios muchas de estas cuestiones, como el Señor le dejó el día y la hora (Mt 24,36). Correríamos el más grande peligro si a Dios nada le dejamos, aunque hemos recibido de él sólo en parte esta gracia, cuando investigamos las cosas que nos superan y que por ahora no nos es posible descubrir. Pero caer en tan grande osadía que fosilicemos a Dios, que presumamos de haber descubierto lo que no hemos descubierto, proclamando con palabras vacías la emisión del Dios Demiurgo, diciendo que su substancia proviene de la ignorancia y la penuria, no es sino inventar con mentira un impío argumento contra Dios.

28,8. Al fin de cuentas, no teniendo ningún testimonio que apoye su ficción que en tiempos recientes han inventado, tratan de cimentar las fábulas que cuentan y que ellos mismos han fraguado, unas veces en números extraños, (811) o en sílabas, o en nombres, o en letras incluidas en otras letras, o en parábolas mal interpretadas, o en suposiciones sin fundamento.

Si, por ejemplo, alguien busca el motivo por el cual sólo el Padre conoce el día y la hora, aunque todo le comunica a su Hijo, el mismo Señor lo ha dicho, y nadie puede inventar otro sin riesgo (de equivocarse), porque sólo el Señor es el Maestro de la verdad; y él nos ha dicho que el Padre está sobre todas las cosas, pues dijo: "El Padre es mayor que yo" (Jn 14,28). El Señor, pues, ha presentado al Padre como superior a todos respecto a su conocimiento, a fin de que nosotros, mientras caminamos por este mundo (1Co 7,31), dejemos a Dios el saber hasta el fondo tales cuestiones; porque si pretendemos investigar la profundidad del Padre (Rm 11,33), corremos el peligro de preguntar incluso si hay otro Dios por encima de Dios (205).

28,9. alguno le gusta discutir y contradice lo que dijimos sobre las palabras del Apóstol: "Conocemos parcialmente y parcialmente profetizamos" (1Co 13,9), soñará haber recibido la gnosis total y no sólo parcial, como Valentín, Ptolomeo, Basílides o alguno de aquellos que pretenden haber investigado las profundidades de Dios (1Co 2,10). Que en vez de presumir con arrogancia, adornándose con la gloria de conocer más que los demás las cosas invisibles e inefables, mejor se dedique a investigar con diligencia tantas cosas de este mundo que no conocemos, como por ejemplo cuántos cabellos tiene en su cabeza, cuántos pájaros se cazan cada día, y otras muchas que ni siquiera se nos ocurren: que se las pregunten a su Padre y nos las expongan, a fin de que podamos creerles cuando hablan de los misterios más elevados. Porque ni siquiera acerca de cosas que tenemos en las manos, bajo los pies y ante los ojos (812) en la tierra, por ejemplo la providencia sobre los cabellos de su cabeza, saben nada esos que presumen de perfectos, ¿cómo les vamos a creer cuando tratan de convencernos vanamente de cosas espirituales y supracelestes, y de aquellas que sobrepasan a Dios?

Ya te hemos hablado demasiado acerca de los números, de los nombres, de las sílabas y de las cuestiones sobre las realidades superiores que ellos pregonan, y del modo tan absurdo como interpretan las parábolas. Tú puedes añadir otras.

(201) Muy claramente San Ireneo expone su antropología de la creación: el único Dios creó todas las cosas teniendo desde el principio un plan salvífico (una Economía) en su mente: todo lo hizo en función del ser humano y de su desarrollo, a fin de que éste progresivamente se perfeccione hasta llegar a la plenitud, para entrar en comunión con la vida de Dios.

(202) Lit. "porque somos más recientes", en efecto, ellos son eternos.

(203) San Ireneo interpreta así a San Pablo: en esta vida hay muchas virtudes, pero las que permanecen son la fe, la esperanza y la caridad: mientras estamos en este mundo, como camino hacia la plenitud; cuando resucitemos, como seguiremos siendo humanos, aun habiendo llegado a la plenitud (humana) continuaremos creciendo eternamente. La vida eterna es siempre nueva (ver V, 36,1). Por eso, aun plenos en la caridad, viviremos en la continua fe y esperanza de ahondar en la inagotable vida de Dios.

