Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.4

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4,1. Siendo, pues, tantos los testimonios, ya no es preciso buscar en otros la verdad que tan fácil es recibir de la Iglesia, ya que los Apóstoles depositaron en ella, como en un rico almacén, todo lo referente a la verdad, a fin de que "cuantos lo quieran saquen de ella el agua de la vida" (
Ap 22,17). Esta es la entrada a la vida. "Todos los demás son ladrones y bandidos" (Jn 10,1 Jn 8-9). Por eso es necesario evitarlos, y en cambio amar con todo afecto cuanto pertenece a la Iglesia y mantener la Tradición de la verdad.

Entonces, si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más antiguas, en las cuales los Apóstoles vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión, lo que es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias?

4,2. Muchos pueblos bárbaros dan su asentimiento a esta ordenación, y creen en Cristo, sin papel ni tinta (2Jn 12) en su corazón tienen escrita la salvación por el Espíritu Santo (2Co 3,3), los cuales con cuidado guardan la vieja Tradición, creyendo en un solo Dios (856) Demiurgo del cielo y de la tierra y de todo cuanto se encuentra en ellos (Ex 20,11 Ps 145,6 Ac 4,24 Ac 14,15), y en Jesucristo su Hijo, el cual, movido por su eminentísimo amor por la obra que fabricó (Ep 3,19), se sometió a ser concebido de una Virgen, uniendo en sí mismo al hombre y a Dios. Sufrió bajo Poncio Pilato, resucitó y fue recibido en la luz (1Tm 3,16). De nuevo vendrá en la gloria (Mt 16,27 Mt 24,30 Mt 25,31) como Salvador de todos los que se salvan y como Juez de los que son juzgados, para enviar al fuego eterno (Mt 25,41) a quienes desfiguran su verdad y desprecian a su Padre y su venida. Cuantos sin letras creyeron en esta fe, son bárbaros según nuestro modo de hablar; pero en cuanto a su juicio, costumbres y modo de vivir, son por la fe sapientísimos y agradan a Dios, al vivir con toda justicia, castidad y sabiduría.

Si alguien se atreviese a predicarles lo que los herejes han inventado, hablándoles en su propia lengua, ellos de inmediato cerrarían los oídos y huirían muy lejos, pues ni siquiera se atreverían a oír la predicación blasfema. De este modo, debido a la antigua Tradición apostólica, ni siquiera les viene en mente admitir razonamientos tan monstruosos. El hecho es que, entre ellos (los herejes) no se encuentra ni iglesia ni doctrina instituida.

1.5. Hace poco se han separado los herejes


4,3. Porque antes de Valentín no hubo valentinianos, ni antes de Marción marcionitas. No existían en absoluto las demás doctrinas perversas que arriba describimos, antes de que sus iniciadores inventaran tales perversidades. Pues Valentín vino a Roma durante Higinio, se desarrolló en el tiempo de Pío y permaneció ahí hasta Aniceto. Cerdón, antecesor de Marción, (857) fue a Roma con frecuencia cuando Higinio era el octavo obispo de la ciudad, hacía penitencia pública, pero al fin acababa del mismo modo: unas veces enseñaba en privado, otras veces se arrepentía, hasta que finalmente, habiéndole refutado algunos las cosas erróneas que predicaba, acabó enteramente alejado de la comunidad de los creyentes. Marción, su sucesor, destacó en tiempo de Aniceto, el décimo obispo. Los demás gnósticos, como ya expusimos, sacaron sus principios de Menandro, discípulo de Simón. Cada uno de ellos primero recibió una enseñanza, luego se convirtió en su padre y jefe de grupo. Todos éstos se levantaron en su apostasía contra la Iglesia, mucho tiempo después haber sido constituida.


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1.6. El testimonio apostólico está vivo en la Iglesia


5,1. Así pues, la Tradición apostólica está viva en la Iglesia y dura entre nosotros. Ahora volvamos los ojos a las Escrituras, para sacar de ella la prueba de todas aquellas cosas que los Apóstoles dejaron por escrito en los Evangelios. Algunos de ellos escribieron de parte de Dios la Palabra, para mostrar que nuestro Señor Jesucristo (858) "es la Verdad, y en él no hay mentira" (
Jn 14,6 1P 2,22). Es lo que David profetizó, narrando su engendramiento de una Virgen y su resurrección de entre los muertos: "La Verdad ha brotado de la tierra" (Ps 85,12). También los Apóstoles, siendo discípulos de la Verdad, están lejos de toda mentira: "ninguna comunión es posible entre la mentira y la verdad" (1Jn 2,21), así como "no hay comunión entre las tinieblas y la luz" (2Co 6,14); sino que la presencia de una excluye la otra.

Como nuestro Señor era la Verdad misma, no mentía. Por eso nunca proclamó Dios y Señor de todas las cosas, Rey Sumo y Padre suyo, al que conocía como "fruto de la penuria". No habría confundido al perfecto con el imperfecto, al espiritual con el animal, ni "al que está sobre el Pléroma" con aquel que está "fuera del Pléroma". Ni sus discípulos habrían llamado Dios o Señor a ninguno que no fuese el verdadero Dios y Señor universal. En cambio, esos falaces sofistas afirman que los Apóstoles hipócritamente "forjaron la doctrina según la capacidad de los oyentes, y sus respuestas según las expectativas de quienes les preguntaban". A los ciegos les habrían hablado de ceguera según su defecto, a los enfermos según su enfermedad y a los errados según su error; a quienes pensaban que el Demiurgo era el único Dios, así ellos lo anunciaban. En cambio, a quienes entendían que el Padre es el innombrable, "les habrían descrito el misterio inenarrable mediante parábolas y enigmas". En consecuencia, el Señor y los Apóstoles no habrían enseñado como lo exige la verdad misma, sino con hipocresía, y según cada uno de sus oyentes era capaz de acoger la doctrina.

5,2. Su doctrina, pues, no sirve para la salvación y la vida, sino más bien para aumentar y hacer más pesada la ignorancia. Más verdadera que ellos es la Ley, (859) que llama maldito a todo aquel que induzca a un ciego a errar el camino (Dt 27,18). Los Apóstoles, enviados a buscar a los errantes, a devolver la vista a los ciegos y a llevar la salud a los enfermos, ciertamente no les hablaban según la opinión del momento, sino manifestando la verdad. Pues si, cuando unos ciegos estuvieran a punto de caer en el precipicio, un hombre cualquiera los indujera a continuar por tan peligroso camino como si fuese el correcto y los llevara hasta su término, ciertamente no obraría con rectitud. ¿Qué médico, si quiere curar al enfermo, le da la medicina que a éste le gusta y no la adecuada para devolverle la salud? Y que el Señor vino como médico de los enfermos, él mismo lo dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se arrepientan" (Lc 5,31-32 Mt 9,12-13).

¿Cómo se aliviarán estos enfermos? ¿Y cómo se arrepentirán los pecadores? ¿Acaso manteniéndose en su estado? ¿No será más bien por un cambio a fondo y alejándose de su anterior modo de vivir en la transgresión, que provocó en ellos esa grave enfermedad y tantos pecados?

La ignorancia, madre de todos estos males, se elimina por la gnosis. (230) Y el Señor comunicó a sus discípulos esta gnosis, con la cual curaba a los agobiados y alejaba a los pecadores del pecado. No les hablaba, pues, según ellos pensaban antes, ni respondía a quienes le preguntaban según sus expectativas, sino de acuerdo con la doctrina de salvación, sin hipocresía y sin acepción de personas (Mt 22,16 Rm 2,11).

5,3. Esto es evidente de las palabras mismas del Señor, el cual a los que eran de la circuncisión les predicaba a Cristo como Hijo de Dios, a quien Dios había preanunciado por los profetas; es decir, se presentaba a sí mismo como aquel que habría de devolver la libertad al hombre y darle la herencia de la incorrupción (Jn 14,21-22 Ga 1,5 1Co 15,42).

A su vez, los Apóstoles enseñaban a los paganos a abandonar los ídolos de piedra y de madera a los que adoraban como dioses; a adorar como Dios verdadero a aquel que creó (860) e hizo toda la raza humana, y mediante su creación le dio alimento, desarrollo, seguridad y subsistencia; y a esperar en su Hijo Jesucristo, el cual nos rescató de la apostasía mediante su sangre a fin de que fuésemos el pueblo santo (Ep 1,7 1P 1,18-19 1P 2,9), el mismo que un día volverá de los cielos con el poder del Padre para juzgar a todos y para dar los bienes divinos a cuantos observen sus mandatos. Este es aquella piedra angular que apareció en los últimos tiempos para reunir a todos, los que estaban cerca y los que estaban lejos, es decir a los circuncisos y a los incircuncisos (Ep 2,14-20), para engrandecer a Jafet e introducirlo a la casa de Sem (Gn 9,27).