(204) Desde II, 28,4 San Ireneo desarrolla su argumento: el problema de los gnósticos es concebir a Dios a imagen del hombre y no viceversa. La Escritura habla de un Verbo (Palabra) de Dios, a semejanza (hoy diríamos por analogía) y no por igualdad con la palabra humana. El hombre piensa la palabra con su mente y la profiere con su boca, porque es un ser compuesto, y la palabra resulta un producto distinto de él. En cambio Dios es un ser absolutamente simple, y por ello su Verbo no es otro ser, ni Dios lo profiere con la boca, sino que todo él está concebido y pronunciado en su Mente. Se trata de una concepción espiritual análoga, no idéntica a la concepción humana: por eso la entendemos sólo en parte, y así nos resulta inefable.

(205) San Ireneo contrasta su sentido del misterio con el de los gnósticos. Para él, el misterio radica en la profundidad insondable de Dios, que sólo se nos da a conocer en la medida de su voluntad y de nuestra capacidad humana. Para ellos, es cuestión de una verdad oculta, sólo accesible a los iniciados. En el primer caso, el misterio está en las manos de Dios; en el segundo, es manejable por quienes lo poseen. Por eso, para el obispo de Lyon, debemos saber reservar a Dios el conocimiento de aquellas honduras de su ser que no ha querido revelarnos. Los gnósticos, en cambio, pretendiendo poseer la gnosis de todo, corren el riesgo de fabricar un Dios falso.

5. Enseñanza gnóstica sobre la escatología y el Demiurgo


5.1. El destino de las tres naturalezas


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29,1. Volvamos al resto de sus argumentos. Dicen que en la consumación de los tiempos su Madre volverá a entrar en el Pléroma y recibirá como esposo al Salvador; y que ellos, como son pneumáticos, una vez despojados de las almas y transformados en puras inteligencias espirituales serán dados como esposas a los Angeles pneumáticos; pero que, como el Demiurgo es psíquico, tomará el puesto de la Madre, y las almas de los justos tendrán reposo psíquico en la Región Intermedia. La razón que aducen es que los seres pneumáticos deberán reunirse con los pneumáticos y las almas deberán quedarse con las almas (206). Diciendo esto se contradicen a sí mismos, porque no afirman que las almas irán a la Región Intermedia para estar con sus semejantes, sino por sus obras; pues dan como razón que esto les acaecerá por ser justas, mientras que los impíos irán al fuego. Porque, si todas las almas debieran ir al descanso de la Región Intermedia por razón de su naturaleza, entonces tendrían que estar ahí todas las almas, siendo igual su naturaleza; pero entonces sería superfluo creer, porque también sería superfluo el descenso del Salvador. Y si van ahí por ser justas, entonces lo harán no por ser almas, sino por ser justas. Ahora bien, si las almas estaban destinadas a perecer si no se hiciesen justas, entonces la justicia igualmente puede salvar los cuerpos: ¿por qué no habría de salvarlos, si también (813) ellos participaron de la justicia? Pero si es la naturaleza y la substancia lo que salva, entonces se salvarán todas las almas; pero si lo que salva son la fe y la justicia, ¿por qué no pueden salvarse también los cuerpos, que habrían estado destinados a corromperse junto con las almas? Siendo así, su justicia es claramente o impotente o injusta, si a unos salva porque participaron en ella y a los otros no.

29,2. Que también los cuerpos tienen parte en las obras de justicia, es evidente. Pero, o las almas necesariamente irán al reposo en la Región Intermedia, pero entonces no habrá juicio; o también los cuerpos, que tomaron parte en las obras de la justicia junto con las almas, obtendrán con ellas este lugar de descanso, puesto que la justicia es capaz de conducir al descanso a quienes de ella participaron; pero entonces es cierta la doctrina sobre la resurrección de los cuerpos.

Y ésta es nuestra fe: que también a nuestros cuerpos mortales que observen la justicia Dios los resucitará y hará incorruptos e inmortales (207). Porque Dios es más poderoso que la naturaleza: (814) está en sus manos el querer porque es bueno, el poder porque es poderoso, y el realizarlo porque es rico y perfecto.