(230) De nuevo San Ireneo opone el verdadero conocimiento (gnosis) que viene de la Palabra de Cristo, a la falsa gnosis.

2. Un solo Dios


2.1. Los profetas y Pablo conocen un solo Dios


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2.1.1. Los profetas


6,1. Ni el Señor, ni el Espíritu Santo (por los profetas), ni los Apóstoles jamás habrían llamado Dios de modo absoluto y definitivo al que no lo fuese verdaderamente; ni habrían llamado Señor a ninguna otra persona, sino al Dios Padre soberano de todas las cosas, y a su Hijo que recibió de su Padre el señorío sobre toda la creación, según aquellas palabras: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies" (
Ps 110,1). En este pasaje se presenta al Padre conversando con el Hijo; él "le ha dado las naciones por herencia" (Ps 2,8) y le ha sometido a todos sus enemigos. Y como el Padre es en verdad Señor, y el Hijo es en verdad Señor, con razón el Espíritu Santo los llamó con el título Señor.

También al narrar la destrucción de Sodoma, la Escritura dice: "Y el Señor hizo llover desde el cielo fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra" (Gn 19,24). Esto significa que el Hijo, el mismo que había conversado con Abraham, ha recibido del Padre el poder de condenar a los sodomitas, por motivo de su iniquidad. De modo semejante afirma: "Tu trono, oh Dios, para siempre; cetro de rectitud es el cetro de tu reinado; amaste la justicia y odiaste la iniquidad; por eso te ungió Dios, tu Dios" (Ps 45,7-8). (861) Aquí el Espíritu los llamó a ambos con el nombre de Dios: tanto al Hijo, el ungido, como al que unge, el Padre. Y también: "Dios se presentó en la asamblea de los dioses, en medio de ellos juzga a los dioses" (Ps 82,1). (El Espíritu) habla aquí del Padre y del Hijo y de aquellos que recibieron la adopción filial, y mediante ellos se refiere a la Iglesia: porque ésta es la sinagoga de Dios, la cual Dios, me refiero al Hijo, ha reunido por sí y para sí mismo.

También dice en otro lugar: "Dios, el Señor de los dioses, habló y convocó la tierra" (Ps 50,1). ¿De cuál Dios se trata? De aquel del cual está escrito: "Dios vendrá de modo manifiesto; nuestro Dios, y no callará", esto es, el Hijo, que se manifestó por su venida a los hombres, el cual dice: "Me manifesté al descubierto a quienes no me buscaban" (Is 65,1). ¿Y de qué dioses se trata? De aquellos a quienes él declara: "Yo he dicho: Vosotros sois dioses, todos sois hijos del Altísimo" (Ps 82,6 Jn 10,34); es decir, aquellos que han recibido la gracia de la adopción, por la cual clamamos: "¡Abbá, Padre!" (Rm 8,15 Ga 4,5-6).

6,2. Así, pues, como arriba dije, a ningún otro se le llama Dios o Señor, sino al que es Dios y Señor de todas las cosas, el que dijo a Moisés: "Yo soy el que soy", y: "Así dirás a Israel: Yo soy me manda a vosotros" (Ex 3,14); y también a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el cual hace hijos de aquellos que creen en su nombre (Jn 1,12). El Hijo también habla por Moisés: "Yo he descendido a librar a este pueblo" (Ex 3,8), porque es él "quien descendió y ascendió" (Ep 4,10) para salvar a los seres humanos. De este modo, "Por el Hijo que está en el Padre y tiene en sí al Padre" (Jn 14,10-11) se ha manifestado Dios aquel que es, al dar testimonio, como Padre, del Hijo (Mt 16,17 Jn 5,37), mientras el Hijo anuncia al Padre (Mt 11,27 Jn 11,41-42). Como dice Isaías: "Yo doy testimonio, dice el Señor Dios, y mi Siervo a quien yo elegí, para que sepáis, creáis y entendáis que soy yo" (Is 43,10).