29,3. Estos, en cambio, dicen todo lo contrario, asegurando que no todas las almas accederán a la Región Intermedia, sino solamente las de los justos. Porque afirman que la Madre emitió tres tipos (de substancias): el primero es la materia, que nació de la contradicción, el miedo y la angustia; el segundo es el alma, que proviene del impulso; y el espiritual, que brotó al contemplar a los Angeles que rodean al Cristo (208). Pues si los seres así nacidos (209) entrarán de cualquier manera en el Pléroma por ser espirituales, los hílicos se quedarán en las regiones inferiores por ser materiales, y si el fuego que reside en las regiones inferiores habrá de quemarlo todo, ¿por qué no conceden a toda la substancia psíquica ir a la Región Intermedia, donde ellos mandan al Demiurgo (210)?

A fin de cuentas, ¿qué es lo que entrará en el Pléroma? (815) Pues dicen que las almas se quedarán en la Región Intermedia, y los cuerpos, formados de substancia material, arderán junto con toda la materia en el fuego escondido en ella; pero si su cuerpo se corrompe y el alma se queda en la Región Intermedia, nada queda del ser humano para que entre en el Pléroma. Porque la inteligencia del hombre, su pensamiento, la intención de su mente, y todas sus demás actividades no son nada fuera del alma, sino sólo movimientos y actividades de la misma alma, y sin el alma no tienen ninguna subsistencia. ¿Qué queda entonces de ellos para que pueda entrar en el Pléroma? (211) Ellos mismos, en cuanto son almas, según su teoría se quedarán en las Regiones Intermedias, y en cuanto son cuerpos deberán quemarse con toda la materia.

(206) En este párrafo se está jugando con los términos alma y psíquico. Para refutarlos San Ireneo entra en su juego de llamar psíquicos a los seres humanos cuya naturaleza es la psyché (el alma), mientras que los espirituales (pneumáticos) son aquellos cuya naturaleza es el pneûma.

(207) A la teoría gnóstica San Ireneo opone la fe de la Iglesia. Ellos afirman ya estar salvados "por naturaleza", pero sólo en su espíritu; el alma de los psíquicos, si observa la justicia, podrá participar del Demiurgo en la Región Intermedia; el cuerpo se corrompe y destruye con toda la materia. Para el obispo de Lyon la Regla de la fe confiesa la salvación final del ser humano entero: cuerpo y alma; y no por naturaleza, sino por don gratuito de Dios y según su fidelidad a la ley divina (tema del libro V).

(208) Por eso también hay tres tipos de seres humanos, según domine en ellos uno u otro de los elementos en la substancia de que están formados: los hylicos (hechos de hylé, materia), los psíquicos (de psyché, alma), y los pneumáticos (de pneûma, espíritu).

(209) Es decir, los pneumáticos o espirituales, como ellos pretendían ser.

(210) Recuérdese que para ellos el Demiurgo es psíquico.

(211) El único Dios Creador y Padre quiere la salvación de todo el ser humano, pues lo ha creado todo entero: alma y cuerpo, y fuera de estos dos elementos nada quedaría para salvarse. En este enérgico párrafo San Ireneo expone nítidamente la antropología cristiana (ver II, 13,3; en V, 7,1 describe la muerte como separación del alma y del cuerpo). Luego, cuando adelante hable del Espíritu que habita en el hombre, dirá que es el Espíritu de Dios que se le comunica para que, inhabitando en él, lo haga perfecto.