2.1.2. A quiénes llaman dioses


6,3. Por el contrario, como antes dije, cuando llama dioses a los que no lo son, la Escritura (861) les dice dioses, pero con alguna añadidura e indicio por el cual da a entender que no son dioses. Por ejemplo, en David: "Los dioses de los gentiles son ídolos de los demonios" (Ps 96,5), y: "No seguiréis dioses ajenos" (Ps 81,10). Con las añadiduras "dioses de los gentiles" (y por gentiles se entiende los que no conocen al Dios verdadero) y "dioses ajenos", hace imposible que sean dioses. Por eso añade sobre los mismos, con su propia palabra: "Son ídolos de los demonios". E Isaías: "Queden confundidos quienes se fabrican un dios y esculpen obras vanas. (Yo soy testigo, dice el Señor)" (Is 44,9-10). Excluye que sean dioses, y usa esta palabra sólo a fin de que entendamos de qué está hablando. Lo mismo afirma Jeremías: "Los dioses que no hicieron el cielo y la tierra sean exterminados de la tierra bajo los cielos" (Jr 10,11). Al añadir la expresión "sean exterminados", muestra que no se trata de dioses.

Elías, al convocar a todo Israel al monte Carmelo, queriendo separarlos de la idolatría, les dice: "¿Hasta cuándo cojearéis de los dos pies? Uno solo es el Señor Dios. Seguidlo" (1R 18,21). Y sobre el holocausto dice así a los sacerdotes de los ídolos: "Vosotros invocaréis el nombre de vuestro dios, y yo invocaré el nombre del Señor mi Dios; y el Dios que escuche, ese es Dios" (1R 18,24). Con estas palabras el profeta arguye que no son dioses aquellos que eran tenidos por tales. Y en cambio les hace ver que Dios es aquel en quien él creía, el verdadero Dios, al que invocaba diciendo: "Señor Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, escúchame hoy, y todo este pueblo entienda que tú eres el Dios de Israel" (1R 18,36).

2.1.3. Oración al único Dios verdadero


6,4. ¡Yo también te invoco, "Señor Dios de (863) Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob y de Israel" que eres el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios que por la multitud de tu misericordia te has complacido en nosotros para que te conozcamos; que hiciste el cielo y la tierra, que dominas sobre todas las cosas, que eres el único Dios verdadero, sobre quien no hay Dios alguno; por nuestro Señor Jesucristo danos el Reino del Espíritu Santo; concede a todos los que leyeren este escrito conocer que tú eres el único Dios, que en ti están seguros, y defiéndelos de toda doctrina herética, sin fe y sin Dios!

2.1.4. Pablo


6,5. También el Apóstol Pablo dice: "Si habéis servido a aquellos dioses que no lo eran, ahora conocéis a Dios, más aún, sois conocidos de Dios" (Ga 4,8-9). De este modo distingue de Dios a los que no lo son. Y dice también, hablando del Anticristo: "El enemigo que se exalta sobre todo aquello a lo que se le denomina dios o se le rinde culto" (2Th 2,4), para indicar a los llamados dioses por los ignorantes, o sea los ídolos. El Padre de todas las cosas es y se llama Dios. El Anticristo no puede exaltarse sobre él, sino sólo sobre los llamados dioses sin serlo.

Que es así, Pablo también lo dice en otra parte: "Sabemos que un ídolo es nada... y que ninguno es Dios sino uno solo. Luego, aunque haya algunos a los que se les denomina dioses o en el cielo o en la tierra, para nosotros el único Dios es el Padre, del que vienen todas las cosas y en el cual vivimos, y un solo Señor Jesucristo, por el cual existe todo, y nosotros por él" (1Co 8,4-6). Separa y distingue claramente a aquellos a los que se les llama, los cuales no son dioses, del único Dios Padre, del que todo viene, y confiesa con sus propias palabras al único Señor nuestro Jesucristo. Cuando añade o en el cielo o en la tierra, no se refiere, como hacen ellos, a "los fabricantes del mundo", sino que usa una expresión parecida a la de Moisés: "No te harás (864) ninguna imagen de Dios, sea de lo que está arriba en el cielo, sea de lo que está abajo en la tierra, o en las aguas o bajo la tierra" (Dt 5,8). Y él mismo responde, para contestar a la pregunta sobre qué es lo que está sobre los cielos: "No vaya a ser que, al mirar a los cielos y ver el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del cielo, caigas en el error, adorándolos y dándoles culto" (Dt 4,19). Aun al mismo Moisés, siendo hombre, se le llamó dios ante el faraón (Ex 7,1); pero ni por los profetas el Espíritu lo llamó Señor o Dios, sino "el fiel Moisés, servidor y amigo de Dios" (Nb 12,7 He 3,5), pues eso era.