5.2. El Demiurgo no es psíquico


5.2.1. No son psíquicas sus obras


230
30,1. Siendo así las cosas, son estúpidos cuando dicen que ellos sobrepasarán al Demiurgo. Ellos se proclaman mejores que el Dios que hizo y ordenó los cielos y la tierra, los mares y todo cuanto hay en ellos (
Ex 20,11 Ps 146,6 Ac 4,24), cuando presumen de ser pneumáticos: por su impiedad prueban ser tan poco honorables como los hombres carnales. En efecto, al que hizo de los ángeles espíritus (Ps 104,4), se viste de luz como un manto (Ps 104,2), tiene en sus manos el globo de la tierra a cuyos habitantes mira como langostas (Is 40,22), ¡al Dios que creó todas las substancias espirituales le llaman psíquico! Sin duda alguna y con toda certeza proclaman su idiotez, heridos sin duda por el rayo como los gigantes de la fábula: ¡lanzar sus doctrinas contra Dios, henchidos de gloria por su vacía e incongruente presunción, y cuya enorme locura no podría curar toda la elébora (212) del mundo!

5.2.2. Ellos no son superiores al Demiurgo


30,2. Quién sea superior, debe mostrarse en las obras. Ahora bien, ellos se dicen superiores al Demiurgo. Por la finalidad de esta obra nos vemos obligados a poner atención a la impiedad, poniendo una comparación entre Dios y esos locos, y a rebajarnos a sus argumentos para atacarlos usando sus mismas doctrinas: Dios nos sea propicio, (816) porque no queremos compararlo con ellos, sino que decimos estas cosas sólo para refutarlos y deshacer su locura. ¿Qué les admiran tantos insensatos, como si de ellos pudieran conocer algo superior a la verdad misma?

Ellos interpretan aquel dicho: "Buscad y hallaréis" (Mt 7,7), para elevarse por encima del Demiurgo y presumir de ser mejores y superiores a Dios, pues a sí mismos se llaman pneumáticos, en cambio catalogan de psíquico al Demiurgo. De esta manera se colocan sobre Dios, pretenden tener su lugar en el interior del Pléroma, mientras que Dios se quedaría en las Regiones Intermedias. Si presumen de ser superiores al Demiurgo, que lo prueben por sus obras: pues cada quien debe probar lo que es, no por sus palabras sino por sus obras.

30,3. ¿Qué obra pueden mostrar que haya hecho por ellos su Salvador o su Madre, que sea mayor, más espléndida o más inteligente que aquellas que ha realizado aquel que dispuso todas las cosas? ¿Cuáles cielos cimentaron? ¿Acaso han dado fundamentos a la tierra? ¿Qué estrellas han creado? ¿Qué astros han encendido, o qué órbitas les han señalado como su ruta? ¿Qué lluvias, fríos y nevadas han aportado a la tierra según los tiempos y regiones? O por el contrario, ¿determinaron ellos cuáles de éstas deben ser secas o calurosas? ¿Ellos han hecho fluir a los ríos? ¿O han hecho brotar las fuentes? ¿Con qué árboles y flores han adornado todas las regiones bajo el firmamento? ¿Cuántas especies de animales han formado, unos racionales, otros irracionales, pero todos llenos de belleza? Y en general, todas las cosas que el poder de Dios ha constituido y por su sabiduría gobierna, ¿quién las puede enumerar una por una, o escrutar la gran sabiduría del Dios que las hizo? ¿Y qué decir de los seres que están sobre el firmamento y que no se ven, como los innumerables Angeles, Arcángeles, Tronos y Dominaciones?

¿De cuál de todas estas obras quieren hacerse adversarios? ¿Cuál de ellas pueden ellos presumir de haber creado, cuando ellos mismos han sido hechos y plasmados? Si su Salvador o su Madre (817) -para usar sus mismas teorías, a fin de probar sus mentiras en su propio campo- se han servido de Dios, como ellos predican, para fabricar la imagen de aquellas realidades interiores al Pléroma y de todas aquellas que han contemplado rodeando al Salvador (213), lo ha hecho porque él es superior y más capaz para realizar lo que quería: pues no podría fabricar esta imagen por alquien inferior a ellos, sino por alguien más elevado.

30,4. Esos seres serían pneumáticos, como dicen, porque habrían sido concebidos de la contemplación de los seres que rodean como guardias a Pandora. Ellos continuaban siendo inertes, nada producía por ellos la Madre, ni los volvía perfectos el Salvador: esos seres engendrados eran inútiles, buenos para nada, pues nada se dice que hayan fabricado. En cambio al Dios que, según sus argumentos, ha sido emitido como un ser inferior a ellos, se les ocurre hacerlo psíquico, aunque fue el que realizó, trabajó y fue activo, pues le atribuyen haber fabricado las imágenes de todos ellos. Y no afirman que sólo haya hecho los modelos de las cosas visibles, sino que también por medio de él fueron hechos los de los seres invisibles: Angeles, Arcángeles, Dominaciones, Potestades, Potencias. Es claro que (la Madre) se quiso servir de uno superior a ellos para realizar sus planes. Se ve que su Madre no hizo nada, como ellos mismos confiesan, para que le puedan lógicamente atribuir a Dios haber nacido como un aborto que mal parió la Madre que ellos pregonan: ciertamente las comadronas no la asistieron cuando los parió a ellos, y por eso ella los emitió como un aborto, como a seres inútiles, sin ningún provecho para su Madre. Y, sin embargo, esos (herejes) se juzgan a sí mismos superiores a aquel que ha creado y ordenado tantas cosas tan magníficas; y por eso, según su propio sistema, ellos se encuentran muy por debajo de él.

30,5. Supongamos dos instrumentos de trabajo: uno de ellos siempre está en las manos del artesano, porque con él hace todo lo que quiere, y muestra su habilidad y sabiduría; otro, en cambio, siempre está arrinconado, útil para nada, inactivo, pues el artesano jamás lo usa para fabricar alguna de sus obras: ¿a quién se le ocurriría decir que este instrumento inútil, superfluo y ocioso es superior y más valioso que aquel que el artesano usa para trabajar y del que su dueño se gloría? ¡Sólo a uno que justamente consideráramos imbécil (818) y loco!

Así hacen ellos cuando presumen de ser pneumáticos y superiores al Demiurgo psíquico, y por eso pretenden subir sobre los cielos y penetrar en el Pléroma para encontrar a sus esposos. Según su propia confesión, han de ser de sexo femenino. Y luego, sin aducir ninguna prueba, dicen que Dios es inferior, y por eso se quedará en la Región Intermedia. Pero, quien es superior, lo prueba por sus obras, y el Demiurgo ha hecho todas las cosas, en cambio ellos nada digno pueden mostrar haber hecho, por lo que son sólo una turba de gente sin cerebro, locos sin remedio.

30,6. Si alegan que el Demiurgo hizo todas las cosas materiales, como el cielo y todo el mundo que está bajo ellos, en cambio todos los espirituales que están sobre los cielos (como los Principados, Potestades, Angeles, Arcángeles, Dominaciones, Poderes), fueron hechos, según dicen, como ellos mismos, por una emisión espiritual. En primer lugar ya hemos probado por las Escrituras del Señor, que el único Dios hizo todas las cosas mencionadas, visibles e invisibles. Ellos ciertamente no saben más que las Escrituras, ni nosotros tenemos por qué poner oídos sordos a las palabras del Señor, de Moisés y de los profetas, los cuales predicaron la verdad, para creerles a quienes no hablan de cosas razonables, sino de puros delirios y locuras. Y, en segundo lugar, si por medio de ellos fueron hechos los seres celestiales, que nos expliquen ellos su naturaleza espiritual, nos digan el número de los Angeles y Arcángeles, nos muestren los misterios de los Tronos y nos enseñen las diferencias entre las Dominaciones, Principados, Potestades y Poderes. Mas nada pueden respondernos, porque nada tuvieron que ver en su origen. Pero si los hizo el Demiurgo, como en efecto los hizo, y son realidades espirituales y santas, entonces no es psíquico el que hizo los seres pneumáticos. Así cae por tierra su enorme blasfemia.