2.1.5. Cómo interpretar a Pablo


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7,1. Nos atacan abiertamente con lo que dijo Pablo en la segunda Carta a los Corintios: "En los cuales el Dios de este mundo cegó las mentes de los incrédulos" (
2Co 4,4). Arguyen: uno es el Dios de este mundo, y otro "el que está por sobre toda Dominación, Principado y Potestad" (Ep 1,21 Col 1,16). No es culpa nuestra si aquellos que pretenden "conocer los misterios que sobrepasan a Dios" ni siquiera saben leer lo que Pablo ha escrito. Si alguno, según la costumbre de Pablo (de cuyo modo de construir la frase hemos dado ya muchos ejemplos) leyera: "En los cuales Dios", y luego, subdistinguiendo y poniendo una breve coma, leyere el resto como una unidad, o sea: "cegó las mentes de los incrédulos", haría bien. Entonces querría decir: "Dios cegó las mentes de los incrédulos de este mundo". Esto se infiere al hacer la subdistinción. Porque Pablo no lo llama "el Dios de este mundo", como si mediante esta expresión reconociese a algún otro; sino que, al decir "Dios", confesó a Dios. Y a los incrédulos los llama "de este mundo", porque no heredarán la incorrupción del venidero. De qué manera "Dios cegó las mentes de los incrédulos", lo mostraremos más adelante, (865) tomándolo del mismo Pablo, para no divagar tanto de nuestro tema por ahora.

7,2. Que el Apóstol con frecuencia usa la inversión de vocablos, por la concisión de sus frases y el ímpetu que le imprime el Espíritu, se puede constatar en muchos pasajes. Por ejemplo, en la Carta a los Gálatas dice: "¿Para qué la ley de las obras? Fue puesta hasta que venga la descendencia prometida, dispuesta por los ángeles en mano de un mediador" (Ga 3,19). El orden debe ser el siguiente: "¿Para qué la ley de las obras? Dispuesta por los ángeles, fue puesta en mano de un Mediador, hasta que venga la descendencia prometida": es el hombre quien interroga y el Espíritu quien responde.

También en la Segunda a los Tesalonicenses dice sobre el Anticristo: "Entonces se manifestará el Inicuo, al que el Señor Jesucristo matará con el aliento de su boca y destruirá con la presencia de su venida, cuyo advenimiento será por obra de Satanás, con toda suerte de poder, signos y portentos falsos" (2Th 2,8-9). He aquí el orden de las palabras de este pasaje: "Entonces se manifestará el Inicuo, cuyo advenimiento será por obra de Satanás, con toda suerte de poder, signos y portentos falsos, a quien el Señor Jesucristo matará con el aliento de su boca y destruirá con la venida de su presencia". Porque no es la venida del Señor la que será por obra de Satanás, sino el advenimiento del Inicuo, al que llamamos el Anticristo. Por lo tanto hay que poner atención a la lectura, y mediante las comas en la respiración dar sentido a lo que lee; si alguien no lo hace, no sólo dirá incongruencias, sino que leerá blasfemias, como si la venida del Señor fuese obra de Satanás.

Pues, así como en estos casos es necesario leer (866) atendiendo a la inversión de las palabras, para conservar el sentido que el Apóstol quiso darles, así también en el caso que nos ocupa, no debemos leer "el Dios de este mundo". Pues a Dios lo llamamos Dios justamente; en cambio a los incrédulos y ciegos les decimos "de este mundo" porque en el futuro no heredarán la vida.


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2.1.6. La predicación de Cristo


8,1. Una vez vaciada su calumnia, hemos probado claramente que ni los profetas ni los Apóstoles llamaron jamás Dios o Señor a ningún otro sino al único verdadero Dios. Mucho más el Señor, quien mandó: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" (
Mt 22,21): al César lo llamó por su nombre, y a Dios lo confesó Dios. También cuando dijo: "No podéis servir a dos señores", él mismo interpretó: "No podéis servir a Dios y a Mammón" (Mt 6,24). A Dios lo confesó Dios, y a Mammón lo llamó por su nombre. No llamó Señor a Mammón, cuando dijo: "No podéis servir a dos señores"; sino que enseñó a los discípulos a servir a Dios y a no someterse a Mammón, para no dejarse dominar por él. Así como dice: "Quien comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34). Pues bien, a quienes están sometidos al pecado los llama esclavos del pecado, mas no por eso llama Dios al pecado. De modo semejante a quienes se someten a Mammón los llama "esclavos de Mammón" pero no llama Dios a Mammón. Mammón, en la lengua judía que también usan los samaritanos, (867) quiere decir "ávido", es decir "aquel que ansía tener más de lo que conviene". En la lengua hebrea se dice Mamuel, que significa goloso, es decir, "el que no puede contener la gula". Sea uno u otro su significado, no podemos servir a Dios y a Mammón. (231)