30,7. Que haya en los cielos creaturas espirituales, lo proclaman todas las Escrituras, y Pablo da testimonio de que son espirituales, cuando escribe haber sido arrebatado hasta el tercer cielo, y además haber sido llevado al paraíso, (819) donde escuchó palabras inefables que un ser humano es incapaz de referir (2Co 12,2-4). ¿Y para qué le serviría ser arrebatado al tercer cielo o subir al paraíso, que están bajo el poder del Demiurgo, si tenía que contemplar y escuchar los misterios que, como ellos se atreven a decir, superan al Demiurgo? Porque, si era para conocer una Economía superior al Demiurgo, no se habría detenido en el dominio del Demiurgo, ni siquiera una vez vistas todas las cosas -pues, como ellos dicen, aún le quedaba penetrar en el cuarto cielo para poder acercarse al Demiurgo y ver la Semana que le está sujeta-; sino a lo más se habría detenido en la Región Intermedia, es decir, junto a la Madre, para de ella informarse de lo que hay dentro del Pléroma. Porque su hombre interior que hablaba dentro de él, siendo invisible, como dicen, no sólo podía llegar hasta el tercer cielo, sino hasta la misma Madre. Pero si el hombre interior de ellos de inmediato puede ir más allá del Demiurgo y subir hasta la Madre, (820) ¡cuánto más le habría ocurrido al hombre interior del Apóstol! Ni se lo hubiese impedido el Demiurgo, porque éste, según dicen, está sujeto al Salvador. Y si hubiera querido impedírselo, no lo habría logrado; porque no tiene mayor poder que la providencia del Padre, tanto más que, según su teoría, éste es invisible aun para el Demiurgo.

Pablo contó como una cosa grande y sublime haber sido arrebatado hasta el tercer cielo, y por lo mismo ellos no pudieron haber ascendido hasta el séptimo cielo, pues no son superiores al Apóstol. Pero si presumen de ser superiores, que lo prueben con sus obras: de hecho nunca se han atrevido a hacerlo. Por eso Pablo añadió: "Si en el cuerpo o fuera del cuerpo, Dios lo sabe (2Co 12,2-3), para que así no se piense que su cuerpo participó de esta visión, como si hubiese tomado parte de aquello que él vio y oyó; además, para que no se le objete que el cuerpo, dado su peso, no puede ser asumido; sino que se admita que también sin el cuerpo se pueden contemplar los misterios espirituales, realizados por el mismo Dios (821) que hizo el cielo y la tierra (Gn 1,1), que plasmó al ser humano (Gn 2,7) y lo colocó en el paraíso (Gn 2,15). También podrán contemplarlo aquellos que, como el Apóstol, sean perfectos en el amor de Dios.

30,8. Las realidades espirituales del tercer cielo que el Apóstol pudo contemplar (2Co 12,2) y las palabras inefables que el ser humano es incapaz de pronunciar porque son espirituales, es el mismo Dios quien las concede, según su voluntad, a quienes halla dignos: suyo es, en efecto, el paraíso (2Co 2,4). El es el Espíritu de Dios (Jn 4,24), y no un Demiurgo psíquico, pues de no ser así, no podría haber creado realidades espirituales. Porque, si éste es psíquico, que nos digan ellos quién creó los seres pneumáticos. No nacieron de una emisión de su Madre, como ellos mismos pretenden haber sido formados, cosa que son incapaces de probar. Ellos no son capaces de crear, no sólo alguno de los seres espirituales, sino ni tan siquiera una mosca, un mosquito o cualquiera de los animales más pequeños y despreciables. Estos son producidos sólo por la ley que recibieron en su naturaleza desde el principio: todos los animales provienen por la fecundación mediante el semen de un animal del mismo género.

Ni siquiera su Madre hizo nada sola, aunque cuentan que engendró al Demiurgo Señor de toda la creación. También afirman que el Demiurgo es psíquico, en cambio se llaman pneumáticos aunque no son señores ni hacedores de alguna creatura, no sólo de entre aquellas que existen fuera de nosotros, pero ni siquiera de su propio cuerpo. En efecto, sufren en su cuerpo muchas dolencias contra su voluntad, ¡y así se proclaman superiores al Demiurgo!

5.3. Sólo hay un Dios: el Padre


30,9. Con toda razón les probamos que se han alejado mucho de la verdad. Porque, aun cuando aquel que hizo todas las cosas fuese inferior al Salvador, no sería inferior a ellos, sino mucho mejor, puesto que es el creador aun de ellos. (822) ¿De dónde se puede deducir que él es psíquico, y en cambio ellos pneumáticos? O bien -como es la única verdad que hemos demostrado con muchos y claros argumentos- él por sí mismo creó libremente, con su propio poder ordenó y llevó a cabo todas las cosas, y todo lo que existe ha recibido el ser de su voluntad: sólo a él lo descubrimos como Dios que hizo todas las cosas, como el único Soberano universal y único Padre, que creó y realizó todas las cosas, visibles e invisibles, racionales e irracionales, terrenas y celestiales, mediante el Verbo de su poder (He 1,3), que compuso y ordenó todas las cosas con su Sabiduría (214); el único que contiene todo y en cambio nada puede contenerlo. El es el Hacedor, el Creador, el Inventor, el Ordenador, el Señor de todas las cosas. Fuera de él y sobre él no existe la Madre que han inventado, ni otro Dios como se le ocurrió a Marción, ni el Pléroma de treinta Eones cuya vaciedad hemos demostrado, ni el Abismo, ni el Protoprincipio, ni los cielos, ni la Luz virginal, ni el Eón inefable, ni todas las demás cosas que todos los herejes fabrican en sus delirios.

Hay sólo un Dios Demiurgo, que está por sobre todos los Principados, Potestades, Dominaciones y Poderes (Ep 1,21). Este es Dios Padre, el Creador, el Hacedor, el Demiurgo que realizó por sí mismo todas las cosas, quiero decir, que por su Verbo y su Sabiduría hizo el cielo y la tierra, los mares y todo cuanto ellos contienen (215) (Ex 20,11 Ps 146,6 Ac 4,24). El es el único justo, bueno; él formó al ser humano (Gn 2,7), plantó el paraíso (Gn 2,8), fabricó el mundo, ordenó el diluvio y salvó a Noé. Este es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob; es el Dios de los vivos (Mt 22,32), el que la Ley y los profetas anunciaron, el que Cristo reveló, (823) los Apóstoles transmitieron y en el que la Iglesia cree: éste es el Padre de nuestro Señor Jesucristo (2Co 1,3 Ep 1,3 Col 1,3 1P 1,3). El, mediante su Verbo, que es su Hijo, se reveló y manifestó a todos aquellos a quienes él decidió: lo conocen aquellos a quienes el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). Este Hijo siempre existe con el Padre, y desde el principio revela al Padre, a los Angeles, Arcángeles, Potestades, Poderes, y a todos aquellos a quienes Dios quiere revelarse.

(212) Hierba medicinal que se daba a los locos y epilépticos.

(213) Es decir los Angeles.

(214) Esta expresión trinitaria es común en San Ireneo: el Hijo y el Espíritu son creadores con el Padre, y a los primeros suele llamar el Hijo y la Sabiduría: el primero es la imagen según la cual se llevó a cabo la creación, el segundo ordena. Ver III, 25,1; IV, 7,4; 20,1,3-4; D 5.

(215) Para los gnósticos el Demiurgo está fuera del Pléroma. San Ireneo rebate: entonces el Pléroma no es tal Plenitud; y característica del Dios Creador es abarcar todas las cosas y no ser abarcado por ninguna: ver IV, 20,2; D 4.

5.4. Refutación de otras teorías


231
31,1. Una vez rebatidos los valentinianos, todo el resto de los herejes queda también derrocado. Vale contra los seguidores de Marción, Simón, Menandro y cualquier otro que de modo semejante separe del Padre nuestra creación, todo cuanto hemos probado contra aquéllos: cuanto dijimos contra su Pléroma y cuanto se halla fuera del Pléroma, porque en su teoría el Padre de todas las cosas quedaría encerrado y aprisionado de cuanto queda fuera de él, si es que algo hay fuera de él; y que por fuerza habría muchos Padres y muchos Pléromas y muchos mundos creados que se limitarían mutuamente excluyéndose sus partes; cada uno de esos (Padres) se tendría que mantener dentro de sus propios dominios, y no podría meter las narices en los de los otros, con los cuales no tendría ninguna comunión ni parte. Y probamos que no hay otro Dios de todas las cosas, sino que sólo él merece llamarse Soberano universal.