8,2. Cuando califica al diablo de fuerte, no lo dice en sentido absoluto, sino en comparación con nosotros. Pues sólo el Señor se muestra el Fuerte, y afirma que "nadie puede robar los enseres del fuerte, si antes no lo ata, y entonces podrá robar su casa" (Mc 3,27 Mt 12,29). Sus enseres y su casa somos nosotros, cuando aún estábamos en la apostasía. Nos manejaba como quería, y el espíritu inmundo habitaba en nosotros. No es que (el diablo) fuese fuerte para ligarlo y robarle su casa; sino respecto a aquellos hombres que él tenía en su poder, pues los había hecho que apartaran de Dios sus pensamientos. A éstos los libró el Señor, como dijo Jeremías: "Dios redimió a Jacob y lo arrancó de mano del más fuerte" (Jr 31,11). Si no se hubiese referido a aquel que "ata y roba sus enseres", sino que sólo hubiese dicho: "el fuerte", entonces lo habría llamado "fuerte invicto". Pero también menciona al que triunfa sobre el fuerte: el que ata es el dominador, el atado es dominado. Mas esto lo dijo sin usar comparación, a fin de no parangonar con el Señor al que no es sino un esclavo apóstata. Pues ni éste ni ninguna otra cosa creada y sometida puede compararse con el Verbo de Dios, "por medio del cual todas las cosas fueron hechas" (Jn 1,3), o sea nuestro Señor Jesucristo.

2.1.7. Cómo es el Dios Creador


8,3. Con estas palabras Juan quiso decir que los ángeles, los arcángeles, "los tronos y dominaciones" (Col 1,16), fueron creados por el Dios que está sobre todas las cosas, y hechos por mediación del Verbo; pues, cuando afirma que el Verbo de Dios estaba en el Padre, añadió: "Todo fue hecho por medio de él, y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1,3). Cuando David enumera las alabanzas, nombra todas las cosas que dijimos, y añade los cielos y todas sus potestades: (868) "El lo mandó y todo fue creado. El lo dijo y se hizo" (Ps 148,5 Ps 33,9). ¿A quién se lo mandó? Al Verbo, "por el cual fundó los cielos y con el soplo de su boca toda su potencia" (Ps 33,6). Y que hizo todas las cosas por propia libertad y como quiso, también lo dice David: "Nuestro Dios hizo en los cielos y en la tierra todo lo que quiso" (Ps 114,11). Las cosas creadas son diferentes de aquel que las creó, y las cosas hechas, de su Hacedor.

Pues éste es increado, no tiene principio ni fin, y de nadie tiene necesidad. No carece de nada, se basta a sí mismo, y da a todos los demás seres la existencia. Cuanto fue hecho por él, tuvo un principio. Y las cosas que tuvieron un comienzo, pueden un día perecer, están sujetas y necesitan de su Hacedor. Como hay muchos que tienen poca inteligencia para distinguir estas cosas, fue necesario usar palabras diversas, de modo que a aquel solo que hizo todas las cosas con su Palabra, se le llame Dios y Señor. En cuanto a las creaturas, no son capaces de llamarse con estos nombres, ni pueden con justicia adjudicarse un título que pertenece sólo al Creador.

(231) Los intérpretes suelen traducir Mammón por dinero.


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2.2. La enseñanza de los cuatro\b Evangelios


9,1. Hemos expuesto enteramente (y aún lo probaremos con mayor amplitud) que ni los profetas ni los Apóstoles ni el Señor Jesucristo (232) han confesado con sus propias palabras "Dios" o "Señor" a ningún otro sino a aquel que es el único Dios y Señor. Pues los profetas y Apóstoles confesaron al Padre y al Hijo, y a ningún otro llamaron "Dios" ni confesaron "Señor". También el Señor mismo sólo llamó Padre, Señor y Dios suyo al único a quien él mismo enseñó a sus discípulos como el único Dios y Señor de todas las cosas. En consecuencia nosotros, si somos sus discípulos, debemos seguir tales testimonios.

2.2.1. Mateo


Mateo Apóstol sabía que hay sólo un Dios, (869) el mismo que hizo a Abraham la promesa de que multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo, el mismo que por su Hijo Jesucristo nos llamó del culto a los ídolos de piedra a su conocimiento, a fin de que "el que no era pueblo se hiciese pueblo, y lo que no era amado se hiciese amado" (Rm 9,25 Os 1,10).

2.2.1.1. Juan el Bautista


Juan preparó a Cristo el camino a Cristo: a aquellos que se gloriaban de su ascendencia carnal mientras nutrían todo tipo de sentimientos llenos de malicia, les enseñó a convertirse de su maldad, diciendo: "¡Raza de víboras! ¿Quién os enseñará a huir de la ira que se acerca? Producid frutos dignos de penitencia. Y no andéis diciendo: Tenemos a Abraham como padre. Pues os digo que Dios es poderoso para suscitar de esas piedras hijos de Abraham" (Mt 3,7-9). Les exhortaba, pues, a arrepentirse de su maldad; pero no anunciaba a otro Dios aparte de aquel que había hecho la promesa a Abraham. Del precursor de Cristo, dice Mateo lo mismo que Lucas: "Este es aquel de quien dijo el Señor por el profeta: Una voz clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas de nuestro Dios" (Mt 3,3 Is 40,3). "Todo valle se llenará y todo monte y colina se abajará. Los caminos tortuosos se enderezarán y los ásperos se volverán camino llano. Y toda carne verá al Salvador de Dios" (Lc 3,4-6 Is 40,4-5).

Uno solo y el mismo Dios es, por tanto, el Padre de nuestro Señor, que por medio de los profetas prometió al precursor, y que hizo visible para toda carne a su Salvador, es decir a su Verbo, para que, habiéndose éste mismo hecho carne, (870) en todas las cosas se manifestara como su Rey (233). Pues convenía que quienes habrían de ser juzgados viesen a su juez y lo conociesen, y que quienes habrían de conseguir la gloria, supiesen quién es aquel que se la da como premio.

2.2.1.2. Testimonio del ángel a José


9,2. Mateo también afirma en referencia al ángel: "El ángel del Señor se apareció en sueños a José" (Mt 1,20). Y a qué Señor se refiere, él mismo lo explica: "Para que se cumpliese lo que el Señor dijo por el profeta: De Egipto llamé a mi hijo" (Mt 2,15). "He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se le dará el nombre de Emmanuel, que se traduce Dios con nosotros" (Mt 1,23 Is 7,14). De este mismo Emmanuel nacido de la Virgen habló David: "No retires tu rostro de tu Ungido. El Señor ha jurado a David y no fallará: A un fruto de tu seno lo colocaré sobre tu trono" (Ps 132,10-12). Y también: "Dios se ha dado a conocer en Judea... Su lugar está firme en la paz, y su morada en Sion" (Ps 76,2-3). Luego es uno solo y el mismo Dios al que los profetas predicaron y el Evangelio anunció; y es su Hijo aquel que nació del seno de David, es decir de la Virgen descendiente de David (234), y es el Emmanuel sobre cuya estrella Balaam profetizó: "Una estrella brotará de Jacob y surgirá el Jefe de Israel" (Nb 24,17).

2.2.1.3. Testimonio de los Magos: sus dones


Mateo reporta de esta manera las palabras de los Magos que habían venido de Oriente: "Vimos su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo" (Mt 2,2). Guiados por la estrella hasta la casa de Jacob, al Emmanuel, mostraron quién era aquel a quien adoraban, por medio de los dones que le ofrecieron: mirra, porque él era quien debía morir (871) y ser sepultado por la raza humana mortal; oro, porque es el Rey cuyo reino no tiene fin; incienso, porque es Dios que se dio a conocer en Judá, se hizo (hombre) y "se manifestó a quienes no lo buscaban" (Is 65,1).