(824) Vale también contra los seguidores de Saturnino, Basílides, Carpócrates y los demás Gnósticos que repiten las mismas ideas, lo que hemos dicho contra aquellos que dicen que el Padre de todas las cosas las comprende todas, pero que él no llevó a cabo nuestra creación, sino que la hicieron o un Poder diverso, o Angeles que no conocían al Protopadre, y que éste estaría encerrado en la inmensa grandeza del universo como el centro de un círculo, o como la mancha en un vestido. Hemos demostrado cuán inverosímil es que algún otro fuera del Padre de todas las cosas haya llevado a cabo nuestra creación.

Cuanto hemos dicho acerca de las emisiones de Eones, de la penuria y de la incongruencia de su pretendida Madre, también destruye la teoría de Basílides y de todos los que falsamente se llaman Gnósticos, porque afirman las mismas cosas con palabras distintas. Y, más que aquéllos (los valentinianos), adaptan a su doctrina ideas extrañas a la verdad.

Lo que dijimos acerca de los números, vale para cuantos desvían la verdad hacia esa mentira.

Los argumentos sobre el Demiurgo que lo demuestran el único Dios y Padre de todas las cosas, así como cuanto aún diremos en los próximos libros, refutan a todos los herejes mencionados.

Algunos de ellos son más mansos y moderados: tú los refutarás y confundirás, para que dejen de blasfemar contra su Creador, Hacedor, Proveedor y Señor, afirmando que ha nacido de la penuria y la ignorancia. Pero aléjate de los salvajes, violentos e incapaces de razonar, para que no tengas que sufrir más su verborrea.

5.5. Contra Simón y Carpócrates


31,2. Contra Simón, Carpócrates y todos aquellos que presumen de obrar milagros: no lo hacen por el poder de Dios, ni en verdad, ni actúan así para hacer el bien a los demás, sino para dañarlos induciéndolos a error, por medio de una magia ilusoria y un completo fraude, de modo que, en lugar de hacer el bien a quienes creen en sus seducciones, los perjudican. No son capaces de dar la vista a los ciegos, ni el oído a los sordos, ni expulsar a todos los demonios -sino sólo a aquellos que ellos mismos les meten, si es verdad lo que dicen-, ni curar a los enfermos, cojos y paralíticos o dañados en cualquier otro miembro del cuerpo como efecto de alguna enfermedad, ni dar de nuevo la salud a todos aquellos que enferman por accidente. Muy lejos están de resucitar a los muertos (825) -como lo han hecho el Señor y los Apóstoles por medio de la oración y como en algunos casos ha sucedido en la comunidad cuando ha sido necesario, cuando toda la Iglesia lo ha suplicado con ayunos y plegarias, de modo que "ha regresado al muerto el espíritu" (
Lc 8,55) como respuesta a las oraciones de los santos-. Ni siquiera creen que esto sea posible; porque, según ellos, incluso la resurrección de los muertos no es sino el conocimiento de lo que ellos llaman la verdad.

31,3. De parte de ellos, no hay sino error, seducción, ilusiones mágicas con las que impíamente engañan a las personas. En la Iglesia se halla la compasión, la misericordia (Za 7,9), la solidez y la verdad, que se ejercitan gratuitamente y sin esperar paga alguna, sólo al servicio de los seres humanos. Damos lo que tenemos para la salvación de los hombres, y muchas veces los enfermos reciben de nosotros, para su curación, incluso lo que a nosotros nos hace falta. Esto prueba que ellos son del todo extraños al ser de Dios, a su benignidad y a la virtud espiritual; porque, llenos de toda clase de engaños, de espíritu de apostasía, de obras del demonio y de engaños idólatras, se convierten en precursores del dragón que, mediante artificios arrastrará con su cola la tercera parte de las estrellas y las arrojará sobre la tierra (Ap 12,4). Igual que del dragón hemos de huir de ellos, y mientras más presuman de realizar maravillas, más debemos precavernos como de personas a quienes más ha poseído el espíritu de la maldad. Por este motivo, si se observa cómo se comportan cada día, (826) se descubrirá que su modo de obrar es el mismo que el de los demonios.


232

Ireneo, Contra herejes Liv.2 ch.25