2.2.1.4. Bautismo de Jesús


9,3. Aún añade Mateo en el bautismo: "Se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba sobre él en forma de paloma. Y he aquí que una voz del cielo decía: Este es mi Hijo querido en quien me complazco" (Mt 3,16-17). Por consiguiente, no fue el Cristo quien descendió sobre Jesús; ni uno es el Cristo y otro Jesús. Sino que el Verbo de Dios, el Salvador de todos y Señor del cielo y la tierra, es Jesús (como arriba expusimos), el que asumió la carne y fue ungido del Padre por el Espíritu, y este Jesús fue ungido como Cristo. Así lo dice Isaías: "Podrá una rama de la raíz de Jesé y una flor brotará de la raíz. Y reposará sobre él el Espíritu de Dios: Espíritu de sabiduría e inteligencia, Espíritu de consejo y fortaleza, Espíritu de ciencia y piedad. Lo llenará el temor de Dios. No juzgará según la apariencia ni argüirá por lo que se diga; sino que juzgará con justicia al humilde y condenará a los soberbios de la tierra" (Is 11,1-4). El mismo Isaías prefiguró su unción y el motivo de ella: "El Espíritu de Dios sobre mí. Por eso me ungió, me envió a llevar la Buena Nueva a los pobres, a curar a los contritos de corazón, a pregonar a los cautivos la remisión, a dar la visión a los ciegos, a anunciar el año de gracia del Señor, el día de la retribución, y para consolar a los que lloran" (Is 61,1-2 Lc 4,18).

Porque, en cuanto el Verbo de Dios se hizo hombre, era el hijo de la raíz de Jesé; y según ello el Espíritu de Dios reposaba sobre él y era ungido para evangelizar a los humildes; en cambio, en cuanto era Dios, no juzgaba según las apariencias, ni condenaba de oídas (235): "No había necesidad de que nadie le diese testimonio sobre el hombre, porque él mismo sabía lo que hay en el hombre" (Jn 2,25). El llamó a todos los hombres que lloraban, les concedió el perdón de los pecados (872) a los que habían sido reducidos a la esclavitud, liberando de las cadenas a aquellos de quienes dice Salomón: "Cada cual es oprimido por las cadenas de sus pecados" (Prov 5,22). Descendió, pues, sobre él El Espíritu de Dios, de aquel que por los profetas había prometido ungirlo, para que nos salvásemos, al recibir nosotros de la abundancia de su unción (236). Esto es todo lo que dice Mateo.

(232) San Ireneo supone aquí un principio de la exégesis cristiana, opuesta al uso que los gnósticos hacen de la Escritura: éstos tienen sus teorías sacadas de elementos extraños a la Palabra divina, pero se sirven de ésta, recortando sus frases o aun palabras sueltas, para "probar" o "dar sabor bíblico" (ante los incautos) de sus doctrinas. El cristiano, en cambio, acoge toda la Escritura (profetas, Apóstoles, Cristo), se abre plenamente a su Palabra y la interpreta por sí misma; es decir, suponen que el mejor intérprete de la Escritura es la Escritura misma: una parte se sostiene y aclara por otra. La verdad no se halla en palabras y frases sueltas, sino en la totalidad de la revelación divina.

(233) La principal aplicación del principio señalado en la nota anterior: la revelación básica de la fe sobre el único Dios consta por la unidad del plan salvífico al que corresponde el de la revelación: el mismo Dios eligió a Abraham, habló por los profetas para disponer la venida de su Hijo, dio a Juan la misión de preparar sus caminos, envió a su Verbo para que se hiciera carne y en esta carne asumiese el señorío sobre todas las cosas. Por este motivo es el mismo Padre de nuestro Señor Jesucristo. Admirable síntesis de la historia de la salvación.

(234) Notable síntesis de la fe sobre el único Dios del Antiguo y Nuevo Testamentos (profetas y Evangelio), contra Marción y los gnósticos; y sobre su Hijo Jesucristo, que es a la vez hombre verdadero, hijo de David porque nació de la Virgen que de él proviene.

(235) Confesión del ser de Jesucristo, contra los gnósticos. Muchos de éstos tenían al "Jesús de la Economía" como un ser fantasmal que revestía al "Cristo psíquico" sobre el que, en el bautismo, habría descendido el Salvador o "Cristo de lo alto". San Ireneo hace sobre Jesús una confesión de fe muy completa para su tiempo, que (aun sin la expresión de las "dos naturalezas"), preludia la definición de Calcedonia: en cuanto hombre era hijo de David (de la raíz de Jesé), en cuanto Dios "no juzgaba según las apariencias". Como hijo de David (el primer ungido sobre el que reposó el Espíritu: 1S 16,132), recibió en su bautismo el Espíritu, "ungido para evangelizar a los pobres".

(236) Jesús fue ungido (o hecho Cristo) por nosotros: para que fuésemos ungidos en él. Implícita alusión a la teología del "intercambio", el principio más propio de San Ireneo para explicar nuestra redención. Por otra parte, la unción de Jesús para ser el Cristo, es uno de los temas muy queridos de este Padre de la Iglesia (ver III, 6,1; 10,1; 12,7; 18,3).


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Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.4